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CAPÍTULO 16

Los partidos y sistemas de partidos


Manuel Alcántara Sáez Leticia M. Ruiz Rodríguez
Universidad de Salamanca  Universidad Complutense de Madrid

1. Introducción
Desde su aparición en el siglo XVIII, los partidos políticos se han convertido
en actores centrales del juego democrático, evolucionando en su formato y cometidos
principales. A su vez, la extensión del fenómeno partidista a todas las democracias
contemporáneas ha confirmado la existencia de diferencias entre zonas geográficas en
el fenómeno partidista.
En la actualidad los partidos políticos atraviesan uno de los períodos de más
baja credibilidad y desconfianza por parte de los ciudadanos aunque, como afirma-
ra Linz (2002), nunca hubo una edad dorada de los partidos políticos. Uno de los
efectos de esta desafección hacia los partidos políticos ha sido el surgimiento de or-
ganizaciones-movimientos que huyen de la etiqueta de partidos políticos y que se
presentan como nuevos mecanismos de agregación de intereses que compiten por el
poder. Estas nuevas expresiones, que han proliferado en contextos geográficos muy
diferentes, presentan soluciones organizativas y modos de actuación que a priori di-
fieren de las de los partidos políticos denominados «tradicionales» y que, en general,
han tenido un efecto contagio al incentivar cambios en los partidos de más larga data.
Pero también se da el impacto de cambios culturales muy fuertes aupados tanto en el
desarrollo de nuevas tecnologías de la comunicación y de la información como en el
imperio del capitalismo financiero globalizado, que acrecientan pautas de comporta-
miento individualista ajenas a toda lógica de acción colectiva
En este contexto, el universo de partidos políticos vive un doble proceso. Por una
parte, los partidos tradicionales buscan adaptarse al entorno cambiante y renovar sus
vínculos con la ciudadanía para lo que han emprendido un proceso de aggiornamiento
obligado. Para ello deben replantearse, entre otros aspectos, su actividad distrital que
tiene un impacto sobre la interacción entre partidos-representantes y representados. Las
nuevas formas de organización movimientista-partidista se enfrentan a retos conocidos
para los partidos políticos que hasta ahora habían monopolizado la canalización de los
intereses colectivos y la búsqueda del interés común. Además, las nuevas formas de
intercomunicación requieren de constantes procesos de actualización que no siempre
son atendidos. Del modo en que den respuesta a estos procesos de renovación, en unos

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casos, y de adaptación, en otros, dependerá no solo la supervivencia de los propios par-


tidos sino el funcionamiento de las democracias contemporáneas.
En este capítulo se reflexiona sobre el fenómeno partidista y sobre los sistemas
de partidos que se conforman. Ambas unidades de análisis constituyen uno de los
objetos de estudio por excelencia de la Ciencia Política. A continuación se propor-
ciona un mapa de los conceptos y las taxonomías más utilizadas en la literatura espe-
cializada, seguido de un análisis de algunos de los retos más destacados a los que se
enfrentan los partidos políticos.

2. Los partidos políticos: definición y naturaleza


2.1. El concepto de partido político
¿Qué es un partido político? Existe un desacuerdo sobre las condiciones nece-
sarias para identificar a un grupo de personas organizadas en torno a algún interés(es)
y que compitan electoralmente como un partido político1. Esta falta de consenso
sobre la noción de partido político trasluce, entre otras cosas, diferencias en la con-
cepción de lo que es relevante y superfluo en el análisis de los partidos políticos y en
el impacto de éstos sobre los sistemas políticos en los que operan.
Aún a riesgo de una excesiva simplificación, las definiciones de partidos se
pueden dividir en dos grandes grupos. Por una parte, estaría el grupo de definiciones
minimalistas de partido político que proponen un pequeño número de prerrequisi-
tos para denominar a una agrupación partido político. Este sería el caso de Downs
(1985) o Epstein (1980) (ver Tabla 1). La ventaja de una aproximación minimalista
es que son pocas las condiciones para identificar la existencia de un partido. Desde
ese punto de vista, más importante que los elementos que conforman el partido es el
grado y el modo en que cumplen sus funciones.
Por otra parte, las definiciones de tipo maximalista consideran un mayor núme-
ro de rasgos para identificar una agrupación como partido político incluyendo, entre

1 Una primera aproximación etimológica al vocablo de partido proporciona algunas de las


claves de la esencia de los partidos políticos y de su razón de ser originaria. La obra seminal
de Sartori (2003) señala que el vocablo partido se deriva del verbo latino partire, que significa
dividir. Hasta el siglo XVII no entra en el vocabulario de términos políticos, utilizándose con
la connotación de parte. El partido se utilizaba para referirse a una parte de un todo, una par-
te de los intereses de la sociedad. Posteriormente, por influjo del francés, el vocablo partido
se usaría como sinónimo de compartir (partager). Entroncando con esas dos raíces, en la ac-
tualidad ser partidario de algo significa identificarse con un grupo o posición y diferenciarse
del todo. Esta es la esencia del término partido que está asociado a compartir con unos (con
los del mismo partido) y a dividir (separarse, diferenciarse, de otras partes o partidos).

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otros, la existencia de una base social determinada o unos determinados rasgos organi-
zativos. Por ejemplo, no bastaría con que el partido fuera una colectividad organizada
sino que tendría que reunir ciertos rasgos como la vocación de trascendencia al líder
fundador o determinadas prácticas intrapartidistas (i.e. un funcionamiento interno de-
mocrático). Lapalombara y Weiner (1966) serían un buen exponente de esta corriente.
A medio camino entre las opciones maximalistas y minimalistas una defini-
ción operativa podría ser considerar partido político a todo grupo o asociación vo-
luntaria organizada, aunque sea débilmente, que posee una determinada visión de los
problemas de la sociedad y de sus soluciones y que persigue o aspira la consecución
del poder o la participación en él mediante elecciones.

