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Formacion en Cultura Ciudadana: Antonio Elizalde y Patricio Donoso
Formacion en Cultura Ciudadana: Antonio Elizalde y Patricio Donoso
Introducción
Etimológicamente, cultura tiene sus raíces en el latín, viene de “colere”: cuidar, cultivar, y ello
dice relación a mi entender con dos ideas, permanencia y cambio. En primer lugar, cuidar hace
referencia al cuidado y crianza de los hijos, de las nuevas generaciones, de quienes poseerán
el futuro, se trata de cuidar la permanencia de la especie humana, de cuidar el patrimonio
genético cultural de la humanidad, lo ya acumulado a lo largo de la historia compartiéndolo con
las nuevas generaciones. En segundo lugar, se trata de cuidar las formas de vida, las plantas,
la tierra, la naturaleza, pero en esa forma de cuidar el cultivar se refiere a transformar y
modificar lo natural para hacerlo más útil a la existencia humana, se trata de cambiar para
mejorar lo que ya se tiene, lo que ya se ha logrado. En ambos sentidos se hace referencia a
hacer posible así el despliegue evolutivo de la potencia contenida en lo existente.
Ciudadanía, ciudadano, también proviene del latín de “civitas”: ciudad, y tiene la misma raíz que
civilización. Dice relación con el talante y forma de vida propia de la ciudad, de ese tipo de
ciudad que aún mantenía aquella escala donde la vida en comunidad era posible, donde
existían comunalidades, donde la convivencia era la atmósfera que impregnaba la existencia
humana, ello por oposición a las formas de vida aislada propias de la ruralidad, donde no era
tan necesaria e imprescindible la interdependencia, la complementación entre diversas formas
de ganarse la vida, entre distintas actividades y quehaceres.
Ello da origen a las dos nociones de cultura y civilización que resumen el avance evolutivo de la
especie humana, en su tránsito desde una existencia anclada y atada fundamentalmente en
condicionamientos físicos y biológicos hasta una existencia en la cual crecientemente hemos
creado las condiciones para liberarnos de esas ataduras, cuestión que aún no podemos hacer
por nuevas ataduras mentales y nuestro insuficiente desarrollo moral, emocional y cognitivo
para asumir las condiciones para nuestra liberación.
Cultura ciudadana, pienso entonces que es, aquella que surge del ejercicio, del operar de la
existencia colectiva, del existir con otros, del convivir, del vivir con, del participar, del hacerse
parte de, que es la única forma posible de existencia humana. Es en ella donde se hace posible
la condición ciudadana, la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales, el
despliegue y ejercicio de los derechos inherentes a las personas y también de los deberes que
surgen del existir social, del reconocimiento de la alteridad u otredad que enriquece la
individualidad y a la vez hace posible y singulariza a cada ser humano, a cada persona.
Acerca de la convivencia
Somos seres que transitamos en la más absoluta soledad, con un ansia eterna de fusión, seres
que fuimos expulsados del útero materno y así gracias a ello pudimos individuarnos, hacernos
distintos, singulares, comenzando a vivir lo propio, lo específico, en cuanto seres vivos únicos y
absolutamente singulares en el universo. Pero a la vez seres marcados en lo más íntimo de
nuestra identidad por nuestra pertenencia común a una existencia que nos transciende y de la
cual sólo somos una parte, una pequeñísima parte. Y en esta tensión, entre esa identidad de
origen perdida por la expulsión del paraíso perdido (metáfora del útero materno), y esa
identidad que buscamos en el proyecto (nuestros sueños y utopías: el paraíso anhelado), es
donde transitamos como seres fragmentados, pedazos o trozos, segmentos o partes, en busca
persistente e ilusionada, fantasiosa y fantasmagórica de una suma; anhelando y deseando: la
fusión, la integridad, la totalidad; y conformándonos, es decir dándonos forma con aquello que
nos es posible: con la aceptación, con la convivencia, con la cogestión.
Y aquí es donde surge la paradoja, pues para liberarnos de nuestra condición instintiva, de
nuestras pasiones o pulsiones incontrolables debemos hacerlo transitando a través de la
convivencia; aprendiendo con otros y de otros a autolimitarnos, para poder así alcanzar
mayores grados de libertad tanto personal como colectiva. Vale decir, es la existencia del limite
que nos acota, que nos define, que nos restringe, la existencia y convivencia junto al otro, el
elemento esencial para poder desarrollar el control sobre nosotros mismos; el cual nos permite
y hace posible, operacionalizar nuestro existir, transformar nuestro operar en algo que tiene un
propósito, que nos conduce hacia alguna dirección, en algún sentido. Y es justamente este
elemento restrictivo, acotante pero a la vez liberador, el que nos hace posible comenzar a
ejercer nuestra voluntad y libertad, es decir nuestro albedrío.
