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EL

DIARIO DE EMMA
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COPYRIGHT Y AVISO LEGAL
DEDICATORIA
AGRADECIMIENTOS
ELLOS
RUTINA
TRAGEDIA
VIVE
ESPERANZAS
SOLO
AMIGO
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ENCUENTRO
SECRETOS
NIÑEZ
CONFIESA
OTRA
TRAZOS
DÉBIL
DUDAS
FACHADA
DESCUBRIRSE
AGONÍA
DECISIÓN
IRA
LOCURA
RESACA
INMÓVIL
JUICIOS
SORPRENDIDOS
BÚSQUEDA
AGONÍA
NICO
MELODÍA
AGRADECIMIENTOS ESPECIALES
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DEDICATORIA

Con cariño infinito y gratitud eterna para ustedes que de alguna forma se
verán identificados en algún paraje de este manuscrito y además para los que
esperaron con paciencia este proceso, ahora fruto de tantas vivencias; días de
soledad, noches de desvelos, tristezas, esperanzas, lejanías, risas y hasta
lágrimas… es decir un fruto muy humano que espero que saboreen cada uno de
ustedes.

AGRADECIMIENTOS

A todos mis amigos, que por su insistencia me llevaron a no desfallecer.

A ti, Reina de mi corazón, que te has convertido en el Ángel de la guarda que


desde el cielo me inspira.

A Zue Dawzen, pues sin usted, mi chamo, este proceso hubiera sido más
difícil.

Y EN ESPECIAL:

A Claudia Córdoba, por tu acompañamiento y entrega profunda durante este


proceso, tus aportes fueron súper valiosos

A Sebastián, por tu apoyo incondicional, por las noches de desvelo


sintiéndome sumergido en la escritura o en ocasiones escuchando mis relatos, de
verdad que sin vos nada de esto sería posible

ELLOS

Emma y Thomas… dos mundos que conforman una sola galaxia, día y noche
en un solo instante, luz y sombra, color y sepia en una misma fotografía, sol y
luna en un mismo eclipse, dos humanos diferentes que conforman un solo
cuerpo, una sola alma.

Para muchos, una explosión de vida con la chispa adecuada, la relación que
cualquiera desearía tener, incluso ellos mismos no concebían la vida del uno sin
el otro… eran como un rompecabezas de tan solo dos piezas que encajaban
perfectamente, eso sí, cada pieza fabricada con un material distinto, lo que los
hacía asombrosamente únicos y diferentes.

Pero en la vida real los cuentos de hadas son solo eso, cuentos. No existe la
perfección, pues esta, al igual que la felicidad, no son perennes en el tiempo (no
son para toda la vida) son más bien estados temporales del alma, sensaciones
momentáneas experimentadas por el ser, dadas por unas características
específicas en fracciones de tiempos puntuales y de corta perdurabilidad.

Un estado de coma inesperado, un diario que revela que los seres humanos
somos solamente un 50 % para los demás, que el otro 50 % es tan propio y
oculto que nunca lo sacamos a flote, pues si saliera, surgirían un sinfín de
preguntas que no seríamos capaces de responder por lo complicado y
vergonzosas que podrían ser, o sencillamente, porque ni nosotros mismos
tenemos la respuesta.

En la vida hay dos opciones: entenderla o vivirla. Thomas… tú, ¿qué eliges?

Emma, una mulata de 39 años, próxima a cumplir sus 40, con unos hilos de
plata sobre el centro de la frente, los cuales peinaba por mitad hacia los lados
dando la impresión de que fuera un cabello sutilmente maquillado, su estatura
era mediana, 1,69 centímetros, cejas definidas y unas pestañas espesas que
parecían cortinas de seda negra para las ventanas de sus ojos oscuros, de mirada
profunda y triste, nariz pequeña pero redonda, una sonrisa de marfil que
resaltaba a su chocolatada piel, enmarcada siempre por un labial de tono rojo
encendido. Su contextura no era gruesa ni delgada, era precisamente ese tipo de
robustez que toda mujer se queja, pero que muchas envidian, piernas definidas
gruesas, cadera ancha y levantada, cintura pequeña, de senos pequeños, pero
firmes.

Thomas, de 33 años, cabello en ondas color castaño, con un semiafro corto,


1,78 centímetros de estatura, de contextura delgada. pero firme, ojos carmelitas y
mirada tímida, nariz aguileña, sonrisa amplia y pícara, un color de piel que no
puede definirse entre blanco o rubio, sino más bien pálido, con sombra de barba
azul, pero sin una muestra de bello corporal, espalda ancha, cintura pequeña,
manos grandes y fuertes, piernas largas, definidas y firmes por los años
dedicados al trote, de ese tipo de hombre que, aunque no es hermoso, tiene un no
sé qué en un no sé dónde, que todas desean con él, una masculinidad única que
desarrolla un cierto atractivo, no solo para mujeres, sino también para el mismo
género.

Él se caracterizaba por ser un hombre de 30 años, con un comportamiento casi


de 50, serio, callado, pensativo, introvertido, de colores opacos, poco expresivo
en la calle, pero muy familiar en la casa y cuando tomaba confianza con los
amigos era como un radio encendido. Ella, por el contrario, no callaba ni
dormida, era una tempestad de diálogo, una máquina de alegría. Hablaba hasta
con quien no conocía, hacía amistades de la nada… Tenían algo muy curioso: él
era amante de lo moderno, y ella, de lo tradicional, polos opuestos en la música,
los programas de TV, los hobbies. Ahí se confirma la teoría que dice: Los polos
opuestos se atraen.
RUTINA

5:20 a. m., suena el despertador y es hora de levantarse. Emma siempre era la


primera en ponerse en pie, aunque aún somnolienta, pero ese viernes de abril fue
diferente. La noche había estado lluviosa, con un frío ideal para un sueño
perfecto, ella se fue a la cama a las 11:00 p. m. y en menos de 15 minutos estaba
profundamente dormida, luego despertó con la sensación de haber dormido por
horas, miró el reloj y eran las 00:13 minutos de la madrugada, escasamente había
dormido 1 hora y algunos minutos.

Sus pies estaban helados, su cabeza la sentía hirviendo, su pulso era agitado y
podía sentirlo a través de la almohada como si esta tuviera vida propia y
estuviera atravesando una emoción de esas improvistas que nos sacan de
nosotros mismos. Se volteó boca arriba, observó por unos instantes la oscuridad
del techo del cuarto, miró a su izquierda y vio la silueta de Thomas que, poco a
poco, se iba esclareciendo, adaptándose a las sombras de la noche con el reflejo
de la ventana, él dormía plácidamente como un bebé recién nacido envuelto en
las cobijas, como si fueran un edredón.

Emma comenzó a respirar suavemente para poder estabilizar las emociones y


las pulsaciones, tomó fuerzas y se sentó lentamente en la cama, se puso sus
sandalias, salió sigilosa del cuarto, se dirigió al baño, se sentó a orinar
plácidamente, luego de hacerlo permaneció sentada por unos minutos más.
Mientras, unas gotas de sudor heladas salían de su cabello y se deslizaban por la
espalda, la frente, el cuello y en medio de los senos.

Tomó papel de toilette y secó su parte íntima, se incorporó, abrió el grifo del
lavamanos para limpiar sus manos, con ellas, un poco humedecidas palmoteó su
frente, las mejillas y el pecho. Tomó la toalla para secarse, se dirigió al
refrigerador sacó la jarra de agua, sirvió un vaso, lo bebió como una mula
asoleada; rápido y sin parar, sirvió otro vaso de agua que cuando comenzó a
ingerirlo sintió una especie de tirón en la parte superior de la cabeza que la hizo
ladear un poco, luego, una pequeña presión en el pecho, que la llevó a exhalar
fuertemente.
Dejó de tomar agua y comenzó a realizar ejercicios de respiración lentamente,
hasta que tuvo nuevamente el control de su cuerpo.

Emma regresó al cuarto, y con cuidado, se incorporó en la cama para no


despertar a Thomas. Toda la noche la paso en vela, miles de pensamientos e
historias pasaron por su mente, recordó al pasado, planeó futuro, imaginó
fantasías, ganó la lotería, viajó, hasta pensó en su propia muerte, en cómo sería y
cómo la idealizaba

Emma se levantó de la cama, tomó una ducha rápida, se vistió con su estilo
tan propio y característico, llamó a Thomas para que se levantara, pues siempre
le costaba desprenderse del lecho. Preparó el desayuno como de costumbre,
huevos, tocino, pan tostado, queso, café con leche y jugo de naranja. Se sentía
con una vitalidad increíble, como si el impase de la madrugada hubiera sido una
recarga de energía única.

Mientras Thomas desayunaba, ella salió del cuarto e hizo su pequeña pasarela
de modas como habitualmente la hacía, desfiló hasta estar frente a él, puso las
manos en la cabeza de Thomas y los dedos entre sus rizos a la altura de los
oídos, haló la cabeza de él suavemente frente a ella, lo miró fijamente a los ojos
y le hizo la pregunta de rigor…

–¿Cómo voy? ¿Cómo luzco hoy?

A lo que él respondió, sin vacilar…

Hermosa, radiante, espléndida, como siempre…

Emma le dio un beso en los labios, como sellando un pacto y adicional. Lo


besó en la frente para dejar la huella de sus labios rojos escarlata,
argumentando… esto es para que el mundo sepa que tú me perteneces, “el beso
aleja zorras”.
Dio media vuelta y caminó hacia la puerta tongoneando las caderas como solo
a él le encantaba, argumentando que debía apresurarse a la estación del metro,
porque si perdía el tren de las 6:55 a. m., llegaría tarde a la oficina, pues
comenzaba la hora pico y sería más difícil hacer la transferencia de línea.

Emma laboraba como secretaria para un pequeño diario local desde hacía
ocho años, pero por su experiencia y conocimiento de esta, la habían convertido
en la mano derecha del director, a tal punto de que ella era la responsable de
grandes decisiones de la imprenta. Su trabajo y entorno le apasionaban, por su
carisma, se había ganado el cariño de todos los empleados y clientes de la
compañía.

Thomas, aunque era un poco introvertido, por su parte tenía una capacidad
creativa inmensa, por lo que eligió la línea del diseño gráfico contando con su
propia empresa de publicidad, la cual, aunque no era muy grande, les permitía
vivir una vida digna y darse en ocasiones sus buenos gustos y deseos a sus
anchas.

El día transcurrió como de costumbre, se realizaron dos o tres llamadas


durante la jornada como para saber cómo iba el uno o el otro, todo esto sin más
novedad.

Emma era apasionada al cine, una cineasta con una crítica excepcional, en
especial del cine independiente. Para este día en el Pequeño cinema de la gran
avenida se estaría estrenando una película de tendencia nazi-feminista, una
perfecta combinación que encajaba justo en los gustos de ella. Thomas, como
hombre de sorpresas y de pequeños detalles, de esos que enamoran, había
comprado un par de entradas con excelentes puestos.

A la salida del trabajo la estaba esperando con su sonrisa pícara, ella


sorprendida lo recibió con agrado y preguntó:

− Esto, ¿qué contiene?


A lo que él respondió:

− Nada en especial; sencillamente quise venir por mi mujer para que


saliéramos a tomar un café y cambiáramos un poco la rutina.

Ella sonrió, abrió la puerta del coche, entró y lo saludó con un apasionado
beso.

Thomas manejó el auto hasta un café cercano al Pequeño teatro, allí ella tomó
dos copas de vino, y él, un par de cervezas. Picaron algo de comer y platicaron
por un buen rato de las cosas del día, recordaron pasado, y a su vez, planearon el
futuro. Thomas le dijo Emma que había preparado una sorpresa, que debían
apresurarse para no llegar tarde.

Cuando arribaron al cine, Emma no pudo ocultar su cara de emoción pues esta
era una película que quería ver desde su promoción, pero nunca imaginó que la
vería en premier. Lo más extraño es que no iban en el medio del filme, cuando
Emma cayó vencida por el agotamiento y se durmió. Thomas se sintió un poco
frustrado, sin embargo, no dijo nada, prefirió callar y pensar que ella había
tenido una dura jornada.

Luego del cine, camino a casa, nadie pronunció una sola palabra, solo al llegar
antes de salir del auto Emma ofreció excusas a Thomas por lo sucedido y le dio
un beso, esta vez un poco más tierno que apasionado. Entraron al domicilio,
fueron a la cama y Emma cayó profunda como una piedra.
TRAGEDIA
El fin de semana transcurrió como de costumbre; sábado de aseo familiar
durante el día, en la tarde salir a cenar a un restaurante, y en la noche, un buen
sexo ocasional antes de dormir.

Al domingo dormir hasta tarde, sexo mañanero, ver televisión en la cama,


dormir de nuevo, ver más televisión, pedir domicilio y vivir un perezoso
domingo de rutina familiar.

En la noche Emma tomó una ducha, fue a la cama alrededor de las 9:00 p. m.,
y leyó un poco de un libro, y se quedó dormida. Thomas, por su parte, tomaba un
café en el balcón y fumaba un cigarro mientras el humo se esfumaba al ritmo de
sus pensamientos. Cuando entró a la habitación encontró a Emma dormida con
el libro sobre el pecho; se acercó, le quitó el libro, la cobijó, la besó dulcemente
en la frente y dijo suavemente, “este, para que el mundo sepa a quién le
perteneces”. Luego se acostó, con cuidado, para no interrumpir su sueño.

Esta vez ocurriría prácticamente lo mismo que la madrugada del viernes


pasado, despertó a la 1:07 a. m., con la misma sensación pasada, frío en los pies,
bochorno en la cabeza, pero esta vez con una presión en el pecho un poco más
fuerte que la anterior, al igual con la sensación de haber dormido demasiado.

Emma, nuevamente, se levantó con cuidado, fue al baño y orinó como si


hubiera tomado un barril de cerveza, se humedeció el rostro, se secó con cautela,
sirvió un vaso de agua del grifo para no exponerse al frío de la nevera, pero esta
vez lo bebió lentamente mientras se paseaba despacio entre la cocina y la sala
acariciando su pecho entre los senos como dando un poco de autoconsuelo. Así
estuvo aproximadamente por una hora.

Volvió a la cama, sin nada de sueño, pero en esta ocasión un poco más
inquieta sobre lo que le estaba sucediendo que la vez pasada, con un sinsabor a
incertidumbre y ese tipo de presentimiento de que algo extraño va a suceder, se
acercó a Thomas quien dormía de lado dando la espalda en posición medio fetal.
Ella lo abrazó, se aferró a él como encajando dos piezas de un rompecabezas.
Thomas asumió que era un abrazo como de ternura y se entrelazó con Emma de
la mano llevándolas a su pecho mientras continúo durmiendo, ella por su parte se
impacientaba más porque podía sentir los latidos del corazón de Thomas a media
velocidad de los suyos como una sinfonía de terror.

Sonó el despertador como de costumbre, ella había pasado la noche en vela, se


levantó y esta vez se organizó mucho más de prisa que lo habitual para ir a
laborar, llamó a Thomas y le dijo que debía salir más temprano por un
compromiso en la oficina, por lo que hoy tendría que desayunar cereal o de
camino a la empresa buscar algo para comer en alguna cafetería.

Mientras Thomas se vestía, ella se acercó, se despidió y le dio un beso común,


esta vez simple y sin ritual, no hubo protocolo ni desfile, Thomas se sorprendió
un poco, pero pensó que era cuestión de los afanes de un día pesado de trabajo.

Salió apresurada como queriendo huir de algo que no sabía que era o como
quien corre al encuentro con algo que no espera… esa sensación extraña que
llamamos presentimiento.

Emma llegó a la estación esta vez 20 minutos antes que lo habitual, eran las
6:45 a. m., esperó cuatro minutos a que llegara el tren de la Línea Azul, ingresó
por la segunda puerta del tercer vagón, como siempre lo hacía, pues esta le
quedaba perfecta al momento de bajarse en la estación de destino, pues allí daba
justo la salida directa a la calle principal que comunicaba con su trabajo. Aún era
un poco temprano, y, aunque había más asientos disponibles que de costumbre,
Emma no quiso sentarse, prefirió irse de pie frente a la puerta y observar el
paisaje que ofrecía el tren en movimiento, mientras que se percataba de lo poco
observadora que había sido en sus viajes anteriores.

Sus manos estaban sudorosas, su pecho comenzó a sentirse más oprimido


dificultando poco a poco la respiración, en ese momento habían transcurrido seis
estaciones, iban para la séptima cuando Emma sintió nuevamente esa picada en
el lado superior derecho de la cabeza, esta vez más fuerte y punzante, hasta el
punto de vencer sus fuerzas, en segundos Emma se desploma…
Emma experimentaba un aire de tranquilidad como nunca en su vida había
sentido, se sentía flotar, relajada y con una paz de esas que solo permite el
cumplimiento a cabalidad de los compromisos y deberes.

Pronto toda esa paz se tornó en angustia, en temor, en ansiedad, los gritos de
varias personas que exclamaban:

− ¡Auxilio!

Otros que pedían que se alejaran para devolverle el aire, murmullos como:

− ¡Está muerta! ¡Dios mío, está muerta!

Respuestas a modo de:

− ¡No, no está muerta, aún respira! ¡Llamen a la ambulancia! ¡Hagan algo!


¡No la dejen morir…!

Emma sintió que ese trance de paz que vivía era el anuncio de que estaba
saldando su compromiso con la vida, que había cumplido su tiempo en esta
tierra, pero algo la desconcertaba; no había túnel, tampoco existía luces
resplandecientes, no veía a su alrededor aquellas personas cercanas a su vida que
habían dejado este mundo; como muchos dicen que al final vuelven a nuestro
encuentro, tampoco veía su cuerpo, ni la muchedumbre que la acompañaba.

De pronto se escuchó:

–¡Con permiso! ¡Abran paso! ¡Dejen pasar! ¡Llegaron los paramédicos…!

Ellos se acercaron, e inmediatamente, una doctora chequeaba sus signos


vitales a lo que indicaba que estaba con vida, pero con el pulso muy débil, con la
presión muy baja, que tenía las pupilas dilatadas y la mirada extraviada.

Preguntaban si alguien la acompañaba, pero nadie respondió, preguntaron si la


conocían o sabían su nombre; solo una señora dijo que ella sabía que era una
vecina que vivía hace mucho tiempo frente a su vivienda, que ella la saludaba a
menudo pero que no habían interactuado más, porque nunca se presentaron o
algo por el estilo.

La doctora angustiada, le decía:

−Cariño, ¿me oyes? Respóndeme, por favor, regresa, dinos cómo te llamas…

Emma no daba ninguna señal de estar consiente, de escuchar o reaccionar al


llamado.

La doctora abrió la cartera de Emma y sacó de su billetera el carné del trabajo,


su documento de identificación nacional y vio que la paciente se llamaba Emma
López, pronto comenzó a llamarla por el nombre, pero todos los llamados fueron
inútiles, ella no reaccionaba.

−De inmediato, hay que trasladarla al hospital más cercano, y de urgencia,


antes de que la perdamos para siempre. −Dijo la doctora−.

Emma no podía comprender lo que estaba aconteciendo, para ella era todo
muy extraño, cómo podían decir que no le escuchaban si ella había dado
respuesta a todas las preguntas, ella había gritado su nombre varias veces,
incluso había llamado a Thomas en varias ocasiones, pero todo fue en vano.

Durante el traslado al hospital, Emma solo podía escuchar a la doctora que la


llamaba varias veces por el nombre y le pedía que fuera fuerte, que resistiera,
que faltaba poco, decía…
−Emma, todo saldrá bien, eres una mujer joven y fuerte, solo es cuestión que
aguantar un poco. −Esto, sumado al sonido de la sirena de la ambulancia−.
Pronto el sonido menguó y fue la señal de que habían llegado al hospital.

En cuestión de segundos, los camilleros habían sacado a Emma de la


ambulancia y la habían trasladado al cuarto de urgencias, allí se reunieron,
paramédicos, enfermeras, internistas, cirujanos, y obviamente, la doctora que la
llevó hasta el hospital.

Todos se habían parado alrededor de la camilla, mientras las enfermeras


conectaban a Emma al oxígeno, ponían los catéteres para el suministro de
medicina, una bolsa con suero y un poco de medicina regular para estabilizar los
signos vitales, el ritmo cardíaco, la frecuencia respiratoria, la temperatura y la
presión arterial.

La doctora toma la vocería y dice:

−Buenos días. Soy la doctora Sánchez, nos realizaron el llamado alrededor de


las 7:15 a. m., desde la estación del tren, logramos llegar a las 7:35, encontramos
a la paciente, que se llama Emma López, de 39 años, según su identificación
nacional, no se conoce su domicilio, estaba en el suelo en la plataforma de la
estación, desmayada. La paciente no responde a ningún llamado, sus signos
vitales están reportados en el expediente, llegando a la conclusión de que la
paciente está en un estado crítico de salud, requiriendo exámenes exhaustivos;
como un hemograma completo, una resonancia electromagnética, un
electrocardiograma, una monitorización Holter de 24 horas, al igual que otros
exámenes de rutina.

Continuó diciendo la doctora:

−En sus pertenencias no se halló ningún nombre o número que nos pudiera
acercar a algún pariente cercano, solo sus identificaciones personales, sus
tarjetas de banco, dinero en efectivo, cosméticos y su aparato celular. Dicho todo
esto, creo que no hay nada más que agregar, estoy segura de que dejo a la
paciente en muy buenas manos, este hospital tiene excelentes recomendaciones.

Se acercó a Emma, y tomando su mano con cierta sutileza, le dijo en tono


bajito:

−Sé fuerte corazón, resiste... ya saldrás de esta… Dios está contigo.

Emma se sentía petrificada, no comprendía lo sucedido, pues, aunque


experimentaba una paz infinita, a su vez se sentía desconcertada.

Los doctores se reunieron, en voz baja, y discutieron entre todos cuál sería el
tratamiento más adecuado para aplicar en este momento, teniendo en cuenta que
desconocían la historia clínica de la paciente.

Después de unos minutos de discusión, uno de los doctores llamó a una de las
enfermeras y le dijo:

−Gabriela, teniendo en cuenta su experiencia, profesionalismo y discreción, a


partir de ahora usted será la enfermera a cargo de la paciente, estos son los
primeros exámenes que necesitamos realizarle, por favor, esté muy atenta al
teléfono móvil de la paciente en caso de que entre alguna llamada que nos
permita tener contacto con algún pariente, pues el celular está bloqueado con
clave de seguridad y es muy complicado acceder a él para localizar algún
familiar.

Gabriela era de ese tipo de enfermeras que dan la sensación de ser cuidado por
un ángel. Llevaba un poco más de 20 años en el hospital y por su
profesionalismo y carisma se había ganado la confianza y un gran aprecio por
parte de toda la institución y de cuanto paciente se había cruzado en sus
servicios, todos la amaban desde los venteros de las afuera del hospital, el
personal de seguridad, oficios varios, el personal administrativo, hasta los altos
dirigentes del hospital.
VIVE
No había transcurrido una hora cuando el celular estaba sonando, Gabriela lo
tomó y vio que decía llamada entrante de “Mi Thomy”.

Gabriela abrió la llamada y dijo:

−Hola...

Solo se escuchó un silencio por un tiempo. Nuevamente…

−¿Bueno?...

Y al otro lado, una voz gruesa respondió:

−¿Quién habla?

Gabriela inmediatamente contestó…

−Mi nombre es Gabriela Duque, ¿busca usted a la señora Emma?

−Sí, busco a mi esposa, ¿quién es usted?

−Permítame informarle señor…

−Thomas, me llamo Thomas, pero ¿quién es usted? ¿Qué sucede?

−Señor Thomas, como le dije me llamo Gabriela, soy enferma del Hospital
Nuestra Señora del Carpinello, y es muy importante que se presente lo más
pronto posible al hosp…

−Por favor, páseme a Emma… ¿Qué sucede? Necesito hablar con mi esposa.

−Señor Thomas, su esposa no puede hablar por el momento, le ruego se calme


y se dirija de inmediato al hospital. ¿Tiene usted la dirección?

−Pero, espere, ¿qué sucede? ¿Mi esposa está bien? Dígame, por favor, ¿qué
pasa? ¡Dígame que está bien…!

−Señor, no puedo darle información vía telefónica. Por favor, arribe al


hospital lo más pronto posible, nuevamente le pregunto, ¿conoce la dirección?

−Creo que sí, ¿es el que está ubicado entre la calle 23 y la vía central?

−Correcto ese mismo es, por favor cuando llegue diríjase al tercer piso y
pregunte por mí, Gabriela Duque, aquí le daré toda la información que necesite.
¿De acuerdo?

−Sí, señora, de acuerdo.

Thomas, cogió las llaves del auto, su celular y dejó la oficina como estaba,
ingresó al carro, lo encendió, pero no fue capaz de iniciar la marcha de
inmediato, pues se había apoderado de él una ansiedad enorme.

Solo pasaba su mano por la cabeza varias veces y sacudía sus crespos,
tensionaba el cuello, mirando el techo del carro pensaba en miles de cosas que
estarían sucediendo con Emma, la imaginaba enferma, herida, e incluso pensó en
la posibilidad de que ella estuviera muerta lo que le generaba un pánico extremo
que le impedía conducir el auto. Ese macho alfase había convertido en una
esponja de sensibilidad, sus ojos se humedecieron y golpeó fuertemente el timón
del auto por la impotencia. Decidió apagar el auto, salir de él y mejor tomar un
taxi que lo llevara directamente al hospital.

Esos 30 minutos de desplazamiento tuvieron la sensación de horas, de días, de


años, fueron eternos.

Thomas por fin llegaba al hospital y se dirigía al tercer piso, Gabriela estaba
en la recepción, cuando se abrió la puerta del elevador vio salir un hombre que
se notaba enormemente desorientado, angustiado, triste, que miraba a varios
lados... Gabriela inmediatamente exclamó:

−¡Señor Thomas!

Él se acercó ipso facto a ella, como se acercan aquellos parientes que se


reencuentran después de mucho tiempo de distancia; con alegría, susto, ansias y
hasta un poco de temor.

−Hola, enfermera… Qué alivio verla, ¿cómo está ella? ¿Dónde está? ¿Puedo
verla?

Eran las preguntas que venían una tras otra, esperando que la respuesta fuera
obvia.

−Debe ser paciente, tener un poco de calma hasta hablar con el doctor
Martínez. Le ruego, por favor, que se siente y espere un momento acá que voy a
llamarlo.

Thomas, no pudo resistirse a esa dulzura de mujer con mirada compasiva que
le tomaba la mano derecha, como si estuviera saludando y con la izquierda lo
palmoteaba, como una madre cuando quiere brindar tranquilidad a su hijo
logrando que este se sienta seguro de ella.

Se sentó en una silla al lado de la puerta que estaba justo en frente de la


recepción de aquel piso, cruzando los pies y moviendo temblorosamente el pie
derecho sobre el izquierdo para enfocar en algún punto la tensión, las manos
entrelazadas y recostadas a la altura de sus muslos intercalando el temblor del
pie derecho con choques repetidos de los dedos pulgares.

Observaba cada rincón del recinto, miraba hacia la ventana, los cuadros, las
luces blancas, todas las puertas y salidas que había allí con sus respectivos
nombres, pero a él le cuestionaba una en especial, la que decían UCI... Thomas
muy bien sabía lo que estas siglas querían decir.

Luego de unos minutos vio salir a la enfermera Gabriela con un doctor de uno
de los pasillos, ellos se acercaron y la enfermera los presentó:

−Doctor Martínez, este es el esposo de la paciente Emma López, el señor


Thomas.

Thomas, inmediatamente le tendió la mano, sin dejarlo ni hablar comenzó a


preguntar:

−Doctor, dígame, ¿dónde está Emma? ¿Cómo está ella? ¿Puedo verla? Quiero
verla… de verdad lo necesito y sé que ella me necesita también. Se lo suplico,
doctor lléveme donde Emma.

Thomas ya no aguantó más, comenzó a llorar como un niño desconsolado. El


doctor lo observó en silencio, y con voz calmada le dijo:

−Acompáñeme al consultorio. Vamos a hablar y le prometo que pronto estará


viendo a su esposa.

Llegaron al consultorio, el doctor le dijo a Thomas:

−Entre y siéntese, por favor. ¿Desea tomar un vaso con agua?, le ayudará a
relajarse un poco.

Thomas recibió el vaso con agua y bebió un poco, miró al doctor con una
atención suprema, este ingresó al ordenador y abrió el expediente de Emma,
miró a Thomas y le dijo:

−Señor Thomas, le informo que la situación con su esposa es muy delicada,


estamos atentos a los resultados de unos análisis, a la vez que esperamos poder
realizar otros exámenes de forma urgente, entre ellos el que más nos interesa,
que es la resonancia electromagnética, solo falta que nos confirmen la hora del
examen. La sintomatología no es muy favorable pero no queremos adelantarnos
en los análisis, preferimos esperar.

El doctor Martínez prosiguió:

−Es muy importante que usted nos informe cuáles antecedentes médicos tiene
su esposa, si es alérgica a alguna medicina o si en el momento está tomando
algún medicamento, pero lo más importante es que conserve la calma para que
ahora que ingrese a verla pueda transmitirle esta sensación a ella.

Thomas no pronunciaba ni una sola silaba, solo asentaba con la cabeza de


forma positiva, era como si estuviera en trance. El doctor le pidió que esperara
un momento que la enfermera llegara por él, para que brindara la información
que requerían, y de ahí, ella lo conduciría a donde estaba Emma.

El doctor tomó el teléfono del consultorio y por el parlante llamó a la


enfermera Gabriela, quien no demoró ni dos minutos en llegar, le indicó a la
enfermera que llevara a Thomas a recepción para que ayudara con la
información pertinente, y luego lo condujera donde la paciente.

Gabriela acató la orden y dijo:

−Señor Thomas, acompáñeme por favor.


Thomas se levantó en silencio y se dispuso a seguir a la enfermera. Llegaron a
la recepción y en menos de 5 minutos él ya había brindado la información
requerida.

Ella lo miró y de nuevo le dijo:

−Sígame, por favor.

Lo condujo hacia el pasillo y le pidió que se desinfectara las manos, luego


empujó justo la puerta que él tanto temía que se abriera… “UCI”, Unidad de
Cuidados Intensivos.

Él sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, podía inclusive sentir las
pulsaciones en su cabeza, ella caminó hasta el fondo, volteó a la izquierda (todos
eran como cubículos de incubadora) caminó hasta el tercer cubículo y se detuvo;
miró a Thomas y el comprendió que allí estaba su esposa.

El miró por el vidrio, una fría sensación le invadió por todo su cuerpo, Emma
estaba acostada y aunque parecía dormir plácidamente, el verla conectada a
diversos aparatos, con sondas en varias venas, respirador, el sonido lento del
bip…bip…bip...eran demasiado para él.

Miró a la enfermera y le preguntó:

−¿Puedo entrar?

Ella asentó con la cabeza que sí, pero antes de que él entrara lo tomó del brazo
y le dijo en voz muy baja acercándose al oído…

Sea fuerte, no se derrumbe ante ella, dele a entender que la ama, que está aquí
por ella y que juntos van a superar este impase.
La puerta se abrió, Thomas entró lentamente, antes de emitir el más mínimo
sonido, o pronunciar una sola silaba solo le tomó la mano, le acarició
suavemente el rostro y la besó delicadamente en la frente… ella inmediatamente
respondió con cierta energía que trasmitió a Thomas y que solo él pudo sentir,
allí él supo que Emma estaba al tanto de su presencia.

−Emma, Emma mía … −dijo, suavemente, mientras le acariciaba el rostro−.

−Mi pedazo de chocolate oscuro. −La llamó de esta forma, porque entre ellos
existía la costumbre de llamarse así; chocolate oscuro, que era Emma, y
chocolate blanco, que era él−.

Se acercó y la miró fijamente al rostro con una ternura absoluta, la observó en


silencio por unos largos segundos y le dijo:

−Aquí estoy contigo, como lo prometí un día, en las buenas y en las malas, en
la salud y la enfermedad. Ya verás que esto es solo un mal momento que pronto
pasará, que venceremos juntos como siempre lo hemos hecho, por tu amor, por
mi amor, por el nuestro y los nuestros, porque tenemos muchos planes por
cumplir, sueños por realizar, proyectos por materializar, cenas, bailes, ir a cine,
hacer el amor hasta el cansancio, y muchos viajes por hacer.

En ese instante Emma dio su primera señal de estar consciente, un par de


lágrimas rodaron por sus mejillas, allí Thomas sintió que su Emma estaba más
viva que nunca.
ESPERANZAS
Tres suaves golpes sobre el vidrio interrumpieron el esperanzador momento,
era Gabriela quien estaba acompañada de dos camilleros y otras auxiliares. Con
la mano, le hizo señas para que saliera, cuando el salió le explicó que ya habían
autorizado la resonancia electromagnética, que Emma sería llevada al séptimo
piso para el examen, él, mientras tanto, podría aguardar en la sala de espera
porque durante el análisis no se permitía acompañante, también le entregó una
bolsa y le dijo que allí estaban las pertenencias de Emma, su ropa, un abrigo, el
móvil y la cartera con los documentos.

En cuestión de minutos pasaban por su lado, con su esposa en la camilla, lista


para realizar el examen. Thomas observaba impávido cómo lucía su esposa de
plácida, ahí acostada. Él salió de la UCI y se sentó en la sala de espera, con una
cara de optimismo única, el solo hecho de que Emma hubiese dado indicios de
estar consiente, de reconocer su presencia, lo llenaba de mucha esperanza.

Pasada casi una hora regresaron con Emma, él inmediatamente se puso de pie,
se acercó a la enfermera y le preguntó:

−¿Qué dicen los exámenes? ¿Cómo está Emma?

Gabriela le respondió que el resultado tardaba 72 horas en ser entregado, en


cuanto al análisis completo de hemograma tratarían de que estuviera listo para el
día de hoy, y que el doctor llegaría en unos segundos para hablar con él.

Thomas preguntó que, si podía entrar a acompañar a su esposa, a lo que


Gabriela le respondió que sí, que entrara mientras llegaba el doctor, debido a que
en la UCI estaban restringidas las visitas por ser una zona muy vulnerable y de
alto riesgo para los pacientes.

Thomas ingresó y nuevamente tomó la mano de Emma, esta vez no dijo nada,
solo la acarició dulcemente, de nuevo volvió a sentir esa energía inexplicable,
pero que le daba la certeza de que Emma sabía que él estaba allí.
Nuevamente tres golpes suaves en el vidrio era el doctor que lo llamaba,
Thomas lo miró y levantó la mano indicando que pronto saldría.

En ese instante, una idea loca pasó por su mente… abrió la bolsa de las
pertenencias de Emma, tomó la cartera, sacó los cosméticos y con el lápiz labial
de Emma se pintó los labios, la besa en la frente, se acerca y le susurra al oído…
para que sepan todos a quien tu perteneces, el beso aleja lobos.

Thomas salió y llegó al consultorio del doctor, quien lo miraba un poco


extrañado, hasta que tomó servilletas y se las dio argumentando, si desea puede
limpiarse los labios, Thomas sonrió un poco avergonzado recibió las servilletas y
se limpió.

Luego, el doctor Martínez procedió a decir:

–Señor Thomas, las noticias que le tengo no son muy alentadoras, espero que
por esto no pierda las esperanzas. Los resultados de los exámenes de sangre y el
electrocardiograma nos muestra que, en el momento, Emma padece una
pericarditis aguda, la cual consiste en una inflamación súbita y generalmente
dolorosa del pericardio, que es como el músculo membranoso que rodea al
corazón y la más frecuente condición que afecta es al pericardio, caracterizado
por un derrame de líquido y productos de la sangre como la fibrina, glóbulos
rojos y glóbulos blancos en el espacio pericárdico, su complicación más seria es
el taponamiento cardíaco en el que la acumulación de líquido en el pericardio
obstruye el flujo de sangre hacia el corazón, y es una condición letal.

