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La experiencia del horror

Subjetividad y derechos humanos en las dictaduras


y posdictaduras del Cono Sur

Marcelo Raffin

( ole» i lón li'*U l)«( toral

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I i Ii h i h i i Iii S I Ir n illc i
Tesis doctoral en Filosofía:
Le sujet, les droits de l'homme et le devenir. L ’e xpérience contemporaine dans
le Cône sud d ’A mérique
Autor: Marcelo R affin .
Director: Jacques P oulain .
Jurado: Patrice V ermefien, Sophie T honon , Emilio de Ipola , Étienne Tassin , Jean-Michel
B lanouer y Jacques P oulain .

Grado obtenido: Doctor en Filosofía de la Universidad de Paris 8 Vincennes à Saint-Denis.


Calificación: Aprobada con la mención Très honorable avec félicitations du jury.
4 de julio de 2003 - Universidad de Paris 8 Vincennes à Saint-Denis, Francia.

Traducción del francés a cargo del autor.

A
O 2000 Editores del Puerto s.r.l.
w Corríanlas 1515 . P. 10 . Of. A
(104V) i iixlnil Autónoma de Buenos Aires
t»lel«> (04 11)4:172-8969/4375-4209
* * « M.iii 'Mi'n lulpuorlo corn
•Monaiio'iimmii nnsdalpuafto.com
Raffin, Marcelo
In s a n o i In I«|ui Dingo Q hiniiaum La experiencia del horror : subjetividad y dere­
chos humanos en las dictaduras y posdictaduras
IOlili ila
an «gusto d 2006 an del Cono Sur / con prólogo de: Jacques Poulain -
I (««Hin 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Dol
Puerto, 2006.
352 p. ; 22x15 cm. (Tesis doctoral; 5 dirigida por
Edmundo S. Hendler)

t ISBN 987-9120-89-2

1 Derechos Humanos. 2. Dictadura. I. Poulain,


Jacques, prolog. II. Titulo
CDD 323
Presentación

•» Hacer filosofía a partir del mundo concreto y específico que


nos tocó vivir. Ese ha sido siempre el desafío filosófico.
Pensemos en casos como el de Abelardo que escribe su
Historia Calamitatum después de haber sido emasculado por su
amor prohibido con Eloísa; o en B oecio que concibe su De
Consolatione Philosophiae para mitigar la prisión que lo condu­
ce a su muerte. Se trata aquí de dos ejemplos trágicos y acaso
desesperados, y en todo caso, la filosofía podría aparecer como
refugio, como evasión. Pensemos en ejemplos más clásicos aún
como P latón o A ristóteles . ¿N o construye P latón todo su gran
sistema teórico para huir del palabrerío, la inexactitud y la pre­
cariedad de los ejercicios de la sofística? ¿No hace otro tanto
A ristóteles , pero esta vez para perfeccionar el sistema de su
, maestro al que considera haber incurrido en un olvido dema­
siado exagerado del ser real, del que fue y es siempre en sí?
Pensemos en Descartes que se ve en la necesidad de construir
teóricamente al ser humano de la modernidad, una parte que
valga por sí misma y no por un todo trascendente que la legiti­
me, incluso, aunque sus esfuerzos hayan quedado a medio
camino; o en K ant que se encuentra en tensión con un mundo
que no consigue ver plasmado y el que ve a diario, con un
mundo que presiente, que está próximo pero que todavía no es
actual, frente a ese, al que tiene los días contados, al del despo­
tismo ilustrado en el que vive. ¿No se tradujeron todas estas con­
tradicciones en las escisiones tan pronunciadas de su sistema?
Pensemos en M arx que no consigue comprender un mundo en
el que, nunca como hasta ese momento, se ha logrado acumular
tanta riqueza que permite a los hombres liberarse de sus sempi­
ternas ataduras con la naturaleza y, sin embargo, ello no se rea­
liza porque el goce está sólo reservado a una minoría que es pro­
pietaria de los medios de producción y expulsa del goce a la gran

V
mayoría, a la que solo le ha quedado su fuerza de trabajo. ¿No
fue esta paradoja la que llevó a M arx a construir los conceptos
claves de alienación e inversión para comprender el mundo
capitalista? ¿No fue igualmente el desencanto, la desesperanza,
la alienación y la impotencia, en una palabra el "malestar del
siglo” de B audelaire , lo que llevó a N ietzsche a desenmascarar
la solemnidad de las Luces, la seguridad de las trascendencias,
la posibilidad de la perfección y la promesa de felicidad? Su risa
fue una risa sarcástica, pero más que eso, una risa de burla y
una risa de finitud. Una risa-llanto de vacío y de certeza. ¿No es
en este mismo camino que se lanza F oucault y que se pelea con
casi toda la historia heredada en la arena de un mundo en tran­
sición y que H abermas le reponde aferrándonse lo más fuerte
posible a las promesas supuestamente no maduradas de un
modelo que se pretende perpetuo?
El tiempo que me tocó vivir me confrontó a otros desafíos,
tan terribles e intrincados como los del pasado. Los regímenes
autoritarios, de los que el siglo XX ha hecho la experiencia,
adquirieron una forma particular en el Cono Sur del continente
americano hacia los años 70. Estas dictaduras adoptaron la
forma de "terrorismos de Estado”, denominación que rem-ite al
carácter central del régimen: el terror ejercido desde el Estado
como medio de establecer y mantener el orden.' Estas experien­
cias, en la mayoría de los casos, significaron una puesta en
extremo, más allá de lo que se considera en el espacio de la
modernidad como "esquemas morales" malos, por la brutali­
dad, la aberración, el horror y los procedim ientos de las accio­
nes cometidas. Las dictaduras del Cono S u r representaron una
fuerte interpelación a las nociones de u »jr>n. acción, p o lis y ju s­
ticia. Convocaron, una vez más, par la obscenidad de todo k»
ocurrido, preguntas relativas al juicio^ la rentad. la memoria y
la política. Y entre otras un nuevo
desafío a la praxis de los derechas
En este trabajo, me el pro-
blema de las violaciones m asñas y derechos
humanos a partir de la del
Cono Sur de la praxis de los
denecha^^^^^ un examen
de Las fot— as ce­ de las subjetñida-
des titulares de de los sujetos cons-
truidos a partir i derechos humanos, la
que los ubica como connaturales al »de derecho y la demo-

