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David Atkinso y Derek Kidner - Comentario Antiguo Testamento Andamioo - Proverbios y Eclesiastes
David Atkinso y Derek Kidner - Comentario Antiguo Testamento Andamioo - Proverbios y Eclesiastes
com/
PROVERBIOS Y ECLESIASTÉS
David Atkinson
Derek Kidner
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All rights reserved. This translation of The Message of Proverbs first published in 1996 and this
translation of The Message of Ecclesiastes first published in 1984, are published by arrangement
with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.
“Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS © Copyright 1986, 1995, 1997 by
The Lockman Foundation Usadas con permiso”. (www.LBLA.com)
Depósito legal:
ISBN: 978-84-92836-65-9
Contenido
Prólogo
PROVERBIOS
Prólogo del autor
La sabiduría de Dios
El retrato de la Sabiduría (1:1–9:18)
El vocero de la ciudad (1:20–33)
La Sabiduría tiene que ser buscada (2:1–9)
Una personalidad atrayente (2:10–15)
La Sabiduría celebra la vida (3:13–18)
La Sabiduría explora (4:1–9)
La Sabiduría se alía con la justicia
La Sabiduría disfruta con el orden
La Sabiduría revela el orden de la creación (3:19–20)
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Prólogo
Hay muchos cristianos que se sienten a menudo desorientados cuando leen el
Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Su literatura parece tan
diferente a la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea
leyes, códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima…
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso… Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Después de todo, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”. (1 Pedro 1:10–12)
Los profetas indagaron acerca de ello; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, si no por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristo-céntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
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decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Ya que el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.
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La Palabra Eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristo-céntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante muchos años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que
descubrirán en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas
entre uno y otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del
libro.
La publicación de estas obras nos da en este sentido un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
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predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva. Puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia
PROVERBIOS
Sabiduría para la vida
David Atkinson
Este libro está dedicado a las facultades teológicas
de Hope College y del Western Theological Seminary, Holland,
Michigan, de parte de un agradecido visitante.
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de introducción, ‘La Sabiduría de Dios’, aspira a dar cuerpo a ese primer esbozo. La
Parte 1 se ocupa de parte del material didáctico que encontramos en esos nueve
primeros capítulos —haciendo la clase de preguntas que los maestros de sabiduría
quisieran que aprendieran a formular sus propios discípulos, y las medidas y pasos que
dieron para impartir sus conocimientos. A continuación, la Parte 3 examina la
estructura literaria de Proverbios, junto con esa estructura cuádruple ya mencionada,
indagando a la vez acerca de la fértil imaginación de la que hace gala la Sabiduría y esa
extraordinaria capacidad artística suya. Por último, me ocupo del resto del libro bajo el
epígrafe ‘Los Principios de la Sabiduría’, tratando de establecer las conexiones
oportunas entre los preceptos morales del antiguo Israel y la relevancia de esas
enseñanzas para los creyentes cristianos en la actualidad. Me anima en esta empresa
mi convicción de que el carácter de Dios, patente en la figura de la Sabiduría del libro de
Proverbios, es el mismo carácter que vemos en la persona de Jesucristo. Jesús encarna
la Sabiduría de Dios, y conocerle a él supone saber los caminos y voluntad de Dios
respecto a cómo conducirse en este mundo que le pertenece.
Una de las grandes satisfacciones que he podido experimentar en estos últimos
años ha sido justamente la oportunidad de pasar dos cursos enseñando en el estado de
Michigan como Northrup Visiting Professor en Hope College, Holland. Los responsables
del curso no sólo nos brindaron, a mí y a mi familia, la posibilidad de una inolvidable
visita a Disneyland, sino que fue ocasión asimismo para trabar amistad con el profesor
Robert Coughenour, del Western Theological Seminary. Sus profundos estudios e
investigaciones acerca de la literatura sapiencial han sido fuente constante de
inspiración para mí y es mi deseo dejar aquí constancia de la deuda contraída con él y
su obra publicada, así como de su gentileza al remitirme partes de un trabajo suyo aún
no publicado. Como muestra de mi gratitud hacia él, e igualmente para con los otros
amigos y colegas de Hope College, me complace dedicar este libro al conjunto de
facultades de esa universidad.
Al igual que con otras aportaciones mías a la Serie, me han sido de gran ayuda las
muy constructivas críticas de Alec Motyer, unidas a sus sugerencias y su perspicacia
espiritual, junto con el apoyo brindado por Colin Duriez de IVP. Vaya por delante mi
profundo agradecimiento a ambos.
David Atkinson
La sabiduría de Dios
¿Cómo puede Dios ser conocido? Por supuesto, en cierto sentido Dios no puede
llegar a ser conocido de ninguna manera. Dios está muy por encima de nuestra
capacidad de conocer. La tradición de la iglesia ortodoxa, que muchos están ahora
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los cristianos que querrían poder decir bastante más que eso respecto a su experiencia
de Dios, y que desearían, además, poder contar, en el contexto corporativo de la
comunión cristiana, con una base más sólida que lo preconizado por William James y
Alister Hardy. Pero eso nos basta para recordarnos que, en el trajín cotidiano de vivir en
un mundo creado por Dios, tenemos en ocasiones experiencias que constituyen, para
un número de personas mayor de lo que podríamos imaginar, una auténtica
experiencia de lo ‘trascendente’.
Hay momentos en los que experimentamos maravillados la emoción de sentirnos
vivos en ese mundo prodigioso sobre el que escribe Michael Mayne, Diácono de
Westminster, para sus ahijados en This Sunrise of Wonder (‘La maravilla del asombro).
Ese muy hermoso libro pone de manifiesto el deleite que le produce al autor el mundo
al natural, con su literatura, su música y su arte, revelándose en todo su esplendor para
aquellos que tengan los ojos bien abiertos, vistas de una belleza y un gozo que tienen
su auténtico sentido en Dios.
Puede uno encontrarse así de pronto anonadado ante la noción de la majestad de
Dios reflejada en el orden y armonía del mundo por Él creado. Los desfiladeros y
cascadas que se ofrecen a nuestra vista en el Parque Nacional de Yosemite allá en lo
más alto de la carretera, o el sobrevolar el Gran Cañón del Colorado y continuar hasta
detener la mirada en las cumbres nevadas de una cordillera, o contemplar la puesta del
sol junto a un lago en la abrupta Escocia, o anonadarse en solitario bajo un cielo
tachonado de miles de estrellas: ahí encontramos un vislumbre de esa gloria y
majestad.
El impresionante orden que descubrimos en el mundo creado nos revela algo acerca
de Dios.
Thomas Traherne escribió al respecto en el siglo XVII:
“Es efecto natural de la infinita Sabiduría hacer sus múltiples Tesoros acordes
con su excelencia interior. Y así es como ha obrado la Sabiduría de Dios mismo,
al hacer que la Cosa más pequeña en sus Dominios sea de inagotable utilidad y
servicio en su propio Lugar y Estado, como manifestación patente de esa su
Sabiduría, y Bondad, y Gloria para los ojos que lo contemplan. Y así lo ha llevado
a efecto haciendo de su Reino un Objeto dotado de plenitud, y así cada parte no
es sino una Porción del Todo, guardando debida relación la totalidad de sus
innumerables partes, dotadas todas ellas de Belleza, transfiriéndose entonces
esa Belleza al todo, y así es y será en todos y cada uno de los objetos y por toda
la Eternidad”.
Pensamiento del que viene a hacerse eco Gerard Manley Hopkins:
El Mundo rebosa con la grandiosidad de Dios.
Resplandor de llamarada en metal cimbreante;
cúmulo de grandeza, cual aceite que fluye
estrujado. ¿Cómo es, entonces, que el hombre
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no reconoce su gobierno?
Las generaciones han ido sin parar hollando,
y hollando, y hollando;
las marcas del paso todo lo socarran,
lo agostan con su incesante trajín;
hollado por el hombre, su olor todo lo impregna:
la tierra desnuda se ofrece ahora a la mirada;
el pie calzado ya no puede sentir.
Aun así, la naturaleza nunca se acaba;
el más preciado frescor pervive en lo profundo de las cosas;
y con las últimas luces del negro Occidente extinguidas,
resurge la mañana en la parda franja del Oriente –
un mundo transido alienta el Espíritu,
al abrigo de su seno y bajo las más refulgentes alas.
Hopkins acuñó la expresión ‘paisaje interior’ (innerscape) para esa colección de
datos que se ofrecen a nuestros sentidos y que, en su conjunto, vienen a dar forma a la
espléndida ‘unidad’ de las cosas en el entorno de la naturaleza. En relación a la
‘grandiosidad de Dios’, escribió: ‘Cuán lamentable es que esa belleza del paisaje interior
le sea desconocida a las gentes más sencillas, como algo oculto bajo la tierra, y, sin
embargo, cuán a mano podemos descubrirla si es que tenemos ojos para contemplarla,
presta a mostrarse siempre que se la invoca’.
La presencia de Dios puede percibirse en los valores morales que nos salen al
encuentro en forma de obligaciones y responsabilidades. El salmista enlaza el
conocimiento de Dios en el maravilloso orden de la creación con el conocimiento de
Dios en la ley moral: “Los cielos proclaman la gloria de Dios… La ley del SEÑOR es
perfecta, que restaura el alma” (Sal. 19:1, 7). En el fondo de nuestro ser, sabemos bien
lo que comportan las obligaciones morales y el reto que nos plantean de cara al
exterior. Las obligaciones morales no consisten tan sólo en algo que hacemos por
nuestra cuenta. Retroceder horrorizados ante el genocidio de Ruanda o la ‘limpieza
étnica’ de Bosnia no es cuestión de gusto personal y opción a favor de los que no
aprueban tales cosas. Existe una objetividad moral que nos interpela. Como cristianos
comprometidos, lo entendemos en relación a la voluntad de Dios.
Las últimas décadas de estos tiempos nuestros han sido testigo de esos filósofos
que propugnan el carácter exclusivamente personal y privado de la moralidad, lo cual
en la realidad suele traducirse en lo subjetivo y lo relativo. Últimamente, sin embargo,
parece que hemos recuperado la noción de la dimensión objetiva de las obligaciones
morales (que es lo que en realidad nos dice el propio sentido común). Así, por ejemplo,
el pensador Charles Taylor opina que ‘Incluso la noción de significado de la propia
existencia como resultado de mi expresa voluntad… depende en última instancia de la
existencia de algo noble y esforzado, y por ello significativo, que da forma y sentido a mi
vida, y ello con independencia de mi propia voluntad’. Desde un punto de vista distinto,
la escritora Iris Murdoch se refiere al concepto de lo bueno como algo que ‘se nos
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don preciado del amor. El don de la sabiduría, junto con los valores y el Espíritu de Dios,
podemos verlos operando en Jesús. El apóstol Pablo así lo dice en la epístola a los
Corintios: ‘Mas por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual se hizo para
nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención’ (1 Corintios 1:30,
BA), lo que como mínimo viene a querer decir que Jesucristo, como dádiva de Dios, se
hizo por nosotros el medio por el que venimos a saber acerca de la sabiduría de Dios, de
su justicia, y de la vida espiritual.
Esos son términos y conceptos que acuden con prontitud a la mente del apóstol por
estar todos ellos imbuidos de los principios del pacto de Dios con su pueblo. El libro de
Proverbios es un ejemplo de lo que se conoce como literatura sapiencial hebrea, y
contiene muchos de los temas que hemos ido enunciando. Otros ejemplos de esto
mismo en la Biblia los encontramos en Job y en Eclesiastés. En los escritos conocidos
como Apócrifos, lo encontramos en Eclesiástico y en Sabiduría. San Pablo sin duda tenía
presente mucho de esto al relacionar los temas propios de esa literatura sapiencial con
Jesús. De hecho, tal como tendremos ocasión de ver más adelante con mayor detalle,
resulta fascinante comprobar cómo el lenguaje que utiliza Pablo referido a Cristo en
Colosenses 1:15–18 está muy próximo a la representación de la Sabiduría en Proverbios
8:22ss., siendo ambos casos muy próximos al poema inicial de Génesis (1:1): ‘En el
principio, creó Dios los cielos y la tierra.’ La Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento,
y la de Cristo en el Nuevo, están en el corazón mismo de la creación de Dios y su
propósito para el mundo. Ecos de lo mismo los encontramos en Hebreos 1:1–3. La
semblanza que su autor hace ahí del Hijo de Dios, como heredero de todas las cosas y
en quien Dios las ha creado todas, reflejando la Gloria de Dios y sosteniendo el universo
por el poder de su palabra, está muy próxima a la presentación de la Sabiduría en
Proverbios 8. De manera muy similar, el prólogo del evangelio de Juan (Jn. 1:1–5) refleja
algo de esa semejanza en Proverbios, donde se nos dice de la Palabra que en el
principio estaba con Dios, y con cuya agencia fueron hechas todas las cosas; Palabra
ésta que es fuente de vida y de luz.
El libro de Proverbios aparece reflejado en muchas otras partes del Nuevo
Testamento. Así, el autor de Hebreos, para hacer ver que algunos de los aspectos del
sufrimiento cristiano son en realidad parte de la disciplina que Dios utiliza para
ayudarnos a crecer en santidad, recurre a Proverbios 3 (He. 12:5–6 y Pr. 3:11–12). Las
epístolas de Santiago (Stg. 4:6) y Pedro (1 P. 5:5) citan Proverbios 3:34 cuando afirman
que ‘Ciertamente, Él se burla de los burladores, pero da gracia a los afligidos’. Con
anterioridad, en la primera epístola de Pedro (1 P. 4:18), encontramos una cita de
Proverbios 11:31; Romanos 12:20 se sirve de Proverbios 25:21; y 2 Pedro 2:22 es una
cita de Proverbios 26:11.
Los conocimientos de antaño son fuente de inspiración para los autores del Nuevo
Testamento en su búsqueda de términos que sirvan para explicar la propia revelación
de Dios en la persona de Jesucristo. Es esa, además, una fuente de conocimiento que
nosotros también podemos utilizar, y ello en la medida en que nos esforcemos por
comprender la persona de Jesucristo y tratemos de seguirle como discípulos suyos. Es
mucho lo que se puede aprender de Pablo, Pedro y el autor de Hebreos. Pero también
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se puede leer Proverbios desde la perspectiva que ofrecen los textos del Nuevo
Testamento, y asimismo de la dilatada historia del pensamiento de la Iglesia relativo a la
revelación de Dios hecha explícita para nosotros en Jesús. Como el propio Jesús dijo, en
Él hay algo ‘más grande’ que la sabiduría de Salomón (Mt. 12:41–42, BA). Nuestra fe en
Cristo aporta una luz nueva a esos textos del Antiguo Testamento dándoles otro
enfoque. Nosotros nos aproximamos ahora al texto no como lo hicieron sus primeros
lectores, sino como el pueblo de Cristo, leyendo lo escrito mirando hacia al pasado a
través de nuestra propia experiencia en Cristo y la de tantas otras generaciones de
creyentes.
No se trata tan sólo de que nuestra comprensión de Jesucristo quede iluminada por
los temas que nos salen al paso en la literatura de la sabiduría; cuenta también que
todo camino que conduzca a la auténtica sabiduría –toda posible ruta que nos lleve a
conocer en verdad a Dios– lo hará pasando por la persona de Jesucristo. Él, todo
conocimiento de Dios, sea a través de la experiencia, del hecho prodigioso, de la
conciencia moral, de lo reverente, del amor, y todo cuanto podamos pensar, queda en
la debida perspectiva. Esos son justamente los temas por los que se interesa Proverbios.
Se impone un diálogo entre Proverbios y su tiempo y el entendi– miento cristiano
de la persona de Jesucristo. Así, descubriríamos la manera en que los temas propios del
Antiguo Testamento iluminan lo que queremos decir respecto a Jesús. Y no sólo eso,
pues, contemplando retrospectivamente el Antiguo Testamento desde la posición de
ventaja de la fe cristiana, lo que sabemos de Jesús arroja nueva luz sobre el contenido
de Proverbios.
hecho atribuidas a otros autores: Agur y Lemuel son los dos más mencionados (30:1;
31:1), junto con un grupo sin nombre de ‘sabios’ (22:17, y un material muy similar en
terminología y objetivo: Instruction of Amenemope; y 24:23), escrito egipcio de época
anterior. De Ezequías, rey de Judá de época posterior (715 a 687 a. C.), se dice que
ordenó a sus escribas que copiaran algunos de los proverbios de Salomón, quedando
registrado el hecho en Proverbios 25:1ss. Así, lo que nosotros tenemos ahora como ‘el
libro de los Proverbios’ es una colección de colecciones, siendo muy probable que
hubieran ido pasando por manos de distintos editores y diversas ediciones, y ello
partiendo de diferentes fuentes y épocas, reunidos posteriormente como nueva fuente
y recurso, junto con la ley, las profecías y las historias y relatos del Antiguo Testamento,
poniendo así en conocimiento del pueblo la sabiduría de Dios y sus caminos.
El flujo del comercio en Oriente, constante pero lento en su discurrir, facilitó sin
duda un fructífero intercambio de ideas y saberes, y no ha de sorprendernos encontrar
grandes parecidos entre las distintas tradiciones de sentencias y dichos sabios
provenientes de diferentes culturas. El propio Antiguo Testamento pone en evidencia
que la sabiduría era rasgo característico de los distintos pueblos que rodeaban a Israel.
(Egipto aparece nombrado en Gn. 41:8; Ex. 7:11; 1 R. 4:30; Is. 19:11; Babilonia en Is.
44:25; Jer. 50:35; 51:57; y Edom en Jer. 49:7; Abd. 8 y Job 2:11). Egipto y los autores
mesopotámicos estaban interesados en indagar en los grandes temas de la vida y de la
muerte a la luz de su propia tradición de fe. El libro de Proverbios se ocupa de esas
mismas cuestiones desde la base de su fe y creencia en Yavé y del pacto establecido por
Dios con Israel. Los proverbios se ocupan de dar razón de los fundamentos prácticos del
común de la existencia en un mundo creado por Dios, partiendo para ello del
convencimiento de su enraizamiento en el culto y las prácticas de la fe. Proverbios se
esfuerza por entretejer los hilos de la moral y lo religioso con los aspectos propios de la
prosperidad y la felicidad en este mundo. Así, nos salen al encuentro temas
relacionados con el amor, lo moral y adecuado, la experiencia de la vida, y otros muchos
más. La trama resultante forma en su conjunto una totalidad que apunta a un vivir con
Dios y para Dios en el mundo de su creación. No hay separación entre lo ‘sagrado’ y lo
‘secular’. La vida es para ser vivida en plenitud en presencia de Dios, y los proverbios
nos proporcionan algunas pautas acerca de cómo conseguirlo y cómo remontar las
dificultades. En palabras de G. W. Anderson, ‘los Proverbios ilustran varios de los
aspectos de la literatura sapiencial hebrea, su profundo interés en el carácter y la
conducta de las personas, los intereses que les mueven, los asuntos en que se ocupan,
lo común de la vida diaria, la práctica de un código ético regido por la prudencia, y un
muy particular énfasis en la vertiente religiosa de la sabiduría’. Derek Kidner abundó en
ello: ‘Hace falta ser santo para poder ser sabio; y eso es así no porque la santidad
recompense, sino porque la única sabiduría que sirve para solventar las cuestiones del
diario vivir, en conformidad con su naturaleza intrínseca, es disponer de la divina
sabiduría que les dio origen y orden.’ Noción que enlaza con el análisis de la naturaleza
de la sabiduría que encontramos en Proverbios 8, y al que prestaremos debida atención
en su momento. Así, ‘Proverbios 8, que pone de manifiesto esta faceta de forma
magistral, está lejos de ser adorno carente de función dentro de una evidente
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elocuencia, siendo más bien exponente del encuadre principal del pensamiento que
propone’.
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actividad creadora de Dios. Figura dotada de entidad propia que ha de ser escrita con
mayúscula: Sabiduría. Como bien resalta Toy, ‘sabiduría’ es la palabra a la que
recurrimos cuando hablamos de sagacidad práctica, de la destreza del artista, del
conocimiento de los hechos, del aprendizaje, de la habilidad necesaria para averiguar el
secreto de las cosas, de la capacidad necesaria para dirigir a los demás, y del saber
comportarse de forma apropiada en su más puro sentido: el discernimiento moral y
religioso. Cuando las personas reaccionan positivamente ante la Sabiduría, se hacen
obedientes, prudentes y dignas de confianza; el entendimiento es algo evidente en sus
vidas, consiguiendo hacer de la existencia algo satisfactorio. La Disciplina añade el matiz
de la corrección y nos recuerda que la búsqueda de la Sabiduría suele ir acompañada
por la carga de los errores y el tener que volver a empezar de nuevo. La educación
puede incluir castigo. El Entendimiento supone ‘discernimiento’ y tiene como objetivo
poder distinguir de forma racional lo que está bien de lo que está mal, así como
también la aceptación y puesta en práctica de la verdad de Dios como norma de vida. La
Prudencia de los simples (con toda probabilidad, los inexpertos, los ingenuos, incluso los
‘flojos’; aquellos que se dejan fácilmente convencer por los demás) constituye esa parte
de la Sabiduría que implica calibrar y juzgar las cosas y las situaciones con ponderación y
tino. El Conocimiento y la Visión conducen a la elaboración de proyectos y a decidir qué
procesos son los más adecuados para alcanzar la meta propuesta. El Aprendizaje
significa captar lo que el maestro quiere comunicar, y la Guía evoca el término náutico
de ‘cuerda’, lo cual nos lleva a un pilotaje. En ocasiones, es término que aparece en
Proverbios en relación al consejo de Dios, como pautas que nos mantienen en la
dirección correcta. Pero, junto a todo eso, el hallazgo de la Sabiduría de Dios viene a
significar también la dotación del velamen adecuado y el timón necesario para
mantener el rumbo.
Tal como tendremos ocasión de comprobar, la educación que el maestro sabio
puede ofrecer incluye una muy considerable proporción de aprendizaje basado en la
propia experiencia. El libro de Proverbios contiene múltiples ejemplos ilustrativos
sacados de la vida real. Así, se nos introduce en los hogares (31:10–11), en el ámbito de
la amistad (18:24), en la plaza del mercado y en el mundo de los negocios (1:20; 11:1); y
entramos asimismo en contacto con animales y plantas presentes habituales en la vida
(6:6; 7:22–23; 30:19). Es como si Proverbios no se cansara de repetir: ‘¿No es cierto que
la vida es así?’ El hombre sabio tiene que reflexionar primero acerca de lo que hace de
la vida algo deseable, tanto en lo personal como en las relaciones con otros seres
humanos, convencido como está que Dios quiere que las personas prosperen, para
poder entonces transmitir a otros lo que ha descubierto. Y, tal como veremos en su
momento, la educación moral de Proverbios guarda estrecha relación con la sensación
de que el mundo ha sido creado con un orden por parte de un Dios lleno de sabiduría.
El orden que se observa en el mundo, como bien refleja el salmista (Sal. 19), se
complementa con el orden moral que permite que el ser humano prospere. El teólogo
Edmond Jacob lo expresa de la siguiente manera: ‘La Sabiduría, que es soberana en la
naturaleza, debería estar asimismo presente en las directrices de Dios para la vida
humana’.
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Proverbios 1:6 expresa algunos de los recursos literarios que iremos descubriendo
en sus páginas. Proverbios (1:7), parábolas (6:6–9), sentencias (24:14) y enigmas
(30:18–19) forman, en su conjunto, parte de la munición con que el hombre sabio
confronta a los que escuchan su proclamación acerca del mundo y de ellos mismos. Es
como si les estuviera diciendo, ‘¿No son en verdad las cosas así?’ ‘Y si las cosas son
realmente así, ¿entonces cómo debemos comportarnos?’
El libro de Proverbios se sirve, de hecho, de diferentes recursos literarios. R. B. Y.
Scott distingue al menos media docena de esquemas fijos a los que se recurre para
poner de manifiesto una sabiduría que hunde sus raíces en la tradición popular, y los
párrafos que siguen se nutren de esa noción suya. Merece la pena resaltar cuántos
proverbios hacen uso del sentido del humor. El haragán que permanece acostado
aunque el león acecha junto a su ventana (22:13) y la mujer rencillosa que es
comparada a la gota que no cesa (27:15) son casos extremos que están ahí ¡para
hacernos reír!
Entre esos recursos antes mencionados, cabe destacar lo que podríamos denominar
identidad o equivalencia. Los dichos o sentencias de esa clase vienen a querer decir:
‘Esto que tenemos aquí es idéntico, o equivalente, a eso otro.’ Proverbios 14:4 (‘Donde
no hay bueyes, el pesebre está limpio’) viene a querer decir, de forma muy gráfica, que
es imprescindible el duro trabajo de los bueyes para producir el sustento necesario. La
falta de bueyes va a significar carencia de comida. El labrador sabio y prudente se
asegurará de que cuenta con suficientes bueyes y en las debidas condiciones.
Otro de los recursos de la ausencia de identidad, el contraste o la paradoja. ‘No
todos los casos así van a derivar en eso otro.’ Como el Príncipe de Marruecos descubre
escrito en el pergamino del cofre: ‘No es oro todo lo que reluce’. En el libro de
Proverbios, leemos que ‘la lengua suave quebranta los huesos’, y ‘para el hombre
hambriento, todo lo amargo es dulce’ (27:7). Lo sorprendente del hecho hace que se
despierte nuestro interés y prestemos atención.
En tercer lugar, el libro de Proverbios usa con frecuencia similitudes o analogías,
como forma de poder decir ‘Esto es como eso otro.’ La riqueza de analogías que ahí se
despliega está encaminada a enfrentar al lector con la realidad de las experiencias del
ser humano. Así, por ejemplo, ‘Como pendiente de oro y adorno de oro fino es el sabio
que reprende al oído atento. Como frescura de nieve en tiempo de la siega es el
mensajero fiel para los que lo envían…Como las nubes y el viento sin lluvia es el hombre
que se jacta falsamente de sus dones’ (Pr. 25:12–14).
El cuarto recurso se centra en lo que es contrario al orden debido, resultando por
ello fútil o absurdo. Hay un fondo de burla en algunos de los proverbios, así 1:17: ‘Es en
vano tender la red ante los ojos de cualquier ave’ o 17:16 ‘¿De qué sirve el precio en la
mano del necio para comprar sabiduría?’
El quinto método al que hace referencia Scott es el de la clasificación o
caracterización de las personas, las acciones o las situaciones como prototipos. Hay un
cierto número de casos en los que se trae a colación al ‘necio’ (capítulos 15 y 17), al
‘escarnecedor’ (9:7–8; 13:1; 14:6), al ‘perezoso’ que debería copiar la diligencia de la
hormiga (6:6), o a ‘la mujer hacendosa’ cuyas virtudes se ensalzan en un muy hábil
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este tipo concreto de literatura. La sección más extensa de Proverbios, que llevará
como título ‘Los Valores de la Sabiduría’, exigirá de nosotros estudiar con detalle las
distintas colecciones de dichos que nos ayudarán a poner de relieve los valores en los
que se fundan los sabios para impartir sus enseñanzas. Y, en todo momento y
circunstancia, trataremos de entablar el oportuno diálogo entre la sabiduría de los
sabios preservada en este texto del Antiguo Testamento, y la sabiduría de Dios dada a
conocer en toda su compleja plenitud en Cristo. Surgirán casos y detalles de la vida y las
experiencias del hombre en este libro de Proverbios que estarán muy alejadas de las
realidades del recién iniciado tercer milenio, y que nos llevarán a cuestionarnos la
pertinencia de su lectura en la actualidad. Pero, por encima de eso, se harán evidentes
unos valores puestos de relieve en virtud precisamente de esos dichos sabios y esos
enigmas tan humanos –esto es, genuinos y muy valiosos valores humanos. Valores que
no por hundir sus raíces en un pasado ya muy lejano dejan por ello de conservar toda
su fuerza. En esta tarea nuestra, como cristianos, de ocuparnos de conocer a Dios, se
impone tratar de averiguar qué repercusión y qué validez han de tener esos valores en
nuestra vida presente y en el mundo del momento, si es que, claro está, hemos de
valorar y aplicar esa sabiduría presente en Proverbios y actualizada tan claramente en la
vida y enseñanzas de Jesucristo.
El presente capítulo puede muy bien concluir regresando al texto sobre el que
descansa el libro de Proverbios como tal:
El temor del SEÑOR es el principio de la sabiduría;
los necios desprecian la sabiduría y la instrucción (1:7).
Eso no es ni exhortación ni mandato, ni ejemplo ni enigma, sino una muy clara y
cierta exposición de los hechos. Temor que sin duda hay que tener, pero significando
aquí ‘obediente reverencia’. Y es, pues, en reverente obediencia al Señor como todo
verdadero conocimiento halla el principio regente. Lo que aquí encontramos es el
comienzo de la sabiduría o, más bien, ‘su factor más prominente y esencial’ (Toy).
‘Comienzo’ que no es tal en el sentido habitual de iniciar algo para después ir
distanciándose de ello. Toy y Kidner ven en ese versículo un lema aplicable a todo sabio
conocimiento en general. La cuestión es que todo verdadero conocimiento de Dios, de
su Palabra y de sus caminos, parte y se mantiene en virtud de una reverente obediencia
a Dios en la forma y alcance de su revelación. David Hubbard lo expresa con muy
atinadas palabras:
Aun cuando [el temor] incluye la práctica de la oración, no por ello termina
ahí; es algo que irradia de nuestra devota adoración en la conducta de lo
cotidiano, viendo cada momento como tiempo perteneciente al Señor, cada
relación personal como oportunidad puesta por el Señor; cada obligación como
orden con su origen en el Señor, y cada bendición como dádiva procedente del
Señor. Constituye, en esencia, una nueva manera de ver la vida y tratar de
averiguar cómo tendría que ser en realidad esa vida desde la perspectiva de
Dios.
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El retrato de la Sabiduría
Proverbios 1:1–9:18
Los primeros nueve capítulos del libro de Proverbios nos ofrecen una serie de
distintas representaciones de la Sabiduría. En las páginas que siguen nos iremos
ocupando de ellas. La sabiduría no es ningún concepto abstracto, sino toda una
personificación que toma la en forma de mujer. Hay ocasiones en las que su presencia
se nos muestra en virtud de un único aspecto, resaltándose ahí alguna característica en
concreto por un propósito en particular. En otras, en cambio, aparece de forma
compleja y colorista, casi como un retrato tridimensional. Tomado todo ello en su
conjunto, esas ilustraciones nos ponen en contacto con una mujer que nos comunica la
sabiduría de Dios, señalando un camino a seguir en la vida.
Esta personificación de la Sabiduría no es un (mero) recurso literario, sino que
refleja la naturaleza esencial de la sabiduría bíblica. La Sabiduría tiene cuerpo, y está
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pensada para la vida. En realidad, nada llega a ser verdaderamente conocido hasta que
no se experimenta en la vida cotidiana.
Hay que esperar al capítulo 8 de Proverbios para encontrar la Sabiduría descrita en
toda su belleza. Pero ya en esos capítulos previos se nos van mostrando rasgos
característicos, y de tal manera que recuerdan los grandes retratos del Renacimiento.
Hay galerías de Arte donde se exhiben los bocetos previos a la obra definitiva, en los
que puede apreciarse el esmero del artista en determinados detalles que, en suma,
hacen de la obra terminada lo que es. Proverbios 1–7 nos ofrece una serie de esbozos
preliminares de la Sabiduría, y ello con anterioridad al retrato pleno de ese capítulo 8.
Los bosquejos preliminares ponen de relieve distintas facetas del papel que viene a
desempeñar la Sabiduría. El especialista Robert Coughnour ha agrupado un cierto
número de temas relativos a la sabiduría presente en las Escrituras, estando muchos de
ellos presentes en los nueve primeros capítulos de Proverbios. El análisis que viene a
continuación, se nutre de ese trabajo suyo con algunas adaptaciones. Para ello,
seleccionaré en este capítulo la parte correspondiente dentro de Proverbios 1–9, que
da forma al retrato de la Sabiduría, ocupándome del resto de su contenido en nuestro
siguiente capítulo.
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se plantean con un hipotético Si. En los versículos 5–9, encontramos las respuestas. Si el
caso es éste (1–4), entonces ocurrirá esto otro (5–9): entonces entenderás (5, 9) y
descubrirás (5).
Hijo mío, si recibes mis palabras,
y atesoras mis mandamientos dentro de ti,
da oído a la sabiduría,
inclina tu corazón al entendimiento;
porque si clamas a la inteligencia,
y alzas tu voz al entendimiento,
si la buscas como a plata,
y la procuras como a tesoros escondidos,
entonces entenderás el temor del SEÑOR,
y descubrirás el conocimiento de Dios.
Porque el SEÑOR da sabiduría,
de su boca vienen el conocimiento y la inteligencia.
Él reserva la prosperidad para los rectos,
es escudo para los que andan en integridad,
guarda las sendas del juicio,
y preserva el camino de sus santos.
Entonces discernirá justicia y juicio,
equidad y todo buen sendero.
Con nuestra mente podemos llegar a comprender parte de la sabiduría de Dios,
siendo, sin embargo, algo que requiere esfuerzo. Cuando eso ocurre, descubrimos que
la sabiduría de Dios es un don preciado. Dios es la fuente de toda sabiduría; todo
conocimiento procede de Él. Cuando las personas viven en sintonía con los caminos de
Dios, el don precioso de la esencia humana queda protegido y salvaguardado.
Una de las formas de protección que nos ofrece la Sabiduría es ante la injusticia. La
Sabiduría ‘guarda las sendas del juicio’ (8 BA). Tenemos que ser precavidos para no
deducir conceptos propios de la cultura occidental a partir de un término hebreo. Hay
ocasiones, en las que el concepto ‘justicia’ significa poco más que ‘trato justo’. La
justicia de Dios a la que se hace referencia a lo largo del Antiguo Testamento incluye
esa acepción, pero con mayor profundidad. De hecho, la justicia de Dios guarda relación
con una manera correcta de comportarse en la vida –por decreto real– dada a conocer
de antemano por Él mismo. La justicia de Dios es ‘la verdad de Dios convertida en
realidad’. Su esencia queda recogida en Deuteronomio 5:33: ‘Andad en todo el camino
que el SEÑOR vuestro Dios os ha mandado, a fin de que viváis y os vaya bien, y
prolonguéis vuestros días en la tierra que vais a poseer.’ La justicia es también fuente
de redención. Isaías habla de un Dios ‘justo y salvador’ (Is. 45:21), componiéndose la
justicia de Dios, por una parte, de rectitud y bondad y, por la otra, de su misericordia y
un amor constante. Cuando la Sabiduría ‘guarda las sendas de la justicia’, se puede dar
por incluida una justicia social que exige equidad en las oportunidades y recursos al
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alcance de todas las personas en un mundo que pertenece a Dios, pero sin olvidar por
ello, hacer más clara la senda que nos lleva a conocer la voluntad de Dios, para ese
recto vivir que se deriva de su bondad y su compasión. Cuando se transita por los
caminos de la Sabiduría se ‘discierne justicia y juicio’ (9), porque sus sendas conducen al
bien. Estos son, pues, algunos de los temas clave que Proverbios ilustrará en capítulos
posteriores.
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conocimiento (10:17) y sentido común (13:19). Robert Coughenour lo expresa así: ‘Sea
como fuere que lo denominemos, ese orden que buscamos es toda una confesión de fe
en que la vida es buena, que la salud y la integridad son metas alcanzables, y que las
buenas relaciones comunitarias son una forma sabia de vivir.’ Dicho con otras palabras,
cuando, como pueblo cristiano, nos planteamos en serio en qué consiste la auténtica
sabiduría, nos abrimos a la multiforme realidad del entorno en que estamos y en el que,
de hecho, podemos celebrar y gozar de la existencia.
Para el pueblo del pacto en el Antiguo Testamento, esa realidad era muy diferente
de lo que hoy vivimos. El distinto entorno cultural es siempre condicionante, y la
presente sociedad occidental, de pensamiento ilustrado, presenta circunstancias y retos
distintos. Nuestro entramado social, nuestros presupuestos básicos y nuestro orden de
prioridades son en muchas formas distintos a los que aquellos israelitas
experimentaron. Pero no por ello necesitamos en menor medida una idéntica sabia
instrucción. Y precisamente por no ser ni menos ni más que ellos, necesitamos dar
forma a una cultura social en la que ser y manifestarnos – familias, comunidades,
iglesias, y todo lo demás igualmente. La Sabiduría nos alerta de que, para vivir una vida
en plenitud, ‘el entorno en el que vivimos’ necesita ser fiel reflejo de unos valores y de
un orden y un carácter que sean reflejo y eco de Dios mismo, al tiempo que nos
advierte asimismo de la necesidad de que estemos abiertos a recibir y a aprender de
quienes están en nuestro entorno. El orden instituido por Dios no se halla únicamente
presente en nuestra familia y en nuestra iglesia. La sabiduría de Dios se nos hace
patente al abrirnos a los demás. El libro de Proverbios ilustra de esto en la medida en
que algunos de sus textos se nutren y adaptan enseñanzas sabias al margen del entorno
propiamente cristiano. No hay nada, pues, en el mundo de lo que deberíamos
ocultarnos, distanciarnos y ser un círculo aparte, excepto todo aquello que tenga que
ver con la necedad, la desidia y el desprecio de los caminos instituidos por Dios, y ello
justamente en la medida en que nos neguemos a escuchar y hacer caso a la voz de la
Sabiduría.
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vendrá a hacer por medio de la sabiduría en las vidas de cuantas personas vayan
a ir descubriéndola.
El camino de la sabiduría, a pesar de la perversidad humana que amenaza con
arrasar todo cuanto de bueno ha creado Dios, pasa por el tamiz del orden creado.
Proverbios pone a nuestra disposición diversas formas de llegar a entender qué significa
eso en el terreno de la experiencia práctica. De hecho, partiendo del capítulo 10 en
adelante, encontramos una muy notable abundancia de ejemplos prácticos relativos a
lo que una adecuada manera de vivir la vida viene a significar en distintos contextos.
Así, aquí, en Proverbios 3 se nos recuerda una verdad más fundamental: que la vida
entera tiene su sostenimiento y razón de ser en la manifestación del amoroso poder
creativo de Dios.