Thomas abrió los ojos desorbitadamente y exhaló un fuerte suspiro como


quien toma un trago fuerte que quema el pecho, pero libera el alma, trató de
hablar, pero el doctor lo interrumpió diciendo:

–Aunque eso no es en verdad lo que más nos preocupa, para el diagnóstico


actual, ella no debería estar inconsciente, no quiero adelantarme, pero la última
respuesta la tendremos en 72 horas con el resultado de la resonancia. Por ahora
sea fuerte y confiemos que podamos brindar una solución satisfactoria, solo que
debo ser honesto e informarle que debe estar preparado para un proceso fuerte.
Le recomiendo que vaya a su casa, tome una ducha y regrese mañana en la
mañana, en la UCI las visitas son de 12:00 m. a 13:00 p. m., y de 17:00 p. m., a
18:00 p. m., sin embargo, reconociendo la importancia de su presencia en este
proceso para que nos ayude a regresar a Emma a su estado de conciencia, he
dado un permiso especial que aunque no le permite estar las 24 horas al lado de
ella puede darle el beneficio de ingresar varias veces en el día por algunos
minutos, esto es lo máximo que puedo hacer por usted. ¿Entendido, señor
Thomas?

Thomas solo lo mira y dice:

–La verdad es que no comprendo nada, muchas cosas turban mi mente en


estos momentos, quiero pensar que este es un mal sueño del que pronto voy a
despertar, quiero gritar, quiero correr, salir, fumar un cigarro, tomar un trago…
en fin hacer cualquier cosa que me ayude aterrizar, usted dice que está a la
espera de un resultado, que el análisis actual que es aterrador, para mí no es lo
que más le preocupa, sino que Emma no debería estar inconsciente, y sin
embargo lo está. La verdad doctor esto me produce pánico, Emma es lo único
que tengo, mi padre falleció cuando yo era un jovencito, mi madre está recluida
en un hogar geriátrico y padece de demencia senil, mi única hermana vive en el
extranjero hace varios años y nunca pudo superar que yo uniera mi vida a una
mujer de piel canela, ni mucho menos que no estuviera a la altura del apellido
Santander, soy muy escaso de amigos, para ser honesto no cuento con eso que
llaman mejor amigo o amigo confidente. Emma es mi vida, mi todo, si ella me
falta mi mundo se derrumba porque no sé continuar, porque no soy persona de
nuevos comienzos… tengo mucho pánico doctor. –Dijo Thomas, con voz
entrecortada–.

El doctor Martínez lo escuchó con mucha atención, luego de un mediano


silencio suspiró y le dijo:

–Señor Thomas, comprendo todo lo que me dice, de verdad que no me veo en


su piel en este momento, lo único que le puedo aconsejar es que no vaya a su
casa directamente al salir de aquí, mejor busque un bar de esos de los que son un
poco tranquilos, que ayudan a reflexionar, tómese un par de tragos, y si puede,
hable con algún desconocido, cuéntele lo que siente, lo que le pasa y esto lo hará
sentir mejor, por lo menos le ayudará para que cuando llegue a casa pueda
concebir un poco más fácil el sueño, así, mañana en la mañana, se levantará con
más fuerzas para venir al hospital y poder enfrentar esta batalla.

–Pero eso sí… –Le aconsejó el médico– solo un par de tragos, si toma más
solo logrará empeorar la situación y su estado de ánimo podría llegar a afectar un
poco más a la paciente, lo necesitamos fuerte, optimista y decidido.

Thomas salió del hospital, luego de cruzar la puerta miró hacia el cielo como
quien busca repuestas, como quien quiere un poco de paz, la tarde estaba
cayendo, era un ocaso maravilloso de esos que invitan un poco la reflexión, a la
nostalgia.

Tomó un taxi y le pidió que lo llevara a la esquina de la calle 8 con calle alta.
Durante el camino él solo pensaba un sinfín de cosas, incluso cosas que no se
relacionaban unas con otras. El conductor era un señor que lucía amable, pero
muy callado. Thomas lo miraba de reojo, como con ganas de entablar una
conversación, de esta forma seguir el consejo del doctor, pero no sabía cómo
hacerlo… carraspeó y dijo:

–Duro día, ¿no?

A lo que el conductor asintió solo con la cabeza de forma afirmativa y


pronunció un simple unjú.

Thomas desistió y mejor decidió continuar el viaje en silencio y observando


por la ventana todo el movimiento urbano de la hora pico al término de la
jornada. Pronto llegaron a la dirección y allí estaba la calle de la buena música,
así era conocido el sector.

Se bajó del carro, cruzó la calle al frente, caminó por la acera como hasta la
mitad del bloque hasta que llegó a su destino, “El rinconcito bohemio”. Entró y
caminó hasta la barra, pero notó que estaba muy iluminada, él lo que menos
quería era que su presencia fuera muy evidente, solo quería estar cómodo,
solitario y así poder reflexionar ante tantas cosas que merodeaban por su mente.

De pronto, se percató que a un lado de la barra había una mesa pequeña


disponible como para dos personas, la cual no era tan iluminada, se dirigió allí y
se sentó, puso la bolsa con las pertenencias de Emma en la silla que quedaba
disponible, esperó a ser visto para ordenar y solicitó que le llevaran un whisky
doble en las rocas.

Mientras le traían su pedido observaba todo el lugar, el sitio era perfecto para
la ocasión, la música era muy social, no muy alto el volumen de los que
permiten pensar y hasta tener un buen diálogo, que puede ser perfecto para el
romance o la reflexión.

De un momento a otro, comenzó a proyectarse en su mente varias escenas,


como una película, pensaba en lo extraña que iba Emma en la mañana al salir de
la casa, en qué podría estarle pasando, qué sería lo que pasaría por su mente y no
podía expresar, si sentiría dolor, hambre o soledad; si en realidad las lágrimas
eran una reacción al sentir su presencia o si él se estaba haciendo falsas
ilusiones. Pensaba en todo lo que le dijo el doctor y sentía pánico de que la
situación fuera más grave de lo que parecía.

De pronto, comenzó a pensar cómo sería su llegada a la casa y qué sentiría al


saberse sin la presencia de Emma, pues en los años que llevaban juntos nunca
habían estado una noche separados, pensó incluso hasta si Emma fallecía, cómo
haría para continuar su vida, visualizó el momento, sintió la situación en su
propia piel, sus pelos se erizaron, su rostro se calentó, y de ese color pálido que
él era, no quedaba el más mínimo rastro, estaba totalmente enrojecido.

Tragó casi medio vaso de licor en un solo sorbo e inmediatamente sus ojos se
humedecieron, no pudo evitar lo inevitable, su rostro se empapó en lágrimas,
lloraba y lloraba sin poder parar aunque de forma silenciosa, solo bajo la mirada
a la mesa, puso los codos sobre esta y con las manos a la altura de la frente
introdujo los dedos entre sus crespos para sostener la cabeza, solo se podía ver, a
través de la media luz, en su silueta, como las lágrimas goteaban por la punta de
su nariz hasta caer sobre la mesa.

En la barra, un hombre lo observaba atento, más que curiosidad sentía pena,


pues ver una mujer llorar duele por lo frágil que se ve, pero ver llorar un hombre
es un acto que conmueve, que desgarra y más cuando está en solitario.

El hombre tomó su copa, se levantó y se acercó a Thomas, se paró al frente y


puso la mano que tenía libre sobre la silla vacía, Thomas se limpió el rostro y
lentamente levantó la mirada hacia el desconocido, quien solo le preguntó que si
la silla estaba ocupada o podía utilizarla, a Thomas le pareció un poco extraño,
pues en el lugar había más sillas, sin embargo baló la mirada y asentó con la
cabeza que sí, tomó la bolsa con las pertenencias de Emma las puso sobre sus
piernas, el hombre extraño corrió la silla hacia atrás y se sentó aproximándose a
la mesa.

Thomas, sin alzar la cabeza, solo levantó la mirada, lo observó detenidamente


y en silencio, el hombre bebió un sorbo del trago que tenía en la mano, y dijo:

–No pretendo que me cuentes tus problemas, ni la situación que te acongoja,


solo me siento acá en silencio como gesto de solidaridad masculina para que
sepas que no estás solo, no te preocupes puedes continuar llorando, llorar
también es de hombres pues nos es permitido sentir.

Llamó al camarero y le solicitó dos tragos, un Grey Goose con soda y limón
para él, y otro, de los que estaba tomando Thomas, dijo:

–No se preocupe, yo invito.

Un silencio reinó entre ellos por unos instantes.

Luego se interrumpió el silencio entre los dos:


–Siento que estoy perdiendo a mi esposa, –dijo Thomas en voz baja y
temblorosa–, el hombre le respondió:

–Me presento, me llamo Andrés, así no sentirá que habla con un


desconocido… y cuénteme ¿es muy grave la situación? o ¿algo que se pueda
remediar con un ramo de flores o una serenata?

–No me refiero a esa pérdida, esa nunca pasaría, conozco muy bien a mi
Emma, me refiero a que ella se está debatiendo entre la vida y la muerte, no sé
qué tiene solo sé que está muy delicada y no me dan muchas esperanzas y
aunque en mí hay positivismo, también existe una extraña sensación que no me
da paz.

Andrés preguntó:

–¿Cómo te llamas?

–Thomas Santander, respondió él.

Andrés extendió su mano, la puso sobre el hombro de Thomas, dio un breve y


respetuoso masaje, le dijo:

–Levanta la cara, no sientas vergüenza, al contrario, libera tu pena, llorar es de


caballeros, de hombres sensibles, toma servilletas y haz tu proceso, eso hará que
te sientas mejor.

Thomas dijo:

–Gracias, de verdad que ya me siento mejor.

Unos instantes más tarde comenzó a hablar de su relación con Emma; cómo la
había conocido, cómo se enamoraron, el proceso de vivir juntos, lo que ella
significaba para él, el temor de perderla... Hubo un poco de risas y llanto, así,
por varias horas.

Aunque Thomas no siguió las instrucciones del doctor Martínez al pie de la


letra, pues el doctor dijo dos copas y él había tomado tres dobles, había realizado
una especie de catarsis que lo había liberado un poco, se sentía más liviano, la
mente más clara, con temor, pero más optimista y dispuesto a luchar por Emma
hasta el final. Se despidió de Andrés y se dispuso a regresar a casa.

Durante su recorrido a casa solo pensaba por fragmentos, trataba de evitar


pensar en la situación, por lo que recordaba cosas del pasado, pero estas
inmediatamente lo halaban al presente, a la situación que vivía con Emma, por
ende, lo llevaban a visualizar un futuro no tan cierto, a imaginar una gama de
posibles escenarios; algunos esperanzadores, otros en cambio, muy inciertos.

Pronto llegó a la casa y antes de entrar la observó detenidamente, esta vez


faltaba algo muy especial la silueta de Emma entre las cortinas esperando a su
hombre amado… su pedazo de chocolate blanco.
SOLO
Tomó la difícil decisión de ingresar, enfrentar lo inevitable, su hogar de
siempre, pero ahora frío y solitario.

Abrió la puerta, encendió la luz de la sala desde el interruptor que estaba al


lado de la puerta de entrada, se detuvo por unos segundos, observó el espacio, se
dirigió a la cocina, prendió la estufa, puso la tetera con agua para preparar un
café, en la barra junto al horno microondas descargó las llaves al igual que su
cartera personal, puso las manos abiertas sobre el mesón del grifo del agua,
inclinó su mirada al techo, suspiró fuerte comenzando a hacer ejercicios de
estiramiento al cuello como quien quiere liberarse de un gran peso que lleva
entre la nuca y los hombros.

Pronto la tetera emitió el sonido notificando que el agua estaba lista, tomó una
pequeña taza, puso una cuchara pequeña de café vertió el agua caliente, abrió la
gaveta que estaba a un lado del fregador automático tomó el paquete de
cigarrillos, el encendedor y se dirigió hacia el balcón de la habitación pasando
por esta como si no quisiera ver nada de lo que allí había.

Ya en el balcón encendió el cigarrillo, dio un sorbo suave al tan anhelado café


era como si al catar este en su boca se mezclara al ritmo de los pensamientos, al
espirar el cigarrillo y exhalar el humo tomara fuerza para liberarse de sus
temores, así fue hasta que acabó el cigarrillo e inmediatamente encendió otro,
era la primera vez que hacía esto.

Solo fumó el segundo hasta la mitad, pero decidió apagarlo después de una
última y fuerte inhalada. Pasó de largo por la habitación fue a la cocina, como
nunca lo hacía lavó la taza y la puso a secar sobre el entrepaño al lado de la
estufa.

Por fin llegó el momento que tanto había evitado, ir a la habitación para
enfrentarse a la soledad del cuarto, a la inmensidad de la cama. Caminó desde la
cocina lentamente hasta que llegó a la puerta y ahora sí lo observó todo
completo, detalle por detalle, se sentó en la cama y miró el despertador; eran las
11:43 p. m., pronto llegaría la medianoche.

Encendió la televisión, pero sin percatarse del canal, tampoco del programa
que estaban presentando, bajó el volumen a un tono moderado, solo por sentir un
poco de compañía, miró hacia el tocador, allí estaba una foto de los dos que
había sido tomada en uno de los viajes de vacaciones años atrás y estaba en un
marco cuidadosamente seleccionado por ellos mismos; la foto era hermosa, el
lugar paradisiaco, los dos habían quedado como modelos de revista.

Esa era la fotografía del año, pues Emma acostumbraba cada comienzo de año
a revisar entre todas las fotografías que se habían tomado juntos para seleccionar
una foto que fuera la que estaría ahí durante todo el año como fuente inspiradora
del amor que se tenían; como la renovación anual de sus votos, la que les
recordaría al levantarse que tenían una lucha conjunta con la vida para seguir
construyéndola juntos, y al acostarse sentir la satisfacción de tener alguien con
quien compartir los sueños.

Thomas tomó la foto entre sus manos, su mente se inundó de todo tipo de
recuerdos, de vivencias, de toda clase de momentos que inmediatamente
desataron el llanto como a un niño desconsolado, de aquellos que no se pueden
parar, que se siente en el pecho, y se derrama entre sollozos repetitivos.

Se llevó la foto contra el pecho, se recostó sobre la almohada, dejó un pie


colgando sobre el suelo y el otro sobre la cama; así lloró por un largo rato, hasta
que el cansancio lo venció en un profundo sueño.

Thomas abrió los ojos y se vio acostado de lado, en posición fetal, con un
poco de dolor a la altura del pecho, donde se percató de que estaba la foto de los
dos, le sorprendía ver que había luz de día entrando por el ventanal del balcón e
inmediatamente se incorporó pensando que por su hábito de mal madrugador se
le había hecho tarde para ir al hospital.

Pero la vida había sido justa con él, apenas eran las 7:10 a. m., tiempo justo
para tomar una ducha, un buen café, de pronto un cereal con leche (más por
deber, que por deseo) tomar un taxi hasta la oficina para recoger su vehículo y
así poder desplazarse con mayor comodidad hasta el hospital para acompañar a
su pedacito de chocolate oscuro.

Todo fue calculado a la perfección, no eran las 9:00 a. m., cuando Thomas ya
se encontraba a la entrada de la UCI esperando le autorizaran el ingreso de sus
primeros cinco minutos que le habían sido otorgados por el doctor para visitar a
Emma en horario extravisita, de esta forma poder ayudarla en el proceso de
regresar a su estado de conciencia, como se lo había pedido el doctor.

Ingresó al cubículo donde Emma parecía dormir plácidamente, no se veía en


ella el más mínimo signo de dolor o de angustia, al contrario, parecía estar en el
mejor de sus sueños, todavía le suministraban medicamentos intravenosos al
igual que el tormentoso monitor de signos vitales que, como mínimo señalaba
que permanecía con vida.

Thomas se sentó en una silla al lado de la cama, le tomó la mano derecha con
su mano izquierda, se acercó, la besó en la frente y procedió a saludarla:

–Hola, mi pedazo de chocolate oscuro, –dijo en un tono suave–.

Nuevamente, sintió esa extraña energía del día anterior que le daba a entender
que había una fuerte conexión con Emma.

Calló por unos instantes pensando en qué más decir y lo primero que dijo fue
justo eso:

–La verdad que no sé qué decir, tú sabes que soy de pocas palabras, pero el
doctor me pide que hable contigo y en este momento no sé de qué hablarte, él
dice que es necesario que escuches mi voz, para que te familiarices con este
mundo consciente y regreses de donde estás, pues es difícil porque tengo la
presión del tiempo, solo son cinco minutos que debo de aprovechar al máximo…
Bueno, comenzaré contándote un poco de lo que te sucedió…

Thomas le relató más o menos la versión que él tenía de los hechos, a Emma,
sin soltarle la mano, acariciándole el cabello, esos cinco minutos pasaron como
un relámpago. Pronto, una enfermera estaba tocando el vidrio y señalándole el
reloj de pulso, como quien indica que el tiempo terminó.

Thomas salió, se dirigió a la cafetería del hospital pidió un café, se sentó y


comenzó a revisar sus redes sociales en el celular como matando el tiempo en
espera del nuevo turno para entrar de nuevo a ver a Emma.

Así transcurrió todo el día, entre turnos de cinco minutos en los cuales no
sabía qué decir, cada vez le parecía más difícil entablar una conversación donde
él era el único hablante, daba gracias cuando entre horas llegaban amigos,
familiares o compañeros de trabajo a preguntar por el estado de salud de Emma,
pues esto le ayudaba un poco a sobrellevar el día.

Cayó la tarde cuando Thomas decidió que debía regresar a casa, ya el tráfico
comenzaba a ponerse pesado y debía descansar un poco, puesto que al día
siguiente tenía que pasar por la oficina temprano a dar unas instrucciones a los
empleados, distribuir sus funciones y asignar nuevas tareas. Thomas era
consciente de que esta situación lo mantendría alejado de sus labores en la
empresa por un buen tiempo, pero de igual forma esta debía continuar con el
negocio porque los gastos que le esperaban eran grandes, adicional a que las
obligaciones actuales no dan espera.

Thomas ingresó por última vez a ver Emma, para despedirse, tomó su mano,
acarició el cabello y el rostro de su amada, se acercó y le habló dulcemente al
oído:

–Es hora de partir, mi pedacito de chocolate oscuro, pero te prometo que


mañana volveré, con nuevos temas para no ser un conversador tan aburrido. Esta
noche pensaré en varias cosas, ya verás que conocerás mi lado divertido, –y se
sonrió–.
Esta vez, para despedirse, la besó, pero no en la frente, sino dulcemente en los
labios; Thomas pudo notar que la piel de Emma se erizaba, esto lo llenaba de
más optimismo, su rostro se iluminó, salió de allí como flotando, todo era más
positivo y su mirada esperanzadora.

Subió a su auto condujo hasta la casa, puso música durante el camino, cantó,
el viento sacudía sus crespos, el tráfico parecía no existir, era como si estuviera
preparando el regreso a casa de algún pariente que se encontraba en el exterior
hacía mucho tiempo.

Al llegar, parqueó el vehículo y entró a la casa, esta vez con un aire triunfante,
dejó la chaqueta sobre el sofá de la sala, se quitó los zapatos a la entrada del
cuarto, fue a la cocina abrió el refrigerador tomó la jarra del jugo y bebió
directamente de esta como solía hacerlo, sacó un pedazo de pan de la despensa e
intercalaba el masticar el pan, pasándolo con sorbos grandes de jugo, luego de
que terminó, entró de nuevo al cuarto, se quitó el pantalón, la camisa, las medias,
abrió el clóset sacó sus pantalones deportivos, un suéter, unas medias cortas, los
tenis, se vistió con todo aquello, sintonizó su celular en su música preferida, se
puso unos audífonos, las llaves y la cartera en el bolsillo.

Thomas se dispuso a trotar como hacía mucho tiempo no lo hacía, tomó


camino abajo tres calles, volteó a la derecha dos calles más, saludaba a cuanto
personaje se encontraba a su paso. Por fin llegó al parque de los enamorados;
aunque muchos desconocían su verdadero nombre, este había sido nombrado así
porque era un parque con un lago enorme en la mitad, una gran extensión de
grama verde, la cual se llenaba durante la buena temporada de lectores,
deportistas, parejas, meditadores, etc.

Lo más espectacular de este parque es que era cercado en su exterior por


guayacanes de todos los colores que siempre se ponían de acuerdo para florecer
por la misma temporada; aunque el país no contaba con las cuatro estaciones tan
marcadas como en otros; sí tenía tiempo de lluvia, tiempo de sol, meses de
vientos y temporada fría. Esta era una de las temporadas más hermosas del año,
donde estos árboles lucían sus mejores trajes.
Él y Emma acostumbraban a ir a este parque. Emma leía alguna de sus
novelas o libros recomendados mientras Thomas trotaba alrededor del lago, algo
que hacía mucho habían dejado de hacer por el trabajo y los quehaceres
cotidianos o, mejor dicho, eso que llamamos rutina.

Luego de trotar por casi una hora alrededor del parque, Thomas cayó en el
mismo pecado que Emma le hacía cometer siempre, se arrimó a un carro de
comidas callejeras; pidió una deliciosa hamburguesa de queso con tocino, papas
fritas, para ajustar una gaseosa Cola, bien chispeante y fría. Era como si Emma
le estuviese diciendo:

–Tranquilo, querido que el que reza y peca… empata.

Ah, esa sensación que nos hace querer volver a vivir esos momentos mágicos
del pasado, esos que cuando los recordamos nos cuestionan mucho acerca de
cómo transcurre el tiempo, pero al final nos responden que el tiempo pasa, pero
no pasa en vano; pues transforma todo lo que toca a su paso, haciendo que en
muchas ocasiones nos propongamos a revivir aquello que no puede tener sino
solo una vida. Por así expresarlo, aunque esté mal dicho, revivir lo irrevivible,
porque en la vida todo se vive una sola vez, ningún instante es igual a otro,
aunque estén dentro de la misma unidad de tiempo, pues el tiempo es algo que
pasa y nunca vuelve.

Thomas regresó a casa, se quitó la ropa quedando en bóxer, sintiéndose


liberado por un instante de tanta presión vivida en los últimos dos días. Caminó
por toda la vivienda agitando las manos para refrescarse, de vez en cuando
alzaba los brazos para olfatear las axilas, como esperando sentirse fresco a punto
de poder tomar una ducha.

Entró al cuarto, luego al baño, se quitó la ropa interior y se sentó a orinar,


luego pasó a la ducha, graduó el agua que, aunque no le gustaba caliente,
tampoco la prefería helada, solo le quitó el frío.

Se puso bajo esta y dejó que el agua cayera por todo su cuerpo por un buen
tiempo, luego aumentó un poco la temperatura de esta y se puso un poco de
champú en la cabeza, comenzando a masajear sus crespos desde el cuero
cabelludo, se enjuagó el pelo y de nuevo puso más champú, pero esta vez no lo
enjuagó, algo que de alguna manera lo hacía sentir más relajado, hacía tiempo
que no disfrutaba tanto de un baño como lo estaba haciendo, luego tomó el jabón
líquido para el cuerpo, puso una buena cantidad en su mano derecha y comenzó
a esparcírselo por todo el cuerpo; comenzando por el cuello, las axilas, pasando
por el pecho, el estómago, los muslos, las pantorrillas, llegó a los pies los estregó
un poco y los lavó de inmediato para no resbalarse, de resto casi todo su cuerpo
estaba enjabonado.

Solo faltaba sus partes íntimas, tomó esta vez poca cantidad de jabón y
comenzó estregándose las nalgas, luego pasó a su miembro sintiendo una extraña
sensación de placer, puso un poco más de jabón y se concentró en sus genitales,
sus testículos que ahora se ponían un poco más pesados y su pene más firme,
comenzó a acariciarse lentamente, primero con una mano, después paso a la otra
alternando poco a poco, entraba y salía debajo de la ducha constantemente,
mientras el jabón se deslizaba suavemente por todo su cuerpo.

Luego de estar muy excitado comenzó a masturbarse fuertemente, estiraba su


cuello, levantaba la cabeza, contraía todos los músculos, se acariciaba las
piernas, el estómago y el pecho, su rostro gesticulaba de muchas formas, con los
ojos cerrados, mordiéndose los labios fuertemente, de pronto llegó a su punto de
excitación más alto, poco a poco fue terminando entre leves quejidos y suspiros.

Nuevamente enjabonó su cuerpo se enjuagó por última vez, mientras


pensaba en si lo que había hecho estaba bien, vivir un momento de placer
teniendo en cuenta que su esposa se encontraba en condiciones un poco
delicadas en el hospital, otra cosa que le parecía extraño era que esta vez sí lo
había hecho pensando en Emma pues, aunque muy pocas veces tenía esos
momentos íntimos solo, no pensaba mucho en ella, más bien liberaba sus
fantasías.

Thomas salió del baño, se secó, se puso la toalla alrededor de la cintura, fue a
la cocina, encendió la tetera del agua, preparó un café, tomó un cigarrillo, salió
al balcón como de costumbre a vivir su momento de placer nocturno, esta vez
el segundo momento de la noche.

Ingresó a la cocina lavó la taza, recogió todo lo que tenía tirado por la casa,
organizó lo que necesitaba para el día siguiente, luego fue a la cama esta vez
desnudo para poder descansar más plácidamente, encendió la TV, sintonizó un
programa cualquiera como para comenzar a relajarse y en cuestión de minutos
cayó en un sueño profundo.
AMIGO
La mañana llegó más rápida que de costumbre, esta vez a Thomas le costó un
poco más ponerse en pie, también estaba un poco angustiado porque le había
prometido a Emma que pensaría en temas de gran interés para hablarle durante
los cinco minutos de visita, pero la verdad no había pensado nada, se había
dedicado a recargarse de buena energía para enfrentar el nuevo día.

Thomas se levantó de la cama, se dirigió al baño, se puso la salida de baño de


Emma, mientras cepillaba sus dientes encendió la tetera para calentar el agua y
prepararse uno de esos cafecitos que activan el día de cualquiera. Encendió la
radio para sintonizar las primeras noticias del día, cuando el agua hirvió apagó la
estufa decidiendo mejor bañarse primero antes de tomar el café, esta vez Thomas
se dio una ducha no tan detallada como la del día anterior, sino más bien un poco
más rápida.

Preparó el café, le dio un sorbo para testear cómo había quedado; la respuesta
fue… unas ganas incalculables de fumar un cigarrillo, algo que muy rara vez
sentía en las mañanas y hoy no pensaba privarse de ese placer.

Salió al balcón, sintió como el sol de las mañanas calentaba un poco su cuerpo
que había quedado muy fresco por la ducha, comenzó a tomar el café intercalado
con unas fuertes inhalaciones de cigarrillo donde luego soltaba lentamente el
humo al aire, como si fueran bocanadas de tensión que se liberaban en el viento,
mientras lo hacía pensaba en qué cosas podía hablarle a Emma hoy durante los
períodos cortos de visita que tendría con ella, lastimosamente no se le ocurría
nada.

Thomas decidió vestirse e irse directo al hospital, estaba a punto de comenzar


la hora pico y no quería quedar atrapado mucho tiempo en el tráfico. Empacó en
su maletín una manzana, unas galletas integrales y un yogur en caso de que lo
cogiera una emergencia alimenticia durante el día.

Salió de la casa, encendió el auto y sintonizó su emisora de clásicos


matutinos. Era una mañana muy fresca, soleada pero fresca, de esas que
anuncian un bonito día para la ciudad y que aún así puedes ver la cara de
desconsuelo en aquellos que les cuesta levantarse temprano.

Thomas quería evitar el tráfico, pero fue un poco tarde, ya comenzaba todo a
ponerse un poco más lento, sin embargo, se dispuso a aprovechar el tiempo
pensando en los temas que le hablaría a Emma, pero por más que echaba cabeza
no se le ocurría algo específico. De pronto, al estar en una luz roja esperando el
cambio, recordó las palabras de su amigo de paso… “Andrés, si necesitas hablar
con alguien, o cualquier otra ayuda, puedes contar conmigo, solo llámame” -y en
una servilleta apuntó su número de teléfono-.

Thomas aprovechó el rojo del semáforo y buscó en su cartera, efectivamente


allí estaba el número anotado; activó el manos libres, cerró las ventanas y marcó
aquel número. Timbró por un buen tiempo hasta que se activó el buzón de
mensajes, colgó el teléfono para marcar de nuevo, efectivamente este repicó otra
vez hasta irse a buzón de mensajes; en esta ocasión él tomó la decisión de dejar
una nota de voz:

-Hola, Andrés, soy Thomas; no sé si me recuerdas, aquel que conociste hace


dos noches en el “El rinconcito bohemio”, este… llamaba para… huumm…
saludar, espero que estés bien. Chao.

Thomas cerró el teléfono, no habían pasado dos minutos cuando estaba


recibiendo la llamada de regreso de Andrés, él contestó de inmediato como
quien está a la espera de algo muy importante.

-Aló… -dijo Thomas, como queriendo parecer que no sabía quién era-.

-Hola, Thomas, soy Andrés, ¿cómo has estado?

-Eh, Andrés, excelente, por así decirlo… Me alegra mucho saber de ti, ¿cómo
estás? ¿Qué cuentas?
-Yo, muy bien gracias, perdona que no te pude contestar, cuando me llamaste,
pero inmediatamente recibí tu mensaje decidí devolverte la llamada…
Cuéntame, ¿cómo estás?

-No te preocupes. Gracias por devolverme la llamada Necesitaba hablar con


alguien y como sabes, soy alguien de pocos amigos por no decir de ninguno…
je, je, je… sonrió como con cierta timidez.

-No te preocupes, hombre, cuéntame, ¿cómo puedo ayudarte?

-Pues… recuerdas que mi esposa está hospitalizada…

-Sí, claro, ¿cómo sigue ella?

-Ella está igual, no muestra ningún síntoma de mejoría, aunque tampoco


desmejora, continua en cuidados intensivos, con horario de visitas restringidos,
yo tengo un permiso especial que me permite entrar cada hora y media o dos
horas por cinco minutos para hablarle, pues dice el doctor, que el hecho de que
ella escuche mi voz puede ayudar a que recobre la conciencia, pues aún sigue
inconsciente. Claro, que aunque el doctor dice que ella no muestra mejoría, yo
siento una energía especial cuando estoy al lado de ella, que le hablo, que la
acaricio, hasta cuando la beso; primero derramó lágrimas, después se le erizó la
piel, lo que para mí es un buen síntoma, pues me demuestra que ella sabe que
estoy ahí, y de alguna manera, se comunica conmigo.

-Eso está bien, -replicó Andrés-.

-Sí, pero eso no es todo, ayer fue muy difícil encontrar de qué hablar con ella
durante cada cinco minutos de permiso, y le prometí que para hoy sería un mejor
conversador, que pensaría algo específico para hablarle, pero la verdad no sé qué
decirle y eso me está volviendo loco.

-Pero no está tan difícil, pues tú me has contado que, aunque eres alguien de
pocas palabras, eres buen conversador cuando te tomas unas copas y entras en
sintonía, o en tus cinco sentidos con tu mujer lograbas hablar por horas sin parar
por la conexión que tenías con ella. Es simple, solo dime, cuando estás con
Emma, ¿de qué cosas hablan?

-Pues, la verdad hablamos de todo; de cosas del día a día, de gustos


personales, de música, de cine; pues ella es amante al cine, en ocasiones
recordamos vivencias del pasado, situaciones que nos hayan marcado mucho,
también planeamos mucho el futuro, nos proyectamos…

-Andrés… -interrumpió, y le dijo:

-Eso es, de esas mismas cosas debes hablar, solo teniendo en cuenta que ella
no puede responder y que tú debes ser el único hablante.

-Sí... -dijo Thomas-, pero también quiero decirle que la extraño, que la
necesito, que me hace falta, que la deseo… en fin cosas quizá nuevas, pero no sé
cómo…

-Así, mi amigo, así de la misma forma como me lo estás contando a mí, así
con esa misma naturalidad debes hacerlo con ella, hasta diría que con ella te
saldrá más bonito porque a las palabras le añades el sentimiento. Te sugiero que
le hagas preguntas…

-Pero… ¿preguntas sobre qué?

-Es muy sencillo, Thomas, preguntas simples, como cuando le cuentes


historias dile que si recuerda esos momentos. Pregúntale si te oye… no sé,
preguntas simples de corta respuesta, de esas de sí o de no… solo como para que
puedas percibir o provocar alguna reacción en ella.

Thomas solo dijo:


-Gracias, muchas gracias de verdad que ahora me siento más tranquilo…

-No te apures, ya sabes que aquí estoy… Si tengo tiempo, hoy en la tarde paso
a darte un saludo al hospital, es en el Hospital Nuestra Señora del Carpinello,
¿verdad?

-Sí, en el tercer piso, en la Unidad de Cuidados Intensivos. Mi esposa se llama


Emma López. De verdad me encantaría verte y tomar un café contigo allá.

-Listo, amigo, por allá nos veremos. Un abrazo.

-Gracias, un abrazo para ti también.

Thomas por fin llega al hospital, se presenta a la recepción de Unidad de


Cuidados Intensivos para reclamar “el permiso de los cinco minutos”, así lo
había denominado él, luego se topó con la enfermera Gabriela, la que estaba
directamente a cargo de todos los requerimientos para el cuidado y la
recuperación de Emma.

-Hola, señor Santander, ¿cómo está usted?

-Bien, pues, digamos que bien; -dijo Thomas, titubeando un poco-.

-Me alegra oír eso, ¿preparado para compartir un nuevo día al lado de su
esposa y ayudar a traerla de regreso?

-Pues, eso intento, enfermera, esa es la idea, por lo menos la fe está intacta y
la esperanza viva, eso creo…

-Señor Santander, la fe nunca está intacta cuando está acompañada de un débil


“creo” recuerde que esta es certeza. -Respondió Gabriela sosteniendo la mano
derecha de Thomas entre suaves palmoteos-.

-Pero no se preocupe, veo que usted es alguien creyente y eso está bien, pues,
aunque el tiempo es eterno para el que espera, es corto para el que ama y usted
no solo espera con amor, sino también con fe, y es en ella que recibirá las
respuestas correctas.

-Ahora, entre con la mente abierta y decidido a pasar momentos


fundamentales con su esposa. Ya para mañana tendremos los resultados de la
resonancia que son los que esperamos y nos indiquen qué pasa con su esposa,
aparte del problema cardiovascular que ahora bien lo tenemos más controlado y
fuera de peligro.

-Así será, enfermera, -dijo él…-.

Dio un beso en la frente a Gabriela agradeciendo por aquellas palabras tan


alentadoras, y prosiguió a entrar por el pasillo para el cubículo donde se
encontraba Emma.

Para Thomas era extraño ver a Emma con ese semblante tan tranquilo, lucía
como en un sueño plácido, no había en ella la más mínima muestra de dolor o de
molestia, era como si se estuviera poniendo al día con los sueños atrasados, pues
Emma era una mujer noctámbula, de esas que en la noche quieren hacer de todo,
y de igual forma levantarse temprano al siguiente día, tenía un lema que era:
“Para dormir tenemos la muerte, la vida es solo una y es para vivirla… vivirla en
plenitud”.

Thomas ingresó, pero esta vez la saludó con mucha naturalidad, dijo:

-Hola, amor… -y le dio un beso en los labios-.

