Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. Introducción
Desde su aparición en el siglo XVIII, los partidos políticos se han convertido
en actores centrales del juego democrático, evolucionando en su formato y cometidos
principales. A su vez, la extensión del fenómeno partidista a todas las democracias
contemporáneas ha confirmado la existencia de diferencias entre zonas geográficas en
el fenómeno partidista.
En la actualidad los partidos políticos atraviesan uno de los períodos de más
baja credibilidad y desconfianza por parte de los ciudadanos aunque, como afirma-
ra Linz (2002), nunca hubo una edad dorada de los partidos políticos. Uno de los
efectos de esta desafección hacia los partidos políticos ha sido el surgimiento de or-
ganizaciones-movimientos que huyen de la etiqueta de partidos políticos y que se
presentan como nuevos mecanismos de agregación de intereses que compiten por el
poder. Estas nuevas expresiones, que han proliferado en contextos geográficos muy
diferentes, presentan soluciones organizativas y modos de actuación que a priori di-
fieren de las de los partidos políticos denominados «tradicionales» y que, en general,
han tenido un efecto contagio al incentivar cambios en los partidos de más larga data.
Pero también se da el impacto de cambios culturales muy fuertes aupados tanto en el
desarrollo de nuevas tecnologías de la comunicación y de la información como en el
imperio del capitalismo financiero globalizado, que acrecientan pautas de comporta-
miento individualista ajenas a toda lógica de acción colectiva
En este contexto, el universo de partidos políticos vive un doble proceso. Por una
parte, los partidos tradicionales buscan adaptarse al entorno cambiante y renovar sus
vínculos con la ciudadanía para lo que han emprendido un proceso de aggiornamiento
obligado. Para ello deben replantearse, entre otros aspectos, su actividad distrital que
tiene un impacto sobre la interacción entre partidos-representantes y representados. Las
nuevas formas de organización movimientista-partidista se enfrentan a retos conocidos
para los partidos políticos que hasta ahora habían monopolizado la canalización de los
intereses colectivos y la búsqueda del interés común. Además, las nuevas formas de
intercomunicación requieren de constantes procesos de actualización que no siempre
son atendidos. Del modo en que den respuesta a estos procesos de renovación, en unos
otros, la existencia de una base social determinada o unos determinados rasgos organi-
zativos. Por ejemplo, no bastaría con que el partido fuera una colectividad organizada
sino que tendría que reunir ciertos rasgos como la vocación de trascendencia al líder
fundador o determinadas prácticas intrapartidistas (i.e. un funcionamiento interno de-
mocrático). Lapalombara y Weiner (1966) serían un buen exponente de esta corriente.
A medio camino entre las opciones maximalistas y minimalistas una defini-
ción operativa podría ser considerar partido político a todo grupo o asociación vo-
luntaria organizada, aunque sea débilmente, que posee una determinada visión de los
problemas de la sociedad y de sus soluciones y que persigue o aspira la consecución
del poder o la participación en él mediante elecciones.
Burke (1770) Un partido es un cuerpo de hombres unidos para promocionar por medio de
la unión de sus esfuerzos el interés nacional sobre la base de un principio concreto respecto
del cual todos se muestran de acuerdo.
Madison (1787) Un grupo de ciudadanos que o bien representando a la mayoría o a la mi-
noría se unen y actúan por una pasión común, o interés, opuesto al de los derechos de otros
ciudadanos o al agregado de intereses de la comunidad.
Weber (1984) Los partidos son formas de socialización que, descansando en un recluta-
miento formalmente libre, tienen por fin proporcionar a sus dirigentes dentro de su asocia-
ción y otorgar por este medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o
materiales (la realización de fines objetivos o el logro de ventajeas materiales o ambas cosas).
Duverger (1981) El partido político es una comunidad de una estructura particular, que se
caracteriza ante todo por las relaciones internas entre los miembros de la comunidad.
Downs (1985) Una coalición de personas que persiguen el control del aparato de gobierno
mediante medios legales (elecciones).