VI
cracia moderna pero también, y sobre todo, al proyecto de la
Ilustración, al sujeto soberano, responsable y valioso por sí
mismo. La revisión del sujeto lleva necesariamente a un examen
de las formas de la historia y de los mecanismos por los cuales
ese sujeto se aferra a ella: las formas políticas espejo de las for­
mas metafísicas. Pero la clave, el nudo, el corazón y el desafío de
la cuestión consisten en saber cuál fue la relación entre las for­
mas del terrorismo de Estado y las formas de la subjetividad de
los derechos humanos, de qué manera las primeras interpelaron
las segundas y viceversa, qué modificaciones, si es el caso, le
aportaron y qué efectos no buscados o qué “producción negativa”
provocaron en la teoría y la práctica de los derechos humanos.
Emprender una tarea de este tipo obliga a analizar aspectos
diversos de una misma problemática:
- el objeto derechos humanos en tanto tal o, mejor dicho, en
tanto praxis que comprende una cierta teoría y una cierta prác­
tica (capítulo 1);
- la teoría del sujeto y toda la discusión que hace de ella su
objeto, especialmente desde la invención de la modernidad
(capítulo 2);
- el análisis de las dictaduras del Cono Sur y las transicio­
nes democráticas (capítulo 3);
- la formulación filosófica de las violaciones masivas y sis­
temáticas a los derechos humanos bajo la categoría de "mal
radical” (capítulo 4); y
las diferentes maneras de deconstruir y construir el pasa­
do y el futuro a través de “las soluciones” ofrecidas a los proble­
mas planteados, las creaciones producidas (capítulo 5) y los
caminos abiertos a los derechos humanos y al sujeto (capítulo 6).
Un análisis de la relación entre regímenes autoritarios -que
significan la negación misma de los derechos humanos o su
empleo abusivo- y praxis de los derechos humanos exige no solo
un examen de las formas del autoritarismo y del ejercicio de los
derechos, de la formación de las subjetividades y de los univer­
sos simbólicos diferentes y un relevamiento de las repercusio­
nes, sino también, por un lado, un diagnóstico en perspectiva de
las posibilidades de la creación de un mundo nuevo, del marco
necesario en el que tienen lugar los derechos humanos, en una
palabra, de la viabilidad de las democracias consolidadas y
enraizadas en una cultura, y por el otro, una proyección de los
nuevos caminos abiertos a los derechos humanos y por su inter­
medio, a la teoría dei sujeto en un mundo en transición.
El camino recorrido estuvo sembrado de muchas escrituras,
tradiciones epistemológicas diferentes, voces diversas, testimo­
nios, visiones del mundo desiguales, provenientes de institucio­
nes, reglas de juego y lenguajes propios no solamente de la filo­
sofía sino también de la teoría social y política, la historia, la
teoría político-jurídica, la antropología, el psicoanálisis, la litera­
tura, la poesía. Fue necesario, con el fin de explorar y analizar
mejor el objeto elegido, atravesar diferentes lenguajes, intentar
varias formas de ver, de escribir, de describir y especialmente de
comprender quizá los mismos fenómenos u objetos y fenómenos
diferentes y particulares de cada dominio de saber, recorrer
entonces caminos posibles de multi e interdisciplinariedad con
miras a trabajar sobre los puntos de contacto, las superposicio­
nes pero también las escenas centrales y los espacios no previs­
tos, los intersticios, las fisuras y los márgenes que se transfor­
maron en el centro pues, en definitiva, siempre son el centro.
Este trabajo fue asimismo un viaje. Un viaje a varios lados
y un viaje a ninguna parte, un regreso a las historias que se fue­
ron para siempre, a las voces de los muertos, a los oráculos del
alma y a los enigmas de la vida. Un cambio en el espacio, un
movimiento en las coordenadas del tiempo, es también un viaje
al interior de nosotros mismos. Durante el viaje-tiempo de este
trabajo, el eje de mi vida y de mis actividades se transfirió
varias veces de un lado a otro del océano. La discusión filosófi­
ca y teórica fue también un viaje o varios entre diferentes hori­
zontes -de una punta a la otra del mundo-, varias tradiciones,
varias lenguas y no solo lenguajes, diferentes regímenes de
escritura, visión, percepción, comprensión y aprehensión del
mundo, y discusiones y debates "geográficamente” connotados,
para decirlo de una cierta manera.
Quiero agradecer a todos los que me brindaron su apoyo y
me animaron a comenzar, seguir, proseguir y, finalmente, ter-
—■----este trabajo. Hay varias personas en particular, a las que
d ebo mi gratitud por su ayuda, su apoyo y su amor. Entre ellas
muY especialmente, Jacques P oulain y Emilio de I pola ,
idmloeo abierto y cordial y sus visiones sin límites ni pru-
M arí , uno de los responsables del camino que
ci amor a la filosofía que ambos compartimos;
a quien alguna vez llamé mi "ángel en
f hecho lo fue; Philippe B obet , otro ángel de la
; hizo presente en mi vida; Zouzy El Chebbi
o r La agudeza, la poesía y el vino; Alexandra
Capítulo 1
Del otro lado del espejo: la invención
de los derechos humanos

Los aquí presentes no somos más que hombres privados que no


cuentan con más título para hablar, y para hablar juntos, que una
cierta dificultad común para soportar lo que está pasando.
Michel F o ucau lt , Frente a los gobiernos,
los derechos humanos

"¡Ok, Kitty, qué maravilloso sería si pudiéramos entraren la Casa del


Espejo! ¡Estoy segura de que hay cosas hermosas en ella! Suponga­
mos que hay un medio para llegar, atravesándolo de algún modo,
Kitty. Supongamos que el cristal se volvió tan tenue como la gasa,
de manera que podamos pasar a través de él. ¡Vaya, ahora se está
convirtiendo en una especie de niebla! Será bastante fácil atrave­
sarlo...".
Cuando dijo esto, se encontraba sobre la repisa de la chimenea, aun­
que casi no sabía cómo había llegado allí. Y no había duda de que el
cristal estaba empezando a disiparse, como una refulgente niebla
plateada.
Lewis C a r r o ll , A través del espejo

A. Una conquista de la modernidad ,


Los derechos humanos^son una de las invenciones más sor­
prendentes y paradójicas de la modernidad. Es inútil rastrear
genealogías previas, pues llegan con el mundo moderno, el de la
burguesía, del dominio de la naturaleza, de la esperanza en el
progreso y en la felicidad de una sociedad hecha a escala huma­
na, del presente histórico, de la dominación y la circulación del
capital. Forman parte de un bagaje en el que se entremezclan
otras novedades como el Estado, la historia de los Antiguos
opuesta a una historia presente y ya clásica de los Modernos, la
división de las funciones del trabajo y los límites sin fronteras de
la acción humana. Todo ensayo anterior no fue más que un
esfuerzo descentrado de una obra que todavía no había comen­
zado, una anticipación fallida en el orden de las cosas, un sin
sentido en la lógica ilógica de los tiempos y de los asuntos
humanos. Acaso podría descubrirse una cierta vinculación, una
esperanza o una rememoración en forma de anamnesis, en los
griegos clásicos, los estoicos o los epicúreos, entre otros.
Queda claro, sin embargo, que los derechos humanos cum­
plieron, en el nacimiento ce la rrcsiemidad, una función de legi­
timación de las nuevas formas de vida burguesas; son un corre-

1
r?