Emma nuevamente se erizó. Él no se detuvo a observar esta vez con tanto


detalle, simplemente tomó la silla y la corrió cerca a la cama para sentarse, luego
procedió a decir:

-Perdona que haya llegado un poco tarde, amor, pero el tráfico estaba
complicado, tú ya sabes cómo es la hora pico… si, ya sé que debía haberlos
previsto con más tiempo, pero tú también sabes como soy de tranquilo, es algo
que me cuesta cambiar, pero bueno te prometo que para mañana sí saldré con
más tiempo.

-Bueno, también te cuento que la casa está organizada para que no te


preocupes, he recogido las cosas tratando de tener todo en su sitio, para este fin
de semana llamaré a Teresita para que nos ayude con el aseo general del
apartamento.

-Ah, se me había olvidado… ¿recuerdas el contrato que estaba licitando para


la publicidad de la tienda de moda que tanto te gusta?... Adivina… Ayer
llamaron para decir que lo habíamos ganado… ¡Es la publicidad por dos años!
Ahora sí que viene una temporada muy prometedora, no te preocupes que tengo
todo bajo control, muy bien conoces mi equipo de trabajo y lo responsables que
son, así que todos están atentos a los pormenores de la empresa para que yo
pueda estar acá contigo el tiempo que sea necesario.

Cuando menos pensó, habían pasado siete minutos y Thomas no los había
sentido, era como si estuviera sosteniendo una conversación de toma y dame,
sentía que Emma le respondía, preguntaba o incluso lo regañaba a veces.

Salió del cubículo, se sentó en la sala de espera, abrió su maletín para sacar el
yogur y las galletas procediendo a degustarlas plácidamente.

Miraba para todos los lados, saludaba con la cabeza a cuanta persona pasaba
por allí, se sentía victorioso, los consejos de Andrés habían sido perfectos, solo
necesitaba mostrarse natural.
De esta forma transcurrió buen tiempo del día, entre cinco y cinco minutos
que, cada vez sentía que eran mejores, pues él de pocas palabras había resultado
ser un excelente hablante.

Eran las 4:00 p. m. pasadas cuando salía de uno de los cinco minutos y se
encontró en la sala de espera a Andrés, quien lo esperaba para acompañarlo un
poco.

-¡Qué grata visita! -Dijo Thomas cuando Andrés se paró a darle un saludo de
aquellos que se dan a los amigos reales-.

Mientras Thomas tendía su mano, Andrés le daba un fuerte abrazo y le dice


entre golpes de espalda…

-¿Qué más, mi hermano? ¿Listo para el café?

A lo que Thomas respondió:

-Más que listo, amigo, la verdad solo me tomé el de la mañana antes de salir
de la casa, ya estoy ansioso de un buen trago de café.

Los dos decidieron ir una cafetería que estaba afuera del hospital, como para
cambiar un poco de ambiente y poder tener una conversación más amena.
Thomas le daba las gracias a Andrés por los consejos, le explicaba que no había
sentido ninguno de los cinco minutos del día, que hasta se tomaba más tiempo
del autorizado, pero que, por sus buenas relaciones con el personal del hospital,
no le decían nada.

Andrés le preguntó que, si le había notado alguna reacción nueva con Emma
durante este día, pero Thomas dijo que no, solo la conexión que él sentía y un
par de veces que la piel de Emma se erizó por los recuerdos que le contaba, pero
nada nuevo. Andrés también le preguntó que, si ya había hecho preguntas que él
sintiera que podían sacudir un poco la emoción de Emma, para tratar de
encontrar nuevas reacciones.

Thomas le dijo que lo había olvidado pero que pronto entraría de nuevo a los
últimos cinco minutos del día y le haría preguntas.

Los dos compartieron por un poco más de una hora, donde conocieron un
poco más de cada uno, hasta que Thomas miró el reloj y dijo:

-Es hora de entrar a despedirme de mi esposa, si quieres me acompañas y


entras conmigo para que la conozcas.

A lo que Andrés respondió:

-No, ahora no, estos son los minutos más importantes de tu día y debes
aprovecharlos al máximo, ve tú tranquilo que ya, cuando tu esposa reaccione
habrá tiempo para conocerla y compartir con ella, mejor te espero acá y si deseas
cuando salgas vamos al bar y nos tomamos un par de copas.

-Perfecto. -Dijo Thomas-.

Se fue decidido a tener nuevas señales de Emma. Llegó donde ella estaba, la
miró y dijo con voz firme:

-Bueno, mi chocolate oscuro, llegó la hora de partir, estos son los últimos
minutos y antes de irme quiero que me respondas unas cosas... ¿cómo te sientes?
-Pero recordó que esto era para una respuesta larga y no corta como le había
indicado Andrés-.

-¿Sientes dolor? -Y la observó, pero no vio nada nuevo-.

-¿Quieres que vayamos a casa?


-¿Estás cómoda? ¿Puedes oírme? -En esta ocasión sintió una energía extraña-.

-¿Sabes quién soy?… -Los vellos de Emma se erizaron de nuevo-.

Thomas le tomó la mano derecha entre las suyas y le preguntó:

-Emma, ¿tú me amas?

A lo que ella hizo un ligero, pero suave movimiento del dedo meñique. La que
se erizó en ese momento fue la piel de Thomas… hubo un silencio por segundos
y preguntó de nuevo:

-Emma, ¿tú me amas?

Nuevamente hubo un ligero movimiento del dedo meñique, Thomas le


preguntó:

-¿Sabes quién soy?

De nuevo, el movimiento del dedo. Thomas estaba en éxtasis le dijo:

-Hagamos algo… cuando diga sí, tú moverás solo una vez tu dedo, y cuando
diga no, lo moverás dos veces:

-Sí…

Emma movió el dedo suavemente una vez.

-No…
Emma movió el dedo dos veces seguidas.

El mágico momento no podía ser mejor interrumpido que por el golpe del
vidrio y la enfermera señalando el reloj: “El tiempo terminó”.

Thomas salió más esperanzado que nunca, su cara de felicidad era inocultable,
era tan evidente que Andrés cuando lo vio, solo le dijo:

-Amigo, no sé cuál será el motivo de felicidad, pero sea el que sea, merece
que celebremos, me imagino que tiene que ver con tu Emma; como yo siempre
ando en tren o en taxi, para poder tomar mis copas tranquilo de vez en cuando,
vamos hasta tu casa dejamos tu auto allá y tomamos un taxi para el bar, así,
durante el camino, me cuentas a qué se debe esa cara de felicidad… ¿Te parece?

Thomas le respondió:

-No es necesario ir hasta la casa, yo puedo solicitar el servicio de “entrega las


llaves” que me presta el seguro de mi auto para cuando deseo consumir licor,
ellos envían un conductor que vaya al bar, a la hora que lo solicite, y me lleva en
transporte en mi auto hasta la casa, así mejor llegamos más temprano al bar y
podemos compartir más, de esa forma también te cuento en el camino el porqué
de esta alegría… ¿Estamos de acuerdo?

-Me parece perfecto. -Dijo Andrés-.

Thomas llamó a la empresa del seguro de su vehículo para solicitar el servicio


de entrega la llave y programó este para las 10:00 p. m., luego desbloqueó el
auto, le dijo Andrés:

-Adelante, amigo. Bienvenido a mi perol…

Su auto era un BMW 330 Ci Cabrio 2002 de color gris, un hermoso


convertible que había comprado en una feria de autos, el cual había apodado “El
Perol” pero que lo quería casi como se quiere una mascota, pues este fue uno de
sus más grandes sueños durante toda su vida.

Luego, en al auto decidieron ir al mismo lugar donde se habían compartido la


última vez; la música, el ambiente y el lugar eran de todo el gusto de los dos.
Durante el camino al bar, Thomas le habló a Andrés con más detalle de todo lo
que estaba sucediendo con Emma, y los avances que él había percibido: Las
lágrimas, la piel de gallina y que el día de hoy hubiese movido un dedo y poder
responder a preguntas entre sí o no era algo que le daba la certeza de que Emma
estaba al tanto de lo que sucedía, y poco a poco, volvía a la conciencia…

-Todo eso, gracias a tus consejos, amigo; perdona que te llame así, pero nunca
he tenido un amigo cercano y no sé por qué contigo me siento hablando casi con
un hermano. -Dijo Thomas, con una emoción total-.

Andrés, le dijo:

-Yo sí he sido de más amigos que tú, por lo que veo, pues siempre he tratado
de estar rodeado de personas que me quieran y a quienes quieras, pero algo que
me hace muy feliz es hacer nuevos amigos, para mí es un privilegio que me
llames así, pues aunque me gusta hacer amigos no es un proceso fácil, y contigo
siento que en este poco tiempo, me has dado tanta confianza que parece que nos
conociéramos desde hace mucho tiempo. Gracias de verdad, esta situación que
estás viviendo no sé por qué me ha tocado tanto, pero me ha enseñado mucho, la
vida es una sola, larga para unos, corta para otros, depende del lado en que la
miren, pero igual es una sola y hay que vivirla al máximo, todos los días sonreír,
llorar cuando sea necesario, dar gracias a cada instante, expresar lo que
sentimos, con cautela, pero sin reparos, vivir un día a la vez pero pensando que
puede ser el último, no con temor, sino intensamente para que sean pocas las
cosas que nos queden pendientes pero con la certeza de que nos vamos habiendo
disfrutado de las pequeñas cosas que no tienen precio, pero que valen tanto, en
palabras sencillas… Vivir la vida.

Los dos llegaron al bar, entraron y se sentaron, pero esta vez no en la mesa
escondida, al contrario, tomaron un lugar que estuviera ubicado estratégicamente
con buena luz, cerca de la barra, donde el sonido fuera perfecto para una buena
charla, y los pedidos no tardaran mucho…

Allí pasaron un buen rato, esta vez no hubo lágrimas, al contrario, solo
sonrisas acompañadas de muy buenas charlas. De Thomas, el hombre reservado
y callado no quedaba nada, hablaba hasta de lo que no debía. Luego de casi una
hora de estar hablando acerca de él, de Emma, de la relación de los dos… sintió
un poco de vergüenza, pues no había dado la oportunidad a Andrés que hablara
de él, entonces dijo:

-Bueno, siento que te puedo llegar a cansar de tanto hablar de mis cosas, por
lo que prefiero que me hables un poco de ti, aunque siento que te tengo aprecio y
confianza, me gustaría conocerte un poco más, a ver qué me cuentas…

-¿Qué puedo decirte? -Dijo Andrés carraspeando un poco la garganta…-.

-Te cuento que, al igual que a ti, mi padre falleció estando yo muy joven, y no
solo él, sino también mi madre, los dos fallecieron en un accidente de auto
cuando venían a la ciudad en un bus que rodó por un caño, el famoso accidente
de Cabo Azul.

-Siento mucho tu pérdida, -dijo Thomas-, ese accidente fue hace más de veinte
años, creo haber escuchado algo al respecto.

-Sí, -dijo Andrés-, exactamente veintitrés años. Para esa época yo tenía quince
años, después de ahí quedamos mi hermano mayor, Robert, de diecisiete años, el
menor llamado Daniel, de once, y yo. Una tía nos acogió en su casa y esos
fueron de los años más duros de nuestras vidas, vivimos en escasez en varios
sentidos.

Mi hermano mayor, un año más tarde, decidió casarse e irse a vivir a otra
ciudad con su nueva familia, en cambio, Daniel nunca pudo digerir lo sucedido y
cuatro años más tarde tomó la valiente decisión de quitarse la vida… o cobarde,
dicen algunos.

Dicho esto, reinó entre los dos un profundo silencio, Thomas se sentía un
poco apenado por haber suscitado esos recuerdos en Andrés…

-Te ofrezco excusas por mi imprudencia, -dijo Thomas-.

-No te preocupes, -expresó Andrés-, ya estoy curado de esta situación… es


solo que hace mucho tiempo no lo hablaba con nadie y de vez en cuando es
bueno sacar los trapos a orear un poco. Igual te cuento que en mi vida no todo ha
sido tristeza, pues me gradué con honores de la secundaria y obtuve uno de los
mejores resultados en las pruebas de estado, lo que me otorgó una beca para la
universidad, opté por estudiar Arquitectura, aunque no es exactamente lo que
más me apasiona me permite laborar a mis anchas para una constructora como
perito de terrenos, lo que me brinda la posibilidad de dedicarme como quiero a
un negocio de moda que tengo, una cadena de ropa formal e informal llamada
Callejeros In… ¿La conoces?

-Sí, la conozco. Hace un tiempo nosotros hicimos un trabajo publicitario para


ustedes, TS Publicidad, puede que lo recuerdes. -Comentó Thomas-.

-Ah, qué bien, si ves, el mundo es un pañuelo, también me dedico a escribir,


uno de mis hobbies favoritos. Me gusta cocinar y viajar, -dijo Andrés, en medio
de una sonrisa un poco tímida-.

–Excelente… mi esposa es amante de todo eso, la escritura, la poesía, el cine,


el teatro, la buena mesa; en fin todo lo que tenga que ver con arte y todo ese tipo
de cosas, inclusive hasta la ropa artesanal que tu tienda vende como exclusiva le
encanta, creería que eres la persona ideal para ella, je, je, je… pero, lo siento,
amigo, llegaste tarde, a ella le tocó amar a este flaco insípido, aunque con un
corazón enorme, que se muere por ella.
–Muy bien. –Replicó Andrés–. Pues, creo que tu esposa y yo seremos muy
buenos amigos, y por lo demás, no te preocupes soy una persona comprometida.

–Ah, pero no me has dicho nada de tu vida sentimental, ¿qué hay de ella? –
Preguntó Thomas–.

–Pues, ¿qué puedo contarte? Tengo una hija de catorce años que se llama
Elena, una princesa hermosa, aunque no vivo con ella, tenemos una excelente
relación, al igual que con su madre, nunca fuimos pareja, pero fuimos los
mejores amigos de la universidad, y ya ves lo que nos quedó… je, je, je…

–Pero ¿ahora estás casado? ¿Tienes más hijos?

–Bueno, tanto como casado no, ¡qué más quisiera yo!, pero no se puede,
convivo en unión libre con alguien, tengo una relación hace trece años, casi lo
que tengo de ser padre, no ha sido fácil, pero ahí estamos. Tenemos un hijo, un
cachorro, husky siberiano llamado Bastián, de seis años y es el hijo consentido
de la casa… Pero bueno, para mis cosas habrá más tiempo, sígueme hablando de
las tuyas.

Pasaron toda la noche hablando de cosas de parte y parte, hasta planearon que,
cuando Emma saliera del hospital y estuviera recuperada harían un viaje los
cuatro, pues esta sí era una afición de todos; viajar, pasear, conocer nuevos
lugares.

Llegó el momento de partir, ya el conductor de Thomas había llegado por él,


al igual que el taxi de Andrés, se dieron un fuerte abrazo de esos que hacen
intercambio de energía, al igual que se agradecieron mutuamente por los
momentos compartidos, se desearon la mejor suerte para el día siguiente, en
especial, para Thomas quien recibiría el resultado de la resonancia de Emma.
Thomas repetía constantemente a Andrés, que nunca en su vida había tenido una
amistad como la de él, que en tan poco tiempo le despertara tanta confianza, y le
hiciera sentir tan bien.
Así, cada uno tomó su propio rumbo, Thomas llegó a casa silbando feliz, se
sentía flotar en una nube, como siempre, preparó el café y fumó su cigarrillo,
esta vez con más placer que nunca, cepilló sus dientes y a la cama, no hubo TV
encendido ni nada por el estilo, Thomas solo quería que amaneciera rápido y
llegar al hospital para saber cuál era el resultado del examen de Emma.

NOTICIAS
Pronto amaneció y Thomas estaba con los ojos abiertos antes de que sonara el
despertador, pronto se puso en pie y nuevamente tomó un café con cigarrillo en
el balcón, ahí se dio cuenta de que estaba un poco ansioso. Se organizó y se
dispuso a salir antes de la hora pico como había prometido a Emma, cuando
estaba a punto de salir de la casa, recibió una llamada al celular, era del hospital,
lo estaba llamando Gabriela, la enfermera.

–Buenos días, señor Thomas, espero que haya amanecido bien, soy Gabriela,
la enfermera del hospital el Carpinello…

–Hola, Gabriela, –contestó Thomas, con voz muy asustada–.

–Espero no haber interrumpido su sueño, –dijo ella–.

–No, por el contrario, ya salía para el hospital, pero dígame, ¿sucede algo son
mi esposa?

–Tranquilo, señor Thomas, la señora Emma continua estable, es solo que el


doctor Martínez ya tiene el resultado de la resonancia y desea que, antes de que
usted entre a ver a su esposa pase por el consultorio de él, que necesita dialogar
con usted. ¿Está claro?

–Sí, claro que sí… –Respondió Thomas, ya un poco más tranquilo, pero aún
se sentía ansioso–.

Thomas llegó al Hospital súper rápido, no se sabe si porque el tráfico estaba


tranquilo o por la velocidad que llevaba, subió al tercer piso y buscó a la
enfermera para que le dijera al doctor que él ya estaba ahí. Gabriela le solicitó
que aguardara un momento, iba a anunciarlo con el doctor. Mientras, Thomas
llamó a Andrés para informarle que ya habían salido los resultados del examen,
y que estaba a la espera de la lectura por parte del doctor.
Andrés le dijo que le enviaba toda su energía favorita, y que lo que necesitara
no dudara en llamarlo. Él estaría atento, y por la tarde, lo buscaría para hablar.
En esas, aparece Gabriela con el doctor Martínez, quien lo saluda de mano y le
pide que lo acompañe al consultorio, allí le dice:

–Señor Thomas, ¿cómo ha estado?

–Muy bien doctor, ansioso, pero bien…

–Bueno, eso me alegra, como usted verá, ya tengo en mis manos el resultado
del examen que teníamos pendiente de su esposa, y para serle honesto no tengo
muy buenas noticias. Voy a explicarle detalladamente cuál es el resultado y las
posibilidades que tenemos, le ruego me escuche atento, y al final, me haga las
preguntas pertinentes, ¿de acuerdo?

Thomas no pronunció una sola sílaba, solo asintió con la cabeza que sí, y
abrió sus ojos como un búho para estar atento a lo que le tenía que decir el
doctor.

–Bien, señor Thomas, no es fácil lo que tengo para decirle, su esposa en el


momento se encuentra bajo un estado de cuadriplejia, anartria y consciencia
preservada conocido como pseudocoma debido a una lesión en el tallo cerebral,
a nivel de la protuberancia anular. Esto, en palabras más fáciles de comprender,
se refiere a que los resultados indican que su esposa, la señora Emma está alerta
y despierta, pero no puede moverse o comunicarse verbalmente debido a una
completa parálisis de casi todos los músculos voluntarios en el cuerpo motivado
a un daño traumático del cerebro, esta enfermedad es muy comúnmente
conocida como el síndrome de enclaustramiento…

Thomas, escasamente parpadeaba, sus ojos parecían como quererse salir de


sus órbitas, las manos las tenía sobre los pasamanos de la silla agarrando estos
con una fuerza intensa, las piernas ligeramente cruzadas moviendo velozmente
el pie derecho descargando toda su ansiedad y frustración en este.
-Espero me comprenda lo que le estoy diciendo señor Santander, - dijo el
doctor...

Thomas solo asintió con la cabeza que sí. Luego, un profundo silencio reinó
en el consultorio, tan profundo que podría sentirse perfectamente la caída de una
aguja en el recinto.

–Ahora, una de las cosas más preocupantes es que la mayoría de los pacientes
enclaustrados no recupera el control motor, pues no existe algún tratamiento
normatizado o cura disponible, solo en ocasiones se realiza estimulación de los
reflejos musculares con electrodos, para ayudar a recuperar algo de la función
muscular, pero siento que debo ser completamente honesto con usted y muy
raramente regresa alguna función motora significativa.

El doctor Martínez prosiguió explicándole a Thomas…

–Dígame, señor Santander, ¿qué le gustaría saber en este momento? Siento


que, quizá pueden pasar muchas cosas en este instante por su mente, y tratar de
ordenarlas no es fácil, pero ya sabe, pregunte lo que quiera ahora y después de
que pueda tener tiempo para ordenar las ideas, si siente que debe preguntar algo
más, lo que necesite, no dude en ponerse en contacto conmigo, es más,
permítame un momento, –dijo el doctor mientras sacaba de su cartera una tarjeta
personal y se la ofrecía a Thomas–.

–No acostumbro a hacer este tipo de cosas con mis pacientes, –continuó el
doctor–, pero este es un caso especial, y créame, no sé por qué, pero hay algo en
ustedes dos que hacen que, para mí, este caso sea especial; quizá sea porque yo
miro a mi esposa de la misma forma que usted observa a la suya y no quisiera
estar en sus pantalones. De nuevo, ¿alguna pregunta que quiera hacer…?

Thomas solo lo miraba perplejo, mientras limpiaba las lágrimas que


resbalaban suavemente por su rostro exhalando una bocanada de aire, como si
todos sus pensamientos y sentimientos salieran de un solo impulso, mordió sus
labios con fuerza, tragó entero y dijo:
–Si usted dice que no existe tratamiento, tampoco cura, entonces, ¿qué va a
pasar con mi esposa? Pues, según lo que comprendo, ella está atrapada en su
propio cuerpo, escucha y es consiente, pero no puede hacer absolutamente
nada…

El doctor lo observa con una nostalgia inmensa por cómo podía percibir el
dolor, la tristeza, la angustia, el desosiego en el rostro de Thomas, se acercó al
escritorio y le dijo:

–Le ofrezco mil excusas, pero mi código de ética profesional me exige que sea
honesto con usted, el 90 % de los pacientes con síndrome de enclaustramiento
muere dentro de los primeros cuatro meses de haberse instalado los síntomas, sin
embargo, algunos continúan viviendo mucho más tiempo, pero estables, sin
ninguna mejoría, solo se han conocido dos casos en toda la historia que han
tenido una recuperación completa espontánea, es decir, que las probabilidades
son mínimas.

–Como usted puede ver, su esposa está con respiración artificial porque ni esta
facultad puede controlar, en un comienzo pensamos que su esposa se encontraba
con muerte cerebral en un estado vegetativo, pero, gracias a Gabriela, la
enfermera a cargo, pudimos percibir que la paciente mueve un poco los ojos,
aunque no los abre y se manifiesta en ella la sensación de sentir la presencia de
personas a su alrededor, esto es asombroso, casi milagroso porque este
diagnóstico es muy difícil de realizar puede tardar meses o años para que
podamos descubrir que el paciente no está inconsciente, por lo general, son los
familiares del paciente quienes detectan la conciencia, teniendo en cuenta que
usted es el único paciente era muy difícil que esto sucediera.

–Pues, sabe doctor, –interrumpió Thomas–:

–Mi esposa me ha dado signos de estar consciente, pues aunque nunca ha


abierto los ojos, ha llorado cuando le hablo, se le eriza la piel cuando la beso en
los labios, y lo mejor de todo, ayer parecía responderme a preguntas de sí o no,
por medio de un suave movimiento del dedo meñique de la mano derecha,
bueno, así lo interpreto yo, aunque ahora quedo muy desconcertado porque me
dice que la probabilidad de vida, si ella está dentro del 90 % es menor a cuatro
meses, si Emma está dentro del 10 % restante puede prolongar la vida, pero bajo
las mismas condiciones, atrapada en su propio cuerpo y solo dos en toda la
historia han tenido una recuperación completa, eso sin saber si han sido cien, mil
o un millón que han pasado por esta misma plaga.

–Ahora, dígame doctor, ¿qué quiere que piense? ¿Qué quiere que haga? No sé
si poner a pensar al corazón o palpitar a la razón…

Tercer silencio profundo entre los dos, esta vez podían escuchar el tic tac del
reloj de pared a la par con las pulsaciones de sus corazones.

–Solo una pregunta más doctor, ¿Emma, aparte de tener que vivir la pesadilla
de sentirse atrapada, tiene otro sufrimiento físico?

A lo que el doctor respondió…

–Mira, Thomas, –con un trato ahora de más confianza–, Emma es consciente


de lo que pasa a su alrededor, como no abre los ojos no sabemos si puede ver,
pero estamos seguros de que puede oír todo, sus funciones cognitivas están
intactas, pero no puede moverse ni hablar, tampoco respirar, tragar, masticar o
mostrar expresiones faciales… ¿a que otro sufrimiento te refieres?

–Me refiero a si ella padece algún dolor que la haga desear morir… Que
prefiera la muerte total a vivir muerta en vida… –Ripostó Thomas–.

–Eso no lo sabemos nosotros, y creo que es algo que te corresponde a ti, –


contestó el doctor acariciando su mentón con la mano izquierda–.

Thomas se puso de pie de un solo brinco:

–¿Será posible que hoy no visite a mi esposa? –Preguntó, argumentando–, la


verdad es que no me siento en condiciones de verla en este momento, necesito
hacer algo que me ayude a tomar el coraje para acercarme a ella y saber qué es lo
que ella desea para ayudarle, pues en alguna ocasión hablamos con respecto a
que si se nos presentaba una situación parecida a esta, quien tuviera la facultad
no iba a permitir que el otro sufriera y la verdad necesito saber qué tanto sufre
mi esposa.

El doctor afirmó que no había ningún inconveniente en no visitar el día de hoy


a su esposa, pues comprendía que era más importante aislarse para aclarar los
pensamientos, y así, tomar acciones asertivas. Se levantó de su asiento, le tendió
la mano a Thomas y le reiteró su apoyo incondicional. Thomas dio media vuelta
y salió del consultorio.

En el pasillo, se encontró con Gabriela, se detuvo por unos segundos frente a


ella, la miró fijamente a los ojos, aunque el silencio imperó entre los dos, con su
mirada le dijo un sinfín de cosas, a lo que Gabriela solo respondió con un
apretón de manos y un dulce beso en la mejilla.

Thomas salió de la clínica, y antes de tomar el auto miraba para todos lados,
todo tan igual, tan normal, tan estático, podría decirse que todo estaba perfecto,
en su punto y en su orden, menos su vida.

Tomó su auto y condujo por la avenida principal, su mente estaba nublada


llena de pequeños cortes de pensamientos; pasado, presente y futuro se juntaban
en un instante, por un momento recordó el día que la conoció como una mujer de
tanta energía llamaba la atención de este flaco desgarbado y silencioso.
ENCUENTRO
Todo fue durante una celebración de cumpleaños de la novia de un amigo,
Thomas fue más por la insistencia de su amigo que por el deseo mismo de la
fiesta, él no era hombre de mucha algarabía.

De repente allí apareció ella, una mulata de cabello afro, sonrisa amplia, ojos
expresivos, tenía los labios rojos como invitando a besos, femenina y delicada,
que hablaba con todo el mundo, sonreía para todos menos con él. Thomas, con
una copa en la mano observaba desde el balcón como todos celebraban,
cantaban, reían, bailaban, comían y no se percataban de que él estaba allí.

Emma salió al balcón a fumar un cigarro:

–Hola, ¿por qué tan solo? –Preguntó ella…–.

–No, por nada, aquí estoy bien, la verdad me gusta más observar que
participar, –dijo él–.

Emma le ofreció un trago, pero él dijo que no, que así estaba bien, luego ella
le tendió la mano brindándole un cigarrillo, pero de nuevo el insistió que no, que
no fumaba.

Emma sonrió y le dijo:

–Por lo que veo eres el hombre cohete; no bebes, no fumas, no nada… –dijo
Emma, entre sonrisas, mientras él sonrojado, le decía:–.

–Está bien un cigarrillo… está bien –y allí, él fumó el primer cigarrillo de su


vida–.

Pero, para Emma, ya uno de los últimos, como algo extraño ella dejó de fumar
con el tiempo, mientras Thomas lo reafirmaba más, a partir de ese momento
hablaron sin parar, carcajadas van e historias vienen durante toda la noche, de
verdad que Emma tenía el poder de hacerle hablar hasta de lo que no se debe,
desde ese día no pararon más…

Todos esos recuerdos galopaban en su mente, mientras por sus mejillas


rodaban lágrimas a borbotones, así condujo hasta llegar al alto de la villa, era un
pequeño cerro ubicado al centro oriente de la ciudad de donde se podía observar
esta, en todas sus periferias. Cuando llegó allí sonó su móvil y era Andrés,
Thomas no quiso contestar la llamada sentía que era el momento de estar solo.

Se bajó del auto subió unos escalones y llegó a la cima del cerro, allí observó
la ciudad por todos los lugares, sus rincones, calles, barrios, edificios, autos y
ciudadanos que miraba caminar a lo lejos, se cuestionaba cómo la vida podía
seguir tan igual, si en este instante su amada se debatía entre la vida y la muerte,
si para él la vida ya no era la misma.

La idea de ir al cerro era porque Emma le contaba que, cuando se encontraba


angustiada solía ir allí en busca de paz, quizá la paz que él espera encontrar.
Lloró mucho, muchísimo, hasta gritó desgarradamente a los cuatro vientos el
nombre de Emma, pero todo había sido en vano, no alcanzó la tan anhelada paz,
sino, por el contrario, demasiado desosiego, tomó su móvil y le devolvió la
llamada a Andrés:

–Hola, amigo… –dijo Andrés–.

–Te necesito más que nunca… –Respondió Thomas, entre sollozos–.

Andrés sintió una fuerte angustia de escuchar a su nuevo amigo así…

–Dime, ¿dónde estás? ¿En el hospital? Ya mismo salgo para allá

–No, estoy en el Alto de la Villa, dime, ¿dónde nos vemos?


–No te preocupes, espérame allá, tomó un taxi, y en menos de diez minutos
llego. Ya mismo salgo.

–De acuerdo, amigo, acá te espero, no tardes, por favor. Eres lo único que
tengo.

En cuestión de minutos Andrés estaba allí, los dos se fundieron en un fuerte


abrazo. Estando en la azotea Thomas le contó a Andrés todo el diagnóstico que
el médico le hizo del padecimiento de Emma y algo que le angustiaba era que,
según las estadísticas ella no sobreviviría más de cuatro meses, pero en el
momento, más que la muerte, le preocupaba que ella estuviera sufriendo y no
pudiera expresarlo, que se sentía como loco, sin saber qué hacer, cómo proceder
y que la persona que siempre le ayudaba en estos momentos de crisis era quien
necesitaba de una solución.

Mientras, en el hospital, Gabriela cambia las bolsas de suero de Emma y nota


en el semblante de esta cierta expresión de angustia, la saluda acariciando
suavemente el rostro, y le pide que no esté triste, que debe ser fuerte, que hoy su
amado no vendrá, pero que el día de mañana estará a primera hora,
acompañándola como siempre…

–Eres muy afortunada, a tu hombre se le nota que te ama demasiado, de esos


amores escasos hoy en día, –dijo Gabriela acercándose al rostro de Emma–.

Inmediatamente, rodaron dos lágrimas por su rostro… al mismo tiempo que


rodaban dos por el rostro de Thomas, mientras este contaba historias a Andrés.

Así pasaron las horas de este día tan amargo, esta vez no quisieron consumir
alcohol, solo un par de cafés y algunos cigarrillos, luego Thomas llevó a Andrés
hasta su casa siguiendo luego para la suya.

Al llegar a casa, esta vez solo entró sin percatarse de nada, sin observar
ningún lado, ningún detalle, como si deseara ignorar lo que estaba pasando y así
hacer menos dolorosa la ausencia de su pedazo de chocolate oscuro… Tomó una
ducha, su café, el cigarrillo de siempre. Esa era una noche serena, tranquila y no
tan oscura, pues había una luna de aquellas que no hace falta las luces de los
postes para iluminar las calles.

Thomas cepilló sus dientes, entró al cuarto listo para ir a dormir, organizó la
cama y se acostó, de pronto, de la nada, cayó la foto de los dos al suelo, cuando
se agacho a recogerlas le llamó la atención ver un cajón del tocador mal cerrado,
era uno de los cajones de Emma, lo abrió para cerrarlo bien y encontró allí una
pila de recuerdos de ella, se podría decir sus memorias de sentimientos: cartas,
tarjetas, fotos, manillas, joyas, en fin, todas esas cosas que se guardan que,
aunque no tienen alto precio monetario, sí un gran valor sentimental. Thomas vio
algunas tarjetas, entre ellas, varias de las que él le había dado, algunas de amigos
y hasta de novios del pasado.

Lo mismo ocurría con las fotos… había fotos muy viejas, de familiares,
amigos y hasta de amores… todo esto resumía un poco la vida sentimental de su
pedazo de chocolate oscuro, para él, esto era la esencia de su Emma, pero allí
había algo que nunca había visto, era como un cuaderno, un libro o algo así, en
la portada había una foto de Frida Kahlo, y con letra cursiva a mano decía Mi
Otra Yo… acompañado de una frase en la parte inferior centro:

"Cada tictac es un segundo de la vida que pasa, huye, y no se repite. Y hay en


ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es solo saberla vivir. Que
cada uno lo resuelva como pueda". Frida Kahlo.
SECRETOS
Thomas lo cogió entre sus manos, le parecía extraño porque nunca lo había
visto, todo lo demás lo conocía menos este, eso le llamaba mucho la atención,
abrió la primera página, y con la misma letra cursiva decía: El diario de Emma…

Thomas solo pasó las páginas rápidamente, se percataba de que tenía varios
escritos, aunque no lleno, sí había muchos, aunque esto le causaba curiosidad y
unas ganas inmensas de leerlo, mejor se abstuvo, prefirió dejarlo sobre la mesa
de noche, al lado del celular (excelente decisión). Luego de unos segundos cayó
en un profundo sueño.

La mañana llegó como de costumbre rápida y pesada, una de esas mañanas


cotidianas donde la cama te abraza y la cobija te dice, en voz baja al oído… ¡Un
ratico más! Pero, la incesante alarma te repite constantemente que es la hora de
enfrentar el día.

Thomas apenas asimila que debe levantarse, pero por unos instantes no se
percata de la situación actual, solo hasta que mira a su izquierda en busca de su
pedazo de chocolate oscuro y nota que esta no está, es ahí donde su mente
empieza adaptarse a la realidad, cae en cuenta de que Emma espera por él quizá
con ansias teniendo en cuenta que el día anterior no la visitó durante toda la
jornada, recordó todo lo que le dijo el doctor sobre el estado de salud actual de
Emma, e inmediatamente, como un resorte, se sentó en la cama.

Lo primero que vio sobre la mesa de noche fue el cuaderno que había hallado
la noche anterior en el cajón de los recuerdos de Emma, era extraño, pero esto le
llamaba demasiado la atención, pues ella era una mujer muy abierta con él, todo
se lo compartía, le contaba cada cosa, incluso detalles que él consideraba que no
debían compartirse, si no existían secretos, según él.

¿Por qué no tenía conocimiento de este diario?, “por así llamarlo”. Algo más
que le llamaba la atención era la portada que decía… “Mi otra yo”. ¿Cuál sería
esa otra yo de su Emma que él podía desconocer? Tomó de nuevo el cuaderno en
sus manos, lo abrió, pasó sus hojas rápidamente sin leer ninguna y sin detenerse,
regresó al principio observo la portada echando cabeza del porqué no conocía
este cuaderno, abrió la primera página y allí estaba “Mi otra yo”. ¿Qué más
podía seguir? ¿Qué habría allí adentro? ¿Cuál sería su otra Emma? Sin más,
cerró de nuevo el cuaderno, lo puso sobre la mesa de noche y allí dejó el móvil,
el reloj, y las llaves del auto.