Proverbios busca, además, recordarnos que eso no es algo aplicable en exclusiva a
la existencia humana. Génesis 1, como ejemplo primordial del hecho de la creación, se
ocupa in extenso de los árboles, plantas, reptiles, animales terrestres y demás mundo
creado, antes de llegar al ser humano. Todos tienen un lugar en los propósitos de Dios
para su creación. Y todos son igualmente parte de un mundo del que Dios dijo: ‘Bueno
es.’ Los distintos autores de Proverbios saben que el hombre no es el único ser de la
Creación. Los animales y toda especie viva forman igualmente parte de ese mundo. La
hormiga ejemplifica para el haragán el espíritu de tesón y buena administración (Pr.
6:6–8); el águila y la serpiente nos asombran por sus cualidades (30:19); el caballo
(21:31), el tejón, la langosta, el lagarto, el león, el gallo y el macho cabrío (30:26–31),
todos ellos, en suma, tienen su lugar en la comparación. La totalidad del orden creado
tiene su existencia en Dios.
Con excesiva frecuencia, la iglesia cristiana es criticada por poseer una fe que, según
se argumenta, exalta la vida humana como superior a toda otra posible forma de vida,
contribuyendo así a la crisis ecológica de nuestro tiempo. Es cierto, y cómo negarlo, que
los textos del Génesis relativos al ‘señorío’ que ha de ejercerse sobre la creación han
sido erróneamente interpretados por algunos dentro del seno de la iglesia como una
licencia otorgada al ser humano de parte de la divinidad para explotar el orden creado a
nuestro antojo. El historiador norteamericano Lynn White Jr. es invocado con
frecuencia citando esas acerbas palabras suyas de crítica al cristianismo por ser ‘la
religión más antropocéntrica que el mundo haya conocido jamás’, achacando a la iglesia
medieval el actual estado de contaminación ambiental. Como contraste, otros muchos
han señalado, y con toda razón, que fueron precisamente los incentivos mercantiles,
surgidos a raíz de la Revolución Industrial, los que tienen la mayor parte de la culpa. Y
son asimismo muchos los autores cristianos que han hecho ver que el cristiano está
muy seriamente llamado a ejercer esa mayordomía con responsabilidad absoluta, y que
el haber sido los seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios conlleva la
responsabilidad de ser ‘gestor territorial’ responsable del bienestar de todas las
criaturas. El autor de Proverbios 12:10 lo expresó con total claridad: ‘El justo se
preocupa de la vida de su ganado.’ Y es evidente que el profeta Oseas (2:18) incluye a
los animales dentro de los propósitos del pacto de Dios. Los cristianos deberían estar al
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frente de todo debate ecológico, trabajando por un mejor entendimiento y respeto del
planeta, y ello tanto en lo que respecta al bienestar de las personas, como en el cuidado
de los animales. La forma de actuar de la Sabiduría pasa por el arte de encontrar el
camino adecuado por el que salir adelante según las diversas situaciones y lugares, y
ello acorde con el orden instituido por Dios en la creación atendiendo a su
preservación.
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las cosas deseables no pueden compararse con ella (11). Así, pues, el llamamiento que
ella hace es para que aquel que la escuche adquiera prudencia (5) (‘conocimiento
verdadero de los principios que rigen la existencia’), para aprender sabiduría (5) –esto
es, ‘para tener un corazón que discierne’– y para que aprenda asimismo a escuchar (6).
Lo que deja traslucir el párrafo al completo, y donde reside su empuje y su fuerza,
es que, con anterioridad a nuestros esfuerzos humanos por alcanzar sabiduría, ella ya
nos estaba buscando.
El segundo párrafo (8:12–21) abunda en las virtudes y recompensas de prestarle
atención. Así, se hace notar que la Sabiduría cuenta con la colaboración de la prudencia,
el conocimiento y la discreción (12), y el ámbito en el que se desenvuelve con
naturalidad es el del consejo y el juicio prudente (14). Los buenos gobernantes se rigen
por los principios que dimanan de ella (15–16). Prestarle la debida atención es ganancia
en nuestras vidas (17–21).
Amo a los que me aman,
y los que me buscan con diligencia me hallarán.
Conmigo están las riquezas y el honor,
la fortuna duradera y la justicia.
Mi fruto es mejor que el oro, que el oro puro,
y mi ganancia es mejor que la plata escogida.
Yo ando por el camino de la justicia,
por en medio de las sendas del derecho,
para otorgar heredad a los que me aman
y así llenar sus tesoros.
La Sabiduría comparte morada con la prudencia (12). Este versículo podría significar
que ‘la sabiduría se encuentra con la prudencia y la inteligencia’. Posee (quizás, mejor
traducción ‘tiene la capacidad de seguir descubriendo’) conocimiento y discreción (12).
Pero, antes de ponernos en antecedentes sobre las ventajas de seguir sus caminos, la
Sabiduría nos remite al temor al SEÑOR, que Toy entiende ahí como ‘entendimiento
moral’ de la persona de Dios, que se hace patente en su aversión al mal y su rechazo de
la perversidad. De hecho, la Sabiduría odia todo aquello que le da la espalda a la
verdad.
Lo que resulta de todo esto es que Proverbios está mostrando que nuestro
desarrollo moral va de la mano del desarrollo cognitivo: la vida moral y la intelectual
deberían ser inseparables en su ‘temor al SEÑOR’.
El verdadero conocimiento nunca es mera acumulación de información, al igual que
la ciencia tampoco es mera ‘aglutinación de datos según materias’. Michael Polanyi,
filósofo de la ciencia, rechaza tan positivista actitud ante la ciencia describiéndola en los
siguientes términos:
No hay un solo científico que esté interesado en coronar sus esfuerzos con un
mero puñado de datos sobre una serie dada de hechos, por muy cómodo que
eso pueda resultar. Esa es tarea propia del editor de enciclopedias y guías de
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aplicada. Es muy esclarecedor comparar esa postura suya con la del salmista: Dios es el
que en verdad concede la victoria a los reyes (Sal. 144:10).
El núcleo central de la Sabiduría es un amor (17) que se interesa por el bienestar de
las personas, con un interés genuino que nunca es arbitrario. La Sabiduría ama a todos
aquellos que la aman y la buscan. Su oferta es, además, universal. Y los que no estén ya
disfrutando de sus beneficios, será porque no la han buscado. ¿Qué cuáles son esos
beneficios? Pues, entre otros muchos, prosperidad, honra, fortuna, rectitud y justicia.
Cosas todas ellas que las encontramos resumidas en otras partes del Antiguo
Testamento en el concepto preciso del ‘shalom’: justicia, rectitud y paz con uno mismo
y entre las gentes y las sociedades --y, asimismo, entre las gentes y sus comunidades y
Dios. Tal como se nos mostraba en 8:35, todo eso viene a formar parte de un don global
que le corresponde repartir a la Sabiduría, y ello como verdadera ‘vida… y favor de
parte del SEÑOR’.
El tercer párrafo del capítulo 8 (22–31) nos lleva directos al corazón mismo de las
cosas. La Sabiduría asegura ser la primogénita de Yavé (22), y lo es así desde la
eternidad… desde el principio… desde los orígenes de la tierra (23–29). Además, no sólo
era arquitecto junto a Él (30), sino asimismo su delicia (30), y compartiendo su gozo con
el mundo (31).
EL SEÑOR me poseyó al principio de su camino,
antes de sus obras de tiempos pasados.
Desde la eternidad fui establecida,
desde el principio, desde los orígenes de la tierra.
Cuando no había abismos, fui engendrada,
cuando no había manantiales abundantes en aguas.
Antes que los montes fueran asentados,
antes que las colinas, fui engendrada,
cuando Él no había hecho aún la tierra y los campos,
ni el polvo primero del mundo.
Cuando estableció los cielos, allí estaba yo;
cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo,
cuando arriba afirmó los cielos,
cuando las fuentes del abismo se afianzaron,
cuando al mar puso sus límites
para que las aguas no transgredieran su mandato,
cuando señaló los cimientos de la tierra,
yo estaba entonces junto a Él, como arquitecto;
y era su delicia de día en día,
regocijándome en todo tiempo en su presencia,
regocijándome en el mundo, en su tierra,
y teniendo mis delicias con los hijos de los hombres.
Este párrafo de carácter autobiográfico destaca en sí mismo por estilo y lenguaje
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entre los restantes del capítulo. Este párrafo, pues, más que ninguna otra parte de la
Biblia, presenta de forma conjunta la maravilla del mundo creado por Dios y su
exuberancia, y deleite. Poco hay que pueda compararse con el placer que
experimentamos al revivir en la memoria algún gran acontecimiento del pasado, quizás
un enlace real, el lanzamiento de un cohete espacial, o el día glorioso en el que nuestro
equipo se alzó con la Copa de campeones. Y si ese recuerdo constituye un placer, es
justamente por haber estado allí en persona. Y esa también la experiencia de la
Sabiduría en 8:27: Cuando estableció los cielos, allí estaba yo.
La sección cuenta en su inicio con Dios: Desde la eternidad fui establecida. Lo cual
bien puede interpretarse como una elaboración de Proverbios 3:19–20. Lo que se nos
presenta ahí es una estrecha relación entre el SEÑOR y la Sabiduría, a la que Dios
confirió existencia aun antes de que la creación tuviera su inicio. La Sabiduría es propia
de Yavé. La Sabiduría puede ofrecer así conocimiento acerca de la vida y los caminos
por lo que discurre, puede además dar consejo relativo al gobierno de la sociedad, y
puede otorgar premios tan codiciables como son la salud y la justicia, y ello justamente
por haber estado presente desde el mismísimo principio de todo cuanto fue creado. El
cuadro que se nos ofrece es el de la Sabiduría como principio agente del orden
instituido por Dios, como primicia, como figura presente en el proceso de la Creación, y
como fuente de todo conocimiento, todo lo cual trae de inmediato a la memoria
Génesis 1 y ese grandioso poema del orden de la Creación, así como el prólogo del
evangelio de Juan, en el que, en referencia a la palabra sabia que da vida, se afirma que:
‘En el principio era el Verbo…’ (Jn. 1:1–4).
En Proverbios 8, el primer pensamiento (22–23) tiene que ver con el lugar que
ocupa la Sabiduría en la mente y los propósitos de Dios. EL SEÑOR me poseyó al
principio de su camino, antes de sus obras de tiempos pasados. Desde la eternidad fui
establecida, desde el principio, desde los orígenes de la tierra. Lo que el autor está
sugiriendo es que la Sabiduría fue ‘introducida’ en un momento preciso dentro del
tiempo, pero que eso suponga ‘creación’ o ‘coexistencia’ en relación al inicio de la obra
creadora de Dios no queda del todo claro. Lo que se nos dice es que antes del comienzo
del mundo, la Sabiduría formaba ya parte de la vida y propósito de Dios.
Los versículos que siguen (24–26) presentan el nacimiento de la Sabiduría como
anterior a la creación del mundo físico. Ese vasto panorama de océanos, manantiales,
corrientes de agua, montañas, valles y la tierra toda con sus fértiles campos, y hasta el
polvo evoca ese surgir de la creación en Génesis 1:6–10. Mucho antes de que todo eso
hiciera su aparición, nos dice Proverbios, la Sabiduría ya estaba allí, lo cual la hace
testigo de excepción mientras el mundo iba tomando forma (27–29). Una vez más,
pues, la aparición de los cielos y el límite de las aguas del abismo son eco reminiscente
del poema de la Creación en Génesis.
Los versículos 30–31 nos llevan justo al clímax de esta sección, que es una jubilosa
celebración por parte de la Sabiduría del gozo de una existencia compartida con Dios
(que probablemente es a lo que hace referencia el término arquitecto). Celebración que
recita y baila de puro gozo en estos versículos. Su delicia de día en día bien puede
significar ‘Yo era ocasión de deleite y de gozo para Dios’. Es tan grande el gozo que
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su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo
también el universo. Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su
naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder. Después de
llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad
en las alturas.
Pero evidentemente, eso no sería todo. Encontramos indicios idéntica comprensión
en el cuarto evangelio (Jn. 1:1–5):
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él
estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y
sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era
la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la
comprendieron.
Proverbios 8 fue texto usado por los primitivos teólogos cristianos en la controversia
relativa a la segunda Persona de la Trinidad; fue utilizado asimismo por San Agustín en
la controversia con los arrianos. Siglos más tarde, Calvino rebatió a Servet, en su
negativa a aceptar a Jesucristo como Hijo eterno de Dios, aduciendo este mismo pasaje:
‘la concepción eterna de la sabiduría, de la que Salomón habla, quedaría entonces
anulada [en la interpretación de Servet]’. Y Mathew Henry aplica el pasaje de forma
directa e inmediata a Jesús:
Que la Persona de la que aquí se habla es inteligente y divina en su naturaleza es
algo evidente, y eso no significa que se esté aludiendo a una mera propiedad
esencial de la naturaleza divina, pues la sabiduría tiene aquí propiedades
personales particulares y acciones que le son consustanciales; y ese Ser divino e
inteligente no puede ser otro que el Hijo de Dios mismo, a quien le son
atribuidas en otras escrituras los principales rasgos que ahí se citan respecto a la
sabiduría.
Lo cierto es que siempre ha sido notoria la controversia suscitada respecto a si hay
que considerar a la Sabiduría como Persona real en ese pasaje en concreto, o si se trata,
en cambio, de la personificación de uno de los atributos de Dios. La mayoría de los
comentaristas se decantan por esa segunda alternativa, y es muy probable que el
propio texto no permita ir más allá. Aun así, si leemos esas palabras de los sabios de
entonces como parte consustancial de un proceso continuado de autorrevelación por
parte de Dios mismo, que de hecho culmina en Jesús, descubrimos que no estamos muy
lejos del buen camino al trazar un paralelismo entre el carácter de la Sabiduría y el
carácter de Jesús en los evangelios. A Mathew Henry le asistía toda la razón al escribir:
‘La mejor exposición de esos versículos es la que encontramos en el Evangelio de Juan.’
Cuán apropiado, sin embargo, ver la persona de Jesús en los términos en los que es
descrita la Sabiduría: ‘El deleite de Dios! Y quizás sea ese el espíritu que se desprende
de la mención del Siervo de Dios en Isaías (42:1) (aunque el término hebreo es
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hace para él las veces de Dios, opina lo siguiente: ‘El Azar en relación a la selección
natural, el azar desplegado en innumerables y minúsculos pasos a través de los
tiempos, tiene la fuerza necesaria para llevar a cabo milagros de la talla de los
dinosaurios y la aparición asimismo de la especie humana’.40 Como puede verse, ambos
pensadores adjudican al ‘azar’ el rol agente en la existencia de todas las cosas.
No cabe duda, claro está, de que el mundo material revela una extraordinaria
interrelación con el azar y la necesidad, la forma y la fruición. Pero el profesor John
Polkinghorne hace una lectura muy distinta de la evidencia aportada por Monod:
Cuando leí por primera vez el libro de Monod, me sentí francamente
entusiasmado por el panorama que presentaba. En lugar de ver el rol del azar
como una indicación de una falta de propósito y de futilidad en el mundo
material [como es el caso de Monod], me sentí profundamente conmovido ante
la noción de fruición tan extraordinaria, pues era evidente que venía a dar razón
de las leyes inherentes a la física atómica.
Polkinghorne ve el mundo más bien en términos de ‘la racionalidad y la fruición de
Dios’. Y así es justamente cómo la Sabiduría nos muestra un mundo que revela en su
centro el propósito específico de un Dios amoroso y fiel.
En segundo lugar, la Sabiduría de Proverbios indica que el orden del mundo, que
sabemos que forma parte de toda empresa científica, es un orden implantado por Dios
como reflejo de su propia naturaleza. Dios ha creado el mundo como manifestación de
sí mismo y como resultante de un diseño propio. Nuestra captación intelectiva del
mundo depende de una cierta correspondencia entre nuestra mente y el orden de ese
mundo externo. Correspondencia que, tal como se desprende de Proverbios 8, puede
ser vista como obra de la Sabiduría: el principio de la creación es puesto al alcance de
nuestra comprensión.
Eso es algo que no está muy lejos de la postura del Dr. Arthur Peacocke:
Darse cuenta de que nuestra mente puede hacer del mundo algo inteligible, y
las consecuencias que de ello se derivan, esto es, que hay una explicación para
los procesos que se dan en el mundo físico, y que eso implica de suyo categorías
mentales y no sólo puramente materiales, ha venido a ser para muchos
científicos teístas, incluyendo al presente autor, un punto de inflexión
absolutamente decisivo en su pensamiento. ¿Cómo es, pues, que de hecho la
ciencia funciona y da resultados? Y es precisamente la confirmación de que así
es lo que aboca a un principio de racionalidad, a una interpretación del cosmos
en términos de la mente como su más sobresaliente característica. Todo
pensamiento que aspire a tomarse la ciencia en serio deberá, creo yo, partir de
ese punto.
Siguiendo en esa línea de argumentación, afirma ‘la perspectiva científica es la
evidencia más conspicua de la presencia activa de Dios’. La Sabiduría pone de
manifiesto un mundo ordenado que es reflejo de la mente de Dios.
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En tercer lugar, la Sabiduría nos advierte de que los desajustes del mundo tienen
que ser contemplados a la luz de un propósito superior enraizado en el profundo gozo
de la existencia. Hay mucho de estimulante, cómo negarlo, en ese nuevo énfasis de una
cierta ‘espiritualidad de la creación’, popularizada por escritores en la línea de Matthew
Fox. De hecho, Fox celebra los dones de la creación, el del asombro reverente entre
otros, en inevitable reacción ante lo que nos rodea, como algo que nos impele a una
actividad transformadora que honre la tierra y se afane por fomentar la
interdependencia y la implantación de la justicia. Mucho de ello se corresponde con el
interés que evidencia la Sabiduría en Proverbios. Sin embargo, y aunque Fox hace
referencia explícita a ese ‘empobrecimiento del alma’ que afecta de forma muy
particular al Primer Mundo, no dice mucho del estado de decaimiento en que se
encuentra el mundo en toda su diversidad, ni del pecado del hombre y la insensatez
humana que, según Proverbios, acaba en muerte, ni de la necesidad de perdón y
redención. ‘El temor del SEÑOR’ se convierte para Fox en ‘el asombro que nos
sobrecoge como seres vivientes en el universo’. Pero lo cierto es que él no lo vincula,
con la claridad que lo hace Proverbios, con un llamamiento a no caer en el error de ‘ser
sabios en propia opinión’, sino a ‘evitar el mal’ (3:7). Los escritos de Fox evidencian,
pues, un sentido menos acusado del equilibrio que Proverbios presenta entre el
llamamiento de la Sabiduría y la seducción de la Insensatez, y un menor reconocimiento
también de los evidentes desajustes de un mundo caído.
Necesitamos reconocer que hay mucho en el mundo actual que no es motivo de
gozo, que no agrada a Dios y que es obligado reconocer como ‘malvado’. El siguiente
capítulo se ocupa de ello a la luz de Proverbios. Los detractores de la Sabiduría y sus
caminos son muchos, pero ese apartarse acaba irremediablemente en sufrimiento,
desilusión y fatigas. Sin embargo, eso no quiere decir que tengamos que ver en el mal
un poder opuesto en igualdad de condiciones en su enfrentamiento con Dios. Los
desajustes del mundo pueden guardar relación, en muchos casos, con aberraciones
cometidas por quienes hacen caso omiso de la Sabiduría y sus directrices, y cuyo
rechazo de lo instituido por Dios constituye senda de muerte (8:36).
En cuarto lugar, en la concepción misma del universo, parece evidente que Dios
tenía presente al hombre. De hecho, sabemos que la Sabiduría es deleite para Dios,
estando ya presente al comienzo de la Creación, siendo, además, fuente de vida para
todos cuantos la encuentran (8:30, 22, 35). El orden creado y la vida humana parecen
ser parte de un todo.
Resulta fascinante ver cómo muchos expertos en cosmología están llegando a esta
misma conclusión. La mayoría calcula ya que nuestro universo empezó de forma muy
sencilla hace unos 15.000 millones de años. En un principio, habría sido como una bola
de energía en expansión con un origen en lo que ha dado en llamarse el Big Bang. Y hay
quien piensa que su final será exactamente un proceso idéntico, pero a la inversa,
replegándose el mundo sobre sí mismo hasta desaparecer: el Big Crunch.
Afortunadamente, eso no ocurrirá hasta dentro de otros cuantos millones de años. Pero
lo notable del asunto es que el universo que ahora experimentamos es un entorno rico,
variado y complejo, y una de las cuestiones más complicadas al respecto es justamente
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forma, hay determinadas áreas dentro de la cultura posmoderna (que es, en gran
medida, una muy comprensible reacción ante algunas de los menos satisfactorios
presupuestos filosóficos de estos últimos cien años) que sugieren que no hay nada
significativo más allá del presente, que no hay significado, que no hay valores, que todo
es pastiche y mera apariencia, que no hay sentido ni conexión alguna.
Pero, en realidad, las cosas no son así, dice la Sabiduría: las cosas sí son coherentes,
y toda apunta a un sentido fundamental y a un propósito en la mente de Dios. Y, más
aún: el significado y el sentido tienen un fondo maravillosamente personal. La teología
cristiana desarrolló todo esto en determinado momento en términos de la doctrina de
Dios en una Santa Trinidad. Pero Proverbios ya apunta a un cuadro bastante amplio: lo
que hay tras todas las cosas son personas relacionándose. Y eso es justamente lo que
confiere sentido e importancia a nuestra racionalidad, nuestro entramado moral, el
amor que experimentamos, nuestras relaciones, nuestro común compartir; en suma,
nuestra cualidad como personas.
Ya tuvimos ocasión de comprobar con anterioridad la importancia de la Sabiduría en
la creación en su totalidad, ocupando ahí la humanidad un lugar especial. La fe que
subyace en Proverbios afirma que los seres humanos participan de ese orden junto con
el resto de lo creado, siendo Dios quien todo lo sustenta con el poder de su aliento.
Pero también quiere evitar caer en un materialismo que hace homólogas y equivalentes
a las personas con el resto de la vida manifiesta. Hay, en términos de las capacidades
personales, algo que nos sitúa aparte del resto de la creación, y ese algo, que nos
distingue de los animales, es el don de la responsabilidad ante Dios, y ello por haber
sido hechos a su imagen y semejanza: a Dios podemos, pues, conocerle en virtud de la
Sabiduría. Todo lo pertinente a este mundo tiene su base en lo Personal.
En quinto lugar, volvemos a resaltar aquí un aspecto ya reseñado, aunque de forma
un tanto escueta, con anterioridad: que la ley de la sabiduría práctica –esto es, cómo
gestionamos nuestra vida aquí y ahora– comparte razón de ser y propósito con las leyes
del universo creado. Así, al igual que el autor del Salmo 19 discernió las leyes de la
naturaleza, en base al movimiento de las estrellas, como inextricablemente ligadas a las
leyes morales reveladas por Dios a los seres humanos, la Sabiduría se ocupa de
mantenerlas reunidas en sí misma. Hay algo en la manera en que fuimos creados y ese
universo moral en el que desarrollamos nuestra existencia, que concuerda con el
llamamiento moral en el que todos estamos convocados a manifestar la imagen de
Dios. La ley de Dios relativa a nuestro comportamiento se corresponde con nuestra
naturaleza y con el mundo en el que se nos llama a ser agentes morales.
Hay muchísima confusión dentro de la iglesia cristiana respecto a todas estas
cuestiones y, tras todo ello, lo que hay es un desconcierto acerca de la forma
propiamente cristiana de tomar decisiones morales. Así, algunas personas operan
dentro de una concepción de la moralidad que es, en realidad, aplicación de códigos
morales que reducen la ética cristiana a poco más que cumplimiento de unas reglas;
mientras que otras personas, en cambio, parecen desentenderse del cumplimiento de
cualquier posible norma externa, optando por decidir qué es bueno sólo según lo que
dé mejores resultados para el mayor número posible de personas. Ahora bien, si la
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Sabiduría aúna tanto nuestra naturaleza constitutiva como la revelación de Dios sobre a
una voluntad expresa respecto a cómo debiéramos comportarnos, ninguna de esas
opciones es aceptable.
En ninguna manera es suficiente, pues, desarrollar una forma de moral basada
exclusivamente en códigos y reglas morales, o en términos de los posibles resultados
(crear el máximo de bienestar y felicidad para el mayor número de personas). Como
posible alternativa válida, Oliver O´Donovan, en relación a la libertad de la que debe
disfrutar el cristiano, sostiene que el Espíritu Santo ‘da forma y manifiesta los cauces
apropiados por los que ha de discurrir una respuesta articulada en libertad ante una
realidad objetiva’; respuesta que el apóstol Pablo calificó de ‘amor’. ‘El amor es la forma
definitiva que adopta la ética cristiana, y ello como expresión de la participación
humana dentro del orden creado’.48 Y el amor es, a su vez, conformado y puesto en
práctica en el marco de una nítida percepción moral que viene a dar razón tanto del
orden creado como del carácter de Dios creador, y eso es algo que nos transmite en
formas que demandan una respuesta moral.
¿No es esa también la visión que respalda la Sabiduría en Proverbios? Tal como Tom
Wright destaca, la sabiduría de Yavé significa que Yavé creó el mundo desde esa
sabiduría. Pero
… si la ‘sabiduría’ es, entonces, el medio por el que Yavé actúa, y si los seres
humanos, a su vez, han de ser agentes de su actuación, resulta evidente que la
sabiduría está presente en todo acto con fundamento adecuado dentro de ese
marco que tiene en su fondo la obediencia al creador y la autoridad que le
compete y que de ello dimana. Así, en el proceso de adquisición de una
sabiduría apropiada, las personas vendrán a ser verdaderamente humanas.
Llegados a este punto, es necesario considerar otra cosa más. Hay algo en la
Sabiduría que la rodea de un halo de misterio. Por una parte, no nos comunica todas las
respuestas y, por la otra, nos invita a considerar ciertas situaciones que pone a nuestra
disposición en forma de imágenes verbales: ‘¿Así es cómo van en realidad las cosas?
Entonces, a la vista de su auténtica esencia, ¿cómo tendríamos que comportarnos?’ La
responsabilidad recae, pues, sobre nosotros, y no se va a tratar tan sólo de obedecer
ciertos códigos morales, sino de tomar decisiones a la luz de una ética. La tarea moral es
el proceso de entablar y mantener una auténtica relación con Dios y no sólo de dejarse
guiar por Él. Abundando en lo ya señalado con anterioridad: ‘Nuestras vidas ponen de
manifiesto la realidad de nuestra relación con Dios, realidad que solemos englobar en el
concepto ‘carácter’. En contraste con lo que él califica de ‘ética de los problemas’,
Dykstra habla de la ética cristiana como ética de ‘visión’, y esto es lo que dice al
respecto:
‘Las decisiones, las opciones y las acciones particulares no son lo primero a tener
en cuenta en la ética de visión. El terreno principal corresponde a aquellas
cuestiones que se ocupan de lo que vemos y qué es lo que capacita al ser
humano para ver de forma más realista. Para la ética de visión, la acción sigue
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Muchos de los dichos de la sabiduría en los primeros nueve capítulos del libro de
Proverbios están dirigidos a un padre y a su hijo. En Proverbios 1, se hace referencia al
padre y a la madre como partícipes por igual en la instrucción del joven, y ello en
interesante contraste con otra literatura sabia coetánea, en la que tan sólo se hace
mención de los padres varones. Lo cual subraya la importancia que tienen las madres
en el marco de la familia hebrea. Por otra parte, y en otro orden de cosas, aun siendo
muy posible, tal como apuntábamos con anterioridad, que algunas de estas colecciones
de sentencias sabias tengan su origen en los manuales de instrucción para formar a
futuros jóvenes aspirantes a un puesto en la corte de Israel, su aplicación puede
hacerse fácilmente extensiva a otros ámbitos. Por debajo del lenguaje de lo doméstico,
transpiran los intereses de los expertos de las escuelas de sabiduría y, junto a todo eso,
está la ‘sabiduría para la vida’ acumulada en el discurrir de los tiempos. Es más, cabría
pensar incluso en los maestros de esas escuelas adoptando momentáneamente el papel
de padres para con sus pupilos en un intento por inculcarles unos sabios principios.
Lo cierto es que la impresión que se tiene es que las instrucciones, que provienen
tanto de padres como de maestros a lo largo de estos capítulos, tienen como primera
consideración los intereses de los jóvenes adolescentes, en un deseo de descubrir qué
cometido pueden llegar a tener en ese mundo y cómo habrán de comportarse. Los
padres se nos muestran transmitiendo la sabiduría aprendida en sus tiempos mozos:
‘Cuando fui hijo para mi padre, tierno y único a los ojos de mi madre, él me enseñaba’
(4:3–4). El texto da a entender claramente que el hogar era una de las instituciones
clave en la instrucción de los jóvenes, y parece que tanto padres como maestros
asumían la tarea de instruirles y guiarles en los caminos de la sabiduría.
Con esto no se pretende decir que las posibles aplicaciones de la sabiduría estén
dirigidas a los jóvenes en exclusiva. ¡Cualquier edad es buena para disfrutar de los
beneficios de una buena instrucción!
El patrón de enseñanza que ahí se sigue lo encontramos asimismo en otros escritos
del Antiguo Testamento, por ejemplo Deuteronomio 6:6–7, con las instrucciones que
Dios da a su pueblo: ‘Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y
diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu
casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.’ El Nuevo
Testamento también apunta al hogar como entorno idóneo para la educación: ‘Tengo
presente la fe sincera que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu
madre Eunice, y estoy seguro que en ti también… que desde la niñez has sabido las
Sagradas Escrituras’ (2 Tim. 1:5; 3:15).
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presentan similar formato y contenido. Estas charlas como de padre a hijo, o discursos
admonitorios, presentan un esquema común muy similar. Así, nos encontramos con (a)
una apelación a modo de introducción, ‘Hijo mío’, o algo parecido, seguido de (b) una
instancia a escuchar, recibir y prestar atención. A continuación, (c) se exalta la virtud
propia de la sabiduría en alguna de sus formas, animando al hijo a que se revista con
ellas. (d) El tema principal de cada discurso viene a continuación, acompañado casi
siempre, pero según el caso, de una exhortación, una prohibición o una orden. Por
último, se pone término a esa charla instructiva con una reflexión acerca de la feliz
situación del justo o el fatal destino del malvado y el necio. Un breve bosquejo de las
cuestiones en sí servirá para entenderlo mejor.
Charlas sobre el modo de evitar a los hombres perversos y las trampas de la adúltera
(2:1–22)
(a) Hijo mío (1).
(b) Acepta, presta atención, atesora, aplica tu corazón, pide mayor visión, clama por
entendimiento; busca, indaga (1–5).
(c) La sabiduría es un tesoro (4) de parte de Dios (6); protege, salvaguarda y cuida
sus riquezas (7–12).
(d) Al entender cuál es el buen camino (9), te precaverás de los hombres malvados
(12) y de la mujer adúltera engañosa (16–19).
(e) El hombre íntegro vivirá, pero el malvado será desechado (21–22).
Este es otro párrafo del que nos ocuparemos detalladamente en su momento. Hay
personas en la ciudad que pueden hacer que los jóvenes se desvíen del buen camino.
De entre ellas, destacan los de palabras torcidas y las mujeres que seducen con lengua
aduladora. Es cometido del hombre sabio, pues, advertir a los jóvenes para que los
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eviten.
Las dos secciones siguientes de Proverbios 3 son las que ‘instruyen’, siendo de
hecho el foco central de la actividad docente de la Sabiduría. La sección 3:1–12 es, en
esencia, una reflexión acerca del significado de amar en verdad a Dios; en 3:21–35, el
interés se desplaza hacia el amor al prójimo. Entremedios, encontramos uno de los
retratos de la Sabiduría (3:13–20), como sabiduría que tiene su centro y origen en Yavé,
algo ya examinado en el capítulo previo. El formato de este capítulo 3, pues, pone en
evidencia una filosofía de fondo que va a estar presente hasta el final del libro. Yavé
está en el centro de todas las cosas y sus caminos se muestran a través de la Sabiduría.
Las implicaciones de vivir según las normas de la sabiduría tienen como primer fruto
sentirnos atraídos primero por el amor a Dios, para ser conducidos después al amor al
prójimo.
El modo en que esas dos secciones encajan en el conjunto de un esquema didáctico,
de hecho muy similar a las otras secciones de instrucción, será el objeto de nuestro
análisis y de un comentario común.
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Proverbios 3:1–12
El amor a Dios, es en esencia, reactivo. El amor y la fidelidad (3) son términos
principales en el pacto entre Yavé y su pueblo. Al unísono, suscitan confianza (5), temor
(= en obediente reverencia) (7), una administración responsable de los dones de Dios
(9–10) y una disponibilidad a aprender en virtud de la disciplina (11–12).
La similitud entre Proverbios 3:1–4 y Deuteronomio 6:1–15 es un hecho que ha sido
destacado con frecuencia. Yavé es ahí el maestro e Israel es el ‘hijo’ (cf. Pr. 3:1). A Israel
se le insta a ser obediente y la recompensa será larga vida y prosperidad (cf. Pr. 3:2). Los
mandamientos de Dios han de estar presentes en su corazón, transmitidos a sus hijos,
comentados en la intimidad del hogar, atados a la mano como símbolos y sujetos a la
frente como recordatorio (Dt. 6:6–9; cf. Pr. 3:3). El pasaje correspondiente a
Deuteronomio tiene que ver con amar a Dios con toda nuestra alma con, todo nuestro
corazón y con todas nuestras fuerzas. El lenguaje de Proverbios 3:1–12 es muy similar.
Tanto en Proverbios como en Deuteronomio, la educación de los jóvenes comienza con
la convicción de la fidelidad de Dios en su pacto y un llamamiento a reconocer su
presencia en todos los caminos (Pr. 3:6).
Los beneficios de confiar en el Señor son, en primer lugar, favor y honra ante los
ojos de Dios y de los hombres (4). Dicho con otras palabras, una buena reputación de
cara al mundo; el respeto y las consideraciones que se derivan de una vida recta. En
segundo lugar, Él hará que camines por las sendas del bien (6), metáfora que tiene su
razón de ser en la construcción de las vías de comunicación (al igual que en Is. 40:3), lo
cual viene a sugerir que la confianza en el SEÑOR allanará cuantas dificultades se
presenten en la vida. Sobre esto volveremos más adelante en nuestro estudio, pero
nótese por ahora cómo se está recurriendo al lenguaje de la fe, y no necesariamente al
de la experiencia comprobable. Son muchos los ejemplos que van a ir surgiendo en las
páginas de Proverbios que avisan sobre las dificultades de la existencia. La cuestión aquí
es que al creyente se le anima a confiar en el Señor donde y cuando las cosas no estén
claras, y a no apoyarse en el propio entendimiento aun creyendo saber lo que mejor nos
conviene. El Dios que tiene el futuro en sus manos ve más allá de lo que nosotros
podemos, y el amor que fluye de su pacto es promesa de mayor y más genuina
seguridad que nuestra limitada comprensión puede vislumbrar.
Confiar en el SEÑOR, reconocerle, temerle y evitar el mal redunda en salud para el
cuerpo y fortalecimiento de los huesos. Cuerpo y huesos hacen referencia a la totalidad
de la persona, y el cuadro que se nos ofrece es el de la salud íntegra del individuo. Salud
es una palabra holística en la Biblia: estar completamente sano es sinónimo de hallarse
en la debida relación con Dios en todos los órdenes. Eso no quiere decir que confiar en
el Señor vaya a asegurar una perfecta salud física permanente; aquí y allá surgen en
Proverbios casos de enfermedad y depresión. Lo que se quiere decir en realidad es que
el bienestar espiritual, el emocional y el corporal forman un todo complementario,
pues, como seres humanos, somos unidades espirituales psicosomáticas. Y también
entraña que el andar en los caminos de Dios supone caminar en sendas de integridad
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Por muy bien intencionado que sea el creyente en su deseo de andar en los caminos del
Señor, siempre habrá algún fallo. Forma parte del amor que nos tiene el SEÑOR ejercer
esa forma de disciplina que trae de vuelta al buen camino a la persona descarriada. Esto
sería una prueba más de que la prosperidad prometida a la que se hace referencia en
los versículos previos no siempre se traduce en una vida libre de sufrimiento. El amor
corrector de Dios, como bien indica Hebreos 12:5–7, en cita de referencia, puede en
ocasiones ser ‘dificultades y disciplina’. Y justamente en este punto podemos realizar
las conexiones lógicas y nos descubrirnos diciendo tonterías. Y al igual que no se
pueden leer los versículos del inicio haciendo equivalente la vida de fe con una
existencia libre de problemas, tampoco se puede ahora hacer una ecuación entre
dificultades y correctivos de parte de Dios, como si todo sufrimiento tuviera su origen
en el pecado. El Nuevo Testamento deja esto bien claro en repetidas ocasiones como
equivalencia en exceso simplista y nada realista (cf. Jn. 9:2–3). Aun así, no deja de ser
en cierta manera muy saludable plantearse hasta qué punto nuestro entorno cultural y
nuestra iglesia han avanzado algo respecto a anteriores generaciones cuando la
ecuación entre sufrimiento y acción disciplinaria por parte de Dios era indiscutible.
Nuestras luchas y fatigas han de servirnos para aprender algo del carácter de Cristo.
En referencia a este texto, la liturgia propia de la Visitación a Enfermos dentro del
Libro Común de Oración dice así:
Estas palabras, buen hermano o hermana, aparecen en las santísimas Escrituras
para nuestro consuelo y para nuestra instrucción; para que, con paciencia y
acción de gracias, soportemos las correcciones que nuestro Padre celestial tenga
a bien hacernos, allí donde y cuando, por cualquier forma de adversidad, se
produzca su visita. Y no debería haber mayor forma de consuelo para el cristiano
que ser asemejado a Cristo mismo en sus padecimientos, sufriéndolos con
paciente resignación, así como igualmente cuantos problemas y enfermedades
nos puedan acontecer. Pues Cristo mismo no ascendió a la gloria sin antes haber
padecido aquí en la tierra en la cruz.