Tabla 1. Resumen de definiciones clásicas y contemporáneas de los partidos políticos

Burke (1770) Un partido es un cuerpo de hombres unidos para promocionar por medio de
la unión de sus esfuerzos el interés nacional sobre la base de un principio concreto respecto
del cual todos se muestran de acuerdo.
Madison (1787) Un grupo de ciudadanos que o bien representando a la mayoría o a la mi-
noría se unen y actúan por una pasión común, o interés, opuesto al de los derechos de otros
ciudadanos o al agregado de intereses de la comunidad.
Weber (1984) Los partidos son formas de socialización que, descansando en un recluta-
miento formalmente libre, tienen por fin proporcionar a sus dirigentes dentro de su asocia-
ción y otorgar por este medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o
materiales (la realización de fines objetivos o el logro de ventajeas materiales o ambas cosas).
Duverger (1981) El partido político es una comunidad de una estructura particular, que se
caracteriza ante todo por las relaciones internas entre los miembros de la comunidad.
Downs (1985) Una coalición de personas que persiguen el control del aparato de gobierno
mediante medios legales (elecciones).
Lapalombara y Weiner (1966) Un partido es una agrupación duradera y estable que se
articula de tal modo que las organizaciones de carácter local tienen lazos regulares y variados
con la organización nacional con una voluntad deliberada y consciente del grupo de conquis-
tar, ejercer y conservar el poder político y que busca el apoyo popular par conseguir sus fines.
Epstein (1980) Un partido es cualquier grupo aunque esté débilmente organizado y que
persiga puestos de poder en el gobierno bajo una etiqueta.
Sartori (2003) Un partido es cualquier grupo político identificado por una etiqueta que se
presenta a elecciones, con una orientación general y no particularista, y que puede colocar
mediante éstas a sus candidatos en cargos públicos.
Fuente: Ruiz y Otero (2013).

2.2. Los partidos como actores divididos


¿Es compatible la concepción de partido político con el reconocimiento de
divisiones en su interior? Se trata de una cuestión clave para una comprensión de la

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naturaleza de los partidos que, sin embargo, no ha sido analizado en profundidad en


la literatura. Lejos de ser actores compactos que actúan siempre de forma unida, los
partidos políticos son organizaciones con divisiones, de diferente índole, que condi-
cionan su comportamiento y rendimiento electoral.
• Diversidad en el grado de implicación de sus miembros. Los partidos se en-
cuentran divididos desde el punto de vista del compromiso y capacidad de
influencia de sus integrantes: simpatizantes, activistas, cuadros medios y una
élite o cúpula del partido. Además, este grado de implicación afecta al grado
de ideologización y radicalización (May, 1973).
• Diversidad en las características socioculturales de sus miembros. Los partidos
acogen a sectores sociales que pueden llegar a estar muy divididos por factores
étnicos, religiosos, de clase social, de actividad económica y de nivel de educa-
ción formal. Los partidos recogen la existencia de esas divisiones y se compor-
tan así como un elemento aglutinador identitario a la vez que se ofrecen como
mecanismo óptimo de representación. En un extremo pueden asimismo ser
los transmisores de diferencias regionales.
• Diversidad de posiciones ideológicas. Los partidos son actores divididos desde
un punto de vista ideológico. En el interior de los partidos coexisten diferentes
visiones sobre los issues o temas más relevantes dando lugar, por ejemplo a
corriente de renovadores y de reformistas. Este tipo de desacuerdo en torno a
temas sustantivos se puede medir con el grado de coherencia interna que existe
o grado de acuerdo respecto a temas. Hay partidos muy exitosos que tienen
una baja coherencia interna y viceversa.
• Diversidad de caras de actuación. La naturaleza dividida de los partidos tam-
bién se manifiesta en la existencia de diferentes caras de actuación de los par-
tidos. Katz y Mair (1993) distinguen una cara interna (party in central office),
una cara electoral (party on the ground) y una cara externa (party in public offi-
ce). A veces estas caras o facetas se superponen, pero es útil distinguirlas con fi-
nes analíticos ya que no siempre tienen las mismas estrategias ni objetivos cada
una de estas caras, entrando en conflicto unas con otras. Por ejemplo, un par-
tido puede estar formado por líderes con diferentes tendencias ideológicas que
hacen atractivo el partido a diferentes sectores de la población y ello funciona
en el ámbito electoral, si el modelo operativo es el de partidos atrápalotodo,
pero esto es disfuncional en el Poder Legislativo porque la variedad de perfiles
de los parlamentarios genera problemas para conseguir unidad en el voto.

2.3. Los partidos y el sistema político


Los partidos se asientan en un sistema político lo cual les vincula a dos ele-
mentos básicos del mismo: su forma de gobierno en clave presidencialista o parla-

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mentaria, y la forma de Estado unitario o federal. La existencia de uno u otro modelo


tiene efectos significativos en su creación y evolución. Con independencia de estos
extremos, los partidos tienen que encarar la solución a problemas que los arreglos
institucionales existentes no resuelven necesariamente (Aldrich, 2012). Estos proble-
mas se pueden dividir en cuatro categorías: la satisfacción de la ambición por parte
de individuos que buscan el poder y no encuentran otro mecanismo más idóneo para
alcanzarlo; facilitar y agilizar la toma de decisiones en el sistema político; resolver
problemas de acción colectiva que afectan a los simpatizantes y a la sociedad en gene-
ral; construir o ayudar a construir en determinadas coyunturas críticas un relato co-
herente que las de sentido y sirva para derivarse de ellas nuevas identidades políticas.

3. Las funciones de los partidos políticos


¿Para qué sirven los partidos? La actividad de los partidos políticos está
orientada por tres objetivos generales: la captación de votos, la obtención de cargos
y la elaboración de políticas que representen los intereses de los ciudadanos. Para
el logro de estos objetivos, los partidos llevan a cabo una serie de funciones inte-
rrelacionadas:
Función de agregación y representación de intereses: Se trata de la función
central de los partidos. Los ciudadanos encomiendan la tarea de representación al
partido y éste se convierte en el portador de una visión de la sociedad, de sus retos y
de los posibles mecanismos para abordar dichos retos. Para el cumplimiento de esta
función los partidos filtran las diferentes demandas e intereses de la sociedad, a la vez
que movilizan a los ciudadanos en determinadas cuestiones. Así pues, el grupo de la
sociedad al que representa cada partido puede ser más o menos homogéneo.
La función de agregación de intereses se ha deformado, en cierta medida, por
la conversión de muchos partidos políticos en maquinarias electorales (Alcántara,
2004) que sacrifican el componente de representación de intereses. Actualmente nin-
gún partido político se presenta como el portador de los intereses de un único grupo
social o étnico o religioso; o de un solo tipo de interés (single issue parties), sino que
suelen dirigirse a toda la sociedad aunque al final los intereses que se representen
resulten amplios, contradictorios, y ningún grupo social se identifique totalmente.
Esta amplitud en la identificación de públicos a los que representan los partidos hace
que, en la práctica, las propuestas programáticas no se utilicen como brújula para
predecir sus actuaciones, que serían demasiado amplias y a veces contradictorias entre
sí. Todo ello ha ido progresivamente restando sustancia programática a la competi-
ción electoral en muchos sistemas de partidos y disminuyendo la credibilidad de los
partidos políticos. Además, la función de agregación ahora se lleva a cabo después
de las elecciones, en la formulación de las políticas públicas y en el propio gobierno
(Mair, 2015: 103).