lato, una conquista y un arma de ellas. Pero es innegable al


mismo tiempo, que abrieron una doble vía revolucionaria, o más
bien, una segunda brecha de revolución que no había sido pre­
vista en un primer momento: la que ataca los sueños no cumpli­
dos del mundo burgués. Estas dos imágenes son tributarias de
una filosofía antropológica que crea un sujeto que, con ciertas
diferencias, reproduce un modelo individualista, soberano y con
una razón universal que le permite la acción por la voluntad y a
través de la conciencia moral. Esta subjetividad, así concebida en
la esfera de la ética, es catapultada al universo jurídico. Pero el
discurso ético, que provee los componentes del discurso jurídico,
esconde una voluntad de poder que lo revela como discurso polí­
tico: traduce las ideas de aquellos que construyeron el mundo
moderno. Se trata, grosso modo y con algunas excepciones, de
europeos mascuhnos, mayores, blancos, burgueses y, por lo
tanto, propietarios. De ahí que al principio, todas las otras for­
mas humanas (formas no burguesas y no europeas),^ue no
entran dentro de los estrechos límites del sujeto moderno así
definido, hayan sido olvidadas, ignoradas y silenciadas como
“exclusiones” de su definición. El panorama abierto por este
paradigma no siguió una única lógica puesto que aparecieron
múltiples ramas que se combinaron, entremezclaron, mantuvie­
ron fieles a los orígenes, o bien, llevaron los presupuestos al
extremo y los contrariaron y criticaron radicalmente.
Todos los costados del mecanismo nos llevan al mismo
punto: la idea de derechos humanos concierne al sujeto, se
apoya en él y lo aprisiona o mejor dicho, más bien a la inversa.1
Las bases y el substratum de los derechos humanos se apoyan
entonces en una cierta construcción del sujeto en tanto eje del
mundo moderno. Sin los cambios y las modificaciones radicales
de la modernidad, cambios y modificaciones cualitativos en la
historia de la cultura occidental y luego mundial (en una pala­
bra, de "la historia de la humanidad”), los derechos humanos no
habrían podido aparecer. Requirieron del sujeto moderno, de su
creación, de su idea y de su materialidad. En este sentido, poco
importa si se trata del sujeto en tanto especie o en tanto indivi-

1 No comparto, en consecuencia, la tesis sostenida por Blandine


Barret-K riegel según la cual la filosofía del sujeto no es la fuente de los
derechos humanos, o antes bien, debería decir, me opongo a la manera en
que utiliza los términos y presenta los argumentos en esta relación Cf.
Barret-Kriegel, Blandine, Les droits de l ’homme et le droit naturel, París:
Quadrige/PUF, 1989.

2 CAPÍTULO 1
dúo: se trata, en primer lugar, y es lo que cuenta, del sujeto en
tanto pilar de un nuevo espacio temporal que se denomina
modernidad.2 Luego, las distinciones son posibles, tal como lo
hace asimismo M arx , por ejemplo, pero no puede perderse de
vista el nuevo actor: el hombre genérico como sujeto genérico e
individualizado, en una palabra, el sujeto como actor central de
un mismo drama. Ahora bien, en sentido contrario, Blandine
B arret-K riegel nos advierte que deberíamos libramos de cier­
tos "polvos aglomerados” en "la cola del cometa de los derechos
humanos” y empezar por "rechazar una genealogía inadecua­
da”. Más aún, insiste en que “se aprueba demasiado frecuente­
mente una historia discutible creyendo que la aparición de los
derechos humanos está ligada al subjetivismo jurídico, que
necesita la representación de un sujeto descentrado, expulsado
de la naturaleza, una conciencia singular que se replegó en sí
misma para presentar por metamorfosis un programa inédito
de acción y de legislación; se imagina demasiado amablemente
que los derechos humanos tienen necesariamente como bande­
ra el descubrimiento metafísico del sujeto, que defienden la idea
del derecho como un atributo del individuo, la legitimidad,
como una actividad del juicio subjetivo. En suma, se está dema­
siado rápidamente convencido de que el concepto de derecho
humano depende de la subjetivización del derecho".3 Criticando
la teoría del sujeto, subraya, a.continuación, la pertenencia del
hombre a una especie y la derivación de los derechos humanos
del hecho de pertenecer a la especie humana: "Acaso la repre­
sentación que vincula los derechos humanos a la teoría del suje­
to, a la voluntad del individuo, no es del todo exacta, acaso la
doctrina de los derechos humanos no se encuentra en primer
lugar ligada al sujeto, a la teoría del sujeto, y tal vez está más
bien asociada a la idea de especie, concierne primordialmente al
hombre como miembro de una especie y apunta en él a la
dimensión genérica. Hombre significa miembro de un género
biológico, compórtente de la humanidad y no está inmediata­
mente ligado a sujetos individualizados, singularizados” .4 Toda
esta argumentación para concluir en la necesidad de la consa­
gración de la fórmula del derecho natural ("nuevo arraigamien-

2 Es esto, justamente, lo que quiero significar cuando contesto la afir­


mación de Barret-Kriegel.
3 B a r r e t -K r ie g e l , Blandine, op. cit., ps. 92-93.
ps. 93-94

LA M t A O O OE .O S 3 E C C H 0 5 HL ASANOS 3
to en la idea de la ley natural”) como base legitimante de los
derechos humanos a través de su juicio conclusivo: "el destino
jurídico de los derechos humanos pasa por el futuro de una filo­
sofía de la ley natural, y hoy, como hace poco tiempo, por una
crítica de la filosofía del sujeto” .5
, Ahora bien, si no se comprende la relación fundamental
entre esta forma política y cultural que son los derechos huma­
QJ nos y la noción de sujeto en tanto producto de ciertas relaciones
de poder, relación históricamente connotada, se corre el riesgo
"de no poder ver la lógica de una cierta formación socio-históri­
ca como la nuestra. Los derechos humanos aparecieron históri­
camente como dependientes de una cierta o de ciertas filosofías
del sujeto. Una relación que presupone y que lleva a una meta­
física pasando por una filosofía política o, a la inversa, una filo­
sofía política que se apoya en una metafísica y, desde luego, en
una antropología filosófica. Esta es la razón por la cual, en este
trabajo, me veo en la obligación de revisar las formaciones teó-
rico-prácticas más importantes relativas al sujeto en el espacio
de la modernidad, con el fin de analizar las repercusiones del
mal radical -bajo la forma de las dictaduras del Cono Sur de
América (y sus consecuencias bajo las posdictaduras)- en los
derechos humanos.
Desde este punto de vista, los derechos humanos aparecen,
además, como un dispositivo de la modernidad, designando un
sujeto y una subjetividad particulares. Si las formas del sujeto y
sus verdades definen los derechos humanos, no es menos cierto
que éstos, a su vez, mezclándose con las teorías del sujeto, redi­
señan las imágenes y las prácticas que los constituyeron.
Insistir en la relación íntima entre el sujeto y los derechos
humanos como llave de acceso a una problemática de la vida
activa o práctica -inclusive contemporánea- en el espacio de la
modernidad no debe interferir en la comprensión de la lógica de
dicha relación fundamental como necesaria. El problema no
reside en el reconocimiento de una relación histórica, sino en la
asunción de que a través de la necesidad de fundamento de los
derechos humanos, se está obligado al mismo tiempo a encon­
trar un fundamento al sujeto.
La invención de los derechos humanos no fue una forma
vacía. Lo que puede constatarse es que aparecieron, se deplega-