No es posible, entonces, sin este cuadro restrictivo que nos coloca la convivencia -es decir la
existencia con e incluso en el otro-, que lo humano pueda constituirse.
Acerca de la participación
Hoy, al parecer vivimos una época expansiva, y el tema está de moda. La razón de ello es muy
simple. La participación es una condición sine qua non para la democracia, para la justicia y
para la paz. Sin participación no es posible la democracia, sin participación es muy difícil lograr
la justicia, y también la paz.
Sin embargo, hay quienes en función de la eficiencia en las tareas del desarrollo económico y
social, comienzan a cuestionar los grados y niveles de participación social.
La cuestión es: ¿Cómo conciliar participación y desarrollo? o planteado de otro modo: ¿Puede
la participación convertirse en un factor de desarrollo, o siempre será un obstáculo?
Un primer plano de análisis, es el que dice relación con la participación como una de las
necesidades humanas fundamentales.
El ser humano en la etapa inicial de su existencia no se siente separado del mundo exterior,
todo forma parte de su ser. Al desarrollar su conciencia, empieza a diferenciar su yo del mundo,
inicia su individuación y comienza a descubrir la existencia de límites entre él y los otros
individuos, que lo aislan, que lo conducen a la soledad. Surge entonces el sentimiento gregario
que lo lleva a buscar el encuentro con el otro, a comunicarse, a relacionarse, a construir
espacios donde habitar con otros.
Todo ser humano requiere sentirse formando parte de algo con otros seres humanos, espacios,
identidades, culturas. Este sentirse parte es lo que nos hace compartir. Porque somos parte de
un hogar, de una comunidad, de una nación; compartimos afectos, creencias, valores, idiomas,
cultura. Es este participar el que nos permite compartir una historia con otros. Nuestra historia
individual forma parte de una historia social y colectiva. Esto es algo inherente a la condición
humana, la condición de arraigo. Estamos enraizados a espacios e historias compartidas con
otros seres humanos. ¿Qué condición más inhumana que el desarraigo, el no ser ni de aquí ni
de allá?.
Acerca de la democracia
La democracia, decía alguien que no recuerdo, es como el aire, mientras la tenemos no nos
damos cuenta de su existencia, pero cuando nos falta, hay que ver como nos duele y como
sentimos su ausencia.
Un destacado filósofo colombiano, Estanislao Zuleta, escribió algunas profundas reflexiones
sobre la democracia que quiero compartir con Uds.
Nos señaló que la democracia implica igualmente la modestia de reconocer que la pluralidad de
pensamientos, opiniones, convicciones y visiones de mundo es enriquecedora y que la propia
visión del mundo no es definitiva ni segura porque la confrontación con otras podría obligarme a
cambiarla o a enriquecerla. La verdad no es necesariamente la que yo propongo sino la que
resulta del debate, del conflicto; por tal razón el pluralismo no hay que aceptarlo
resignadamente sino como el resultado de reconocer el hecho de que los seres humanos, no
marchan el unísono como los relojes. Es la existencia de diferentes puntos de vista, partidos o
convicciones algo que nos debe llevar a la aceptación del pluralismo con alegría, con la
esperanza de que la confrontación de opiniones mejorará nuestros puntos de vista. En tal
sentido, para Zuleta, la democracia es modestia, disposición a cambiar, disposición a la
reflexión autocrítica, disposición a oír al otro seriamente.
Afirmó asimismo que la democracia implica igualmente la exigencia del respeto. El respeto
significa tomar en serio el pensamiento del otro: discutir con él sin agredirlo, sin violentarlo, sin
ofenderlo, sin desacreditar su punto de vista, sin aprovechar los errores que cometa o los malos
ejemplos que presente, tratando de saber que grado de verdad tiene pero también al mismo
tiempo significa defender el pensamiento propio sin caer en el pequeño pacto de respeto de
nuestras diferencias. En un debate seriamente llevado no hay perdedores: quien pierde gana,
sostenía un error y salió de él; quien gana no pierde nada, sostenía una teoría que resultó
corroborada.