Procedió a tomar una ducha y a organizarse para ir al hospital. Hoy su


comportamiento era extraño, como una mezcla de tranquilidad y ansiedad.
Thomas se organizó con la misma parsimonia de siempre, preparó un sándwich,
picó un poco de fruta, café y jugo de naranja, en el radio de la cocina sintonizó
las noticias, pero de un momento a otro su espíritu comenzó a inquietarse de
nuevo, sintió que el corazón latía a mil por minuto, la imagen de su pedazo de
chocolate oscuro se había apoderado de su mente de forma entrañable, sentía la
cabeza hervir como a punto de explotar, levantó la mirada al techo, cerró
fuertemente los ojos y sacudió su cabeza varias veces, con fuerza, como
queriendo que con esto, se ordenaran las ideas dentro de sí mismo.

Thomas solo comió un poco del sándwich, un poco de fruta, bebió café y el
resto lo tiró. Entró a la habitación tomó las llaves del auto, el móvil y lo puso en
sus bolsillos, de igual forma observó el cuaderno y lo depositó en su maletín,
pues algo dentro de él le decía que lo llevara consigo, quizá durante los tiempos
muertos en el hospital podría leer un poco y conocer un poco a “su otra Emma”.

Thomas, quien era la persona más tranquila y relajada del mundo, no dejaba
de cavilar en esta frase: “Mi otra yo”. ¿Cuál sería esa otra yo de su amada que él
no conocía? más aún, ¿por qué no tenía conocimiento de este libro de apuntes o
diario, como Emma lo llamaba?, pues él siempre fue curioso con las cosas
ocultas, con los secretos, con lo prohibido, con lo desconocido, y esto sí que
despertaba toda su inquietud.

Condujo al hospital, pero esta vez dejó de lado lo encontrado para


concentrarse más en cómo se comportaría hoy con Emma durante los cinco
minutos de visita. ¿De qué podría hablarle? ¿Qué iría a sentir al verla?
Conociendo su estado real, según lo hablado con el doctor… ¿será que su pedazo
de chocolate oscuro se derretiría en menos de cuatro meses o todavía quedaba
alguna posibilidad?

Llegó al hospital y parqueó el auto, cuando se disponía a entrar sonó su


teléfono, no era nada más y nada menos que su ángel de la guarda, su nuevo y
único mejor amigo, Andrés, siempre tan oportuno…

Thomas contestó el teléfono con gran euforia:

–Ni mandado a llamar, –dijo–, ¿cómo estás, amigo?

–Muy bien, y tú, ¿cómo amaneciste? –Dijo Andrés, con un tono de voz un
poco agitado–.

–Esta mañana desperté, salí a hacer un poco de ejercicio y todo el tiempo


pensé en ti y en tu situación, ¿cómo has estado?

–Pues, qué puedo decirte… –dijo Thomas–, luego hizo una pequeña pausa:

–En el momento estoy entrando al hospital y tu llamada me cae de perlas,


pues no sé qué hacer o decir durante los varios cinco minutos de visita que me
dan, y la verdad, tus palabras siempre son muy oportunas.

Andrés escuchó con atención, y, por unos instantes hizo una pausa, luego
respondió:

–No te preocupes, solo recuerda lo que te dijo al doctor, tu Emma no puede


hablar, tampoco moverse, está como dijimos ayer, atrapada en ella misma, pues
tiene la capacidad de oír y te lo ha demostrado, así que aprovecha esto para
decirle cuánto la amas, cuánto la quieres, cuánto la extrañas, también para decir
las cosas que siempre quisiste contarle, pero que, por razones desconocidas
preferiste callar, incluso esas cosas de ti que ella desconoce, que no sabe porque
no las vivió contigo o tú nunca se las contaste.
Mientras Andrés decía todo esto, por la mente de Thomas solo calaba el diario
de Emma que, lentamente, fue sacándolo de su maleta.

–¿Tú crees que haya cosas que ella no sepa de mí? ¿Crees que en una pareja
existan cosas que el uno no sepa del otro? –Preguntó Thomas–.

–Pero, por supuesto, –ripostó Andrés–, no solo en las relaciones de pareja,


sino en todas las sociedades afectivas; amigos, familia, compañeros… en todas
nuestras interacciones existen cosas que no se cuentan, que se callan, que se
guardan, algunas que consideramos delicadas, pero también aquellas que son tan
sin importancia que no merecen ser contadas.

–Es más, creo que se guardan para poder ir haciendo nuevas historias en el
transcurso del tiempo, para ganar encanto cuando todo parece igual, para ser
redescubiertos, para impresionar o sencillamente para tener algo nuevo siempre
por contar.

–A esto le llamo privacidad e intimidad, si fuéramos totalmente descubiertos o


libros leídos estaríamos vacíos para los demás, perderíamos encanto, hasta se
pondría en riesgo un poco nuestra pertenencia más valiosa; nuestro propio ”Yo”,
de hecho, creo que perderíamos identidad, seríamos solo lo que los demás ven en
nosotros y aunque esta depende de lo que el otro identifique en nosotros,
también hay que reconocer que esa identificación se basa en lo que reflejamos,
damos, mostramos a los demás… Perdóname la cátedra… siento que me
apasioné.

–Para nada, mi amigo, tu cátedra es tan perfecta como el pan para el


desayuno, pues he estado muy inquieto con algo que encontré por accidente
anoche en la habitación, –decía Thomas, mientas en sus manos pasaba
rápidamente las páginas del diario de su esposa de un lado a otro–.

–Imagínate que hallé un cajón de Emma mal cerrado y cuando lo abrí para
organizarlo, me encontré con todos sus recuerdos sentimentales y afectivos:
tarjetas, esquelas, cartas, fotos, suvenires, artesanías pequeñas que le habían
dado la familia, amigos y amores, entre esos, me incluyo yo.

–¿Y es que descubriste algo en las cartas que te incomodó? –Interrumpió


Andrés–.

–No, para nada. –Dijo él–. Yo ya conocía todo eso, lo único que me cuestiona
es un cuaderno que dice: Mi otra yo, del cual nunca tuve conocimiento y cuando
lo abro está escrito en letra cursiva: el diario de Emma.

Comentaba mientas lo leía en la portada y repetía el procedimiento de la


noche anterior.

–Me inquieta porque si ella siempre me había contado todo de sí misma, ¿por
qué no sabía de esto?, pero con lo que me explicas me queda más claro, aunque
no sé qué cosas haya acerca de mí que ella no sepa.

–Amigo, algo debe haber, créeme y no poco varias cosas desde tu niñez que
tienes guardadas como travesuras, anécdotas de machos, fantasías, trivialidades,
pecadillos, etc., varias cosas que nos guardamos incluso cosas que no deseas
recordar y prefieres reprimirlas hasta para ti mismo. Pero, por tu esposa no te
preocupes, mujer soñadora y romántica que se respete tiene un diario de
adolescente.

Un fuerte silencio reinó entre los dos, por unos instantes no se dijo nada. Era
como si cada uno estuviera esperando a que el otro dijese algo que valiera la
pena, pero como que ninguno quería decir algo que lo pudiera comprometer más,
así como “meter la pata”.

Luego, se escuchó «buenos días, señora Gabriela», y era Thomas saludando a


la enfermera a cargo de Emma, lo que ayudó para que pudieran despedirse en el
teléfono, él y Andrés.

–Bueno, amigo, así será… Gracias de nuevo por tus palabras tan oportunas,
siempre tan a tiempo. A pesar de ser poco creyente creo que eres un regalo de
Dios. –Dijo Thomas–.

–No es por nada, amigo, déjame y verás que, poco a poco, descubrirás cosas
mías que quizá no te imaginas… –Respondió Andrés, con una sonrisa un poco
tímida o maliciosa–.

–Andrés, una última cosa, ¿crees que si leo este cuaderno estaré haciendo algo
mal con Emma? La verdad que la curiosidad me mata, pero eso es algo natural
en mí, siempre que me decían que no se podía o que era prohibido sentía unos
deseos inmensos de hacerlo para entender por qué, y la verdad, ardo en llamas de
conocer un poco más de mi pedazo de chocolate.

–De hecho, hasta lo traje conmigo al hospital. –Decía como buscando un


permiso, o por lo menos una autorización moral que pudiera menguar la culpa
por violar la intimidad de su esposa–.

–¿Si ves, amigo? Ahora sé algo nuevo de ti, –dijo Andrés, entre risas, así es la
vida…–. Con respecto a tu pregunta déjame decirte que no sé cuál es tu umbral
de curiosidad y qué tan grave sea, teniendo en cuenta las condiciones actuales de
tu esposa, que tú conozcas un poco más de ella. Como sugerencia, te diría que
leas un poco, pero si sientes que te pone incomodo a medida que lo vas
haciendo, mejor para y no continúes, creo que como estás ahora es una carga
emocional muy fuerte para agregarle otra, aunque también pienso que
encontrarás cositas tan de mujeres que ni te llamará la atención seguir leyéndolo.

–Gracias, nuevamente gracias… Espero verte más tarde. Un abrazo, mi


amigo. –Señaló Thomas–.

–Claro que sí, más tarde nos veremos, un abrazo fuerte. –Respondió Andrés–.
NIÑEZ
Thomas entró muy decido a hablar con Emma, asustado pero decidido. Llegó
a la UCI, e ingresó al cubículo, vio a su pedazo de chocolate como descansaba
plácidamente, la miró por un buen rato, luego comenzó a acariciarle la frente, se
acercó, saludó con un dulce beso, y, suavemente, le dijo:

–Hola. Aquí estoy de nuevo, perdóname por haber faltado ayer, luego te diré
qué pasó, lo más importante es que estoy ahora contigo y que tengo la certeza de
que me oyes. El doctor me dijo que escuchas todo lo que te hablo, que puedes
sentirme y eso, a pesar de las circunstancias, me da mucha alegría, tener la
certeza de que al decirte que te amo con todas las fuerzas de mi corazón, al igual
que te extraño como nunca y tú puedes escucharme.

Emma, esta vez se manifestó doble, pues aparte de erizarse la piel, rodaron
dos lágrimas por sus mejillas, las mismas que se mezclaban con las lágrimas que
caían del rostro de Thomas sobre el de ella. Acercó la silla y tomó asiento
acercándose entre el pecho y la cabeza de Emma, él era todo un manojo de
nervios no sabía cómo comenzar a hablar, ni mucho menos de qué.

Después de unos eternos segundos en silencio, Thomas carraspeó la garganta


y dijo:

–¿Sabes?, de niño tuve un problema muy delicado en la escuela, recuerdo que


estaba en 2.º grado, era una tarde cualquiera cuando la maestra nos pidió que
dibujáramos lo que quisiéramos, recuerdo muy bien que dijo: «Dibujen lo que
deseen, hagan su primera obra de arte y a los mejores dibujos les daré un
premio».

–Entonces, sacamos los colores, hojas especiales de dibujo, y en cuestión de


minutos, el salón estaba en total silencio, solo se escuchaban pequeños
murmullos entre unos con otros, buscando un tajalápiz o algún color específico.

Yo, durante unos instantes pensé qué podría hacer, cuál sería mi dibujo; la
verdad quería ganarme un premio, en casa, mis padres siempre nos premiaban
por hacer algo y de un momento a otro mi mente se iluminó con una brillante
idea, me concentré en mi pintura, me perdí en el ejercicio, hasta tal punto que no
escuchaba absolutamente nada a mi alrededor.

Mientras la maestra paseaba por el salón observando lo que cada uno


hacíamos, en un momento se acercó a mí y me preguntó qué estaba dibujando a
lo que respondí:

–Estoy dibujando a Dios, ella se detuvo y los demás compañeros que estaban
a mi alrededor me miraron fijamente, la maestra dijo: «Pero, nadie sabe cómo es
Dios». Yo, sin mirarla, y concentrado en mi dibujo contesté: «todos lo van a
saberlo en unos minutos».

La maestra no dijo nada más, solo caminó mirando a otros compañeros en


dirección de la puerta y salió del aula, minutos más tarde la profesora llegó al
salón con otra maestra, las cuales se dirigieron directo a mí, esta profesora me
preguntó:

–¿Tú eres quien está dibujando a Dios?

–También, sin mirarla le dije: –Sí–.

–¿Y cómo vas? –Preguntó de nuevo ella–.

–Le dije: ya estoy terminando.

–Mi compañero del lado comenzó a gritar… ¡“ese no es Dios, ese es el


Diablo, parece una serpiente, ese es el diablo”! Todos comenzaron a mofarse de
mí, el silencio se convirtió en risas y carcajadas, pero lo peor no era eso; las
profesoras también comenzaron a reír, cuando de repente, en mí fue creciendo
una ira contenida que pronto salió a flote; rompí mi dibujo en pedazos y a mi
compañero que seguía gritando al lado, que mi dibujo era el diablo, le enterré un
lápiz de color en el brazo.

–Con eso, el mundo se me vino encima, hubo un fuerte alboroto en el salón,


una de las profesoras me tomó del brazo fuertemente y me llevó a la dirección,
donde le dijo al coordinador:

–Aquí le traigo este demonio que apuñaló a un compañero en clase.

–Llamaron a mis padres, me mandaron para la casa, estuve varios días


suspendido hasta que me llevaron a terapias donde un psicólogo, quien
determinó después de un tiempo que podía volver a clases, pero no sé si fue
peor, pues al regresar a la escuela ningún niño quería sentarse a mi lado, nadie
me hablaba, todos me tenían miedo mientras yo no entendía por qué, pues mi
abuela me decía que Dios siempre acompañaba a los que estaban con él. Pero
recordé que mi primo David, de quince años, argumentaba entre susurros: «Eso
es mentira… Dios no existe, si existiera esto no te estaría pasando».

–¿Sabes?, desde ahí dejé de tener amigos, solo uno que otro compañero, pero
también desistí de creer en Dios. Hasta que te conocí y con tu esoterismo
comencé a sentir que había algo superior que nos rige como una energía, una
fuerza espiritual enorme, eso es: «tú me decías que a Dios no se le puede ver, oír
o palpar», solo sentir como una especie de don, para mí, el Amor es el don más
preciado y perfecto en el que creo, entonces en ese orden de ideas, si Dios es
amor, y yo creo en el amor, por consecuencia, creo en Dios.

–Ah, y algo que no se me puede olvidar es que en estos días siento que por fin
tengo un amigo… se llama Andrés, pronto te lo presentaré. Como ves también
tengo historias mías para contarte, que estoy seguro desconocías.

Para Thomas era extraño todo este ejercicio, de estar conversando con una
persona que, aparentemente solo escucha, pero que no da el más minino vestigio
de estar atenta, sin embargo, al hacerlo sentía algo de paz, de tranquilidad, como
si estuviera haciendo catarsis de su propia vida, era un sentimiento un poco
egoísta dada la situación, pero para no experimentar algún cargo de conciencia,
en su mente imaginaba un dialogo abierto con Emma, donde ella no solo oía,
sino que también cuestionaba, interactuaba, asentía, incluso hacía su juicio de
valor, de acuerdo a lo que Thomas conocía del temperamento de ella.

Su tiempo de visita terminó. Thomas salió a tomar un café en la cafetería del


hospital, pero sintió que el espacio allí era poco sofocante, por lo que decidió
mejor salir de la clínica, para estar más plácidamente en la terraza de un
restaurante cercano.

Cuando se percató estaba sentado en una mesa, con una taza de café y un
cigarrillo, al tiempo que con su dedo índice derecho paseaba por todos los lados
de la portada del cuaderno de Emma, mientras sus ojos observaban
perplejamente la frase que decía: ”Mi otra yo”, de repente, el libro se fue
abriendo lentamente, pero esta vez no se detuvo en el nombre de la primera
página donde decía: El diario de Emma”, por el contrario, continuó rápidamente
a la siguiente hoja donde se llevó una sorpresa, esta estaba en blanco, por unos
instantes pensó que sería una señal divina, pero su carencia de superstición no lo
detuvo por mucho tiempo pues sin saber cómo, estaba leyendo el primer escrito.
CONFIESA
“Soy mulata de pura cepa, de caderas anchas y firmes…De crespos oscuros y
rebeldes como mis pensamientos, de pasado propio, presente compartido y
futuro incierto. Una mujer que ríe hasta el llanto reza hasta el milagro, que
canta y llora de alegría, que muere en la noche y renace en el día, llena de
recuerdos y rebosada de temores, que odia las rosas, pero ama las flores…”

“Emmloz”.

Luego de leído esto, Thomas se sentía un poco más tranquilo, lo primero que
había encontrado era un verso hermoso, una especie de poema que describía a
grandes rasgos los que era su pedazo de chocolate oscuro, puesto que para él era
mucho más que eso, era todo un libro digno de un nobel de literatura. Razón
tenía Andrés, lo más seguro era que, este cuaderno era de esos tipos de diarios
adolescentes lleno de frases y poemas soñadores. Continuó leyendo…

«Le temo a la muerte más que nada en el mundo, no solo a la propia, ni


menos a la que te arrebata de golpe lo más querido, sino aquella que te condena
inexorablemente al crudo olvido… Dicen que lo que muere jamás vuelve,
entonces ¿por qué morir, en vez de mejor reinventarse en una propia
resurrección?, pues la vida trasciende en el tiempo de varias formas; puede ser
en algo tan simple y mágico como una receta familiar e incluso en algo tan
complejo y misterioso como el ADN… Es decir, que la vida en sí misma tiene
varias opciones para ser inmortal. Ahora bien, como nunca tendré la fortuna de
parir, más por opción que por decisión, entonces buscaré la forma de ser
inmortal con mi receta de guacamole. Tristemente, una mujer de útero
invertido:».

“Emmloz”

Thomas quedó perplejo con lo que acababa de leer, no conocía el temor de


Emma a la muerte, pero pensaba que esto era normal en muchos seres humanos,
pero que ella deseara ser madre y que por circunstancias de la vida no pudiera
tener ese privilegio, lo dejaba sin aliento, él muchas veces le insinuó a Emma el
deseo de tener un hijo, de continuar la descendencia, se imaginaba un pequeño
mestizo, flaco y de afro o una rubiecita de pelo crespo, alegre como la mamá y
disciplinada como él. Pero ¿por qué Emma le habría ocultado esto?, ¿qué pasaría
que no tenía la confianza para revelarle este detalle tan significativo para los
dos?, quizá le hubiera dado la opción de la adopción.

Ahora bien, podía comprender que había algo más de fondo que relacionaba
estas dos anécdotas, el no poder tener hijos para continuar su linaje y su temor a
la muerte por algo específico que no le brindó el deseo de adoptar.

¿Sería que Emma sabía o tenía la más mínima sospecha de lo que le estaba
sucediendo en este momento? ¿Presentiría, por algún momento, su muerte
temprana? Todo este pensamiento era como si una parte de él estuviera
convencido de que su esposa moriría pronto, pero otra, en su interior, la que
estaba ligada al don del amor conservaba la esperanza de una recuperación, eran
como dos fuerzas interiores que luchaban entre sí.

Él sabía que, apenas comenzaba a leer, tenía curiosidad de continuar leyendo,


de saber qué más podría descubrir, pero, a su vez, lo invadía un inmenso temor
de lo que pudiera encontrarse, fue allí donde, como en aquel famoso concurso
recurrió a la llamada de un amigo:

–Hola, Andrés, ¿cómo estás? –Dijo Thomas, luego del caluroso saludo dado
por su amigo al otro lado del teléfono–.

–Muy bien amigo, dame un segundo, no cuelgues por favor.

Thomas quedó a la espera en la línea, mientras escuchaba al fondo a Andrés


dando unas instrucciones a algún empleado de su tienda de moda.

Disculpa la espera, cuéntame, ¿cómo estás? ¿Cómo sigue tu Emma? ¿Qué


dicen los médicos?… –Era una pregunta tras otra–.
–Pues, con mi esposa todo sigue igual, –respondió Thomas–. Claro, que si
estás ocupado puedo llamarte más tarde.

–No hay problema, yo siempre tengo tiempo para los amigos, –contestó
Andrés–. Cuéntame…

–Lo que sucede es que no aguanté la tentación con el diario de Emma y


comencé a leerlo, no he pasado de la primera página, pero la verdad no salgo de
mi asombro, ¿tienes cinco minutos? Te leo algo...

–Claro que sí, –dijo Andrés, mientras, por otro lado, daba instrucciones de no
ser molestado, que nadie lo interrumpiera y que si lo llamaban dijeran que estaba
en una reunión muy importante, así fuera el mismo Leo, que luego se
comunicaría, se sintió cerrar una puerta…–. Ahora sí estoy a total disposición,
lee amigo.

Thomas comenzó a leer, cuando terminó la primera parte, preguntó a Andrés:

–¿Qué piensas?

A lo que Andrés respondió:

–Pues, honestamente era lo que me esperaba, como te dije esta mañana para
mí es como un diario de adolescente.

–Pues, te cuento amigo, que por la tinta y la forma de este diario no parece
escrito hace tanto tiempo, mi Emma está a puertas de los 40 años y estos escritos
no creo que tengan más de uno o dos años, si fueran de adolescente, las páginas
hubiesen perdido un poco de color al igual que la tinta, ya habría bajado la
resolución, eso, sin hablar de la madurez de la caligrafía en sus escritos.

–Ahora bien, permíteme continuar con algo más…


Thomas leyó el segundo escrito, esta vez con detenimiento y detalladamente,
incluso mezclando algunos sorbos de café, con algunos fuertes jalones de
cigarrillo, cuando terminó dijo:

–Y ahora, ¿qué piensas?

Solo se oía la respiración de Andrés, como cuando uno está extasiado o


confundido ante algo, luego de un breve silencio pregunto:

–¿Quieres la respuesta ya, o podemos vernos más tarde para dialogar al


respecto? La verdad me gustaría analizar con calma lo que me acabas de leer y
no dar una opinión apresurada.

Thomas respondió un poco desconcertado:

–Claro, amigo tómate tu tiempo y nos hablamos en la tarde.

Esperaba una respuesta de esas que Andrés solo sabía darle, de esas que le
devolvían la calma, pero esta vez debía esperar.

–¿Quieres que te recoja o vienes hasta acá? –Preguntó Thomas–.

–Pues si puedes pasar por mí, sería genial, –dijo Andrés–. ¿A qué hora sería?

–Hoy pienso salir temprano, a eso de las 4:00 p. m., estaré pasando por tu
oficina, ¿te parece?

–Perfecto. –Dijo Andrés–.

Se despidieron. Mientras, Thomas ponía una servilleta limpia entre la página


que acaba de leer, como si fuera un separador, pues, aunque apenas comenzaba
estaba casi seguro de que seguiría hasta el final. Pidió la cuenta y pagó, luego
cerró el diario, se paró para ingresar de nuevo a la clínica, puso el diario en la
maleta y cuando se disponía a irse sintió dos golpes suaves por la espalda,
cuando volteó a ver era un joven que, de la mesa del lado, que le entregaba un
trozo de pedazo de papel mientras le decía:

–Esto se acaba de caer al suelo, mientras guardaba algo en su maleta señor. –


Thomas lo recibió y le dio las gracias–.

Mientras salía de la terraza del restaurante a la calle tomó el trozo de papel y


lo leyó:

Todo tú

“Ojos azul profundo… que me atrapan con la mirada, que me envuelven con
su magia, tan misteriosos como el mar, tan enigmáticos como el cielo…”.

Con el mismo puño y letra de la primera página del diario, pero la tinta se veía
más fresca. Otro pelo más que le salía al gato, ¿a qué estarían haciendo
referencia Emma en este escrito, pues sus ojos eran carmelitas, como castaños o
cafés, pero de azul no tenían absolutamente nada? Guardó el pedazo de papel en
la billetera e ingresó al hospital.

Thomas entró a la habitación de Emma, la observó, se veía fresca y relajada,


pero él se sentía un poco extraño como algo culpable, se acercó la besó y se
sentó junto a ella, sin modular una sola palabra, cruzó sus piernas, puso el
maletín sobre ellas, con la mano izquierda jugaba suavemente con los dedos de
Emma a su vez que con la mano derecha dentro de la maleta acariciaba el diario,
con mesura y sutiliza sacó este, lo puso sobre el maletín y lo abrió lentamente
para seguir leyendo. Tomó la servilleta, la puso en el bolsillo de la camisa y
comenzó a leer:

«El juego de la vida…


Ahora que la vida me echa de nuevo las cartas tomo la decisión de hacer mi
propio juego, decidí que no seré igual que las demás, no seré de las sumisas que
conservan como sea el matrimonio sin importar como les tocó el marido, no,
para mí no, pues no quiero llegar a vieja o a lo que llegue con mi fachada de
señora recatada, pues nunca tendré hijos y en la casa solo estaremos él y yo, y si
lo escogí es porque me ama y si estaré con él es porque lo amo, yo quiero
siempre amar al mismo, no quiero que, cuando llegue a viejo sea otro más de
esos silenciosos que solo lee la prensa en la mañana y ve noticias todo el día,
que anda callado por la casa, se duerme en todas partes y aún así se levanta
temprano… no; yo te quiero vivo hasta el final, mi Thomas, vivo y fuerte como
hasta ahora, y por mi parte seré igual, no me convertiré en rezandera o
puritana, achacosa o cantaletosa, no quiero que ninguno de los dos seamos
carga, que no sea necesario soñarnos viudos para sentir alguna noche que
somos libres».

“Emmloz”

OTRA
Thomas cada vez se sorprendía más, se sentía como leyendo un libro, la forma
de redactar, de expresarse de Emma acá era asombrosa, pues aunque conocía su
lado rebelde, poético, artístico, no conocía esta capacidad literaria que Emma
tenía ni mucho menos los pensamientos que estaba encontrando, ese sentir de
Emma era nuevo para él, de verdad que sí era su “otra yo”, algo que lo alentaba
era que había sido mencionado en uno de sus escritos y sabía que aún faltaban
más.

–Buenos días, señor Santander, –dijo una voz angelical–. ¿Quién más podría
ser si no la misma Gabriela, quien siempre estaba tan pendiente de Emma?

–Espero que esté muy bien, le informo que el doctor Martínez quiere verlo en
su consultorio. Sígame por favor.

Thomas, sin contestar el saludo verbalmente, más que con un movimiento


leve de cabeza, se levantó de la silla, puso el maletín sobre la mesita de al lado,
y, con el diario en la mano, se dio media vuelta. Siguió a Gabriela. Durante el
camino, ninguno pronunció palabra alguna, era un silencio total, una sensación
como de expectativa, solo ella observaba con atención el libro que tenía en la
mano Thomas, antes de entrar al consultorio lo tocó por el hombro mientras
decía:

–Todos en la vida tenemos dos yo, el que todo mundo conoce y otro que es tan
oculto que, a veces es desconocido para nosotros mismos.

Thomas la miró rápido y sorpresivamente, pero ella inmediatamente le dijo…

–No se asuste, lo digo por el cuaderno que tiene en sus manos… –De
inmediato sintió un fuerte alivio, pues pensaba que era demasiada casualidad o
un mensaje divino–.
–Señor Santander, muy buenos días, perdone que no le pregunte como está,
pero no acostumbro a preguntar cómo se están a las personas en este lugar, en
ocasiones la pregunta es necia y la respuesta es falsa, solo puedo decir que
espero que se encuentre un poco más tranquilo, aunque por su expresión lo
percibo inquieto. Siéntese por favor.

–No se preocupe, doctor, dentro de lo que cabe puedo decir que estoy bien, –
contestó tímidamente, Thomas–. Además, estoy un poco expectante por su
llamado.

–Bien, trataré de ser breve y puntual; como usted sabe, el estado actual de su
esposa no es el más alentador, aparentemente se ve estable, pero las condiciones
no mejoran, está así gracias al medicamento suministrado, pero ya bien le
explicado lo que sucede con los pacientes que padecen el síndrome de
enclaustramiento, pues muy raramente regresa alguna función motora, las
posibilidades del deceso son altas, a la señora López no podemos tenerla más en
la UCI, usted bien sabe que esta unidad de atención medica es para proveer a
determinados pacientes unos cuidados específicos para su recuperación.

Mientras el doctor hablaba, Thomas, por unos instantes solo lo veía modular,
pero no escuchaba nada de lo que el doctor decía es como si lo hubiera puesto en
mute, todo se turbó ante él y lo único que hacía era jugar con la portada del
diario y pasar las hojas de un lado a otro. De un momento a otro solo escuchó
cuando el doctor Martínez le dijo:

–Entonces, ¿estamos de acuerdo?

Thomas solo asintió con la cabeza que sí, pero la verdad no comprendía nada
de lo que había dicho el doctor, él tuvo una desconexión desde el momento que
escucho la palabra “deceso”, no podía creer que su pedazo de chocolate podía
estar próximo a su fundición. Se paró, extendió la mano al doctor, dio las
gracias, salió del consultorio, e inmediatamente le pidió a Gabriela que le
explicara a grandes rasgos qué había dicho el médico, su semblante lucía pálido,
mucho más de lo que comúnmente era, se había quedado sin color.
Gabriela le explicó que, debido a la condición terminal de Emma ella sería
traslada a habitación regular, pero con la ventaja de que estaría sola y podría
tener acompañante permanente, pues ya lo único que quedaba era esperar.
Thomas comenzó a caminar apresurado por el pasillo hasta que llegó a una
puerta que daba a la calle, allí salió, miró al cielo, vio como un día tan hermoso
se podía convertir, para él, en uno de los peores, las lágrimas eran incontenibles
mientras apretaba fuertemente el diario contra su pecho, como si en verdad
estuviera abrazando un pedazo de su Emma. Luego abrió el diario en cualquier
parte como quien busca un mensaje oculto:

«Sentir es fácil, pero vibrar es especial. Para mí, las lágrimas surgen como
consecuencia del miedo, la tristeza, la rabia, el dolor o la alegría; pero que se
me erice la piel es consecuencia de que me han tocado el alma».

“Emmloz”

Esto que había leído era como si una daga atravesara su pecho, como si
tuviera dos manos ahorcándolo, sofocándolo, apretando su cuello para ahogar
sus palabras, ¿cómo era posible que su Emma, su pedazo de chocolate oscuro, la
mujer de su vida, según los dictámenes médicos estaba ya sobre las últimas
lunas?, pero su diario ahora le decía todo lo contrario, que ella estaba más viva
que nunca, que sus lágrimas eran la manifestación de algún sentimiento que
había experimentado en el momento y las veces que se le había erizado la piel
era la muestra de que su alma estaba consciente. Emma, más viva que nunca
estaba predestinada a morir…

Miles de cosas pasaban por la mente de Thomas, ¿qué podría hacer? ¿Existiría
alguna esperanza? ¿Debería recurrir a eso que siempre se había negado y que
todos llaman fe? Sin más opción, en el momento decidió ir a un pequeño cafetín
en frente del hospital, a tomar un café y fumar un cigarrillo. Sentía que
necesitaba urgentemente este antídoto, llegó a la cafetería se sentó en la terraza
delantera, junto al corredor que da directo a la calle, el espacio propicio para
poder aspirar su medicina con tranquilidad. La camarera se acercó con una
excelente actitud lo saludó procediendo a preguntarle qué le apetecía en el
momento:
–Ojalá un trago de licor bien fuerte, de esos que clavan el pecho y sacuden los
sentidos, pero sé que acá es imposible, así que, por favor, tráigame dos cafés
oscuros y fuertes en una sola taza, es como decir un trago doble, –dijo Thomas–.

Ella asintió positivamente con la cabeza y con una tierna sonrisa se retiró, por
lo que podía percibir en su cliente sentía un poco de vergüenza ofrecerle algo
más.

Mientras preparaban su pedido, Thomas encendió un cigarro y abrió


inmediatamente el diario de Emma en la parte donde tenía la servilleta, pues allí
iba en orden con la lectura:

«Hoy amanecí feliz… tomo la decisión por un instante de renunciar al pasado


y desentenderme del futuro… Solo viviré el aquí y el ahora, pues no quiero que
este sea un día que el mañana me pueda reclamar… Felicidad».

“Emmloz”

He allí un boceto de su Emma, corto, pero bien graficado, una mujer de pocos
planes, pero de mucha vida, él leía este pensamiento una y otra vez, hasta que
fue interrumpido por la camera, a su vez lo sorprendía, pues llevaba su taza de
café doble a la par de un vaso corto con un trago de licor desconocido, mientras
le decía:

–No se preocupe, señor, por mi parte siempre estoy preparada para cuando
necesito sacudir mi ser, el café es el pedido de la casa y el trago es cortesía, de
mi parte.

Thomas la miraba un poco asombrado, pero no era capaz de pronunciar


ninguna palabra, ella solo sonrió y se retiró.

Él prosiguió con la lectura…



«Hoy me siento extraña, esta que hoy escribe es una de mis otras “yo”, soy la
que tiene miedo, la que tiembla, la que teme a la noche, la que teme dormir y no
despertar jamás… Ya hace varios días que me sucede algo extraño cuando
duermo, aunque no es todos los días si es un poco más frecuente, pues de niña
también me pasaba; resulta que cuando estoy profunda llega una fuerza extraña
a hacer una fuerte presión en mi cuerpo, especialmente en mi torso, me impide
moverme en cualquier dirección.

También presiona mi cabeza contra la almohada, de tal forma que no puedo


gritar y cuando lo hago nadie me oye es como si estuviera sola; mi corazón se
agita a tal punto de que lo puedo oír, se acelera la respiración, y siento un frío
que me invade todo el cuerpo, por mi parte, sí puedo oírlo todo, sentir lo que
sucede a mi alrededor, pero tengo la sensación de estar secuestrada en mi
propio cuerpo, con la boca sellada y sin poder moverme, en ocasiones es como
si alguien o algo se sentara sobre mí, recuerdo lo que decía mi abuela:

“Debe ser íncubo o Súcubo, uno de los dos demonios nocturnos que buscan a
sus víctimas cuando están durmiendo, con el fin de asustarlos, pero lo delicado
es que pueden incluso terminar en posesión y requieren de un exorcismo”.

Antes, esto me aterrorizaba más, hasta el punto de que podía dizque ver a los
supuestos demonios sobre mí, rondando por la habitación, acostados a mi lado
en la cama o parados al lado de esta como a la espera de algo. Gracias a Dios
fui creciendo y pude darme cuenta de que los demonios estaban solo en mi
mente, que eso que me sucedía, aunque no tenía una explicación científica
exacta, era como si el cerebro despertara pero el cuerpo siguiera durmiendo;
como un temprano despertar o también puede decirse que era producto de mi
imaginación, algo así como una alucinación hipnagógica, que son como una
especie de percepciones visuales y aditivas que suceden cuando estamos entre la
vigilia y el sueño, justo a punto de comenzar a dormir…».

Mientras, Thomas no podía salir de su asombro, estaba fumando sin darse


cuenta el tercer cigarrillo e iba por la segunda taza de café doble, hasta la
camarera le había dado otro vaso de licor, el cual sostenía en la mano y lo
saboreaba poco a poco y pensaba: «Mi pedazo de chocolate ya había
experimentado esto que está viviendo, lo que pasa es que era por corto tiempo y
volvía, a diferencia de ahora que lleva varios días en ese estado…». Continuó
leyendo:

«… De niña lo superé, pero ¿por qué vuelve ahora, al cabo de los años y con
tanta frecuencia? ¿Por qué, aunque sé lo que puede significar, siento que me da
más miedo? ¿Será que es un anuncio de algo?... Quisiera contarle a Thomas,
pero temo que no me comprenda, que piense que es algo más de mi honda
exotérica, de mi imaginación o de mis creencias paranormales de las cuales él
es tan escéptico, solo si él supiera y cuando se percatara de que estoy en ese
estado, me rescatara. ¡Dios mío, no permitas que un día me quede atrapada en
ese mundo para siempre…!».

Julio, 16 –“Emmloz”
TRAZOS
Esta vez había una fecha, aunque no tenía año, pero había un mes y un día.
Era un escrito diferente, había algo distinto en este escrito, a comparación de los
otros, pues en los anteriores, Thomas sentía que eran más pensamientos
románticos y un poco filosóficos, en cambio, en este, había algo distinto, era
como si ella estuviera sosteniendo un diálogo con ella misma, una especie de
conversación de Emma a Emma.

