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SÁBADO

Creo que el sábado es la rosa de la semana; el sábado por la tarde


la casa está hecha de cortinas al viento y alguien vacía un cubo
de agua en la terraza; el sábado al viento es la rosa de la sema-
na. El sábado por la mañana es patio, una abeja revolotea, y el
viento: una picadura, el rostro hinchado, sangre y miel, aguijón
perdido en mí: otras abejas olfatearán y el próximo sábado por
la mañana veré si el patio está lleno de abejas. El sábado es el
día en que las hormigas trepan por la piedra. Un sábado vi a un
hombre sentado en la sombra de la acera comiendo de una cala-

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baza hueca carne seca y gachas de mandioca; era sábado por la
tarde y nosotros ya nos habíamos bañado. A las dos de la tarde
el timbre inauguraba al viento la matinal de cine: y expuesto al
viento el sábado era la rosa de nuestra semana. Si llovía solo yo
sabía que era sábado; una rosa mojada, ¿no? En Río de Janeiro,
cuando pensamos que la semana exhausta va a morir, ella, con un
gran esfuerzo metálico, se abre en rosa: en la Avenida Atlantica
el coche frena de repente con estridencia y, de repente, antes de
que el viento asombrado pueda volver a empezar, siento que es
sábado por la tarde. Ha sido sábado, pero ya no es lo mismo. En-
tonces yo no digo nada, aparentemente sumisa, pero en realidad
ya he cogido mis cosas y me he ido al domingo por la mañana. El
domingo por la mañana también es la rosa de la semana. Aunque
el sábado lo es mucho más. Nunca sabré por qué.

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