Proverbios 3:1–12, pues, centra nuestra atención en el amor a Dios, que es
manifestado guardando sus mandamientos (3), confiando en su guía (5–8), honrándole
con gratitud por todo cuanto poseemos (9–10) y aceptando que nos corrija (11–12).
Examinado ya el siguiente párrafo (3:13–20), líneas atrás, la Sabiduría reanuda sus
enseñanzas.
Proverbios 3:21–35
Esta sección ya la catalogamos como ‘obligaciones con el prójimo’, y está integrada
por distintas partes mínimas con sus correspondientes puntualizaciones y consejos. El
versículo 21 es una especie de introducción donde se le recuerda al aprendiz la
prudencia necesaria para mantener un juicio correcto. Los versículos 22–28 retrotraen
al lector al tema, ya contemplado, de la confianza en Yavé. Su sabiduría será fuente de
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vida para nosotros (22) y también de seguridad (23–24). No hay razón alguna para tener
pánico (25), porque Yavé garantizará tu bienestar (26). Los versículos 27–35 tratan
diferentes facetas del comportamiento social, lo que vendría a ser dinero al portador en
el negocio de la sabiduría. En primer lugar, la Sabiduría resalta la importancia de la
honestidad en los tratos y la rapidez en la liquidación de préstamos (27–28). En
términos más generales, se puede entender el versículo 27 como punto de inflexión en
el principio de la generosidad: No niegues el bien a quien se le debe, cuando esté en tu
mano hacerlo. Pero eso no es todo, pues la Sabiduría insta a que se evite caer en
conspiraciones premeditadas en perjuicio de otros (29). Es muy importante, además,
saber cómo evitar enzarzarse en disputas y peleas (30), y reconocer que los actos
delictivos nunca compensan (31). Visto todo ello de forma resumida, el hecho a
destacar es la generosidad en sus posibles vertientes. La seguridad y la protección que
proceden de Yavé (21–26) nos obligan a ser también generosos con los desposeídos de
la fortuna (ayudándoles en su necesidad) y asimismo, en otro orden de cosas, con
quienes están alrededor nuestro (actuando como pacificadores).
Los versículos que concluyen el capítulo (33–35) constituyen una especie de epílogo
a su totalidad, contrastándose la sabiduría con la locura, el escarnio y la gracia, la
bendición de parte de Dios y su maldición. Santiago cita El versículo 24 en el Nuevo
Testamento, instando a sus lectores a someterse a Dios y a mediar como agentes de paz
en la comunidad. Lo que interfiere en el camino es tanto el orgullo ante Dios como las
motivaciones egocéntricas en el trato con los demás. ‘DIOS RESISTE A LOS SOBERBIOS,
PERO DA GRACIA A LOS HUMILDES’ (Stg. 4:6).
Este versículo también aparece citado en la primera epístola de Pedro (5:6) instando
a la humildad. Que este mismo versículo se invoque en escritos dispares dentro del
Nuevo Testamento podría deberse a una familiaridad con parte de un documento
didáctico de los primeros tiempos e incluso tal vez con un ritual litúrgico. Como tema,
no hay lugar más pleno y maravilloso que el Cántico de María (Lc. 1:46–55):
Mi alma engrandece al Señor,
y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva,
pues he aquí, desde ahora en adelante todas las generaciones
me tendrán por bienaventurada.
Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso,
y santo es su nombre.
Y de generación en generación es su
misericordia
para los que le temen.
Ha hecho proezas con su brazo,
ha esparcido a los que eran soberbios en los pensamientos
de su corazón.
Ha quitado a los poderosos de sus tronos,
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pues, de ayuda repasar ahora de nuevo algunas de esas secciones, y ello con el fin de
analizar en detalle las actitudes de los detractores de la Sabiduría. Esto no es muy
diferente de las batallas que tienen que librar los padres de hoy con sus hijos
adolescentes para saber cómo reaccionar ante sus intereses y problemas, en el marco,
tal como muy acertadamente resume Erikson, de su búsqueda de una ‘identidad’
propia. Si esa tarea no se realiza con éxito, quizás por una gestión inadecuada de etapas
de crisis anteriores en el proceso del desarrollo infantil, la vida del adolescente puede
quedar marcada por lo que Erikson califica de ‘confusión de roles’. ‘¿Quién soy yo? ¿Y
cuál es mi lugar?’ Más adelante, seleccionaremos cuatro temas en concreto sacados de
estos mismos capítulos de Proverbios: la violencia en grupo, las experiencias sexuales,
la holgazanería y el rechazo burlón de los principios sostenidos por sus mayores. Como
muestra, examinemos ahora de qué modo estas charlas paterno-filiales encarnan el
problema.
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La promiscuidad sexual
Otra de las preocupaciones de unos padres responsables es el riesgo de que sus
hijos se vean apartados de la posibilidad de una auténtica realización en las relaciones
físicas con una persona por el señuelo fácil de la promiscuidad. Son repetidas las
ocasiones en estos capítulos en las que se advierte al joven de los peligros de la
adúltera. En agudo contraste con una Sabiduría que es dadora de auténtica vida, la
mujer adúltera sólo generará destrucción. La primera de sus apariciones la
encontramos en 2:16–19.
Proverbios 2:16–19
La adúltera, o mujer extraña (16), que ha abandonado a su esposo (17), trata de
seducir al joven (16), pero el camino que lleva a su casa es, en realidad, la senda que
aboca a la muerte (18–22). En un cierto nivel, este pasaje nos instruye acerca de las
tentaciones relativas al sexo con unos consejos que los jóvenes harían bien en escuchar
y poner en práctica. En otro, en cambio, nos encontramos con lo opuesto a la Sabiduría:
hay una mujer que reclama nuestra atención, pero sus caminos no conducen a la vida, y
las recompensas que ofrece acaban por destruirnos.
Ella te librará de la mujer extraña,
de la mujer extraña que lisonjea con sus palabras,
17 la cual deja al compañero de su juventud,
y olvida el pacto de su Dios;
18 porque su casa se inclina hacia la muerte,
y sus senderos hacia los muertos;
19 todos los que a ella van, no vuelven,
ni alcanzan las sendas de la vida.
La adúltera en este caso es una mujer que ha abandonado a su marido, haciendo
caso omiso del pacto de fidelidad contraído ante Dios. Con su conducta, la mujer se ha
situado fuera de la comunidad del pueblo de Dios, y la voz de la Sabiduría se hace oír
advirtiendo al joven acerca de sus mañas seductoras. Las palabras que salen de la boca
de esa mujer tienen poder suficiente para seducir al muchacho, pero el camino del
adulterio conduce a un destino opuesto al de la auténtica vida que señala la Sabiduría.
El ir tras los pasos de la mujer adúltera supone apartarse de la senda del bien y la
auténtica realización personal.
Christopher Wright es rotundo en su apreciación del auténtico fondo del calificativo
mujer extraña (según otras versiones, adúltera, mujer fácil), que encierra mucho más de
lo que a primera vista pudiera parecer. Han sido muchos los debates generados
respecto a las distintas posibilidades alternativas para ‘mujer de moral suelta’ –yendo
de ‘extranjera’ (BA) a ‘ajena al clan familiar’. Wright opina que es ella misma la que se
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Proverbios 5:1–23
(a) Hijo mío (1).
(b) Presta atención, escucha con interés (1).
(c) La Sabiduría es discreta (2).
(d) No te acerques al foco de tentación y peligro que supone la mujer extraña
(3–20).
(e) Los caminos del hombre le son del todo conocidos al SEÑOR (21); el malvado
acabó por caer en la trampa que él mismo tendió (22–23).
La mujer adúltera es el centro de interés en la sección inicial de este capítulo (1–8),
que pasa enseguida a reflexionar acerca de la suerte que le aguarda en relación a la
comunidad local (9–14). La muy hermosa sección que nos sale al encuentro en 5:15–19,
donde se exaltan las delicias de la fidelidad marital, concluye (20) con una exhortación a
evitar a toda costa el lazo tendido por la adúltera, a lo que sigue una reflexión general
acerca del juicio y providencia de Dios (21–23).
Los versículos centrales de este capítulo celebran el gozo de la fidelidad sexual. La
Biblia no oculta su alegría ante un don que procede de Dios y es para nuestro disfrute.
El placer erótico de las relaciones físicas queda ahí reflejado con un lenguaje de
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refrescante bendición. El amor del versículo 19 presupone amor carnal. Ese gozo ha de
ser disfrutado a plena conciencia por la pareja en mutua fidelidad, y es pasión que no
debe compartirse con terceras personas. De hecho, el maestro sugiere que comparado
con la plena satisfacción que se deriva de una adecuada expresión sexual dentro de una
relación de mutuo amor y fidelidad, el poder imaginar que una mujer ajena tenga algo
que ofrecer es pura insensatez.
El progreso que marca la Sabiduría en este pasaje va de la exclusividad (sean para ti
sólo, 17), al gozo (18), a la respuesta sensata (‘¿Por qué abrazar… el seno de una
desconocida?’ 20) y al juicio divino (los caminos del hombres están delante de los ojos
del SEÑOR, 21). Y todo eso, en su conjunto, viene a ilustrar lo que denominamos la ley
de la providencia moral (22–23).
Pero la Sabiduría no ceja en su empeño, e incluso, en medio de tan encantador
pasaje nos sigue advirtiendo de los peligros que entraña el trato con la adúltera. Sus
labios destilan miel, y su lengua es más suave que el aceite, pero al final es amarga
como el ajenjo (3–4). Ante tan grave peligro, no se vacila en recurrir a un lenguaje más
contundente: lo torcido, lo cruel, los gemidos, la ruina (6–14). A lo que se pone punto
final con un interrogante: ¿Por qué has de embriagarte, hijo mío, con una extraña, y
abrazar el seno de una desconocida?
La segunda mitad del capítulo 6 vuelve al mismo tema, manteniéndose idéntico
esquema de ‘instrucción’.
Proverbios 6:20–35
(a) Hijo mío (20).
(b) Guarda mis mandamientos, no abandones las enseñanzas (20).
(c) Las enseñanzas de la Sabiduría han de estar inscritas en el propio corazón y ser
como collar que adorna el cuello (21).
(d) Instrucciones para evitar el señuelo de la prostituta (23–26).
(e) La inmoralidad sexual acaba en sufrimiento, deshonra, celos, y venganza
(27–35).
Los versículos 20–25 incluyen las instrucciones que el maestro dispensa al alumno:
el mandamiento del padre y la enseñanza de la madre (20) vendrán a ser guía,
salvaguarda y conocimiento (22–23). Si obra en consecuencia, el joven estará a salvo de
la mujer mala (24): No codicies su hermosura (25). El comentario que sigue adopta un
tono más general relativo a los peligros de la promiscuidad (26–29), concluyendo el
capítulo con una comparación entre el adúltero y aquel que roba comida porque está
hambriento (30–35). Y aunque el ladronzuelo puede librarse con una sanción (31), por
muy costosa que ésta pueda ser (31), el adúltero difícilmente podrá esquivar la furia del
marido engañado (34) y tendrá que convivir con su propia vergüenza el resto de su vida
(33). ¡Qué tremendo contraste con la luz que alumbra la lámpara que porta la
Sabiduría, que ilumina y despeja el camino de la vida auténtica (23)! Mientras, la
insidiosa palabrería de la mujer inmoral anda a la caza de la vida preciosa (26).
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El autor no duda en recurrir ahora a las metáforas para transmitir mejor su mensaje.
¿Puede un hombre poner fuego en su seno sin que arda su ropa?¿O puede caminar un
hombre sobre carbones encendidos sin que se quemen sus pies? (27–28). ¡Por supuesto
que no! Así es el que se llega a la mujer de su prójimo; cualquiera que la toque no
quedará sin castigo. Ceder ante el deseo carnal conlleva un alto precio a pagar.
Tampoco es necesario que haga su aparición el SIDA o cualquier otra posible
enfermedad de transmisión sexual para tener presente las destructivas consecuencias
de la promiscuidad. El sexo sin compromiso es vivir una gran mentira.
Para que el joven pueda sortear con éxito todas esas dificultades, tendrá que poner
por obra las instrucciones que le dicta la Sabiduría y caminar por la senda de la vida
auténtica. La sección correspondiente a las ‘instrucciones’ del capítulo que sigue
abunda en el mismo tema.
Proverbios 7:1–27
(a) Hijo mío (1).
(b) Guarda mis palabras y atesora mis mandamientos (1).
(c) Las palabras de la Sabiduría han de estar atadas a la mano e inscritas en el
corazón (3).
(d) No te extravíes en los caminos de la seductora (25); sabe tentarte de muchas
maneras (6–23).
(e) Los que la siguen por las sendas de la inmoralidad se convierten en víctimas
suyas; sus caminos conducen a las cámaras de la muerte (27).
El autor continúa apremiando al joven para que haga caso del juicio de la Sabiduría
(1–4); y va a ser siguiendo esas máximas como el joven evitará caer en las redes de la
adúltera (5). Se nos ofrece ahí, además, un retrato real de las artes de las que se sirve la
adúltera para lograr su deseo (6–23), y de todo ello es veraz testigo ocular un vecino
(6). El atavío de la mujer (10), su actitud (11) y la manera en que se acerca al joven (13)
son oportunamente descritos, junto con las tentadoras ofertas que le hace (14–20). El
joven se ve arrastrado (21–23), ciego de deseo e ignorante del peligro que corre, cual
buey que va al matadero (22) o como ave que se precipita en la trampa (23); el peligro
le cerca como ‘grilletes de escarmiento para el necio’, y como ciervo que cae en la
celada, o como flecha que atraviesa las entrañas (23). Ignora por completo el alto
precio que va a tener que pagar por su error (23). El capítulo llega a su fin (24–27)
retomando el pensamiento presentado en el versículo 5 y enfatizando sus advertencias.
La tentación del encuentro sexual en la gran ciudad es algo difícil de resistir para el
joven incauto. Las prostitutas pueden ser muy persuasivas con sus palabras y sus
maneras. La satisfacción sexual inmediata tiene un gran atractivo. Pero, desde la
perspectiva de la sabiduría, esa atracción es como caer en el lazo que se le tiende al
ciervo, o precipitarse en la trampa del ave. La sabiduría quiere que el joven se vea
protegido ante semejantes peligros, evitándole al tiempo la desilusión y el desengaño
que se sigue de todo ello. La Sabiduría quiere, de hecho, que el joven viva una auténtica
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vida (2).
Una vez más, los padres del muchacho tratan de ayudarle a comprender el alcance
de sus acciones a la luz de la historia dilatada de su propia existencia, y lo que ellos
quieren es que esa historia tenga su repercusión inmediata en el presente. Es
justamente la maravilla de la intimidad física dentro del marco de un pacto de fidelidad
lo que hace necesario decir ‘no’ a todo contacto personal íntimo fuera de ese ámbito.
Estos padres no tienen miedo a marcar bien los límites. Pero sus enseñanzas no se
basan exclusivamente en prohibir: se recurre a lo aprendido por propia experiencia
para hacer entender por qué son necesarias ciertas prohibiciones. Este capítulo en
concreto nos presenta de forma muy gráfica a los jóvenes reunidos en cualquier
esquina dentro de la gran ciudad (7). El maestro estaba asomado a la ventana y ve lo
que ocurre en la calle. Uno de los jóvenes se deja convencer por la mujer y marcha en
pos de ella. Ha caído en la trampa de sus seductoras promesas, viéndose agravado el
hecho por la aparente religiosidad de la mujer, que está dispuesta a observar el ritual
de ofrendas de paz (¡con buena provisión de alimentos en su casa!), cumpliendo con
sus votos y aprovechando para satisfacer su apetito sexual al mismo tiempo.
En la iglesia cristiana actual, hay jóvenes que están dispuestos a observar la ética
sexual tradicional en sus relaciones reservándose para el matrimonio. Pero la mayoría
de ellos no saben muy bien por qué. Un tímido intento de respuesta pasaría por
retomar la importancia inherente al compromiso que entraña el pacto que estas
secciones de Proverbios ratifican. Tener una plena relación sexual con alguien supone
dar expresión física a aquello que se entiende como relación pactada –esto es, estable,
fiel, permanente. Manifestar físicamente un ‘Me entrego a ti’, retrayéndose en lo
emocional y espiritual ante un posible compromiso pactado, es vivir una gran mentira –
una especie de fractura en lo personal que acaba por agobiar y destruir lo más
preciado. Esa es la clase de argumentación que utiliza San Pablo en 1 Corintios 6 al
reconvenir a sus lectores por pensar que pueden disfrutar de una relación sexual física
con una prostituta sin que afecte en nada a lo emocional y espiritual. Eso no es así,
asevera enfático: toda relación sexual entraña un cierto grado de compromiso. El
propio cuerpo va a sufrir por verse obligado a admitir algo que el corazón rechaza.
Mejor sería decirle a la sabiduría: Tú eres mi hermana, y [llamar] a la inteligencia tu
mejor amiga (7:4) y aprender de ella un compromiso pactado que comporte auténtica
felicidad (5:18).
La holgazanería
Hay otra tentación más dispuesta a apartar al joven de los caminos de la Sabiduría:
la holgazanería. Ya lo dice con intencionada socarronería la conocida tira cómica: ¿Para
qué trabajar si se tiene la salud y el vigor necesarios para quedarse en la cama? Nada
más tentador que permanecer en el lecho, sobre todo si asusta enfrentarse a las tareas
del diario. Nada tan fácil como dilatar y posponer decisiones y acciones. Son muchas las
cosas a las que tiene que hacer frente la adolescencia: mejor eludir el asunto y dejar
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que el tiempo vaya pasando. Puede que mañana me levante y descubra que las cosas se
han arreglado solas.
La Sabiduría es plenamente consciente de la existencia de ese problema, pero lo
cierto es que si se cede terreno ante la angustia, correrán grave peligro no sólo las
cuestiones más comunes sino incluso la existencia misma. Volviendo al panorama que
nos presenta la primera parte del capítulo 6, vemos que los versículos 6–11 nos brindan
una sólida lección respecto al buen comportamiento. El mismo registro aparecerá más
adelante en el capítulo 30. La analogía se presenta en comparación con la hormiga. Las
consecuencias derivadas de la pereza y la desidia resaltan con fuerza ante la
laboriosidad incesante de la diminuta hormiga que consigue, sin que nadie haya tenido
que ordenárselo (7), hacer acopio de provisiones para un futuro incierto (8). En
contraste con esa ‘sabia’ y diligente actitud, el holgazán (6–9) que no sale de su cama
(9–10) acabará por descubrir que su pereza aboca a la pobreza (11).
Ve, mira la hormiga, perezoso,
observa sus caminos, y sé sabio.
7 La cual sin tener jefe,
ni oficial ni señor,
8 prepara en el verano su alimento,
y recoge en la cosecha su sustento.
9 ¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado?
¿Cuándo te levantarás de tu sueño?
10 Un poco de dormir, un poco de dormitar,
un poco de cruzar las manos para descansar,
11 y vendrá como vagabundo su pobreza,
y su necesidad como un hombre armado.
La pereza supone un abandono de la responsabilidad –indicativo frecuente de falta
de amor. Si se queda uno en la cama cuando debería estarse trabajando, no habrá de
sorprendernos que carezcamos de dinero y que la comida escasee o falte por completo
(11).
Con profunda ironía, el autor traza un agudo contraste entre el joven indolente e
irresponsable, dotado de un cuerpo vigoroso más que apto para el trabajo, y la
diminuta e insignificante, en comparación, hormiga, toda laboriosidad y diligencia. La
hormiga ni siquiera cuenta con un jefe que disponga y organice su tarea –a diferencia
del joven, que puede que haya incluso disfrutado de la preparación necesaria para
poder ocupar un puesto en la corte. La cuestión es que la hormiga se plantea el futuro y
se anticipa a las posibles consecuencias, almacenando provisión suficiente en el tiempo
de la cosecha para poder subsistir el resto del año cuando el alimento escasee. Los
jóvenes habrán, pues, de superar su indolencia si quieren salir bien parados del asunto,
asumiendo para ello las responsabilidades necesarias y evitando ser una carga para los
demás.
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Alumnos problemáticos
En Proverbios, nos encontramos toda una galería de personajes poco
recomendables que parecen incapaces y, desde luego, nada dispuestos a aprender de la
instrucción de la Sabiduría. Y este quizás sea el momento más apropiado para
detenernos a reflexionar al respecto. De entre todos ellos, cabe destacar al simple, al
bobo y al escarnecedor. El comentario de Kidner al respecto resalta muy
apropiadamente las características que los distinguen.
Proverbios se dirige en esta sección a los jóvenes de forma muy particular –y Kidner
abunda en sus referencias a ellos de continuo–, pero no por ello hay que pasar por alto
la medida en que incluso nosotros mismos figuramos en esa semblanza, tanto viejos
como jóvenes, mujeres y hombres por igual.
El simple en Proverbios es persona que no piensa. Kidner describe a semejante
personaje como ‘fácilmente influenciado, crédulo, tonto. Mentalmente es un completo
ingenuo (“el simple se lo cree todo, pero el prudente indaga por dónde va”, 14:15; cf.
22:3); en el terreno de lo moral, es irresponsable y caprichoso (“lo incierto de sus
caminos significará su ruina”, 1:32).’ El capítulo 7 nos muestra al ‘simple’ con meridiana
claridad, ‘joven carente de sentido común’ (7), que es fácilmente atraído por el camino
de la tentación. ‘Es persona cuya inestabilidad podría corregirse, pero él prefiere
desatender la disciplina de la escuela de sabiduría (1:22–32).’
Hay que precisar que ‘sin sentido’ significa literalmente ‘falto de corazón’, siendo
‘corazón’ ahí la sede del pensamiento ofuscado e inconstante. ‘Falto de corazón’, pues,
evidencia su absoluta incapacidad para contemplar la realidad con fundamento lógico,
de ahí joven que carece de juicio.
El bobo es más una cuestión de obstinación y tozudez. Hay en hebreo tres términos
distintos que aparecen en Proverbios traducidos como ‘bobo’, solapándose sus
respectivos significados. Kidner opina sobre el término más frecuente que el tonto ‘no
tiene noción de lo que significa la búsqueda paciente de la verdadera sabiduría: carece
de la capacidad de concentración necesaria para ello… y piensa que se puede adquirir
como cualquier otra mercancía con precio… La raíz de su problema es de índole
espiritual, no mental.’ El fondo de la cuestión es que ‘no ha optado por temer al SEÑOR’
(1:29). De hecho, es una amenaza social y fuente de preocupación y disgustos para sus
padres (17:12); 18:6; 13:20; 17:21). En cuanto a los otros términos hebreos traducidos
como ‘bobo’, uno de ellos acentúa el aspecto negativo, enfatizando su ‘insolencia
moral’, y el otro hace aún mayor su grado de estupidez.’
El tercer personaje es el del escarnecedor, que viene a poner de relieve que lo que
cuenta no es ‘la capacidad mental, sino la actitud’. ‘Es, desde luego, personaje que
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aborrece, al igual que sus compinches, que se le corrija (9:7, 8; 13:1; 15:12), y por eso,
que no por su falta de inteligencia, todo posible camino hacia la sabiduría está
bloqueado de antemano (14:6).’
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la fe y la experiencia real de vivir en el mundo creado por Dios. Algo igual a lo que pudo
haber ocurrido hace 150 años, cuando William Wilberforce se esforzaba con denuedo
por persuadir a las gentes sobre la iglesia de la maldad del tráfico de esclavos y la
urgente necesidad de abolirlo. Ahora bien, ¿es que el Antiguo Testamento condonaba
la esclavitud? ¿No exhortaba el apóstol Pablo a los esclavos a ser obedientes para con
sus amos? La Biblia nada decía acerca de abolir la esclavitud, estado de cosas que
favorecía el crecimiento económico del siglo XIX en un mercado dominado por el
capitalismo, que curiosamente había ido evolucionando a partir de la noción del trabajo
comprometido, el espíritu de ahorro y la necesidad de servir a Dios desde el puesto que
uno tenga en la vida, sea éste cual sea. Así era, al menos, cómo pensaban algunos. Pero
para Wilberforce y, sin duda, asimismo para los esclavos convertidos al cristianismo, las
ideas predominantes al respecto no cuadraban con su experiencia. ¿Iba en verdad a
tener que cuestionarse el anhelo de ser libres debido a la tradición dentro de la fe? ¿La
obediencia a las enseñanzas de las Escrituras realmente demandaba eso? ¿No sería más
bien que habría que examinar de nuevo los textos bíblicos a la luz de la experiencia?
Históricamente, el término ‘esclavitud’ ha estado asociado a los males propios de la
sociedad europea en su relación con la trata de esclavos con el continente americano y
las Antillas. En el Antiguo Testamento, la situación del esclavo era algo diferente. De
hecho, en cuanto a su práctica en el seno de la comunidad hebrea, el término ‘esclavo’,
tal como comúnmente se entiende, no era en absoluto aplicable al caso, pues el
esclavo, y el siervo o el criado, era uno más dentro de una familia amplia, y partícipe
por ello de los beneficios de una comunidad pactada (cf. Gn. 17:13). Lo distintivo de esa
institución social se hace evidente al darnos cuenta de que el pasaje más extenso sobre
la legislación al respecto, dentro del Antiguo Testamento, se ocupa de aquellos esclavos
que no quieren cambiar de estado (Ex. 21:1–6). Es más, incluso ya en tiempos de San
Pablo, en paralelo con la inaudita crueldad para con los esclavos por parte de la
sociedad griega y la romana, se seguía manteniendo la visión del esclavo como
propiedad muy apreciada que había que cuidar y proteger. Eso no quiere decir,
evidentemente, que el panorama completo de la visión de los evangelios no contemple
la abolición de una práctica que hace del ser humano mercancía de intercambio –por
supuesto que hay que hacerlo. Pero lo que realmente hay que cuestionar es el paso
simple de la práctica en el texto bíblico a una decisión drástica contemporánea. Incluso
en el ámbito de la esclavitud, va a ser necesaria una muy cuidadosa trasposición
cultural. La maldad inherente al tráfico de esclavos en el siglo XVIII exigía un repaso a
los textos correspondientes dentro del Antiguo y el Nuevo Testamento a la luz de la
nueva situación.
Hay sectores dentro de la iglesia que se hallan en pleno proceso de cambio de
enfoque similar en relación a la sexualidad del ser humano. Sesenta años atrás, los
obispos de la Iglesia de Inglaterra se sentían incómodos respecto al uso de los
contraceptivos. Los propios creyentes se encuentran divididos acerca del divorcio,
considerándolo algunos la única opción responsable viable, aunque ciertamente
dolorosa, cuando la situación de la pareja llega a un punto tal que es ya imposible
soportar. ¿Qué decir, además, acerca de las mujeres con autoridad y liderazgo dentro
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de la iglesia? Son, pues, todas esas cuestiones, y algunas otras más, a las que el
creyente no tiene más remedio que enfrentarse y procurar aplicar doctrina, dogma,
teología y sentido común a la vista de los nuevos retos. Las conclusiones a las que se
llega y las soluciones propuestas no son, sin embargo, uniformes.
Como parte de un proceso inevitable, la comunidad de creyentes se ve
continuamente enfrentada a la cuestión del método dentro del ámbito de la teología.
Hay quien se ha sentido inspirado por las experiencias y el ejemplo de la lucha del
pueblo cristiano en Latinoamérica en su rechazo visceral del método propio de la
cultura de Occidente en su paso de la doctrina a la práctica. La teología, decían ellos,
tendría que ser aplicada justo al contrario. No se trata, pues, de tener bien claro
primero nuestro entendimiento teológico y tratar luego de aplicarlo a la experiencia
cotidiana. Lo más apropiado sería aplicarse con toda honestidad a entender la
experiencia del vivir, y, en base a una reflexión crítica de la práctica, elaborar y aquilatar
posturas y modos de hablar acerca de Dios. La Teología de la Liberación surge de las
luchas sociales y de la necesidad de una auténtica liberación política. Lo que algunos
teólogos han dado en catalogar como ‘reflexión crítica teológica sobre la base de la
praxis’ –que podría resumirse como ‘un intento por comprender la realidad de la
práctica a la luz de nuestra teología, y una remodelación, donde se hiciera necesario,
del lenguaje en uso igualmente según experiencia’– ha venido a proporcionarle a la
iglesia un método diferente con el que comunicarse en relación a Dios y el mejor modo
de vivir aquí en la tierra, en ese mundo por Él creado.
De hecho, son muchos los cristianos que han empezado ya a darse cuenta de que la
tarea de elaborar esa suerte de teología que tiene que ver con la vida diaria común
supone un diálogo continuado entre la doctrina y la práctica, la tradición heredada y la
experiencia actual. Es necesario saber qué dijo Dios en su momento, en el contexto de
las vidas, la historia y la experiencia del pueblo de Dios, a la vez que necesitamos
encontrar nuevas maneras de expresar lo que Dios quiere decirnos ahora en base a
aquel entonces, y ello igualmente en relación a nuestras vidas, nuestras historias y
nuestras experiencias contemporáneas. No se trata, pues, de una cuestión de simple
‘doctrina’ o de mera ‘experiencia’. Lo que necesitamos es, ni más ni menos, una
‘teología práctica’.
En algunos aspectos, esta cuestión del método teológico tiene su paralelo en los
cambios ocurridos dentro de la filosofía de lo moral y el ámbito de la educación. El
apéndice del presente capítulo incluye un análisis más detallado de la cuestión. Como
anticipo del mismo, podría decirse que algunos filósofos están recuperando lo que
escritores anteriores calificaron de ‘razonamiento práctico’: a saber, una forma de
descubrir qué hay de cierto en el mundo a través de un pensar en la experiencia. De
forma similar, en el campo de la educación se ha venido desarrollando una
comprensión de los procesos educativos que conlleva un diálogo entre la información
recibida y la experiencia vivida.
Todo esto, pues, no dista mucho de lo que encontramos en Proverbios. Las
actividades comunes de la persona, junto con las experiencias que van sucediéndose,
salen al exterior a la luz de la fe en Dios, instándosele al lector a establecer el nexo de
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unión entre ambas. De hecho, algunos de los Proverbios nos llevan a cuestionarnos
nuestro propio comportamiento. ‘La mujer sabia edifica su casa, pero la necia con sus
manos la derriba’ (14:1). El interrogante surge de inmediato: ¿Estoy construyendo o
derribando? Acciones que pasan a ser entonces situadas en el contexto de ciertos
valores y visiones de la vida plantean: ¿Se corresponde mi comportamiento con lo
característico del sabio o con lo que define al necio? Y tras todo ello estaría el Relato
religioso relativo a los caminos de Dios y sus propósitos para este mundo. ‘El que anda
en rectitud teme al SEÑOR, pero el de perversos caminos le desprecia’ (14:2). El efecto
del Proverbio es poner de relieve nuestras acciones y nuestros valores a la luz del Relato
religioso de Dios y suscitar así el diálogo entre ambas vertientes. Eso es, pues, lo que
nos lleva a la próxima sección bajo una nueva perspectiva.
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trabajo. Perry propone que reconocer ese origen supone ganar mucho en la
comprensión de los proverbios y el modo en que operan, al hacerse evidente su función
como vehículos de análisis y vía de transmisión de valores culturales de fondo. El
supuesto del que parte Perry, pues, es algo tan razonable como que los proverbios son,
en esencia, condensación y reivindicación de unos juicios valorativos. Hay cosas que
están bien; otras, en cambio, están mal. Lo que esa estructura cuádruple (o, mejor aún,
formación en cuatro líneas) hace es sacar esos valores a la luz, ayudándonos así a
asignar debidamente nuestras prioridades.
Algunos de los Proverbios son decididamente explícitos: ‘mejor… que’. Así: ‘Mejor
es un plato de legumbres donde hay amor, que un buey engordado y odio con él’
(15:17). Que, en versión más directa y concreta, se resumiría como:
Confórmate con las legumbres y disfruta de un amor verdadero.
Codicia la carne y te encontrarás con el odio.
Vemos, pues, cuatro elementos concretos en esas líneas: por una parte, las
legumbres y la carne, y, por la otra, el amor y el odio. El proverbio da por sentado (con
perdón de los vegetarianos) que las legumbres son inferiores a la carne; y creo que
todos estaríamos de acuerdo en que el odio es menos deseable en esta vida que el
amor.
Si calificamos lo menos bueno y menos deseable de ‘negativo’ (−), y lo más
deseable de ‘positivo’ (+), el proverbio presenta el siguiente esquema:
Confórmate con las legumbres y disfruta del amor (−, +).
Busca la carne y descubrirás el odio (+, −).
El análisis de Perry pone de relieve una estructura de fondo más profunda presente
en ese proverbio. Es evidente que también hay un (+, +) y un (−, −). Algo que podría
expresarse así:
Disfruta de la carne y del amor (+, +).
Confórmate con las legumbres y convive con el odio (−, −).
El proverbio es, en este caso, un término medio entre dos propuestas dentro de una
estructura cuádruple, que nos lleva a reconocer la existencia de valores positivos como
la carne y el amor, y valores negativos como el conformismo con las legumbres y el odio
que lo acompaña. El proverbio, pues, nos está forzando a considerar los valores que en
realidad suscribimos. ¿Qué es lo que cuenta más para nosotros, la carne o el amor?
¿Estamos dispuestos a prescindir de ciertas cosas que son en sí buenas (como es el caso
con la carne), y conformarnos con algo inferior (comer sólo legumbres) con el fin de
encontrar lo mejor de todo, esto es, el amor?
Algunos proverbios parecen plantear una preferencia simple. Veamos un ejemplo
diferente: ‘Más vale el buen nombre que las muchas riquezas’. Lo cual viene a quedar
reforzado por el verso siguiente: ‘el favor, [más] que la plata y el oro’ (22:1). En
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apariencia, se hace tan sólo mención del buen nombre y las riquezas, pero bajo todo
ello se hace de nuevo evidente esa estructura cuatripartita:
Riquezas y un buen nombre (+, +).
Pobreza y un buen nombre (−, +).
Riquezas y un mal nombre (+, −).
Pobreza y un mal nombre (−, −).
Al poner al descubierto esta estructura de fondo, nos damos cuenta de que el autor
no sólo está diciendo que las riquezas y un buen nombre sean cosas por igual
deseables, sino que además nos está forzando a centrarnos en los valores relativos de
todo ello: el buen nombre es preferible incluso donde y cuando conlleve pobreza.
La enjundia del proverbio lleva implícito más de lo que se dice. Así, por poner un
ejemplo: ‘El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza para su madre’
(10:1). Evidentemente, con eso no se quiere decir que el hijo sabio no sea también
motivo de alegría para su madre, y que el necio no le cause pesar al padre. En este
esquema propuesto, vendría a quedar representado así:
Un hijo sabio es causa de alegría para sus padres (+. +).
Un hijo necio es fuente de pesar para sus padres (−, −).
Lo que de ninguna manera estaría presente sería:
El hijo sabio es motivo de quebranto para sus padres (+, −).
El hijo necio es causa de alegría para sus padres (−, +).
El aparente absurdo de tales asertos tiene su origen en nuestro hábito de leer esos
versículos como si ‘sabio’ implicara ‘causa de alegría’ y ‘necio’ motivo de tristeza. Pero
lo cierto es que puede darse la circunstancia de una acción del necio que sea motivo de
alegría (como era el caso con Esaú e Isaac), deleitándose los padres en acciones que
distan mucho de ser sabias y recomendables. El proverbio les está pidiendo a los
jóvenes que reflexionen acerca de lo que da verdadero gozo y lo que va a ser causa de
sufrimiento, al tiempo que insta a los padres a que se pregunten si en verdad se
deleitan con la sabiduría y aborrecen la necedad.
En el libro de Proverbios encontramos muchos dichos que se ocupan de las cosas
materiales y mundanas, mientras que los demás se refieren a los asuntos y valores del
ámbito religioso. Así: ‘Mejor es un bocado seco y con él tranquilidad, que una casa llena
de banquetes con discordia’ (17:1). El valor intrínseco de la concordia se coloca en
paralelo con el festín. En otros casos, los valores espirituales se contradicen o ponen en
entredicho el mérito de lo material. Muchos de los proverbios están estructurados, de
hecho, para poner de manifiesto la importancia de los valores espirituales,
demandando del lector una evaluación de sus propios valores a su luz. Así, ‘Mejor es el
lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una
ciudad’ (16:32). El guerrero y el que asalta una ciudad presentan por igual valores
positivos, pero no dejan de ser valores del mundo, y el proverbio se encarga de darles
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su justo valor. Los valores espirituales de la paciencia y el control del propio genio son
más importantes que las habilidades de un soldado.
No todos los proverbios de los capítulos 10–31 pertenecen a esta categoría, pero
muchos de ellos sí, sobre todo los que se enmarcan en la fórmula ‘mejor… que’. El
beneficio de este recurso es que obliga a establecer la comparación entre distintos
valores y posibilidades: no sólo hay que decidir qué es bueno y qué es malo, sino, y muy
en particular, qué es mejor y qué es peor. Esa última tarea se ve facilitada por la
estructura bipartita (+, −) y (−, +) dentro de la estructura cuatripartita al completo.
Son varios los autores que han analizado el contenido del libro de Proverbios en
busca de listas de valores básicos que entronquen con las escuelas de sabiduría. Perry,
por ejemplo, incluye en esa lista el trabajo, el temor a Dios, el amor, la rectitud, la
humildad, la mansedumbre, la paz de espíritu, la integridad, la franqueza, la cercanía
afectiva y la sabiduría propiamente dicha.
En la sección que sigue, partiremos de esas posibilidades, haciendo lo posible por
ilustrar los múltiples valores que adornan a la Sabiduría. Tal como señalábamos en un
principio, algunos de los detalles que percibimos en los proverbios parecen
francamente fuera de lugar en el presente siglo. Aun así, puede que sea un ejercicio
saludable poner de relieve algunos de esos aspectos. Es tarea ineludible, pues,
comparar nuestras propias historias con la Historia de la Sabiduría, poniendo a prueba
nuestra visión con la luz que irradia la visión de la Sabiduría, y permitiendo que
nuestros valores sean cuestionados por los valores de la Sabiduría. Esa sería de hecho
una de las maneras en que el mensaje contenido en Proverbios se nos haga presente y
real, poniendo así a nuestro servicio los preciados recursos de una sabiduría práctica.