5 Id em , p. 99.

4 CAPÍTULO 1
ron históricamente y viven aún hoy, como una praxis, es decir,
como una práctica pero también como un núcleo móvil de ideas
que legitiman las prácticas. Es en el sentido más clásico dentro
de la tradición teórica del marxismo, que pueden encontrarse
las bases para una conceptualización de la praxis, y es allí jus­
tamente donde puede hallarse una base teórica para el objeto
derechos humanos en tanto figura del horizonte político-cultu­
ral de la modernidad. ,
En consecuencia, puede decirse que los derechos humanos
comprenden, en relación dialéctica, tanto una teoría (una expli­
cación, una comprensión, una teorización, pero también, por
supuesto, una dimensión normativa y una hermenéutica) como
una práctica (procedimientos, mecanismos de protección, exigi-
bilidad y realización efectiva, dispositivos de aplicación, al
mismo tiempo que prácticas judiciales y grosso modo de todo
tipo de operador político-jurídico) y viceversa.
Pero los derechos humanos constituyen una realidad muy
amplia. Son mucho más que una praxis, un dispositivo, un
arma, o una idea-fuerza. Lo que puede constatarse hoy en día y
cada vez más, es que se transformaron en un dato de la sociedad
mundial, que implica la defensa, la creencia y el sostenimiento
de una serie de valores.6 En verdad, la noción misma de dere­
chos humanos posee necesariamente un carácter "cosmopolita"
en razón de su vocación y naturajeza universales, lo que se tra­
duce tanto en su contenido, que remite a un valor de dignidad y
de autonomía que vajé para toda la humanidad, como en su
modo de garantía en la medida en que los derechos invocables
por todo individuo en tanto tal, deberían ser exigibles en todas
partes. Con la creación de la categoría de "derechos humanos” a
nivel internacional, se produjo un trastocamiento de conceptos

6 En este se n tid o , c f. la noción de "c u ltu ra de lo s derechos humanos"


de Eduardo Rabossi que e l filósofo r con e l nuevo "fenómeno” de
carácter jurídico, p o lític o y m oni que tiene k tp r en e l mundo de la segun­
da posguerra, en R abo ssi. EóamAo,Bftmátmamt de los derechos humanos y
la posibilidad de un nuevo Sobreviua , D. (comp.), El
derecho, la política y la ética, 1991; y la recepccion y ela-
boración de estos conceptos ei Human Rights, Rationality,
and SentimenJaUty. en S n n , yEfcXLEY. Susan (eds.), On Human
Rights. The Oxford Vew York: Basic Books, 1993.
S B S -i a publicada en castellano, la tra-

LA ZX JOS t u t w 05 5
y la creación de nuevas formas de relaciones político-jurídicas.
Por otra parte, el objeto derechos humanos encontró su
medio natural, para decirlo de cierta manera, en el universo
específico de las producciones político-jurídicas. La reflexión
sobre los derechos humanos lleva, por lo tanto y asimismo, a
una reflexión más general y más particular sobre el derecho.
Plantear una cuestión de este tipo podría derivar en una multi­
plicidad de elementos y perspectivas. Pero, puesto que de lo que
se trata es de establecer la relación con los derechos humanos,
esta digresión sobre el derecho debe restringirse a los límites de
los tiempos modernos y posmodemos.
En primer lugar, es necesario destacar una constatación
central a la reflexión jurídica: el derecho fue siempre en la his­
toria de las formaciones sociales, uno de los elementos funda­
mentales para el mantenimiento del orden. En todo espacio
social, puede verificarse que toda composición de poder se sirve
de una constelación de discursos y dispositivos (ideológicos y
físicos) para asegurar su posición, es decir, para establecer y
fijar un cierto statu quo. El derecho desempeña entonces su
papel: viene a legitimar este estado de cosas, sirve a la estabili­
dad del orden, confiere la seguridad de lo normal y de la ley que
él mismo instituye.7 Con la instauración de la "normalidad” de
un orden, vía la legitimación de su racionalidad, el derecho
deviene sistema jurídico: construye entonces el sistema de con­
trol social que fija el campo de batalla y de defensa de una cier­
ta composición de poder.8 El derecho revela así su carácter ago­
nal, disimulado bajo el discreto encanto de ías formas jurídicas.
El conflicto constituye, por lo tanto, el carácter olvidado del
derecho bajo la legalidad dominante. Lo que la legalidad, enten-

rías que tuvieron por finalidad explicar la sociedad en los tiempos moder­
nos se agruparon bajo los conceptos articuladores y articulantes de teorías
del orden y teorías del conflicto. Entre las primeras, se encuentran dos
representantes esenciales del pensamiento sociológico, Durkheim y W eber.
que asignaron este rol al derecho en sus análisis. Puede visualizarse más
significativamente la función de la solidaridad orgánica durkheimiana, pro­
pia del derecho restitutivo y de cooperación -característico de las socieda­
des modernas-, como el elemento necesario (junto a la moral y las corpo­
raciones) para la constitución del lazo social, base del mantenimiento del
orden social.
8 De ahí que, entre otras cosas, la definición de las "penas" preceda
siempre a la de los delitos.

6 CAPÍTULO 1
L su y W v a
• I
dida en estos términos, encierra y borra (hasta donde puede),
son las relaciones de dominación y la lucha que se produce
entre las distintas fuerzas que se enfrentan en el interior de una
formación social. Por ello, de este rasgo central del derecho, se
desprende otro tan definí torio como él: el derecho es siem pre") M.
política por otros medios. ——'
En el universo del sistema jurídico moderno -como parte
del sistema general de legitimación de la sociedad burguesa-, el
individuo y la propiedad ocupan el lugar central y estructuran­
te en el marco de la sociedad civil y el Estado. Y ello en virtud
de la operación crucial que concibe la nueva fisonomía humana
en los tiempos modernos: el nuevo eje de la vida es el hombre y
su individualidad, el cosmos fragmentado en múltiples móna­
das, el sujeto con su razón y su voluntad. En efecto, la aparición
y la consagración de este nuevo mundo exigen la creación de
una reflexión sobre el hombre, una especie de “retomo” -si se lo
puede llamar así-, a una individualidad que, como tal, nunca
había tenido lugar. Esta invención del hombre lo produce, entre Dermma*
' 0^
otras cosas, como un ser capaz de construir su propio mundo y
de construirse a sí mismo, es decir, de dominar su propia exis- 1 t en<7
tencia. En esta configuración, además de la razón, la voluntad y
la acción, tendrá protecciones y prevenciones a las posibilidades
de la acción que serán consagradas como derechos. La revolu­
ción del sujeto kantiano produce un sujeto universal que posee
derechos derivados de los principios propios de la libertad pura.
Con K an t , se asiste a un momento fundamental del pensamien­
to del derecho moderno: un momento ortológico y paradigmá­
tico puesto que es a partir de su modelo que van a elaborarse
todos los otros. Modelo antropológico y no solo ético-jurídico.
Paradigma metafísico en la medida en que es político.
En suma, los derechos humanos son el producto cultural de
una nueva configuración del sujeto. El escenario en el cual
representaron sus papeles, la batalla que libraron y el hogar en
el que nacieron y del que salieron es lo que llena las páginas de
la historia que se presenta a continuación y que nos permite
aprehender mejor este objeto. En una palabra, los derechos
humanos, en tanto invención de la modernidad, podrán ser, a
fin de cuentas, mejor comprendidos si se les devuelve su valor
histórico, si se les reasigna su lugar en las coordenadas de los
relatos del pasado, si se los reubica, una vez más, como con­
quista de la modernidad. El problema histórico, la historia de
humanos, remite necesariamente al problema del

OE IO S DESECHOS Ht_ VÍANOS 7


fundamento y nos hace caer, sin quererlo, como la espiral de un
laberinto, en los límites del modelo y más allá de él: el comien­
zo y el fin de la historia, las ideas sobre la vida humana, la pro­
ducción del sujeto. Abordaré entonces en primer término, las
formas históricas de los derechos humanos para desarrollar
luego, en el capítulo siguiente, las formas del sujeto. En este
camino entrecruzado habrá desvíos, bajo la forma de especifici­
dades, singularidades y problemáticas, de cada conjunto de teo­
rías, prácticas y objetos.