Thomas tomó su móvil y llamó Andrés, quien parecía nueva conquista, pues
no había terminado de sonar el primer timbre cuando ya estaba respondiendo:

–Hola, amigo mío, ¿cómo estás?

–Justo, en este momento, iba a llamarte, ¿cómo van las cosas?

–Pues, ¿qué puedo decirte, amigo? En este momento me siento con mucha
necesidad de tu amistad. –Respondió Thomas–.

–He estado leyendo el diario de Emma, y aunque llevo muy poco, puedo
decirte que sí estoy descubriendo “La otra ella”, como dice en la portada. La
verdad, he encontrado mucho en tan poca lectura, ¿quién sabe qué más habrá…?
Algo que también me tiene muy consternado es que a Emma la llevarán a una
habitación normal, porque el médico dice que ya no hay nada más que hacer,
sino esperar, y la verdad, eso me parte el alma.

Mientras Thomas decía todo esto, el cielo se fue tornando un poco oscuro,
como si fuese a soltarse una tempestad…

–Dame un segundo, amigo, –dijo Thomas–, voy a pagar acá la cuenta, que
parece que fuese a llover y no quiero que el agua me impida entrar donde mi
esposa.
Pagó la cuenta y salió apresurado para el hospital, en el corto camino
continuaba hablando con Andrés, quien le contaba que se había estado
documentado acerca de la enfermedad de Emma y se enteró de que en el mundo
se conoce el caso de dos mujeres que padecían la misma enfermedad, y
sorpresivamente, tuvieron una recuperación completa y espontánea y no veía por
qué Emma no podía ser la tercera.

–Con respecto a eso quiero hablarte, porque me encontré un escrito de Emma


que me tiene muy cuestionado, –expresó Thomas–.

En ese instante se escuchó una voz que dijo:

Señor Santander, estaba buscándolo. –Era Gabriela, la enfermera–.

–Amigo, debo colgar porque acá, en el hospital, me necesitan. Nos hablamos


más tarde, ¿o nos vemos?

–Por supuesto que nos vemos, –dijo Andrés–, en una hora aproximadamente
estaré por allá. Un abrazo.

–Un abrazo, amigo. Por aquí te espero.

–Señor Santander, –dijo de nuevo Gabriela–, lo buscaba para informarle que


ya trasladamos a la señora Emma a una habitación normal, ya está fuera de UCI
y en el momento está en el cuarto 405. Es una habitación para ella sola y su
acompañante, creemos que, de esta forma, será un poco más fácil sobrellevar el
proceso para usted y más cómodo para el tiempo que le queda a ella.

Cada vez que Thomas escuchaba una palabra relacionada al final de Emma,
sentía como si le colocaran una soga al cuello, como si una punta filosa punzara
su corazón. Él solo dio las gracias y se dirigió a tomar el elevador para el 4.º
piso. Mientras subía, abrió de nuevo el diario:

«Por mis canas… Y tú no te imaginas la aflicción que guarda mi pecho, no
sabes el dolor de mi pobre corazón, las noches que en silencio lloro, son
lágrimas que brotan desde lo más profundo de mi ser.

Dejando en mi alma, tristeza y sinsabor, ya siento en mí la angustia del


tiempo que ha pasado, ya brota en mi cabeza la nieve de los años y temo que,
por eso, dejes de quererme, pues hay entre nosotros una gran diferencia de años.

Envío en mis suspiros mensajes clandestinos con la plena esperanza de que


encuentren en tu pecho un sitio digno de habitar, pero si por cosas del destino,
no puedes brindarles un resguardo, se irán por otros lares buscando dónde
habitar, por eso te suplico que acojas mis suspiros para que no se pierdan y no
vuelvan jamás, abrígalos, cariño, que tienen mucho frío y si dejas que se
mueran, no resucitaran».

“Emmloz”
DÉBIL
Él no comprendía por qué Emma, la mujer más fuerte que conocía, incluso
mucho más que él, pudiera estar tan llena de temores… Se abrió la puerta del
elevador en el 4.º piso cuando salió, se le cayó el diario al suelo, el diario quedó
abierto, lo recogió, y por curiosidad, leyó la primera frase:

«Hoy vi de nuevo a mi debilidad secreta, su mirada azul profunda, su aspecto


soñador, sus manos firmes, su fragancia de hombre, sus labios carnosos que
invitan al beso prohibido, su piel canela… hombre que me inspiras, hombre que
me animas, hombre que haces volar mi imaginación, me gusta verte, me gusta
sentirte cerca… ¡Tú haces que me sienta viva...!».

“Emmloz”

Thomas quedó estupefacto, cerró el diario de un solo golpe, sus manos


estaban heladas, su rostro pálido, sus labios blancos… por un instante no pudo
caminar. Fijó su rostro por la ventana de la sala de espera, en ese preciso instante
comenzó a llover como si el cielo estuviese colocando la nota que faltaba a la
melodía de su día.

Por unos instantes, el tiempo se detuvo, él era solo pedazo de confusión, no


sabía si entrar al cuarto, o salir corriendo. Pasados unos instantes Thomas volvió
en sí, aun con el cuerpo frío y el rostro pálido, no dejaba de pensar en lo leído,
pues, aunque no sabía con precisión la fecha del escrito, pero por lo fresca de la
letra, podía casi que afirmar que no era superior a un año. De igual forma, sabía
que tenía que entrar en el cuarto, y como muchas veces decía la misma Emma, al
mal paso dale prisa.

Pronto llegó, se paró frente a la puerta, esta estaba cerrada, al lado derecho, a
la altura de la manija giratoria para abrir la puerta estaba el número 405, justo al
lado de un dispensador de gel antibacterial para manos que decía: la mejoría del
paciente, al igual que su salud están en sus manos.
Thomas puso el diario debajo el brazo, presionó dos veces el dispensador,
frotó las manos y abrió la puerta, mientras entraba por el pequeño corredor que
conducía a la cama donde reposaba su pedazo de chocolate, ahora más amargo,
que oscuro. Sentía que atravesaba el túnel de la muerte, pues aquellos escasos 3
o 4 pasos de la puerta al cuarto los sintió en cámara lenta, al compás que
escuchaba patente el bip del monitor de signos vitales, que indicaba que Emma
estaba viva.

Él se paró frente a la cama, y observó todo lo que allí había, un cuarto blanco
resplandeciente por la lámpara de neón que estaba en el techo, la cama tendida
con sabanas marfil, al lado una especie de mesa de noche con una jarra con agua,
vasos desechables que, por el estado de Emma se suponía que serían para la
visita, un especie de sofá para el acompañante, sobre el pasillo la puerta para el
baño, y al lado, un pequeño clóset para guardar algunas pertenencias del paciente
y el acompañante.

Devolvió la vista a la cama y la miró detenidamente, esta vez su mirada había


cambiado, se sentía confundido, asustado, el amor combinado con dolor es una
mezcla común, pero cuando a esa mezcolanza se le agrega desengaño,
frustración, desconcierto y dudas, se convierte en una bomba de tiempo, en
especial cuando somos un mar de preguntas, sin una ola de respuestas.

Thomas se acercó, pero esta vez no la tomó de la mano, tampoco acarició su


rostro ni mucho menos jugó con su cabello, como otras veces, solamente la
observó detenidamente mientras pensaba: «¿Quién eres en realidad? ¿Cuál es tu
otra yo? ¿Qué más desconozco de ti? ¿Qué más guardas en este libro?».

Tomó el diario en sus manos y lo ponía sutilmente sobre el vientre de Emma,


así permaneció por más de una hora, perplejo, mirándola con la impotencia de
tener que atorarse con tantas preguntas, preguntas sin respuesta que lo dejarían
inconcluso para siempre.

DUDAS
De pronto sonó su móvil que lo trajo de un solo golpe a la realidad, observó
en la pantalla y era Andrés, se movió hacia al baño de la habitación y contestó:

–Hola, amigo, ¿cómo estás? –En un tono bajito, como quien cuenta un
secreto–.

–Bien, –contestó Andrés, como extrañado–. ¿Estás ocupado? ¿Deseas que te


llame más tarde? –Preguntó–.

–No amigo, no te preocupes, más oportuno no has podido ser, solo que hablo
en tono bajo porque estoy en el cuarto con Emma y no sé por qué razón,
conociendo su estado de salud, tiendo hablar, así como para no despertarla.

–Pero, dime, ¿cómo estás?

–Hasta el momento todo está muy bien, acabo de llegar al hospital, pero estoy
aquí, en la recepción del primer piso, aunque no sé dónde trasladaron a Emma,
para ir a visitarte.

–No te preocupes, yo ya salgo, espérame en la portería, que en menos de cinco


minutos bajo. –Replicó Thomas–.

Tomó el diario que reposaba sobre Emma, el abrigo, su maletín y salió de allí
como alma que lleva el diablo, sin despedirse de Emma, sin el beso, mucho
menos una frase amorosa. Caminó apresurado por el corredor y esta vez no quiso
tomar el elevador prefirió bajar corriendo por las escaleras de emergencia.

Al llegar al primer piso, allí estaba sentado en la sala de espera su amigo


Andrés. Los dos se saludaron con un fuerte abrazo, uno de esos que se dan en los
aeropuertos como cuando te reencuentras.
Andrés, inmediatamente sintió que su amigo lo necesitaba allí más que nunca,
él iba con la fuerte intención de visitar a Emma y poder conocer el gran amor de
la vida de su amigo, pero al sentir que este permanecía abrazado a él y tenía en
su mano, el abrigo y el maletín comprendió que lo más adecuado era salir de allí
e ir juntos a otro lugar.

–Amigo, quiero invitarte a un lugar especial, queda en Cerro Alto, está


ubicado en el oriente alto de la ciudad, se llama Azomalli, significa paz,
tranquilidad, calma… que creo es lo que más necesitas en este momento. Es un
espacio mágico, su nombre proviene del dialecto propio de la cultura indígena
mexicana llamados los “mahuatl”.

–Podemos tomar unas copas, mientras me cuentas todas tus penumbras, luego
solicitamos un servicio de entrega las llaves para que un conductor profesional
maneje tu vehículo a la casa. ¿Te parece?, –dijo Andrés para interrumpir ese
abrazo silencioso, largo e incómodo–.

–Mejor no puedes haberlo dicho. –Ripostó Thomas, mientras abría lentamente


sus brazos para permitirle soltársela–.

–No se diga más, –dijo Andrés–.

Los dos salieron de allí, tomaron el auto de Thomas, condujo como por una
hora y quince minutos donde no se pronunció una sola silaba durante todo el
recorrido, solo Andrés interrumpió al arribar diciendo:

–¡Hemos sabido llegar!

Descendieron del auto y Thomas dejó en la silla trasera su maleta, con el


abrigo, pero tomó el diario, descendió del auto y antes de ingresar al
establecimiento prefirió mejor observar todo a su alrededor.

Levantó la mirada al cielo. Ya había dejado de llover, pero este día aún tenía
en sí mismo un toque especial de cierta melancolía. Observó alrededor, llenó sus
pulmones de aire y exhaló fuertemente, dando la espalda al recinto, la vista era
maravillosa, se podía apreciar cada rincón de la ciudad a los pies del cerro, todo
abajo tranquilo, tan pacífico, tan hermoso, tan relajante… Pero su alma tan
atormentada y confusa, de verdad que Andrés tenía razón, este lugar invitaba a la
calma y a la paz, al encuentro con ese yo interior, que a veces necesitamos tanto.

Fue inevitable, dos lágrimas rodaron por sus mejillas, Andrés mientras lo
miraba con discreción, a su vez que con su mano derecha masajeaba el hombro
izquierdo de su amigo, en señal de comprensión, de acompañamiento, de
amistad, de camaradería…

–¿Entramos? –Indicó Andrés–.

–Dame un segundo. –Respondió Thomas, al tiempo que sacaba un pañuelo del


bolsillo y secaba su rostro, añadiendo–:

–No te imaginas, amigo, la situación tan difícil que vivo, lo que nunca había
llorado en mi entera vida lo estoy haciendo ahora. –Exhaló nuevamente y dijo–:
¡Entremos!

Al ingresar al lugar, se percató de que era mágico. Estaba sonando una música
instrumental andina, el lugar por dentro estaba totalmente forrado en madera
rústica y contaba con unos ventanales muy grandes. Era como una especie de
feria artesanal, atrapasueños por todos lados y en vez de mesas con sillas, había
muebles que forman especies de pequeñas salas, con mesas de centro en puro
cedro, sobre la barra del recinto se exhibía un cuadro gigante de un indio
guerrero espectacular, con un letrero en la parte inferior que decía:

Azomalli;

Un pequeño espacio para un gran encuentro…


¡Contigo mismo!

Al lado de esta barra había unas escalas que conducían a un segundo piso,
continuaron por allí, y al subir, la majestuosidad era más grande, a la derecha
había un salón lleno de hamacas con otro letrero que decía: para mecer su alma,
y al lado derecho un sofá enorme que daba la vuelta a todo el borde del lugar,
pero que su frente no era hacia el interior del salón, sino hacia el exterior, un
ventanal que va de punta a punta por las cuatro esquinas del segundo piso, con
una vista maravillosa, por unos segundos Thomas olvidó su situación, solo se le
ocurrió mirar a Andrés y decirle:

–Definitivamente, amigo, tú sí que me sorprendes cada día más, ¿qué es esta


majestuosidad?

–Amigo, soy de las personas que tengo un lugar para cada situación. –Dijo
Andrés–. Ven, sentémonos y hablemos de la situación puntual que te aqueja hoy,
pues por la expresión de tu rostro, me dice que hay algo más de lo que quieres
hablar.

Se sentaron justo en toda la esquina derecha, allí era como el mejor punto para
observar el exterior y hablar con más tranquilidad. Tomaron la carta, para mayor
sorpresa, los tragos no eran para nada familiares, estaba: el solitario, el triste, el
tumbacachos, el revuelca espíritus, el matapasión, el embellecedor, el
envalentado, el quitapenas, etc., y así como esos, varios más, con la ventaja de
que cada trago traía a su lado la composición de licores y bebidas con los que era
preparado.

Andrés le dijo:

–No te preocupes, amigo, te sugeriré el trago.

Llegó el mesero y ordenó:


–Por favor, tráiganos dos liberaalmas dobles, con hielo y un pitcher de agua
chispeante con pepino, fresa y limón.

–Con mucho gusto. –Expresó el mesero–.

Para sorpresa de Thomas había un letrero que decía: «permitido fumar, pero
en el balcón». Inmediatamente, miró a Andrés y le dijo:

–Mientras llegan los tragos voy a fumar un cigarrillo.

Se paró, tomó el diario, sacó los cigarrillos disponiéndose a salir, mientras,


Andrés interrumpía su prisa diciéndole:

–No es necesario sacar el diario de Emma, puedes dejarlo acá que nada
pasará, te lo prometo.

Thomas no dijo nada, soltó el cuaderno sobre la silla y salió.

Justo en el momento que finalizaba su cigarrillo llegó el mesero con el pedido,


era algo inexplicable, o el mesero había tardado mucho o el cigarrillo no había
durado nada.

Thomas entró de nuevo, se sentó, tomó el trago, dijo salud para con Andrés y
se mandó un buen trago, que le estremeció todo el cuerpo, sacudiéndole la cara,
Andrés le sirvió un poco del agua y se la dio como pasante, diciéndole:

–Ahora sí, cuéntamelo todo.



FACHADA

Thomas agachó la cabeza como un niño avergonzado y comenzó a hablar:

–No sé si tenías razón con respecto a la lectura del diario de Emma, cuando
me dijiste que no leyera nada, para evitar encontrarme con cosas que me fueran a
doler, pero leerlo era inevitable, ahora o después de que Emma faltase lo hubiera
hecho, no me hubiera quedado con la inquietud de conocer los escritos de mi
esposa, pero lo que más me duele es saber que, aunque lo estoy leyendo aún
estando viva ella, no puede darme ni una sola respuesta a la cantidad de
interrogantes que tengo.

Tomó el diario entre sus manos y le dijo:

–Hoy, cuando iba para el cuarto de Emma, al salir del ascensor en el 4.º piso,
se me cayó el diario al suelo, quedó abierto en una parte que yo no había leído,
lo tomé sin dejarlo cerrar y leí lo siguiente, Thomas, aunque había cerrado el
libro de golpe pudo encontrar fácilmente el escrito y lo leyó para Andrés,
terminada la lectura dijo:

–Ya te había compartido dos escritos y me diste tu opinión. Ahora bien, ¿qué
piensas de este?

En esta ocasión, Andrés guardó un poco más de silencio, tomó de su trago,


bebió un poco, carraspeando la garganta. Luego interrumpió y el silencio y dijo:

–¿Cuál es el delito, amigo? ¿Dónde está lo grave del asunto? Entiendo que
estés un poco celoso porque el escrito habla de otra persona que no eres tú, pero
ella está siendo muy clara cuando dice: «hoy vi de nuevo a mi debilidad
secreta», pero en ningún momento está diciendo que es un amante real, que tiene
algo con él o algo por el estilo, creo que es una exclamación normal como
cuando se ve a un galán de televisión que genera suspiros.
Thomas lo interrumpió y dijo:

–Sí, pero ella no le dedicaría un escrito en su diario tan personal a un


cualquier protagonista de novela.

–Tú, ¿qué sabes? –Señaló Andrés–.

–Adicional, ¿qué me puede asegurar que más adelante, en el diario, no me


encuentre con que lo que conoció, que vivió con él un romance, o incluso que
aún lo vive…?

–Entonces, no lo leas más. –Expresó Andrés–.

–Pero… ¿Quedarme con esta incertidumbre?

–¿Y qué prefieres, una verdad que te queme, o una incógnita sin dolor, solo
con incertidumbre?

–Pero una pregunta de esas sin respuesta me dejará inconcluso, de por vida.

–Bueno, y si descubrieras que vivió algún tipo de romance, ¿qué vas a hacer?
Ya no puedes cambiar lo sucedido, adicional, ¿de qué te sirve descubrir esa
verdad teniendo en cuenta la condición actual de Emma y el futuro que le
espera?

–Pues, por lo menos tendría una verdad…

–Pero, insisto, ¿de qué sirve una verdad en esto momento? ¿Qué tanto puede
cambiar la situación? Antes, más bien, creo que la empeoraría.

–¿Y no piensas en mí?


–Porque pienso en ti es que te digo, amigo, que no te hagas más daño, déjala ir
con amor, no sueltes con dolor, que es peor, ella siempre será tu pedazo de
chocolate oscuro, y guarda los mejores momentos, por lo no tan buenos, no te
preocupes, esos son parte de la maleta en este viaje de la vida. No te lastimes
más.

–La verdad que no soy capaz, amigo, no puedo, me mata el solo hecho de
pensar que ella haya sido de otro hombre estando conmigo, que haya sentido otra
piel diferente a la mía, otros besos que no sean de mis labios, e incluso, que haya
escuchado otras palabras de amor que no salieran de mí.

–Amigo, sé que será inútil insistir para que no lo hagas, siento que tu decisión
de continuar con estas lecturas está más que tomada, pero permíteme darte una
especie de consejo, o mejor, prométeme algo…

–Lo que sea, dime…

–No vas a leer el diario en desorden, para que puedas entender la lógica de los
escritos y no te confundas más, sigue en el orden en que vas hasta que
encuentres lo que quieres, y si, por el contrario, no encuentras nada extraño de
nuevo, sería excelente. Emma te necesita ahora más que nunca, así sea para sus
últimos días, te necesita para que le des las fuerzas y el apoyo necesario para su
partida.

–Eso haré, te lo prometo.

–Recuerda, Thomas; sin prisa, pero sin pausa.

–Hoy mismo trataré de leer lo que más pueda.

–Bueno, ahora bien, vamos a alejarnos un poco de esa situación, sé que no es


fácil, pero vamos a intentarlo, con esta música, con esta vista y esta compañía,
no podemos desperdiciar el momento. ¡Salud!

-¡Salud!

Así pasaron por unas buenas horas, hablando de cosas un poco personales, de
vez en cuando salía a relucir Emma, pero más que por su diario y la situación
actual, por vivencias del pasado. Sonrieron, lloraron, se abrazaron, hasta juraron
ser amigos por el resto de sus vidas. Thomas había sido prudente con la bebida,
pues quería estar más bien sobrio cuando llegara a casa para continuar con la
lectura.

Había llegado el momento de partir, ya se encontraba allí el conductor que


había solicitado Thomas para que lo llevara a la casa, con el que negoció para
que, de camino, arrimará a Andrés a su departamento.

Cuando llegaron al destino de Andrés, este, antes de bajarse, le repitió:

–Recuerda, amigo, sin prisa, pero sin pausa… –y esta vez añadió–: con
conciencia, no olvides los bellos momentos que son los que cuentan ahora… Ah,
y amigos por siempre. –Lo abrazó y le dio un beso fraterno en la mejilla–.

Thomas solo contestó:

–Te lo prometo, amigos por siempre. Gracias por todo, como siempre.

Continuó su camino y en menos de quince minutos estaba en casa, sentado en


el sofá, con un trago de whisky en la mano, con la libertad de encender un
cigarro sin restricciones, el cual puso en un cenicero de cristal que estaba en la
mesa de centro, más como adorno que por su utilidad, aunque en este instante
encajaba perfecto con el momento.
Cogió el diario, lo abrió en la página que iba en orden con la lectura siguiendo
las instrucciones de su querido amigo y comenzó a leer…

Era extraño, pues, aunque la lectura era normal, Thomas solo parecía estar
repasando los renglones entre líneas tratando de encontrar esa palabra clave o
ese escrito que lo llevara a conocer el inicio de su angustia, pero hasta el
momento era en vano, solo encontraba frases célebres, pensamientos y aunque
quizá, asuntos importantes, pero irrelevantes para él, en el momento.

Por un momento paró la lectura, se puso en pie dirigiéndose a la pequeña


licorera que estaba a un costado de la sala, sirvió un poco más de whisky en su
vaso, tomó la botella y la puso sobre la mesa de centro, se dirigió hacia el
refrigerador tomó hielo en un pequeño recipiente y lo llevó junto a la botella.
Parado junto al sofá dio un fuerte sorbo del vaso para llenarlo de nuevo y
continuar con su acometido, la noche prometía ser larga, pero no importaba, la
tranquilidad no tiene precio y estaba dispuesto a invertir las horas, los minutos y
los segundos necesarios para estar en paz consigo mismo.

Se sentó, encendió un nuevo cigarrillo y tomó el libro para continuar la


lectura.

«Tacones rojos…

Yo, que deliro fuerte y desmedido, yo que he soñado con un amor para toda la
vida, no imaginaba lo doloroso que este sueño es cuando se vuelve realidad un
día... He abierto mi corazón como se abren las flores en primavera al dulce
canto del ruiseñor, con el temor de que ahora estoy entrando al otoño de mi
vida.

Amo despierta y alucino mientras sueño; la incertidumbre asalta mi corazón,


los días transcurren lentamente como si no pasara nada, ya somos parte de la
monotonía. Lloro a solas, con miedo de que el amor me falte, no a que se vaya
de mi lado; simplemente a que el amor me falte… Me levanto decidida y antes
de salir me pongo mis tacones rojos, elijo sonreír al tiempo que voy con mi
mirada firme, mi caminar sereno y mis greñas expuestas al juego con el viento:
pues no voy a mostrar al mundo mis temores. ¡He dicho!».

Emmloz

Aunque Thomas estaba en la búsqueda de otros escritos, este llamaba


poderosamente la atención, se preguntaba varias cosas, cuando Emma habla del
sueño de un amor para toda la vida, ¿sería él ese amor de sus sueños? Y si era
él… ¿por qué decía Emma que se tornaba doloroso ahora que era real? Ellos
siempre buscaban tener diferentes actividades para que no se perdiera el encanto
en la relación, ¿será que el estar haciendo diferentes cosas también es parte de la
rutina? El temor de que el amor le falte, ¿hace referencia a que se le acabe el
amor por él?

Thomas, sin darse cuenta, mientras leía este pequeño fragmento, a la vez que
se hacía tantas preguntas. Había fumado dos cigarrillos consecutivos, decidió
dejar por un instante el libro sobre el sofá, se quitó los zapatos, desabotonó su
camisa la dejó en otro sillón quedando en camisilla, se puso de pie y dejó caer
los pantalones quedando en ropa interior un poco suelta. Era como si el calor se
hubiera apoderado de él, sirvió un poco más de licor en el vaso, dos cubos de
hielo dirigiéndose al balcón para tomar un poco de aire fresco. Allí elevo la
mirada expirando lentamente el humo del cigarrillo al cielo, el cual parecía llevar
todas sus inquietudes a lo más alto.

Luego, sintió que su inquietud creció de forma desmedida y estaba


rotundamente decidido a pasar el tiempo que fuera necesario leyendo los escritos
de Emma hasta terminarlos, pues tampoco era tan grande. Calculaba que podía
leerlo muy bien en tres o cuatro horas.

Ingresó de nuevo a la sala, se sentó en el sofá, tomó de nuevo el diario lo puso


sobre sus piernas mientras bebía un sorbo de whisky hasta vaciar el vaso, puso
dos cubos de hielo más y sirvió de nuevo sin haber ingerido en su totalidad el
licor que tenía en la boca, dejó el vaso sobre la mesa, tragó y exhaló fuerte.
Abrió el diario y continuó leyendo.
«Mayo ,17

Ayer fue un día maravilloso, celebramos el cumpleaños número 40 de mi


amiga Lourdes, la verdad que fue súper, no acostumbro a escribir por el simple
hecho de haber asistido a un cumpleaños y haberme divertido, sino que esta vez
amerita el escrito. Hoy vi a Karol una de mis mejores amigas de secundaria, no
puedo evitar recordar la cara de asombro de Thomas al verla, fue imposible
disimular, la observaba de arriba abajo, como haciendo una especie de escáner
ocular para grabar hasta el más íntimo detalle, pero debo reconocer que mi
amiga está preciosa; unas curvas perfectas, caderas no muy anchas, pero
levantadas, piernas largas, definidas, firmes que lucían con una hermosa
minifalda, una blusa ceñida al cuerpo con un escote justo para provocar con la
media exhibición de sus grandes senos, su piel canela siempre cuidada, una
hermosa sonrisa, un cabello largo y liso, su rostro angelical, y si a todo esto le
súmanos su actitud arrolladora podríamos decir que era una perfecta diosa del
deseo.

Tras bambalinas, por así decirlo, pude escuchar como los machos allí
presentes habían hecho comentarios con ese toque morboso y un poco soez que
supuestamente a tantas nos incomoda, pero por dentro nos excita, cerca de
Karol, y por supuesto, entre ellos, no podía faltar mi marido; el reservado
Thomas, a quien observé muy detalladamente y noté como, mientras hacía sus
comentarios acerca de lo fascinado que estaba con aquellas “tetotas” como él
las llamó mientras mordía sus labios y tronaba sus dedos, era la primera vez
que escuchaba a mi hombre expresarse así.

No sabía que a mi pedazo de chocolate blanco le gustaran los senos grandes,


pues los míos son de tamaño mediano, no muy grandes y siempre me decía que
eran perfectos; otra lección aprendida. No siempre tenemos lo que queremos,
pero con que amemos lo que nos toca es suficiente.

La verdad no me molestó, al contrario, me transportó en el tiempo; justo a


aquel paseo de campo para vivir un fin de semana entre amigas, lo recuerdo
muy bien, ese plan ha sido de los más especiales, cocinamos, hablamos cosas de
chicas y en la noche sentadas en el piso del salón principal; jugamos a decir la
verdad o atreverse. No sé cuál de las dos era más difícil, si decir la verdad ante
semejantes preguntas o atreverse a penitencias tan locas, pero bueno, después
de un par de verdades muy candentes decidí mejor atreverme, entonces ahí fue…
mi primer beso con una mujer, precisamente con mi amiga Karla, podría decir
que ese ha sido uno de los besos más perfectos que he tenido en mi vida.

Ahí no terminaba todo… las dos sentimos una conexión muy fuerte, fue esa
misma noche luego de varias copas, risas, cantos y dramas que cuando todas
estaban durmiendo, yo no podía conciliar el sueño, decidí levantarme a tomar
un poco de agua, con cuidado a no despertar las otras chicas, cuando cerré la
puerta del refrigerador ahí estaba Karol parada, mi pulso se aceleró, serví un
poco de agua y la bebí de un solo sorbo. Ella no apartaba su mirada de mí.

Sin pronunciar una sola palabra, solo mirándonos fijamente, mi amiga tomó
con su mano izquierda mi mano derecha, allí podíamos sentir el pulso de las
dos, cuán acelerado estaba, con su otra mano acarició mi rostro y en menos de
lo que pudiéramos pensar estábamos entrelazadas besándonos, ha sido de los
besos más dulces y apasionados que haya tenido en mi vida.

Puedo recordar todo lo que vino tras el beso, las caricias, sentir nuestras
pieles amasándose sobre el sofá, su lengua se deslizaba por cada rincón de mi
cuerpo mientras la mía descubría unos lugares tan inimaginables, pero con un
sabor tan especial que no quieres nunca desprenderte de ahí… Besos, caricias,
más besos y más caricias, hasta llegar a ese punto de éxtasis en el que explotas
en varios orgasmos consecutivos de los que muy pocas veces un hombre, en su
afán de complacerse a sí mismo, no se percata de hacer sentir en una mujer.

De ahí fuimos amantes clandestinas por un tiempo, puedo decir que hasta
llegamos a enrolarnos en una relación que nunca terminó, solo se desvaneció a
través de tiempo, la distancia y los afanes del día a día, en ese duro camino de
la formación profesional. Ahora, las dos casadas nos reencontramos y con la
mirada cómplice nos dijimos, en silencio, “gracias por esos momentos tan
especiales”. Descubrí en mí algo muy importante: no soy mujer que me enamoro
del género, sino de la persona.

No sé si Thomas tiene esa misma fantasía de casi todos los hombres porque
no me ha propuesto un trío con otra mujer, por mi parte… yo encantada.

Anoche, al llegar a casa tuve uno de los mejores sexos de mi vida con mi
´Thomas, él se había transformado en una de esas fieras que a mí me encantan,
sé que no era solo el efecto de las copas que habíamos tomado, pues sentí que
en sus ojos cuando me miraba, no me veía a mí, sino a mi amiga Karol, por la
forma en cómo jugaba con mis senos mientras yo estaba sentada sobre él y
Thomas, a su vez, decía con tanto morbo… “me encantan estas tetotas” y las
apretaba con fuerza y deseo. Nunca se había referido a mis senos de esa
manera.

En ese momento, mientras me movía fuerte y sensual, al tiempo que lo sentía


dentro de mí y nos convertíamos en una sola carne, me encorvaba un poco hacia
el frente para que mientras él disfrutaba mis senos, yo me apoyaba sobre su
vientre y mis dedos se alargaban para husmear entre sus piernas suavemente en
aquel lugar donde jamás habíamos imaginado entrar. La verdad nunca había
visto tanto deseo, tanto morbo y tanta pasión juntas en la cara de mi esposo, en
mí ni se diga, volví de nuevo a vivir esos múltiples orgasmos con una descarga
de fluidos como si me hubiese orinado. Creo que los dos sentíamos que
hacíamos el amor con mi amiga Karol, como una especie de trío telepático.

Thomas sabe que amo los buenos besos, pero a veces parece que lo olvida…
sin embargo, anoche, luego de hacer el amor, nos besamos con la misma fuerza,
magia y poder del primer beso.

P. D.: Espérame, diario, que vendré a ti con más frecuencia».

Emmloz

DESCUBRIRSE
Thomas no podía volver en sí, esto era demasiado para él, recordaba
perfectamente ese día, uno a uno los relatos de Emma lo habían transportado a
ese instante y pudo revivir paso a paso ese momento, de hecho, sin darse cuenta
tenía una fuerte erección y su ropa interior estaba mojada por lo lubricado que
estaba. Thomas se sentía descubierto, un poco avergonzado, pero a su vez
demasiado inquieto, sabía que los escritos que iba a comenzar a leer databan de
menos de un año, puesto que esta fiesta había tenido lugar en mayo del año
pasado y ya estaban en abril, aproximadamente once meses. Es decir, que los
ojos azules que eran la ilusión secreta de Emma habían aparecido no hace mucho
tiempo, y con lo que había acabado de leer, el género de esos ojos azules podía
ser cualquiera: masculino o femenino.

Por un momento quiso masturbarse, y apretó con fuerza sus genitales, pero la
incertidumbre era más grande que su propia libido en ese instante, por lo que
mejor bebió un fuerte sorbo de licor y se paró para fumar otro cigarrillo en el
balcón.

Luego de fumar su cigarrillo rápidamente y con fuerte ansiedad, regreso al


sillón, tomó el libro en sus manos, lo puso sobre la mesa del comedor, pasó el
vaso con licor y la botella para esta misma mesa optando por cambiar de puesto,
se sentó con los pies cruzados realizando ligeros movimientos a las rodillas y
antes de continuar la lectura puso su celular en modo avión para no ser
interrumpido… La lectura continuó.

«Mayo, 21

Mis te amo…

No esperes de mí muchos “te quiero”, tampoco muchos “te amo”, menos


demasiadas alabanzas para ti, esas que cuando se dicen continuamente pierden
fuerza, pierden valor, pierden poder, pierden su magia…Haz una comparación
entre la sensación que sentiste las primeras veces que te llamé “amor” o dije
que te amaba y lo que sientes ahora cuando te lo digo; ¿cierto que ya no arde el
estómago? Y… ¿tampoco se acelera el pulso? Eso se llama “costumbre” una de
las peores enemigas del amor; por eso he cambiado los “te amo” y los “te
quiero” por:

-¿Cómo te sientes? Hoy me acordé de ti. Por favor, cuídate. Abrígate al salir.
Te extraño. Compré esto que tanto te gusta. Hoy escuché tu canción favorita.
¿Por qué tienes las manos frías? Buenos días. Buenas noches. Mira lo que
cociné… incluso en aquellos silencios que hago para que puedas sumergirte en
tus propias cosas…».

Emmloz

Así, como estos pensamientos cortos encontró varios más…

«Junio, 3

Imperfecta…

Bendita imperfección que me hace humana…

No busques en mí la perfección, pues esta es surrealista, efímera…

Somos perfectos a medida que complacemos al otro en sus deseos y


necesidades, muchas veces dejando de ser quien somos… por mi parte soy un
ser humano que goza del arte de la imperfección: lloro con alegría, canto con
tristeza, sonrío con ironía, callo con valentía, grito con temor, amo en libertad y
viceversa…».
Emmloz

Thomas sentía las pulsaciones en su cabeza. Todos estos escritos eran un poco
confusos para él, sin darse cuenta ya se había fumado otro cigarrillo sin salir al
balcón, y la botella de whisky había disminuido, él continúa leyendo,
encrespando sus cabellos con el dedo índice de la mano izquierda, el diario
abierto sobre la mesa y la mano derecha libre para cambiar la página, fumar o
beber un poco de licor…

Thomas ya había leído varios pensamientos, hasta que se encuentra con “16
de agosto”…

«16 de agosto

Azul profundo…

Definitivamente, hoy debo recurrir a ti querido diario, amigo confidente. He


sido una mujer de cartas, de poemas, de tarjetas y más de lectura que de
escritura, pero desde que decidí encontrarme contigo, a escondidas, me siento
libre de mis prejuicios y mis juicios. De verdad que sí, gracias.