La imaginación de la Sabiduría
Una de las diferencias más destacadas entre la literatura sapiencial y otros géneros
dentro de la Biblia es el uso que la Sabiduría hace de una palabra viva e inspiradora, y su
capacidad para crear imágenes. En el capítulo de apertura, por ejemplo, tuvimos
ocasión de contemplar una impactante escena de complot y asalto. El joven está siendo
tentado por sus camaradas: ‘Ven con nosotros, pongámonos al asecho para derramar
sangre, sin causa acechemos al inocente; devorémoslos vivos como el Seol, enteros,
como los que descienden al abismo; hallaremos toda clase de preciadas riquezas,
llenaremos nuestras casas de botín’ (1:11–13). Más adelante, vimos cómo los atractivos
de la adúltera se describen de forma muy gráfica: la celosía de la ventana, la esquina de
la calle al anochecer, el beso, el lecho, los perfumes, el marido ausente, la capacidad
persuasoria de sus palabras (7:6–23). La propia Sabiduría es igualmente presentada con
figuras representativas: el vocero en la calle, el constructor, al tiempo que la creación
resultante es pintada con vivos colores (8:22–30).
Sin embargo, hay otra faceta a destacar respecto a la rica imaginación de la
Sabiduría: el uso de símiles y metáforas en el conjunto de sus sentencias. Eso, tal como
tendremos ocasión de ver, es particularmente cierto en los dichos concentrados en
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algunos de los últimos capítulos de Proverbios. Es la sorpresa que causa una vívida
metáfora lo que nos choca y hace que nos tambaleemos, logrando con ello su objetivo.
Ofrecemos a continuación algunas muestras de ello.
Son varias las ocasiones en las que el valor incalculable de la sabiduría, el
conocimiento y la recta comprensión se compara con el de las joyas que adornan
tocado y garganta: ‘Su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus utilidades
mejor que el oro fino. Es más preciosa que las joyas’ (3:14–15).
Cuando el joven es alertado ante el peligro de tales mujeres, recordándosele la
necesidad de mantenerse dentro de los cauces de la moral, el maestro se sirve de la
evocadora imagen de la cisterna: ‘Bebe agua de tu cisterna, y agua fresca de tu pozo.
¿Se derramarán por fuera tus manantiales, arroyos de aguas por las calles?’ (5:15–16).
Los placeres eróticos del encuentro sexual con la esposa de la juventud evocan la
morbidez y el suave tacto de la gacela: ‘Amante cierva y graciosa gacela, que sus senos
te satisfagan en todo tiempo’ (5:19).
El uso de imágenes de animales en estas colecciones de dichos y sentencias cumple
la función de dar vida a los proverbios: la gacela, la hormiga, el cerdo, el oso, los pájaros
de distantes clases, el caballo, el perro y demás son buen ejemplo de ello. En otras
partes, son las condiciones climáticas las que dan cuerpo a las metáforas,72 mientras
que en otras la base de comparación es la comida o el aderezo.
La esposa cicatera es motivo de comparaciones muy desfavorables: ‘Mejor es vivir
en un rincón del terrado, que en una casa con mujer rencillosa… Mejor es habitar en
tierra desierta que con mujer rencillosa y molesta’ (21:9, 19). ‘Gotera continua en día de
lluvia y mujer rencillosa, son semejantes; el que trata de contenerla refrena al viento y
recoge aceite con su mano derecha’ (27:15).
Los ámbitos naturales del refinador de metales, el fabricante de herramientas, el
herrero y el arquero salen a relucir en diversas ocasiones: ‘Quita la escoria de la plata, y
saldrá un vaso para el orfebre; quita al malo de delante del rey, y su trono se afianzará
en la justicia’ (25:4–5). ‘Como arquero que a todos hiere, así es el que toma a sueldo al
necio o a los que pasan’ (26:10).
Una serie de distintas estampas se usan para advertir al necio, al haragán y al que es
presa fácil de la tentación. Así: ‘Como el que ata la piedra a la honda, así es el que da
honor al necio’ (26:8); ‘Como espino que se clava en la mano de un borracho, tal es el
proverbio en boca de los necios’ (26:9); ‘Como carbón para las brasas y leña para el
fuego, así es el hombre rencilloso para encender contiendas’ (26:21).
Hay otro punto importante a resaltar. Muchos de los proverbios son decididamente
cómicos. Y es evidente que no se espera del lector que lea este libro con exclusiva
seriedad espiritual. Algunas de las escenas que encontramos suscitan más risas que
espíritu de oración –o quizás una carcajada que acaba en oración. El cuadro de la mujer
regañona que es comparada a una gotera continua está pensado para hacernos reír por
su comicidad (27:15). Más de una sonrisa aquiescente se dibujará en aquellos que lean
que una osa sin oseznos sería más tolerable que un vecino pesado (17:12). Y habrá
quien suelte una risa nerviosa al leer la descripción del borracho en 23:29–35.
Este último pasaje nos brinda un ejemplo muy bueno de la rica imaginación de la
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que hace gala la Sabiduría, y el modo en que esas imágenes cumplen una valiosa
función educativa. La sección se inicia con seis cuestiones a las que hay que dar
cumplida respuesta –una especie de acertijo que invita al lector a que decida qué clase
de persona tiene en mente el maestro:
¿De quién son los ayes? ¿De quién las tristezas?
¿De quién las contiendas? ¿De quién las quejas?
¿De quién las heridas sin causa?
¿De quién los ojos enrojecidos? (23:29).
Viene a continuación la descripción del borracho, bebedor hasta altas horas, que no
sale del estupor que le provocan sus continuas borracheras y ese ansia nunca satisfecha
de vino especiado (30). La mera visión del rojo líquido enciende su deseo sin tardanza.
Pero, a la postre, todo se reduce a lo mismo: el vino se desliza con suavidad por la
garganta para acabar mordiendo en el estómago con furia de serpiente. El sopor
inconsciente (33), el sueño intranquilo, como hombre que padece mareos y se ve
forzado a dormir en el mástil de un barco que cabecea (34), le impiden sentir el dolor
de sus heridas (o puede ser que no le importe, 35). Nada más despertar, ya reclama
bebida. Un estado continuo de ebriedad aboca a un caso de alcoholismo. El
impresionante cuadro que esa situación compone recurre por igual a un humor ácido y
a unas imágenes chocantes para transmitir la seriedad del caso.
Todo eso nos presenta el discurrir de la Sabiduría y los recursos de su imaginación.
Ahora bien, ¿qué conclusión podemos sacar?
En primer lugar, lo que ahí tenemos es un recordatorio o un énfasis renovado en el
hecho cierto de que la Sabiduría es la celebración de los aspectos comunes de la
existencia. Nada es demasiado insignificante, o demasiado vulgar, o demasiado
prosaico, como para no poder convertirse en vehículo de unas enseñanzas sabias. El
marco de la creatividad dentro del orden natural, los mundos de los animales y las
plantas, el ámbito de la artesanía y del artista, las condiciones climáticas, el alimento y
la bebida –todo lo perteneciente a la rutina de la existencia– sirve para el propósito de
una metáfora, de un símil, una analogía, o una parábola que ponga de relieve la
Sabiduría de Dios.
En segundo lugar, es de gran ayuda tomarse en serio la imaginación. En estos
tiempos de cambios continuos en las modas y en los modos de pensar (todos esos
cataclismos ideológicos y culturales que englobamos en el concepto postmodernismo),
se nota un renovado interés en lo que puede dar de sí la imaginación. Hay hechos y
situaciones en las que parece abandonarse lo verbal para primar la imagen, sea en
televisión, en la realidad virtual o en los juegos de ordenador, abogándose entonces por
la recuperación de la imaginación creativa como defensa ante la pasividad del eterno
espectador. Pero también se da un reconocimiento más positivo de lo inadecuado de la
razón instrumental y técnica como base de nuestro entendimiento. La época de la
Ilustración, aun con todos sus beneficios, ha acabado por imponer una única forma de
comprensión, la científica racionalista. Sin embargo, es ahora que empieza de nuevo a
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reconocerse que ‘el corazón tiene razones que la razón no comprende’. Un auténtico
resurgir de This Sunrise of Wonder (‘la maravilla del asombro’). Una genuina
revalorización de la importancia y el poder de la poesía, el arte y la narrativa.
Nadie ha puesto de relieve con mayor fortuna y claridad la relación existente entre
la razón y la imaginación que C. S. Lewis. Sus trabajos de crítica literaria y apologética
cristiana por una parte, y sus afamadas Crónicas de Narnia por otra, muestran
palmariamente la tensión existente entre la razón y la imaginación, y ello de forma
primordial y consecuente en el conjunto de sus escritos. En uno de los poemas (Atenea
y Demeter) de sus primeros tiempos, antes de convertirse al cristianismo, Lewis parece
estar dando a entender que la razón, la razón práctica, es la que gobierna el alma,
actuando además como escudo protector ante el error, mientras que la imaginación
sería la parte oscura y seductora de nuestra persona y ciertamente un peligro a evitar.
Peter Schakel ha demostrado cómo su conversión al cristianismo hizo que Lewis
emprendiera un nuevo camino en el que la imaginación y razón se reconciliaban. ‘Las
consecuencias fueron una integridad absoluta, y no sólo en sus escritos, sino en su
existencia en general… pues ahora ya era capaz… de aceptar las limitaciones de un
enfoque exclusivamente racional, convirtiéndose en una persona más sosegada y
equilibrada’.
Resulta de lo más interesante constatar cómo esa armonización queda
ejemplarmente ilustrada en Proverbios en la presentación de la figura de la Sabiduría y
en las poderosas imágenes que ella misma evoca. Y eso es algo presente asimismo en
las imágenes que el propio Jesús ofrece a sus oyentes con los ejemplos de pastores,
rebaños, la tierra, el vino y el pan, ladrones que asaltan en los caminos, y diminutas
semillas de mostaza, con el fin de ilustrar la vida en el reino implantado por Dios. De
hecho, es más que probable que Jesús estuviera recurriendo al estilo de los maestros de
sabiduría en su faceta específica de enseñanza ética.
Gradualmente, la recuperación de la imaginación va abriéndose paso en el seno de
la propia iglesia cristiana. Como es lógico, necesitamos ser cautelosos. Es posible
‘imaginar’ todo tipo de cosas carentes de base en la verdad o en una realidad. La
imaginación no es lo mismo que la fantasía –y hay ciertos aspectos de una parte de la
espiritualidad contemporánea de índole peligrosamente fantástica. Necesitamos el
terreno seguro de la Palabra de Dios para ser capaces de dar respuesta al escepticismo
evidente en la siguiente cuestión: ‘¿Qué diferencia hay entre que digas que Dios te
habló en un sueño, y tu soñar que Dios te hablaba?’ La imaginación santificada está en
armonía con un intelecto santificado como facetas de una personalidad integrada. Pero
eso no tendría que ser nuevo. En el principio de la creación, la Sabiduría era deleite
para Dios: ‘Yo estaba entonces junto a Él, como arquitecto: y era su delicia de día en
día, regocijándose en todo tiempo en su presencia, regocijándose en el mundo, en su
tierra, y teniendo mis delicias con los hijos de los hombres’ (8:30–31). Y, vez tras vez,
por medio de las palabras de los sabios, la imaginación creativa de la Sabiduría hace que
sus propias enseñanzas cobren vida.
Resulta apropiado concluir estas reflexiones acerca de la imaginación trayendo a
colación la manera en que Walter Bruggemann se sirve de uno de los proverbios para
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interpretado como palabra dirigida a nuestra mente y como álbum de imágenes que
estimulan la imaginación. Y, tal como podremos comprobar en Proverbios 10–22, en
ambos casos el lenguaje operativo es el propio de Proverbios en su multiforme
variedad.
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años recientes. Y si bien gran parte de la ‘teología pastoral’ tradicional, tal como es
evidentemente el caso en la tradición reformada, consiste en la aplicación de la
doctrina de la gracia a la práctica pastoral, la ‘teología práctica’, según su línea de
desarrollo en las pasadas décadas, es de hecho un alegato a favor de un método
teológico distinto. La experiencia de Anton Boisen en sus reflexiones teológicas acerca
de su colapso mental en 1936, recogido en forma literaria en su The Exploration of the
Inner World, tuvo una tremenda repercusión en el ámbito del trabajo pastoral y la
teología práctica en Estados Unidos, así como también en los escritos de personalidades
tales como Seward Hiltner, Carroll Wise, Wayne Oates y, más recientemente, Don
Browning. Boisen abogaba de hecho por un método que se rigiese por el estudio por
casos, en un intento por integrar las percepciones psicológicas y las religiosas en su
propia reflexión teológica acerca del ‘documento humano’. Partiendo de ahí, la teología
práctica en estos autores se desarrolló en la línea de lo que Hiltner consideraba rama de
la teología ‘centrada en lo operativo’ más que ‘centrada en la lógica’ –es decir, una
forma efectiva de hacer teología según el modo de la ‘reflexión del operante’. La muy
copiosa aportación de Don Browning en este campo se evalúa mejor desde la
plataforma de una serie de libros sobre teología pastoral publicados por Fortress Press
y un escrito en particular: A Fundamental Practical Theology, donde da nueva forma a la
tarea teológica propiamente dicha a la luz de la reaparición en el ámbito de la filosofía
moral de la ‘razón práctica’.
Lo que nos plantea Proverbios, es justamente el diálogo teológico acerca de la
práctica, esto es, la reflexión del operante, dando nuevo formato a las cuestiones
morales junto con las de índole religiosa a la luz de un razonamiento práctico.
Otra disciplina en la que se mantiene activo un debate continuo acerca del método
y asimismo del contenido es, por supuesto, la educación. Ahí volvemos a toparnos con
estilos muy contrastados respecto a la educación de los jóvenes. ¿Son los niños
recipientes vacíos en los que sus sabios mayores vierten su saber? ¿O son, por el
contrario, personitas cuya limitada experiencia de la vida puede, pese a todo,
convertirse en el punto de partida para una reflexión acerca de la experiencia que
puede ampliarles horizontes y llevarles a nuevos descubrimientos?. Algunos de los
considerados ‘métodos modernos’ en la educación primaria son de hecho un
redescubrimiento del razonamiento práctico que la cultura occidental ha tendido a
perder de vista por concentrarse en formas de conocer más analíticas e independientes.
Como es lógico, hay ocasión para compartir algunos de los contenidos que son propios
del conocimiento (‘aprender lo básico’), y, por supuesto, también hay que tener
presente la importancia de un razonamiento analítico independiente. Pero igualmente
importante es la frónesis (hábito de la sabiduría práctica), que lleva a una praxis
(reflexión razonada en base a la experiencia).
Un destacado autor sobre educación cristiana, Thomas Groome, ha creado un
modelo a cinco bandas para comprender la praxis educacional, y sus encabezados
ilustran lo que supone su planteamiento. Groome comienza ‘nominando la acción
presente’. El centro de atención en esta primera instancia está en lo que de hecho
hacemos física, emocional, intelectual y espiritualmente en el curso de nuestras
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más vívidas imágenes. Va a ser necesario, sin embargo, mantenerse muy alerta dada la
naturaleza un tanto desbarajustada de estos capítulos. Pero lo cierto es que nos
perderemos la intención de muchos de sus dichos si hacemos una lectura apresurada,
cual si de prosa fluida se tratara. Compensa con creces, pues, detenerse en cada
proverbio particular, más que tratar de abarcar de una vez el texto en una lectura
unitaria.
En el último capítulo visto, tuvimos ocasión de comprobar la escala de valores que
aparece de forma implícita en la estructura misma del proverbio. Pronto se hace
evidente que unos son más importantes que otros. Así, hay valores de fondo que
podrían calificarse de ‘espirituales’ que difieren de algunos otros valores presentes que
podríamos etiquetar de ‘mundanos’. En este capítulo trataremos de señalar algunos de
esos valores de fondo que conforman el núcleo básico de las enseñanzas más sabias,
planteándonos al tiempo los valores que la propia Sabiduría refrenda y sustenta.
Sin embargo, es posible que algunas de las alternativas más pormenorizadas que se
sugieran nos dejen indiferentes o que, en el extremo opuesto, ofendan nuestro sentido
de lo moral. Así, que se diga, por ejemplo, que ‘golpea al burlador y el simple aprenderá
prudencia’, no suena bien al oído actual. Que se nos prohíba mover las lindes marcadas
por nuestros antepasados no le dice mucho al ciudadano moderno. Nuestra tarea en
esta sección no va a ser tanto comentar enseñanzas prácticas en concreto, sino más
bien poner de relieve aquellos valores que sustentan esa enseñanza aplicada. En el caso
del burlador, sería el mérito de la prudencia y la sujeción del propio carácter, y en lo
que respecta a las lindes, la consideración de los derechos ajenos y de forma especial
los del menos afortunado. Y ésta será la tarea global que acometeremos con los
capítulos que aparecen agrupados bajo el nombre de Salomón, esto es, Proverbios
10:1–22:16.
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fomenta la Sabiduría son reflejo de la índole moral del pacto del Señor, Yavé. De modo
y manera que indicar a los seres humanos, que están hechos a imagen suya, que
deberían ser reflejo de esos valores en sus vidas y en sus relaciones, no es tanto
cuestión de imposiciones arbitrarias de índole moral, sino más bien una afirmación
acerca de que en verdad hace de la existencia, y de nuestras vivencias, algo digno y
excelente. Ésa sería la realidad intrínseca de nuestra existencia.
Me vienen a la memoria libros sobre ética cristiana de años atrás en los que
primaba un enfoque del tipo ‘Instrucciones del Fabricante’. Si mi intención es averiguar
cómo sacarle el máximo partido a mi automóvil, lo primero sería leerse el manual de
instrucciones del fabricante. La Ley de Dios, se afirmaba en esos manuales cristianos, es
algo muy similar: ser genuinamente humano supone vivir según el plan previsto por el
Creador al respecto. Pero lo cierto es que yo personalmente nunca terminé de sentirme
del todo cómodo con esa formulación. En mi opinión, reducía la vida cristiana al mero
asunto de consultar el manual dónde y cuándo fuera necesario, ajustar las tuercas que
fuera preciso y pasar las revisiones oportunas. Su intención tenía mucho de mero
legalismo y parecía perder de vista la riqueza de lo desconocido y lo insondable del
misterio de la adoración, sin tener tampoco en cuenta la duras tareas de la educación y
la formación del propio carácter y una mayor amplitud en la visión, junto con el
complicado asunto, claro está, de ser en verdad persona en el tira y afloja de las
amistades y el compañerismo. Pero si algún sitio en el conjunto de la Biblia puede
ofrecer ‘instrucciones del Fabricante’, creo que son algunos de estos proverbios en
concreto, con indicación específica de las tuercas y tornillos que repasar y apretar, y la
lista completa de los puntos a tener en cuenta y revisar de forma periódica. Tres son los
temas principales que esbozan las líneas maestras del modelo e indican en términos
generales cómo debe usarse: con amor, con justicia y, sobre todo, con ‘temor del
SEÑOR’. Ésas, y unas cuantas más complementarias, serían las implicaciones generales
que examinaremos debidamente en la próxima sección, y que son lo que yo he
denominado ‘los valores de la Sabiduría’.
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hurtados, el ‘temor del SEÑOR es, en realidad, la reacción apropiada ante la autoridad y
el poder que emanan de Dios. El salmista resalta convencido que el SEÑOR se complace
en ‘los que le temen’, matizando esa descripción como ‘los que esperan en su
misericordia’ (Sal. 147:11). Este ‘temor santo’, pues, conlleva el matiz de reacción
apropiada ante el pacto establecido con el Señor, que se acerca a su pueblo con
promesas de amor y fidelidad inquebrantables, siendo conocido y honrado como Aquel
que rescató a su pueblo de la esclavitud para hacerlo pueblo suyo. Cabe, pues, que ése
sea el sentido que el autor de Eclesiastés pueda permitirse afirmar con ‘temer a Dios y
guardar sus mandamientos’ es algo que ‘concierne a toda persona’ (Ec. 12:13).
En la actualidad, se tiene la impresión de que la capacidad de experimentar un
temor reverente brilla por su ausencia. Pero lo cierto es que la pérdida de reverencia
ante Dios conduce muy rápidamente a una pérdida de respeto al ser humano que es
imagen suya, y, consiguientemente, a la creación como hechura suya. En el libro de
Peter Singer sobre la ética médica, por ejemplo, su flagrante desprecio de la ética
judeocristiana, la cual nos dio la base de poder hablar de ‘la santidad de la vida
humana’, le lleva a catalogar semejante noción como del todo inútil. Esto le hace
emprender un camino que no sólo da su aprobación al aborto y a la eutanasia como
prácticas rutinarias, sino que además condona el infanticidio de criaturas no deseadas y
nos obliga a conceder un valor superior a crías de animales bien desarrollados en
perjuicio de seres humanos con discapacidades. La ausencia de todo vestigio de temor
reverente ante el misterio de la vida humana es absoluta. Las personas quedan
reducidas a su mera fisiología animal, su capacidad de raciocinio o su utilidad social, con
lo cual acaban por desaparecer como seres individuales merecedores de un respeto.
Qué diferencia tan abismal con el reconocimiento que encontramos en el Antiguo
Testamento de la necesidad de ese ‘temor reverente’ como reacción apropiada ante
todo cuanto Él ha hecho.
Este tema, pues, aparece reforzado continuamente en el libro de Proverbios, como,
por ejemplo, en el capítulo 14. La persona que teme al SEÑOR se nos muestra
caminando con la cabeza bien alta, por un sendero firme y recto, sabiendo hacia dónde
se dirige; y todo ello en agudo contraste con quienes andan a escondidas apostados en
los recovecos del camino (14:2). Y está también la persona que se siente segura
parapetada en su confianza en Dios (14:26): el temor del SEÑOR desecha todo otro
posible temor. Nótese ahí, pues, el marcado contraste entre las imágenes de 14:27: ‘El
temor del SEÑOR es fuente de vida, para evadir los lazos de la muerte.’ Está la fuente –
refrescante, satisfactoria, hermosa y dadora de vida–, y está la trampa insidiosa y
oculta, destructiva en su empeño, motivo de dolor.
La reiteración del ‘temor del SEÑOR’ es el tema de fondo de la composición en su
totalidad. Hubbard sugiere que ‘el temor –de – el – SEÑOR’ recuerda las cuatro notas
que marcan el comienzo de la Quinta Sinfonía de Beethoven. El resto del capítulo 14
gira alrededor de este tema principal. Destaca en este capítulo, además, la cuestión de
la autodisciplina y el autocontrol. Así, por ejemplo, el lector debe evitar las
conversaciones insulsas (14:3) y buscar en su lugar la vía de la sensatez en la verdad
(14:5); evitar el genio vivo (14:17) y fomentar la amabilidad en el trato (14:21). ‘Un
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corazón apacible es vida para el cuerpo’, y ‘El que se apiada del necesitado le honra’
(14:30–31) –en otras palabras, la salud personal y la sanidad social se entrecruzan de
forma constante en este capítulo con una alusión al temor al SEÑOR. La obediencia
reverente a Dios supone andar en los caminos de la sabiduría, que es la senda que
verdaderamente lleva a la salud personal y a la plena manifestación de las potencias del
ser humano.
Al pasar al capítulo 15, junto con una ojeada anticipatoria a los capítulos 16–22, el
hilo conductor es una vez más la figura y el carácter del SEÑOR’. En un punto en
concreto (15:16), se utiliza la expresión ‘el temor del SEÑOR’: ‘Mejor es lo poco con el
temor del SEÑOR, que gran tesoro y turbación con él’; aunque, sin embargo, pronto se
ve reducida a simplemente ‘el SEÑOR’. La cuestión no es, pese a ello, que la vida ocurra
bajo el ojo atento y vigilante de Dios, que todo lo ve, estando, pues, al tanto de lo malo
y de lo bueno (15:3), sino que el perfil moral del carácter de Dios determina el modo en
que calibra nuestra forma de vivir. Así, por ejemplo, mientras que al SEÑOR no le
agradan ‘los sacrificios ofrecidos por los perversos’, se complace en las oraciones de los
que andan en ‘rectitud’ (en el camino correcto ante Dios) (15:8), y para ellos es su amor
(15:9). Ante Dios, el corazón humano se muestra en su auténtica realidad (15:11).
La sección de apertura del capítulo 16 también se centra en el SEÑOR, con su
correspondiente resumen en el versículo 9: ‘La mente del hombre planea su camino,
pero el SEÑOR dirige sus pasos.’ Los versículos ahí comprendidos tienen que ver en su
práctica totalidad con Yavé. El énfasis recae en la absoluta soberanía de Dios en relación
a los asuntos del hombre (16:1). Él entiende los motivos de las personas (16:2) y
recompensa a todos cuantos se vuelven a Él en obediencia en todos sus caminos (16:3).
La creación toda –incluso en lo que atañe a los de perverso camino– está sujeta al
gobierno divino (16:4). Él se encargará de castigar al altivo (16:5), apartando de la
prueba a los de corazón contrito y manifiesta fidelidad (16:6), otorgándoles su paz
(16:7). Cuánto mejor, pues, vivir desde un principio en rectitud (16:8), bajo el cuidado
providencial de Dios (16:9). Hay abundancia de bendición para los que confían en el
SEÑOR (16:20), y suyas son ciertamente las decisiones últimas en esta vida (16:33).
Saber que se puede depositar esa confianza absoluta en Dios es motivo de gran
consuelo y esperanza en un mundo incierto. El nombre de Yavé tiene la fuerza de una
torre de refugio que sirve de amparo para los que están en un aprieto (18:19). Los
planes y propósitos de Dios son los que en definitiva prevalecen (19:21), y no hay
facultad humana que no sea don de Dios dentro del marco de su creación (20:12), no
hay acción que escape a su providencia (20:24). Su luz escudriña los recovecos del
corazón humano (20:27) y sopesa sus intenciones (21:2). Ni siquiera el rey está por
encima de esa soberanía (21:1). No ha de extrañarnos, pues, que lo más excelente sea
andar en los caminos de lo justo y lo recto (21:3). ‘No vale sabiduría, ni entendimiento,
ni consejo, frente al SEÑOR’ (21:30). Incluso en el fragor de la batalla podemos contar
con la ayuda necesaria, pues, sin lugar a dudas, ‘la victoria es del SEÑOR’ (21:31). Todas
y cada una de las facetas que componen la existencia están relacionadas con la
confianza depositada en el SEÑOR en virtud de la fe.
Ése es el esquema que encontramos continuamente en el Antiguo Testamento. El
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El amar
Señalábamos en su momento que el SEÑOR nos conduce al debido respeto y
reverencia a Dios y a lo que Él ha hecho. Una de las palabras clave de Proverbios usada
para describir esa actitud es justamente ‘amar’ a alguien.
Al menos dos docenas de veces en el curso de estos capítulos, destacan los distintos
autores el amar como uno de los principales valores sustentados por la Sabiduría. Los
dos textos clave en el Antiguo Testamento, que el propio Jesús utiliza en su resumen de
la ley de Dios, son precisamente los dos mandamientos relativos a amar a Dios con toda
el alma, con todo el corazón, con toda la mente y con todas nuestras fuerzas (Dt. 6:5), y
amar al prójimo como a nosotros mismos (Lv. 19:18). Esos dos textos no sólo son uno
de los momentos más gloriosos y elevados respecto a las enseñanzas morales del
Antiguo Testamento, sino que además resumen en esencia todo lo que tiene que ver
con la Ley en esos escritos. En las comparaciones entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento, suelen ser habituales los estereotipos, adjudicando al primero una actitud
de enjuiciamiento y continuo saldo de cuentas pendientes, mientras que en el segundo
el amor a los demás y la misericordia sería la pauta. Pero lo cierto es que eso no es en
absoluto así. El amor al prójimo es una norma tenida tan en alta estima en el Antiguo
Testamento como lo es en el Nuevo, y ello porque el amor es justamente la cualidad
distintiva del pacto del Señor. En feliz verso de Charles Wesley, ‘Señor, tu Nombre y tu
Naturaleza, amor puro son’. Proverbios subraya de hecho el término, mostrando el
amor práctico en distintos contextos.
Nuestra tarea ahora consistirá en presentar algunas de las maneras como
Proverbios explora el significado de amar, analizando en primer lugar la relación entre
el amor y la fe, después entre la generosidad y la amistad, y el nexo de unión que
Proverbios establece entre el amor y la disciplina. Para finalizar, examinaremos las
diferencias entre el amor y el odio.
El amor y la fidelidad
Una de las complicaciones que presentan nuestras habituales traducciones es que
hay un cierto número de términos en hebreo que suelen traducirse a nuestra lengua
como ‘amor’. En ocasiones, los distintos significados se superponen; en otras, el matiz
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‘amor del corazón’ (aheb), que tiene su razón de ser en un compromiso pactado.
Ése es el amor que se promete en los votos de la boda. Es amor que ha de
permanecer y persistir a pesar de posibles fluctuaciones en los sentimientos y el cambio
que pueda operarse en el aprecio de la otra parte. El amor hesed es un don de Dios por
pura gracia. Hay otras posibles clases de amor que hacen referencia al cariño de una
amistad, de una emoción e incluso a la atracción erótica. Esa clase de amor con deseo
está sujeta a oscilaciones. Lo que mantiene firme una relación de amor es el afecto
hesed.
Los proverbios son de hecho ilustrativos de la estrecha relación que existe entre el
amor y la fidelidad en 14:22: ‘misericordia (heded) y verdad recibirán los que planean el
bien’. Afirmación de la que ya teníamos conocimiento por 3:3–4: ‘La misericordia y la
verdad nunca se aparten de ti, átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón.
Así hallarás favor y buena estimación ante los ojos de Dios y de los hombres’. (La
palabra que traduce ‘fidelidad’ es met, significando confianza, fidelidad y verdad.)
El cuadro que se nos presenta es el de una persona que se adorna con guirnalda de
amor alrededor del cuello, y ello ni mucho menos como amuleto o para repeler posibles
encantamientos, sino como medallón o cadena que actúa como recordatorio constante.
Cuando Judá se encontró con Tamar, Génesis 38, ella pide como ‘prenda’ de su
promesa su ‘su sello, su cordón y su báculo’ (Gn. 38:18).
El segundo cuadro es un recordatorio del hecho de que los Diez Mandamientos
fueron grabados en tablas de piedra. Ahora, el amor y la fidelidad están grabados en el
corazón, una imagen similar a la utilizada por Jeremías cuando habla de inscribir la ley
de Dios en sus corazones (Je. 31:33), y quizás también en Deuteronomio 6:4–9, con sus
referencias al modo en que el pueblo ha de tener presentes los mandamientos de Dios:
Escucha, oh Israel, el SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR uno es. Amarás al SEÑOR
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tu fuerza. Y estas
palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las
enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando
entres por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las atarás como
una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las escribirás en los
postes de tu casa y en tus puertas.
El amor y la fidelidad son reacciones apropiadas con Dios y con nuestro prójimo. Es
el carácter de amor fiel en autoentrega de Dios lo que se hace patente en la persona de
Jesucristo. Y es asimismo esa cualidad de amor expresado en fidelidad la que está
presente en el carácter de la Sabiduría en de Proverbios.
Amor y generosidad
Una de las formas en las que Proverbios indica que el amor debería ser expresado
es en activa generosidad o, en su contrapartida, en la evitación de la avaricia. Son varias
las ocasiones en las que Proverbios resalta las nefastas consecuencias de la avaricia:
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‘Perturba su casa el que tiene ganancias ilícitas, pero el que aborrece el soborno, vivirá’
(15:27). El cuadro que ahí se nos ofrece es el de una familia oriental en la que el dueño
de la casa tiene la tentación de servirse de medios ilícitos para enriquecerse. Los
sobornos estaban a la orden del día, pero en este proverbio en concreto se hace
hincapié en las alteraciones de índole social que provocan. Lo opuesto a acumular como
rapiña es la actitud generosa. De igual forma, ‘El que vive aislado busca su propio deseo,
contra todo deseo se encoleriza’ (18:1).
En el polo opuesto, se hace evidente que el amor se manifiesta en la ausencia de
egoísmo y en una patente generosidad. La generosidad conlleva bendición, ‘El alma
generosa será prosperada, y el que riega será también regado. Al que retiene el grano,
el pueblo lo maldecirá, pero habrá bendición sobre la cabeza del que lo vende’
(11:25–26). En esa suerte de amor generoso habrá beneficios para el que lo practica: ‘La
dádiva del hombre le abre camino, y lo lleva ante la presencia de los grandes’ (18:16).
‘Muchos buscan el favor del generoso, y todo hombre es amigo del que da’ (19:6).
Creo que fue el teólogo Paul Ramsey el que centró la cuestión en términos de dos
preguntas clave. Una de ellas sería: ‘¿Qué estaría bien?’ Pero la pregunta netamente
cristiana es todavía más importante: ‘¿Para quién va a ser ese bien, para mí o para mi
prójimo?’
El amor y la amistad
Son varias las ocasiones en las que el amor es relacionado con una muy preciada –y
con frecuencia desatendida– virtud, la amistad. Según Ralph Waldo Emerson, ‘El amigo
puede catalogarse como una obra maestra de la naturaleza’. Absolutamente todo el
mundo, afirma, busca tener amigos. Sabemos, desde luego, cuán maravilloso puede
llagar a ser la experiencia de una auténtica amistad, y lo triste que es no tener amigos.
Tal como escribí yo mismo en cierta ocasión, resulta sorprendente la escasa
atención prestada a la ‘amistad’ en el pensamiento cristiano contemporáneo. Los
diccionarios temáticos y los tratados sobre ética y teología se ocupan profusamente de
de las distintas cuestiones sobre el amor y el sexo, pero muy poquito de la amistad. Sin
embargo, cuando lo comparamos con el modo en que el cuarto evangelio habla de la
relación de Jesús con sus discípulos, es algo que nos deja perplejos. ‘Yo os he llamado
amigos’, dice Jesús. El término que se emplea ahí para amigo tiene que ver con la
manera en que San Juan se refiere al amor, en contraste con la esclavitud. ‘Ya no os
llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado
amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre’ (Jn. 15:15).
Al igual que los rabinos hablaban de los judíos como ‘amigos de Dios’, así
considera Jesús amigos a los discípulos, dignos de su confianza, confiando ellos
en su palabra, respetando su voluntad, considerando esa mutua amistad
respuesta apropiada al amor de Dios. Hay una libertad, una intimidad, una
cualidad misteriosa y trascendente, en la que impera el amor como rasgo
principal y distintivo entre amigos. Y suele ser en la relación con nuestros amigos
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El amor y la disciplina
En algunos casos, se relaciona en Proverbios el amor con la necesidad de una
disciplina, para recordar que el amor y el perdón no han de ser blandos. A veces, hay
que tomar decisiones extremas y dolorosas ante hechos condenables, y ello con el fin
de restablecer a su forma primitiva unas relaciones rotas. ‘¡Que vuelva la vara!’, dicen
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con grandes titulares los periódicos sensacionalistas. ‘Los padres creen que el castigo
corporal tiene su razón de ser’; ‘Maestro sancionado por pegar a un alumno.’ Sacar a
colación el tema del castigo físico en un debate es recurso seguro para caldear el
ambiente. La ‘brigada de la ley y el orden’ contempla el castigo como algo merecido,
perdiendo de vista a menudo la función rehabilitadora del mismo. En el otro extremo,
los enfoques ‘humanistas’ se centran de tal manera en la prevención y en la
modificación de la conducta, que la cuestión del castigo se deja con demasiada
frecuencia a un lado. El Antiguo Testamento suele traerse a colación como ejemplo de
justicia retributiva que deja a un lado el interés en la persona, pero que aquel que se
preocupe por los demás hará bien en olvidar.
Pero lo cierto es que todas esas posturas son parciales tanto en su enfoque como en
su análisis de los textos. Es verdad que el Antiguo Testamento contempla el concepto
de la justicia retributiva. Deuteronomio deja bien claro que la pena de muerte es
relevante en toda infracción de los Diez Mandamientos, si bien no está ni mucho menos
tan claro con qué frecuencia se llevaba a la práctica. Es evidente que, a tenor de
diferentes condiciones sociales (ausencia de prisiones de alta seguridad, por ejemplo),
resultaban apropiadas distintas respuestas prácticas según la época dentro del seno del
pueblo de Dios. Pero el concepto de justicia mediante castigo dentro del Antiguo
Testamento es mucho más rico que lo que el término ‘retribución’ parece dar a
entender. Hay mucha disciplina paterna que puede sonar dura al oído moderno (cf. Dt.
21:18–19), pero en la actual actitud dentro de la cultura occidental que incurre en claro
abandono de responsabilidad de los padres, lo que tampoco puede ser bueno. En
Proverbios, por ejemplo, la cuestión de la disciplina paterna, con inclusión de castigo
físico, es tratada en el contexto de un amor responsable y real: ‘El que escatima la vara
odia a su hijo, mas el que lo ama lo disciplina con diligencia’ (18:24).
Creo que merece la pena hacer una pausa para indicar que la lex talionis (‘ojo por
ojo’) nunca es en el Antiguo Testamento excusa para una carnicería salvaje, tal como a
veces se dice, sino manifestación de genuina equidad. Es instrucción expresa para que
el juez estime con ecuanimidad lo que sea justo y apropiado como sentencia, y nunca
jamás como condonación de una vengativa reacción personal. No hay prueba alguna en
todo el Antiguo Testamento de que esa posibilidad de justicia en paridad fuera de
hecho llevada a la práctica (otro ojo a cambio de un ojo, un diente en compensación
por la pérdida del propio, etc). Su función iba más bien en la línea de una declaración de
principios de justicia en exactitud: el equivalente de condena en justa proporción con el
delito. El castigo deberá ir siempre en proporción a la transgresión. Este principio se
perdió en el seno de la justicia del Reino Unido cuando un hombre podía perder la vida
por robar una oveja. Y sigue perdido en la actualidad cuando, con feroz práctica
jurídica, se dicta dura sentencia en total desproporción (condenas a muchos años de
cárcel por hurto en un comercio), o cuando la benevolencia judicial dicta sentencia
inferior a la que el delito requiere (una sentencia de pocos meses por violación o por
muerte provocada por conducir en estado de embriaguez). Era responsabilidad del juez
en el Antiguo Testamento –y lo sigue siendo en la actualidad– determinar cómo han de
ser aplicadas leyes y principios en justicia y equidad según el caso.
