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14-08-2019
En un territorio limítrofe extenso, como Francia, la población es muy homogénea y las diferencias
sociales no son especialmente acusadas en un país de sistema capitalista, debido a que todo el
país gravita secularmente en torno a la idea y principios de la República. La educación es además
muy uniforme y los criterios cambiantes acerca de ella son consensuados y armónicos en todo el
país. Pero cuando en un país como España flutúa el ideario entre la monarquía y la república;
cuando los distintos territorios que la componen permanecen desde hace mucho tiempo
apelmazados por una unión política forzada; cuando la educación y la enseñanza sufren
constantes vaivenes, y en sólo 43 años ha habido siete Planes casi contrapuestos; cuando las
desigualdades sociales son clamorosas; cuando además no son menos estentóreos los abusos de
la clase política, la población no puede ser, y no es, homogénea. Las tres patas que imprimen su
unidad a una nación son cultura, pensamiento y sentimiento convergentes. Francia las asentó en
1789. España, por el contrario, va a trompicones. Los centralistas, intolerantes, predominan, y de
lejos, más o menos subrepticiamente, la religión semioficial se les alía. Como hizo siempre. De
modo que en tiempos de acentuada vocación de libertad, de laicidad y de profanidad, el espíritu
de compactación de la población española, que ya venía partido en dos desde la guerra civil y
calladamente durante la dictadura, lejos de ir fortaleciéndose en presencia de la democracia, se
debilita cada día más...
Y es que, puesto que un territorio se transforma en nación cuando la conciencia de vivir juntos se
convierte en voluntad política, en España esa voluntad de "hacer patria" no acaba nunca de
fraguar. Y en buena medida es porque, a los desórdenes y abusos del poder y a los factores
señalados, se suma la falta de sensibilidad y de respeto de los sucesivos gobernantes hacia las
idiosincrasias periféricas. Todo lo que impide, desde el comienzo de esta sospechosa democracia
y más allá de la unidad en el plano forzoso administrativo, la integración natural y de buen grado
de los territorios en la pretendida "unificación". Es más, los hipercentralistas contribuyen a
entorpecerla más. Han creado, de nuevo, como en el 36, enemigos interiores. Pues como enemigos
tratan, tanto a quienes democráticamente aspiran a su independencia, como a quienes intentan
hacer frente a la escandalosa desigualdad con políticas imprescindibles, como a quienes se
oponen a la globalización en favor de los países y de los individuos poderosos.
Pero, estando la "unidad nacional" contaminada y falseada por las grietas que se empeñan en
ahondar los dueños del dinero, de las finanzas, de la religión y de los medios, es decir, los dueños
virtuales del país, tanto o más ahonda las grietas ese ejército de oportunistas de la izquierda
política a medida que se han ido acomodando, unos, y enriqueciendo, otros; esa izquierda teórica
que ha ido uniéndose a aquellos a lo largo de estas últimas cuatro décadas. Por eso, no es que a
España la quieran romper. Es que viene rota desde tiempo inmemorial aunque bajo la alfombra sus
dominadores escondan los trozos. Pero es que la izquierda política, la izquierda parlamentaria, no
la izquierda social, no está menos rota. Precisamente porque no coinciden. Hay en la calle mucha
más izquierda de la representada en el Congreso. Hay demasiados trabajadores que viven en
precario como para pensar que su causa esté ajustada a las proporciones parlamentarias. Es por
eso que la izquierda social, desalentada, se queda en casa a la hora de votar; en esa casa de la que
probablemente está a punto de ser desalojada...
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Esta es la razón de la no por sorprendente menos dramática división de España y ahora también
de la izquierda política. Y es por eso por lo que la izquierda nominal en el poder, aún provisional,
repite una y otra vez que está muy lejos de la otra, de la otra izquierda parlamentaria pero social
que trata de integrarse en el ejecutivo porque no se fía de ella. Cuarenta años de alternancia sin
cumplir la mayoría de los propósitos de su ideario de partida en esta débil democracia, explican y
justifican la desconfianza. Por eso es preciso que la izquierda a pie de tajo no sólo esté presente en
el legislativo sino también en el poder ejecutivo; ya que, por si fuera escasa su presencia en las
instituciones del Estado, está también ausente en el poder judicial, por definición
ultraconservador.
Por cierto, si me equivoco en mis cálculos, lo lamentaría. Ella se esta equivocando constantemente
y no pasa nada...
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
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