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HENRY MORGAN (1635-1688)

Nacido en una familia galesa de Monmouthshire, Henry Morgan vivió una vida
aventurera muy alejada de la que le esperaba como granjero, ya que cuando
era niño fue secuestrado en Bristol y vendido como sirviente en la isla de
Barbados. Su oportunidad le llegó en 1654, cuando tenía 19 años. En ese
momento Cromwell preparaba la invasión de Haití y, mientras la flota inglesa
permanecía en Barbados, Henry escapó de su propietario y logró ser reclutado
en un barco. En 1655, la Armada británica, con Morgan en sus filas, tomó
Jamaica, que se convirtió en la punta de lanza de la corona inglesa en el
Caribe.
Con la llegada al trono de Carlos II, se ofrecieron patentes de corso a los
piratas que operaban en la zona con el fin de fortalecer la defensa de la isla.
Morgan no tardó en abrirse camino trabajando en los barcos corsarios con
base en Port Royal que atacaban posesiones y galeones hispanos.
Inseguridad ciudadana en toda Centroamérica
En 1666, Henry ya capitaneaba su propio buque y el gobernador de Jamaica le
encargó que no dejara de hostigar a los españoles, a lo que se aplicó con todo
su entusiasmo en diversos asentamientos de Cuba, Panamá y Venezuela.
Cuando terminó la guerra entre España e Inglaterra, Morgan hizo oídos sordos
y continuó su actividad en aguas controladas por Castilla. Como miembro de la
flota de Christopher Mings, llevó a cabo diversas acciones contra el puerto de
Santiago de Cuba.
Más tarde se asoció con el holandés Eduard Mansvelt y, contando con la
protección del gobernador de Jamaica Thomas Modyford, formó una compañía
integrada por filibusteros que atacaron duramente Puerto Príncipe, Maracaibo,
Portobelo, Santa Marta, el archipiélago de San Andrés y Providencia, y la
ciudad de Panamá. El asalto a esta última plaza en 1671 se considera uno de
los mayores hitos de la historia de la piratería, pues Morgan logró apoderarse
de un cuantioso botín en metales preciosos que iba a ser enviado a España,
incendió la ciudad, que fue abandonada, y se llevó consigo 175 mulas
cargadas de oro, plata y joyas, además de 600 prisioneros que no las debían
tener todas consigo, dada la fama de salvaje del bucanero galés.

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