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El amor y el odio
En ocasiones, Proverbios presenta el amor en contraste con el odio, afirmándose de
hecho que ‘el amor cubre todas las transgresiones’ (10:12). Así, mientras que el odio se
alimenta de la discordia, exacerbándola, el amor ‘cubre la ofensa’ (según acertada
versión), y no porque la condone, sino porque sabe dónde hunde sus raíces. El apóstol
Pablo así lo expresa en 1 Corintios 13:5–7: el amor ‘no guarda rencor’ y ‘no toma en
cuenta el mal recibido’ y ‘no se regocija en la injusticia’. Precisamente, el versículo
mencionado de Proverbios es citado en 1 Pedro: ‘Sobre todo, sed fervientes en vuestro
amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados’ (1 P. 4:8). El
Nuevo Testamento da mucha más consistencia al significado del perdón, que no sólo
cubre los pecados, sino que provee los medios para que su penalización sea cumplida y
las heridas abiertas cicatricen. La misma idea se hace manifiesta en el otro sentido en
Proverbios 17:9: ‘El que cubre una falta busca afecto, pero el que repite el asunto
separa a los mejores amigos’ (cf. Asimismo, 19:11). Este pensamiento va paralelo al
punto álgido de la profecía del Antiguo Testamento, en el siglo VIII a. C.: ‘¿Qué Dios hay
como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía del remanente de su
heredad?’ (Mi. 7:18). La Sabiduría ensalza el amor misericordioso, que perdona y da
nueva vida.
La justicia
Resaltábamos, en su momento, el modo en que cualidades tales como el amor, la
fidelidad, la justicia y la rectitud se funden a menudo en una, configurando el carácter
del Señor del pacto. Y decíamos también que hay que aclarar que, cuando se usa el
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término ‘justicia’, tal vez estemos empleando tan sólo una fracción mínima de la
riqueza que encierra ese concepto en el Antiguo Testamento. La justicia de Dios se
ocupa de forma primordial del modo de vida que ha de caracterizar al pueblo de Dios, y
ello justamente por corresponderse con la esencia de la rectitud inherente al carácter
de Dios. En un cierto sentido, pues, hemos de permitir que nuestra muy humana
concepción de la justicia sea corregida y transformada por aquello que podríamos
denominar ‘justicia divina’. Una vez dicho esto, hay mucho en Proverbios que nos ayuda
a penetrar en lo que la justicia significa en la práctica: la expresión social y política de un
genuino ‘amor al prójimo’.
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que el Jubileo figura tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento como tiempo
de liberación para los pobres y los oprimidos. Cabe entonces traer a colación Levítico
25:8–55, donde se nos informa acerca de la protección prestada en forma de
arrendamiento de la tierra para prevenir la acumulación de riquezas en manos de unos
pocos, asegurando así un reparto más equitativo de los recursos y la liberación de los
esclavos. En Lucas 4:18–19, el Jubileo (‘año del favor del SEÑOR’) se relaciona con ‘las
buenas nuevas para los pobres’. El Papa Juan Pablo II se hace eco del asunto cuando
dice:
El año jubilar estaba destinado para restablecer la igualdad entre todos los hijos
de Israel, ofreciéndose así nuevas posibilidades a las familias que hubieran
perdido sus posesiones e incluso su libertad personal. Pero, por otra parte,
además, el año jubilar era recordatorio para los ricos de que llegaría un tiempo
en el que sus esclavos israelitas volverían a ser sus iguales y podrían reclamar
sus derechos. Así, según el calendario preestablecido por Ley, era obligado
proclamar el correspondiente año jubilar con el fin de asistir al pobre en su
necesidad. Eso era lo que se esperaba de un gobierno justo. Justicia que, según
la Ley de Israel, consistía sobre todo en la protección de los débiles.
El Papa añade a todo eso sugerencias prácticas respecto a posibles formas con las
que los creyentes habrían de prepararse para la celebración del Gran Año Jubilar, y ello
tanto fuera como dentro de la iglesia, exhortando a hacer un esfuerzo en serio para
cancelar la deuda externa del Tercer Mundo:
De ese modo, en el espíritu que alienta en el Libro de Levítico (25:8–12), los
cristianos tendrán que dejar oír su voz a favor de los pobres del mundo,
proponiendo el Jubileo como tiempo apropiado en el que reflexionar, entre
otras cosas, acerca de una reducción sustanciosa, si no incluso la total
cancelación, de la deuda internacional que amenaza muy en serio el futuro de
tantas naciones.
Uno de los rasgos más notables que caracterizan a Jesús en su ministerio de
curaciones es que con frecuencia salvaba el abismo de separación existente entre los
desheredados de la fortuna y el resto de la sociedad. Él se atrevía a tocar a los
intocables: el hombre que padecía lepra, el cuerpo de un muerto, la mujer con flujo de
sangre. Todos cuantos eran considerados impuros, inaceptables y condenados a muerte
en vida, ésos eran los que recibían ese contacto físico que daba vida.
El cántico de María ante el nacimiento de Jesús, el Magnificat, celebraba
justamente ese glorioso hecho, tal como recordábamos en un capítulo anterior:
… ha esparcido a los que eran soberbios en los pensamientos de su corazón. Ha
quitado a los poderosos de sus tronos; y ha exaltado a los humildes. A los
hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos
vacías. (Lc. 1:51–53)
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que pueda tener la conciencia tranquila ante la situación de la economía global: el cada
vez mayor abismo de diferencia entre naciones ricas y pobres, la necesidad de que las
naciones ricas mantengan a flote a las pobres, la extensión del hambre en el mundo, la
malnutrición de millones de personas, y la cada vez más exorbitante deuda económica
del Tercer Mundo. Más cerca de nosotros, resulta irónico que, según se desprenden de
ciertos informes, hay municipios en Londres donde el promedio de ingresos gastados en
la Lotería Nacional es cada vez mayor –sobre todo cuando el ‘bote’ acumulado es
sustancioso–, mientras que, de forma simultánea, el promedio de ingresos gastados en
frutas y verduras, alimentos básicos en una dieta saludable, está disminuyendo de
forma alarmante. Hay, por supuesto, quien ha visto cambiada su vida por ganar a la
lotería (sobre todo, los propios organizadores, junto con unos pocos ganadores
millonarios), pero son muchos, muchísimos más, los que han visto cómo su situación
económica se deterioraba gravemente por ese gasto prescindible. Así, son numerosas
las instituciones caritativas que han visto reducidas a la mitad las aportaciones por
donativos, mientras que son asimismo muchísimas las gentes pobres a las que se les ha
engatusado con la esperanza del premio y poder salir así de la pobreza, gastando de sus
pocos ingresos más de lo que podían.
Necesitamos oír, a título personal y nacional, las palabras del sabio: ‘El que cierra su
oído al clamor del pobre, también él clamará y no recibirá respuesta’ (21:13); ‘El
generoso será bendito, porque da de su pan al pobre’ (22:9). ¿Por qué razón? ‘El rico y
el pobre tienen un lazo común, el que hizo a ambos es el SEÑOR’ (22:2).
encarnara la justicia en su persona (16:10), puesto que la justicia es factor esencial para
su continuidad en el trono (16:12).
La justicia, recordamos nosotros, es parte del carácter esencial de Dios. En última
instancia, es un Dios que impone la justicia en el mundo: ‘No digas, “Yo te haré pagar
por este mal”. Espera en el SEÑOR, y Él te librará’ (20:22). Este tema lo trata el apóstol
Pablo en su epístola a los Romanos (12:19–21), donde, tras hablar de la importancia del
amor que cumple con la ley de Dios, les recuerda a sus lectores: ‘Amados, nunca os
venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: MÍA ES
LA VENGANZA, YO PAGARÉ, dice el Señor. Así, y justamente al contrario [continúa San
Pablo, citando Proverbios 25:21–22]: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si
tiene sed, dale de beber. Al hacer esto acumularás ascuas sobre su cabeza.” No os
dejéis ganar por el mal, sino venced el mal con el bien.’
‘El cumplimiento de la justicia es gozo para el justo, pero terror para los que obran
iniquidad’ (Pr. 21:15).
en la lectura de los Salmos para toparnos enseguida con un tono muy distinto. En el
Salmo 73, por ejemplo, el salmista se pregunta la razón de que los malvados parezcan
estar saliéndose con la suya sin tener que, aparentemente al menos, pagar por ello. ¿Se
habrá acaso mantenido limpio el justo en vano? ¿Está realmente Dios a favor del justo?
Hace falta una visita previa al santuario del Señor antes de poder ver las cosas bajo una
nueva luz. Partiendo de unos valores eternos, se puede discernir el auténtico caudal de
vida eterna real, haciéndose evidente entonces que el camino de los impíos desemboca
en muerte (Sal. 73:23ss). A la vista de todo eso, viene a la mente que el Salmo 1 es en
realidad una confirmación de la fe: algo que se mantiene a pesar de que –o sobre todo
si– Dios no parece estar observando nuestras idas y venidas (Sal. 1:6). Así, cuando el
techo parece ir a desplomarse sobre nuestras cabezas, por un examen fallado, una
enfermedad grave que hace su aparición, o un despido laboral inesperado, el Salmo 1
nos reafirma en la esperanza que conlleva la fe –Dios sí está atento y sí que le interesan
nuestras idas y venidas. El Salmo 73 nos pone al tanto de cómo nos sentimos en
situaciones así.
Necesitamos ser cuidadosos, pues, a la hora de leer Proverbios: evidentemente, no
siempre discurren las cosas por los cauces que pudiéramos pensar de antemano. Y es
innegable, además, que todo proverbio encierra en sí una contrapartida. Habrá casos
en los que sea necesario elaborar contenidos a la luz de unos valores eternos, pero,
pese a ello, seguirá siendo necesario tener en consideración la naturaleza propia de un
proverbio. No se puede decir sin más que sean hechos constatables, sino más bien
recursos didácticos para nuestra formación. En dichos de gran enjundia, y con palabras
ciertamente memorables, su contenido nos sacude y nos lleva a la reflexión para
contemplar las cosas de siempre bajo una nueva e insólita perspectiva. El libro de
Proverbios presenta una amplia variedad de ejemplos que, a primera vista, podrían
parecer afirmar cosas muy distintas. Sin embargo, al igual que en el habla secular
podemos decir que ‘un poco de ayuda nunca es estorbo’, también decimos que ‘a
menos bulto, mayor claridad’. La lengua hebrea cuenta con idénticas posibilidades y, en
el caso de los proverbios, no hemos de esperar tanto afirmaciones explícitas como
percepciones más profundas de una realidad evidente que nos sirvan para ir más allá de
los cauces habituales de nuestro discurrir. Lo que se espera de nosotros es que nos
pongamos en la situación que plantea el caso y lo contrastemos según propia
experiencia: ¿Afecta eso a mi vida en la forma que ahí se dice? ¿Estoy en la debida
relación con Dios, o tiene Él algo que demandarme? ¿En qué situación me encuentro de
cara a la eternidad?
El carácter: un resumen
Los Proverbios, pues, ponen a nuestra disposición una serie de valores conducentes
a una vida correcta y próspera. El ‘temor del SEÑOR’, el amor y la justicia están en la
esencia misma de los caminos de la Sabiduría. Andar por sus caminos supone llevar una
vida que será reflejo de la sabiduría propia de Dios.
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Una persona así, podría decirse, es una ‘persona con carácter’. Su vida se distinguirá
por cualidades que todo el mundo aprecia: veracidad, fidelidad, amor, justicia. El
término ‘integridad’ proviene de una raíz que significa ‘entero’
- sugiriéndose con ello una plenitud de esencia personal. Los valores distintivos de la
Sabiduría nos proporcionan en fundamento sobre el que construir un carácter en
santidad.
Uno de los llamamientos que se le hace al cristiano es a crecer en base a la persona
de Cristo (Ef. 4:13). El apóstol Pablo afirma ser su propósito, como ministro del
evangelio, proclamar a Cristo, ‘amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos
los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en
Cristo. Y con este fin también trabajo, esforzándome según su poder que obra
poderosamente en mí’ (Col. 1:28–29).
¿Cómo se crece, pues, en ese carácter distintivo del cristiano? Pues en respuesta al
amor de Dios, con lo cual estamos hablando ahí de una comunión fraternal dentro de la
comunidad de creyentes, ya que ha de ser ‘junto con todos los santos’ como podamos
llegar a captar la inmensa profundidad de ese amor (Ef. 3:18). Es un carácter que va
formándose mediante la práctica de la obediencia cristiana. Las personas
auténticamente ‘maduras’ son descritas como aquellos que ‘por la práctica tienen los
sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal’ (Heb. 5:14). Es, en esencia, un don
de Dios que se nos invita a recibir: ‘Mas por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el
cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención’
(1 Co. 1:30).
Fue Santo Tomás de Aquino el que aplicó a la teología el concepto de ‘opción
fundamental por el fin último’. A este respecto, Bernard Haring dice así:
Tan sólo si la persona sabe dónde dirigirse en su caminar, puede examinar los
distintos caminos que conducen a ese lugar. Partiendo de una noción diáfana de
vida ‘en Cristo Jesús’, hará su aparición una libertad y fidelidad creativas que
den forma y contenido al propio carácter, a la postura que se tenga, a la actitud
que se adopte, a las acciones que se emprendan y a la clase de relaciones
personales que se vayan a cultivar.
Proverbios dice algo muy similar, aunque obviamente en referencia a la Sabiduría
antes que (tal como Haring sí hace) a Jesús –en quien, muchos siglos después, la plena
Sabiduría de Dios vino a hacerse realidad encarnada.
Amor
Lumbre Inmortal, que tu grande llama
esta menor atraiga hacia sí: permite que estos fuegos
que el mundo habrá de consumir, antes lo domestiquen;
prende en nuestros corazones anhelos tan sinceros,
que consuman los deseos, y te abran camino a ti.
Querrá entonces el corazón nuestro presencia tuya tener;
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y nuestra mente
toda invención suya ante tu Altar traer;
será entonces cuando el himno fuego tuyo nos transmita:
Ojos ciegos, por el polvo del agudo ingenio anulados,
toda materia tuya ahora de nuevo habrán de ver.
Y aquellos por deseo usurpador transidos,
la rodilla doblarán entonces ante ti; todo entendimiento alerta ahora
alabanzas a ti se entonarán, vista nuestra a una vez hacedor y sumo bien.
George Herbert
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restablecimiento de la relación con Dios (Jonathan Edwards) o el amor que vence toda
ansiedad y desesperanza (Kierkegaard). Ya hemos tenido ocasión de destacar en
capítulos anteriores el modo en que algunas de esas necesidades, tanto materiales
como espirituales, aparecen incluidas en Proverbios, siendo el núcleo de interés del
anterior capítulo el amor, la justicia y la integridad. Así, nos encontramos ahora en la
disposición adecuada para poder plantearnos los valores prácticos a ras de tierra tal
como aparecen expresados en Proverbios 10–22, y que, como tendremos ocasión de
comprobar, ponen de relieve algunas de las necesidades básicas del hombre planteadas
por Maslow.
Entre los valores que proclama la Sabiduría están la importancia de la familia, el
matrimonio y la paternidad, el privilegio de poder trabajar y la recompensa de una
positiva actitud de entrega y responsabilidad, la bendición de la salud y un cierto nivel
de seguridad, los beneficios de la independencia material, la conveniencia de saber
controlar la lengua al hablar con otros, y la necesidad de una amplia visión política
respecto a la sociedad como un todo. Algunos de esos valores se aplican en concreto al
rey y los personajes de su corte, pero, en su mayoría, tienen que ver con la gente
común. Vistos en conjunto, componen un abigarrado y vibrante tapiz de celebración de
la existencia en sus múltiples manifestaciones, con la esperanza añadida de la libertad y
la espera de tiempos mejores incluso ante la ineludible presencia de la muerte. Y todo
ello sin olvidar ni por un momento la importancia capital de la búsqueda de un
auténtico saber y comprender. Trataremos de desglosar algunos de estos valores en los
párrafos que siguen.
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La salud
La buena salud es otra de las cuestiones por las que se interesa la Sabiduría –
necesidad básica donde las haya. Pero, ¿en qué consiste la salud? Lo cierto es que el
término “salud” abarca distintos significados. Desde la perspectiva de la Organización
Mundial de la Salud, un tanto utópica: ‘La salud es un estado de bienestar que
comprende tanto lo físico, como lo mental, y lo social, y no tan sólo la ausencia de
enfermad o mal.’ En el polo opuesto, sobre todo allí donde los presupuestos se
aquilatan al céntimo, se entiende por salud exclusivamente la ausencia de mal o
enfermedad física.
Si nuestra definición de salud supone abogar a favor de unas pautas generalizadas
para beneficio tanto del individuo como de la sociedad, nos inclinaríamos a favor de la
opción primera. Pero si fuera nuestra tarea la gestión de unos presupuestos sanitarios
de recursos limitados, optaríamos obligadamente por la segunda. La mayoría de
nosotros estamos, evidentemente, en algún punto intermedio. Pero, incluso así, es
inevitable una cierta ambigüedad. En términos puramente físicos, la salud se contempla
desde la perspectiva de la esperanza de vida, o la agilidad de movimientos, o la
resistencia a las enfermedades. ¿Tiene mejor salud la persona cuyo organismo funciona
a la perfección, o cuando las partes integrantes trabajan en armonía? En términos de
salud mental, las definiciones que podemos encontrar son múltiples y variadas.
Desde la perspectiva de la teología, se hace necesario reflexionar acerca del modo
en que en el Antiguo Testamento la buena salud tiene mucho que ver con el concepto
de ‘Shalom’, que, como ya tuvimos ocasión de ver, engloba lo que se entiende por
bienestar físico y un adecuado disfrute de las relaciones personales. El término Shalom
contiene tanto la dimensión individual como la corporativa, y cubre el aspecto físico,
emocional, relacional y espiritual del bienestar. Cuando impera la paz del SEÑOR, hay
prosperidad (Sal. 72:1–7), salud (Is. 57:19), reconcliación (Gn. 26:29) y contentamiento
(Gn. 15:15; Sal. 4:8). Cuando la paz del SEÑOR está presente, hay buena relación entre
las naciones y los pueblos (1 Cr. 12:17–18). El Shalom de Dios comporta tanto la faceta
social como la individual (Je. 29:7).
Otro factor a tener en cuenta es el concepto bíblico del pecado, y que la mala salud
es vista como síntoma no tanto de pecados individuales, como de desintegración
dentro de un mundo abocado a la decrepitud y la muerte. Pero ahí sería justamente
donde tenemos que volver al concepto igualmente bíblico de la restauración y la
salvación, como procesos de los que Dios se sirve para hacer nuevas todas las cosas.
Dentro de ese contexto en particular, una teología de la salud podría contemplar la
definición del QUIEN como a la vez excesivamente limitada y, asimismo, demasiado
amplia. Y sería demasiado limitada precisamente por no establecer conexión alguna con
la vida espiritual de la persona y su consiguiente relación con Dios. Pero es también
excesivamente limitada porque se concentra en el posible bienestar de la persona
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Seguros y a salvo
Otra de las necesidades básicas de la persona, a la que la Sabiduría dedica gran
parte de su tiempo instructivo, consiste en la importancia de sentirse seguros y a salvo.
Así, hay momentos específicos en los que los distintos autores instan, e incluso
apremian, a sus lectores a buscar un camino seguro en esta vida, contrastando para ello
con frecuencia la seguridad y la tranquilidad del justo con la precariedad de vida del
impío. Y eso precisamente por buscarse ahí un incentivo para llevar una vida honrada y
poder evitar los peligros de los caminos del mal. Y, una vez más, tal como ya hemos ido
teniendo ocasión de señalar, no hay una relación forzosa entre una vida honrada y
poder sentirse seguros y a salvo. Las personas temerosas de Dios no siempre van a
poder evitar a los ladrones y los accidentes de tráfico. Con frecuencia, vamos a
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sentirnos inseguros, y ello incluso cuando las apariencias externas pudieran inducirnos a
pensar lo contrario. Esto podrá ser debido en algunos casos a experiencias traumáticas
de la niñez y las secuelas que dejan. También, puede que se atraviese en la vida por
circunstancias de difícil solución. No es necesario sufrir una guerra para constatar la
fragilidad de la existencia. Cualquier posible viaje que hagamos por una autopista
concurrida nos pone sobradamente al tanto de ello. En realidad, tal como veíamos en
anterior referencia al salmo 73, con frecuencia hay circunstancias en la vida en las que
la rectitud no parece reportar beneficio alguno: ‘Ciertamente en vano he guardado
puro mi corazón, y lavado mis manos en inocencia’ (Sal. 73:13).
En el Nuevo Testamento, la primera carta de Pedro cita Proverbios 11:31 en su
análisis del sufrimiento. Hay ocasiones en las que el sufrimiento supone participar de
los padecimientos de Cristo (1 P. 4:13). Eso puede convertirse en fuente de gozo y
fuerzas, y debiera llevarnos a un compromiso aún más fiel con un Dios que es nuestro
fiel Creador (1 P. 4:19). Pues cuando el juicio de Dios se deja sentir con toda su potencia
y señorío, aquellos que no hayan obedecido el evangelio sufrirán pena mayor por ello. Y
es en ese punto en el que el autor elige un proverbio, que en origen se ocupa de dos
clases distintas de personas, utilizándolo para prefigurar el día del juicio: ‘Y SI EL JUSTO
CON DIFICULTAD SE SALVA, ¿QUÉ SERÁ DEL IMPÍO Y DEL PECADOR?’ (Pr. 1:31; cf. 1 P.
4:18).
Ahora bien, volviendo de nuevo al salmo 73, cuando el salmista contempla la
situación desde la perspectiva de la eternidad, se le hace evidente que su auténtica
seguridad está en Dios, que es su ‘fortaleza’ y su ‘porción para siempre’ (26). Pero,
hasta que llegue ese día, tiene que vivir por medio de la fe, sabiendo que se puede
contar siempre con su presencia (23).
La cuestión es que la fe no siempre disipa todas las incertidumbres. La fe no
confiere certeza en cuanto a un sentido material o siquiera emocional. Pero en los
momentos de incertidumbre debemos aferrarnos a la fe como una dádiva de Dios, y
ello en la seguridad de que Él nunca va a dejarnos de su mano.
Es, pues, esa fe, expresada tal como hemos visto con anterioridad en algunas partes
de Proverbios, la que nos ayuda a descifrar los pasajes ‘gnómicos’ que nos dan
testimonio de una seguridad que nos mantiene a salvo. Seguridad que es factor básico
en todo concepto de bienestar, y eso es justamente lo que muestran esos proverbios en
concreto. Y son esos proverbios, además, los que relacionan el camino de los justos –los
que están en la debida relación con Dios– con los ‘caminos del SEÑOR’. Y así venimos a
descubrir que ‘El temor del SEÑOR conduce a la vida’ (19:23), y, en contraste con la
senda del perezoso, que está sembrada de espinos, ‘la senda de los rectos es una
calzada’ (15:19). Algo muy importante es evadir los conflictos (12:13), y el justo viene a
descubrir que es rescatado del apuro (11:8) y ningún mal va a sucederle (12:21). Esa
clase de seguridad guarda estrecha relación con estar a bien con Dios (10:9). Cuando la
tormenta pasa y los malvados desaparecen de escena, aquellos que están en la debida
relación con Dios se mantienen en pie: ‘Cuando pasa el torbellino, ya no existe el impío,
pero el justo tiene cimiento eterno’ (10:25; cf. 10:29).
Repitiendo una vez más lo ya dicho, la seguridad en el Señor es una afirmación de fe
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que rige nuestra vida, no una descripción de cómo nos sentimos en determinadas
situaciones.
Suficiencia material
La Sabiduría se preocupa por el crecimiento de la persona, con todo aquello que
tenga que ver con la salud y la seguridad, con la consecución de una vida plena, con el
Shalom, lo cual incluye, lógicamente, las necesidades más básicas, como son el
alimento, la ropa, la vivienda y una buena salud, dentro todo ello de unos límites
razonables. Necesitamos tener muy presente lo ya señalado en otras ocasiones: estos
pasajes en concreto han de ser leídos de forma conjunta con esos otros versículos que
enfatizan muy en particular las obligaciones que incumben al pueblo de Dios respecto a
los pobres. Así, cuando leemos que ‘La riqueza añade muchos amigos, pero el pobre es
separado de su amigo’ (19:4), pudiera parecer que se recomienda la prosperidad
económica en detrimento de la pobreza. Y, en un cierto sentido, eso puede ser así. Hay
ocasiones en las que es necesario admitir que el bienestar depende en cierta medida
del dinero. Y justamente por ello hay que subrayar la indefensión que supone el estado
de pobreza. Pues, desde luego, no deberíamos leer pasajes como éste sin reflexionar
acerca de la pobreza del Tercer Mundo y la ‘culpa’ proporcional del mundo ‘rico’ por
haberles dejado abandonados a su suerte. Esa clase de pobreza es consecuencia,
directa o indirecta, de una injusticia por parte nuestra. La iniquidad que supone la
deuda exterior del Tercer Mundo es en gran medida consecuencia directa de la avaricia
de Occidente.
Will Hutton, columnista del diario The Guardian, escribía en 1995 en su libro The
State We’re In, en referencia a los cambios habidos en el seno de la sociedad británica,
que nos encontramos inmersos en ‘la sociedad del treinta, treinta y cuarenta’:
La sociedad está a ojos vista en pleno proceso de división, creándose nuevas
fisuras en el seno de la población trabajadora. El primer 30% lo integran los que
están en desventaja, compuesto por los más de cuatro millones que están en
paro…, a lo que habría que sumar el 28% de la población adulta activa
laboralmente que carecen de puesto de trabajo o que están inactivos desde una
perspectiva económica… El segundo 30% lo forman los marginados y los que
carecen de seguridad… Son esas personas que ocupan puestos de trabajo que
no ofrecen ningún tipo de continuidad, con una cobertura de protección casi
inexistente y con muy bajo beneficio económico… [a lo que hay que añadir] el
grueso de los trabajadores a tiempo parcial y los trabajos temporales… Y
aproximadamente un 30% de ese potencial laboral está, por definición, en
estado de inseguridad y marginado… La última de esas categorías es la de los
privilegiados –ese 40% que ha visto acrecentado su poder de adquisición desde
1979… El hecho de que más de la mitad de la población del Reino Unido en
condiciones para poder trabajar esté viviendo en el límite de la pobreza en
condiciones de constante inseguridad y precariedad, ha repercutido de forma
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El alimento
Son muchos los proverbios que se ocupan de la comida como necesidad básica de la
existencia y uno de los dones de Dios. Valgan los siguientes como muestra de ello: ‘Más
vale el poco estimado que tiene siervo, que el que se alaba y carece de pan’ (12:9); ‘El
justo come hasta saciar su alma, pero el vientre de los impíos sufre escasez’ (13:25);
‘Donde no hay bueyes, el pesebre está limpio, pero mucho rendimiento se obtiene por
la fuerza del buey’ (14:4).
Reconocer que la comida es dádiva de Dios (10:3) se usa como incentivo para la
generosidad con los que padecen hambre y necesidad. Si nuestro enemigo necesita
alimento, deberíamos darle de comer; si tiene sed, deberíamos darle de beber (25:1,
citado en Ro. 12:20).
Y, tal como veíamos en su momento en Proverbios 3, ese pensamiento debería
movernos a honrar al SEÑOR (9), a confiar en que habrá provisión suficiente para el
granero y el lagar (10), y a actuar en beneficio de otros con corazón bien dispuesto (27).
Lo que Dios nos concede en su providencia nos compromete a proveer para los que no
tienen. No es posible orar diciendo ‘Concédenos, Señor, el pan de cada día’ sin tomar al
mismo tiempo las medidas necesarias para proveer de pan a los que carecen de ello.
La satisfacción
Hay un cierto número de proverbios que hacen mención de la ‘satisfacción’ como
consecuencia de una vida diligente y recta ante Dios. Mientras que ‘el holgazán anhela y
nada obtiene’, ‘el alma del diligente queda satisfecha’ (13:4). De igual manera, el ‘deseo
cumplido es dulzura para el alma’ (13:19) y ‘el de corazón alegre tiene un banquete
continuo’ (15:15). De hecho, estos proverbios contraponen al diligente con el perezoso,
a la persona de recta conducta con el necio, al individuo de buen ánimo con el
desdichado. Esos contrastes plantean una vez más la cuestión de cómo ha de
reaccionarse ante las diferencias sociales que observamos a nuestro alrededor, sobre
todo donde la opresión y la penuria están a la orden del día y no hay nada que pueda
levantar el ánimo.
Riqueza suficiente
Proverbios tiene mucho que decir respecto a la prosperidad económica. Suele
ocurrir que la ‘riqueza’ o la ‘fortuna’ contraponen a la ‘pobreza’, con lo cual no puede
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pensarse que ahí se esté aludiendo al derroche, sino a lo suficiente y necesario para
vivir. La prosperidad económica es el resultado de una actividad laboral (10:16; 13:11),
de ‘manos diligentes’ (10:4), y de ‘la bendición del SEÑOR’ (10:22; cf. 13:21). Puede
utilizarse para ganar amigos (14:20) o para enseñorearse del pobre (18:23). Los tesoros
conseguidos de forma ilícita no redundan en último término a favor de una vida
satisfactoria y plena (10:2). Existe la tentación de pretender pasar por rico cuando no se
tiene nada, o de aparentar ser pobre para ocultar la riqueza que se posee (13:7). La
prosperidad económica puede proporcionar seguridad (10:15; 18:11) y ser heredad
dejada a los hijos (13:22). La provisión de lo suficiente suele asociarse con la muy
repetida fórmula de la generosidad hacia otros recompensada con un aumento del
propio caudal: ‘Hay quien reparte, y le es añadido más, y hay quien retiene lo que es
justo, sólo para venir a menos’ (11:24). Sin embargo, hay notas precautorias respecto al
mal uso que puede darse al dinero y a la abundancia. Las riquezas pueden ser una
trampa (13:8). La riqueza conseguida con tiempo y laboriosidad suele ser más efectiva
(13:11).
La pobreza, viene a decírsenos una y otra vez, es ocasión para la vergüenza; puede
llevar al aislamiento y a la marginación: ‘Pobreza y vergüenza vendrán al que
menosprecia la instrucción, mas el que acepta la reprensión será honrado’ (13:18); ‘Aun
por su vecino es odiado el pobre, pero son muchos los que aman al rico’ (14:20); ‘En
todo trabajo hay ganancia, pero el vano hablar conduce sólo a la pobreza’ (14:23); ‘La
riqueza añade muchos amigos, pero el pobre es separado de su amigo’ (19:4).
Quizás no estaría de más, según nos disponemos a dar por concluida esta sección,
recordarnos a nosotros mismos de nuevo que no podemos usar Proverbios para
promocionar un ‘evangelio de la prosperidad’ que algunos teleevangelistas (sobre todo,
en Estados Unidos) parecen estar ofreciendo. Llégate a Dios, preferiblemente con el
talonario de cheques preparado, y todos tus problemas desaparecerán. Es evidente
que, tomados de forma aislada, hay proverbios que podrán prestarse a semejante
conclusión, como si se tratara de un manual para el éxito, y así es como de hecho los
han interpretado los promotores del evangelio de la prosperidad. Pero, tal como ya
tuvimos ocasión de señalar, el libro de Proverbios ha de ser tomado, por una parte,
como escenario de situaciones encaminadas a conmovernos, estimularnos y hacernos
reflexionar, y, por otra, como enseñanzas adscritas a la tradición sapiencial en la que el
sufrimiento, el dolor y la incertidumbre tienen su cometido en la vida de la fe. El libro
de Job, por ejemplo, rechaza rotundamente que nos adentremos en la senda de ese
pretendido evangelio de la prosperidad. Pero Proverbios, como hemos podido
comprobar en este mismo capítulo, tiene una actitud realista ante las muchas
incertidumbres y perplejidades que conlleva la fe que pueden incluso abocar a un
‘corazón contrito’.128
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ese órgano que llamamos lengua. Como bien destaca la epístola de Santiago en el
Nuevo Testamento, la manera como nos expresamos es, en gran medida, indicativa de
nuestro carácter. La lengua es como un pequeño timón que puede controlar el rumbo
de un gran barco, incluso en situaciones en las que el viento sea adverso (Stg. 3:5). Al
escribir de esa manera, Santiago recuerda en su estilo a numerosos proverbios. Algunos
de ellos tienen que ver con los terribles efectos de la maledicencia y la murmuración;
otros, con la necesidad de evitar peleas y discordias en la medida de lo posible; los hay
que se ocupan del poder que pueden llegar a tener la ira y el enfado, y, por último,
tendríamos todos aquellos que resaltan el inmenso valor de decir la verdad. Todos ellos
van a ser objeto de debida atención en su momento.
La murmuración y la maledicencia
Es sumamente interesante notar la mala prensa que el chismorreo tiene en los
escritos del Nuevo Testamento, y cuán poco caso parece hacerse de ello. Con
frecuencia, interesados como solemos estar en el primer capítulo de Romanos, por
ejemplo, nos olvidamos de que las personas maledicentes (o, quizás, ‘correveidiles’)
aparecen incluidas en la lista de aquellos contra los que se dicta juicio de parte de Dios
(Ro. 1:29). Cranfield destaca que ahí se está haciendo referencia a ‘todos cuantos tratan
de destruir la reputación de otros con falsedad en la presentación del caso’. De forma
muy similar, los ‘murmuradores’ aparecen incluidos en la lista del apóstol Pablo de
aquellos cuya vida no está en consonancia con las normas del reino de Dios (1 Co. 6:9).
Es interesante notar que, en tiempos de Pablo, al igual que ahora en el nuestro, la
iglesia cristiana no era inmune a los murmuradores. Parece que hay personas que,
sencillamente, son incapaces de guardar una confidencia. Hay quien argumenta ese tipo
de divulgación como ‘motivo de oración’, pero también quien deliberadamente se
entrega a la crítica del comportamiento y la reputación ajena. El poder pernicioso y
destructivo de la murmuración es muy grande, y si tantas personas sucumben a su
tentación se debe, en gran medida, al poder que confiere. Lo que ocurre es que esa
conducta acaba con las amistades, crea disensión y disputas, y siembra la discordia.
Proverbios ya advertía de ello hace unos cuantos siglos: ‘El hombre perverso provoca
contiendas, y el chismoso separa a los mejores amigos’ (16:28); ‘El que anda
murmurando revela secretos, por tanto no te asocies con el chismoso’ (20:19).
Proverbios va todavía más lejos sugiriendo que incluso es mejor ser pobre que ser
murmurador (19:1). La persona con sabiduría no tramará perversidad: ‘El que guiña los
ojos lo hace para tramar perversidades, el que aprieta los labios ya hizo el mal’ (16:30).
Las disputas
Este sabio autor en concreto considera que es locura crear disensión en el seno de
una comunidad. Las disputas degeneran en pecado con suma facilidad. Nada como una
disputa para arruinar una relación. Esa es la razón por la que la persona sabia deberá
prevenirse de la malicia y las discusiones: ‘El que ama la transgresión, ama la contienda;
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el que alza su puerta, busca la destrucción’ (17:19); ‘Los labios del necio provocan
contienda, y su boca llama a los golpes. La boca del necio es su ruina, y sus labios una
trampa para el alma. Las palabras del chismoso son como bocados deliciosos, y
penetran hasta el fondo de las entrañas’ (18:6–8); ‘Echa fuera al escarnecedor y saldrá
la discordia, y cesarán también la contienda y la ignominia’ (22:10).
La ira
Si las disputas son siempre destructivas, la ira no. De hecho, es posible mostrarse
alterado de forma correcta y adecuada; es más, ante una injusticia manifiesta o por
causa de la difamación de cosas santas, la ira o el enfado es una reacción adecuada.
Jesús empleó un látigo para echar del templo a los cambistas que utilizaban el recinto
santo para sus transacciones comerciales. Y, ante el cuerpo sin vida de Lázaro, Jesús
‘resopló furioso’ (‘se conmovió en lo profundo’) (Jn. 11:33) por esa intrusión de la
muerte en un mundo al que él había venido a traer resurrección y vida (Jn. 11:25). En su
muy notable escrito The Gospel of Anger, Alistair Campbell reflexiona acerca de cómo la
ira y el enfado pueden ser reacciones humanas positivas:
La ira puede ser negada, pero no puede eliminarse del temperamento humano
y, cuanto más nos empeñemos en no admitirlo, mayor será el riesgo de
enmascararla bajo el falso barniz de las ‘buenas maneras’ y el resentimiento
solapado. Al tratar de considerar cómo hacer frente a la ira desde la
responsabilidad del pastoreo, y ello con el fin de no permitir que se convierta en
enemigo del amor, sino en aliado del evangelio, tendremos que considerar
obligadamente los tipos de situación en los que más fácilmente hace su
aparición, para, acto seguido, considerar de qué forma una ira amorosa puede
acabar con la apatía y la enemistad.
Campbell pasa a ocuparse de situaciones de vulnerabilidad, pérdida y opresión, en
las que ‘la ira por amor’ puede tener su lugar. Con todo, destaca igualmente la estrecha
relación que existe entre la ira indebida y una actitud destructiva. En su opinión, la
tarea a la que hemos de hacer frente,
…si el compromiso cristiano con la compasión y con la justicia va a ser respetado
en nuestro trato con los demás, como individuos y como naciones, habrá que
romper la relación que se observa entre la ira y una actitud destructiva, tratando
entonces de encontrar formas en las que las reacciones humanas más poderosas
ante los riesgos de la existencia puedan ser puestas al servicio de la integridad
de las personas.