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Función electoral: los partidos políticos compiten en elecciones frente a otros


partidos con la intención de conseguir puestos de poder facilitando así la estructu-
ración del voto de los sistemas políticos. En muchos casos, los comicios están en la
base del origen de numerosos partidos, bien porque éstos son el resultado de procesos
históricos en los que diferentes grupos pugnan por el poder, o porque son idóneos
para resolver problemas de acción colectiva, o debido a que el ordenamiento consti-
tucional obliga a canalizar la competencia electoral a través de ellos.
No obstante, un partido que no compite en elecciones, por estar ilegalizado o
prohibido no pierde necesariamente su condición de partido desde un punto de vista
politológico, aunque sí desde un punto de vista jurídico-legal. Por ejemplo, éste sería
el caso de los partidos ilegalizados durante períodos dictatoriales. De la misma forma,
la estrategia de un partido puede ser la de no competir en unas elecciones (por ejem-
plo participar sólo en elecciones autonómicas y no en las nacionales) y eso no le hacer
perder su condición de tal. Sin embargo, este elemento electoral es el que distingue
a los partidos de otras organizaciones. De modo que podemos decir que el partido,
a diferencia de otras organizaciones, aspira a conseguir el poder mediante elecciones.
Los partidos políticos han tenido un papel muy relevante en democracias
emergentes en la celebración de elecciones limpias, libres y competitivas. La prohibi-
ción de algún partido para no participar ha sido el elemento determinante para poner
en duda el carácter democrático del proceso político emprendido. En muchos países
las denuncias de fraude de los propios partidos políticos han sido un revulsivo para la
creación de instituciones que supervisen los procesos electorales, contribuyendo con
ello a aumentar la calidad de la democracia.
La tecnología ha sofisticado los mecanismos de agregación e intermediación.
Las redes sociales, los blogs, las encuestas online, han hecho posible un contacto pe-
riódico, directo y más participativo que ha supuesto una revolución en la forma en
que los partidos interaccionan con su electorado e intentan llegar a nuevos electores.
Función de formación de gobiernos y de órganos colegiados e implementación
de políticas: los partidos ocupan puestos de poder para sus afiliados, bien sea presi-
dencias de gobierno, ministerios, ayuntamientos, Comunidades Autónomas o regiones
en distintos niveles que van desde los puramente ejecutivos hasta los de asesoría, pero
también en aquellos órganos colegiados de representación como las asambleas de dis-
tinto ámbito territorial. Esta función de típico «clientelismo político» (Mair, 2015:
105) permanece vigente y hoy como una de las más importantes. Por otra parte, los
partidos llevan a cabo actuaciones y diseñan políticas públicas encaminadas a la gestión
de recursos. En ocasiones se genera disonancia entre los intereses que representan los
partidos y las actuaciones en el ejercicio de su función de gobierno. En este sentido
pueden producirse incumplimientos de mandatos, virajes políticos y otras variaciones
con respecto de la supuesta hoja de ruta. Una de las secuelas de este modus operandi ha
sido la disminución de los niveles de legitimidad de los partidos políticos.

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Los partidos que no ocupan puestos de gobierno se entiende que aspiran a


ellos para poder implementar las políticas más cercanas a los intereses de los grupos
sociales a los que representan. De ahí que cuando esta función no se puede cumplir
no significa la pérdida del status de partido.
Reclutamiento de cuadros: los partidos necesitan captar nuevos miembros, así
como formar nuevas élites dirigentes que conformen las organizaciones partidistas y
compitan como candidatos en elecciones. La primera parte de esta tarea es ahora mu-
cho menos relevante que en el pasado. Los partidos no miden su fuerza electoral por
el número de afiliados sino por los votos, los recursos y su capacidad de penetración
en la sociedad, y esto no depende del número de afiliados, sino de las campañas elec-
torales y de mecanismos tradicionales de conquista de votos como son los vínculos
programáticos y los vínculos clientelares, dependiendo de las regiones. Sin embargo,
la formación de nuevos cuadros es una tarea ineludible en la que el partido sabe que
se juega mucho por la personalización de la política. El modo en que desempeñan
esta función, cómo el partido elige a sus candidatos y a sus cuadros directivos, es
un tema clave en la actualidad que contribuye a la crisis de los partidos políticos.
El generalizado reclamo de mayores niveles de democracia interna afecta en primer
lugar a los mecanismos de selección de los candidatos, así como a la designación de
sus cargos de dirección del partido, además de a otras dimensiones como puede ser
la elaboración de programas.
Esta función se entiende, en gran medida, como una tarea instrumental de
otras como la representación y la concurrencia a elecciones, así como instrumental
de la función de gobierno.
Función de socialización: el partido político ofrece a la sociedad, en general, y
a sus electores su visión del papel de los sujetos en la política, genera valores sobre lo
político, así como interpretaciones sobre las dinámicas del sistema político y de las
instituciones y actores del mismo.
Esta tarea de socialización se considera instrumental, perdiendo progresiva-
mente relevancia en muchos partidos políticos a favor de los medios de comuni-
cación de masas y las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información.
Puede que sea la función que todos los autores consideran, hoy en día, que es me-
nos neurálgica en las organizaciones partidistas. Lejos quedan las reuniones en las
fábricas de los partidos socialistas en Europa, o la distribución de pasquines hechos
en imprentas propias. En la actualidad, las redes sociales y blogs de los partidos y de
sus candidatos (política 2.0) son también los nuevos instrumentos de socialización
de los partidos.
El énfasis en estas funciones, que aunaban funciones representativas clave, que
han ido desapareciendo paulatinamente, con funciones procedimentales también
clave del sistema político, aún vigentes, ha venido siendo la gran fortaleza de los

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partidos y es susceptible de variar, según ellos, los contextos políticos y a lo largo del
tiempo, tal y como se verá en el siguiente apartado2.