Ahora paso a contarte acerca de esta extraña esta sensación, nunca la había
vivido, no sé si será por las últimas discusiones con Thomas, que, aunque no son
tan graves, el hecho de que sean tan constantes agotan el sentir.

Bueno a lo que vinimos…

Hoy vi el hombre de mi vida, el hombre de mis sueños…».

Thomas por un momento dejó la lectura, sintió como su corazón se aceleraba,


momentáneamente un calor lo invadió alrededor del cuello, hasta sentía
pulsaciones en la cabeza. Bebió de un solo sorbo el licor que le quedaba en el
vaso y como si no hubiese sido suficiente tomó otro trago directo de la botella,
zamarreó su cabeza como queriendo despertar o tratando de espabilar sus
pensamientos. Continuó.

…Hoy vi el hombre de mi vida, el hombre de mis sueños,

Wow! Qué sensación más extraña, hace tiempo no sentía algo así, de verdad
que su imagen me ha quedado grabada en mi memoria, para que tengas una
idea de él, te lo describiré:

No es muy alto, un poco más que yo, diría, su color de piel es


asombrosamente hermosa, difícil de definir, pues no es negro, no es rubio, no es
blanco, más bien un mestizo especial, parece tener un tono canela bronceado,
pero me atrevería a decir que es natural, sus ojos son azules, con mirada
profunda, unas cejas espesas, unas pestañas crespas, una barba organizada,
ligeramente definida, su rostro es muy masculino, un poco ovalado de líneas
equilibradas y definidas, sus mejillas dominando el entorno, la quijada no es
grande y su frente tampoco es sencillamente armónico. Tiene una hermosa
cabellera ondulada y muy oscura al igual que los bellos que muestran sus
manos a la altura del reloj.

Su cuerpo no es para nada “fit”, ni mucho menos atlético, creo que su


ejercicio físico podría ser una buena cena con un exquisito vino, o sería leyendo
un buen libro a mi lado o por qué no, haciendo el amor constantemente.
Hummm... mejor ni me lo imagino.

Lucía un atuendo espectacular, un “jean” ligeramente desgastado, ajustado a


la pierna, por lo que se podía percibir que tenía unas muy buenas piernas, no
muy largas, pero sí muy definidas. Una camisa de solo tres botones abrochados
hasta el cuello, de color rosa pálido, unos zapatos casuales de color café, al
igual que la correa, un “blazer” gris, en la mano izquierda un reloj inteligente,
y en la derecha, unas pulseras de un toque muy sofisticadas, no las detallé
mucho porque, aunque muero por los accesorios, esta vez estaba atrapada en la
magia de su mirada azul profundo.
P. D.: Eso sí, no vi anillo por ningún lado…

Esto es todo por ahora, amigo diario. Pronto volveré y te contaré más acerca
de mis cosas».

Emmloz

Thomas estaba atónito con esto que leía, sabía que ya estaba encontrando lo
que buscaba, el escrito lo había sacado de sí mismo, pues sentía que su relación
estaba en el mejor momento, no creía que esas pequeñeces por las que discutía a
diario con Emma significaran tanto, es más creía que parte de lo que ellos
disfrutaban era discutir por tonterías, mas no pensaba que esto le estuviera
suscitando esa especie de hastío en Emma, ya lo mencionaba en varios escritos
“la rutina” y “las discusiones constantes”, entre otros.

Sin darse cuenta estaba parado en mitad de la sala, el diario abierto de par en
par sobre la mesa, mientras en una mano sostenía un vaso con whisky, en la otra
una taza de café oscuro, sentía que aunque lo que más deseaba era seguir
tomando un trago fuerte, a su vez debía sostenerse sobrio y cuerdo para estar
atento a lo que se vendría, aún faltaba más por leer y tenía una fuerte
corazonada de que lo que había leído solo era el comienzo, sabía para sí mismo
que encontraría más cosas.

Se tomó de un solo trago el whisky, encendió un cigarrillo, pero esta vez


dentro de la casa. Puso un cenicero sobre la mesa y se sentó de nuevo, claro
estaba que sentía una mezcla de sentimientos: tristeza, rabia, dolor,
incertidumbre, nostalgia, impotencia y muchas, pero muchas preguntas.

Prosiguió con la lectura, sin dejar de pensar en un solo instante en la imagen


que había descrito Emma, se preguntaba constantemente: ¿quién será? ¿Cómo se
llamará? ¿Dónde lo habrá conocido?... y como estas, muchas preguntas más.

«21 de agosto
Ante el espejo…

Qué difícil es esta sensación de que, aunque todo parezca perfecto, no lo es.

Tu silencio prolongado por las noches me cuestiona y me hace pensar que a


veces no eres feliz. Hoy me miro en el espejo y pienso que quizás yo experimento
esa misma sensación, porque siento que se han perdido un poco esos vientos
frescos del amor, que estamos atrapados en el tiempo, como aquella fotografía
que no se tomó en un acontecimiento especial, pero que al verla, a través de los
años ,a pesar de lo deteriorada que pueda estar, nos cuenta historias que al
remembrar sacuden el alma.

He pensado en alejarnos por un tiempo, pero aquí parada mirándome


fijamente al espejo descubro cambios en mi cuerpo que antes no existían, líneas
en mi rostro que han aparecido poco a poco durante este camino contigo y me
doy cuenta de que el amor es mucho más que una sensación, es perseverancia,
constancia, es lealtad, es permanencia a través del tiempo

Reconozco que te quiero, que tu amor es lo más grande que tengo, que
necesitamos solo un tiempo, un tiempo para hacer de cada día un nuevo
comienzo en nuestras vidas.

Tiempo para saber que no nos amamos porque nos necesitamos, sino que nos
necesitamos porque nos amamos.

Ahora, frente al espejo simulo mis hilos de plata como decoración en mi


cabello y maquillo las líneas de mi rostro para verme más bella y airosa».

Emmloz

Ahora sí que Thomas estaba confundido, su pedazo de chocolate oscuro sentía


que no eran felices, pero atribuía esto al tiempo que llevaban juntos, qué
dicotomía tan absurda, el amor, en vez de ser más intenso con el devenir del
tiempo, se torna, por el contrario, más apaciguado. Sin embargo, él compartía el
mismo sentir de Emma, pero también apoyaba la idea de que el amor va mucho
más allá de una sensación física emocional, que este trasciende en tiempo al
plano inmaterial donde se convierte en perseverancia y lealtad para permanecer
juntos a través del tiempo en los aciertos y las dificultades. Seguramente lo que
necesitaban era que pasara un poco el tiempo para que reactivara la llama del
amor.

Era muchas vivencias juntas, momentos memorables y grandes experiencias


vividas como para tirarlas por la borda de la noche a la mañana. Por un instante,
Thomas sintió la seguridad de que Emma no iba a perecer en la lucha que libraba
ahora con la enfermedad que padecía, que su pedazo de chocolate saldría airosa
de ese enclaustramiento, que ella sería la número tres, en el mundo, en
recuperarse totalmente.

Cuando Thomas menos pensó, se encontró con una página que le faltaba un
pedazo de papel.

Este tenía un escrito que parecía inconcluso, e inmediatamente recordó que


había guardado un pedazo que hacía poco se había caído del diario cuando
estaba en el cafetín al frente del hospital. Por un corto tiempo pensó dónde
podría estar, pero pronto recordó que lo había puesto en su cartera y
seguidamente fue a buscarlo, precisamente allí estaba, abrió el pequeño doblez
que le había hecho y lo leyó.

«4 de septiembre

Todo tú…

“Ojos azul profundo… que me atrapan con la mirada, que me envuelven con
su magia, tan misteriosos como el mar, tan enigmáticos como el cielo…».

Comparó este trozo de papel con el pedazo que hacía falta en la página y este
encajaba perfecto. Y continuó leyendo.

«…Nariz griega, completamente plana y recta que genera cierto tipo de deseo
en mí, de sentir como respiras por mi cuello y erizas mi piel, nariz que me hace
imaginarte con un encanto especial.

Labios carnosos que incitan al pecado, invitan a calmar esta sed de deseo que
arde en mí. Oh, cómo desearía saciarme con ese manjar de labios frondosos.

Y ni hablar del resto de ti; es todo tú, que desprende atractivo por los cuatro
costados sin siquiera pretenderlo, sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo,
pues tu alta capacidad de atracción es totalmente natural e ingenua, pero
altamente irresistible, espero que sigamos encontrándonos a diario para seguir
deleitando mis sentidos

Hasta mañana amor secreto…

Hasta muy pronto, querido diario».

Emmloz

Thomas, en este momento, experimentaba la montaña rusa de los


sentimientos, pues sus emociones estaban en constante sube y baja, solo a una
lectura anterior, deseaba que Emma se salvara, se recuperara completamente
para encender de nuevo la chispa del amor que aparentemente dormía en ellos,
pero ahora se sentía tan dolido y humillado que creía inclusive que ella merecía
todo esto que le estaba pasando.

En su mente merodeaba la frase: “espero que sigamos encontrándonos a


diario”. ¿A qué haría referencia Emma en este momento? ¿Qué querría decir
con esto? La idea de que Emma tuviera un amante era aterradora, el solo hecho
de pensar que su amada esposa era capaz de engañarlo era inconcebible.
Thomas, sin percatarse, había bebido la botella completa de whisky, también
había destapado la segunda cajetilla de cigarrillos, pero era tan fuerte su emoción
que se sentía plenamente sobrio y esto lo atribuía a las tazas de café que había
consumido intercaladas con el licor, nunca pensaba que su conciencia estaba
drogada con una alta dosis de ansiedad, lo que le permitía permanecer en pie.

Ahora más que nunca estaba convencido de que debía continuar la lectura
hasta el final, sin importar las consecuencias, pues Emma en el momento no
podía responder todos los interrogantes que tenía y quizá nunca lo haría, por lo
que estaba decido a buscar respuestas por sí mismo en el diario, aun consciente
del riesgo de que, en vez de resolverlas, estas aumentarán más.

Sirvió una nueva taza de café, esta vez un poco fría, o a decir, en temperatura
ambiente y la bebió de un solo sorbo, encendió un cigarrillo, miró el pequeño bar
que había en la sala, notando que no había más whisky decidió destapar una
botella de vino tinto, pues el vino nunca fue de sus licores favoritos, por lo que
creía que tomaría más lento, y así sería más apropiado para cumplir con su
propósito.

Luego se dirigió al tocadiscos. Buscó entre toda la música algo que le ayudara
a digerir la lectura, y a su vez, amenizara el momento. Thomas era de espíritu un
poco extraño y de alguna forma sentía que poner un poco más de dolor al dolor
ayudaba a que este no doliera tanto. Era como una especie de anestesia
psicológica, de pronto encontró uno que creía era el apropiado, un larga duración
de grandes clásicas y excelentes óperas, entre ellos en su orden; “Belle nuit –
Barcarolle, de Offenbach, Silence y Moonlight, Sonata de Beethoven, Adagio in
G Minor, de Albinoni, El concierto de Aranjuez, "Adagio" de Joaquín Rodrigo
Vidre, entre otras… para Thomas, el complemento perfecto.

En cuestión de instantes, Thomas estaba siguiendo la lectura con la música de


fondo.

«6 de septiembre
El ciclo:

En el amor nada es completamente tuyo, ni tu propio sentimiento que, aunque


sale de ti, le pertenece al otro.

Hoy me he dado cuenta de que cuando amamos nos llenamos de momentos,


que con el paso del tiempo se convierten en recuerdos; algunos que lastiman y
hacen llorar, pero en la vida es necesario llorar para calmar el sufrimiento y de
esta manera poder sanar para olvidar, solo al olvidar podemos seguir viviendo y
hay que vivir para amar de nuevo, la máxima expresión de amar en libertad es
experimentar que tenemos a alguien valioso en nuestras vidas sin que en verdad
nos pertenezca realmente.

P. D.: Hoy no lo vi…»

Emmloz

AGONÍA
Es difícil precisar qué generaba más drama en el momento; la expresión del
rostro de Thomas al leer el diario, los escritos de Emma, la música de fondo, o a
mejor decirlo, la combinación de todo esto, incluso el mismo vino tenía un sabor
mucho más allá de tinto, era un sabor a dolor, angustia, tristeza, miedo, amor…
definitivamente estos relatos de este diario databan de una Emma diferente,
realmente era “otra ella”, como decía en su portada.

Thomas, esta vez quiso continuar la lectura como aquellos lectores


apasionados que cuando los atrapa un libro no hay nada ni nadie que los
despegue de allí, incluso mezclan sus quehaceres simultáneamente con la
lectura, así lo decidió desde ese instante para poder terminar pronto con esa
incertidumbre que lo estaba carcomiendo.

También se preguntaba a sí mismo una y otra vez; ¿por qué lo había leído?
¿Por qué no le había hecho caso a Andrés? Hubiese sido mejor no saber nada,
estaría más tranquilo. Y se respondía; el problema de muchos humanos es que no
nos gusta estar bien, esa rebeldía absurda de querer saberlo todo, de tener
siempre todo bajo control, el deseo del conocimiento absoluto nos lleva, muchas
veces, a perder la vida, a perderla de diversas formas, y no solo con la muerte
física, sino a la vez por el descubrimiento de algo muere una parte de nosotros,
después de ahí no volvemos a ser los mismos.

Prosiguió con la lectura y se encontró con una cantidad de frases y


pensamientos cortos, algunos le parecían que no eran autoría de Emma, pues
sentía que los había leído en alguna parte, o simplemente ella se los mencionaba
y por esto lo parecían familiares. También se encontró escritos sobre el amante
secreto de Emma, pero no eran muy trascendentales, entre ellos había unos que
decían:

-Hoy lo vi… ¡hermoso como siempre!

-Me regaló su primera sonrisa; ¡tan cálida, tan perfecta, tan él!
-Querido diario… Si hoy lo hubieras visto. ¡Wow! Lucia bellísimo.

De repente, había un escrito de apariencia un poco largo, este le llamaba


mucho la atención.

«Noviembre, 14

Susceptible

Hoy quiero hablarte bajito, querido diario, tengo emoción, un poco de


vergüenza, y hasta temor con mis impulsos…

Esta mañana nuestro encuentro fue diferente, esta ocasión mi silla habitual en
el metro estaba ocupada cuando ingresé en la estación, había varios asientos
disponibles, pero también estaba disponible uno al lado de él, por primera vez
decidí sentarme a su lado, sentir su cuerpo pegado al mío fue una emoción
irresistible, verlo ahora de perfil era como descubrir otra parte de él.

Volteé a mirarlo y dulcemente me sonrió, yo… al igual correspondí. Él estaba


sentado, pero a la vez sostenido con su mano izquierda de una barra vertical de
sujeción que estaba justo en medio de los dos, esta vez me detallé todo, su
atuendo que era extremadamente particular: vestía una camisa negra, como
habitualmente solía ponerse, pues aunque variaba el estilo, no el color, un
“jean” clásico ajustado al cuerpo, unos zapatos cafés de la marca Calzado real,
los cuales se notan de inmediato que son de clase, sus medias de colores, su
piel…

El cabello, su barba bien delineada y organizada que podía ocultar unas


pequeñas imperfecciones de la piel, que hasta se le veían perfectas, sus cejas
muy bien organizadas y unas líneas de expresión que podían decir que no era
muy joven, sino más bien un hombre maduro e interesante, en todo el sentido de
la palabra.

Sus manos fuertes, varoniles, gruesas, con unos dedos hermosos y unas uñas
limpias y perfectamente organizadas, se podía notar que era alguien de mucho
cuidado para consigo mismo, de esos hombres que hay pocos hoy en día.

También pude detallarme sus accesorios; llevaba consigo un maravilloso reloj


de Anthony de la Vega, ya te imaginarás cuánto costaba su tiempo en ese
momento. Ah, y adivina, mi querido diario, tiene una pulsera de plata marcada
con mi nombre, es medio corazón con la Inicial “E”, ¿será que quiere decir que
es mi otra mitad? Hummm…

Pero, bueno eso solo una parte; puse mi mano en la barra de sujeción justo
debajo de la mano de él y como había un caballero agarrado de la misma barra
arriba de su mano, pude sentir su piel todo el viaje, la verdad que fue una
transmisión de energía única, pude sentir su piel pegada a la mía, hasta el punto
de que me parecía estar entre sus brazos. Mi mente comenzó a volar y recrear en
ella la fantasía perfecta, cómo sería que me pasé dos estaciones más de donde
me debía bajar y cuando me percaté al descender en la estación para hacer el
cambio de sentido. Sentía mis manos llenas de sudor, mi cuerpo estaba en una
temperatura más elevada de lo normal y esto te lo diré más bajito… mi
entrepierna estaba totalmente húmeda.

Al llegar a mi oficina, afortunadamente temprano, como de costumbre, tomé


las llaves del cuarto de enfermería, los paños húmedos que estaban sobre mi
escritorio y me dirigí allí.

Me quité el vestido, tomé un paño e introduje mi mano dentro de mi ropa


interior, la verdad no estaba húmeda, estaba totalmente mojada, cuando
comencé a limpiarme mis senos comenzaron a ponerse firmes y no me pude
resistir, mi deseo tomó forma hasta convertirse en un ente real, recordé mi viaje
en el tren, la sonrisa cómplice, y el silencio rebosado de sentido, sin necesidad
de frases sucias o conversaciones insinuantes, solo el puro instinto que devora
con la mirada. Pienso que la vida es solo un instante, que es muy fugaz, es
volátil, que es dicotómica, nunca se sabe si es larga o corta, solo se sabe que es
una; miré el reloj para saber de cuánto tiempo disponía…

Solté mi sostén y acaricié mis senos hasta el punto de que hice erizar cada
poro de mi piel, mis senos eran demasiados firmes, los acaricié en círculos,
suavemente, y de forma sutil apreté mis pezones dejando salir un leve gemido de
placer, con una mano acaricié mi vientre, mientras, con la otra, bajaba
lentamente mi ropa interior.

Me senté en la camilla de la enfermería, recostada a la pared, desplegué mis


piernas y puse a trabajar mis dedos, comencé explorando mi sexo con caricias y
luego abrí los labios hasta encontrar mi clítoris, con mi dedo largo jugué con él
hacia arriba y hacia abajo, con movimientos en círculo, adelante, atrás,
aumentando y reduciendo el ritmo hasta que exploté en un candente orgasmo.
Mi respiración era extremadamente acelerada.

Reposé por unos instantes, me puse en pie, y me vestí rápidamente, ya sentía


cierto ruido en el exterior, me cercioré de que no hubiera nadie y rápidamente
salí, tomé mi cartera e ingresé al baño, allí arrojé la evidencia al recipiente de
la basura, me miré al espejo y pude notar que necesitaba un buen retoque,
limpié mi rostro, puse un poco de compacto en mis mejillas, pinté mis labios del
mejor rojo y desgreñé un poco mi pelo, como de costumbre.

Cuando salí del baño sentía un poco la mirada de malicia en algunos e


incluso acusadora, pero puf… solo era mi conciencia que a veces es tan
susceptible».

Emmloz

Thomas, esta vez estaba sin palabras, sus ojos totalmente desorbitados, sus
manos humedecidas y temblorosas, se levantó del sillón, quería leer de corrido,
pero era imposible, puso el diario sobre la mesa de centro, se dirigió a la cocina,
allí abrió el grifo liberando un chorro de agua fría que tomó entre sus manos y
salpicó su cara, como queriendo despertar de un mal sueño. Salpicaba su rostro
con agua y continuaba con sus manos humedeciendo su cabello, de adelante
atrás.

Caminó en la sala de un lado para otro, durante un tiempo pensando en si


continuaba con la lectura o paraba allí, la verdad era demasiado para él y no
creía ser capaz con tanto, no creía tener la suficiente valentía para resistir más
confidencias como esta, si no acostumbraba a compartir con amigos así, mucho
menos a saber eso del amor de su vida.

Tomó el teléfono y llamó a su gran amigo. Esta vez necesitaba las palabras de
un experto, él no podía solo con todo esto.

–Aló, –se oyó una voz de fondo que no era precisamente la de su amigo–.

–¿Andrés?, –preguntó Thomas, un poco tímido–.

–No, con Leonardo. ¿Quién habla?

–Perdón, soy Thomas, ¿es este el móvil de Andrés?

–Ah… Thomas, sí dame un segundo, ya te comunico con él.

Mientras, se escuchó en el fondo que decían:

–Es tu amigo, Thomas. Deja ahí, yo continúo.

–Sí, por favor, pon cuidado a la estufa. –Dijo otra voz–.

Thomas… Hola, amigo. ¿Cómo estás? Me alegra saber de ti, te me has


perdido todo el día, dime ¿a qué debo el honor?

–Amigo, qué alivio escucharte, perdona si soy imprudente, pero siento que
necesito hablar contigo, ahora más que nunca.

–No te preocupes, –dijo Andrés–. ¿Quieres que nos veamos? Termino de


hacer algo que tengo pendiente en casa y en una hora podemos vernos.

–No, no es necesario, debes estar muy ocupado y mi intención no es


incomodar más a estas horas de la noche.

–Amigo, solo preparo unos nachos con queso para ver una película, si deseas
puedes venir a mi casa y compartes con Leo y conmigo.

–No, la verdad no estoy en condiciones, ni físicas ni mentales, solo necesito


una ayuda tuya, que me orientes en algo muy delicado.

–Por supuesto, amigo, dime...

Bueno, te cuento que he estado leyendo el diario de Emma, dándome a la tarea


de terminarlo esta noche, puesto que me he encontrado ciertas cosas que me han
llamado poderosamente la atención en estos días pasados, –decía Thomas,
mientras caminaba de un lado a otro con un cigarrillo en la mano y saboreaba de
vez en cuando unos sorbos de vino–.

–Y cuéntame, ¿qué es lo último que ha sucedido? De igual forma te advertí


que en la vida es mejor no saberlo todo, y que si ella no te había contado acerca
de este diario es porque sencillamente no lo consideraba pertinente, además
porque era parte de su privacidad.

–Si yo recuerdo que me aconsejaste no leerlo, pero sabes en las condiciones


que Emma se encuentra en el momento y quise saber qué era todo ese misterio
que mi hermosa mujer podía encerrar, la verdad pensé encontrar sus recetas de
cocina con sus secretos, los proyectos que tiene conmigo, un poco de nuestras
diferencias, lo mucho que me amaba… en fin, pero no me he encontrado nada de
eso.

–Es lógico, amigo, –interrumpió Andrés–. Todo eso que tú mencionas, tú lo


conoces, un diario, amigo, es esa parte que ni los mejores amigos saben, y si lo
saben no tienen los detalles como los tiene un diario. Todos somos cuatro en la
vida: primero lo que todos sabemos (vida pública), segundo, lo que yo sé que
los demás no saben (vida íntima o privada), tercero, lo que los otros saben de mí
que yo ignoro (percepción) y, cuarto, lo que nadie sabe, ni los demás ni uno
mismo, a esto lo llamo el enigma de la vida (no posee vestigios para poder ser
descifrado) solo se resuelve a medida que trascendemos en nuestra existencia
humana.

–Sí, amigo, comprendo todo lo que me dices, –dijo Thomas, un poco


apresurado–, pero de verdad que no esperaba tanto, te lo juro es demasiado para
mí, ahora no sé qué hacer, quiero dejar de leer pero no puedo, siento un deber
conmigo mismo de terminar esto, pero temo mucho continuar por encontrarme
cosas más fuertes, Emma no me puede dar respuesta y no me las dará debido a
su condición, lo más probable es que muera y se lleve todas las respuestas con
ella, y deje todos los interrogantes conmigo, la verdad son muy pesados para
cargar con ellos.

–Y así estuviera con todos sus sentidos, no te podrá dar respuesta, –dijo
Andrés–, porque por eso lo escribió, no sé de qué tratan los escritos, pero puedo
asegurarte de que ella puede sentir vergüenza de tener que explicarte, por un
lado, y por otra parte, debe haber cosas que ni ella misma pueda explicar,
resolver o responder. En la vida no hay respuesta inmediata para todo, hay
tiempo para preguntas, hay tiempo para respuestas, a veces hasta la mejor
respuesta es no tener respuesta. No te apresures, en esta existencia no todo es ya,
no todo es ahora, la vida misma toma su tiempo, si no, mira a Emma aun en su
condición sigue ahí, y no sabemos hasta cuándo.

–Amigo, te diré algo… –dijo esta vez Thomas, con la voz entrecortada–, los
escritos de Emma hablan de un tercero, no sé su nombre, ella lo llama su amor
secreto o amante secreto, o algo así, y piensa cosas sobre él, que creo que nunca
las ha pensado sobre mí, cosas y sentimientos muy fuertes, muy profundos, que
duelen, que taladran el alma, por ahora no puedo entrar en detalles porque me da
un poco de vergüenza y creo que para poder entenderlos es mejor leerlos que
contarlos.

De pronto, un silencio reinó entre los dos, por unos instantes solo se
escuchaban los sollozos de Thomas, Andrés solo respiraba pausado y sentía
mucha impotencia de no poder ser pertinente o asertivo para su amigo en el
momento, de pronto los dos intentaros hablar al tiempo.

Andrés dijo:

–Amigo, ¿quieres que vaya y te acompañe?

Thomas respiró fuerte y respondió:

–No, solo quiero que me digas qué hacer, ¿continúo con la lectura o no?

Andrés hizo una breve pausa y dijo:

–Yo no soy la persona indicada para decirte qué hacer. Ahora bien, creo que
Emma, en las circunstancias que se encuentra, llegando a la caída de su sol, solo
le debe interesar las huellas de amor que ha dejado, especialmente en ti. Créeme
que así es.

–Pues, la verdad, su huella en este instante quema mucho, y las cenizas se las
lleva el viento.

–Tienes razón, –respondió Andrés–, pero ¿sabes?, así las cenizas vuelen, la
huella del fuego queda y el ardor continúa por un buen tiempo.
–Te pregunto, amigo, ¿cómo quieres recordar a Emma?

–Sinceramente, no sé cómo pueda recordarla después de esto.

–La pregunta es clara, amigo, no es ¿cómo vas a recordarla? Es ¿cómo quieres


recordarla? Dime, ¿cómo quieres recordarla?

–Quiero recordarla como el amor de mi vida, como la única mujer que he


amado con todas las fuerzas de mi alma, como mi pedazo de chocolate oscuro,
pero no sé si podré.

–¿Qué cambia si terminas de leer el diario y qué cambia si no lo lees


completo? ¿Cuál de los dos sentimientos es más grande? Con base en ello,
puedes tomar una decisión. Cuando en la vida debemos decidir entre dos
situaciones dolorosas, tenemos hacer un balance, y la mejor recomendación es
elegir la que menos duela o la que, aunque cause más dolor, ayude a sanar más
rápido. Pero la decisión debes tomarla tú, solo tú, pues esta es una decisión de
vida, y las decisiones de vida son muy delicadas, de mucha responsabilidad.

–Gracias, amigo, ya me has dado una respuesta y prefiero un dolor completo


que a lo mejor sane con el tiempo, no uno inconcluso que me atormente para
toda la vida. Nos hablamos pronto. ¿Sabes?, nunca le he dicho esto a un amigo,
tal vez porque nunca lo he tenido, pero te quiero mucho.

–Yo, igual, amigo mío. Llámame a la hora que me necesites, de igual forma
mañana nos veremos. Dios bendiga tu decisión.

–Gracias, amigo. Chao.

–Chao.

Andrés, quedó con una sensación de nostalgia fuerte, se percibía en su rostro,


tanto que Leo le dijo:

–Siento que no has quedado bien, ¿quieres ir donde Thomas?

–No, la verdad es que necesita estar solo, esta es una noche decisiva para él,
esta es parte del enigma de su vida y debe trascender en ella.

–Está bien, –respondió Leo–, pero ¿sabes?, no debemos ver la película, ya


están listos los nachos, mejor tomémonos una copa de vino, pongamos una
buena música que nos relaje y hablemos un poco, así siento que tú también
podrás sentirte mejor.

–Tienes razón, –dijo Andrés–. ¡Gracias!



DECISIÓN
Mientras Thomas miraba el diario detenidamente sobre la mesa, a su vez que
miraba hacia el bar de la sala, como en busca de algo que le diera las fuerzas
necesarias, y así fue, allí había ginebra, vodka, entre algunas otras. Su primera
opción fue tomar un poco de ginebra con agua chispeante seltzer, hielo y un
poco de limón. Bebió casi medio vaso de un sorbo, sacudió la cabeza y tomó de
nuevo el diario. Comenzó a leer, esta vez encontró de nuevo frases sueltas.
Algunas que dolían como esta:

«¡Muero por un beso de sus labios!

Perdóname, Señor, pero no permitas que me muera sin haber probado el elixir
de su boca…».

Entre otras, pero esta vez apareció un escrito que le cuestionó un poco.

«10 de enero

Un solo corazón.

Querido diario, perdona mi cinismo, pero estoy en duda, la incertidumbre me


asalta; ¿crees que se puede amar a alguien con quien nunca has tenido un
contacto? ¿Crees que puedes enamorarte de alguien con solo verlo? ¿Es posible
percibir la esencia de alguien, sin haber estado nunca en contacto? Ya sé que me
cuestionas por mi Thomas, pero él siempre será el amor de mi vida, el hombre
de mis realidades, mi pedazo de chocolate blanco, mi amor tangible, mi hermosa
realidad, en cambio Nícolas es mi deseo interno, el complemento de Thomas, mi
deseo reprimido hecho carne… mientras Nico es mi fantasía, Thomas es mi
realidad.

Siento que, aunque tengo un solo corazón alberga dos sentimientos igual de
intensos por mis dos hombres. En ocasiones, cuando veo a Nico, trato de pensar
que es Thomas y así lo siento más cercano, otras veces cuando veo a Thomas
siento que es Nico y puedo liberar mis más grandes fantasías.

Me encanta vestirme para Nico en las mañanas y desvestirme para Thomas en


las noches… despedir a mi pedazo de chocolate blanco con un beso que marque
su frente, y sonreír a mi hombre secreto con una sonrisa cómplice que lo
acompañe durante el día.

A veces quisiera pensar que Nico me piensa como yo lo pienso a él, en


cualquier hora del día, en cualquier instante, en cualquier lugar.

Siempre he sido una mujer muy puntual, pero nunca tan exacta, el mismo tren,
a la misma hora, en la misma estación, casi las mismas personas, ya somos
como una familia de viaje matutinos, con la ventaja de que él ya viene allí y que,
cuando me bajo él continua, es decir, lo disfruto todo mi viaje, tristemente solo
de ida, porque al regreso nunca coincidimos.

Hasta mañana a las 7:04 a. m., que tome el tren que llegue a la estación
primavera e ingrese en el vagón de costumbre, donde viene mi Nico.

Perdóname Thomas, pero sabes que te amo, te amo con todo mi ser, como
nunca he amado a nadie en esta vida , es por eso que a ti no debo escribirte en
un diario, pues no eres digno de un trozo de papel , a ti mejor te vivo y te escribo
a diario dentro de mi pecho con cada latido de mi corazón, inclusive hasta
puede ser que estos apuntes algún día los queme y las cenizas las arroje al mar,
al viento o al retrete, pero vaya donde vaya, lo que he escrito de ti en mi corazón
siempre estará conmigo y si algún día muero me lo llevaré como un tatuaje en el
alma».

Emmloz

Thomas se encontraba sentado, con los ojos colmados de lágrimas. Era una
mezcla de amor y odio, de rabia y tranquilidad, por un lado, Emma seguía
teniendo esos pensamientos por ese amante secreto, pero por otro, a él lo amaba
con un amor desmesurado, la verdad que todo esto lo iba a enloquecer, pero no
era capaz de parar, la idea de que en el diario pudiera descubrir que los límites de
la fantasía de Emma superaran la ficción y llegaban a ser realidad, lo sacaban de
sí mismo.

Decidió cambiar la música, pues el ambiente era demasiado dramático, y


verdaderamente, necesitaba algo que le generara paz, apagó el tocadiscos y
buscó entre los CD, hasta que, por fin encontró unas melodías maravillosas de
unos cantantes de Cabo Verde, donde gracias a esas canciones habían
programado unas vacaciones futuras a esta pequeña, pero mágica isla. Decían
que allí renovarían su amor, sus votos personales, sin necesidad de invitados,
tampoco de iglesias, solo ellos dos, los protagonistas del amor.

En el CD había canciones de Cesaria Evora, Ildo Lobo y Humbertona, una


combinación perfecta para relajar un poco el duro momento. Sirvió otro trago de
ginebra, agrego el Seltzer, limón y procedió con la lectura.

De nuevo encontró muchas frases cortas y una que otra que hablaban de lo
mismo, de su fantasía, si lo había visto, si no lo había visto y del deseo de darle
un beso, de pronto encontró otro texto largo.

Febrero, 18

La confesión.

Hola, querido diario, hoy vengo a ti como nueva, renovada, recién atendida y
satisfecha, hace poco hice el amor con Thomas, la verdad que este ha sido el
mejor sexo de mi vida… Ufff, nunca había tenido un orgasmo de este ímpetu, de
semejante magnitud, ni cuando me he masturbado por Nico, ni mucho menos el
día que hice el amor con Thomas donde los dos sentíamos que hacíamos el amor
con mi amiga.
Hoy estaba cocinando, fresca, recién salida del baño, en mi cabeza tenía el
cabello envuelto con toalla, mi salida de baño un poco pegada al cuerpo a
causa de no haberme secado bien después de la ducha. Probaba una salsa que
preparaba para las pastas, cuando Thomas se pegó a mí por la espalda, estaba
en bóxer, descalzo, greñudo y sin bañar, olía literalmente a macho, a mi macho.

Oh, cuánto placer podía sentir, cómo refregaba su miembro, que era medio
eréctil en mis caderas, y bailaba para mí al son de unos “blues” que había
colocado. Pronto lamió mi cuello, y suspiró dulcemente en mi oído, poco a poco
sus manos se fueron apoderando de mis muslos por entre mis piernas, el placer
aumentaba cada instante más y más.

Probé un poco de la salsa que ya estaba a punto, cuando él se percató de que


apagué la estufa, ladeó mi cabeza hacia él y probó la salsa de mis labios para
decir que estaba perfecta, y que sabía mucho mejor en mí. Con la punta de sus
dedos tomó un poco de salsa del sartén sopló para alivianar un poco la
temperatura e introdujo su mano a la altura de mi pecho y acarició mi pezón,
me giró fuertemente, destapó mi seno y se pegó a él como quien quiere saciar su
sed directo del grifo del agua. Yo solo gemía suavemente, lamió mis senos como
nunca lo había hecho.

Luego me miró fijamente a los ojos y dijo: –“La salsa te quedó perfecta,
apenas para marinarte a ti”. Yo, atrapada en él, solo husmeaba dentro de su
ropa interior y sin apartar la mirada de sus ojos, que estaban llenos de morbo y
de placer pregunté: –“¿Y con qué vamos a acompañar la cena?”. Sin darme
cuenta estaba encima del mesón de la cocina, con las piernas entreabiertas,
dejando sobresalir su miembro erecto y derramando un poco de vino sobre este;
diciéndome: - “¿Y qué tal si lo acompañamos con este?”.

Yo, como obedeciendo una orden indirecta, me incliné hacia él y lo introduje


en mi boca, con mi lengua jugaba a saborearlo, mientras lo miraba hacia el
rostro, al mismo tiempo que se lo succionaba, esa cara de placer de mi Thomas
mientras se lo hacía nunca la olvidaré, presionaba mi cabeza con fuerza hacia
él, con el fin de sentirlo todo adentro de mi boca golosa.
Así estuve durante mucho tiempo, saboreando todo su sexo, hasta lamiendo
sus piernas. Luego de un buen rato me dijo: - “Ahora te toca a ti”- Se bajó del
mesón, me quitó la bata definitivamente, y me subió a mí, llegó a mi pozo como
en busca del néctar de la vida, parecía que nunca se fuese a saciar, podía sentir
su lengua dentro de mí, cómo humedecía, y a la vez, cómo suavizaba mi interior,
incluso me tiró hacia adelante y llevó su lengua por todos lados, de adelante a
atrás.