De hecho, ese podría ser justamente el nexo de unión entre la ira y el pecado en
Efesios 4:26, en cita del salmo 4:4: ‘Airaos, pero no pequéis.’ Y justamente percibimos
esa tensión en Proverbios en relación a cuestiones tales como el correcto
entendimiento, la ambigüedad, y en el análisis de las manifestaciones de ira. La persona
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sabia controlará su genio, le volverá la espalda a la ira e irá con cuidado con lo que
hable su boca: ‘El hombre pronto a la ira obra neciamente, y el hombre de malos
designios es aborrecido’ (14:17); ‘El lento para la ira tiene gran prudencia, pero el que
es irascible ensalza la necedad’ (14:29); ‘La suave respuesta aparta el furor, mas la
palabra hiriente hace subir la ira’ (15:1); ‘El hombre irascible suscita riñas, pero el lento
para la ira apacigua contiendas’ (15:18).
La verdad
Proverbios 15 incluye muchas sentencias sabias acerca de la importancia del modo
en que se hable. Ya hemos tenido ocasión de notar que ‘La suave respuesta aparta el
furor’ (1), pero también que ‘La lengua del sabio hace grato el conocimiento’ (2), ‘La
lengua apacible es árbol de vida’ (4) y ‘Los labios de los sabios esparcen conocimiento,
pero no así el corazón de los necios’ (7). El capítulo pasa entonces a hacer referencia a
los modos apropiados de servirse de las propias palabras en la oración. ‘La oración de
los rectos es su deleite’ (8), ‘El SEÑOR está lejos de los impíos, pero escucha la oración
de los justos’ (29).
Es como si el escritor quisiera que conectáramos con este planteamiento: ‘Ten
mucho cuidado con cómo hablas y con lo que dices: todo cuanto digas será escuchado
por el SEÑOR.’ Y cabe pensar que la Sabiduría esté ahí sugiriendo que todo cuanto
digamos tendría que ser en un espíritu de oración. De hecho, hay otras partes en las
que la Sabiduría resalta la importancia de evitar caer en la mentira y hablar siempre la
verdad, y no va a haber persona más importante que Dios a la hora de hacerlo así. De
hecho, casi podría definirse la oración como una apertura ante Dios que desecha todo
atisbo de mentira –permitiendo que Él nos contemple y juzgue según la auténtica
realidad de nuestra persona y nuestro temperamento, y con todas nuestras mermas,
nuestros resquemores y nuestra pecaminosidad–, que es lo que más trataría de entrar
en sintonía con esa verdad liberadora (cf. Jn. 8:32). Las terribles consecuencias de la
mentira se hacen notar bien en Proverbios: ‘El testigo falso no quedará sin castigo, y el
que cuenta mentiras no escapará’ (19:5, 9); ‘Conseguir tesoros con lengua mentirosa es
un vapor fugaz, es buscar la muerte’ (21:6). Y, en el polo opuesto: ‘Hay oro y
abundancia de joyas, pero cosa más preciosa son los labios con conocimiento’ (20:15).
de alegría. Por la bendición de los rectos, se enaltece la ciudad, pero por la boca de los
impíos, es derribada’ (11:10–11).
En semejante contexto, es muy importante que el rey se comporte dentro de los
límites de la sabiduría, y que su corte se rija asimismo por esos principios. La seguridad
del rey guarda relación con el amor y la fidelidad (20:28). Su bienestar dependerá del
bienestar de su pueblo y de los cortesanos (14:28; 14:35), y todo ello de la relación que
tenga con el SEÑOR: ‘el corazón del rey [está] en la mano del SEÑOR; Él lo dirige donde
le place’ (21:1).
Está claro que uno de los deberes del rey es ocuparse del bienestar de su corte, y en
consecuencia dictar juicio y sentencia entre lo bueno y lo malo. Así, puede ser temible
como un león o tierno ‘como rocío sobre la hierba’ (19:12). ¡Mucho cuidado con
provocar su ira! (20:2). Un rey sabio es prestigioso por saber discriminar el mal para que
el bien pueda florecer (20:8, 26).
Un reino necesita en su centro una guía recta y justa: ‘Donde no hay visión, el
pueblo se desenfrena’ (29:18), o, ‘Donde no hay buen consejo, el pueblo cae’ (11:14).
¡Cuán importante es entonces que los gobernantes tengan una visión clara de su papel
y de su responsabilidad ante Dios, y que estén abiertos al consejo que brota de una
auténtica sabiduría!
Es interesante contrastar estos pasajes con el rey ideal del salmo 72. El gobierno de
ese rey se caracterizará por su rectitud y por su justicia (1–3), pero, precisamente por
eso, deberá sujetarse a la justicia que imparte el propio Dios (1). Por encima del
gobierno terrenal de un rey, está el reinado superior de Dios. El rey justo y recto
defenderá la causa del pobre, socorrerá al necesitado y quitará de en medio al opresor
84). Cuando la justicia y equidad del rey imperen y se reconozcan, se hará mención
asimismo de su fuerza y su poder (8–11). El rey deberá estar del lado del pobre y del
necesitado (12–13), y tendrá que considerar estimable la vida de todos y cada uno de
sus súbditos (14). El salmista eleva entonces una encendida oración por el bienestar de
semejante monarca (15–17). Este rey es reflejo del reinado de David y Salomón en su
momento de mayor esplendor y disfrutando del confiado favor del pueblo. Esos
pensamientos suyos no distan mucho de la esperanza que alentaba en los profetas en
su espera del rey mesías, cuyo gobierno no tendría nunca fin y reinaría la paz eterna,
porque entonces quedaría instaurado el trono de David y su justicia (Is. 9:7). Parte de la
función de un rey, pues, es precisamente establecer el reinado del Shalom.
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legitimación de la explotación del reino animal para provecho propio. Pero lo cierto es
precisamente el sentido opuesto. ‘El justo se preocupa de la vida de su ganado’, pero,
por desgracia, es cierto que ‘las entrañas de los impíos son crueles’ (12:10).
Conocimiento y entendimiento
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No os fabricaréis ídolos.
Dios es espíritu, y aquellos que le adoren han de hacerlo en espíritu y en verdad.
Amén. Señor, ten piedad.
No deshonrarás el nombre del Señor tu Dios.
Le alabarás con temor y reverencia.
Amén. Señor, ten piedad.
Respetad el día del Señor y santificadlo.
Cristo resucitó de entre los muertos: pensad en las cosas de arriba, no en las
terrenales.
Amén. Señor, ten piedad.
Honra a tu padre y a tu madre.
Vivid sirviendo a Dios; honrad a todas las personas; amad a los hermanos.
Amén. Señor, ten piedad.
No matarás.
Haz las paces con tu hermano, vence con el bien el mal.
Amén. Señor, ten piedad.
No cometerás adulterio.
Recuerda que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo.
Amén. Señor, ten piedad.
No hurtarás.
Sé honrado en todo cuanto hagas y ocúpate de los necesitados.
Amén. Señor, ten piedad.
No dirás falso testimonio.
Que todo el mundo hable la verdad.
Amén. Señor, ten piedad.
No codiciarás nada que pertenezca a tu prójimo.
Recordad las palabras del Señor Jesús: Más venturosa cosa es dar que recibir.
Ama a tu prójimo como a ti mismo, pues al amar se cumple con la ley.
Amén. Señor, ten piedad.
Proverbios 22:17–24:22–34
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recordándoles los beneficios de la enseñanza (18). Es ese ejercicio que guarda relación
con el desarrollo de la confianza en Yavé (19).
Inclina tu oído y oye las palabras de los sabios,
y aplica tu corazón a mi conocimiento;
18 porque te será agradable si las guardas dentro de ti,
para que estén listas en tus labios.
19 Para que tu confianza esté en el SEÑOR,
te ha instruido hoy a ti también.
20 ¿No te he escrito cosas excelentes
de consejo y conocimiento,
21 para hacerte saber la certeza de las palabras de verdad,
a fin de que respondas correctamente al que te ha enviado?
Como aprendices en esa escuela, hemos de concentrarnos en el estudio. Si así lo
hacemos, la confianza en el SEÑOR se hará más fuerte y profunda, y estaremos mejor
preparados para dar buenos consejos a todos cuantos acudan a nosotros en busca de
ayuda. Merece la pena resaltar, tal como lo hemos hecho ya en otras ocasiones, las
palabras de las que se sirve el escritor: verbos tales como prestar atención, escuchar,
aplicarse, observar, tener… dispuestas; y nombres tales como labios y corazón. Hubbard
hace referencia explícita a ‘un compromiso absoluto de los alumnos con el proceso de
enseñanza’. La Sabiduría demanda mi alma, mi vida, mi todo.
No robes al pobre, porque es pobre,
ni aplastes al afligido en la puerta;
23 porque el SEÑOR defenderá su causa,
y quitará la vida de los que les roban.
24 No te asocies con el hombre iracundo,
ni andes con el hombre violento,
25 no sea que aprendas sus maneras,
y tiendas lazo para tu vida.
26 No estés entre los que dan fianzas,
entre los que salen fiadores de préstamos.
27 Si no tienes con qué pagar,
¿por qué han de quitarte la cama de debajo de ti?
La tanda de dichos continúa poniendo voz a un interés por la causa del pobre y el
desvalido, y la imperiosa necesidad de desmarcarse de las malas compañías (22:22–25).
Robar y aplastar son verbos rotundos que subrayan con fuerza el mal consustancial a la
injusticia que se practica con el pobre. El SEÑOR defenderá su causa. Al igual que en
otras partes del Antiguo Testamento, lo que aquí encontramos es nada menos que al
SEÑOR mismo interviniendo a favor del pobre, del oprimido, del desvalido, del proscrito
y del extranjero. El paralelismo con el profeta Amós es evidente: ‘Pero corra el juicio
como las aguas y la justicia como una corriente inagotable’ (5:24). El maestro insta en el
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aula a sus alumnos a estar atentos a la correcta impartición de justicia en los tribunales.
Los líderes debieran ser capaces de controlar su genio (22:24–25). Estos versículos
en concreto alertan del daño que se puede ocasionar con el uso atolondrado del dinero
en un empeño no meditado de la propia palabra. Por el contrario, el versículo 28
salvaguarda los derechos del que no goza de ventaja alguna al reservarle un espacio
perfectamente delimitado y seguro. Lamentablemente, el poco terreno del que
pudieran disponer los desheredados de la fortuna está igualmente en manos de los
ricos y poderosos, de ahí esta normativa encaminada a proteger un mínimo de
bienestar. Tal como debatíamos ya en la Parte 4, los ‘linderos’ eran factor esencial para
la estabilidad familiar. Entre otras cosas, eran recordatorio constante de que la tierra es
del Señor. La ley del Deuteronomio era bien explícita al respecto: ‘No moverás los
linderos de tu prójimo, fijados por los antepasados, en la herencia que recibirás en la
tierra que el SEÑOR tu Dios te da en posesión’ (Dt. 19:14).
A continuación, sigue un breve comentario relativo al valor del artesano y en
alabanza de un trato honrado en los negocios. ‘¿Has visto un hombre diestro en su
trabajo? Estará delante de los reyes, no estará delante de hombres sin importancia’
(29), a lo que sigue un párrafo relativo a los buenos modos en sociedad, en más que
probable eco de las pautas de comportamiento apropiadas para la corte real.
El capítulo 23 se inicia con tres versículos relativos a la etiqueta en sociedad en
banquetes de alto postín: compórtate de forma apropiada en presencia del anfitrión
(considera bien lo que está delante de ti), (1); no dejes que el ansia eche a perder tus
modales (2), y mucho ojo con incurrir en el vicio de la glotonería (2–3).
Cuando te sientes a comer con un gobernante,
considera bien lo que está delante de ti,
2 y pon cuchillo a tu garganta,
si eres hombre de mucho apetito.
3 No desees sus manjares,
porque es alimento engañoso.
El maestro nos ofrece ahora un consejo dirigido al mundo de los negocios,
advirtiendo de paso acerca del peligro de la avaricia (23:4–8). Las riquezas son
pasajeras. Mientras se las está contemplando, emprenden vuelo repentino y se van
volando como el águila (¡aunque puede que más bien que se vayan con el buitre!). Esta
sección finaliza con una muy curiosa advertencia respecto a no compartir mesa con el
egoísta. ¡Una mala digestión es lo único que cabe esperar!
El párrafo que sigue (23:9–13) se ocupa de algunos temas ya tratados con
anterioridad: poner tierra de por medio con el necio, no quitar de su sitio el mojón que
marca la propiedad ajena, vocación para saber impartir disciplina al niño. Cabe destacar
en particular, sin embargo, esa referencia a Dios como Defensor del huérfano.
No hables a oídos del necio,
porque despreciará la sabiduría de tus palabras.
10 No muevas el lindero antiguo,
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cielos (3), el platero (4) y los tribunales de justicia (8). Los autores hacen referencia ahí a
manzanas de oro en engaste de plata (11), pendientes y ornamentos (12). El tiempo
atmosférico, la comida, el tiro con arco, las vestimentas, la agricultura y los muros de la
ciudad sirven como imágenes de apoyo para otros tantos proverbios. Partiendo de esa
multiforme variedad, vamos a permitirnos escoger unos pocos temas para un análisis
más pormenorizado. En un cierto sentido, sin embargo, el valor real de estos capítulos
se capta simplemente leyendo el texto y dejando que nos impulse a la acción por pura
reacción, como si el proverbio nos estuviera interpelando de forma directa y personal.
¡El problema suele ser que los comentarios especializados y las aplicaciones pertinentes
se interponen en el camino de una rápida comprensión!
El capítulo 25 comienza (2–8) con cuestiones relativas a la vida en la corte (cf.,
asimismo 16:10–15). Se destaca las responsabilidades del rey, pero sin perder de vista
las obligaciones de los cortesanos.
Es gloria de Dios encubrir una cosa,
pero la gloria de los reyes es investigar un asunto.
3 Como la altura de los cielos y la profundidad de la tierra,
así es el corazón de los reyes, inescrutable.
4 Quita la escoria de la plata,
y saldrá un vaso para el orfebre;
5 quita al malo de delante del rey,
y su trono se afianzará en la justicia.
6 No hagas ostentación ante el rey,
y no te pongas en el lugar de los grandes;
7 porque es mejor que te digan: Sube acá,
a que te humillen delante del príncipe
a quien tus ojos han visto.
8 No te apresures a litigar,
pues ¿qué harás al final,
cuando tu prójimo te avergüence?
Nos enteramos así de que parte de las responsabilidades de un rey es averiguar la
verdad de un asunto de forma tal que puedan elaborarse juicios sabios y se tomen
decisiones adecuadas en consonancia, y ello aun a sabiendas de que todo eso va a estar
supeditado a los inescrutables designios de Dios (25:2). Pero, al igual que el rey no
puede escudriñar el corazón de Dios, lo súbditos del rey tampoco pueden conocer su
corazón (25:3). El trono del rey ha de ‘afianzarse en la justicia’ (25:5) y ha de esperarse
una actitud de humilde respeto por parte de sus cortesanos (25:6).
A partir del versículo 11 del capítulo 25, el estilo se vuelve característico. Muchos de
sus versículos siguen de hecho un esquema fijo: ‘Tal como es A lo es igualmente B.’ Al
establecer comparaciones inesperadas entre ciertos puntos A y su correspondiente
contrapartida B, el autor nos lleva a reflexionar acerca de una posible enseñanza moral.
Muchos de los más sorprendentes proverbios –y, en consecuencia, los más
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(según lectura alternativa del pasaje), partiendo de su propio ejemplo (2–3) y de sus
enseñanzas (4–6), Agur nos lleva a una verdadera humildad. Al menos, eso es lo que
parece desprenderse de su propia actuación. Otros, en cambio, opinan que esas
declaraciones suyas son de carácter netamente sarcástico. ‘Hay gente por aquí que
asegura conocer a Dios a la perfección, ¡pero yo no soy uno de ellos!’ El versículo 4
tiene su paralelo en los últimos capítulos del libro de Job, pero aquí acaba con un deje
de ironía, ‘¡Seguro que tú lo sabes!’ (‘Ciertamente, tú lo sabes’, BA). Hay, sin embargo,
una forma clara de acercarse a estos versículos tan sutilmente misteriosos. Agur es un
hombre humilde que trata de encontrarle sentido a este mundo y que no puede menos
que sentirse frustrado ante tanta vana pretensión de sabiduría por parte de otros.
Puede que, de hecho, sea figura representativa de todos aquellos que saben que no es
mucho lo que conocen de Dios y sus caminos. El pasaje no permite concluir de forma
clara quién dice qué, pero la conclusión final es inequívoca: Probada es toda palabra de
Dios; Él es escudo para los que en Él se refugian (5). El camino que lleva a todo
verdadero conocimiento tiene su inicio en Dios (5–6).
Lo que se necesita es un reconocimiento de la revelación de Dios. Dios se da a
conocer. Dios ha hecho manifiesta su palabra. Lo que hace falta ahora es la honestidad
necesaria para aceptarlo y la voluntad precisa para aprender del mundo de su creación
(18–19). Es únicamente el camino de la Sabiduría el que lleva a la persona a recibir la
palabra reveladora de Dios. Es, pues, la Sabiduría la que proporciona conocimiento del
Santo (3).
7 Dos cosas te he pedido,
no me las niegues antes que muera:
8 Aleja de mí la mentira y las palabras engañosas,
no me des pobreza ni riqueza;
dame a comer mi porción de pan,
9 no sea que me sacie y te niegue, y diga:
¿Quién es el SEÑOR?
o que sea menesteroso y robe,
y profane el nombre de mi Dios.
Esta breve sección encaja con la noción de Agur como persona de humilde
condición. Consciente de su propia debilidad ante la vista de las riquezas, ruega a Dios
que le ayude y le dé fuerzas. Nada más fácil de olvidar que todo cuanto poseemos
proviene de Dios. Necesitamos ayuda para actuar adecuadamente tanto en la riqueza
como en la pobreza.
10 No difames al esclavo ante su amo,
no sea que te acuse y seas hallado culpable.
11 Hay gente que maldice a su padre
y no bendice a su madre;
12 gente que se tiene por pura,
pero no está limpia de su inmundicia;
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ocupa de la casa y de que no falte comida (13–15), lo que, también por primera vez, se
relaciona con la Sabiduría en 9:1–6. La Sabiduría es persona de integridad, posee
además inteligencia, habla con tino y acierto, y ofrece sabios consejos e instrucciones
(26). Y eso se afirma así por vez primera en 4:5–6. Lo cual hace que sea muy probable
que lo que esta bella composición nos ofrece sea no sólo la imagen idealizada de la
esposa de nobles cualidades que hace de la vida una bendición en su temor al SEÑOR.
Lo que ahí tenemos es, asimismo, una patente demostración de los rasgos que
caracterizarían a la propia Sabiduría, si ella estuviera en verdad al cargo de la casa. La
Sabiduría no es concepto esotérico que flote en un terreno místico, y por completo
apartada del mundo ordinario. La Sabiduría de Dios se expresa en Proverbios en
términos de creatividad, responsabilidad y buen hacer en la dirección del hogar,
proveyendo para las necesidades de los demás y mostrando particular interés y cuidado
por los pobres.
Cuando la Sabiduría se encuentra en la casa, trae el bien (12), se toma en serio su
trabajo (13–14), es laboriosa y diligente (15–19), prudente y generosa (20), amorosa y
creativa (21–24), fuerte y digna (25), y preocupada por el bienestar, instrucción y
madurez de los suyos (26–27). La Sabiduría es alabada en el fondo del propio corazón
(29) y en público (31). El temor del Señor es el rasgo que define la nobleza y
profundidad de su carácter (30). Y lo que el libro de Proverbios nos ofrece es
justamente la inconmensurable riqueza y profundidad de una Sabiduría que toma
cuerpo, que vive y se relaciona, y que ¡puede morar en medio nuestro!
Parar de leer Marcar leído
encontrarla a ella supone al mismo tiempo un encuentro con Dios, con la vida, con el
significado pleno y con la forma de abrirse camino en medio de las dificultades y la
complejidad de la existencia. El conocimiento de la Sabiduría supone contar con una
herramienta con la que combatir la incertidumbre de la existencia al descubrir el
verdadero arte de vivir. Y no hay manera de vivir de forma sabia apartados de Dios. Es
más, andar por los caminos de Dios en los que la Sabiduría nos inicia supone descubrir
el verdadero significado y sentido de ser persona.
Un hecho llamativo de Proverbios es su nulo carácter religioso. No tenemos ahí ni
templo, ni sacerdotes, ni sacrificios. En cambio, descubrimos en sus páginas las calles,
con sus casas y sus tejados y sus recovecos; y la multiplicidad de la existencia, con su
ornato y su abundancia de vida de toda clase y condición. Poco es lo que ahí
discernimos de ceremonia religiosa, y abundantísimo, en cambio, lo que se nos dice
acerca del verdadero amor, la justicia y la preocupación por los pobres. Derek Kidner lo
expresa con acertadas palabras:
Éste es un libro que no puede decirse que te encamine hacia la iglesia. A
semejanza de la Sabiduría ahí presente, te enfrenta en plena calle a los asuntos
del diario convivir, y ello tanto en el ámbito de lo público como de lo privado y
más íntimo. Su función dentro de las Escrituras es embutir la santidad y rectitud
de vida en el ‘mono’ de trabajo, siendo el negocio del diario vivir, en todas las
posibles esferas de la sociedad, lo que habrá de proporcionarnos los créditos
necesarios para presentarnos ante el Señor, y donde podremos encontrar la
necesaria instrucción para ello.
Nos hemos esforzado, pues, por actuar según demanda el traje de faena en los
distintos entornos de la familia y el matrimonio, en lo que atañe al alimento, a la salud y
la propia seguridad, y asimismo en el terreno social de la política. El ‘diálogo’ que
tendremos que entablar con la fe se enmarca en la ineludible cuestión de vivir
verdaderamente por Dios y para Dios en los hechos comunes de la existencia cotidiana,
y ello en la medida en que el propio carácter se desarrolla por la acción de una sabia
instrucción. Sin embargo, hay muchas situaciones que no tienen respuesta. Proverbios
no se ocupa de las generalidades. Sus autores, por medio de imágenes muy precisas e
impactantes, nos presentan realidades propias del hogar y el trabajo, derivándose una
conclusión moral de todo ello. Y es justo entonces cuando procede a interpelar al lector
de forma franca y muy directa: ‘¿Es ése también tu caso? ¿Qué valores suscribes tú?
¿Hasta qué punto cuentan esos valores en tu forma de enfocar la existencia?’
Proverbios no es, desde luego, un libro fácil. Y sus páginas no sólo aspiran a
informarnos, entretenernos, provocarnos y educarnos, sino, sobre todo, a inducirnos a
un cambio. A cada momento se nos enfrenta a tomar decisiones enraizadas en la vida
misma. Esas decisiones son unas veces ‘sabias’ y otras pura ‘necedad’, abocando estas
últimas a una vida inestable y mermada tanto en lo personal como en el entorno de la
sociedad.
La Sabiduría actúa en el terreno de lo práctico. Ahora bien, tal como Job plantea:
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escrito:
Cosas que ojo no vio,
ni oído oyó,
ni han entrado al corazón del hombre,
son las cosas que dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las
reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las
profundidades de Dios (1 Co. 2:6–10).
El apóstol Pablo está ahondando en un conocimiento de la Sabiduría aún más
profundo que el que Proverbios ilustra. Este significado más profundo parece deber su
procedencia al encuentro tenido con Cristo, ‘el cual se hizo para nosotros sabiduría de
Dios’ (1 Co. 1:30). Visto todo esto, ¿dónde podremos encontrar la Sabiduría? Sin duda,
San Pablo respondería que en nuestro Señor Jesucristo. Él es la verdadera Sabiduría de
Dios, y en Él tiene Dios su contentamiento. En Él hizo Dios el mundo, y en Él brilla su luz,
al tiempo que encarna la vida de Dios mismo. Pablo lo argumenta así: ‘Mirad que nadie
os haga cautivos por medio de su filosofía y vanas sutilezas, según la tradición de los
hombres, conforme a los principios elementales del mundo y no según Cristo. Porque
toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él’ (Col. 2:8–9).
Cristo comparte la vida de Dios, creador, redentor y dador de vida. Ésa es la base del
argumento de Pablo una y otra vez, que, en virtud de reverente obediencia a Dios a
través de Cristo en el poder del Espíritu, no sólo descubrimos sino que se nos da
asimismo las fuerzas necesarias para vivir la santidad con el mono de trabajo puesto.
Pues lo que Dios en su Sabiduría requiere de nosotros, y que en Cristo, a través del
Espíritu, Él mismo concede, es lo que tan sentida oración expresa:
Sé Tú mi Sabiduría, Tú mi Palabra en verdad;
yo siempre contigo, Tú siempre, Señor junto a mí;
Tú, mi Padre excelente; yo, tu hijo fiel;
Tú dentro de mí habitando, yo en ti uno ser.’
Amén.
ECLESIASTÉS
Tiempo de llorar,
y tiempo de bailar
Derek Kidner
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PRIMERA PARTE
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Proverbios, a lo que añade Qohelet un modo pausado que nos ayuda a recapacitar y
descubrir dónde nos encontramos de la mano de una sabiduría familiar, y ello a
intervalos y en medio de alguna que otra excursión por parajes no tan conocidos. La
sabiduría –muy práctica y absolutamente ortodoxa– constituye el punto de partida;
pero teniendo siempre en cuenta que Qohelet es todo un explorador. Su interés se
centra es descubrir los límites de la existencia, formulando a un tiempo todas esas otras
cuestiones complementarias que no todos estamos dispuestos a asumir.
Lo incisivo de su indagación puede llegar a ser tan inmisericorde, que no es mucho
lo que costaría tomarle por un escéptico o un pesimista extremado. La incisiva proclama
de sus primeras frases, ‘¡Vanidad de vanidades!’, ¡Absoluta futilidad!’, casi parecen
confirmarlo, pero en su fondo hay más de lo que pueda expresarse en una frase, por
mucho que se haya convertido ya en todo un lema. Tanto más cuanto que, de hecho,
hubo un tiempo en el que más de un especialista lo consideró un escrito debido a la
pluma de dos o tres o incluso de hasta nueve autores diferentes. Distintos caminos y
propósitos parecen entrecruzarse de continuo, y los cambios se suceden a un ritmo
veloz, pero lo cierto es que puede ser considerado sin problema como las distintas
percepciones de una sola mente sagaz e inquisitiva, analizando las realidades de la vida
y de la muerte desde varios ángulos y posibilidades.
En el fondo de todo ello encontramos el axioma defendido por los hombres sabios
de la Biblia, que el temor del Señor es el principio de toda sabiduría. Pero Qohelet tiene
la intención de dejar ese aspecto para el final, cuando el ansia por tener una respuesta
llegue a su máxima tensión. Desde el principio mismo, encontramos ya indicios de algo
así, pero su planteamiento tiene otro arranque: averiguar adónde llevan los caminos del
hombre que no parta de esa base. Para conseguirlo, se pone, y nos pone también a
nosotros, en el lugar del humanista y del hombre secularizado. Sin embargo, no puede
decirse que sea la posición del ateo, pues el ateísmo no era tema de debate en la
época. El escritor se interesa por la persona que acomete su indagación a partir del
hombre y el mundo observable, y que conoce a Dios desde la lejanía.
Ese enfoque supone dificultades. El conflicto será inevitable entre el yo interno del
autor, hombre de convicciones y con una fe que compartir, y su yo provisional como
persona que avanza tanteando en la vida alumbrado por la luz que le proporciona la
propia naturaleza. Este segundo yo tiene, además, sus propios conflictos, por todos
conocidos, entre la voz de la conciencia, la del interés personal y la experiencia, y
asimismo entre Dios tal como aceptamos que es y Dios en nuestro trato personal con Él.
Aclarado lo que está pasando a escala mayor dentro del libro, no resulta tan difícil el
orientarse, y el comentario que de continuo lo acompaña supone una ayuda extra en
esa comprensión. Mientras tanto, puede ser de útil agrupar algunas de las enseñanzas
dispersas por el texto y tratar de concretar el énfasis principal.
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si no. En ocasiones, las cosas tendrán sentido para nosotros, pues suele ocurrir que el
transgresor acaba experimentado merecida frustración por la falta cometida. No cabe
duda de que Dios cuida de los suyos (2:26), pero también es un hecho cierto que nada
es propiedad nuestra para disponer o apoyarnos en ello. Si el pecador experimenta la
atracción de lo prohibido, no va a ser el único. La tragedia puede irrumpir en la vida de
cualquiera, pero Dios va a estar siempre al quite. El capítulo 6:1–6 es uno de los lugares
donde se dirime esta cuestión: sin duda, cuanto mayores derechos creemos tener, y
cuanto más abundantes son nuestras posesiones, más duro resultará que Dios las haga
desaparecer, y eso es algo que puede ocurrir en cualquier momento (6:2 ss.), y como va
a pasar de hecho en el último momento. Pues, ‘¿no van todos al mismo lugar?’ (6b) –
esto es, la sepultura.
Estamos, por tanto, abocados a tener que hacer frente a los caminos de Dios. En
términos de los tres títulos aplicados a su persona, se nos aparece ahora como
Sabiduría Inescrutable, dejando reducidos nuestros más brillantes pensamientos a poco
más que hipótesis.
El lugar donde se nos hace ver esto con la mayor de las consideraciones, y las más
grandes promesas, es 3:11, constituyendo una de esas inesperadas cumbres dentro del
libro: ‘Él ha hecho todo apropiado a su tiempo. También ha puesto la eternidad en sus
corazones, de modo que el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el
principio y hasta el fin.’ Con esta sencilla frase queda plasmada la sorprendente y
embriagadora belleza de un mundo tan variado e inabarcable, que su orden interno se
escapa por completo a nuestra percepción. Pero ese orden interno es una realidad,
aunque nosotros no podamos percibirlo plenamente. El hombre, a diferencia de los
animales, está capacitado para tener al menos noticia de su existencia, aunque no en su
totalidad.
Una de las consecuencias es que no podemos extrapolar el presente. Tanto si las
cosas marchan bien como si van mal, tenemos que aceptarlas tal como vayan
presentándose, sabiendo de antemano que el cuadro en su totalidad cambiará en un
momento dado, y que así seguirá haciéndolo. ‘Dios ha hecho tanto lo uno como lo
otro’ –los buenos y los malos tiempos– ‘para que el hombre no descubra nada que
suceda después de él’ (7:14).
No cabe duda de que el futuro nos es desconocido. Lo que ya no es tan obvio es que
el presente, que se ofrece a nuestro examen, pueda igualmente eludirnos. El presente
le pertenece a Dios de igual medida que el futuro. ‘Y vi toda la obra de Dios, decidí que
el hombre no puede descubrir la obra que se ha hecho bajo el sol’ (8:17) –no puede
penetrar, en cuanto a su esencia más profunda, en las actividades del diario discurrir. Se
elaborarán al respecto diversas filosofías, pero todas ellas se quedarán cortas: ‘Aunque
el hombre busque con afán, no la descubrirá.’ La desazón que esto produce queda
magistralmente reflejada en 7:23, 24: ‘Dije, seré sabio, pero eso estaba lejos de mí. Está
lejos lo que ha sido, y en extremo profundo. ¿Quién lo descubrirá?’
Esa opacidad es todo un reto intelectual. Pero siempre cabe la posibilidad de verlo
como un absorbente problema a resolver y un muy saludable ejercicio mental. Cuestión
muy diferentes es, sin embargo, decidir si el universo nos es verdaderamente hostil –
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esto es, si Dios nos es hostil o no. Pero eso es justamente lo que no podemos averiguar
por nuestros propios medios, y no hay paso alguno que podamos dar para tener ese
control. Ese parece ser el significado de 9:1, que habla de estar ‘en manos de Dios’.
Pero, ¿qué clase de Dios? A la persona que tiene conocimiento del Dios de Israel, eso le
aportará tranquilidad, pero para el que va buscando a tientas en la oscuridad es un
pensamiento paralizante. ‘El hombre ignora si eso es o no amor.’ ¿Ha de guiarse, pues,
por los atractivos de la naturaleza o por su despiadada crueldad? ¿Por la sonrisa de la
fortuna o por sus reveses – ambas cosas por igual imposibles de controlar aun por
mucho empeño que pongamos en ello?
Todo lo cual nos lleva a ese otro lugar desde el que se nos invita a contemplar la
existencia.
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Para aclarar esa paradoja, puede sernos de ayuda una pequeña digresión
momentánea, y ello con el fin de detenernos a examinar un ejemplo antiquísimo de
total y absoluta secularización, en absoluto suavizado por nuestras modernas utopías,
ni tampoco encorsetado por un exacerbado sentido de lo trascendental: única y
exclusivamente, un distanciamiento objetivo ayudado del más puro ingenio. El pasaje
en cuestión, traducido y parafraseado en su mayor parte de forma totalmente libre, es
un diálogo mesopotámico entre un amo y su criado, escrito que tal vez date de un
tiempo incluso anterior a Moisés.
‘Siervo, obedéceme.’ ‘Sí, mi señor.’
‘El carruaje, prepáralo. Me llegaré en él a palacio.’
‘¡Vaya, mi señor, allá!… A buen seguro que el rey os muestra su favor.’
‘No, criado, no voy a llegarme a palacio en mi carruaje.’
‘No lo haga, mi señor, no lo haga. Pudiera ser que el rey os destinara a un
remoto lugar. Imposible entonces os sería descansar.’
Lo siguiente que se le antoja es almorzar –decisión que el criado celebra con los
comentarios más adecuados. ¿Qué cosa más agradable puede haber que saciar el
hambre con ricos manjares? Pero el capricho es pasajero: no va a comer nada, por el
momento. El criado juzga esa decisión acertada: ¿no es el comer una actividad un tanto
vulgar?
El diálogo continúa así por un tiempo. Al amo se le ocurre ir de caza…; pero, no, en
el último momento cambia de idea. ¿Qué tal encabezar una rebelión –o, mejor aún,
desvincularse de tal intento? Mantenerse en silencio en el encuentro con su rival sería
buena idea… pero mejor aún decirle directamente a la cara la opinión que nos merece.
Todas y cada una de las distintas ideas que le pasan por la cabeza encuentran
comentario acorde por parte del criado, y así se va sosteniendo sucesivamente lo
contrario de lo anterior. ¡Señal evidente de buen juicio!
Llega entonces el momento de pensar en el amor (¡Por supuesto! ¿Qué mejor cosa
puede haber, señor, para descansar la mente de las fatigas de las cosas?). Pero esas
ganas se le pasan (¡Cuán sabio y prudente! La mujer es una trampa, una daga que
apunta al corazón). ¡Ahora sí que ha tenido una buena idea! Será todo un filántropo.
Pero, por otra parte… (Acertado una vez más, señor. ¿Qué beneficios le reportaría eso?
¡Pregúnteles a las calaveras del cementerio!).
Dominado por un humor caprichoso e inconstante, todo se examina y todo se
rechaza. Al final, este amo se hace a sí mismo una pregunta importante: ‘¿Qué es lo
verdaderamente bueno?’ La respuesta que da nos provoca un sobresalto: ‘Retorcerme
el cuello y luego el tuyo, y arrojarlos ambos al río –eso sí que estaría bien.’ Pero, claro
está, cambia de nuevo de opinión: retorcerá tan sólo el cuello de su criado, y le enviará
a él por delante.
Como es fácil de predecir, el criado tiene la última palabra. ¿Cómo iba su amo a
sobrevivir siquiera tres días sin los cuidados de su criado?
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SEGUNDA PARTE
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más que todos los que estuvieron antes de mí sobre Jerusalén’. Con lo que queda
descartado cualquier otro posible sucesor comparable al sin par Salomón, a no ser el
propio Salomón, evidentemente, como único antecesor inmediato.
Si a esto añadimos el hecho de que toda señal distintiva de la realeza desaparece
tras los dos primeros capítulos, parece meridianamente claro que se espera de nosotros
que veamos en ese título algo no relacionado con una auténtica realeza, sino con la
propia categoría del escritor, siendo la apostilla de realeza un recurso para dar mayor
dramatismo a la búsqueda descrita en los capítulos 1 y 2. El Salomón que nos presenta
excede a la realidad (tal como lo da a entender con el término ‘sobrepasar, en 1:16) con
el fin de demostrar que incluso el hombre más dotado que concebirse pueda,
aventajando a todo posible rey que viniera a ocupar el trono de David, regresaría con
las manos vacías de su aventura en busca de la autorrealización.
Partiendo del relato en 12:9s, lo que tenemos es la semblanza de un estudioso cuya
vocación es enseñar, investigar, editar y redactar con espíritu creativo. Como escrito,
exhibe, aunque de forma indirecta, una valentía que se conjuga con una sensibilidad
fuera de lo común, y una maestría innegable en su estilo.
El lema (1:2)
Una tenue neblina, un ligero soplo del viento, un breve suspiro, nada a lo que poder
aferrarse, lo más cercano a la nula existencia. Esa es la clase de ‘vanidad’ que este libro
presenta.
Pero lo que convierte a esta visión de la vida en algo inquietante es justamente que
esa casi insustancial ‘nada’ no es mero enjuiciamiento de la apariencia externa de las
cosas, lo cual podría tener un cierto sentido, sino la suma de todo lo que puede
esperarse.
Y si eso es en verdad así –y el libro se esfuerza patentemente en demostrarlo–, el
término ‘vanidad’ asume notas de auténtica desesperación. Ya no va tan sólo a hacer
referencia a lo fugaz y transitorio, sino a lo ominosamente carente de sentido. El autor
dobla y refuerza la connotación de ácido desencanto con esa aparente parodia de otro
superlativo de uso común: ‘el santo entre los santos’ o ‘santísimo’. El vacío total, en
mudo contraste con la santidad absoluta que dio forma y contenido a la tradicional
piedad de Israel. Y el asunto queda zanjado con una sucinta valoración, ‘Todo es
vanidad’. En terminología más actual:
‘Futilidad absoluta…, absoluta futilidad.
¡Todo es futilidad!’
Ahora bien, ¿qué es lo que en realidad debemos entender con ese ‘todo? ¿Estarían
incluidos la virtud y asimismo Dios? ¿O es justamente ‘todo’ aquello que no está a la
altura de su Persona?