También Zuleta dice que debemos reconocer que en el ser humano existen profundas
tendencias arcaicas contra la democracia y, si queremos defenderla realmente, debemos
comenzar por reconocer una de sus mayores dificultades: nuestros orígenes no fueron
democráticos. Para él, en consecuencia la democracia es maduración. La democracia no nos
viene espontáneamente, sino como resultado de una conquista, como aceptación de la
angustia, de la duda, de la duda sobre sí mismo y de pasar por "la prueba de la duda”.
Nos señaló asimismo que somos dogmáticos cuando no hacemos el esfuerzo por demostrar.
"La demostración es una gran exigencia de la democracia porque implica la igualdad: se le
demuestra a un igual; a un inferior se le intimida, se le ordena, se le impone; a un superior se le
suplica, se le seduce o se le obedece. La demostración es una lección práctica de tratar a los
hombres como nuestros iguales."
Acerca de algunos sesgos culturales que dificultan la ciudadanía
En la misma dirección señalada por este autor y siguiendo a Jacques Boulet, es necesario
apuntar seis sesgos de nuestra cultura que será imprescindible superar para hacer efectivo el
pleno ejercicio de nuestros derechos humanos y de nuestra ciudadanía.
Contribuir a superar estos sesgos es la tarea imprescindible que debemos desarrollar tanto en
nuestras conductas públicas como privadas quienes nos sentimos comprometidos con el
paradigma de los Derechos Humanos y de la formación en Cultura Ciudadana.
Acerca de la formación en Cultura Ciudadana
Jorge Osorio y Adolfo Castillo señalan que... "la formación de los ciudadanos(as) impone a los
procesos educativos escolares y no escolares el desafío de distribuir equitativamente los
conocimientos y el dominio de los códigos en los cuales circula la información social necesaria
para la participación ciudadana, así como el de generar una formación valórica que desarrolle
capacidades y competencia para desenvolverse responsable y críticamente en los diferentes
ámbitos de la vida social." (3 )
Afirman también que una cultura de ciudadanía extendida no se construye por decreto o
programa, sino que es producto de un proceso abierto y de una continua resignificación de
nuestra identidad.
Osorio y Castillo sostienen asimismo que es necesario... "considerar la ciudadanía como una
cualidad social de la democracia fortalecida a través de la educación, mediante la capacitación
de los ciudadanos para que éstos puedan participar en las instituciones de la sociedad civil,
ejercer asociativamente el poder de control sobre el gobierno y resolver pacíficamente los
conflictos." (5)
En un mundo que cambia rápidamente y genera una alta movilidad individual; en contextos de
mercado que obligan constantemente a elegir, frente a medios de comunicación cada vez más
diversificados; en un ambiente de información abundante y creciente, dentro de múltiples
sistemas que se autogobiernan; en una cultura progresivamente globalizada, la educación es la
base común de formación de la ciudadanía y una condición imprescindible para hacer frente a
los retos de una economía cuya productividad y competitividad dependen, antes que todo, de la
calidad de los recursos humanos del país.
Las políticas públicas en formación ciudadana, en términos generales, recogen un fuerte
impulso de las posturas que desde la CEPAL y la UNESCO se han venido haciendo para
modernizar al conjunto de los países de América Latina. En un documento elaborado por estos
organismos se sostiene que:
"la educación, igual que la generación y el uso social de los conocimientos, están llamados a
expresar una nueva relación entre el desarrollo y la democracia. Deben operar como elementos
de articulación entre ambos, en función de la participación ciudadana y del crecimiento
económico. De hecho, ambos factores están estrechamente ligados en la actual fase de
desarrollo. La experiencia histórica muestra que sin participación ciudadana no hay
posibilidades de crecimiento económico sostenido. Pero dicha experiencia demuestra también
que el crecimiento y la competitividad son, a su vez, la base económica que hace posible el
ejercicio de la ciudadanía. La estrategia propuesta se basa en el supuesto según el cual, la
reforma educativa y la incorporación y difusión del progreso técnico, contribuyen a
compatibilizar el ejercicio de la ciudadanía y la solidaridad, con los requerimientos que plantea
la transformación productiva"1.
Sin embargo, en este documento subyacen dos racionalidades distintas. Por un lado, la
racionalidad instrumental, economicista que acompaña al objetivo de la competitividad
internacional y, por el otro, una racionalidad axiológica, integrativa y comunicacional que se liga
preferentemente con la moderna ciudadanía. Si bien, articular ambas racionalidades, no es
tarea imposible, tampoco es del todo fácil, ya que responden a intereses y valores diferentes.
La formación cultural para una nueva ciudadanía pone en la agenda del día la
pregunta sobre el tipo de ciudadanos que la sociedad necesita para el futuro inmediato.