B. Historia de los derechos humanos


1. O bertura

Los derechos humanos surgieron de procesos socio-históri­


cos diferentes, que tuvieron lugar en momentos diferentes del
curso de la modernidad. Estos procesos produjeron dimensio­
nes y aspectos determinados y precisos del objeto considerado.
Hubo un primer impulso, una primera potencia que da ori­
gen a lo que se denomina la corriente del defecho natural moder­
^ j\ck
no, del liberalismo y del constitucionalismo clásico. Se trata de
be lo • un gran movimiento que engloba tanto variables políticas como
culturales y simbólicas y que se traduce en dispositivos jurídico-
políticos concretos. Es un movimiento que se produce en el inte­
rior de los Estados-nación en formación, que desemboca en las
revoluciones políticas burguesas, que acompaña su despliegue
pero que las supera para transformarse asimismo en el compa­
ñero de camino del desarrollo del capital. Y es por esta vía, por
medio de la internacionalización del mundo burgués, por el pro­
ceso de interconexión del mundo bajo lazos imperialistas, bajo
la égida de Occidente (o más bien, de determinadas potencias
occidentales que organizan el mundo según una determinada
composición, según la construcción de relaciones de fuerzas y
de divisiones), que los derechos humanos aparecen en un plano
internacional. Realidad nacional pero también internacional,
los derechos humanos empiezan a desarrollar relaciones, lazos,
ideas y mecanismos que vinculan ambas dimensiones, sin poder
dar marcha atrás, y crean, a través de ello mismo, una nueva
dimensión, un nuevo proceso y una nueva realidad: el espacio
de la globalización.
¿Podría aún sostenerse, no obstante, una idea de los dere­
chos humanos antes de la modernidad? Las manifestaciones y
las formas previas no constituyen realmente derechos humanos
sino ideas y prácticas que servirán de fermento, proveerán el

8 CAPÍTULO 1
terreno y jugarán como antecedentes de una realidad que se se
volverá tal durante los siglos XVII y XVIII.
Así, podría recordarse el famoso diálogo que, en la obra de
S ófocles, nos presenta Antígona cuando desobedece la orden
emanada de Creonte, rey de Tebas, de no dar sepultura a los
traidores, como Polinice, uno de sus hermanos, siguiendo lo
establecido por ciertas leyes inmutables y eternas de los dioses
que están más allá de las leyes humanas pues estas “no fue
Zeus quien las proclamó, y la Justicia, que reina junto a los dio­
ses subterráneos, no ha sancionado leyes similares entre los
hombres".9 Antígona manifiesta a Creonte no creer ciertamen­
te que sus "edictos tuviesen tanto poder que permitieran a un
mortal transgredir los mandamientos infalibles que los dioses
solo inscriben en los corazones. Dichos mandamientos no
están vivos desde hoy o ayer sino desde siempre y nadie los ha
visto nacer” .10
Otras ideas que se citan generalmente con relación a los
antecedentes de los derechos humanos son el logos universal par­
ticularmente en los estoicos, que rige la naturaleza como una ley
de la armonía cósmica, el ecumenismo del cristianismo y el ius-
naturalismo de origen divino de los escolásticos. Más allá de
estos antecedentes, es cierto que la idea de lo que hoy en día se
denomina como derechos humanos aparece por primera vez
bajo la forma de los derechos naturales del iusnaturalismo
moderno. Por ende, es necesario distinguir claramente el iusna­
turalismo moderno "racionalista” de los iusnaturalismos previos
independientemente de su fundamento (la ley o la razón divinas
del cristianismo, el logos universal, las leyes de los dioses, etc.).
Estas diferentes versiones descansan en un fundamento trascen­
dente: "Los griegos -al menos Platón, Aristóteles y los estoicos-
se referían a un cosmos ordenado, accesible a la razón, que ser­
vía de criterio y con cuya ayuda debía ser posible convalidar o
invalidar las normas positivas, es decir, convencionales ("pues­
tas” por una autoridad humana); los cristianos (pero también los
judíos y los musulmanes) fundaban el derecho natural en un
orden sobrenatural, accesible -según "dosajes” muy variables a
lo largo de la historia- a la razón "ayudada” por la fe. El orden
fundamental del mundo, encamación del cosmos griego o expre-

9 Sófocles. Théátre, París: Gamier, s.d., p. 69.


10 lin d e7*i. p . 69

U M B C Ú I K IO S DERECHOS H U M A N O S 9
sión del Dios personal y de su Providencia, regían, por lo tanto,
el derecho natural: este último era por definición de naturaleza
“holística”, es decir, expresaba un Todo respecto del cual las
voluntades humanas de los individuos (y, hasta cierto punto, de
los gobernantes) se encontraban subordinadas’’.11

2. Un objeto de la filosofía del derecho natural


Es necesario comprender que si el derecho natural se des­
pliega especialmente a partir de la filosofía del siglo XVII, se
debe, entre otras cosas, a que era menester legitimar el mundo
moderno. En este contexto, como ya se señaló, los derechos
humanos nacen como correlato necesario de este mundo y
adquieren un lugar central en su organización y su articulación.
Son concebidos en un primer momento como un lyfoite al poder
real y como una defensa contra los excesos de este poder. En
este sentido, los derechos humanos se inscriben en la historia de
la lucha de la burguesía traducida en su aventura revoluciona­
ria, que conoce su apogeo al final del siglo XVIII y a lo largo del
XIX. Se trata de arrancar al poder de los señores, prerrogativas,
poderes-posibilidades, en un mundo en el que la nueva clase
"burguesa" trata de hacerse un lugar. Todo este espacio que se
extiende desde la revolución comercial de la Baja Edad Media
hasta el final del siglo XVIII y todo el XIX, puede ser leído como
la lucha entre la burguesía (al principio naciente y sin demasia­
do vigor, pero luego completamente victoriosa) y el orden
monárquico. Este ascenso que va in crescendo durante estos
siglos encuentra su consagración en la creación de nuevas socie­
dades políticas a través de los procesos revolucionarios que se se
denominan comúnmente, las Revoluciones Atlánticas: la Revo­
lución Holandesa de 1648, la Glorious Revolution de 1688, la
Revolución de los Estados Unidos de 1776 y la Revolución Fran­
cesa de 1789. Esta consagración política del mundo burgués
muestra claramente los fines del nuevo proyecto: el poder del
rey (del señor primus ínter pares de la Edad Media) debía estar
limitado por dispositivos específicos. Las constituciones prove­
en uno ya conocido en la tradición política occidental. La cons­
titución aparece entonces como una potente arma política para
instaurar el nuevo orden, para “constituir” una nueva sociedad
a través de su mismo cuerpo de documento Escrito con carácter

A.
F rydman, Benoît y H aarscher, Guy, Philosophie du droit, Paris:
Dalloz, 1998, p. 100. ’

CAPÍTULO 1
i«*,*?