4. Diversidad de partidos políticos y de patrones


de evolución
4.1. Tipologías de partidos: el ejercicio clasificatorio
¿Es posible identificar diferentes tipos de partidos políticos en la actualidad?
Los partidos políticos presentan rasgos diferentes tal y como muestran las compara-
ciones entre diferentes zonas geográficas. ¿Difieren los partidos políticos actuales con
respecto a los de décadas atrás? Efectivamente, a lo largo de las décadas los partidos
políticos han experimentado transformaciones que han supuesto el predominio de
un tipo de partidos sobre otros en determinadas secuencias temporales.
A continuación se presentan cuatro tipos ideales de partidos que han sido re-
conocidos por casi todos los especialistas y que ofrecen una comprensión útil de la va-
riación, sobre todo diacrónica, en los tipos de partidos políticos3. Para ello se utiliza la
clasificación de Gunther y Diamond (2001) que tiene como referente la maquinaria
partidista europea y, en menor medida, la norteamericana, aunque se pueda discutir
la exportación de los tipos de partidos a otras regiones.

Partido de élites (Partidos de notables o Partidos de cuadros)


Estos partidos fueron importantes hasta la Segunda Guerra Mundial. Posibles
referentes empíricos son los partidos del Norte de Europa en el siglo XIX, siendo
ejemplos clásicos los partidos británicos y los franceses. Como sugieren Gunther y
Diamond (2001), hay versiones de este tipo de partidos en el Sur de Europa como
el caciquismo español donde se dio un dominio de élite parroquiales o en Colombia
y Uruguay entre 1850 y 1930. Estos autores distinguen algunas variaciones del tipo
genérico de partidos de élites que serían los partidos de notables locales, los partidos
clientelistas y los partidos étnicos4.

2 Sobre las funciones de los partidos se puede ampliar en Alcántara (1997).


3 Una discusión más extensa de estas cuestiones se encuentra en Alcántara (2004) y en Ruiz y
Otero (2013).
4 Los partidos étnicos, según Gunther y Diamond (2001), carecen de una organización exten-
sa: pueden estar personalizados y centralizados; no tienen un programa para toda la sociedad
coherente, sino que promueven los intereses de un grupo particular (el grupo étnico); la
movilización electoral siguen un patrón clientelista; la nominación de candidatos puede estar
determinada por un grupo étnico jerárquico.

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Rasgos del partido de élites (Gunther y Diamond, 2001):


• Grupo selecto de individuos (pequeño y «de calidad» por sus capacidades y status indivi-
duales): el partido son sólo los líderes
• Estructura organizativa mínima: personalidades destacadas o grupos de notables locales
con escasa coordinación
• Las lealtades son personales, no son programáticas. El ideario depende del grupo de
intereses que promuevan.
• Capacidad de autofinanciación del partido: patrocinados por el duque, lord, o persona-
lidad destacada.

Partido de masas
Este tipo de partidos es una aportación de la socialdemocracia alemana de
finales del siglo XIX (SPD) que luego adoptarían otras corrientes ideológicas, co-
munistas, fascistas, democristianos o nacionalistas. Este modelo se difunde paralela-
mente a la implantación del sufragio universal masculino que se extiende a la mayor
parte de los países europeos tras la I GM. Posibles referentes empíricos son el SPD
alemán y el SAP sueco. Gunther y Diamond (2001) hablan de variaciones en el
tipo genérico que serían los partidos socialistas/Leninistas, los partidos Nacionalistas
Pluralistas/Ultranacionalistas y los partidos confesionales/fundamentalistas. En esta
misma línea, la distinción de Panebianco (1988) entre partido burocrático de masas
y el partido profesional-electoral es una cita obligada para profundizar en las caracte-
rísticas de este tipo ideal. Bajo este tipo podrían encuadrarse algunos de los partidos
populistas latinoamericanos creados en la primera mitad del siglo XX.

Rasgos del partido de masas (Gunther y Diamond, 2001):


• La movilización es central: los afiliados son incorporados a muchas tareas
• Organización estable en todo el país y alto control del aparato partidario. Esto, según
autores como Ostrogorski (1964) [1902] o Michels (1991] [1911] irá alejando al partido
de sus afiliados.
• Ideología y programa ocupan un papel central: identificaciones estables basadas en una
clase social originariamente (o en una religión o en algún tipo de nacionalismo)
• El partido necesita de aportaciones colectivas y no sólo individuales para su supervivencia
e independencia.

Partido catch all o atrapalotodo


Esta tipología de partidos que acuñara Kirchheimmer (1966) ha tenido una
gran aceptación en la literatura sobre partidos políticos por reflejar las dinámicas de
desideologización y de pérdida de bases sociales de referencia que muchos partidos
han experimentado durante la segunda mitad del siglo XX con el desarrollo de los

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medios de comunicación de masas. El referente empírico sería el tipo de partido


imperante en la actualidad. Los partidos PSOE y PP de España serían exponentes
de esta tipología. Según Gunther y Diamond (2001), una variación de este tipo de
partidos son los personalistas, los electoralistas y los partidos empresa. Estos últimos
fueron creados hacia mediados-finales del siglo XX. Son organizaciones destinadas a
promover el apoyo a un candidato. Sin necesidad de afiliación permanente, articulan
agencias de marketing y publicidad, y medios de comunicación. Se adaptan a la diná-
mica de formular propuestas para ganar elecciones en lugar de ganar para aplicar sus
propias propuestas. Pero dado que hay pocos referentes empíricos, este subtipo no ha
tenido mucho desarrollo. Wolinetz (2002) también ofrece una interesante reflexión
sobre la evolución de los partidos atrapalotodo donde el énfasis principal en la activi-
dad de estos partidos sería la actividad electoral, frente a la de elaboración de políticas
o la de consecución de cargos que serían funciones instrumentales de la primera.

Rasgos del partido atrapalotodo (Gunther y Diamond, 2001):


• Movilización de votantes en cada consulta electoral.
• Descenso del énfasis en una clase social como clientela central del partido.
• Acceso a una variedad de grupos de interés.
• Bagaje ideológico reducido y aumento de los rasgos del líder.
• Baja organización fuera de las elecciones.
• Élite del partido fortalecida y altamente implicada.
• Descenso de la importancia de la afiliación: paralelo a la aparición del financiamiento
público y financiación mediante grupos de interés.
• Se asemeja a una máquina electoral: utilización de tecnología y alto expertise en campañas.