Mirada nuestra época desde la perspectiva cultural y social, es posible comprobar que, en la
actualidad, el clima de la convivencia social está siendo progresivamente atravesado por
incertidumbres que antaño o no existían o poseían un menor perfil. Para muchos, ya no es tan
claro cómo es deseable convivir, ni qué valores han de regir nuestras vidas, ni qué formas de
convivencia permiten conquistar lo deseado. Para otros, los patrones de convivencia social
están claros y precisos, vienen de la tradición y, por tanto, se trata de que la sociedad los
asuma sin vacilaciones. La coexistencia de estas incertidumbres y de estas certezas configuran
un cuadro de diversidad cultural que, a juicio de algunos, es similar a una crisis moral. Sin lugar
a dudas estamos enfrentados a una búsqueda por nuevos paradigmas al interior de la sociedad
en su conjunto. El paradigma que está hoy en vías de cambio -- y que privilegia una concepción
racionalista del ser humano -- ha dominado nuestra cultura y nuestra convivencia social por
siglos. Este paradigma, mas allá de sus evidentes aportes al desarrollo científico tecnológico, ha
conducido a un profundo desequilibrio entre lo racional y lo emocional, entre los valores y el
comportamiento cotidiano. En palabras de Humberto Maturana:
"al declararnos seres racionales, vivimos una cultura que desvaloriza las emociones y no vemos
el entrelazamiento entre razón y emoción que constituye nuestro vivir humano, y no nos damos
cuenta de que todo sistema racional tiene un fundamento emocional." (6)
Esta crisis se expresa en una crisis de identidad que denota una pérdida del sentido de
pertenencia, el desdibujamiento de los límites; en la carencia de un proyecto común unificador
de voluntades. Proyecto común que no se define ni en el plano de lo cotidiano, de lo familiar, de
lo organizacional, de lo comunal ni tampoco en el plano de los proyectos macrosociales. El
desconocer o negar un espacio cultural al que adscribirse; el poder romper las barreras de
contención que nos determinan, la incapacidad de hacer propuestas con otros para trazar un
futuro consensual que nos comunica con un pasado y un presente, contribuyen definitivamente
a la crisis de identidad. La pérdida de la identidad desemboca finalmente en la incapacidad de
reconocerse a sí mismo como un ser comunicado con otros. Es la expresión máxima del
hombre aislado, desencantado, frustrado, alienado. En consecuencia, la crisis de identidad
desemboca finalmente en una crisis de crecimiento personal y social. Se podría decir que es el
hombre sin contorno, inmerso en una sociedad sin fronteras.
Crisis de valores que se liga con el trastoque de valores, con la pérdida de valores, con la
relativización de los valores. También se expresa esta crisis en un desencantamiento tanto con
los valores tradicionales, como con los de la experiencia histórica de la modernidad. A los
primeros, entre los que se incluyen muchos de los valores universales, occidentales, propios de
la vida religiosa y familiar, se los tilda de anticuados, retrógrados e incapaces de adaptarse a los
nuevos tiempos y espacios culturales diferentes. El desencantamiento con los valores propios
de la modernización emanan del énfasis que se pone en el materialismo, el consumismo, el
hedonismo. Todos los medios justifican el fin. No hay una ética que trascienda a la
manipulación, al poder y al control. La crisis mayor radica en la imposibilidad de ofrecer
alternativas valóricas, éticas y consensualmente aceptables. Hay una necesidad imperiosa de
reconstruir una "escala aceptada". Pero mientras algunos desean hacerlo como un proceso en
la acción comunicativa, en el diálogo de las diferencias, en la participación democrática, hay
otros, quienes, en una tendencia de imponer -muchas veces por la fuerza- valores
sacralizados y totalizantes, creen que la elaboración de valores es ajena a la comunicación, al
diálogo, a la participación. Los fundamentalismos, los integrismos, los fanatismos, emergen con
fuerza a pesar de que los muros se derrumban.
A nuestro parecer, una formación para la moderna ciudadanía ha de fundarse en los derechos
humanos, ya que éstos están llamados a hacer un aporte fundamental para proteger y
promover el desarrollo cívico y económico de las personas y de las comunidades, y constituir
un elemento regulador de las tendencias extremadamente economicistas y pragmáticas que se
introducen a la educación como resultado de los procesos de modernización de la sociedad.
"todos los Derechos deben ser desarrollados y protegidos. En ausencia de los derechos
económicos, sociales y culturales, los derechos políticos y civiles corren el peligro de ser
puramente nominales; en ausencia de los derechos civiles y políticos, los derechos económicos,
sociales y culturales, no podrían ser garantizados por mucho tiempo".