Lapalombara y Weiner (1966) Un partido es una agrupación duradera y estable que se
articula de tal modo que las organizaciones de carácter local tienen lazos regulares y variados
con la organización nacional con una voluntad deliberada y consciente del grupo de conquis-
tar, ejercer y conservar el poder político y que busca el apoyo popular par conseguir sus fines.
Epstein (1980) Un partido es cualquier grupo aunque esté débilmente organizado y que
persiga puestos de poder en el gobierno bajo una etiqueta.
Sartori (2003) Un partido es cualquier grupo político identificado por una etiqueta que se
presenta a elecciones, con una orientación general y no particularista, y que puede colocar
mediante éstas a sus candidatos en cargos públicos.
Fuente: Ruiz y Otero (2013).
partidos y es susceptible de variar, según ellos, los contextos políticos y a lo largo del
tiempo, tal y como se verá en el siguiente apartado2.
Partido de masas
Este tipo de partidos es una aportación de la socialdemocracia alemana de
finales del siglo XIX (SPD) que luego adoptarían otras corrientes ideológicas, co-
munistas, fascistas, democristianos o nacionalistas. Este modelo se difunde paralela-
mente a la implantación del sufragio universal masculino que se extiende a la mayor
parte de los países europeos tras la I GM. Posibles referentes empíricos son el SPD
alemán y el SAP sueco. Gunther y Diamond (2001) hablan de variaciones en el
tipo genérico que serían los partidos socialistas/Leninistas, los partidos Nacionalistas
Pluralistas/Ultranacionalistas y los partidos confesionales/fundamentalistas. En esta
misma línea, la distinción de Panebianco (1988) entre partido burocrático de masas
y el partido profesional-electoral es una cita obligada para profundizar en las caracte-
rísticas de este tipo ideal. Bajo este tipo podrían encuadrarse algunos de los partidos
populistas latinoamericanos creados en la primera mitad del siglo XX.
Partido cartel
Este tipo de partidos que Katz y Mair identificaron (1995; 2002) ha generado
una interesante discusión respecto a si se trata de un tipo ideal de partido o de unos
rasgos que algunos partidos atrapalotodo han incorporado recientemente5. Algunos
referentes empíricos pueden ser el PSOE a principios de los noventa o la Concerta-
ción chilena desde 1989 hasta 2008.
sistemas políticos, así como las comparaciones de tipo diacrónico para valorar la
evolución de un sistema de partidos a lo largo del tiempo.
Todas las clasificaciones han estado marcadas por las preocupaciones histó-
ricas del momento y ninguna de ellas tiene carácter universal: unas clasificaciones
funcionan mejor en un área geográfica que otras. Por ejemplo, en América Latina
durante tiempo se pensó en la relevancia de la polarización de los sistemas de partidos
mientras que ahora se ha puesto más el énfasis en la institucionalización y en la nacio-
nalización. Por su parte en Europa, las clasificaciones derivadas del enfoque genético
tuvieron durante décadas muchos seguidores. Aquí mencionamos cuatro indicadores
para estudiar los sistemas de partidos:
Polarización de los sistemas de partidos: Se ocupa de un aspecto de la com-
petencia de los sistemas de partidos que es la separación existente entre los dos polos
de un sistema de partidos. En otras palabras, la polarización captura la distancia entre
los partidos políticos más separados entre sí en sus posiciones.
Sartori (2003)[1976] fue de los primeros autores que otorgó al estudio de la
polarización de los sistemas de partidos un lugar privilegiado en el análisis. Distingue
dos tipos de interacciones basadas en los niveles de polarización entre los partidos:
• dinámicas centrípetas : son el resultado de interacciones entre los partidos que
discurren o tienden hacia el centro. Tienen lugar en sistemas de partidos poco
polarizados. En este tipo de contextos, las interacciones entre partidos suele
suceder en el centro del continuo ideológico6.
• dinámicas centrífugas : se producen cuando las interacciones entre los parti-
dos discurren o tienden a generar posiciones extremas. Se dan, por lo tanto,
en sistemas de partidos muy polarizados. En estos casos el centro político se
debilita en la medida en que el apoyo electoral se desplaza hacia uno de los ex-
tremos. Los partidos se ven entonces incentivados a adoptar posturas extremas
defendiendo políticas radicales. Además, este tipo de situaciones puede venir
asociado al surgimiento de partidos anti-sistema.