,1
*
fundacional, en el que se establecían, de manera precisa, las
posibilidades de acción y de no acción de las partes en juego, es
decir, los derechos y los deberes de los ciudadanos y de las auto­
ridades civiles. Los parlamentos, o cuerpos de deliberación
pública, constituyen otro dispositivo revolucionario. El modelo
burgués es bien claro: el mecanismo fundamental de su lógica,
el contrato, juego metonímico de la transacción comercial del
libre mercado, provee las bases para la formación del edificio
político. La polis moderna no es más que un acuerdo entre par­
tes libres que dan algo a cambio de otra cosa, que ceden la liber­
tad de la que gozan en el estado de naturaleza para volverse más
libres, para obtener una seguridad que no poseen, para vivir en
el orden del mercado, de lo contrario, imposible. Este es el
secreto de la ficción legitimadora del contrato como presupues­
to del Estado en la modernidad.
Pero los derechos humanos no aparecen solos; pertenecen al
universo de las constituciones por la vía de las declaraciones.
Son las prerrogativas, los atributos, los privilegios (privis legium
= ley privada) arrancados al rey. Pero si ello constituye su medio
natural en el momento de su nacimiento formal en la moderni­
dad, es necesario asimismo recordar que se trata de toda una
lenta acción progresiva de adquisiciones, tensiones y concesio­
nes, que se'remonta a las cartas medievales que la aristocracia
terrateniente y los habitantes de los burgos libres (burgueses),
exigen y obtienen del rey. Podría fijarse un hito, si se quiere, en
el mar de la historia: Magna Carta en 1215 que algunos barones
libres de la tierra (o f the land -Inglaterra-) consiguen de Juan I
de Plantagenet. Magna Carta establece dos principios fundamen­
tales para la historia de los derechos humanos: por una parte,
garantías penales esenciales, entre las que se encuentran, Ínter
alia, el principio de legalidad (nullum crimen nulla poena sine
lege praevia), el debido proceso adjetivo (due process oflaw ) y un
antecedente de la garantía del habeas corpas; por otra parte, el
principio de legalidad en materia tributaria (nullum tributo sine
lege) que tendrá una influencia determinante en el desencadena­
miento del proceso revolucionario de los futuros Estados Unidos
de América (no taxation without representation).12
Por su parte, la primera reforma a la Constitución de los
Estados Unidos introduce una Bill o f Rights que retoma lo esen-

12 Entre las disposiciones más importantes de Magna Carta, pueden


v-itarse las siguientes: “No freeman shall be taken or imprisoned or disseised

- A I S V E N C I Ó N DE LO S D E R E C H O S H U M A N O S 11
cial de las declaraciones de las antiguas colonias de la Unión y
de los principios del derecho natural pero, sobre todo, del pen­
samiento liberal. Es también el fruto de una solución de com­
promiso entre una constitución que parece privilegiar las nor­
mas relativas a la organización del Estado (1789) por sobre la
declaración de derechos que será finalmente aprobada por rati­
ficación con cierta demora (1791).
Las declaraciones absorben las modificaciones que comen­
zaron a operarse en el pensamiento occidental desde el regreso
del pensamiento clásico y, sobre todo, luego de la disputa de los
universales. Recogen la síntesis de los debates seculares sobre la
teodicea, el humanismo, las guerras de religión y el teísmo, la
noción de humanidad y de vida, la aparición de otros múltiples,
y, especialmente, la fractura de una conciencia encerrada en los
límites bien definidos de la ciudad de Dios. El individuo no es
más que la consecuencia irreparable de estas revoluciones del
pensamiento. Este individuo y su individualidad ocuparán el
lugar central en las declaraciones así como sus dos corolarios: la
propiedad y la libertad.
En este contexto, los derechos humanos aparecen, en con­
secuencia, como una construcción teórica del pensamiento libe­
ral y del derecho natural. Pero ¿cuál es la construcción específi­
ca provista por el derecho natural? Es necesario comprender
aquí que de manera paralela, pero desde otros orígenes y entre­
mezclándose a veces con la reflexión liberal, el así llamado dere­
cho natural reclama un hombre que posee atributos naturales
concebidos como libertades o derechos o, mejor dicho, como
derechos-libertades que le vienen de su propia condición, que
existen en forma previa (estado de naturaleza) a su participa­
ción en toda forma política y que le son pues inherentes por su
propia naturaleza. Atributos-derechos que están inscriptos en el
orden natural divino, en el orden humano divino. Samuel

or outlawed or exiled or in any way destroyed, nor will we go upon him nor
send upon him, except by the lawful judgment o f his peers or by the law o f the
land. To no one will we sell, to no one will we refuse or delay, right or justice
(...) Moreover, all these aforesaid customs and liberties, the observance o f
which we have granted in our kingdom as far as pertains to us towards our
men, shall be observed by all o f our kingdom, as well clergy as laymen, as far
as pertains to them towards their men". Traducción al inglés del texto en
latín publicado por Paul Cave Publications, Southampton, bajo la dirección
de Daphne Stroud, Reino Unido, 1993.

12 C A P ÍT U L O 1
P ufendorf, uno de los representantes más importantes del dere­
cho natural, sostiene que "siendo todos los hombres iguales, son
todos también libres” . Considerado como el modelo de exégesis
política dominante durante los siglos XVII y XVIII, el derecho
natural constituyó una matriz de interpretación utilizada por
concepciones radicalmente heterogéneas -entre otros, H obbes,
Spinoza , L ocke , R ousseau, K ant - En este sentido, un filósofo
como John L ocke, que redacta la Bill o f Rights (1689) -la pri­
mera de las declaraciones de derechos modernas-, procede a su
declaración de principios de los derechos naturales (y del dere­
cho natural en general) inaugurando la tradición liberal. En el
Segundo tratado sobre el gobierno civil (1690), declara: "Aunque
la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a
todos los hombres, cada hombre tiene, sin embargo, una pro­
piedad que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad
nadie tiene derecho excepto él mismo. El trabajo de su cuerpo y
la labor producida por sus manos, podemos decir que son suyos.
Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza la
produjo y la dejó, y la modifica con su labor y añade a ella algo
que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya. Pues
al sacarla del estado común en el que la naturaleza la había
puesto, agrega a ella algo con su trabajo, y ello hace que no ten­
gan ya derecho a ella los demás hombres. Porque este trabajo,
al ser indudablemente propiedad del trabajador, da como resul­
tado el que ningún hombre, excepto él, tenga derecho a lo que
ha sido añadido a la cosa en cuestión, al menos cuando queden 1 ÜaJVy

todavía suficientes bienes comunes para los demás” .13 Puede


apreciarse, pues, que en L ocke, los derechos naturales son com­
prendidos como derechos que pertenecen al hombre, anteriores
a toda formación de sociedades y Estados. La función propia y
el objetivo esencial de la creación de la sociedad política bajo la
ficción del Estado consisten entonces en el hecho de acogerlos
en su orden y, a través de él, de protegerlos y garantizarlos, espe­
cialmente los derechos a la libertad personal y a la propiedad.
"A decir verdad, fueron las tesis lockianas las que proveyeron
uno de los principales ingredientes -pero no el único- de la filo­
sofía contemporánea de los derechos humanos tal como esta
marcó las sociedades occidentales en la estela de las revolucio-