La diferencia jurídica entre ambas generaciones de derechos radica en el hecho de que los
derechos civiles y políticos son garantías del individuo frente al Estado, y los derechos
económicos, sociales y culturales, exigen del Estado una intervención destinada a disponer de
los medios para que se hagan efectivos.
En los años transcurridos entre la Declaración Universal y los Pactos que le han sucedido, el
mundo presenció un acelerado proceso de descolonización. La breve historia de los nuevos
pueblos fue suficiente para demostrar que su autodeterminación fue, en buena medida, ficticia,
dado que carecían de los medios para satisfacer las demandas mínimas de sus pueblos. La
tercera generación de los DDHH surge de la paulatina toma de conciencia, por parte de los
pueblos del mundo no desarrollado, de la necesidad de un cambio en su situación para
disponer de los medios que permitan garantizar plenamente la vigencia de los DDHH.
"un deber de defensa que se impone a todos los miembros de la comunidad internacional".
"de cuya realización se deriva, en efecto, el respeto de la mayoría de los demás derechos y
libertades de los pueblos".
Otros pasos de esta evolución de los Derechos Humanos, es la aprobación en las Naciones
Unidas (1979) de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación
contra la Mujer. En dicho instrumento jurídico se incorpora a las mujeres a la esfera de los
derechos humanos. Será en 1989, cuando el Comité para la eliminación de la discriminación
contra las mujeres recomiende a sus Estados miembros tomar medidas particulares en el
ámbito gubernamental para erradicarla.
Se visualizan, además, los derechos humanos como parte inseparable del proyecto político,
económico, social, cultural y educacional, que las sociedades están formulando en la actual
etapa de modernización y reforzamiento de la democracia. En este sentido, se afirma que los
derechos humanos son el referente ético que debe orientar el proyecto de cambio que están
viviendo las sociedades y que, además, deben ser el hilo conductor de las acciones cotidianas
en que el proyecto de cambio se concretiza.
Sin embargo, el saber de los derechos humanos emerge fundamentalmente cuando se toma
conciencia de los conflictos que se generan como resultado de las contradicciones entre un
discurso de respeto y una realidad conculcadora de derechos. En efecto, las situaciones
vinculadas a los derechos humanos, se hacen conflictivas porque están en juego intereses
distintos. Pensemos en las tensiones que surgen entre la libertad y el orden, la libertad y la
igualdad, entre el bien común y el bien individual. Desentrañar estas contradicciones,
comprender los subyacentes que las sustentan y analizar sus consecuencias, tanto en el plano
individual como social, es una tarea central a enfrentar en la formación para una nueva
ciudadanía. Esta tarea de problematización de los derechos en tensión estará siempre presente
entre un discurso que induce a su cumplimiento y una realidad que los infringe, entre una
sociedad que los postula como utopía, y la misma sociedad que en su cotidianidad los
atropella.
La existencia de los derechos humanos posee una dimensión universal y una dimensión cultural
arraigada en la historia, en las tradiciones y en la cotidianidad de la sociedad. En la
complementariedad de estas dos dimensiones se consolida una cultura basada en los derechos
humanos. En otras palabras, se está afirmando que la existencia de los derechos humanos no
sólo tiene una expresión real en los instrumentos jurídicos que los consagran, sino que también
se concretiza en las significaciones y representaciones que personas concretas le otorgan a los
derechos humanos en sus vidas cotidianas.
Se afirma que la formación cultural ciudadana tiene una postura intencionalmente valórica y por
lo tanto no es neutra. Los derechos humanos son un referente valórico y, en este sentido,
conforman un cuerpo normativo estándar que orientan una moral. Por consiguiente, una nueva
cultura ciudadana se pronuncia explícitamente por valores como, el respeto irrestricto a la vida
y a la dignidad humana, por la tolerancia y la no-discriminación, por la valoración del pluralismo,
la apertura solidaria a la diversidad y a la diferencia, por la construcción de criterios racionales
para la resolución de los conflictos en que el diálogo, la comunicación, la solidaridad y la razón
deliberativa, se anteponen a la lógica del enfrentamiento, la competitividad y el desencuentro.
La formación en estos valores favorece entonces la creación de una sociedad más justa,
equitativa y solidaria.
