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La confirmación

La segunda parte del catecismo de la Iglesia nos enseña sobre “la celebración del misterio
cristiano”. A su vez, la segunda sección de esta parte nos muestra en el capítulo primero, artículo 2,
las principales enseñanzas sobre el sacramento de la confirmación.

Este sacramento en conjunto con el Bautismo y la Eucaristía constituyen los sacramentos de


“iniciación cristiana”. Y esta unidad, enseña el catecismo, debe ser salvaguardada. (cf. CIC,1285).
Enseña el Sacro Concilio Vaticano II en su constitución apostólica Lumen Gentium que a todos los
bautizados en la fe de la Iglesia, “El sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la
Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo, de esta forma quedan obligados
aún más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras”
(cf. LG, 11).

El sacramento de la confirmación manifiesta esa acción que el Espíritu Santo derrama sobre los
confirmados y cómo nos une plenamente a Dios, dotándonos de la comunión con Cristo para, en
adelante, cumplir la perfecta voluntad de Dios en la vida de cada uno de nosotros. Este don del
Espíritu Santo que está destinado a completar la gracia bautismal (cf Hch 8, 15-17; 19, 5-6).

Comúnmente se dice que la confirmación debe hacerse en la edad del “uso de razón”, y ciertamente
así ha de ser ya que es una decisión que ha de tomarse en total y plena libertad del ser Hijos de Dios.
Sin embargo, debe tenerse clarísimo, como enseña el catecismo que, “no se debe confundir la edad
adulta de la fe con la edad adulta del crecimiento natural coma ni olvidar que la gracia bautismal
es una gracia de lección gratuita e inmerecida que no necesita una ratificación para hacerse
efectiva.” (cf CIC, 1308.)

El hecho de la confirmación supone para nosotros como cristianos el acercamiento a Dios de una
manera más profunda, y podríamos decir, comprometida. Es una decisión que hemos de tomar con
muchísima libertad y serenidad, sin presiones; pero teniendo conciencia que recibir el sacramento de
la confirmación exige para nosotros como cristianos, un cambio de vida en la plenitud del Espíritu
Santo. Sabiendo que, como personas, fallamos, pero que, como hijos de Dios, podemos recurrir a Su
misericordia, que nunca se acaba. Confirmar nuestra fe en Cristo significa que estamos dispuestos a
permanecer unidos a Él y confiar en su palabra y en su obra misma, sabiendo que la fe no es un cuento
o una vivencia ficticia, sino la confianza en Dios de que todas las cosas saldrán bien, al final, toda
nuestra vida es un propósito de un plan de salvación. Al respecto nos dice Benedicto XVI “La fe no
se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona” (JMJ Madrid 2011).
Resulta importante destacar que la confirmación, al ser un sacramento de iniciación cristiana
unido a la gracia bautismal, imprime carácter en el alma de quien lo recibe, como reza el catecismo:
La confirmación, como el bautismo, imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter
indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la vida. (cf CIC, 1317).

Puede surgir una pregunta, ¿qué necesito para confirmarme?; esta se responde en el mismo
catecismo de la Iglesia: El candidato a la confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe
profesar la fe, estar en estado de gracia, tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado
para asumir su papel de discípulo y testigo de Cristo, en la comunidad eclesial y en los asuntos
temporales. (cf CIC, 1319).

Confirmar la fe de la Iglesia no es un “paso más”, ni un simple “requisito” como tiene un


pensamiento totalmente erróneo. El recibir el sacramento de la confirmación es entregarse con
plenitud de conciencia a la acción salvífica del Espíritu Santo, para que, llevando una vida de gracia,
podamos alcanzar el cielo, podamos llegar a la santidad; esto no por interés, sino en pleno deseo de
vivir para servir, pues, como nos enseña el Catecismo de preguntas y respuestas: ¿Para qué fue creado
el hombre? – Dios ha creado al hombre para conocerle, amarle, y servirle en esta vida y después
gozarle en la vida eterna. (Pregunta 19).

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