HUMANOS 13
nes estadounidense y francesa de fines del siglo X V III” .14 L ocke
establece, además, en el Segundo tratado sobre el gobierno civil,
que es a partir de la libertad natural que cada uno es concebido
como dueño de sí mismo e independiente de toda autoridad de
sus semejantes. Más aún, legitima fuertemente la tolerancia res­
pecto de la libertad religiosa en su célebre Carta sobre la tole­
rancia (1689), otorgando el fundamento a un espacio de libertad
central para la constitución del mundo político y cultural
moderno (el campo de la libertad de pensamiento, de creencia y
de expresión).
La filosofía francesa del siglo XVIII no inventó, por lo tanto,
la idea de los derechos inalienables sino que fue la primera en
transformarla en un verdadero evangelio moral, defendiéndola y
propagándola con entusiasmo. A través de esta "propaganda", la
introdujo en la vida política real y la dotó de la fuerza de choque
y de explosión que reveló durante los días de la revolución.15
Esta construcción de los derechos naturales del sujeto es
posible en la medida en que el derecho natüral está convencido
de la posibilidad de hacer de la moral un verdadero conocimien­
to científico. La razón inscripta en el mundo natural provee los
datos claves para la elaboración de la ciencia de la moral. Y será
asimismo esta ciencia de la moral la que proveerá el fundamen­
to de la doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano. Por
un lado, los filósofos del derecho natural, siguiendo un método
racional, procuran descubrir las reglas universales de la conduc­
ta humana a través del estudio de la naturaleza del hombre. Por
el otro, el apriorismo del derecho les permite el cumplimiento de
la exigencia de las normas jurídicas fundamentales, inmutables
y universales. "No es en absoluto en el conocimiento positivo de
las leyes establecidas por los hombres que se debe intentar cono­
cer lo que se pretende adoptar, sino solo en la razón, en la medi­
da en que el estudio de las leyes instituidas en los diferentes pue­
blos y en los diferentes siglos solo es útil para dar a la razón el
apoyo de la observación y la experiencia".16 Esta "matematiza-

14 Frydman, Benoît y Haarscher, Guy, op. cit., p. 102.


15 Cf. Cassirer, Emst, La idea del derecho y el principio de los derechos
inalienables, VI. Derecho, Estado y sociedad, en La filosofía de la Ilustración,
México: FCE, 1997, p. 278.
16 C o n d o r c e t , Essai sur les assemblées provinciales, 2e partie, art. vi,
atado «n lie n . p. 280.

14 C A P ÍT U L O 1
ción del derecho” constituye un continuo en las teorías iusnatu-
ralistas. Acaso podría entreverse allí una cierta reminiscencia
platónica en el tratamiento del derecho y la justicia. "Ambos
implican el concepto de una coincidencia, de una proporción y
armonía, que seguirían siendo válidas aunque no tuvieran verifi­
cación concreta en ningún caso, aunque nadie hubiera que prac­
ticara la justicia ni nadie para quien se practicara” .17 Pero con
D id e r o t , durante el transcurso del siglo XVIII, el derecho natu­
ral cambia de dirección en esta vía: el fundamento eterno e
inmutable de la moral ya no es el apriorismo de la razón sino el
empirismo de la pura experiencia.
Las nociones de sujeto y de derechos-libertades implican
necesariamente la presencia de un tercero incluido: el Estado.
La elaboración de las teorías sobre el espacio socio-político com­
pleta, de alguna manera, el cuadro global de esta ecuación entre
el sujeto y los derechos humanos. La idea de un contrato ele­
mental entre los hombres está en la base de todas las ficciones
legitimantes del Estado en las matrices filosóficas de la moder­
nidad de los siglos XVII y XVIII. El contrato social marca la
frontera entre el estado de naturaleza y el estado civil (el Estado)
al tiempo que representa otra manera de concebir la línea que
separa la naturaleza de la cultura. La ficción del contrato impli­
ca, asimismo, la pérdida del estatus "natural” de la propia socie­
dad: ya no expresa, de manera siempre necesariamente imper­
fecta, un Todo trascendente, sino que resulta solo de la decisión
-d e la voluntad- de individuos deseosos de instaurarla para
defender mejor sus derechos. Es por ello que la doctrina iusna-
turalista del Estado no es solo una teoría racional del Estado
an o también una teoría del Estado racional.18 Así, ante la certe­
za del hom o honúni lupus del estado de naturaleza, la sociedad
ovil es establecida para garantizar los derechos del individuo,
por k> que d p «»««*« rfln constituye el instrumento de los fines
V acuas que el primer paso para la libe­
la oock.:x ,x mtriwital auténtica del nuevo orden
Ï9B

ria ja ^ B M H d M r^ B a a a d ecfa ra ció n de los derechos


derecho a la seguridad de

aisnaturalista. Primera Parte de


El modelo iusnaturalista y el
. p. 129.

15
la persona, al libre goce de la propiedad, a la igualdad ante la ley
y a la participación de todo ciudadano en la legislación. Estas
libertades públicas o derechos-libertades serán las primeras en
ser consagradas en la historia de lo que se llama derechos huma­
nos aunque en ese momento se les haya otorgado una denomi­
nación diferente. Se transformaron luego, para algunos, en los
derechos "civiles y políticos" o derechos de "primera genera­
ción".19 En esta noción coexisten las dos conceptualizaciones de
la libertad del giro del siglo XVIII al siglo XIX: la libertad de los
Antiguos y la libertad de los Modernos, los dos aspectos de la
versión primera y clásica de los derechos del hombre y del ciu­
dadano. La libertad política de los Antiguos privilegia el Estado,
es decir, la polis moderna, el ámbito de lo público donde se
encuentran los derechos políticos: apunta al ámbito del ciudar
daño. Al contrario, la libertad (privada) de los Modernos favoré-
ce la sociedad civil, es decir, el mercado, el ámbito de lo privado
en el que se alojan los derechos civiles: tiene por objetivo al hom­
bre. Pero el molde sigue siendo el mismo: el sujeto clásico de las
revoluciones burguesas, el de la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano de 1789.
Finalmente, la burguesía lanza su gran movimiento revolu­
cionario en el continente europeo, en el seno de una de las socie­
dades aún más "medievales” de su tiempo pero con consecuen­
cias irreversibles y definitivas. Un conjunto de formaciones
burguesas, agotadas por las trabas de un régimen anacrónico,
fuerza al rey al restablecimiento de los Estados Generales -una
institución a medio camino entre el orden medieval y el orden
moderno-, en donde podrá filtrar sus reivindicaciones a través
de los pliegues asfixiantes de los otros órdenes. Esta es la excu­
sa que devino la causa de un movimiento inexorable y asolador:
1789 no es más que el principio de una guerra que obtendrá sus
victorias con la institución de una nueva sociedad. La burguesía
contra el Anden Régime y sus dos primeras cartas de triunfo: la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789 y la Constitución de 1791. Esta declaración de los derechos
¿el hombre retoma las declaraciones precedentes, sobre todo de
los Estados que constituyeron los Estados Unidos de América
¡emre Las que se encuentran las de Virginia, Maryland y Carolina