La formación para una cultura ciudadana es una formación caracterizada por las
visiones y tensiones propias de la formación valórica
Los dos extremos de esta tensión están dadas por la relación con el pasado y con el futuro,
pues la formación para una cultura ciudadana cumple el doble objetivo de mirar hacia atrás para
reconocer la historia vivida y mirar hacia adelante para proyectar esta historia hacia la
construcción de un tiempo mejor. De ahí que esta tarea asuma el doble desafío de enfrentar las
heridas que el pasado dejó abiertas y, a la vez, tratar de afrontar los retos del presente,
difundiendo la creencia de que la brecha entre una nueva cultura ciudadana y la realidad,
pasada y presente que la conculca, puede desaparecer.
Otra tensión que se identifica claramente dice relación, por un lado, con los esquemas
científico-tecnológicos modernizantes -- propios de la racionalidad instrumental -- y, por otro,
con la racionalidad holística y valórica en la que el saber de una nueva cultura ciudadana se
enmarca.
Existe una tendencia a creer que la tecnología, la productividad, el consumo son los elementos
fundamentales que el país requiere para su futuro. Sin embargo, una nueva cultura ciudadana
nos desafían a construir una sociedad moderna donde no se confundan los medios con los
fines. La tecnología, la productividad y el consumo no son fines, sino medios. El fin es la digni-
dad de la persona humana y de los pueblos.
Los procesos emergentes de modernización de nuestros países, de globalización de la
economía y de progreso de la ciencia y de la técnica sitúan, a la formación ciudadana en el
centro de los nuevos modelos de desarrollo, estableciéndose la necesidad de reactualizar la
cultura ciudadana conforme a las nuevas demandas. La tensión surge precisamente, por la
tendencia cada vez más marcada que se observa por absolutizar los esquemas científico-
tecnológicos en detrimento de los procesos de formación humanista.
Sin embargo, la calidad de la formación ciudadana no sólo tiene que ver con la adquisición de
conocimientos más modernos sobre diversos tópicos de nuestra sociedad, sino, principalmente,
con la calidad de las relaciones interpersonales, con la calidad del ambiente social y del clima
emocional que es capaz de generar .
Una tercera tensión que queremos destacar es la tensión entre la mantención y el cambio, entre
el tradicionalismo y la innovación, entre el cambio radical y el cambio paulatino. La experiencia
ha demostrado que al intencionarse la formación para una nueva cultura ciudadana, quiérase o
no, se asume una actitud crítica y cuestionadora que plantea la necesidad imperiosa de producir
cambios en el conjunto social. Irremediablemente se interroga y cuestiona la práctica social, la
naturaleza de las interacciones entre sus actores, el autoritarismo tan enraizado en las
instituciones públicas, etc. Se intenta conocer los mensajes subyacentes en la cultura
dominante, los mecanismos que se utilizan para la reproducción de las desigualdades sociales
y la distribución disímil del conocimiento, etc.
Sin embargo, el intentar producir transformaciones radicales hace aflorar todas las fuerzas de
resistencia al cambio que inmovilizan e impiden que éstos se produzcan, aunque sea de
manera parcial. Se ha dicho que las sociedades son muy resistentes al cambio. Las estrategias
de cambio total, por lo general, levantan mecanismos de rechazo ya sea abiertos o encubiertos,
producen inseguridad y desconcierto. Se impone la necesidad de entrar a negociar entre la
mantención y el cambio, entre la transformación total y las modificaciones progresivas. Por ello
es que resulta fundamental la incorporación, en la formación ciudadana, del desarrollo de
destrezas que habiliten a los actores educativos a la reflexión, al debate y al compromiso en la
acción, de manera de ir introduciendo pausadamente alternativas a una cultura dominante poco
abierta a la participación
La formación para una nueva cultura ciudadana es una formación para una
nueva manera de enfrentar los conflictos.
Los conflictos son un dato de la realidad que no podemos soslayar. Toda propuesta tendiente a
formar ciudadanos orientados a resolver no violentamente sus conflictos ha de partir, pues, del
reconocimiento de su existencia y asumirlo constructivamente.
Para los efectos de este Documento, hacemos nuestra la siguiente definición de conflicto:
"El término conflicto significa un tipo de enfrentamiento en el que cada parte involucrada (sea
ésta una persona, una familia, una clase social, un Estado, etc.) desea ocupar una posición
incompatible, parcial o más general, con los intereses u objetivos de la otra parte. La percepción
de incompatibilidad de los objetivos determina la manera en que los miembros de una parte
llegan a considerar y a tratar a los miembros de la otra. Si los objetivos de una parte sólo
pueden lograrse a expensas de los de la otra, sus respectivos miembros desarrollan actitudes
hostiles entre ellos."