Después de un buen rato, se puso en pie. El mesón era perfecto para sus
intenciones, por lo largo de sus piernas hizo que quedara sentada en la punta de
la cocina y mientras me acariciaba, lamía mis senos, y con sus dedos hurgaba
suavemente en mi entrepierna. Luego, fue acercando poco a poco su sexo al mío
y suavemente nos convertíamos en eso que llamamos “una sola carne”.

Todo era muy lento y sutil, podía sentir cómo respiraba, con un placer
delicado de aquellos que demuestran que no quiere acabar rápido, yo a la vez,
llevaba el compás con unos suaves gemidos.

Pronto, y sin pensar, me cargó hasta la sala, me puso en el sofá de espaldas y


comenzó hacerme el amor, pero la verdad quería más verlo, entonces me volteé
haciendo que se sentara en el sillón y me puse sobre él, ahora era yo quien
tenía el poder del ritmo, Thomas se excitaba cada instante más y más, por mi
parte, ni se diga.

Posteriormente, me puse en pie, dejé caer un cojín al piso y me acosté sobre


este para darle a mi amado la posibilidad de dominarme por el resto del tiempo
que quedaba, por la cara de Thomas veía que faltaba poco para llegar al
máximo éxtasis, él abrió mis piernas estando de rodillas, me dio una caricia
íntima y rápida, luego comenzó a unirse a mis piernas separadas, variando el
ritmo.

Ya después de un buen tiempo, levantó más mis piernas apoyándolas sobre


sus brazos casi a la altura del hombro para poder aumentar la velocidad de sus
movimientos y empecé sentir un placer como nunca. Subía mis piernas sobre sus
hombros y poco a poco las dejaba deslizar a sus brazos.
De repente salió dentro de mi sexo, y empezó a masturbarse con fuerza, sus
músculos se contraían, Thomas tiene un cuerpo maravilloso que se ve mejor
cuando está en su máximo punto de excitación. Yo, al mismo tiempo, comencé a
acariciar mi sexo con fervor, hasta el punto de que los dos llegamos al límite y
explotamos en orgasmos, él era un torrencial de líquido, por mi parte sentía que
me orinaba de placer. Sin más, se dejó caer sobre mi pecho y nos fundimos en un
súper beso que complementó al acto.

Te confieso algo, querido diario, y no me juzgues por favor… durante todo el


sexo me imaginé que lo hacía con mi Nico, no puedo decir que fue un sexo de
tres, solo puse a Thomas las cosas que me encantan de Nico, y dejé las que amo
de él, fue la combinación perfecta.

P. D.: ¡Perdóname, Señor!».

Emmoloz

IRA
Thomas, de un solo golpe, arrojó el diario a una esquina con una fuerza brutal,
por primera vez en su vida maldijo al amor, sus ojos estaban encendidos, sus
labios totalmente pálidos habían perdido su color a causa de la emoción
repentina que experimentaba, sus manos y sus piernas temblaban sin control, en
el centro del estómago sentía un ardor desmedido, el pedazo de chocolate
amargo se había convertido en la versión más amarga de sí mismo.

Thomas había sido llevado al cielo de la manera más extraordinaria, pero,


súbitamente, al final, de un solo tajo había sido arrojado al infierno de la forma
más miserable.

Esta vez cambió la copa de licor para beber directamente de la botella, de un


solo sorbo acabó con el resto que había quedado en la botella de ginebra.
Encendió un cigarrillo al compás que se incendiaba su cuerpo con el alcohol que
entraba en ese instante en él, su mente comenzó a turbarse por la dosis tan alta
de ginebra, pero esto no era suficiente.

Thomas, esta vez fue por la botella de vodka, cogió el paquete de cigarrillos,
el encendedor y el cenicero, sin pensarlo estaba sentado en un rincón de la sala
con las piernas encogidas y abiertas, con un vaso de vodka y el cigarrillo
encendido. Fumaba y bebía al compás que lloraba destrozado como un niño
chiquito, su pecho se agitaba y en la garganta se le hacía un taco imposible de
contener, de esos llantos que por más que trates no puedes parar y sí o sí, hay
que dejarlos salir, algunos los llaman llanto calma espíritu, ahogapenas,
quitadolor. Exactamente eso estaba sintiendo Thomas, su espíritu estaba
demasiado turbado, su pena era enorme y el dolor incalculable.

En el fondo se escuchaban las canciones de Cabo Verde que, en vez de invitar


a la calma revolcaban el alma, él solo seguía allí, en ese rincón como quien teme
al resto de la casa, únicamente se movió para desplazarse por más licor, así pasó
toda la noche hasta que se secaron sus ojos, el dolor menguó y el cansancio lo
venció quedando en un sueño profundo…
Abrió los ojos y se encontró en posición fetal, estaba plagado de residuos de
cigarrillo mal fumados el rededor, la botella de ginebra, la de vodka, más una de
vino, totalmente vacías, adicional, una botella de ron acabada de comenzar, y en
el vaso, un poco de ron con un filtro de cigarrillo flotando. Sentía algo de dolor
de cabeza, todo le daba un poco de vueltas.

Como pudo se paró de allí, se quitó las medias y quedó solo en camisilla y
bóxer. Tomó las botellas y las puso al lado de la barra de la cocina, la botella de
ron sobre esta. Vació el licor que tenía el vaso por el fregadero de la cocina hasta
que salió la colilla, destapó una botella de Prosecco, y en ese mismo vaso, sin
lavar, sirvió un poco de este vino espumoso, encendió un cigarrillo, pero antes
tomó un puñado de cereal y lo comió pasando con agua. Realizó esto dos veces
más, abrió la gaveta donde están el botiquín de primeros auxilios y tomó de allí
dos pastas para el dolor de cabeza que las ingirió con un poco de agua.

Se sentía preparado para comenzar el día, como lo estaba tramando. Comenzó


con el Prosecco, y el cigarrillo, recogió el diario de donde lo había arrojado lo
descargo sobre el sofá, apagó el celular, desconectó la línea directa de la sala y
comenzó con un proceso muy extraño.

Esta vez encendió la PC conectándola al estéreo, para más sonido. Buscó en la


aplicación de música un mix de varias canciones que ya estaba prestablecido,
luego de tener el ambiente aparentemente listo, comenzó a quitar todas las fotos
que había en la casa de Emma. Buscó en todas partes donde encontraba retratos
visibles de ella y los puso en una bolsa. Los llevó al cuarto dejándolos en el
clóset de su esposa. Luego, tomó todas las pertenencias visibles de Emma,
recordatorios, detalles, ropa y accesorios, como pudo los acomodó dentro del
armario y lo que no cupo, lo puso en el clóset de las herramientas de aseo. Ya sin
un solo rastro de Emma visible para él, solo su recuerdo más el diario sobre el
sofá y como dice este “Mi otra yo”, pues esta no era la Emma de la que él se
había enamorado.

Buscó en Internet y realizó una compra, se sentó a esperar mientras tomaba el


Prosecco, a la par que se deleitaba con su cigarrillo. No habían transcurrido
treinta minutos cuando sonó el timbre de la puerta, se paró tomó la cartera y
abrió la puerta, efectivamente, era lo que esperaba: su domicilio.
El señor que llevaba su pedido lo miraba con asombro, él no le importaba para
nada la cara de sorpresa de aquel hombre. Recibió las cajas y unas bolsas, pidió
que le dejaran las cajas en la sala y el entró las bolsas, sacó su tarjeta de su
cartera, para realizar el pago, y luego tomó dinero, que le entregó al señor, como
propina por el servicio

El mensajero estaba totalmente sorprendido. La propina había sido enorme,


pero el pedido lo imaginaba para otro tipo de evento, muy diferente a lo que
visualizaba en el ambiente.

Eran tres cajas de whisky, de doce botellas cada una; tres bolsas de hielo;
cinco cajas de cigarrillos de diez paquetes cada uno; tres encendedores; dos
frascos grandes de café instantáneo; un paquete de café de colador y muchos
misceláneos como nachos con sus salsas, papas fritas de diversos sabores, agua
seltzer...

Puso las bolsas de hielo en el refrigerador, destapó una y la vació en el


dispensador de hielo hasta que este quedó a tope. Puso a hacer más hielo
automático, y las otras dos, las puso en el congelador.

Abrió unos paquetes de nachos y de papas fritas, las vació en una bandeja,
cogió una botella de whisky, un paquete de cigarrillos, el cenicero, el vaso y
llenó un recipiente con hielo. Todo esto lo puso sobre la mesa de centro de la
sala y se sentó en el sofá grande, justo al lado del diario.

Sirvió un whisky en las rocas, encendió un cigarrillo fijando la mirada al


frente, tomaba un trago de licor, aspiraba un poco del cigarrillo, a la vez que
rodaban las lágrimas por sus mejillas, en esta oportunidad, sin sollozos.

Thomas no era Thomas, se había convertido literalmente en otra persona. ¿Por


cuánto tiempo estaría así? ¿Qué tramaba con esto? ¿Qué pasaría por su mente?
¿Qué haría con Emma? Estas, y un sinfín de preguntas más podrían surgir, pero
solo él podía responder, porque la verdad no se podría precisar, solo de ver la
magnitud del domicilio se sabría que esto iba para largo.
Así pasó buena parte del día hasta que la ebriedad y el cansancio lo vencieron
dejándolo profundamente dormido sobre el sofá.

Repentinamente, levantó la cabeza y se vio envuelto en la oscura noche,


todavía sonaba música de fondo, ahora solo había alcanzado a tomarse una
botella completa de whisky y un poco más de media, una segunda botella, a
pesar de la música que sonaba había en el ambiente un aire a soledad, a
nostalgia, a tristeza, una sensación a vacío, como cuando regresas a casa después
del funeral de un ser querido o de aquella triste despedida en un aeropuerto
donde sabes que alguien parte, pero no estás seguro de cuándo volverá, esa
sensación que muchos han sentido, pero ninguno puede describir, eso sí, nadie
quiere sentir de nuevo.

LOCURA
Se levantó con la cabeza un poco turbia por el licor consumido. Fue a la
nevera, para buscar algo de comer, preparó un sándwich simple con pan, jamón y
queso, lo acompañó con un poco de jugo de naranja, y para ajustar, una taza de
café amarga, tan amarga como sus pensamientos.

Luego de “cenar”, introdujo la cabeza al grifo de la cocina y sacudió sus


cabellos fuertemente, fue este el único baño que tuvo este día.

Nuevamente, programó la música, pero esta ocasión fue diferente, la música


alegre, sonidos tropicales para bailar, las canciones que más disfrutaba Emma en
las fiestas.

Se sentó de nuevo en el sofá, sirvió whisky y su infaltable cigarrillo, esta vez


no lloró, lucía como si hablara con alguien, por sus gestos faciales y
movimientos de las manos, eso sí, sin modular una palabra daba la sensación de
estar sosteniendo una conversación con alguien imaginario. Así permaneció por
varias horas, tomando y tomando hasta acabar la cuarta botella de whisky, más
dos cajetillas de cigarrillos.

En esta ocasión fue diferente, no cayó vencido por la embriaguez, sino que
sintió que se fue apoderando de él cierto cansancio con el que no podría luchar,
miró el reloj y vio que eran la 1:36 a. m., ya comenzaba la madrugada de un
nuevo día, entonces sirvió un café y pasó por la habitación sin mirar a ningún
lado, solo caminó directo al balcón, encendió un cigarrillo y vivió su ritual
habitual de todas noches. Por un instante sintió de nuevo ser el mismo, fumó ese
cigarrillo y bebió ese café como si hacía varios días no probara ninguno de los
dos.

Ese estado de lucidez duró poco, luego que terminó, dejó la taza en el balcón,
ingresó a la habitación y buscó en el guardarropa de Emma la salida de baño de
la que ella hablaba en el último escrito que él había leído en el diario y se la
puso.
Se dirigió a la sala, se vistió con la bata de baño de Emma, aumentó el
volumen de la música, destapó otra botella sirvió un buen trago en las rocas, un
casco de limón y comenzó a bailar al ritmo de la música.

Al tiempo que bailaba y bailaba, sin parar, lanzaba frases al aire:

–Así es como te gusto, ¿verdad?

–¿Este es el verdadero amor que esperabas?

–Sabes no fui hombre de engaños… ¡Nunca lo fui”

–Pero baila, no te detengas.

–¿Él baila como yo? ¿Tu Nico baila como yo? La verdad no creo, sabes que
nadie te lleva el ritmo como lo hago yo… mi pedazo de chocolate “amargo”.

Así estuvo por mucho tiempo, hasta que comenzó a reír como loco, era
imparable su risa mientras daba vueltas con los brazos abiertos y su mirada
elevada al techo, luego paró de girar y cayó de rodillas con la cabeza al suelo,
apoyado sobre los brazos y llorando nuevamente como un niño, desconsolado, a
la vez que repetía sin cesar:

–¿Por qué, Emma? ¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? Si yo te amo, dime por
qué… ¿Por qué te me acercaste aquella noche en la fiesta? Mejor ni hubiera ido,
maldita la hora en que te conocí, Emma López, maldita sea. Te amo, te amo, te
amo y por mucha ira que tengo no puedo odiarte, pero tengo que olvidarte,
cueste lo que cueste.

Su llanto fue fuerte, pero duró poco, pronto quedó totalmente acostado en el
piso todavía con la bata puesta y en posición fetal, aferrado a los pies hasta que
quedó dormido.

RESACA
Abrió los ojos y vio que el sol resplandeciente entraba por las ventanas, se
sentó por unos instantes para reestablecerse un poco antes de ponerse en pie,
luego se paró y fue a la cocina a beber un poco de agua seltzer, miró el reloj y
eran las 2:07 p. m., no supo por cuanto tiempo durmió.

Tomó nuevamente pastas para el malestar postlicor, guayabo o cruda, que


llaman algunos. Luego se preparó un poco de café y repitió como desayuno el
mismo proceso del día anterior, cereal con agua, luego encendió un cigarrillo
para acompañar el café oscuro que había preparado, y antes de que se imaginara,
ya tenía en la mano un vaso de whisky con hielo, esta vez prefirió escuchar
cantantes un poco socialistas, como algunos cubanos, argentinos, chilenos, entre
otros.

Hoy el panorama, aunque pintaba diferente, en esencia, era el mismo,


nuevamente al sofá con la botella de licor, los cigarrillos y el cenicero. Por su
mente pasaba una retahíla de cosas totalmente desordenadas, pues en eso se
estaba convirtiendo él en una persona muy desordenada, que había perdido el
norte de la vida, su propio norte.

Así, entre beber a cántaros, fumar demasiado, alimentarse mal, reír un poco,
llorar a borbotones, bailar y dormir en horas del día, velar en horas de la noche,
muchos llamados no respondidos a su puerta, más con la angustiosa voz de
Andrés que le suplicaba e imploraba que lo atendiera y un sinnúmero de notas
dejadas por debajo de la puerta, pasaron siete soles con sus lunas. Ya solo le
quedaban cuatro botellas de licor, más una que tenía empezada y algunas
cajetillas de cigarrillos

Thomas se había convertido, literalmente, en una piltrafa humana, el rey de la


higiene lucía desagradable, barbado, sucio, olía mal y la casa al igual que él
estaba hecha todo un desastre.

De pronto escuchó unos fuertes golpes en la puerta, y unas voces que


clamaban su nombre, en especial una voz fuerte y energúmena que se escuchaba
con una mezcla de molestia, preocupación, angustia y furia mientras gritaba:

–¡¡¡Thomas!!! ¡Estoy literalmente cansado de buscarte y preocuparme por ti,


te he llamado una y miles de veces, pero tu móvil está siempre apagado, estoy
harto de tocar a tu puerta y saber que estás ahí y no abres! He dejado notas
debajo de la puerta, sin recibir ninguna respuesta, así que abres o entraré a la
fuerza. No me iré de aquí hasta que no abras la maldita puerta, sé que me
escuchas y sé que estás ahí.

Thomas solo bajó un poco el sonido de la música, pero no hizo ningún otro
movimiento que indicara algo de importancia por su amigo que, desesperado, lo
llamaba desde afuera.

Andrés, cuando sintió que había una baja en el volumen de la música,


comenzó a hablarle de nuevo un poco más calmado…

–Thomas, amigo mío, por favor, te suplico que abras la puerta, necesito hablar
contigo, entiendo tu situación y sé que no es para nada fácil, pero te lo suplico,
déjame entrar que necesito hablar contigo.

El tono de Andrés ya era más calmado, hasta se sentía con cierto impulso
controlado al llanto.

Thomas, hizo caso omiso a esto y comenzó a subir de nuevo el volumen de la


música, Andrés al percatarse de esto, le dijo con voz de trueno:

–Thomas, Emma se está muriendo.


INMÓVIL
Súbitamente, la música dejó de sonar, reinó un silencio absoluto en el
ambiente.

Thomas no pronunció una sola palabra, mientras Andrés continuó:

–Amigo, vengo del hospital y las noticias no son muy alentadoras, el estado
de salud de Emma se agravó hace unos días, y desde ese momento atraviesa un
estado de agonía, los doctores dicen que está literalmente en su última fase y en
cualquier momento puede llegar el deceso. Siento mucho decírtelo de esta
forma, de verdad perdóname, amigo, pero no me das otra alternativa. No he
podido verla porque su estado es muy delicado y solo permiten que un familiar
directo la vea, en este caso tú…

–Gabriela me suplicó que viniera a verte, ellos también han hecho un esfuerzo
sobrehumano por ponerse en contacto contigo, pero no ha sido posible.

–Ya está tarde, pero mañana en la mañana iré al hospital y espero verte allá,
pues no creo que estés en condiciones de ir en este momento. Ojalá la vida te dé
tiempo. Siento que Emma te necesita para irse y debes darle la oportunidad, sea
como sea, en estos instantes ya nada puedes cambiar.

–De nuevo espero verte mañana, si no, de igual forma informaré al hospital
que ya te notifiqué de su estado…

Andrés se dispuso a partir, cuando Thomas, como pudo, llegó a la puerta y la


abrió. Andrés dio media vuelta, su cara de asombro era inmensa, no podía creer
lo que estaba viendo, se le partió el alma al ver el estado en que encontró a su
amigo. Sintió un dolor inmenso y una fuerte pena por él, ese no era Thomas,
definitivamente, era otro. Andrés solo lo miraba fijamente con una expresión de
angustia que no era capaz de ocultar.
Thomas solo lo miró en silencio, con lágrimas en los ojos, en su mente solo
retumbaba la frase “Emma está muriendo”.

Andrés corrió hacia él y lo abrazó con uno de esos abrazos fuertes, muy
fuertes… Thomas solo recostó su cabeza sobre los hombros de Andrés y dejó los
brazos sueltos. Para Andrés fue un momento tan duro que también acompañó a
su amigo, en su dolor, con lágrimas.

Thomas se sintió desfallecer, como si perdiera todas las fuerzas de su cuerpo,


Andrés lo sostuvo con vigor, y, afortunadamente, había ido con Leo, a quien le
pidió ayuda para sostener a su amigo y llevarlo adentro de la casa. Andrés estaba
estupefacto con todo lo que veía a su alrededor, era uno de los entornos más
sombríos que había visto en años.

Thomas, en el sofá, solo lloraba inconsolablemente, no era capaz de


pronunciar una sola palabra. Andrés solo le decía que se desahogara lo que más
pudiera, que luego estaría mejor, que llorar lo liberaría un poco de su angustia, y
así aligeraba su dolor, mientras tomaba sus manos con fuerzas.

Thomas, de pronto, comenzó a decir:

–No puedo más, amigo, definitivamente, no puedo; esto es demasiado para


mí, no puedo, amigo… este dolor es muy fuerte, siento que se parte el pecho y
mi cabeza explotará. Estoy lleno de un odio desmesurado y un amor lastimado,
que sigue albergando un enorme sentimiento por mi esposa. Esa combinación
envenena mi alma, nubla mis sentidos y turba mi ser. Quiero que se muera, pero
también quiero que viva.

–Oye, amigo mío, tratemos de calmarnos un poco, por ahora te vas a tomar un
café y nosotros nos vamos a encargar de ti. Ah, por cierto, no te he presentado, él
es Leonardo, alguien muy especial al que le he hablado mucho de ti y créeme
que también está muy preocupado por tu situación. Entre los dos te ayudaremos
en todo cuanto podamos.
Andrés se levantó del sofá y le dijo a Leo, que mientras él buscaba si había
café, para prepararle uno especial para ayudar a levantar un poco el estado físico
de Thomas, él tratara de organizar un poco la casa. Leo sin ninguna objeción
aceptó.

Así fue, Thomas solo observó por un buen rato lo que su amigo y el
desconocido hacían por él, luego de unos instantes se dirigió al cuarto de
servicio, de allí apareció en mitad de la sala con un maletín un poco extraño,
ellos solo lo observaban de reojo, era curioso pues el maletín parecía de algún
instrumento y efectivamente así era, Thomas sacó un violín y de repente
comenzó a tocar en mitad de la sala.

Los espectadores estaban totalmente impactados con la forma en que él podía


manipular el instrumento. Thomas, mientras tocaba la melodía “Adagio in G
Minor”, de Albinoni, al mismo tiempo que enjugaba su rostro en lágrimas,
recordaba muchos momentos vividos con Emma, desde que se conocieron, hasta
el momento actual, cuando se vieron por primera vez, lo sucedido la primera
noche en que se conocieron, su primera cita, el primer beso, sus viajes, cuando
tomaron la decisión vivir juntos, las fechas especiales, los detalles sorpresa, en
general, un sinnúmero de momentos vividos que él sabía que marcarían su vida
para siempre. Eran como proyectando una película en su mente.

Thomas parado en mitad de la sala, con la posición perfecta de violinista en


concierto tocaba el instrumento con tal pasión y con tanto sentimiento que sin
darse cuenta había envuelto en su nostalgia a sus acompañantes. Andrés ni se
había percatado de que el café ya estaba más que listo, solo observa desde la
cocina con lágrimas en los ojos el drama que planteaba su amigo.

Leo, de igual forma, tampoco podía contener las lágrimas. Era un momento
demasiado desgarrador, nunca había visto una pena de amor a semejante
magnitud, claro que también había que sumarle las condiciones de los
protagonistas: Thomas con su congoja del corazón y Emma en plena flor de la
vida a las puertas del deceso. De verdad que la vida a veces luce muy cruel… –
pensó él–.
En un momento cualquiera el espectáculo terminó, Thomas dejó caer sus
brazos al tiempo que sollozando decía:

–“Posiblemente otro sea tu sueño o tu fantasía, pero nadie tocará el violín para
ti, como lo toca este escuálido tipo, este hombre corriente que se hace sublime
gracias al majestuoso amor que he sentido por ti…

Un silencio prolongado por un breve instante y luego de nuevo al llanto con la


frase repetida entre sollozos:

–¡No puedo más! ¡Esto es demasiado, ya no puedo más!



JUICIOS
Andrés y Leo no reaccionan después de lo que habían presenciado, Andrés
estaba parado a la entrada de la sala con el café en la mano y Leo, sin darse
cuenta, ya había recogido prácticamente todo el desorden. Pero, de un momento
a otro, algo dentro de ellos los llamó al orden; Andrés se acercó a Thomas lo
llevó de nuevo al sofá y le dio a beber el café, era un café extraño con mezcla de
limón y un poco de cola, un menjurje mágico que, en cuestión de breves minutos
tenía a Thomas más consiente

De repente, estaban los tres sentados: Thomas en el sofá grande, en medio de


Andrés y el diario de Emma, Leo, en frente de ellos en un sofá individual,
perplejo mirando el diario con una cara de curiosidad que no podía ocultar.
Thomas, al percatarse de esto, le dijo:

–Te aseguro que no te gustará saber las cosas que hay allí escritas, pareces un
hombre de buen corazón y esos escritos están para dañar el alma y maltratar el
espíritu.

–Calma, amigo, –dijo Andrés–. ¿Quieres compartirme algo de tu dolor, para


saber cómo puedo ayudarte? A lo mejor no tenga la solución a tu sentir, pero el
compartir tu carga, la hará más ligera.

Thomas, aunque su aspecto no era mucho lo que había cambiado en verdad, sí


tenía una mirada un poco más sensata, por lo menos se veía más aterrizado a la
realidad, no tan salido de sí, como lo habían encontrado.

–Ciertamente, amigo, no es fácil saber que el amor de tu vida se debate entre


la vida y la muerte, y justo en ese instante, descubres que realmente no era el
amor de tu vida, que siempre estuviste enamorado de una ilusión, que te
engañaba de pensamiento y alma, que deseaba a otro con un fervor tan grande
que nunca lo sintió por ti en todos los años que ha estado contigo, o por lo menos
que nunca te lo dijo, ni mucho menos lo escribió, pero peor aún es estar lleno de
preguntas, que la única persona que tiene las respuestas no pueda dártelas y lo
más infame es que nunca te las dará.

–Comprendo amigo, y tienes toda la razón, tal vez, yo, en tu caso estaría igual
o peor…

–No, tú nunca estarías peor, –interrumpió Thomas–, porque eres el tótem de la


sabiduría, siempre has dado respuesta correcta a mis inquietudes, en el momento
preciso, para mí eres el templo de la calma.

–No creas, amigo, lo único es que se hace más fácil opinar de la corrida
cuando estás en las gradas, pero si tienes que hacer la faena es totalmente
diferente, es probable que algún día tú estés desde las gradas y puedas
orientarme en mi corrida, así funciona la amistad y de esa forma funcionan todas
las relaciones afectivas que tenemos, un día hacemos el papel de locos, y otro
día, jugamos el rol de cuerdos.

Thomas comenzó a hablar de todo lo encontrado en el diario, omitiendo


algunos detalles, por vergüenza, mientras lo hacía, por instantes apretaba sus
puños como señal de rabia e impotencia, y en otros, se atoraba en su garganta el
llanto quebrando su voz.

Los dos observaban perplejos, atónitos a semejante historia, sacando a flote


esa solidaridad de género que se hace cómplice dadas las circunstancias del
momento actual, manifestadas por lágrimas silenciosas de los tres al mismo
tiempo.

Thomas finalizó exponiendo:

–Me duele saber que la mujer que creía mía, en verdad no era tan mía, porque
siempre pensaba en otro.

–Pues, amigo, aquí comienzo yo con mi discurso… –dijo Andrés–; en esta


vida nadie pertenece a nadie, ni mucho menos en cuestiones del amor, el corazón
debe ser totalmente libre, es ahí donde en verdad se experimenta la libertad de
amar y es tener lo más maravilloso del mundo sin que realmente te pertenezca.

–No, Andrés, pero Emma era mi felicidad, era mi mundo, era mi todo, yo no
concibo mi vida sin su amor, y ahora tener que renunciar a ella y encima con
todo lo que sé, eso me mata, amigo.

–Déjame decirte, amigo, ese es otro grave error que cometemos los humanos,
tu felicidad no puede depender de nadie más que de ti mismo, tu felicidad no son
los otros, al contrario, tu felicidad es para compartirla con los demás, así, cuando
tienes alguien en tu vida es por elección y no por necesidad.

–Pero, dime, ¿cómo hago con todo esto que ahora sé?, ¿cómo ignoro todo lo
que he descubierto?, crees que yendo a verla al hospital cuando esté al lado de
ella, ¿será fácil?, ¿crees que la veré con los mismos ojos?, ¿crees que seguiré
sintiendo que es mi pedazo de chocolate oscuro?

–Amigo, eso solo lo sabrás cuando estés frente de ella, –dijo Andrés–.

–Quizá soy el menos indicado para hablar, –comentó Leo–; puesto que en este
momento soy un intruso, pero con el perdón de ustedes siento que debo decir
algo, en esta vida recibimos muchos golpes, unos suaves que solo nos sacuden, y
otros fuertes, que nos derrumban y eso hace que cada vez desconfiemos más,
que a medida que avanzamos creamos menos en los demás. Thomas, tal vez si
algún día te enamoras de nuevo tengas menos para dar…

–Yo nunca más volveré a enamorarme, –ripostó Thomas–.

–Eso es cierto, por ahora, pero solo por ahora, porque dadas las circunstancias
tú nunca es hoy; quizás algún día todo cambie, pues nunca y siempre son
palabras que no deberíamos utilizar. Ahora bien, permítame continuar con lo que
quiero decirte, –y es con todo respeto, dijo Leo–. Tenemos un solo cuerpo, con
un solo corazón, los dos envejecen con los años, y el día menos pensado nuestro
corazón se habrá deteriorado y nuestro cuerpo tendrá las marcas implacables del
paso de los años. Es ahí donde nadie nos mirará al pasar más que de pronto para
cedernos el paso, por compasión y respeto, por los años. Así que, a diferencia de
Emma, tú todavía tienes mucha vida por delante, e incluso, aún puedes hacer
realidad tus sueños y cumplir tus fantasías, en cambio ella ya no, para ella su
tiempo prácticamente terminó. Igualmente te aconsejo: guarda para ti todos los
bellos momentos que viviste a su lado, no malgastes tu corazón antes de tiempo,
mejor quédate con la alegría que te dio, no la mates, déjala ir en paz y con amor.

Thomas transformó su aspecto de rabia e impotencia en una mirada triste y


melancólica, la cual intercala entre sus dos acompañantes, al tiempo que
pregunta como un crío:

–Entonces, díganme, ¿qué hago?

–Andrés, inmediatamente dijo:

–Amigo, que mañana debes ir a primera hora a ver a Emma, olvida lo leído,
solo por un instante, piensa en los buenos ratos y guarda, por un momento, los
no tan buenos, tú bien sabes que solo has encontrado esos escritos, pero nunca
has encontrado un hecho, y eso, en verdad es importante, porque si ella hubiera
querido, hubiese hecho algo con el supuesto “Nico”.

–Pero… ¿Quién me garantiza que no lo hizo?…

–Amigo, lo único que puedes hacer es terminar de leer el diario, –dijo André–,
pero bien sabemos que eso realmente no es lo que quieres en este momento, para
mí es la mejor decisión que has tomado. Es lo más sensato, claro que, por lo
poco que dices que falta, no creo que encuentres mayor cosa. Créeme que
cuando a una mujer se le mete en la cabeza hacer algo, no lo piensa mucho, ella
simplemente lo hace, así que si en todo lo que leíste no lo hizo, lo más probable
es que nunca iba a hacerlo.
–Y… ¿Qué hago con el diario, entonces?

–Mi querido Thomas, puedes hacer muchas cosas, quemarlo, botarlo, hacerlo
trizas, dárselo a Emma para que se lo lleve con ella, o simplemente, guardarlo
con todos sus recuerdos, como sea es una parte de ella, por lo que Emma es y
será siempre la misma, no perfecta, sino puramente humana, con cosas muy
bellas, que nunca debes dejar que se pierdan en el baúl del olvido, que solo te lo
arrebate el mal de Alzheimer, pero por lo demás, que lo lleves contigo hasta la
muerte, así como estoy seguro de que ella se lleva lo mejor de ti en esto
momento.

–Mira que ya es tarde. Es de madrugada y debes descansar un poco, te


aconsejo una ducha y un poco de sueño para que te hagan bien.

–Créeme, Andrés, que no me queda una sola gota de aliento para hacer
absolutamente nada.

–No te preocupes, que yo te ayudaré.

Andrés le pidió a Leo que llenara un poco la bañera, con agua tibia y jabón,
para que su amigo reposara un poco.

Ya la tina estaba lista, Andrés ayudaba a su amigo a llegar al baño, le ayudó a


quitar la bata, la camisa, al igual que su ropa interior, luego le colaboró a
sentarse en la bañera y le pasó una esponja con jabón para que Thomas
suavemente refregara su cuerpo. Él, por otro lado, parecía prestando cuidados a
una persona con discapacidad, ayudaba a que Thomas se echara el agua.

Thomas permaneció allí por un buen tiempo, luego se paró y Andrés le pasó la
salida de baño y una toalla, lo ayudó a sentarse en el retrete, aplicándole un poco
de espuma en el rostro y afeitó a su amigo.

Ahora sí que Thomas lucía como nuevo o, mejor dicho, ya era alguien muy
cercano al que siempre había sido.

Llegando al cuarto Thomas se vistió y cuando se disponía a salir en busca de


un café para el ritual con el cigarrillo tropezó con la mesa de noche tumbando al
suelo un retrato de Emma, después que los había quitado y guardado, justo este,
se había quedado por fuera. Cada uno tenía, en su mesa de noche ubicada al lado
correspondiente de la cama, una foto del otro, con un mensaje que se habían
escrito, pero que habían prometido no leer por mucho tiempo, para ver qué tanto
avanzaban en el amor.

El portarretrato cayó al suelo y se rompió. Inmediatamente, Andrés y Leo


entraron al cuarto para saber qué sucedía. Thomas estaba recogiendo el marco
fotográfico y tomando la foto en sus manos. Leo le ayudó con los vidrios para
que no fuese a lastimarse.

Él solo los miró y les dijo:

–Es extraño, de todos los recuerdos de Emma que guardé, solo me quedó este
por error y justo ahora se cae y se rompe, pero lo curioso es que los dos nos
escribimos algo oculto en nuestras fotos de la mesa de noche y ahora no sé qué
hacer, si leer el mensaje o no.

Andrés lo observó, y suavemente, le dijo:

–Thomas, la vida también nos da señales. –Luego él y Leo salieron de allí


para darle el espacio–.

SORPRENDIDOS
Thomas se sentó en el sofá de descanso del cuarto y contempló la foto por
unos instantes, luego la volteó, y efectivamente, había un mensaje.

«A mi más hermosa realidad: Tú has sido el mejor regalo que me ha dado la


vida. El don más grande que me dio Dios “el amor”.

Mi Thomas, eres mi más hermoso sueño hecho realidad por el cual no deseo
dormir jamás, para poder disfrutarte a cada instante, en todo momento, y en
todo lugar.

Siempre voy a ser para ti, tuya y nada más que tuya, aún con mis locos
pensamientos. Tú siempre serás mi idea más sensata, mi polo a tierra, así que
déjame volar tranquila, porque al final solo deseo aterrizar en ti.

Sabes el tamaño de mi amor es tan inmenso que es capaz de renunciar a ti


para darte la liberta de ser feliz, porque por el amor que te tengo estoy
dispuesta a hacer realidad hasta el más mínimo de tus sueños.

Te amo, mi pedazo de chocolate blanco, y siempre te amaré hasta el día en


que me derrita.

Con todo el amor del infinito:

Tu pedazo de chocolate oscuro

P. D.: Si ese día todavía estás conmigo quiero que toques de despedida para
mí con tu violín una de nuestras melodías: “Sad Romance” o “Serenade”, de
Schubert».

Thomas salió del cuarto y les leyó, en voz alta, a ellos, el reverso de la
fotografía, diciendo:

–Quiero que antes de ir al hospital, me acompañen a hacer una diligencia


muy importante, a primeras horas de la mañana. ¿De acuerdo?

–¡De acuerdo! –Respondieron los dos, en coro–.

Thomas sirvió una taza de café, encendió un cigarrillo y se fue directo al


balcón. Andrés y Leo solo se miraron inquietos ante la supuesta diligencia que
iban hacer en la mañana antes de ir al hospital, pero prefirieron guardar silencio
y esperar el momento que Thomas les diera indicaciones.