Estas dinámicas son susceptibles de variar ya que el espacio ideológico es flexi-
ble. Los partidos pueden acercar posiciones entre sí o alejarse los unos de los otros. La
competición electoral es, según Downs (1985) [1957], la que motiva a los partidos a
variar sus posiciones a lo largo del espectro para ajustarse a la distribución de prefe-
rencias del electorado y así rentabilizar el número de votos conseguidos. Ello afecta
a la polarización.
6 Según Sartori (2003)[1976] en estas situaciones los partidos no pueden ganar adoptando
posturas asociadas con los extremos más lejanos del espectro; por lo que se impone la mode-
ración.
Un alto grado de polarización dificulta los acuerdos entre los partidos polí-
ticos y eso genera inestabilidad, así como dificultades para la gobernabilidad. Por
ejemplo, una de las razones que sirve para contextualizar el golpe de Estado que
derrocó a Allende en 1973 y pavimentó el acceso de Pinochet al poder fue la elevada
polarización del sistema de partidos (Valenzuela, 1989). En contraste, otros autores
consideran que un cierto nivel de polarización es positivo al indicar la existencia de
diferentes opciones ideológico-programáticas encarnadas por los partidos políticos.
En este sentido, El Salvador es el país más polarizado de América latina lo cual se
puede interpretar de forma favorable por haber sabido integrar en su sistema político
a los antagonistas de la guerra que dividió al país en la década de 1980. De alguna
manera esta situación sería una muestra de que el sistema ha sido capaz de integrar
todas las opciones políticas.
Los matices de la polarización están mediados por el número de partidos po-
líticos. Es más peligroso un sistema de partidos polarizado que sea bipartidista que
uno multipartidista. Las probabilidades de llegar a acuerdos entre dos partidos an-
tagónicos suelen generar escenarios de suma cero con un claro ganador y un claro
perdedor; mientras que en las situaciones de polarización y multipartidismo es más
fácil que algunos partidos encuentren puntos de consenso y que no se produzca un
claro vencedor y un claro derrotado.
Aunque desde la perspectiva europea el cálculo de la polarización resulta válido
porque los partidos suelen poseer una ubicación ideológica y programática más o
menos definida, en otras latitudes este cálculo no está exento de polémica. La utili-
dad de las categorías izquierda y derecha ha sido cuestionada por algunos expertos
escépticos que cuestiona la utilidad de conocer la distancia entre los partidos políticos
en el continuo izquierda y derecha cuando dichas categorías no significan nada en la
competición partidista. Como respuesta a estas posiciones cabe señalar que izquier-
da y derecha se han revelado como categorías útiles para resumir posiciones de los
partidos políticos en diferentes aspectos programáticos. En América Latina donde
con frecuencia se cuestiona esta división ha sido probado con abundante evidencia
empírica que la diferencia entre izquierda y derecha articula la competición partidista
(Alcántara, 2004; Ruiz 2007).
Fragmentación de los sistemas de partidos: se ocupa del número de partidos
políticos que operan en un sistema de partidos que es un aspecto de la morfología de
los sistemas de partidos.
Duverger (1981) distinguió entre los sistemas de partido único o mono parti-
distas y los sistemas pluralistas, que podían ser bipartidistas o multipartidistas. Años
después Sartori (2003) diferenciaba entre sistemas de partido único, de partido hege-
mónico, de partido predominantes, bipartidistas, de pluralismo limitado (entre tres
y cinco partidos relevantes), de pluralismo extremo (más de seis partidos relevantes)
y situaciones de atomización (más de diez partidos relevantes). Con este plantea-
miento, en primer lugar, se introduce la necesidad de contar sólo los partidos que
importen, es decir, los partidos relevantes lo que depende de su fuerza electoral pero
también de su capacidad de hacer coaliciones y de presionar mediante chantajes. En
segundo lugar, la clasificación contemplaba la distancia ideológica como criterio para
distinguir entre los sistemas de pluralismo limitado y los de pluralismo extremo. La
diferencia no sólo sería el número de partidos sino el grado de polarización, superior
en las situaciones de pluralismo extremo. En tercer lugar, Sartori aprovechaba para
hacer una distinción entre sistemas de partido único y de partido hegemónico donde
el monopolio de un partido político se da en condiciones diversas en uno y en otro
caso.