Partido cartel
Este tipo de partidos que Katz y Mair identificaron (1995; 2002) ha generado
una interesante discusión respecto a si se trata de un tipo ideal de partido o de unos
rasgos que algunos partidos atrapalotodo han incorporado recientemente5. Algunos
referentes empíricos pueden ser el PSOE a principios de los noventa o la Concerta-
ción chilena desde 1989 hasta 2008.

Rasgos del partido cartel (Gunther y Diamond, 2001):


• Interpenetración (simbiosis) entre el partido y el Estado.
• El partido es agente privilegiado del Estado.
• Financiación pública es central para la supervivencia del partido y va acercando a los
partidos al Estado.
• Política como juego profesional.
• La cara de gobierno del partido es la que predomina.

5 Sobre este debate leer, entre otros, a Wolinetz (2002).

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Dependiendo del tipo de partidos se enfatiza en unas funciones u otras y en


el modo en que se cumplen. Por ejemplo, la socialización es muy relevante en los
partidos de masas en comparación con otro tipo de partidos y está vinculada a la
promoción de una determinada ideología. Otro ejemplo de esta variación en el cum-
plimiento de las funciones es la relevancia que tiene la competición electoral para los
partidos atrapalotodo, que recae sobre un grupo especializado del mismo.

4.2. Factores determinantes de la evolución de los partidos políticos


¿Por qué han existido diferentes tipos de partidos a lo largo del tiempo? Este
interrogante se plantea al constatar la existencia de diferencias en los rasgos y funcio-
nes que han enfatizado los partidos según ha evolucionado el fenómenos partidista.
Al respecto son varios los factores que la literatura señala como relevantes para el caso
de Europa Occidental.
Uno de los factores más destacados es la extensión del sufragio. La incorpora-
ción de nuevos ciudadanos al derecho de voto contribuyó al cambio de patrón y la
aparición de partidos de masas que representaban los intereses de los nuevos grupos
con derecho de voto. El nuevo modelo de partidos que se fue gestando dejaba obsole-
to el estilo de representación de trabajo de los partidos de élites que tenía un carácter
menos organizado.
Otro de los factores en el proceso de evolución de los partidos políticos ha
sido la necesidad de financiación para su propia supervivencia. Ésta contribuyó a
su institucionalización progresiva con el fin de gestionar sus recursos (por ejemplo,
listados de afiliados para controlar el pago de sus cuotas). Todo ello derivó en el for-
talecimiento organizativo de los otrora incipientes partidos de masas.
A su vez, la multiplicidad de ámbitos electorales generó nuevas necesidades de
coordinación que ahondaron en el proceso de profesionalización de los partidos políti-
cos. En este contexto, el propio descenso en la capacidad de movilizar de algunos cliva-
jes contribuye a la erosión de los vínculos entre electores y partidos y a la estabilidad de
los mismos. Con ello se atisban las primeras grietas en el modelo de partidos de masas.
Así mismo, la evolución de los medios de comunicación, el surgimiento de
nuevas técnicas de publicidad y la generación de electores más informados fueron
aspectos clave para la aparición de los partidos atrapalotodo. A este proceso se unen
algunos cambios en los umbrales y magnitudes del distrito que cambiaron la concep-
ción de representación de un carácter local a uno más universal que es el predomi-
nante en los partidos atrapalotodo.
Finalmente, el reconocimiento de la financiación pública afecta enormemente
a la organización de los partidos políticos que se hacen dependientes de la misma a
la vez que profundiza los procesos de profesionalización, distanciamiento de las bases
sociales e incorporación de técnicas de marketing cada vez más sofisticados.

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No obstante, en otras regiones se han producido distintos procesos que han


condicionado la evolución de los partidos. Por ejemplo, en América Latina, donde
rige el presidencialismo que acentúa el carácter personalista de la política, no se su-
peró durante mucho tiempo la representación de los intereses de las élites. Al mismo
tiempo se han producido diferentes trayectorias históricas: no hay un movimiento
obrero fuerte en muchos países al estilo de Europa lo que hace difícil identificar par-
tidos de masas como los históricos europeos. Por otra parte, hay dinámicas regionales
como el clientelismo y el populismo que han dotado de rasgos propios a algunas
organizaciones partidistas latinoamericanas que no encuentran un paralelismo en
Europa. Así mismo, las interrupciones de la democracia y unas reglas electorales más
cambiantes que en Europa han hecho que en algunos lugares el salto de partidos
de élites a partidos atrapalotodo no haya tenido estadios intermedios de partidos de
masas.

5. Los sistemas de partidos como unidad


de análisis
5.1. El concepto de sistema de partidos
¿Qué es un sistema de partidos? Probablemente la concepción más extendida
de sistema de partidos sea la de Sartori (2003)[1976] que los define como un conjun-
to de partes (partidos) que interaccionan entre sí en un determinado contexto eco-
nómico, social, político, jurídico con el que existe una relación de mutua influencia.
Los sistemas de partidos constituyen una unidad de análisis diferente a los partidos
políticos aunque está muy relacionada con éstos: los rasgos de los primeros se ven
afectados por los partidos que los conforman.
Como sucede con las definiciones de partido político, también en las de sis-
tema de partidos es posible una aproximación maximalista. En su discusión sobre la
noción de cambio de sistemas de partidos (frente a cambio del sistema de partidos),
Mair (1997) señala que los elementos definitorios de un sistema de partidos son las
interacciones ideológicas, estratégicas y electorales, pero también las bases sociales de
apoyo a los partidos, junto con la estructura de clivajes e issues que se debaten. Se tra-
ta ésta de una definición de máximos que contrasta con una atención más minimalis-
ta a la definición de sistema de partidos como conjunto de partes que interaccionan
entre sí en un determinado contexto.
La literatura actual ha enfatizado la idea de que en un mismo sistema político
conviven varios sistemas de partidos. En este sentido, la existencia de competición elec-
toral a varios niveles (nacional, federal o regional, municipal o local e incluso suprana-
cional en el caso, por ejemplo, de los países miembros de la Unión Europea) ha genera-
do diferentes tipos de interacciones según el ámbito de la competición entre partidos.