El autor no parece tener premura alguna por proporcionar una respuesta. Su
intención primaria parece ser llevarnos a examinar todas las cosas con mayor atención,
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dentro del mundo que podemos ver a nuestro alrededor y las alternativas que ofrece, y
ello justamente antes de que él se comprometa y dé su propio punto de vista y postura
al respecto. Pero esa es una tarea que va a acometer con deliberada parsimonia, siendo
el primer indicio de ello una matización reveladora ‘bajo el sol’ (1:3), convirtiéndose a
partir de ese momento en punto de inflexión dentro del conjunto y nota reiterada en
casi una treintena de ocasiones en el curso de doce breves capítulos. Descartando su
uso como remoquete y coletilla –y hay que tener en cuenta que éste es autor que no
malgasta palabras–, se hace claramente patente que el escenario contemplado es el
mundo al alcance de nuestra observación, realizada al nivel más elemental.
De ser esto así, no sólo es ese grito suyo de alerta, ‘¡Vanidad de vanidades!’, el que
enmarca su visión de la existencia, sino el conjunto de todos sus comentarios al
respecto, y ello como genuino marco de referencia. En su final, el libro traza con firmeza
las lindes de lo que es y lo que debería ser, revelándose Qohelet como auténtico
hombre de fe. Pero, mientras tanto, lo que nos va ofreciendo son atisbos y sutiles
indicios. Y hay que aguardar expectantes las posibles consecuencias y repercusiones. La
tradición ha dado en llamar a este autor ‘el Predicador’, pero lo cierto es que su
pensamiento guarda tan estrecha relación con el discurrir de la mente humana, que casi
podría verse ahí la articulación audible de un pensamiento radical muy real y muy
cierto. El punto de diferencia radicaría en su voluntad de desarrollar ese pensamiento
común al límite de sus posibilidades y consecuencias. No va a haber, pues, senda, vía o
camino que él no transite y explore hasta ese punto en el que el asunto se revele fútil.
En última instancia, pues, quedará en pie una única posibilidad viable.
Este proceso ha sido descrito de forma tan admirable por G. S. Hendry que sería una
lástima no citarle aquí:
‘Qohelet redacta su escrito partiendo de unas premisas que no nos son
manifiestas, y su librito es, en realidad, un genuino trabajo de apologética… Su
aparente gusto por lo más mundano de la existencia obedece al objetivo que se
ha propuesto: dirigirse a un público general mediatizado por las limitadas
perspectivas del mundo. Y para hacerlo así, sale al encuentro de las gentes en su
terreno, enfrentándoles a su inherente vanidad. Asunto que se hace aún más
evidente por ese deseo suyo de querer abarcar la totalidad: ‘bajo el sol’.
Expresión que es resumen y anticipo del ámbito del Nuevo Testamento: ‘el
mundo’. Así, el escrito de Qohelet viene a ser en realidad una crítica del
secularismo del mundo y la secularización de la religión.’
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deriva del ámbito de los negocios, y es vocablo específico que en todas las Escrituras
únicamente aparece en este libro. Pero antes de apresurarnos a desecharlo como
vocablo cínico e interesado hay que recordar otra pregunta comparable y formulada en
el Evangelio: ‘¿Qué le aprovecha al hombre…?177, no siendo éste además el único caso
en el que Cristo y Qohelet hablan el mismo lenguaje. La pregunta es honesta y cabal.
Cualquier posible apetencia de arriesgada inversión que pudiéramos tener pronto se
disiparía si no hubiera nada detrás que le diera consistencia – y ¿qué garantía hay de
que eso vaya a ser así a largo plazo? ‘Te pasas la vida trabajando, esforzándote, y ¿qué
es lo que queda al final de todo ello?’, –así es como resumiríamos el tema de forma
libre.
Vale. De acuerdo. Pero lo cierto es que a veces uno espera hacer del mundo algo
mejor, o al menos dejar algo válido para los que vengan detrás. Así, como si hubiera
estado justamente esperando esa objeción, Qohelet dirige nuestra atención al
incesante hacer y deshacer que caracteriza la historia de la humanidad. Las
generaciones van sucediéndose por oleadas, con sus logros y sus fracasos; hombres que
hacen su aparición para desaparecer luego sin más, cayendo entonces sus nombres en
el olvido. Y todo ello con el trasfondo de un mundo que contempla impasible el
continuo sucederse de las generaciones. Y poca duda cabe de que será entonces el
mundo el único y último testigo de nuestra desaparición de la faz de la tierra. Y si eso es
así de forma inapelable, ¿cuál es, en realidad, el sentido y significado del hombre?
Por otra parte, además, el patrón que el propio mundo cumple, por mucho tiempo
que la tierra pueda durar, no deja de ser tan repetitivo e incesante como el nuestro.
Tantos comienzos prometedores que tendrán que repetirse, tantos viajes emprendidos
que se habrán de reanudar. Qohelet selecciona para nosotros tres ejemplos
representativos de esa repetición sin final, y comienza por el más obvio y evidente: el
del sol en su ir y venir, doblegándose obediente desde la curva majestuosa de su cenit
para declinar hasta su desaparición; para, tras haber cumplido con su tarea, retomarla
infatigable y sumiso al día siguiente. Los otros dos ejemplos parecen ofrecer en
principio una vía de escape de esa circularidad –pues, ¿qué puede haber más libre que
el viento, o menos reversible que el caudal del torrente? Ahora bien, si se sigue su curso
hasta el final, constatamos que todo vuelve a empezar de nuevo una vez más. Los
vientos ‘giran y giran sin cesar’; las aguas, tal como nos indica Job 36:27s, se recuperan
para que puedan volver de nuevo a regar la tierra. Así, la regularidad de los fenómenos
de la naturaleza nos evidencia que ‘nueva es cada mañana’ la misericordia divina,
ofreciendo a nuestro escrutinio un enfoque distinto, si es que lo que buscamos son
nuevas respuestas. El versículo 8 resume ese ciclo perpetuo, con su innegable
cansancio, pero queda más por ver.
Eso nos lleva a contrastar la realidad del escenario humano. Al igual que ocurre con
el océano, nuestros sentidos están siendo nutridos constantemente, pero nunca se
llenan a rebosar. Y al igual que la rueda de la naturaleza, nuestra historia no cesa de
volver sobre sí misma, posponiendo eternamente sus promesas. El viaje continúa;
nosotros nunca terminamos de llegar. No hay lugar bajo el sol al que merezca la pena
retirarse, nada que buscar que sea en verdad satisfactorio, ni nada genuinamente
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La búsqueda de la satisfacción
Eclesiastés 1:12–2:26
El buscador (1:12)
El poema sobre el que hemos estado reflexionando es el que marca el tono general
del libro, con ese lema que engloba todo un tema y con la panorámica que ofrece de un
mundo sempiternamente afanoso y desoladoramente inconcluso.
Pero ahora el tema adquiere un perfil más pronunciado. De las analogías y las meras
impresiones, pasamos al contacto inmediato con la experiencia. Y la tarea que nos
aguarda va a consistir en analizar un amplio muestrario de empresas acometidas por el
hombre, y ello con el fin de preguntarnos si es que hay algo en este mundo que tenga
un valor duradero. El autor del libro logra de hecho transmitirnos lo apremiante de esa
búsqueda y los primeros afectados por ello somos nosotros mismos. Sin embargo, esa
curiosa mezcla de títulos aplicados a su propia persona, ‘Qohelet’ y ‘Rey’, nos advierte
del carácter dual de su alocución, y ello en total consonancia con lo visto al principio.
Para los propósitos de este pasaje, el predicador viene a ser como un segundo Salomón,
y eso es algo que podemos igualmente hacer nosotros imaginariamente. Equipados con
todas esas ventajas, nuestra búsqueda no será ni limitada ni tentativa, sino teñida de
realeza, indagando así en todo cuanto el mundo tenga que ofrecer a un hombre de
genio ilimitado y de riquezas. Y, dadas las circunstancias, podemos tomar sus hallazgos
como definitivos. Según cita suya (2:12), ‘¿qué hará el hombre que venga después del
rey?’
Pudiera ser, pues, si bien de pasada, que esta primera aproximación al texto se
llevara a cabo en comparación con otro pasaje, escrito también en primera persona: el
sondeo de las intenciones del corazón que el apóstol Pablo hace al final de Romanos 7.
Cada una de estas dos confesiones tiene una más amplia referencia al hombre en
concreto que ha tomado la palabra. Así, entre los dos, esto es Qohelet y Pablo, exploran
para nosotros el mundo tanto externo como interno en esa búsqueda suya por hallar
sentido y su lucha por alcanzar la victoria moral.
Con esa candidez que le caracteriza, y que tan demoledora nos resulta, Qohelet no
tarde en presentarnos lo peor. Esa búsqueda suya ha resultado en nada. Para evitarnos
el mal trago de ver frustradas nuestras esperanzas, advierte desde un principio acerca
del resultado de la empresa (1:13b–15) antes de acometerla (1:16–2:11), para, por
último, compartir con nosotros las conclusiones a las que ha llegado (2:12–26).
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El resumen (1:13)
Sin crear obstrucción, pero de forma significativa, Qohelet resume sus hallazgos en
términos que, momentáneamente, se apartan del campo de la visión secularizada.
Reflexiona sobre la desazón que provoca el diario existir, algo que está al alcance de
cualquier posible observador, pero que Qohelet rastrea en su origen hasta llegar a la
voluntad de Dios. Es la divinidad quien ha puesto ese desasosiego en los hijos de los
hombres. Algo que quizás puede tener más tono de amargura que de fe en el Creador,
pero que, de hecho, apunta a lo que de positivo puede encontrarse en sus capítulos
finales. En el peor de los casos, eso supondría la presencia de un cierto sentido, y no la
sinrazón de la casualidad y la suerte, en aquellas situaciones a las que tendríamos que
enfrentarnos, aun cuando ese sentido nos planteara un reto. Cabe, sin embargo,
igualmente la posibilidad de que todo ello formara parte de una disciplina impuesta por
Dios como secuela inevitable de la Caída. Así es como Pablo – con la mirada puesta sin
duda en Eclesiastés –interpreta los trabajos y fatigas de este mundo: ‘Porque la
creación fue sometida a vanidad… por causa de aquel que la sometió en la esperanza’.
Esa esperanza, sin embargo, está fuera de nuestro alcance, tal como vendrá a
quedar patente en la consiguiente búsqueda. El versículo 15 añade dos recordatorios
más acerca de esas limitaciones nuestras, y lo hace con la concisión de un proverbio. La
BA lo expresa con meridiana claridad: ‘Lo torcido no puede enderezarse, y lo que falta
no se puede contar’. Da igual que lo torcido y la falta de medios se deba a un fallo
nuestro o a unas circunstancias adversas que no nos es posible alterar. Como seres
humanos, estamos abocados a hacer frente a lo poco que podemos hacer. Con esta
realidad presente, unimos fuerzas con Qohelet en su análisis de tan primordial cuestión.
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permanece. Aún tiene más que decir a este respecto, pero, entre tanto, esa primera
aproximación al tema basada en el reposo ha cedido terreno.
Por eso se lanza de lleno ahora al mundo de la frivolidad, si bien, una parte de él se
mantiene alejado del tráfago –la mente todavía me guiaba con sabiduría– con el fin de
juzgar rectamente en qué acaba una vida fútil y cómo le afecta eso al hombre. Lo
primero que se hace evidente es la ‘paradoja del hedonismo’, que cuanto más placer
busca, menos se encuentra. Sea cómo fuere, Qohelet quiere encontrar algo que
suponga algo más que una gratificación inmediata. En realidad, se trata de una
deliberada huida de la racionalidad, intentando conseguir penetrar en el secreto de la
vida allí donde la razón puede bloquear el paso. Esa es la fuerza que alienta en el
versículo 3b: ‘cómo echar mano de la insensatez, hasta que pudiera ver qué hay de
bueno bajo el cielo que los hijos de los hombres hacen…’
Esta actitud que nos evoca a la época actual, con su culto a lo irracional en sus
distintas facetas, desde el romanticismo más apasionado, al ansia desesperada del
adicto por acceder a estados insólitos de la conciencia; y aún más allá, en un nihilismo
que cultiva con esmero lo desagradable y lo horrendo, lo obsceno y lo absurdo, y no
como mero pasatiempo, sino como intencionado ataque frontal a los valores de la
razón. Y si bien Qohelet no nos lleva a estadio tan avanzado, la valoración de su propia
vivencia de la insensatez pone de relieve tanto su desazón como su desencanto. Así, su
desagradable descalificación del placer, ‘¿Qué se logra con ello?’, viene a quedar
reforzada por una rotunda condena de la risa, ‘Es locura’; y, en las Escrituras, la ‘locura’
y la ‘insensatez’ llevan una carga de perversión de lo moral y no sólo de anomalía
mental.
Pero para que una risa merezca en verdad ser descalificada, ha de ser por un
carácter de fondo cínico y destructivo. Y si ello es así, estaríamos ahí muy próximos a la
comedia negra y al humor malsano.
Como si se arrepintiera de esa reacción excesiva ante la futilidad del placer, pasa a
ocuparse de los goces de la creatividad. Toda su energía se canaliza ahora en un
proyecto artístico a la altura de sus gustos estéticos, de su conocimiento de las ciencias
y las técnicas, y de su capacidad para poner en marcha un gran proyecto: un mundo
propio a escala menor, dentro del mundo en su inmensidad, multiforme, armonioso,
exquisito, cual nuevo Jardín del Edén, y abundante tanto en placeres civilizados como
en delicias no tan domesticadas (8), y sin frutos prohibidos – o al menos ninguno que él
incluya en esa categoría (10). Y en medio de todo ello, se ha precavido de no caer en el
fácil aburrimiento, combatiéndolo con una actividad febril, que es valorada en sí misma
(10), manteniéndose vigilante en todo momento de la marcha de sus proyectos a la par
que inmerso activamente en su realización. ‘Mi sabiduría permaneció conmigo’ (9) nos
informa, lo cual viene a querer decir que no ha perdido de vista la búsqueda original, su
anhelo por hallar el significado de las cosas, y ello como origen y razón de todos sus
afanes.
Ahora bien, ¿qué es lo que, en definitiva, ha alcanzado? Una mente menos
inquisitiva y exigente que la de Qohelet tendría mucho de lo que hablar con
satisfacción. Los resultados obtenidos han sido en verdad brillantes. En la esfera de lo
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material, el perenne objetivo del agricultor por (según expresión nuestra) conseguir que
la tierra rinda el doble de lo que antes daba, es ya una realidad indiscutible, mientras
que, en el ámbito de lo estético y artístico, había logrado crear una auténtica delicia
para el experto conocedor. Si ‘un objeto hermoso es fuente de gozo inagotable’, su
búsqueda de lo atemporal y absoluto no había sido en vano. O así solemos pensar.
Qohelet ya no va a querer nada de todo eso. Considerar todo logro terrenal eterno
es vana pretensión y mera retórica, y nada de cuanto es perecedero podrá satisfacerle.
En versión un tanto libre, eso significaría ‘Me vine a dar cuenta de que nada de todo eso
tenía valor alguno. No era sino correr tras el viento’.
La evaluación (2:12–26)
El breve y muy tajante veredicto del versículo 11 necesita ser elaborado en cierta
medida, pues, al ahondar en las posibilidades que ofrece la existencia, Qohelet no
estaba actuando basándose exclusivamente en su propia experiencia. Si él mismo ha
regresado con las manos vacías, aun al amparo de los logros de Salomón, ¿qué
esperanza cabía esperar para los demás (12)? Lo cual le lleva de nuevo a las dos grandes
alternativas, la sabiduría y la insensatez, con el ánimo de compararlas primero y hacer
después una valoración radical de las mismas. ¿Tenía alguna de ellas algo que ofrecerle
en relación a esa búsqueda final suya? Ambas posibilidades habían sido puestas a
prueba por él en su experimento (1:17–2:10) –pues incluye ‘locura’ no sólo como ‘la
insensatez’ de la autoindulgencia y el cinismo, sino como la obtención de cualquier
placer, incluido el mayor que imaginarse pueda, como evasión ante pensamientos
dolorosos a los que hay que hacer frente. Eso estaba suficientemente claro partiendo
de 1:18, donde la conclusión era ‘quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor’,
suscitando una respuesta de inmediato: ‘Vamos a poner a prueba todo aquello que el
placer promete. Divirtámonos’.
La pura comparación entre la sabiduría y la insensatez es fácil de hacer, pero la
valoración final es devastadora, pues es imposible obviar que donde una se revela como
la luz, la otra es la oscuridad absoluta (13, 14a). Pero Qohelet aguza ahí el ingenio
recordando que todo eso son abstracciones y nosotros somos seres reales. De poco va a
servir recomendar el valor intrínseco de la sabiduría, si en última instancia ninguno de
nosotros va a estar presente para aplicarla o, menos aún, para valorarla, siendo esa la
razón evidente de que los logros puramente humanos, que nosotros consideramos
ahora duraderos, no sean tales. Como hombres de mundo, podemos intentar actuar
como si lo fueran, pero al precio de no reconocer lo que Qohelet sí constata: todos
serán olvidados en los días venideros (16). Él no se hace falsas ilusiones, aunque, en
buena ley, tendríamos que ser nosotros presa del desánimo –como generación a la que
los promotores de la secularización le recuerda continuamente que el planeta está
moribundo.
De ahí que, por primera vez en todo el libro, pero ni mucho menos la última, el
actor de la muerte aboca a una detención forzosa. Si todos hemos de correr la misma
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suerte, y esa suerte supone extinción, le roba al hombre la razón de ser de su dignidad y
sus proyectos para el futuro; resultados que encontramos constatados en 14–17 y
18–23.
En cuanto a la dignidad del hombre, lo que convierte en algo mortificante (¡qué
término tan apropiado para el caso!) la equiparación última entre sabios y necios a
causa de la muerte –a lo que cabría añadir también entre ‘hombres buenos y hombres
malos’, ‘santos y sádicos’, o cualquier otro posible par en oposición– es que, si eso es
cierto, se le concede la última palabra al factor mera fuerza bruta que arrasa con todo
posible juicio de valor que se haga. Todos los datos pueden apuntar a la invalidación de
la insensatez como concepto correspondiente con la sabiduría, o la de la bondad con la
maldad, pero poco va a importar: si la muerte nos espera a todos al final de la
carretera, los que defienden que no hay razón alguna para discriminar y elegir se
alzarán con la última palabra. Las opciones que reconozcamos como válidas a título
personal y privado serán desechadas y dejadas a un lado.
Y aborrecí la vida. Si todo lo que podemos esperar es una engañifa en el núcleo
central de la existencia, y la insensatez como compañera perpetua de vida, ¿quién va a
tener el valor de acometer empresa alguna de valía? Si todas las cartas de nuestra
baraja están marcadas de antemano a favor del adversario, ¿qué más dará cómo
juguemos la partida? ¿Por qué tratar a un rey con más respeto que a un truhán?
Debemos hacer ahora un inciso importante. No cabe duda de que esta visión
pesimista y un tanto cínica de la vida es clara prueba de nuestra capacidad de
enjuiciamiento de las situaciones. Sentirse ultrajado por lo universal e inevitable de una
situación adversa parece apuntar a un descontento de índole divina, un claro indicio de
lo que se apunta en 3:11 como anhelo de ‘eternidad’ en el corazón humano. De hecho,
nuestro versículo 16 emplea ese término para lamentar la falta de perdurabilidad de
todo lo que es sabio.
Los versículos 18–23 se ocupan de un mal menor, pero con capacidad para agostar
el espíritu: la frustrante incertidumbre del resultado de cualquier posible tarea o
empresa que acometamos una vez que quedan ya fuera de nuestro control, tal como
inevitablemente viene a suceder. Partiendo de unos principios propios, el hombre de
mundo no podría ahí objetar nada, siempre y cuando lo acometido prospere y perdure
mientras él viva; pero lo cierto es que esa inapelable falta de permanencia sí que es
algo que le frustra y condiciona, porque comparte con el resto de la humanidad un
anhelo innato por lo permanente. Cuanto mayor haya sido el empeño puesto en su
trabajo (y los versículos 22s revelan lo obsesiva que esa carga puede llegar a ser), mayor
amargura suscitará la idea de que los frutos de sus esfuerzos vayan a acabar en manos
de otros –y, casi con toda probabilidad, en unas manos indebidas. Otro duro golpe,
pues, contra nuestros anhelos y esperanzas, ya vislumbrado al inicio del capítulo, de
hallar realización permanente en el trabajo esforzado y los grandes logros. En realidad,
el propio éxito acentuará el anticlímax.
Pero por fin aparece una nota de esperanzada alegría. Pudiera ser que, en realidad,
hubiéramos estado esforzándonos con excesivo ímpetu. El trabajador compulsivo de los
versículos 22s, que sobrecarga sus días con trabajos y sus noches con preocupaciones,
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se ha estado perdiendo los gozos más sencillos que Dios nos proporciona. La auténtica
disyuntiva, pues, no era entre trabajar y reposar, sino, si hubiera estado atento a ello,
entre actividad con un sentido y activismo irrelevante. Tal como plantea el versículo 14,
el trabajo que le estaba tiranizando es en potencia un gozoso don de Dios (tal como lo
es asimismo el propio gozo, 25), si hubiera sido capaz de verlo así y aceptarlo.
He ahí, pues, la otra cara de esa ‘tarea dolorosa dada por Dios a los hijos de los
hombres’ (1:13), puesto que, en sí mismas, y usadas de forma adecuada, las cosas
básicas de la vida son agradables y buenas. La comida, la bebida, y el trabajo son
ejemplos de ello, y Qohelet aún tiene algunos más. Lo que viene a estropearlas es
nuestro deseo de sacar de ello más de lo que pueden dar, actitud en la que nos
diferenciamos de las bestias y causa principal del tema que ocupa el presente libro.
Así, al menos por un momento, se ha alzado el velo en el versículo 26, para
mostrarnos algo muy distinto a lo meramente fútil. No cabe duda de que el escrito va a
terminar con una nota fuertemente positiva, y así, mientras llega el feliz momento, se
nos va anticipando en esas visiones que sí hay una respuesta y que no cabe imputarle al
autor un espíritu derrotista. Si no vacila en abocarnos a la desilusión, es porque quiere
enfrentarnos a toda costa a la realidad.
Esa afirmación suya en este versículo final podría leerse con descuido y ver ahí una
válvula de escape para los favorecidos de Dios, librándolos de los riesgos del mundo
material que hemos ido enumerando. La versión en lengua inglesa TDE se extralimita en
su deseo de evitar esa impresión al eliminar el término ‘pecador’ (sin razón alguna que
lo justifique), haciendo referencia a aquellos en los que Dios se agrada simplemente
como ‘aquellos que le agradan’ o ‘que más le agradan’ en comparación con otros. Pero
incluso sin esa distorsión gratuita, sería fácil perderse el contraste vital de este
versículo, que es el que hay entre los dones espirituales que Dios concede (sabiduría,
conocimientos, gozo), que tan sólo podrán desear o recibir aquellos que agraden a Dios,
y la frustrante tarea de amasar fortunas que no pueden conservarse, y que es la suerte
que les espera a quienes le rechacen. El hecho de que al final todo lo acumulado por el
pecador irá a parar a manos del justo no deja de ser el remate irónico de algo que ya
era, de todas maneras, vanidad y correr tras el viento, suponiendo a su vez, para el justo
la suma reivindicativa, y nada más. Al igual que ocurrirá con los mansos, que vendrán a
ser los que hereden la tierra, su tesoro se halla en un lugar muy distinto y es de una
naturaleza completamente diferente.
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Puede que ‘tiranía’ sea un término demasiado fuerte para ese tenue flujo y reflujo
que ahí se describe y que nos lleva, todos los días de nuestra existencia, de una
actividad a su opuesta, y de nuevo vuelta a empezar. Pero esa forma de verlo tiene su
atractivo pese a todo, con esos cambiantes estados de ánimo y distintos períodos y
ritmos característicos de toda actividad humana. El ritmo, con lo que tiene de
cambiante, siempre tendrá algo de atrayente, pues ¿quién querría vivir en una eterna
primavera –‘tiempo de plantar’, pero sin momento de recoger– o cómo envidiar al
hombre de negocios insomne que encontramos en el último capítulo?
Sin embargo, en el contexto de una búsqueda final, no sólo es igual de inútil el
movimiento de aquí para allá que los ciclos sin fin del capítulo 1, sino que, además,
conlleva ciertas implicaciones que le son propias. Una de ellas consiste en ese bailar al
son, o los sones, que se escuchen, y que en ningún caso va a ser cosa nuestra. Una
segunda consecuencia es que nada de lo que perseguimos con afán es permanente. Nos
volcamos de lleno en una actividad que nos absorbe y que nos parece satisfactoria sin
saber si la hemos elegido libremente. ¿Cuánto tiempo transcurrirá antes de
encontrarnos haciendo justo su opuesto? Pudiera ser que nuestras aparentes
elecciones no gozaran de mayor radio de libertad que nuestra reacción involuntaria
ante el invierno y la primavera, la niñez y la vejez, dictada de forma inexorable por la
marcha del tiempo y de unos cambios no buscados.
Visto desde esa perspectiva, la cantinela ‘tiempo de…, y tiempo de’ empieza a
resultar opresiva. Con independencia de cuál pueda ser nuestra capacidad de iniciativa,
las cambiantes estaciones dominan nuestra existencia, y no tan sólo las que marca el
calendario, sino las que van y vienen según vaya decidiendo el curso de los
acontecimientos, pasando de aquello que nos parece conveniente y adecuado en
determinado momento, a aquello que viene a suponer todo lo contrario. Resulta
entonces evidente que poco es lo que podemos hacer respecto a esas distintas
situaciones que nos mueven a llorar o reír, hacer duelo o danzar, dado que, además,
incluso nuestros actos más conscientes y deliberados pueden estar asimismo
condicionados por lo temporal y en un grado mayor de lo que podríamos suponer.
‘¿Quién habría podido imaginar –conjeturamos en ocasiones– que llegaría el día en que
me iba a encontrar a mí mismo haciendo tal o cual cosa, y haciéndola, además, por
obligación? Y así viene a suceder que la nación amante de la paz se apresta para la
guerra, o el pastor afila el cuchillo para sacrificar al animal cuya salud restableció
tiempo atrás; el coleccionista se deshace de esas piezas tan preciadas; los amigos se
separan irreconciliables; a la necesidad de hablar sigue el deseo de permanecer callado.
Nada de lo que hacemos, al parecer, se libra del relativismo y la tensión –prácticamente
impuesta– por lo que nos viene del exterior.
La reacción más natural sería entonces buscar lo auténtico y real en algo que no
esté a merced de los cambios, considerando el mundo de la experiencia cotidiana una
mera distracción. Sorprendentemente, y con innegable maestría, Qohelet nos da la
pista en el versículo 11 para ver ese continuo cambio no como algo desestabilizador,
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un sistema al que no puede poner fin o plegar a su voluntad, y tras todo ello, está Dios.
No hay escapatoria posible, ni lugar alguno en el que pueda depositar todo aquello que
le estorba o le incrimina. Pero el hombre de Dios escucha estos versículos sin esa
aprensión. Para él, el versículo 14 habla de la fidelidad divina que transforma el temor a
Dios en una relación filial que da fruto en abundancia, mientras que el versículo 15 le da
seguridades de que con Dios puede conocerse todo de antemano, y nada va a ser
pasado por alto o inadvertido. Dios no acomete empresas que luego abandone, y
tampoco se olvida de las personas. Una vez más, Qohelet ha dejado bien patente, y
sobre la marcha, que la desesperanza ahí retratada no se corresponde con lo que él
siente, y que tampoco tiene por qué ser lo que experimenten sus lectores.
Quedan todavía más cosas que comentar y añadir. El ser humano en sociedad va a
ser su siguiente foco de interés, centrándose muy específicamente en el ejercicio del
poder.
Lo que ahí tenemos no es un cambio total de tema, pues sigue presente la noción
de unos tiempos determinados y el poder que ejercen sobre nosotros. Y así lo confirma
el versículo 17. Pero el problema de la injusticia es demasiado acuciante como para
reducirlo a una simple ilustración de ese tema. Se convierte, en cambio, en cuestión
principal durante un tiempo en el capítulo 4, y reaparecerá a intervalos en posteriores
pasajes.
En primer lugar, sin embargo, se contempla en el marco de los reveses de la vida y
los cambios inesperados, que son el foco dominante en el capítulo 3. Pocas cosas hay
que reclamen más legítimamente reparaciones que la injusticia. En realidad, esa vendría
a ser la única ganancia obvia ante los giros de la fortuna en nuestra vida. El hecho de
que todo en este mundo sea temporal y mera circunstancia es anticipo del final del
crudo invierno y es asimismo un auténtico milagro. La moral se ve fortalecida ante el
convencimiento de que Dios va a juzgar (17), y por la certeza de que, para cualquier
posible hecho o situación, Él ya tiene prevista una solución.
Ahora bien, si eso es así, ¿por qué tanta dilación? ¿Por qué no es ya el presente el
momento adecuado para hacer que impere la justicia en todo el mundo? Ante tan
candente cuestión, respuesta cortante como el acero, y es el versículo 18 el encargado
de ponernos en nuestro sitio: no es, ni será, prerrogativa y asunto nuestro enseñarle a
Dios cómo actuar, sino descubrir el fondo y la verdad de nuestra propia persona. Y no
parece haber lección que más nos cueste aprender. (Iniciado ya el siglo XXI, seguimos
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peca de injusta. Qohelet está ahí pasando revista al panorama en su totalidad, y bien
podría replicarnos que tras, toda posible forma y frecuencia de intervención en crisis,
seguirían estando presentes reductos de opresión en las ‘moradas de violencia’;
suficiente para hacer llorar a los ángeles, ya que no a los hombres. Y bien podría haber
añadido que no hay coincidencia en el hecho de que el poder esté en el opresor, pues
es el poder lo que más rápidamente da lugar al vicio de la opresión. Paradójicamente,
eso limita la propia posibilidad de reforma, pues, cuanto mayor control se ejerza por
parte del reformador, mayor es su tendencia a la tiranía.
Así que una de las facetas cruciales de la vida aquí en la tierra queda expuesta en
toda su crudeza, y no hay nada más triste en todo este escrito que la mirada añorante,
en los versículos 2 y 3, a los muertos y a los no natos, pues son ellos los que se libran de
tan angustiosa visión. Tono apropiado, pues, para un libro que se caracteriza por su
interés en toda clase de frustraciones, siendo ahora el mal el foco de atención, y el mal
en su más abominable y cruel manifestación. Si el pesimismo de Qohelet se nos antoja
excesivo, deberíamos quizás preguntarnos si un enfoque más alegre obedecería
verdaderamente a la esperanza y no a una complacencia simplona. Mientras que a
nosotros, como cristianos, se nos ha dado ver más allá de lo que él pudo en su tiempo,
no hay razón alguna para que se nos libre de las realidades del presente.
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PRIMER RESUMEN
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Compañerismo (4:9–12)
Tras haber comprobado la pobreza de fondo del ‘solitario’, con independencia de
un posible éxito externo, pasamos ahora a reflexionar acerca de algo mejor; siendo
mejor un término clave aquí (4:9, 13; 5:1, 5), como suele ocurrir con frecuencia en el
juicio de valores de los escritores de la Sabiduría.
Los posibles pensamientos al respecto son simples y directos; son aplicables además
a múltiples formas de compañerismo, no siendo la menor de ellas (si bien no de forma
explícita) el matrimonio. Con amable brevedad, se nos expone la fuerza, la flexibilidad,
el consuelo y el beneficio que se derivan de una verdadera alianza, mereciendo la pena
contraponerlo con lo que, por otra parte, puede exigir de nosotros. Exigencias que no
se explicitan aquí, pero lo cierto es que no sería necesario destacar los beneficios si no
conllevaran un coste. El precio obvio es la independencia de la persona: ha de tenerse
en cuenta el interés y la conveniencia de la otra persona, hay que atender a un posible
razonamiento contrario, adaptarse a su ritmo y estilo, y mantener la fe y la confianza en
la otra parte. Y en cuanto a la compensación que ahí encontramos, todo es beneficios
comunes: no hay posibilidad alguna de que una de las partes se aproveche de la otra.
El cordón de tres dobleces puede ser recordatorio de que el auténtico
compañerismo tiene más de una forma. Y si bien los números, cuando no están en la
debida relación, pueden ser causa de división y desastre (véase el versículo 11), en la
forma correcta no sólo contribuyen a aumentar los beneficios sino que pueden incluso
multiplicarlos. Un ejemplo obvio de ese enriquecimiento, favorito de los predicadores,
es la fuerza que aporta al matrimonio, y a toda alianza humana, la presencia de Dios
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como tercer y más fuerte hilo del cordón. Aun así, puede que estuviera más cercano al
pensamiento del autor entender esa metáfora en términos puramente humanos, de
forma que, de aplicarse al matrimonio, el tercer hilo sería muy apropiadamente el don
de los hijos, con todo lo que eso añade a la cualidad y fuerza del vínculo original. Con
todo, cabe la posibilidad de que estemos tratando de ser más específicos que la
intención del autor.
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El dinero (5:10–12)
El tema de estas reflexiones tiene que ver con una de las pulsiones más fuertes y
arraigadas en la naturaleza humana, tal como dejaba implícito Jesús al advertir acerca
del riesgo de hacer de Mamón un segundo Dios. Los tres dichos que tratan estos
versículos lo revelan en toda su intensidad, destacando el ansia y las adiciones que
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Eclesiastés 5:13–6:12
En esta última parte analizada del libro de Eclesiastés, nuestro principal foco de
interés ha sido más la vida acorde con el debido orden en el mundo tal como nos lo
encontramos –incluyéndose ahí el ámbito de nuestras obligaciones y responsabilidades
religiosas–, que un preguntarse si estábamos yendo a alguna parte. La cuestión ha
estado sin duda ahí presente, doblemente reflejada en un comentario al respecto,
‘También esto es vanidad’ (4:16; 5:10), y ahora es de nuevo el centro de atención al
nombrar Qohelet algunas de las amargas anomalías que nos salen al paso en la vida. El
broche final del capítulo 6, y también de la primera mitad del libro, hace hincapié en
una cuestión a la que parecía habérsele dado ya respuesta: ‘¿Quién sabe qué es lo que
en verdad le conviene al hombre…bajo el sol?’
El impacto (5:13–17)
Un caso tipificado, a escala menor, nos enfrenta ahora a la existencia de la
frustración – pues el autor prefiere mostrar ejemplos tomados de la vida misma antes
que las meras abstracciones. Lo que tenemos ahí, pues, es un hombre que pierde todo
su dinero de golpe y porrazo, dejando a su familia en la miseria. Podría haber tenido
algún sentido si le hubiera ocurrido por haberse pasado de listo en sus negocios –
‘ganancias ilícitamente ganadas’ que merecieran verse mermadas (Pr. 13:11)– o por un
atesorar avaricioso y miserable, en vez de los honestos ahorros de un padre de familia;
o, de nuevo el mismo caso, pérdidas en el juego que no fracaso en un negocio. Pero la
realidad fue que se trabajó duro para conseguirlas, con penosa preocupación por
conservarlas; y entonces su vida se ha visto doblemente arruinada, primero en la
obtención de su fortuna, y después en la pérdida de la misma. Y aun pudiendo ser éste
un caso extremo, todos tenemos que hacer frente a alguna situación parecida en
nuestras vidas: todos abandonaremos este mundo desnudos, tal como entramos en él.
‘¡Eso no es justo!’, traduce TEV (16). La reacción de Qohelet no es tan radical, pues tan
sólo indica lo que pasa, no lo que debería pasar, en un mundo al que no le podemos
imponer nuestras normas ni donde tampoco podemos echar raíces. Un ‘grave mal’ es
quizás lo más que se pueda decir al respecto. Así es como introduce la cuestión (13), y
así es como hace hincapié en ella: ‘un grave mal… ¿y qué provecho tiene el que trabaja
para el viento?’ (16)
Llegados a este punto, necesitamos que se nos recuerde que es posible que ese
hombre espere más de lo debido de esta vida. Si todos sus planes y aspiraciones se
limitan a aquello que está en su mano alcanzar y promete seguridad, acabará
descubriendo lo muy equivocado que estaba. De ahí que el último párrafo se ocupe de
dejar las cosas en su sitio, enfocándose ahora la vida en términos distintos.
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hacerlo –y ¿quiénes somos nosotros para escoger eludir esa responsabilidad? Una vez
más, pues, nos está invitando a pensar en general, y a hacerlo a través de la posición de
la persona secularizada en particular. Si esta vida presente lo es todo, y lo que a algunos
les ofrece no es más que frustraciones en vez de realización, no permitiéndoles poseer
nada que dejar en herencia a aquellos que dependen de ellos; si, todavía más, lo que a
todos por igual nos espera es ser borrados de la faz de la tierra (6c), no ha de
extrañarnos que haya quien envidie a los no natos, por adelantársenos en un destino
común. Job y Jeremías, en algunos momentos de su existencia, habrían estado
plenamente de acuerdo (Job 3; Jer. 20:14 ss.); y si nos permitimos discrepar de su juicio
sobre su situación, será porque no aprobamos su estado de ánimo ante los hechos,
juzgando su vida con parámetros que trascienden la muerte y compensan y sobrepasan
los sufrimientos y alegrías de la vida – criterios que el hombre secular no puede utilizar
en buena ley.
Todo eso imposibilita tener una imagen halagüeña del mundo, pero TEV va más
lejos de lo que le corresponde al tildarlo de ‘grave injusticia… hecha al hombre’ (6:1), y
al hacer a 6:2 decir, ‘eso no es nada justo’. Qohelet está muy lejos de sostener que al
hombre le corresponden derechos que Dios ignora; de lo que se trata más bien es que
el hombre tiene necesidades que Dios pone de manifiesto. Algunas de ellas, tal como
hemos venido viendo, son de una naturaleza que el mundo temporal no puede colmar,
y ello justamente por haber puesto Dios ‘eternidad en el corazón del hombre’ (3:11);
otras, más limitadas, son de una clase que el mundo puede satisfacer en parte por un
cierto espacio de tiempo, pero en ninguno de ambos casos con garantía o profundidad.
