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CANTOS ÍBEROS DE GABRIEL CELAYA

España en marcha

Nosotros somos quien somos. 8-

¡Basta de Historia y de cuentos! 8a

¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos. 16A

Ni vivimos del pasado, 8-

ni damos cuerda al recuerdo. 8a

Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos. 16A

Somos el ser que se crece. 8b

Somos un río derecho. 8a

Somos el golpe temible de un corazón no resuelto. 16A

Somos bárbaros, sencillos. 8c

Somos a muerte lo ibero 8a

que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero. 16A

De cuanto fue nos nutrimos, 8c

transformándonos crecemos 8

y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto. 16

¡A la calle! que ya es hora 8-

de pasearnos a cuerpo 8a

y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo. 16A

No reniego de mi origen 8

pero digo que seremos 8a

mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo. 16A

Españoles con futuro 8-


y españoles que, por serlo, 8a

aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno. 16A

Recuerdo nuestros errores 8-

con mala saña y buen viento. 8a

Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño. 16A

Vuelvo a decirte quién eres. 8b

Vuelvo a pensarte, suspenso. 8a

Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo. 16A

No quiero justificarte 8d

como haría un leguleyo, 8a

Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso. 16A

España mía, combate 8d

que atormentas mis adentros, 8a

para salvarme y salvarte, con amor te deletreo. 16ª

CAMPOS DE CASTILLA DE ANTONIO MACHADO

XCVII (RETRATO)

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,

más recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.


Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con ese buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.


Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

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