Una clasificación más reciente es la de Ware (2004) que permite comprender
el impacto que el número de partidos tiene sobre la gobernabilidad y que distingue
cuatro escenarios:
• Sistemas de dos partidos y medio: dos partidos son mucho más importantes
que el tercero en importancia.; a menudo ningún partido gana el 50% de los
escaños. Ejemplos: Austria, Irlanda.
• Sistemas con un partido grande y otros mucho más pequeños (el grande
obtiene el 45% de los escaños pero no el 50%). Ejemplo: Noruega, Suecia.
• Sistemas con dos partidos grandes y varios más pequeños: los dos partidos
suelen obtener el 65% de los votos pero ningún otro consigue más del 14%.
Ejemplos: Italia, Israel.
• Sistemas de partidos equilibrados (el partido mayor obtiene menos del 45%
de los escaños y los dos mayores juntos obtienen menos del 65% de los esca-
ños). Ejemplos: Países Bajos, Francia.
Así mismo, existe una literatura extensa para medir la fragmentación de forma
cuantitativa iniciada por Rae (1967). Una alta fragmentación es un indicador de
multipartidismo, es decir, de la existencia de un gran número de partidos políticos
operando y compitiendo en el sistema de partidos. En la situación contraria, una
baja fragmentación se refiere a la competición entre pocos partidos en situaciones de
bipartidismo o de un único partido en el caso de regímenes no democráticos donde
no hay competencia electoral (Ruíz y Otero, 2013).
La baja fragmentación se relaciona con la facilidad para generar acuerdos al
ser más probable que un solo partido tenga una mayoría funcional para gobernar
(Martínez Sospedra 1996). Este sería el argumento de quienes consideran el biparti-
dismo como fórmula estabilizadora. Por el contrario, se puede defender que la baja
fragmentación no favorece la colaboración (todo lo que yo no gane lo gana mi adver-
sario) existiendo una mayor probabilidad a juegos de suma cero en contextos bipar-
tidistas o cercanos al bipartidismo, lo que genera inestabilidad (Colomer, 2001). En
esta línea, el modelo de democracia consociacional de Lijphart (1999) propondría un
gico, por parte de los electores. Este tipo de volatilidad indica que se han producido
transferencias de votos entre partidos de un mismo ámbito ideológico. Por ejemplo,
para un lector con conocimiento de la dinámica política en España, se produciría este
tipo de volatilidad si entre dos elecciones los votantes de IU pasasen a votar al PSOE,
o viceversa; o se puede calcular también la volatilidad entre los partidos de ámbito
estatal frente a los de ámbito no estatal.
Se considera que los sistemas de partidos con una volatilidad elevada generan
inestabilidad en el conjunto del sistema político. Sin embargo, los efectos de la vo-
latilidad no siempre son negativos. Cuando ésta es intrasistémica, puede indicar la
existencia de accountability que permite a los electores sancionar a sus representantes.
Es necesario que exista alguna volatilidad para que los gobiernos sean controlados
ya que tanto la volatilidad extrema como la ausencia de volatilidad hacen que los
gobiernos no sean controlados. Aunque es un debate abierto, en la discusión sobre
los efectos de la volatilidad hay que discutir en clave de umbrales de inestabilidad
que generan excesiva incertidumbre y dificultan la accountability frente a umbrales de
estabilidad excesiva, casi inmovilismo, que indican ausencia de accountability.