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5.2. Enfoques para el estudio de los sistemas de partidos


¿Cómo se han estudiado los sistemas de partidos? Bartolini (1988) esquemati-
za la literatura que estudia a los sistemas de partidos en tres grandes grupos: el enfo-
que genético, el morfológico y el enfoque de la competencia:
El enfoque genético se ocupa de explicar el origen de los sistemas de partidos y
de los partidos políticos que los componen a partir de un modelo de clivajes o líneas
de división. Según Lipset y Rokkan (1967) los clivajes condicionan el surgimiento
de los partidos políticos y el comportamiento de voto de los ciudadanos. Según estos
autores hay cuatro clivajes: centro/periferia, estado/iglesia, rural/urbano, propietario/
trabajador que provienen de divisiones en la sociedad que se congelaron en el tiempo
y mantuvieron su vigencia durante décadas en Europa.
El modelo de clivajes ha experimentado sucesivas redefiniciones desde su con-
cepción. Entre otras, se ha cuestionado que los clivajes tengan únicamente un origen
societal. La literatura ha argumentado y mostrado que el origen puede situarse tam-
bién en las divisiones en la élite política. Otra de las revisiones del concepto se refiere
a la permanencia de los clivajes, no son siempre los mismos clivajes los que estructu-
ran la competencia. Éstos pueden llegar a desaparecer o variar sustancialmente en su
relevancia en las interacciones entre partidos políticos. Así mismo, se ha cuestionado
la propia capacidad estructuradora en un contexto de baja identificación partidista.
Es posible que los electores tengan identidades superpuestas que condicionan la ca-
pacidad de predecir el comportamiento electoral a partir de la estructura de clivajes.
El enfoque morfológico se ocupa del formato de los sistemas de partidos aten-
diendo a rasgos como la volatilidad o el número de partidos. Como se verá en el
siguiente apartado, algunas de las taxonomías más relevantes se ocupan de este tipo
de elementos.
El enfoque de la competencia analiza las interacciones entre partidos políticos
en lo que a distancias en diferentes issues o polarización. Downs (1985)[1957] y
Schumpeter (1985) [1942] fueron precursores de este enfoque que consiste en trasla-
dar la lógica de los mercados al ámbito de la competencia electoral. Los enfoques de
acción racional han tomado muchos de los postulados de estos autores para el análisis
contemporáneo de los partidos y de sus comportamientos.

5.3. Clasificaciones de los sistemas de partidos: indicadores de


competencia y morfología de los sistemas de partidos
¿Es posible clasificar los sistemas de partidos según alguno de sus rasgos? Son
muchas las dimensiones de los sistemas de partidos que han recibido atención por
parte de los expertos y cuya medición se ha ido complejizando permitiendo las cla-
sificaciones y comparaciones entre sistemas de partidos pertenecientes a diferentes

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360 El análisis de la política. Enfoques y herramientas de la ciencia política

sistemas políticos, así como las comparaciones de tipo diacrónico para valorar la
evolución de un sistema de partidos a lo largo del tiempo.
Todas las clasificaciones han estado marcadas por las preocupaciones histó-
ricas del momento y ninguna de ellas tiene carácter universal: unas clasificaciones
funcionan mejor en un área geográfica que otras. Por ejemplo, en América Latina
durante tiempo se pensó en la relevancia de la polarización de los sistemas de partidos
mientras que ahora se ha puesto más el énfasis en la institucionalización y en la nacio-
nalización. Por su parte en Europa, las clasificaciones derivadas del enfoque genético
tuvieron durante décadas muchos seguidores. Aquí mencionamos cuatro indicadores
para estudiar los sistemas de partidos:
Polarización de los sistemas de partidos: Se ocupa de un aspecto de la com-
petencia de los sistemas de partidos que es la separación existente entre los dos polos
de un sistema de partidos. En otras palabras, la polarización captura la distancia entre
los partidos políticos más separados entre sí en sus posiciones.
Sartori (2003)[1976] fue de los primeros autores que otorgó al estudio de la
polarización de los sistemas de partidos un lugar privilegiado en el análisis. Distingue
dos tipos de interacciones basadas en los niveles de polarización entre los partidos:
• dinámicas centrípetas : son el resultado de interacciones entre los partidos que
discurren o tienden hacia el centro. Tienen lugar en sistemas de partidos poco
polarizados. En este tipo de contextos, las interacciones entre partidos suele
suceder en el centro del continuo ideológico6.
• dinámicas centrífugas : se producen cuando las interacciones entre los parti-
dos discurren o tienden a generar posiciones extremas. Se dan, por lo tanto,
en sistemas de partidos muy polarizados. En estos casos el centro político se
debilita en la medida en que el apoyo electoral se desplaza hacia uno de los ex-
tremos. Los partidos se ven entonces incentivados a adoptar posturas extremas
defendiendo políticas radicales. Además, este tipo de situaciones puede venir
asociado al surgimiento de partidos anti-sistema.
Estas dinámicas son susceptibles de variar ya que el espacio ideológico es flexi-
ble. Los partidos pueden acercar posiciones entre sí o alejarse los unos de los otros. La
competición electoral es, según Downs (1985) [1957], la que motiva a los partidos a
variar sus posiciones a lo largo del espectro para ajustarse a la distribución de prefe-
rencias del electorado y así rentabilizar el número de votos conseguidos. Ello afecta
a la polarización.

6 Según Sartori (2003)[1976] en estas situaciones los partidos no pueden ganar adoptando
posturas asociadas con los extremos más lejanos del espectro; por lo que se impone la mode-
ración.