La presencia del conflicto es una realidad indesmentible que acompaña, con distintos grados de
intensidad y de visibilidad, el desarrollo de la sociedad y de las personas. Cualquier estrategia
educativa orientada a formar en la perspectiva de resolver pacíficamente los conflictos, debe
fundarse en el reconocimiento de este primer dato de la realidad: los conflictos existen.
La visibilidad de los conflictos y el perfil que éstos posean, como sus formas de enfrentarlos,
difieren dependiendo de las circunstancias, de las personas, de las culturas: interacciones en
circunstancias similares pero con actores diferentes, o con actores similares pero en
circunstancias diferentes, etc., pueden o no derivar en conflicto. Y éste es el segundo dato de
la realidad: los conflictos poseen una presencia histórica y, por ende, siempre sus sentidos y
significados serán históricos.
El tercer dato de la realidad es que los conflictos, tal como lo establece la definición que hemos
asumido, no son estáticos sino que dinámicos y que su ser está más en la interacción e
interrelación que en las contrapartes que entran en conflicto: lo conflictivo radica,
principalmente, en el tipo de enfrentamiento y en la dinámica interactiva entre las partes.
Estos datos de la realidad permiten comprender las distintas estrategias que se han
desarrollado, a lo largo de la historia, tendientes a resolverlos y a comprender que lo conflictivo
de hoy pudo no haberlo sido ayer ni tiene por qué serlo mañana; o que las estrategias vigentes
ayer pueden o no seguir vigentes hoy o mañana; o que los conflictos, si bien siempre tienen
cierto grado de presencia, no son inevitables, ni sus intensidades y visibilidades son similares.
Desde esta perspectiva, el carácter de los conflictos no es previsible sino que su previsibilidad
depende de la cultura que le otorga su sentido y significado. Al interior de cada época histórica
es posible prever el carácter de sus conflictos y comprender las estrategias validadas para
resolverlos. Cada época histórica tiene, además, sus propios conflictos imprevisibles, conflictos
que van emergiendo en simultaneidad con los cambios históricos y culturales. Ellos son
imprevisibles por la ocasión en que emergen, por la forma que adquieren, por el contenido que
encierran.
Esta regulación, sin embargo, no es neutra. Los conflictos se han ido regulando no sólo por el
poder de la fuerza coercitiva social que ha ido imponiendo esa regulación, sino también por el
poder de la fuerza cultural que ha ido legitimando esa regulación. El desarrollo cultural, en su
más amplio sentido, se funda en opciones valóricas y en visiones utópicas que gradualmente
excluyen la violencia como estrategia recurrente para la resolución de los conflictos.
Este desarrollo regulatorio asume la experiencia multicausal de los conflictos y adquiere, por
ello, un perfil amplio y comprehensivo. Si las causas son múltiples y si intervienen dimensiones
estructurales y personales, entonces, la regulación debe dar cuenta de esas complejidades y,
por ende, la formación cultural ciudadana debe inspirarse y apoyarse en esta historia de las
regulaciones sociales.
En este sentido, la formación para una cultura ciudadana, en su búsqueda de resolver los
conflictos reguladamente, es un referente valórico capaz de establecer los límites entre una
educación excesivamente instrumental y una educación formadora en lo axiológico. A través de
ella, se potencia el desarrollo de muchas de las capacidades que se requieren para vivir en una
sociedad moderna. Entre éstas podemos identificar las capacidades de:
- Razonamiento moral. Capacidad cognitiva que permite reflexionar sobre los conflictos
de valor. El desarrollo del juicio moral tiene como finalidad llegar a pensar según criterios de
justicia y dignidad personal, teniendo en cuenta los principios de valor universales.
El concepto de formación cultural ciudadana tiene diversos enfoques, y abarca diversos ejes
transversales de todo curriculum educativo sistemático. Sin embargo, las áreas que se priorizan
deben responder a realidades, necesidades y políticas propias de cada región del país. Hay un
definido consenso, plenamente aceptado, que nos indica, que un programa de formación
cultural ciudadana permea diversos ámbitos, no sólo, el curriculum escolar y las actividades de
la comunidad educativa, sino la sociedad en general, por lo que se considera el mejor medio
destinado a procurar actitudes, comportamientos y conocimientos valóricos de diversa
magnitud, para el interés social, económico y político del país.