Sin darse cuenta comenzaba a repuntar el alba y Thomas había pasado en vela
toda la madrugada en el balcón. El reloj marcó las 6:00 a. m. Andrés dormía en
el sofá grande, a un lado, con los pies sobre el mueble individual, Leo. Al igual,
estaba durmiendo allí, pero a lo largo de este, con los pies encogidos y la cabeza
sobre las piernas de Andrés.

Thomas, sin hacer mucho ruido preparo café, tostó pan, lo puso sobre la mesa
con jugo de naranja, y queso. Luego llamó a Andrés, con cautela, para no ir a
asustarlo:

–Amigo, hora de despertar, –le dijo, invitándolo a pasar a la mesa para tomar
algo–.

Andrés despertó a Leo. Los dos se pusieron en pie, pero antes de ir la mesa,
uno a uno fue al baño y se lavaron el rostro con un poco de agua fría, como para
poder entrar en sintonía con el momento. Al llegar al comedor Andrés solo quiso
tomar un poco de café con queso, Leo, por su parte, sirvió jugo de naranja, tomó
pan con queso, y adicional, sirvió un poco de café para el final.

Por su parte, Thomas solo quiso café para acompañar su cigarrillo, mientras
los observaba en silencio. Andrés, un poco inquieto, carraspeó la garganta y
preguntó:

–Mi amigo, ¿cuál es la diligencia que necesitas que te acompañemos a hacer?

Thomas suspiró fuerte y les comentó:

–Es una tarea un poco difícil, pero no imposible. Necesito que me acompañen
al Metro, debemos llegar a la estación Primavera, antes de las 7:00 a. m., y son
las 6:13 a. m., así que tenemos alrededor de cuarenta y cinco minutos para estar
allá. Igual, esa queda a tres bloques de aquí, aproximadamente a cinco minutos
caminando. Allí debemos tomar el tren que pase justo después de las 7:05 a. m.,
no antes, e ingresar al tercer vagón, que es precisamente el tren y el vagón que
todos los días tomaba Emma para ir a la oficina, allí tenemos doce estaciones o
un promedio de treinta minutos para que me ayuden a identificar al supuesto
“Nico”.

–¡¿Qué?! –Replicó Andrés, totalmente sorprendido–. ¿Tú quieres que


busquemos, en un transporte masivo, un jueves, en hora pico, a un total
desconocido?

–Sí, amigo, así es, pero no es una misión tan difícil, solo tenemos la presión
del tiempo, por lo demás somos tres y es un solo vagón con cuatro puertas de
acceso, si entramos cada uno por una puerta diferente tendremos todo más
controlado, solo es buscar entre las personas que estén sentadas y yo les daré los
rasgos físicos del supuesto Nico. Lo he analizado de mil maneras y solo
tardaremos tres estaciones en validar las personas que estén sentadas, cada vagón
cuenta con cuarenta y dos asientos, que son los únicos que debemos revisar, al
mismo tiempo, a esa hora, el tren en la estación Primavera no viene tan lleno.

–No comprendo, Thomas, ¿por qué quieres hacer esto? No encuentro el


sentido, ¿para qué buscar a una persona que, ahora carece de importancia para la
situación actual?, lo que debe importarte es Emma y por la situación tan grave
que ella atraviesa en esto momento… –dijo Andrés, demasiado consternado–.
Thomas, en un tono muy sereno, mirándolos a ambos dijo:

–Por ella es que lo hago, por la situación, por su condición y por todo lo que
pasa de fondo con este momento, quizá no me entienden, pero permítanme
terminar de explicarles mi plan…

–Si en la primera vez no lo encontramos, intentamos de nuevo a la tercera


estación de los pinos y repetimos el mismo procedimiento, si aquí tampoco lo
conseguimos tendremos una última oportunidad en la estación Cuatro Soles.
Ahora bien, si de nuevo fallamos habremos perdido, entonces descendemos del
tren en la estación La Libertad y nos vamos al hospital, donde Emma.

–La verdad, Thomas, que no comprendo, ¿cuál es el objetivo con todo esto? –
Dijo Andrés, que no caía del asombro y agregó:

–Adicionalmente, yo acostumbro a tomar la Línea Azul desde la primera


estación del sur a estas mismas horas y ciertamente que lo que pides no es fácil,
más aún que a medida que transcurre el viaje, la afluencia de pasajeros aumenta
notablemente.

Leo, un poco desconcertado, pregunta:

–Tú dices que si no lo encontramos habremos perdido, ahora bien, digamos


que lo encontramos, entonces, ¿qué habremos ganado?

–Nosotros nada, pero Emma sí, ella podrá ganar el beso que anheló tanto en
vida, por el que muchas veces suplicó en el diario y por el que pidió a Dios no
morir sin antes de probar esos labios, así como dice en el reverso de la foto, que
por mi felicidad renuncia a mí y está dispuesta hacer lo imposible por cumplir
mis sueños… Así mismo lo intentaré por ella.



BÚSQUEDA
Nadie tuvo algo más por refutar o argumentar, el discurso de Thomas los
había desarmado por completo, de esta forma él tomó el diario y leyó
detenidamente para ellos el primer escrito, donde Emma describía los rasgos
físicos de “Nico”, añadiendo…

–No es fácil, pero es sencillo, puesto que no es común en esta ciudad ver a
muchos hombres de ojos azules o claros. –Tomó el estuche con el violín y les
dijo–:

–Manos a la obra, señores.

A las 7.00 a m., en punto, estaban los tres parados en la estación atentos para
ingresar al tercer vagón del Metro que pasará justo después de las 7:05 a. m.

El tren llegó y los tres ingresaron como en una carrera de observación,


miraban detalladamente a todos los pasajeros, hombres que están sentados, con
detenimiento, la verdad no había sido difícil, como dijo Thomas, pues no estaba
muy lleno el tren, pero lo triste es que no habían encontrado a nadie que se le
pareciera. En la tercera estación realizaron lo mismo, esta vez con un poco más
de dificultad por la cantidad de pasajeros, pero de nuevo fue en vano.

Solo quedaba una última oportunidad en Cuatro Soles, allí ingresaron, pero
esta vez el pequeño recorrido se hizo eterno, al llegar a la estación La Libertad,
por la cuarta puerta descendió Thomas, por la tercera, Andrés, solo faltaba Leo,
quien, en el momento que se escuchó la señal del cierre de puertas, salía por la
primera puerta acompañado de un joven.

Todos lo miraban con asombro absoluto, Thomas sintió un poco de ansiedad,


pero a medida que se acercaban sentía una fuerte desilusión. Cuando Leo llegó
donde ellos, lo primero que se le ocurrió fue decir:
–Por lo que veo en la expresión del rostro de ustedes creo que me equivoqué.
Lo siento, pero esto es lo más parecido que encontré a la descripción de sujeto,
pues en todo el recorrido solo me topé con estos ojos azules…

Thomas solo miró al joven a la cara quien se percibía fuertemente confundido


ante la situación, y le preguntó:

–¿Cuántos años tienes?

A lo que el muchacho, con la voz un poco temblorosa, respondió:

–22 años, señor, pero la verdad no comprendo qué pasa.

–No te preocupes, hijo, no pasa nada, solo fue un error de apreciación, puedes
tomar el próximo tren y continuar el viaje.

Todos salieron muy descontentos de la estación, no pronunciaban una sola


palabra, Andrés intentó parar un taxi, pero Thomas le pidió que por favor
esperara un poco, que no quería llegar con esa sensación de derrota a la clínica,
les propuso que se sentaran en la banca de un parque por unos minutos mientras
recobraba un poco el aliento y la tranquilidad.

Se sentaron en una banca, mientras Andrés decía:

–No te preocupes, amigo, has hecho hasta lo imposible para ser feliz a Emma
y estoy seguro de que ella lo sabe. No te des tan duro, no te midas por el
resultado, ese es importante, pero mídete por el esfuerzo puesto en conseguir tus
cosas y por todo lo que das, es eso lo que realmente dice lo que eres y muestra
de qué estás hecho. Recuerda que la vida en esto momento conspira y te brinda
las condiciones necesarias para vivir con valentía este trance, esta situación, esta
circunstancia.
Mientras, con sus dos manos sostenía con fuerza las manos de Thomas, este
solo miraba al suelo como quien busca algo pequeño, pero precioso que se le
haya caído. De repente pasó algo inesperado, algo que jamás había imaginado;
Thomas reparó en las manos de Andrés y vio que traía consigo unos de sus
accesorios de costumbre, pero que él nunca había detallado, de inmediato se
detuvo a observar con detenimiento uno en particular, el cual llamó
poderosamente su atención, era una pulsera de color plata con medio corazón
que tenía la inicial “E”. Thomas, de un solo golpe, se transporta a la última
lectura del diario.

Antes de recordar el más mínimo detalle del escrito, levanta la mirada


inmediatamente y le pregunta a Andrés sobre qué significado tiene la pulsera
para él, a lo que este responde que es la inicial de su hija, “Elena”.

Luego, detalla cuidadosamente a Andrés, quien como siempre lucía


impecable, su cuerpo, aunque no era atlético era proporcional a su estatura. Era
un hombre muy atractivo, de brazos gruesos, dedos firmes, sus uñas
perfectamente arregladas, limpio, muy bien vestido, por no decir excelente; su
cabello muy organizado, al igual que su barba ligeramente definida que escondía
algunas imperfecciones del rostro, nariz griega, labios carnosos y unos ojos
azules profundos, tan profundos como el mar… “allí encajaba perfectamente la
descripción del supuesto Nico, pero adicional, antes de generar una alarma por
semejante coincidencia, tenía que hacer una inspección más a fondo para poder
estar completamente seguro.

Thomas comenzó a recoger los cabos sueltos sobre su amigo y a atarlos entre
sí: vivía cerca a la primera estación de la Línea Azul del Metro, tenía una
empresa de moda por lo que siempre lucía impecable, era un hombre maduro,
pero le gustaba vestir a la moda, lo que lo caracterizaba como alguien muy
particular.

Thomas mira los pies de Andrés y este tenía unos zapatos de color café con el
logo de la marca Calzado Real, tenía una camisa negra como de costumbre, y en
su mano izquierda pudo ver un reloj de Anthony de la Vega. Todo esto sumado a
que era un viajero habitual en las mañanas del Metro de la ciudad.
No cabía duda, Andrés era el supuesto Nico… Pronto el rostro de Thomas se
transformó, era otro de nuevo, pero esta vez más por una sensación que no podía
describir, pues, no era rabia, no era dolor, no era tristeza, no era odio, ni mucho
menos temor. Era algo que no podía definir como bueno, ni mucho menos como
algo malo… solo era un sentimiento imposible de precisar. En su cuerpo subió la
temperatura de forma inexplicable y esta misma cayó ipso facto, su rostro pasó
de rojo encendido a pálido en cuestión de unos breves minutos, sus manos
sudaban y podía sentir como la sangre bombeaba por todo su cuerpo,
experimentaba palpitaciones en el pecho, la cabeza, las manos… por un
momento pensó que iba a desplomarse.

Guardó silencio por un buen tiempo comenzando con discretos ejercicios de


respiración para poder recobrar el control de su cuerpo y posteriormente el
control de su ser, el más difícil.

Andrés miró a Thomas y le dijo:

–¿Te pasa algo, amigo? ¿Estás bien? Te ves pálido, luces extraño, ¿Quieres
que te busque algo para tomar?

Thomas solo asentía con la cabeza que no, de pronto dijo:

–Todo está bien, por ahora. Solo que por mi mente pasa una y mil cosas que
no sé cómo explicarte, por el momento solo quiero preguntarte algo amigo…
¿Qué harías tú si fueras el supuesto Nico? Pues considero que eres una persona
que encaja a la perfección en la palabra cordura y quiero saber si la búsqueda de
este sujeto tiene sentido o no.

Andrés guardó silencio por un instante, luego dijo:

–Lo que sucede, amigo, es que no lo soy y es difícil ser asertivo ante
supuestos.
–No lo creo, –respondió Thomas–, me has enseñado de mil formas cómo
actuar ante supuestos, pues nunca has tenido la realidad absoluta, puesto que
solo conoces mi verdad y nada más, no conoces la verdad que hay del otro lado,
solo la versión como yo te la cuento y lo poco que te he compartido del diario,
pero de acuerdo a lo que he aprendido de ti, en el corto tiempo que te conozco,
me has mostrado que hay otro lado que no puedo desconocer y es la verdad de
Emma, a lo que puedo decir que hay tres versiones; la mía, del otro (en este
caso, la de Emma) y la verdad que es la suma de las dos.

–Tú solo conoces una y siendo así siento que has sido muy asertivo conmigo,
por lo que puedo decir que en muchas ocasiones actuamos asertivamente sobre
supuestos, haciendo un análisis externo donde la razón no afecte el sentimiento
ni viceversa. Ahora bien, de acuerdo con todo esto, ¿cuál es tu respuesta a mi
inquietud?

Andrés quedó demasiado sorprendido por el análisis que había hecho Thomas,
y por más que quería encontrar argumentos para refutarle no hallaba ninguno,
adicional a esto Andrés era de alma altruista y sabía muy bien qué haría en este
caso, solo que tenía un poco de temor. Sin más, carraspeó un poco la garganta y
dijo:

–Siendo honesto, amigo, creo que me sentiría un poco incómodo ante la


situación, dadas las circunstancias, pero luego de tener una charla abierta contigo
y que me explicaras todo lo que ya sabemos, estoy seguro de que lo haría, iría
contigo al hospital y le daría el beso a Emma.

De repente, reinó entre los tres un profundo silencio, el cual fue interrumpido
por Leo:

–Bueno, creo que es el momento de volver a la realidad y salir por un instante


de los supuestos, de las hipótesis… debemos entrar en razón, el tiempo pasa,
pasa rápido y nunca vuelve atrás. Thomas, tu tiempo ahora es limitado, así que
no lo malgastes más a causa de esta vorágine de sentimientos que te poseen en
este instante. Vamos, hay que ir a despedirse de Emma.
Esas palabras de Leo lo habían sacudido fuertemente, sus pensamientos
parecían un péndulo que iba desde el tiempo limitado hasta la frase despedirse
de su amada, así que se puso en pie y dijo:

–¿Vamos, amigos?

A lo que respondieron de nuevo en coro:

–¡Vamos!

En menos de lo que pensaron, los tres iban camino al hospital en un taxi, el


ambiente era sepulcral, podía incluso hasta percibirse la respiración de cada uno,
como una pequeña sinfonía de ansiedad.

Thomas iba sentado al lado del conductor, mientras observaba el movimiento


de la ciudad por el ritmo del vehículo. Por su mente pasaba un sinfín de cosas,
miraba por el espejo de la puerta y veía a Andrés mirando a través de la ventana
con un aire de preocupación y nostalgia. Él solo pensaba por qué no podía sentir
rabia, por qué no experimentaba odio, por qué había reaccionado de una forma
tan extraña a semejante acontecimiento; esta vez no solo recordaba los
momentos con Emma, ni los fragmentos del diario, sino también todo lo vivido
con Andrés en tan poco tiempo… De verdad que el amor platónico de Emma era
un ser impecable. Solo sentía dolor cuando recordaba los momentos de intimidad
descritos en el diario.

De un momento a otro el taxi arribó al hospital. Leo pagó el servicio y sin


pronunciar una palabra más que «gracias», al conductor, los tres se bajaron del
auto. Thomas miró con detenimiento la fachada del recinto, por un momento lo
invadió una fuerte sensación de nostalgia, sintió un poco de culpa como cuando
se abandona un lugar especial y cuando regresas lo sientes un poco deteriorado
por el paso del tiempo, lo mismo que pasa con nuestros cuerpos cuando nos
abandonamos en el día a día y el tiempo implacable a su paso deja su huella
indeleble.
Procedieron a entrar, y justo, por la recepción pasaba Gabriela, quien como
sintiendo una fuerte atracción volteó la mirada despacio cuando vio a Thomas
cruzar la puerta. Su corazón rebosó de alegría:

–Señor Santander, ¡qué alegría verlo de nuevo! No se imagina todo lo que lo


hemos buscado, creo que llega justo a tiempo, Dios me oyó, Gracias, Dios mío,
gracias, gracias… repetía varias veces, mientras lo abrazaba fuertemente.
Thomas no pronunció una sola silaba, solo respondió al abrazo con la misma
intensidad.

Gabriela lo tomó de la mano, y le dijo:

–Acompáñeme, el doctor necesita verlo con urgencia.

Thomas hizo una leve repulsa y pregunto:

–¿Dónde está Emma? Quiero ver a mi esposa, lléveme donde ella, por favor.

–Seguro que sí, yo lo llevaré, pero primero debe ver al doctor por unos leves
minutos.

Justo cuando llegaban al consultorio, el medico salía de allí, un poco


despistado ante unos documentos que tenía en la mano por lo que Gabriela,
llamo su atención diciendo:

–Doctor Martínez, mire a quien tenemos aquí.

Thomas quedó estupefacto ante la expresión de sorpresa que veía en el rostro


del doctor, este solo le dijo:

–Señor Santander pensamos que usted nunca iba a llegar, por favor entre a mi
consultorio, solo nos tomará un par de minutos lo que tengo para decirle, luego
puedo ver a su esposa.

Thomas, uno poco ansioso, le preguntó si era posible decírselo allí.

El doctor estuvo de acuerdo…

–Acompáñeme, por favor, lo llevaré a donde está su esposa y en el camino iré


explicándole.

–La verdad, debe prepararse para verla, pues el estado de su esposa empeoró
en los últimos días, no podemos decir con certeza que sucedió, pero este tipo de
enfermedad es muy difícil precisar su evolución. Debo de ser muy honesto con
usted, pero el estado de salud de su esposa se vino en picada de un momento a
otro, hasta el punto de que le cuesta respirar por sus propios medios y tuvimos
que conectarla a respiración artificial.

Thomas sintió como si una daga atravesara su pecho, solo tragó entero y
respiró fuertemente.

–Sus signos vitales se han debilitado a tal punto de que el diagnóstico que
puedo darle es que su esposa se encuentra en un estado de agonía… creo que
sabe a qué me refiero con esto. Su esposa está viviendo sus últimos momentos, y
en este instante, su presencia es fundamental, perdóneme si le hablo de estos
términos, pero dadas las circunstancias, prefiero evitar los filtros.

–Doctor y… ¿cuánto le queda? –Preguntó Thomas, con la voz entrecortada–.

–No puedo precisarlo, hijo, por lo general una agonía dura entre dos o tres
días, como máximo, pero su esposa ya está por el quinto día, me atrevería a decir
que está esperando por usted.
Gabriela, Andrés y Leo seguían al doctor, y a Thomas, con demasiado sigilo.
El médico acabando de decir esto se detuvo y abrió la puerta de una habitación
en cuidados especiales (UCE):

–Adelante, señor Santander, su esposa lo espera. –Y extendió la mano


señalando el camino–.

AGONÍA
La puerta se abrió lentamente mostrando el pasillo para llegar al cuarto, el
cual, aunque no tenía más de dos metros parecía un túnel interminable, a lo lejos
solo se podía ver la parte inferior de Emma sobre la cama donde reposaba su
cuerpo.

Por unos instantes, Thomas se paralizó por completo, no pudo dar un solo
paso, quedó atrapado por el lúgubre frío que salía de la habitación, todos a su
paso eran un nudo de ansias por el desasosiego que generaba aquel momento.
Gabriela interrumpió aquel momento diciéndole:

–Es mejor que se dé prisa, señor Santander, en estos instantes el tiempo


apremia.

Los demás retrocedieron y él ingresó con cuidado, cerrando la puerta


suavemente, de repente se vio en la entrada de la habitación. La escena no podía
ser más macabra, Emma había perdido el brillo por completo, la paz que
mostraba su rostro en días anteriores había desaparecido, el lugar era totalmente
lúgubre.

Thomas se aproximó a la cama y esta vez no la acarició, tampoco pronunció


una sola palabra, solo la observó detenidamente mientras por sus mejillas
rodaban un par de lágrimas que no pudo contener, una de ella cayó precisamente
sobre el brazo de Emma, quien de inmediato erizó su piel levemente como
presintiendo la llegada de su hombre amado, esa sensación duró poco, pronto
Emma estaba de nuevo como si nada, en su rostro se percibía sufrimiento.
Thomas por un momento dudó si el dolor era físico o del alma.

Lentamente, pasó la parte opuesta de la palma de su mano sobre el brazo de


Emma que yacía débil sobre la cama, sintió que su esposa estaba más fría que
nunca, incluso la sintió un poco húmeda, de un momento a otro la sonda
conectada para la orina se llenó un poco, Thomas nunca pensó encontrar a su
pedazo de chocolate oscuro en estas circunstancias. Descargó el maletín que
llevaba sobre la silla de espera para el acompañante y regresó pronto al lado de
Emma.

Mirando fijamente al rostro de su esposa, el cual estaba totalmente


desencajado, experimentó una profunda pena, y hasta se sintió un poco culpable
o responsable de la situación. De pronto, acariciaba la cabeza y los cabellos de
Emma, decía en voz baja:

–Perdóname, Emma, por favor, perdóname el abandono de estos últimos días,


por mi parte te perdono todo lo que me haya causado dolor, todo lo que haya
estado mal, pues nuestro amor sana cualquier herida.

Luego tomó un paño y comenzó a secarla un poco, después organizó los


cabellos de Emma, dejándolos expuestos y libres como a ella le gustaban, pero
ligeramente organizados. Metió su mano en el bolsillo de su pantalón y sacó de
allí un lápiz labial rojo de Emma, era increíble como tenía esto. Pintó
suavemente los labios de su esposa y le dijo al oído, quiero que estés bella
porque tendrás una visita muy especial, este será mi último regalo como la
prueba más grande de mi amor. En la habitación había unas flores que,
posiblemente pertenecían al hospital, pues era difícil creer que alguien las haya
llevado, Thomas cogió una flor y la puso en la cabeza de Emma al costado
derecho cerca de la oreja.

Salió al pasillo de la Unidad de Cuidados Especiales. Andrés y Leo estaban


sentados, pero de inmediato se pusieron de pie. Andrés se aproximó más y
preguntó:

–¿Cómo la viste, amigo?

–Para serte sincero, no muy bien, pero creo que en este instante ya está un
poco mejor. Entren, que quiero presentar a mi Emma, a mi esposa, a mi pedazo
de chocolate oscuro.
Los dos siguieron a Thomas a la habitación, él entró primero seguido por Leo,
y de último, Andrés. Se pararon alrededor de la cama y la cara de sorpresa de
Andrés era inevitable, abrió sus ojos y su rostro se tornó pálido rápidamente, la
observó detenidamente, frunció el ceño como haciendo una fotografía visual de
Emma, miró a Thomas, quien lo observaba con detenimiento y con una
expresión de estar afirmando esas preguntas que suscitan en silencio, pero que,
aparentemente son obvias, aunque este no fuera el caso precisamente.

Andrés luego miró a Leo y dijo:

–No puedo creerlo, yo la conozco, nunca supe cómo se llama, pero durante
varios meses fue mi compañera de viaje en el tren por las mañanas, mira Leo
esta es la mujer exótica de la que te hablé en muchas ocasiones, ¿lo recuerdas?

Leo solo miraba todo el espacio totalmente confundido, Andrés se aproximó


más a Emma y mirando a Thomas exclamo:

–Nunca pensé que esta era la mujer de quien me hablabas, es una mujer que
tiene algo de especial por sí sola, que no necesitas acercarte a ella y conocerla
para sentir esa energía tan particular. Pero, Thomas, no recuerdo quién pueda ser
el supuesto Nico del que Emma habla.

Thomas, sin mediar una sola palabra, se dirigió a donde estaba su maletín,
buscó en un pequeño compartimento y sacó de allí el diario de Emma… lo abrió
en una página muy específica para él y comenzó a leer.

Noviembre, 14

Susceptible …

Hoy quiero hablarte bajito, querido diario, tengo emoción, un poco de


vergüenza, y hasta temor con mis impulsos…
Esta mañana nuestro encuentro fue diferente, esta ocasión mi silla habitual en
el Metro estaba ocupada cuando ingresé en la estación, había varios asientos
disponibles, pero también estaba disponible uno al lado de él. Por primera vez
decidí sentarme a su lado, sentir su cuerpo pegado al mío, fue una emoción
irresistible, verlo ahora de perfil era como descubrir otra parte de él.

Volteé a mirarlo y dulcemente me sonrió, yo… al igual correspondí. Él estaba


sentado, pero a la vez sostenido con su mano izquierda de una barra vertical de
sujeción que estaba justo en medio de los dos, esta vez me detallé todo, su
atuendo que era extremadamente particular: vestía una camisa negra, como
habitualmente solía ponerse, pues aunque variaba el estilo no variaba el color,
un “jean” clásico ajustado al cuerpo, unos zapatos cafés de la marca Calzado
Real, los cuales se notan de inmediato que son de clase, sus medias de colores,
su piel…

El cabello, su barba bien delineada y organizada que podía ocultar unas


pequeñas imperfecciones de la piel, que hasta se le veían perfectas, sus cejas
muy bien organizadas y unas líneas de expresión que podían decir que no era
muy joven, sino más bien un hombre maduro e interesante, en todo el sentido de
la palabra.

Sus manos fuertes, varoniles, gruesas, con unos dedos hermosos y unas uñas
limpias y perfectamente organizadas, se podía notar que era alguien de mucho
cuidado para consigo mismo, de esos hombres que hay pocos hoy en día.

También pude detallarme sus accesorios; llevaba consigo un maravilloso reloj


de Anthony de la Vega, ya te imaginarás cuánto costaba su tiempo en ese
momento. Ah, y adivina, mi querido diario, tiene una pulsera de plata marcada
con mi nombre, es medio corazón con la Inicial “E”, ¿será que quiere decir que
es mi otra mitad? Hummm…»-


NICO
–¿Y sabes?, no continúo leyendo más por respeto a la ocasión, bueno, además,
ya no viene al caso.

Mientras hacía la lectura derramaba unas lágrimas silenciosas que nadie


podría entender por qué, si era de tristeza, de dolor, de rabia o impotencia, pero
sí que estaban acompañadas de mucho sentimiento.

Todos estaban estupefactos, a medida que leía en la parte descriptiva del


sujeto, Leo detallaba a Andrés con demasiada atención, su aspecto físico, su
vestimenta, todo…

–Eres tú, –dijo Leo, con un tono de total sorpresa–. Eres tú, Andrés, no cabe
duda de que eres tú, eres el supuesto Nico…

–Sí, es él, –dijo Thomas–. Ahora bien, permítame los presento, Emma este es
el mejor amigo del que te he estado hablando durante todo este tiempo, de
hecho, más que mi mejor amigo, el único que he tenido en toda mi vida, el
amigo perfecto del que te hablé.

–Mira, Andrés, esta es Emma, el amor de mi vida, la mujer de mis sueños, mi


pedazo de chocolate oscuro, mi todo y mucho más…

Guardó un breve silencio y luego dijo:

–Ah, Emma, perdona lo de tu diario, pero aprovecho para presentarte a tu


supuesto Nico, por cierto, no se llama Nico, sino Andrés.

Andrés solo decía repetidamente…

–No, no, no… esto no puede ser, –mientras salía apresurado de la habitación–.
Thomas salió detrás de él y lo tomó por el brazo, diciéndole:

–Espera, amigo, por favor, no te vayas, espera, que es ahora cuando yo te


necesito más que nunca.

Andrés volteó y mirándolo con cierta expresión de confusión y decepción


dijo:

–No, amigo esta vez no, esta vez no puedo ayudarte, esto es demasiado para
mí.

–Pero ¿por qué? Hace menos de una hora te lo pregunté antes de venir al
hospital y tú estabas de acuerdo en todo lo planteado, ¿por qué huyes ahora y me
dejas solo?...

–¿Es que acaso no te das cuenta? Mira la condición de tu esposa, el estado en


que se encuentra, tú eres mi amigo, Leo está presente… esto es por mí, por ti,
por Emma, por Leonardo…

–Pero ¿qué tiene que ver Leo en todo esto?

–Amigo, es obvio, creo que lo evidente no se pregunta, pero voy a serte más
claro, Leonardo es mi pareja desde hace muchos años. Yo nunca le di a Emma
entrada a su sentimiento, solo fui un compañero de viaje cotidiano que trató de
ser amable, y ahora, con toda esta situación me siento culpable.

De pronto se oyó una voz que interrumpió aquella plática:

–Creo que debes cumplir tu palabra, –dijo Leo–, por mí no te preocupes, yo


comprendo muy bien todo lo que acontece, pero debes cumplirlo porque se lo
debes a un amigo que confió en ti ciegamente y adicional se lo debes a una
encantadora mujer que nunca abandonó a su esposo, solo se permitió soñar y
fantasear para sobrellevar los pesados días de rutina de una relación, en vez de
como muchas otras, salir a experimentar en carne sus deseos, valientes, leales y
fieles como esas quedan muy pocas y esta, ya pronto partirá, así que da marcha
atrás y vuelve allí como todo un hombre de palabra, como el caballero del que
me enamoré.

Andrés soló llevó las manos a su cabeza y sacudió su cabello, dio media
vuelta y regresó a la habitación, seguido esta vez solo por Thomas, pues
Leonardo, por respeto al momento, decidió quedarse afuera.

Entraron al cuarto, Andrés miró a Thomas y le preguntó:

–¿Qué digo? ¿Qué hago?

Thomas puso su mano sobre el hombro de Andrés le dio un breve masaje y


dijo:

–No tienes que decir nada, si no quieres, solo darle el beso, que de lo demás
me encargo yo.

Andrés se acercó a la cabecera, se inclinó un poco y la observó por unos


instantes de manera detallada, se aproximó más al rostro y dijo en tono bajo:

–Me llamo Andrés, o si prefiere para mayor comodidad soy Nico. Es usted
una mujer encantadora a la que le deseo hoy un feliz viaje, y suavemente posó
sus labios sobre los de Emma por unos segundos.

Inmediatamente rodaron, por las mejillas de Emma, un par de lágrimas…

Thomas solo tragó entero y dijo:


–Gracias, de verdad que gracias. Ahora bien, ¿puedes darme unos instantes a
solas con mi esposa?, pueden ingresar de nuevo, cuando escuchen la señal.

Andrés miró a Thomas con cara de sorpresa, no entendía a lo que se refería,


pero Thomas le dijo:

–Ve tranquilo, que ya sabrás cuando la escuches.


MELODÍA
Andrés miró a Thomas con cara de sorpresa, no entendía a lo que se refería,
pero Thomas le dijo:

–Ve tranquilo, que ya sabrás cuando la escuches.

Andrés salió de la habitación y Thomas se acercó a la maleta que tenía en la


silla del acompañante, guardó de nuevo el diario y sacó su violín… llegó hasta
donde estaba Emma puso el violín entre sus piernas y tomándola de las manos se
inclinó y dijo lo siguiente:

“Qué misteriosa, mágica, compleja, pero hermosa es esta vida, de verdad que
me has enseñado muchas cosas, durante este tiempo, a tu lado aprendí que no
tenemos destino trazado, la vida nos ofrece diversas alternativas, pero somos
nosotros quienes tomamos la decisión de cuál camino escoger.

Gracias por escoger permanecer conmigo durante todo este tiempo, quizá
renunciando, muchas veces a ti, por seleccionarme a mí.

Gracias por enseñarme que no existe un destino, que soy yo el que lo trazó
con mis acciones día a día, pues si el destino ya estuviese escrito no valdría la
pena esforzarse por vivir; ¿qué gracia tendría soñar, proyectar, planear si ya
todo está hecho y dicho? Que el único destino seguro es el día que partiremos
de este mundo y lo maravilloso es que no sabemos cuándo.

Gracias por instruirme espiritualmente, me revelaste que existe un Dios y que


es este mismo Dios quien nos puso en esta tierra y también el que nos llevará de
esta misma, Él nos hará un llamado cuando sea pertinente, quizá en este
momento está susurrando tu nombre.

Gracias por la lección de que los bienes solo son para mejorar el paso por
este mundo, para hacer más cómoda la estancia en esta tierra, pero que de igual
forma, con o sin riquezas, nos iremos y nada nos llevaremos, no por los lujos
nos quedaremos, tampoco regresaremos algún día por ellos; al contrario,
trascenderemos por los bellos momentos, por la cantidad de abrazos, de te
quiero, de sonrisas, de caricias, y hasta de la bondad del ser que hayamos
repartido.

Gracias por mostrarme la fe; la fe en que hay un cielo al que todos iremos,
donde nos reuniremos con los que se fueron y esperaremos a los que llegarán
después, esa misma fe que hoy me reconforta, que me muestra que nuestro amor
no termina aquí, sino que evoluciona a lo más sublime, incluso allá podemos ser
felices los tres: tú, tu fantasía y yo.

Hoy es el día de nuestra triste despedida, mi mundo se ensombrece con tu


partida, la mañana y la tarde se tornan grises para iluminarse con la oscura
noche, mientras yo me quedo en la mitad de todo y de la nada tratando de
reaccionar para poder continuar.

Perdona el temblor de mis labios en este momento y como se humedecen mis


ojos al tener que despedirme por última vez de ti, pero en verdad no sé qué va a
hacer de mí, mientras tenga que vivir sin ti, mi bella ingrata, parte de mi ser, mi
pequeño pedazo de chocolate oscuro, abre tus ojos que quiero verme reflejado
en tu amor tan solo una vez más, permíteme darte un beso en esos tibios labios y
embriagarme con el último aliento que exhala de tu boca. Hoy el lado cruel de
la vida me obliga con mucha pena a dejarte partir

En esta ausencia, mi hermosa mujer, mantendré la fe intacta para que vivas


prendida a mi corazón que solo a ti te pertenece, solo te pido que seas el ángel
que me acompañe en este valle de lágrimas para que endulces, con tu recuerdo,
un poco esta amarga ausencia.

Te prometo que cuando llegue al cielo, me uniré de nuevo a ti.”

Las lágrimas de Thomas se entrelazaban con las de Emma, al mismo tiempo


que sus labios se unían como sellando un pacto, la piel de Emma estaba erizada
desde la cabeza hasta la punta los pies. Emma, solo en este instante, pudo
entender todo lo que sucedía desde aquel día que se desplomó en el tren, con
todas las fuerzas que quedaban en su cuerpo y en su espíritu lanzó un grito
interior de te amo que nadie pudo oír, reunió todas sus fuerzas y abrió los ojos
para que Thomas pudiese verse por última vez en el reflejo de su amor…

Pronto se sintió un leve suspiro, el instrumento de signos vitales marcaba la


partida de Emma, el sonido del bip quedó prolongado y confirmaba lo temido, el
instrumento ya no daba signos de vida, en ese instante entró Gabriela y vio como
Thomas se desbordaba en lágrimas, mientras con una mano apretaba con fuerte
temblor las manos de Emma y con la otra acariciaba el rostro inerte de su amada.

Gabriela solo dijo:

–Querido Thomas, Emma acaba de partir, pero aún puede escuchar, por si
siente que debe decir algo, háblele, y ayúdele a irse tranquila…

Thomas respondió:

–Ya prácticamente todo está dicho.

Y con su rostro sobre el de ella, dijo en un tono bajito y despacito:

–Como lo escribiste en algún paraje de tu diario, él es tu fantasía y yo soy tu


realidad, así mismo, él solo puede sacudir tu cuerpo, pero yo; yo estremezco tu
alma, y hago vibrar tu ser… como muestra esa lágrima por él, y esa piel
totalmente erizada por mí.

–¡Vete en paz mi pedazo de chocolate oscuro! ¡Te amo y siempre te amaré!

La señal sonó, era el violín de Thomas que tocaba las últimas melodías para la
despedida de su amada.
AGRADECIMIENTOS ESPECIALES

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