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Un alto grado de polarización dificulta los acuerdos entre los partidos polí-
ticos y eso genera inestabilidad, así como dificultades para la gobernabilidad. Por
ejemplo, una de las razones que sirve para contextualizar el golpe de Estado que
derrocó a Allende en 1973 y pavimentó el acceso de Pinochet al poder fue la elevada
polarización del sistema de partidos (Valenzuela, 1989). En contraste, otros autores
consideran que un cierto nivel de polarización es positivo al indicar la existencia de
diferentes opciones ideológico-programáticas encarnadas por los partidos políticos.
En este sentido, El Salvador es el país más polarizado de América latina lo cual se
puede interpretar de forma favorable por haber sabido integrar en su sistema político
a los antagonistas de la guerra que dividió al país en la década de 1980. De alguna
manera esta situación sería una muestra de que el sistema ha sido capaz de integrar
todas las opciones políticas.
Los matices de la polarización están mediados por el número de partidos po-
líticos. Es más peligroso un sistema de partidos polarizado que sea bipartidista que
uno multipartidista. Las probabilidades de llegar a acuerdos entre dos partidos an-
tagónicos suelen generar escenarios de suma cero con un claro ganador y un claro
perdedor; mientras que en las situaciones de polarización y multipartidismo es más
fácil que algunos partidos encuentren puntos de consenso y que no se produzca un
claro vencedor y un claro derrotado.
Aunque desde la perspectiva europea el cálculo de la polarización resulta válido
porque los partidos suelen poseer una ubicación ideológica y programática más o
menos definida, en otras latitudes este cálculo no está exento de polémica. La utili-
dad de las categorías izquierda y derecha ha sido cuestionada por algunos expertos
escépticos que cuestiona la utilidad de conocer la distancia entre los partidos políticos
en el continuo izquierda y derecha cuando dichas categorías no significan nada en la
competición partidista. Como respuesta a estas posiciones cabe señalar que izquier-
da y derecha se han revelado como categorías útiles para resumir posiciones de los
partidos políticos en diferentes aspectos programáticos. En América Latina donde
con frecuencia se cuestiona esta división ha sido probado con abundante evidencia
empírica que la diferencia entre izquierda y derecha articula la competición partidista
(Alcántara, 2004; Ruiz 2007).
Fragmentación de los sistemas de partidos: se ocupa del número de partidos
políticos que operan en un sistema de partidos que es un aspecto de la morfología de
los sistemas de partidos.
Duverger (1981) distinguió entre los sistemas de partido único o mono parti-
distas y los sistemas pluralistas, que podían ser bipartidistas o multipartidistas. Años
después Sartori (2003) diferenciaba entre sistemas de partido único, de partido hege-
mónico, de partido predominantes, bipartidistas, de pluralismo limitado (entre tres
y cinco partidos relevantes), de pluralismo extremo (más de seis partidos relevantes)
y situaciones de atomización (más de diez partidos relevantes). Con este plantea-

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miento, en primer lugar, se introduce la necesidad de contar sólo los partidos que
importen, es decir, los partidos relevantes lo que depende de su fuerza electoral pero
también de su capacidad de hacer coaliciones y de presionar mediante chantajes. En
segundo lugar, la clasificación contemplaba la distancia ideológica como criterio para
distinguir entre los sistemas de pluralismo limitado y los de pluralismo extremo. La
diferencia no sólo sería el número de partidos sino el grado de polarización, superior
en las situaciones de pluralismo extremo. En tercer lugar, Sartori aprovechaba para
hacer una distinción entre sistemas de partido único y de partido hegemónico donde
el monopolio de un partido político se da en condiciones diversas en uno y en otro
caso.
Una clasificación más reciente es la de Ware (2004) que permite comprender
el impacto que el número de partidos tiene sobre la gobernabilidad y que distingue
cuatro escenarios:
• Sistemas de dos partidos y medio: dos partidos son mucho más importantes
que el tercero en importancia.; a menudo ningún partido gana el 50% de los
escaños. Ejemplos: Austria, Irlanda.
• Sistemas con un partido grande y otros mucho más pequeños (el grande
obtiene el 45% de los escaños pero no el 50%). Ejemplo: Noruega, Suecia.
• Sistemas con dos partidos grandes y varios más pequeños: los dos partidos
suelen obtener el 65% de los votos pero ningún otro consigue más del 14%.
Ejemplos: Italia, Israel.
• Sistemas de partidos equilibrados (el partido mayor obtiene menos del 45%
de los escaños y los dos mayores juntos obtienen menos del 65% de los esca-
ños). Ejemplos: Países Bajos, Francia.
Así mismo, existe una literatura extensa para medir la fragmentación de forma
cuantitativa iniciada por Rae (1967). Una alta fragmentación es un indicador de
multipartidismo, es decir, de la existencia de un gran número de partidos políticos
operando y compitiendo en el sistema de partidos. En la situación contraria, una
baja fragmentación se refiere a la competición entre pocos partidos en situaciones de
bipartidismo o de un único partido en el caso de regímenes no democráticos donde
no hay competencia electoral (Ruíz y Otero, 2013).
La baja fragmentación se relaciona con la facilidad para generar acuerdos al
ser más probable que un solo partido tenga una mayoría funcional para gobernar
(Martínez Sospedra 1996). Este sería el argumento de quienes consideran el biparti-
dismo como fórmula estabilizadora. Por el contrario, se puede defender que la baja
fragmentación no favorece la colaboración (todo lo que yo no gane lo gana mi adver-
sario) existiendo una mayor probabilidad a juegos de suma cero en contextos bipar-
tidistas o cercanos al bipartidismo, lo que genera inestabilidad (Colomer, 2001). En
esta línea, el modelo de democracia consociacional de Lijphart (1999) propondría un

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escenario donde es posible un multipartidismo de consenso que no necesariamente


asocia altos niveles de fragmentación con ingobernabilidad.
El segundo efecto vincula la baja fragmentación con la estabilidad. Mientras
que para unos autores la baja fragmentación generaría mayores niveles de gobernabi-
lidad, lo que produciría sistemas de partidos que contribuyen a la estabilidad de los
sistemas políticos; para otros autores la alta fragmentación permite mayores niveles
de representatividad de los sistemas de partidos y ello genera más estabilidad a largo
plazo en los sistemas políticos. Hubo un momento histórico en que se rechazaron
los modelos multipartidistas con ejemplos documentables como la Tercera y Cuarta
República francesa, la Alemania de Weimar e Italia tras la Segunda Guerra Mundial
(Daalder 2001).
Este debate sobre los efectos de la fragmentación ha de conectarse con las
características de la sociedad en la que están insertos los sistemas de partidos (Ware
2004). Una sociedad profundamente dividida encontrará en un sistema bipartidista
un corsé donde la falta de representatividad del sistema de partidos puede generar
en el medio y largo plazo problemas de gobernabilidad. Este podría ser el caso, por
ejemplo, de la tendencia al bipartidismo en Nicaragua entre partidos ideológicamen-
te muy distantes entre sí.
Volatilidad de los sistemas de partidos: constituye otro de los aspectos mor-
fológicos de un sistema de partidos que captura el grado de lealtad del electorado
hacia los diferentes partidos políticos que componen un sistema de partidos.
La volatilidad indica el porcentaje mínimo de votantes que han cambiado su
voto entre dos elecciones sucesivas. Se introduce una consideración dinámica de los
sistemas de partidos al señalar los cambios entre dos elecciones sucesivas. Pedersen
(1979) propuso el primer cálculo matemático del índice de volatilidad total. Una alta
volatilidad se produce cuando los partidos experimentan grandes oscilaciones en los
apoyos obtenidos de una elección a otra bien porque las opciones partidistas no son
capaces de retener apoyos similares a lo largo del tiempo (cambios en la demanda
partidista) o bien porque algunas de éstas hayan desaparecido (cambios en la oferta).
En la situación contraria, habría baja volatilidad agregada cuando los partidos man-
tienen, de una elección a otra, porcentajes parecidos de apoyo. Este tipo de situación
se considera un indicador de un sistema de partidos estable formado por etiquetas
partidistas con niveles sostenidos de apoyos.
Cabe distinguir, por una parte, la volatilidad inter bloques o entre bloques
ideológicos que captura los cambios en apoyos que reciben los partidos comparando
de bloques ideológicos opuestos en dos momentos en el tiempo (Bartolini y Mair
1990). En un sistema de partidos estructurado ideológicamente, donde la ideología
es relevante para definir el voto de los ciudadanos, es previsible que este tipo de vo-
latilidad sea baja. Por otra parte, la volatilidad intrabloques captura cambios en los
apoyos que reciben los partidos políticos de un mismo bloque, generalmente ideoló-