Institucionalización de los sistemas de partidos
Mainwaring y Scully (1995), preocupados por el papel que los partidos políticos
debían jugar en los procesos de consolidación de la democracia en América latina plan-
tearon el concepto de institucionalización del sistema de partidos llegando a aventurar
un índice para medir su nivel de desarrollo. Para ambos autores la institucionalización
se entendía como el proceso por el que una práctica u organización llega a estar bien
establecida y a ser ampliamente conocida, si no universalmente aceptada. La institu-
cionalización se relacionaba con cuatro condiciones: la estabilidad en las reglas y en la
naturaleza de la competición interpartidista; que los partidos mayores tuvieran algún
tipo de raíz estable en la sociedad manteniendo cierta consistencia en sus posiciones
ideológicas relativas; que los mayores actores políticos acordasen legitimidad a los pro-
cesos electorales y a los partidos; y que existiera organización partidista haciendo que el
partido no estuviera subordinado a los intereses de un líder ambicioso
6. Conclusión
Este capítulo se ha ocupado de los partidos y sistemas de partidos. Se ha defen-
dido su carácter dinámico influido por el entorno y sobre el que, al mismo tiempo,
los partidos, ejercen su impacto. En esta constante interacción las organizaciones par-
tidistas se enfrentan a múltiples retos cuya relevancia varía por región demográfica.
Entre los desafíos más importantes cabe destacar las demandas crecientes de de-
mocracia interna. En muchos partidos políticos de Europa Occidental, estos procesos
de democratización de las estructuras de funcionamiento interno se vienen desarro-
llando desde finales de la década de 1970, con grupos como los ecologistas que pro-
movían organizaciones más flexibles; mientras que en América Latina el gran debate
sobre democracia interna se comenzó a pergeñar, en la mayor parte de países, a me-
diados de la década de 1990. Los partidos han captado el mensaje de que es necesario
algún tipo de renovación en el funcionamiento interno para recuperar parte de su
legitimidad perdida. Sin embargo, aún no se han encontrado fórmulas que concilien
el objetivo de la democracia interna con el mantenimiento de la unidad partidista y
la necesaria renovación de las élites partidistas
El segundo reto que aquí se menciona es la disminución de distancia con res-
pecto a la base social de los partidos. Por una parte, los partidos y los representantes
dan muestras de baja congruencia ideológica y programática en regiones tan dife-
rentes como Europa y América Latina. Ello significa que votantes y partidos tienen
posiciones distantes respecto a los issues más relevantes. Por otra parte, los ciudadanos
asignan bajos niveles de legitimidad a los partidos, así como bajas valoraciones de
las actuaciones tanto de los partidos políticos como de la mayor parte de sus líderes.
América Latina es la región donde más extendido está en la actualidad este descré-
dito a los partidos políticos. Entre otras consecuencias, estos procesos han supuesto
que los propios partidos tradicionales hayan comenzado a desarrollar una inusitada
autopercepción negativa sobre las organizaciones partidistas que refuerza el poder de
fórmulas alternativas para competir en elecciones y que discurre de forma paralela al
discurso anti-partido de la población.
Estos y otros retos han sido sintetizados para los países europeos en su trabajo
póstumo por Mair quien sostiene que «los partidos están fracasando porque la zona
de interacción –el mundo tradicional de la democracia de partidos en el que los ciu-
dadanos interactuaban con sus líderes políticos y se sentían vinculados a ellos– se está
vaciando» (2015: 34). La superación de todo ello mediante progresivas y profundas
transformaciones hace de los partidos políticos un objeto de estudio relevante para
los politólogos de las próximas décadas.
Referencias
Alcántara, M. (1997). Las tipologías y funciones de los partidos políticos. En M. Mella
(Ed.). Los partidos políticos (pp. 37-57). Madrid: Akal.
Alcántara, M. (2004). ¿Instituciones o máquinas ideológicas? Origen, programa y orga-
nización de los partidos latinoamericanos. Barcelona: ICPS.
Aldrich, J. A. (2012). ¿Por qué los partidos políticos? Una segunda mirada. Madrid: Cen-
tro de Investigaciones Sociológicas.
Bartolini, S. (1988). Partidos y sistemas de partidos. En G. Pasquino (comp.), Manual de
Ciencia Política. Madrid: Alianza.
Bartolini S. y Mair, P. (1990). Identity, competition and electoral availability. The stabili-
zation of European electorates 1885-1985. Cambridge: Cambridge University Press.