Si ese es un revés común entre los hombres (1), no por ello deja de tener unos efectos
saludables. Es al propio mundo al que se le hace decir, en el lenguaje que tiene más
probabilidad de ser oído: ‘Este no es un lugar de reposo.’
La cuestión, sin embargo, es que, al menos por el momento, no se nos anima a sacar
ninguna sabia conclusión de ello, pues, en sí misma, la lucha por el éxito no tiene
ningún sentido. De ahí que el capítulo concluya con un punto de desolación e
incertidumbre, del todo apropiado para el hombre en su estado de soledad.
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Y, por si se nos ocurriera protestar, objetando que el hombre es algo más que todo
eso, con mejores cosas por las que vivir, el versículo 8 sale al paso con un reto. La
sabiduría, por ejemplo, puede que sea infinitamente mejor que la insensatez, tal como
bien se indica en uno de los pasajes del inicio (2:13), pero ¿está el sabio en mejor
situación que el insensato? En el plano material, puede o no estar mejor, incluso
mereciéndolo; y ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo la muerte se encarga de
igualarles distinción sin posible. En cuanto a la felicidad, la claridad de visión del
hombre sabio no conlleva gozo: ‘Porque en la mucha sabiduría’, en expresión de 1:18,
‘hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor.’
Y presintiendo nuestro escepticismo, dado que valoramos más la calidad de vida por
encima de su comodidad, Qohelet lanza una pregunta incisiva (8b) y completamente
honesta: ¿Qué ventaja tiene el pobre que sabe comportarse entre los vivientes por bien
que se piense de él? Así, evocando de nuevo a R. L. Stevenson: ‘el llegar es, para la
mayoría de nosotros, mejor que viajar con esperanza.’ Y esa es justamente la fuerza del
versículo 9a, y el sentido común que transpira no da lugar a soñar despierto. El
problema es que ‘llegar’ está –en su sentido más profundo y pleno– por completo fuera
de nuestro alcance. Cualquier cosa que podamos conseguir se desvanecerá como
vanidad y correr tras el viento, tanto si se trata de los progresos que haga el pobre como
del éxito que alcanza el rico.
¿Derrotismo o realismo? En términos de la vida ‘bajo el sol’, es absolutamente
realista, como bien ha dejado expuesto hasta el momento el argumento central. Por
muchas animosas palabras que pudiéramos multiplicar respecto al hombre, o contra su
Hacedor, los versículos 10 y 11 nos recuerdan que no podremos alterar el modo en que
tanto nosotros como el mundo en que habitamos ha sido hecho. Estas son cosas a las
que ya se les ha puesto nombre y son conocidos (10), que es otra forma más de decir,
junto con el resto de las Escrituras, que deben la existencia a la voluntad de Dios; y esa
voluntad incluye ahora la sentencia pronunciada tras la caída de Adán. Nada de esto
queremos admitirlo, y surge entonces la protesta. La idea de disputar con el
Todopoderoso (10b, 11) le fascinaba a Job, sin rendirse hasta haber realizado amplio
escrutinio del corazón; actitud que recibe justa reprimenda por parte de Isaías 45:9 ss.,
con la figurita de arcilla dando oficioso consejo al alfarero. Con todo, seguimos
encontrando más fácil debatir cómo tendrían que haber sido las cosas a enfrentarnos a
la verdad de lo que realmente son.
Pero esta verdad, para ser la completa verdad, ha de incluir aquello en lo que se
esté transformando, y en lo que nos transformaremos nosotros. Como parte de ello, el
percatarse muy bien que habremos de morir; en cuanto a lo demás, muy poco es lo que
se sabe. El capítulo, situado a mitad del libro, finaliza con una serie de cuestiones sin
respuesta. El hombre secular, abocado como está a la muerte, pero zarandeado ya por
el viento de los cambios, tan sólo puede preguntarse: ¿Quién sabe lo que es bueno…?
¿Quién hará saber al hombre lo que sucederá después de él?’
El desconcierto es por partida doble. Desposeído de valores absolutos por los que
vivir (¿qué es bueno?), tampoco cuenta con certidumbres prácticas (¿qué vendrá a ser?)
con las que organizarse.
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SEGUNDO RESUMEN
En nuestro primer resumen (pág. 48) se hacía patente el amplio campo cubierto por
los capítulos iniciales en su deseo de encontrar respuesta satisfactoria al fin de la vida.
Búsqueda que, por cierto lapso de tiempo, parecía haber quedado en suspenso. De 4:9
a 5:12, se disponía de un respiro para observar el ser humano con un cierto
distanciamiento. El análisis seguía igual de incisivo, pero el tono era mesurado y con un
punto de aquiescencia.
Aun así, nos encontramos con la ironía imponiéndose a la aceptación. De 5:13 en
adelante, no se amortigua el impacto que las anomalías y las tragedias de este mundo
pueden tener en nosotros. Los desengaños son innegables, y las cicatrices que dejan,
profundas: la ruina repentina que arrebata las ganancias de toda una vida (5:13–17); los
logros brillantes que no proporcionan felicidad (6:1–6). Se vislumbran mejores cosas en
la conclusión del capítulo 5, claro indicio de que Qohelet nos guiará hacia alguna
respuesta en el último momento. Pero el alivio que experimentamos no dura mucho. El
capítulo 6, dedicado en principio a denunciar la vaciedad de algunas vidas, llama acto
seguido nuestra atención equiparando la actividad del género humano al constante y
ajetreado ir y venir de un hormiguero, tan incesante como inconcluso (6:7–9), poniendo
el broche final un claro rechazo de nuestros pulidos discursos acerca del progreso
(6:10–12). Por mucho que se esfuerce en su palabrería, el ser humano es incapaz de
cambiarse a sí mismo por sí solo, de alcanzar una permanencia, de hallar un lugar que
asumir como propio.
Con ese toque certero que le caracteriza, el autor introduce ahora un cambio
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con las modestas pretensiones del pasaje si no se tuviera presente más que un valor
práctico de protección. La frase en 11b, y provechosa para los que ven el sol, bien podría
tener una intención de doble filo, un genuino recordatorio de que hay un límite incluso
para la ayuda que la sabiduría, en este nivel de sentido común en general, puede
prestar. En la tumba, ya no hay posibles dividendos.
El resto de este surtido de dichos y sentencias, que se prolongan hasta el versículo
22, deja patente como varía el consejo que brota del sentido común cuando está
ausente el principio unificador. Así, se oscila entre una pía resignación y una moral
cínica (13–18), y aun siendo consciente de las mermas de la naturaleza humana, su
principal preocupación es alcanzar una pacífica coexistencia (20–22).
Entrando en pormenores, vemos que el versículo 13 no habla de una moral
descarriada, sino de asuntos y hechos que son una carga pero que hay que aprender a
aceptar como permitidos por Dios. Eso incluye Sus juicios –porque, según nos informa
el Salmo 146:9, Él ‘trastorna el camino de los impíos’; aunque, claro está, no por eso
deja de permitir las muchas pruebas que nos acontecen en la vida, tal como parece
advertir el versículo que sigue (14). Versículo que es, además, todo un clásico respecto a
qué actitud adoptar ante lo bueno y, asimismo, ante lo malo, que no es sino aceptar
ambas situaciones como permitidas por Dios analizando lo que de ello se pueda
aprender, y no ciertamente con un estoicismo impasible, ni con la desazón de aquellos
incapaces de aceptar con gracia lo bueno que por gracia les llega, o el golpe inesperado
con mente abierta y reflexiva.
‘Acepta lo que Él te dé,
y no ceses de alabarle,
en lo bueno y en lo malo,
a Aquél que vive para siempre’.
Pero, fiel a su tema, Qohelet no puede menos que resaltar el misterio que a veces
rodea a aquello que Dios envía, y muy particularmente lo impredecible del caso, lo cual
tiene el efecto de recortar las alas a toda posible noción de autosuficiencia. Algo que ya
había quedado claro en 3:11, donde el tiempo y la eternidad, lo oscuro y lo diáfano, nos
atraen y seducen, y ello por si acaso habíamos osado imaginarnos no más que mero
ganado y no menos que auténticos dioses.
El posible cinismo aparece en los versículos 15–18: la faceta más egocéntrica y falaz
del sentido común. Con la intención de poner de relieve la postura secular, Qohelet
excluye por un tiempo todo atisbo de genuina fe, introduciendo la religión al final y tan
sólo bajo las formas de la superstición, reduciendo a Dios a la categoría de prima de
seguros por accidente.
Significativamente, mientras que el versículo 15 puede entroncar, e incluso superar
los lamentos de Job, en su queja por la tranquila suerte del pecador y la atormentada
vida del fiel, tal como constatamos en los capítulos 21 y 30–31, Job nunca llega a las
derrotistas conclusiones de los versículos 16 y sucesivos. De hecho, preferiría morir a
renunciar a su derecho a la justicia, incluso al precio de desafiar al mismísimo cielo.
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La búsqueda continúa
Eclesiastés 7:23–29
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su retroceso ante todo paso dado, descubriendo que ninguno de nuestros sondeos llega
jamás al fondo de las cosas– es, si no el comienzo de la sabiduría, sí un avance en el
buen camino. Tras la ambiciosa indagación del capítulo 1, la búsqueda se ha desplazado
hacia áreas no tan exóticas, buceando en la experiencia de lo común, deteniéndose en
ocasiones a ver qué podría hacerse con la vida en el día a día, sean cuáles sean sus
secretos últimos. En este nivel, los hallazgos pueden haber sido notables en su agudeza,
incluso hasta en exceso. Pero probada con sabiduría (23), que aspira a encontrar
solución a la pregunta ‘¿De qué se trata la vida?’, no se ha producido ni un asomo de
respuesta.
De ahí la pesimista conclusión de 7:23. De hecho, ese espíritu de desaliento podría
ser el epitafio de cualquier filósofo, y así lo vemos reflejado en esencia en estos
versículos:
Yo dije,
‘Seré sabio’;
pero eso estaba lejos de mí.
Donde se encuentra, está en exceso lejos,
y a grande y terrible profundidad;
¿quién podrá dar con ella?
Al igual que tantas otras preguntas que quedan sin respuesta, este galimatías
referente a la vida ha servido de acicate en un primer momento. La serie de verbos
utilizados, conocer… investigar… buscar (25), transmiten la intensidad de la búsqueda,
como bien señala Edgar Jones. Pero forma parte de la condición humana que aun
formulando su tarea en términos de indagación objetiva y filosófica –en la intención de
dar cumplida respuesta a las cosas233 y con plena consciencia del mal y la locura –no le
quede más remedio que volverse al ámbito de las relaciones humanas en su deseo de
hallarle un sentido al mundo, teniendo que enfocarlo desde el prisma del pecado y su
distorsión. De ahí que el autor nos sobresalte con su veredicto final: que tan sólo ha
encontrado un hombre entre mil que no le haya decepcionado, pero ni una sola mujer.
¿Cómo hay, pues, que entender eso?
Para empezar, hay que tener en cuenta que no está dogmatizando, sino
informando. Él habla de la experiencia más común, y no hace de ello ley universal.
Yendo entonces más al grano, nos plantea el papel que puede desempeñar el pecado
en ambas partes dado un encuentro entre los sexos. El desafortunado enredo que nos
muestra el versículo 26 aboca a una distorsión de todo posible intento de relación
posterior a un fracaso de tamaña magnitud. Sin duda, Qohelet ha podido salir bien
librado de algo así, tal como parece desprenderse de 26b, pero no sin sufrir daños. La
búsqueda infructuosa de una mujer en la que confiar puede que nos diga tanto de él y
su manera de aproximarse a las cosas, como respecto a sus relaciones. Resulta tentador
añadir –y es muy posible que tenga su importancia– que, al igual que Salomón, cuyo
manto ya ha usado con anterioridad, mejor le habría ido si hubiera echado las redes sin
abarcar a esos mil. Y eso es lo que prácticamente viene a querer decir él mismo en 9:9,
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Frustración
Eclesiastés 8:1–17
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En peligro
Eclesiastés 9:1–18
Antes de que el énfasis positivo de los tres últimos capítulos pueda hacerse
manifiesto, necesitamos estar seguros de no estar construyendo sobre base alguna que
no sea la de la dura y pura realidad. Y, por si aún abrigáramos ilusiones consoladoras, el
capítulo 9 nos devuelve a la realidad confrontándonos a lo muy poquito que sabemos y,
a renglón seguido, con la inmensidad de lo que no podemos abarcar: la muerte (muy en
particular), los cambios y reveses de la fortuna, y los mudables favores de la gente;
pero, antes de nada, el planteamiento de las cuestiones cruciales, y ello tanto si
estamos junto al amigo como en manos del enemigo.
La muerte (9:1–10)
Si nos asiste la razón al incluir en el sentido del versículo 2 las palabras y es vanidad,
o, según la versión de la NEB, ‘Todo cuanto tiene por delante es vaciedad’, el fondo será
que mientras que nuestro entorno no nos ayuda a discernir lo que Dios pueda pensar
de nosotros, las perspectivas de futuro sí que lo dejan en cambio demasiado claro. La
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impresión que se tendría es que Dios sencillamente no está interesado. Aquellas cosas
que se supone que más le importan, resulta que no suponen diferencia alguna –o al
menos ninguna que nosotros podamos apreciar– respecto al modo en que se pone fin a
nuestra existencia. Morales e inmorales, religiosos o profanos, a todos se nos retira por
igual de la faz de la tierra. En cien años, como suele decirse, ‘todos calvos’.
Pero, aun pareciendo que eso es lo que la muerte parece proclamar con su triunfo –
como si tuviera la última palabra–, Qohelet expresa una apasionada y furibunda
protesta: ‘Este mal hay en todo lo que se hace bajo el sol’ (3 BA). Y lo que hay que tener
en cuenta es que su queja hace referencia tanto a nuestra condición actual como a
nuestra mortalidad final. La fascinación que acaba ejerciendo este libro en su totalidad
se deriva tanto de la colisión entre los obstinados datos que la observación aporta y los
igualmente obcecados barruntos de la intuición, lo cual nos aboca, querámoslo o no, a
una síntesis que va más allá de sus páginas, y que, en el caso que nos ocupa, es la
perspectiva de recompensa o castigo en el mundo que ha de venir.
A la espera de que eso suceda, contemplamos el mundo tal como se ofrece a
nuestra vista, con la muerte como punto final de la existencia y el mal campando a sus
anchas. Ambos aspectos de la existencia guardan una relación entre sí. La vida en un
mundo en apariencia carente de sentido es motivo de desencanto, que a su vez se
convierte en desesperanza e instinto destructor –la locura de los violentos o la
inhibición de los mansos.
¿Es, pues, la desesperanza lo único que va a contar? Sorprendentemente, la
inmensa mayoría de las personas no lo creen así, porque, si no, la raza humana habría
desaparecido de la faz de la tierra hace ya muchos años. Y Qohelet opina lo mismo: la
vida merece la pena. Después de todo, incluso en el peor de los casos, la existencia es
mejor que la nada, que es lo que la muerte parecería proclamar. Este sólido sentido
común que encontramos en el versículo 4, con proverbio añadido para recalcar el caso,
allana el camino para una encendida repulsa, en los dos siguientes versículos, del poder
de la muerte para someter a los vivos antes de tiempo. En todo caso, ¡que sea la vida
como tal la que avergüence a la muerte! ¿Sabe el hombre viviente más de lo que le
conviene para poder disfrutar de la vida? Puede que sí, pero siendo así, ¿quién
preferiría ser un cadáver y no tener conocimiento de nada?253
Ante la amenaza de la muerte, el espíritu de afirmación de la vida irrumpe con
fuerza para hacerse con el resto del pasaje (7–10), y ello en la medida en que algo
meramente temporal puede lograrlo, pues aun no siendo toda la respuesta, cuenta con
la aprobación de Dios. Por algo Él es la fuente de todos los dones de esta vida terrenal:
el pan y el vino, las festividades y el trabajo, el matrimonio y el amor.
Hay algunas semejanzas notables entre este pasaje (9:7–10) y algunos versos que
encontramos en el poema de Gilgamesh, composición poética acadia que data de los
tiempos de Abrahán o puede que incluso antes, y que tuvo una gran difusión en el
mundo antiguo. En este momento de la historia, el héroe se ha visto impelido ante la
muerte de su gran amigo a ir en busca de la inmortalidad, y se encuentra en el jardín de
los dioses. La joven Siduri, que es ahí la encargada de hacer el vino, le dirige estas
palabras:
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TERCER RESUMEN
La llamada de atención de nuestro autor, al igual que ocurre con las advertencias de
Jeremías, puede resumirse como ocasión
‘para arrancar y para derribar,
para destruir y para derrocar,’
pero también
‘para edificar y para plantar’.
Al final del capítulo 9, nuestro autor ha dejado ya bien explicitada la denuncia de
nuestra pretendida autosuficiencia. La primera mitad del libro, analizada de forma
somera con anterioridad (páginas 48 y 63), no da lugar a la complacencia, y estos tres
últimos capítulos no han hecho sino agudizar aún más el hecho.
A diferencia de los casos anteriores, los proverbios y las reflexiones de 7:1–22 no
proporcionan alivio ante la preocupación principal, aun cuando lo clasifiquemos de
interludio. Con muy pocas excepciones, los dichos destacaban por su aspereza (así,
7:1–4) e incluso por su punto de cinismo (7:15–18), enfrentando al hombre prisionero
del secularismo a la inevitabilidad de la muerte y sus implicaciones. Y cuando se
procede a un resumen del caso en 7:23 todo lo que se consigue es suscitar nuevas
dudas respecto a la sabiduría humana. El capítulo 2 ya había mostrado su
convencimiento de que el hombre sabio está igual de expuesto a la mortalidad que el
necio, pero es ahora, sin embargo, cuando surge en toda su pujanza la auténtica
cuestión, a saber, si la sabiduría, en su sentido más serio y profundo, es algo alcanzable.
Por sabio que el hombre pueda ser en los asuntos de esta vida (8:1–6; 9:13–18), es del
todo evidente que nunca dará con el camino que lleva al corazón de las cosas, y nunca
podrá estar seguro de si, enfrentado a la auténtica verdad, va a ser capaz de soportarlo.
‘¿Quién lo descubrirá?’ (7:24); ‘¿quién le anunciará cómo ha de suceder?’ (8:7); ‘los
hombres no saben ni de amor ni de odio’ (9:1).
El panorama también se ha ensombrecido en otros aspectos. Y ahora empiezan a
evidenciarse síntomas de embotamiento moral: de injusticia flagrante y objeto de clara
admiración (8:10 s.), y de humanidad no meramente débil sino ‘apostada adrede para
hacer el mal’, poniendo en juego para ello un furor inaudito (8:11; 9:3). Y junto con los
estragos de la muerte, reiteradamente enfatizados en el libro, hacen asimismo su
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aparición las incertidumbres del paso del tiempo y de la mudable fortuna (9:11 s.),
contribuyendo a desestabilizar aún más los cálculos humanos.
Pero, a pesar de todo eso, se vislumbra algo mejor, manteniendo viva la llama de la
esperanza, que viene de hecho ha ser alimentada y justificada en los restantes
capítulos. Qohelet da por fin terminada su labor de demolición. El terreno ya está
despejado: ahora ya se puede edificar y plantar. Tanto si vemos el siguiente capítulo
como el modesto comienzo de un proceso, o como un interludio para aliviar la tensión
(comparable a 4:9–5:12 y 7:1–22), va a permitir que recuperemos el aliento antes de
pasar a enfrentarnos a la cuestión candente del libro: si la vida tiene en verdad algún
sentido y, de ser así, en qué consiste.
Para empezar, están las cuestiones de sentido común que requieren nuestra
atención inmediata, y que afectan tanto a la sabiduría como a una existencia sensata,
junto con aquellas que hemos de asumir ante los límites del conocimiento humano. Es,
pues, el momento de recordar que hay que ser sensato (capítulo 10) y responder con
mayor seguridad al llamamiento a ser valientes y decididos (11:1–6), gozosos (11:7–10)
y honestos (capítulo 12).
Este capítulo contempla la vida con calma, indagando aquí y allá, y ello con la
deliberada intención de mantener nuestros parámetros a un buen nivel, sin por ello
dejarnos sorprender por las rarezas de los demás o permitir que nos pillen con las
defensas al descubierto en nuestros tratos con los poderosos.
Insensatez (10:1–3)
El versículo 1 pone de manifiesto un principio inapelable pese a su triste verdad:
que cuesta menos destruir que construir. Esa es, obviamente, una de las ventajas con
las que juega el mal, y la atracción que ejerce sobre nuestra vertiente asilvestrada es
innegable, pues, por decirlo con la ruda franqueza de Qohelet, más fácil es hacer poción
hedionda que crear dulce armonía. Sin embargo, en este versículo lo que está en crisis
es el lapso repentino o el impulso bobo: son incontables los casos de premios que no se
alcanzan y buenos comienzos echados a perder en el ofuscamiento de una decisión que
no ha sido bien meditada –y no sólo por parte de personas impulsivas, como en el caso
de Esaú, sino por todos aquellos que se ven enfrentados a pruebas terribles, como fue
el caso de Moisés y Aarón.
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pequeñas jerarquías. Y es que no hay época que se libre de verse sorprendida por ello.
Del antiguo Egipto, muchos siglos antes de que estas palabras fueran escritas, nos
llegan ecos de lamentos tan típicamente tópicos como los de Qohelet:
‘¿Cuál es la razón de que los nobles anden lamentándose, mientras que los
pobres tienen gozo…?
¿Por qué las criadas hablan sin rebozo? Cuando sus señoras hablan, las criadas
sufren la carga… Contemplad, pues, ahora, cómo las damas se afanan en el
campo, y los nobles están en el taller.’
Si alguien se siente inclinado a aplaudir, Qohelet no va a discutir por eso – el interés
que le mueve de principio a fin es poner a prueba nuestra endeble fe en la permanencia
de las cosas, y además los que están en la cúspide no le inspiran ninguna confianza. Sin
embargo, tampoco puede decirse que vea en esos desórdenes un triunfo de la justicia
social. Los ejemplos de los que ha sido testigo han sido o bien cambios en la rueda de la
fortuna (7), o puestos que se adjudicaron a personas que no se lo merecían (la necedad
colocada en muchos lugares elevados) (v. 6). Y no hay que hacer gran esfuerzo para
adivinar las intrigas, las amenazas, las adulaciones y los sobornos que fueron
sembrando camino del objeto deseado.
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ascensor! Esa frase queda más clara en la versión que incluye el que (que no sabe
siquiera ir a la ciudad). Va apareciendo así ante nuestros ojos la imagen de una persona
que complica y enreda las cosas mucho más de lo necesario a causa de su propia
estupidez. Cabe por otra parte la posibilidad de una conexión con el necio ilustrado del
versículo anterior, atreviéndose a emitir juicio sobre cosas que exceden claramente a su
conocimiento; aunque también es posible que se trate sencillamente de una más de las
múltiples facetas de la persona necia. Eso es algo que encajaría bien con el tema propio
del libro, con su énfasis en la fatiga que produce toda labor sin sentido (cf., por
ejemplo, 1:8; 2:18–23), y tal vez necesitemos recordar que, en último análisis, eso es
justamente lo que nos convertiría a todos en necios. El libro va a terminar con una
advertencia al necio listillo cuya ‘mucha ilustración’ le agota y le distrae del ‘final del
asunto’ (12:12 s.), que es el temor a Dios. Estar siempre aprendiendo y nunca llegando,
como se dice de algunas personas en 2 Timoteo 3:7, evidencia una falta de fundamento
de carácter que se las arregla para perder de vista el camino incluso en el caso de la
recta carretera que conduce a la ciudad. Y esa es necedad que ni siquiera tiene la excusa
de la ignorancia.
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Camino de casa
Eclesiastés 11:1–12:8
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podemos cambiar y asimismo aquellas otras que demandan una decisión firme y una
acción inmediata. Los dos ejemplos que ahí se dan –las nubes que siguen sus propias
leyes y tiempos, que no los nuestros, y el árbol caído que a nadie ha pedido su parecer–
pueden hacernos pensar en lo que puede que sea y lo que podría haber sido. Aun así,
nuestra tarea consiste en ocuparse de lo que de hecho ya es, y de aquello que está al
alcance de nuestra mano. Muy pocas grandes empresas aguardaron a que se dieran las
condiciones ideales, y tampoco debiéramos hacerlo nosotros. El versículo 5 nos da la
clave al ocuparse del ámbito de lo no conocido y de lo que no puede llegar a conocerse
y relacionarlo directamente con la obra de Dios que hace todas las cosas. El ejemplo
elegido es una de sus obras cimeras, de la que dependen todos nuestros
cuestionamientos y todos nuestros pensamientos: la maravilla que constituye el cuerpo
humano y el espíritu que alienta en las personas. ¿Estaría pensando nuestro Señor en
este versículo cuando le habló a Nicodemo de un segundo nacimiento? Al igual que
Qohelet, nuestro Señor recurría ahí al doble posible significado de la palabra en hebreo
original para viento (4) que puede significar asimismo espíritu (5), subrayando idénticas
características: su impenetrabilidad y la libertad que tienen para escapar a nuestro
control, siendo, pese a ello, una muy potente realidad.
El versículo 6 pone el cierre con una exaltación de espíritu que una vez más nos
recuerda el trasfondo del Nuevo Testamento. La auténtica respuesta ante la
incertidumbre es el esfuerzo redoblado, ‘aprovechando el momento al máximo’,
‘insistiendo a tiempo y fuera de tiempo’, expresado por Qohelet a través del campesino
y su tarea, y por el apóstol Pablo en términos de cosecha espiritual a partir de la buena
simiente del evangelio y las obras de misericordia.
El llamamiento así hecho nos llega con toda su carga de estímulo, sin que dé lugar al
titubeo, y sin trazas de irresponsable engreimiento. La realidad de lo limitado de
nuestro conocimiento y nuestra capacidad de control, la casi segura probabilidad de
que se presenten tiempos difíciles (2b), algo que se reitera de continuo en sus páginas,
son en su conjunto las razones que nos mueven a actuar y evidenciar algo de espíritu.
Conscientes de todo eso, ahora sí que podemos detenernos en las cosas placenteras de
la existencia, tema de los siguientes versículos, y no como un opiáceo que nos
tranquilice, sino como dádiva procedente del mismo Dios.
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eternidad (cf. 3:11). La luz de lo más bello de la existencia tendrá que apagarse para dar
paso a los días de tinieblas y la desaparición de todo cuanto ahora existe bajo el sol, y
tenemos que hacer frente a la realidad de los hechos porque, si no, nos aplastarán. El
auténtico gozo no necesita apariencias externas para poder ser experimentado, pero
saber cómo va a sobrevivir ante la realidad de la muerte y las frustraciones del mundo
es un secreto que no se nos va a desvelar hasta el siguiente capítulo.
Entretanto, el versículo 9 nos recuerda otra de las facetas del gozo: su relación
directa con lo que es correcto. A primera vista, este recordatorio del juicio parece la
espada de Damocles suspendida sobre nuestras cabezas, dispuesta a acabar con
nuestra alegría. Y puede suceder que así lo experimentemos nosotros, pero sólo si
nuestro gozo es una parodia del auténtico. Los impulsos de tu corazón y el gusto de tus
ojos –o, dicho con dos palabras, la libertad perfecta– han de tener una meta que
merezca la pena, un ‘¡Así se hace!’ por el que esforzarse, para conseguir una genuina
realización. Si no, la trivialidad se apoderará de nosotros, o peor aún, el vicio.
Cualquiera que sea la lacra que asociemos con el término ‘playboy’, sabemos a ciencia
cierta que, por falta de algo en la vida que le suponga un esfuerzo y una demanda, por
no hablar de su total despreocupación por los imperativos de una verdad revelada, esa
persona es ciertamente digna de nuestra conmiseración. De ahí que este versículo, al
insistir en que nuestro comportamiento cuenta para Dios y por ello ha de tener un
sentido, reduce el gozo a su auténtica esencia, despojándolo de todo cuanto pueda
tener de huero y vano.
Desde esta perspectiva, el versículo 10 continúa en esa misma línea de
pensamiento. A primera vista, puede dar la impresión de escapismo: un intento
desesperado por obtener algo de placer, por mínimo que sea, en una situación que
carece por completo de sentido. Pero su parte de lógica se hace evidente si se toma
como una ampliación de la invitación al ‘joven’ del versículo 9 a regocijarse en verdad
en su juventud, pero con una alegría responsable. Hacer un ídolo de la juventud y temer
su pérdida tiene consecuencias desastrosas: echa a perder la dádiva cuando todavía se
está disfrutando. Contemplarla, en cambio, como una fase transitoria, ‘hermosa en su
momento’ pero no para siempre, es librarse de la frustración. La congoja de la que se
habla en este versículo aparece en repetidas ocasiones a lo largo del libro, degenerando
en amargura ante lo que de desengaño y dificultad tiene la vida. Y si bien no puede
negarse que contribuye a hacernos más realistas, tal como bien indica 7:3, no tiene por
qué convertirnos en pesimistas. Ya desde su mismo principio este versículo destierra la
depresión, y en su segunda parte bien podría estar reforzando el pensamiento anterior,
en consonancia con la forma poética hebrea. Y no sólo eso, pues también cabría la
posibilidad de ir un poco más allá y entender congoja como el mal. De ser eso acertado,
encajaría con esa referencia suya al interés que Dios muestra por todo aquello que nos
concierne como juez nuestro que es (9c). El gozo fue creado para danzar en compañía
de la bondad, no para la soledad.
Pero el enfoque positivo que ha dominado en este capítulo debe apoyarse en algo
más sólido que la valentía y la buena disposición de ánimo o ni siquiera una recta
moralidad. El capítulo final se entrega por completo a lo básico y esencial,
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El gélido aire del invierno se deja sentir en el versículo 2, con lluvia pertinaz y unas
nubes que hacen de la luz tinieblas, y de la noche oscura negritud. Es una escena lo
suficientemente sombría como para hacernos sentir no sólo la pérdida paulatina de
nuestra capacidad física y mental, sino asimismo la desolación generalizada de la vejez.
Son muchas las luces que pueden empezar entonces a apagarse, y no sólo las de los
sentidos y las facultades generales, sino también las de los amigos que desaparecen, las
costumbres conocidas que van cambiando, y las esperanzas y sueños tanto tiempo
abrigadas y a los que hay por fuerza que renunciar. Y todo esto habrá de acontecer
cuando ya se haya perdido la capacidad de adaptación y toda perspectiva de
recuperación que permitiera resaltarlo. En las edades tempranas de la vida, y durante la
mayor parte de la existencia, los problemas y las enfermedades suelen ser más
molestias que desastres. Se espera entonces a que el panorama se despeje. Y es muy
duro tener que aceptar posteriormente que ese es ya un capítulo a cerrar: la certeza de
que, a partir de ese momento, en el último tramo de la vida, no pueden esperarse
mejoras definitivas: las nubes volverán en un momento u otro a oscurecer el panorama,
y el paso del tiempo no va a traer curación, sino muerte.
Es en la juventud, pues, no en la madurez, cuando estos hechos inexorables se
afrontan mejor, y ello por ser un momento en el que todavía se puede pasar a la
acción –en respuesta ante Dios, como indica el versículo 1– sin caer en el desánimo y un
fútil arrepentimiento.
En los versículos 3 y 4, el cuadro cambia por completo. Ya no estamos en la negritud
de la noche y ya pasó el invierno con sus tormentas, sino en el declive de una gran
mansión. De su antigua gloria, clase, estilo, bullicio y hospitalidad ya no quedan sino
unas míseras reliquias. En la valiente lucha por la supervivencia se percibe punzante
más un declinar que una ruina absoluta. Es parte todavía del escenario en que nos
movemos, y es a nuestro propio futuro a lo que nos enfrentamos, en una suerte de
anticipo imposible de eludir.
Ese es un cuadro que, a mi juicio, haremos mejor en tomarlo en su totalidad, sin
entrar en elaborados pormenores anecdóticos de metáforas relativas a brazos, piernas,
dientes y demás, que sin duda están en su trasfondo –como si el poeta se hubiera
expresado de forma inadecuada. La mansión que agoniza nos lo ejemplifica de una
forma que no podría hacerlo un mero catálogo o inventario.
En la segunda mitad del versículo 4, sin embargo, el método cambia, aunque no el
tono. Ya no se trata de un esquema único, sino de metáforas independientes y muy
particulares, que demandan un estudio individual.
En el versículo 4b, la NEB encuentra dos expresiones relativas a la sordera que llega
con la vejez: ‘cuando el gorjeo del gorrión se desvanece y el canto de los pájaros ya no
se oye.’, pero la primera de ellas no tiene respaldo ni en hebreo ni en griego, que
sugieren más bien las sensaciones de un anciano al despertarse muy pronto por la
mañana. El canto de los pájaros, sin embargo, podría estar indicado por las hijas del
canto, según expresión en hebreo, y no supone una gran diferencia en cuanto a su
sentido el que lo tomemos como indicativo de cantos individuales o notas musicales.
En la vejez, esas alegres muestras de un mundo que bulle y gira a nuestro alrededor
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No es esa la única alusión del autor a la caída del hombre: ya ha tenido ocasión de
situar la culpa de nuestra presente condición en su debido lugar; así, 7:29: ‘Dios hizo
rectos a los hombres, pero ellos se buscaron muchas artimañas.’ Y si acaso se nos
ocurriera pensar que el final de ese versículo 7 abre una puerta a la esperanza… el
espíritu volverá a Dios que lo dio, sucederá que estamos entendiendo más de lo que se
dice. Anteriormente, el autor ya ha suscitado la cuestión de la vida tras la muerte,
poniendo sumo cuidado en no dejarse llevar por el tema. Este último comentario no
tiene por qué significar más que lo que sencillamente se dice de hombres y animales
por igual en el salmo 104:29: ‘Escondes tu rostro, se turban; les quitas el aliento,
expiran, y vuelven al polvo.’ Dicho con otras palabras, la vida no se pliega a nuestros
deseos. El cuerpo volverá a su elemento natural, y el aliento de vida era siempre
prerrogativa de Dios, y tanto para darlo como para quitarlo.
Así, en el versículo 8, asumido ya el contenido del libro en su totalidad, a lo que se
suman las imágenes un tanto intimidantes de la mortalidad de la carne para enfatizar su
intención, volvemos de nuevo al lamento inicial, Vanidad de vanidades, y ahora es
cuando podemos entenderlo como plenamente justificado. Nuestras indagaciones y
nuestra búsqueda no nos han conducido al lugar esperado, y nada de cuanto hay bajo
el sol va a poder ser nuestro a perpetuidad.
Pero no por ello hay que olvidar el contexto. Este pasaje en concreto dirige nuestra
atención a algo que está más allá de todo cuanto encontramos ‘bajo el sol’, esto es, a
nuestro Creador, invitándonos a responder ante Él. Pero no dice que debamos olvidar el
presente, como el tiempo de las oportunidades. La muerte todavía no se ha hecho con
nosotros. ¡Que el sonido de sus cadenas aproximándose nos lleve a la acción!
Conclusión
Eclesiastés 12:9–14
preclaras: lo suyo es aceptar el reto que plantea el ideal de una perfecta y absoluta
claridad. Así, tal como el versículo 10 señala, van a tener que entrar en juego la
capacidad unida a la integridad, a la que habrán de sumarse el coraje y el don de gentes
para que el artista y el experto lleven a buen puerto la empresa acometida. Con tan
sólo esa línea de consumada maestría, este autor merecería ser nombrado el santo
patrón de los escritores.
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que planteabas preguntas porque anhelabas respuestas, y eras feliz cuando las
encontrabas. Vuelve ahora a ser como un niño otra vez: de inmediato’. ‘Ah, pero
es que cuando me hice hombre dejé atrás las cosas de niños’.
No hay posible argumentación ni apelación que nos sirva ante tan infinita
elasticidad de mente. El encuentro, ya demostrado infructuoso, llega a su punto final
con un inane recuerdo por parte del sofista de una cita previa, a la que siguen las
consabidas disculpas y una marcha apresurada de vuelta a su grupo de discusión en el
infierno.
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que sea, que parezca asunto baladí en los cielos –una palabra vana, la muerte de un
pajarillo, una jarra de agua fría, el arrepentimiento de un pecador. Y eso es justamente
lo que espoleaba a Pablo a ‘instar a tiempo y fuera de tiempo’ y a dar fin a su carrera
con gozo. Cuán grande puede llegar a ser, pues, la diferencia entre uno y otro maestro:
‘¿No viene del SEÑOR de los ejércitos
que los pueblos trabajen para el fuego
y las naciones se fatiguen en vano?
Es algo especial y único saber que se trabaja para un patrón cuyo juicio es siempre
acertado y que se interesa por el trabajador tanto como por el trabajo.
No formaba parte de la tarea de nuestro autor profundizar más en ese juicio: el
cómo y el cuándo de su realización. Ya habrá lugar para ello. Pero lo que sí que
podemos dar ya por seguro es que hay un lugar –y está aquí y ahora– para ese silencio
que lleva a reflexionar acerca de la aprobación o rechazo por parte de Dios. Cuando
todos los pormenores queden finalmente revelados, seguirá existiendo la incógnita.
Sobre ese punto, o sobre cualquier otro, persistirá el interrogante, saber si,
verdaderamente, ‘todas las cosas [nos] pertenecen’ (tal como afirma el apóstol Pablo,
abundando incluso en detalles concretos: ‘el mundo… la vida… la muerte… el presente…
lo porvenir’) o si, sin remedio posible, ‘todo es vanidad’.
TERCERA PARTE
No hay nada, pues, que le impida al creyente añadir su Amén a esta voz surgida del
Antiguo Testamento. El autor del Eclesiastés ha sido escueto y ese es buen ejemplo a
seguir. Una confesión, un poema, una oración y una de las más grandes peroratas del
apóstol Pablo, servirán para poner el punto final.
La confesión es la de San Agustín: casi en exceso conocida como para repetirla, pero
que bien podría haber sido escrita como coda al presente libro, y no sólo como preludio
a su propia obra:
Nos has hecho, Señor, para ti,
y nuestro corazón no tendrá reposo hasta que en ti halle descanso.
El poema salió hace ya muchos años de la pluma de George Herbert, y su
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