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364 El análisis de la política. Enfoques y herramientas de la ciencia política

gico, por parte de los electores. Este tipo de volatilidad indica que se han producido
transferencias de votos entre partidos de un mismo ámbito ideológico. Por ejemplo,
para un lector con conocimiento de la dinámica política en España, se produciría este
tipo de volatilidad si entre dos elecciones los votantes de IU pasasen a votar al PSOE,
o viceversa; o se puede calcular también la volatilidad entre los partidos de ámbito
estatal frente a los de ámbito no estatal.
Se considera que los sistemas de partidos con una volatilidad elevada generan
inestabilidad en el conjunto del sistema político. Sin embargo, los efectos de la vo-
latilidad no siempre son negativos. Cuando ésta es intrasistémica, puede indicar la
existencia de accountability que permite a los electores sancionar a sus representantes.
Es necesario que exista alguna volatilidad para que los gobiernos sean controlados
ya que tanto la volatilidad extrema como la ausencia de volatilidad hacen que los
gobiernos no sean controlados. Aunque es un debate abierto, en la discusión sobre
los efectos de la volatilidad hay que discutir en clave de umbrales de inestabilidad
que generan excesiva incertidumbre y dificultan la accountability frente a umbrales de
estabilidad excesiva, casi inmovilismo, que indican ausencia de accountability.
Institucionalización de los sistemas de partidos
Mainwaring y Scully (1995), preocupados por el papel que los partidos políticos
debían jugar en los procesos de consolidación de la democracia en América latina plan-
tearon el concepto de institucionalización del sistema de partidos llegando a aventurar
un índice para medir su nivel de desarrollo. Para ambos autores la institucionalización
se entendía como el proceso por el que una práctica u organización llega a estar bien
establecida y a ser ampliamente conocida, si no universalmente aceptada. La institu-
cionalización se relacionaba con cuatro condiciones: la estabilidad en las reglas y en la
naturaleza de la competición interpartidista; que los partidos mayores tuvieran algún
tipo de raíz estable en la sociedad manteniendo cierta consistencia en sus posiciones
ideológicas relativas; que los mayores actores políticos acordasen legitimidad a los pro-
cesos electorales y a los partidos; y que existiera organización partidista haciendo que el
partido no estuviera subordinado a los intereses de un líder ambicioso

6. Conclusión
Este capítulo se ha ocupado de los partidos y sistemas de partidos. Se ha defen-
dido su carácter dinámico influido por el entorno y sobre el que, al mismo tiempo,
los partidos, ejercen su impacto. En esta constante interacción las organizaciones par-
tidistas se enfrentan a múltiples retos cuya relevancia varía por región demográfica.
Entre los desafíos más importantes cabe destacar las demandas crecientes de de-
mocracia interna. En muchos partidos políticos de Europa Occidental, estos procesos
de democratización de las estructuras de funcionamiento interno se vienen desarro-
llando desde finales de la década de 1970, con grupos como los ecologistas que pro-

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Manuel Alcántara Sáez | Leticia M. Ruiz Rodríguez Los partidos y sistemas de partidos 365

movían organizaciones más flexibles; mientras que en América Latina el gran debate
sobre democracia interna se comenzó a pergeñar, en la mayor parte de países, a me-
diados de la década de 1990. Los partidos han captado el mensaje de que es necesario
algún tipo de renovación en el funcionamiento interno para recuperar parte de su
legitimidad perdida. Sin embargo, aún no se han encontrado fórmulas que concilien
el objetivo de la democracia interna con el mantenimiento de la unidad partidista y
la necesaria renovación de las élites partidistas
El segundo reto que aquí se menciona es la disminución de distancia con res-
pecto a la base social de los partidos. Por una parte, los partidos y los representantes
dan muestras de baja congruencia ideológica y programática en regiones tan dife-
rentes como Europa y América Latina. Ello significa que votantes y partidos tienen
posiciones distantes respecto a los issues más relevantes. Por otra parte, los ciudadanos
asignan bajos niveles de legitimidad a los partidos, así como bajas valoraciones de
las actuaciones tanto de los partidos políticos como de la mayor parte de sus líderes.
América Latina es la región donde más extendido está en la actualidad este descré-
dito a los partidos políticos. Entre otras consecuencias, estos procesos han supuesto
que los propios partidos tradicionales hayan comenzado a desarrollar una inusitada
autopercepción negativa sobre las organizaciones partidistas que refuerza el poder de
fórmulas alternativas para competir en elecciones y que discurre de forma paralela al
discurso anti-partido de la población.
Estos y otros retos han sido sintetizados para los países europeos en su trabajo
póstumo por Mair quien sostiene que «los partidos están fracasando porque la zona
de interacción –el mundo tradicional de la democracia de partidos en el que los ciu-
dadanos interactuaban con sus líderes políticos y se sentían vinculados a ellos– se está
vaciando» (2015: 34). La superación de todo ello mediante progresivas y profundas
transformaciones hace de los partidos políticos un objeto de estudio relevante para
los politólogos de las próximas décadas.

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