Este tipo de educación debe estar destinado, en primer lugar, a lograr la plena consolidación de
las actuales democracias, haciéndolas más eficientes, participativas y transparentes, con el
objetivo de fortalecer la convicción en sus propios principios intrínsecos, entre los cuales se
destacan: la independencia de los poderes, el compromiso de un control mutuo entre estos, la
adecuada representación social, la participación proporcional de mayorías y minorías, la libertad
de expresión, asociación y reunión, y el ejemplarizante valor democrático, que posee la
ejecución de elecciones libres, periódicas y transparentes de los gobernantes.
En el plano curricular, es decir aquel en que se seleccionan y organizan tanto los saberes como
los objetivos que se desea alcanzar con la formación ciudadana, se evidencia la necesidad de
abarcar las dimensiones explícita e implícita del currículum. Esta doble dimensión permite
comprender que la pregunta acerca de las modalidades apropiadas para la formación
ciudadana en el currículum encuentre diversas respuestas. Por una parte hay posturas que se
inclinan por la inclusión directa y diferenciada como materia de enseñanza; otras consideran
imprescindible basar todo el currículum educativo en los imperativos éticos de la formación
ciudadana. También se plantea privilegiar decididamente el currículum oculto por sobre la
inserción de la temática en el currículum manifiesto, haciendo referencia incluso al peligro de
"institucionalizar" el tema. Cercanos a esta opción, aunque sin rechazar la inserción de la
temática en el currículum manifiesto, hay quienes destacan la importancia decisiva que tiene
para este propósito, las relaciones interpersonales y el desarrollo personal.
Frente a esta amplitud de aproximaciones, aparece consensual que para formar ciudadanos de
nuevo tipo, no basta la presencia de un curso, o de un conjunto de contenidos en algunos
cursos. Lo que se necesita es que toda la institución formadora esté imbuida de ello y que esto
se sienta, se viva en todos los cursos, con todos los profesores, tanto dentro del aula como
fuera de ella.
Con respecto a las metodologías de enseñanza, se han identificado algunos principios que
deben orientarla. Se sostiene que la formación para una cultura ciudadana requiere de una
formación vivencial que desarrolle en forma integrada y armoniosa los aspectos físico,
emocional, intelectual, social y espiritual de la persona; tiene que ser capaz de integrar en el
currículum los aspectos cognitivos, afectivos y culturales con el fin de lograr la síntesis que re-
quiere el saber de una nueva cultura ciudadana
Se señala que esta educación tiene como referente necesario las condiciones existentes en la
realidad y las necesidades de las personas y su medio, para proponer frente a esta realidad una
reflexión crítica. Un principio que está ganando fuerza plantea la necesidad de educar no sólo
desde la utopía, sino también desde las contradicciones de clase, de raza, de género, etc. Ello
significa establecer una relación profunda entre este tipo de educación y la educación crítica, de
modo que se desarrolle en los estudiantes una conciencia crítica y la esperanza de un mundo
sin injusticias.
Otro principio metodológico es aquel que vincula la formación para una nueva cultura ciudadana
con la participación y la autogestión democrática. Educar, en este sentido, sólo es posible en
una atmósfera de convivencia democrática tanto en el aula como fuera de ella.
En el plano más operativo, se hace necesario concretar una serie de sugerencias que tienen
relación con:
*las metodologías de enseñanza y aprendizaje, vale decir, con las formas en que las prácticas
pedagógicas se ligan con la transferencia y apropiación del conocimiento de una nueva cultura
ciudadana;
*los sistemas de evaluación del aprendizaje, esto es, con las formas de valorar los aprendizajes
de los estudiantes respecto a los objetivos que se propone la educación ciudadana;
*la elaboración de materiales didácticos y de difusión que sirvan de apoyo a la práctica docente;
*La gestión escolar, como componente fundamental que posibilita la implementación de los
programas de educación ciudadana.
Comentarios finales
Concluimos este trabajo compartiendo con Osorio y Castillo que... "La pedagogía ciudadana
debe ser desde esta perspectiva un saber sobre la construcción de posibilidades, a partir de
certidumbres a medias, no como un texto total, donde lo central de su saber-hacer esté en la
constitución plural de sujetos, en la elaboración de acuerdos éticos producidos en
conversaciones cada vez más integradoras, y en la "vieja" idea de que la mejor educación es
aquella que amplía las libertades, forma para la autonomía, hace emerger un pensamiento
crítico y hace del enseñar y del aprender un diálogo creativo, de emociones y razones, de
intuiciones y argumentos, de palabras y silencios, de frustraciones y esperanzas, de
resistencias y afirmaciones." (8)
(7) P. Donoso, Las demandas de coherencia de una cultura respetuosa de los Derechos
Humanos, Ensayos Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación, Santiago, 1994, p.
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