de este tema en el punto D de este mismo capí-

16 C A P IT U L O 1
del Norte, 1777; Massachussets, 1780; y New Hampshire, 1784),
y principios que engloban las principales corrientes de pensa­
miento sobre el hombre -ese nuevo objeto que acaba de nacer y
que se está constituyendo- de los tres siglos previos (el huma­
nismo, el racionalismo, el sentimentalismo y, especialmente, el
derecho natural), y donde desfilan, entre otros, todos mezclados
pero alineados en una misma idea, Francisco de V itoria , Nico­
lás de C usa, Marsilio F icino , E rasmo , Thomas M ore , G rotius ,
PUFENDORF, HOBBES, DESCARTES, SPINOZA, PASCAL, LOCKE, LEIBNIZ,
M ontesquieu, H ume , V oltaire y R ousseau. El citoyen del que se
exaltan los derechos no es otro que el sujeto bourgeois (el "hom­
bre” -hom m e- del estado de naturaleza y el "ciudadano” -cito­
yen- del estado civil) teorizado por K ant como un sujeto indivi­
dual, emancipado, dueño de sí mismo y de sus bienes y, en
cierto modo, ilustrado; es también europeo, masculino y mayor.
La declaración, presentada en dos tablas como el decálogo,
reviste el carácter sagrado de una nueva ley constituyente. La
vocación universalista de estos "derechos naturales, inalienables
y sagrados” no es tan amplia. Su alcance se detiene ante los des­
poseídos, los pobres, las mujeres, los niños y las puertas de
Europa. La nueva sociedad que es catapultada desde la revolu­
ción, se concreta en sus instituciones, de la mano de Napoleón.
Los principios jurídicos de la propiedad, la libertad, la igualdad,
la seguridad, el libre contrato y la autonomía de la voluntad
individual están ejemplificados de manera arquetípica, en uno
de los primeros manifiestos de la sociedad burguesa: el Código
Napoleón (1804). Todo el bagaje del aparato jurídico montado
por Napoleón se difundió rápidamente por toda Europa y, pro­
gresivamente, por el mundo entero, vía el imperialismo euro­
peo, constituyendo el substratum sobre el que se construyeron
los órdenes jurídicos modernos.
A medida que la sociedad burguesa se despliega a lo largo
del siglo XIX, comienza a mostrar sus costados débiles, sus olvi­
dos y sus exclusiones. El modelo se muestra patente y nuevas
reivindicaciones -que emplean la caparazón de los derechos
humanos ya existentes- tendrán lugar pero respondiendo a otra
composición de fuerzas, a otra dirección de poder. Esta vez,
serán algunos "excluidos” del nuevo modelo quienes harán oír
sus demandas: los obreros, los pobres, los no-burgueses. Una
nueva clase aparece en los "flancos” de la economía capitalista,
como decía M arx , ubicándose en el corazón mismo del proceso
de producción y no teniendo más que su fuerza de trabajo para

«A INVENCIÓN DE LO S D E R E C H O S H U M A N O S 17
ofrecer en el mercado. La cuestión de los derechos sociales apa­
reció así con toda claridad: "Para toda una parte de la sociedad,
los riesgos inevitables de la vida (¿cómo sobrevivir sin cuidados
a menudo costosos, sin trabajo, con desventajas?) tomaban
puramente formales los derechos de primera generación. Se
hacía necesario, en consecuencia, completar estos con una lista
de derechos susceptibles de igualar las condiciones de vida
materiales”.20 Por lo tanto, es necesario reclamar los derechos
que giran en tomo al mundo del trabajo y de la producción así
como en tomo a otras regiones sociales como la educación y la
salud. Es necesario que el modelo político sea corregido, que el
abstencionismo del Estado liberal sea reemplazado por el inter­
vencionismo de un Estado que se mezcle con los conflictos de la
sociedad civil, un Estado que el tiempo (un siglo después o
mucho más) llamará, religiosamente, “Providencia". Estas cons­
trucciones políticas, apoyadas en concepciones económicas que
se presentan más bien como teorías de la economía política,
suponen dos tipos de concepción del funcionamiento del mer­
cado y de la economía: la primera, alimentada por las teorías
económicas clásicas, establece que no hay que inmiscuirse en el
trabajo libre y perfecto de una cierta mano invisible del merca­
do que regula todas sus fallas (monopolios u oligopolios); la
segunda sostiene la intervención del Estado en el mercado para
contrarrestar sus desequilibrios. Pero en la medida en que esta
posición no estaba consagrada todavía, los derechos que apare­
cen en su contexto son el fruto de las conquistas de los nuevos
actores socio-políticos y el designio de un poder. Además, y al
lado de la acción política de estos últimos actores, hay que seña­
lar que la burguesía va a favorecer también los nuevos derechos
pues necesita masas calificadas y no embrutecidas.
“¿Qué significan, en realidad, los derechos sociales, más
allá de sus diferentes versiones particulares? La respuesta es, al
menos al principio, muy simple: si las contingencias de la vida
(el azar del nacimiento, la enfermedad, los accidentes, la vejez,
el costo de la educación infantil) no están contrabalanceadas, de
una manera u otra, por una acción voluntarista de la colectivi­
dad, los derechos humanos se vaciarán de todo contenido para
una parte sustancial de la población’’.21

20 Frydman, Benoît y Haarscher, Guy, op. cit., p. 110.


21 Ibidem, p. 110.

18 C A P ÍT U L O 1
Los movimientos y las revoluciones populares que tienen
lugar en México, Rusia, Alemania y España durante los prime­
ros treinta años del siglo XX desembocaron en documentos que
proclaman la nueva constelación de derechos surgidos de lo que
se bautizó como "la cuestión social”.
Desde el final del siglo XIX, el capitalismo se consagra
plena y definitivamente en toda Europa con la formación de las
últimas unidades nacionales (el reino italiano y el imperio ale­
mán en 1870 y 1871). Cada Estado europeo crece ahora a un
ritmo acelerado tratando de conseguir la mayor productividad y
adquirir la mayor cantidad de riqueza. En este aumento del
volumen del capital, se incluyen cada vez más tierras y pueblos
y es así como, siguiendo la lógica expansionista que las poten­
cias europeas practicaban desde fines del siglo XV, el mundo
queda definitivamente repartido entre los nuevos grandes. Pue­
den fijarse una fecha y un lugar de nacimiento precisos a la era
del imperialismo: el Congreso del Congo, celebrado en la ciudad
de Berlín en 1885. El último tercio del siglo XIX conoce un cre­
cimiento acelerado y frenético de los grandes grupos financieros
que monopolizan cada vez más los sectores de un mercado ya
mundial. El planeta gira ahora siguiendo nuevas leyes: la inter­
nacionalización del capital (o la creación del mercado mundial),
la exportación de capitales, la formación de uniones monopolis­
tas y el punto culminante del reparto del mundo entre las manos
de las grandes potencias europeas. El capitalismo alcanza el
punto de su propia negación: los principios de la libre compe­
tencia y del libre mercado son abolidos por el monopolio y la
expropiación de los sectores del propio capital. La lucha en la
carrera sin freno de los monopolios termina con una gran con­
frontación en el plano de las armas: una "gran guerra” en la que
las potencias medirán sus fuerzas (1914-1918). Los decenios
siguientes verán agravarse las contradicciones. Los monopolios
se acentuarán con el fenómeno de la transnacionalización y la
formación de bloques económicos.

3. La intemacionalización: el sistema de derechos


humanos
a) El giro de un siglo a otro
U na serie de antecedentes del desarrollo de la praxis de los
A i - l i n t humanos, que tiene lugar desde la segunda mitad del
JB D L hasta el principio de la Segunda Guerra Mundial,

K IOS D ER ECH O S HUMANOS 19

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