Está en la página 1de 1

LA EXECRACIÓN DE SAN HONESTO DE PAMPLONA

E
n Purgatorio, dónde se purga el espíritu humano y se convierte digno del cielo, se encontraba el
Santo Honesto dirigiéndose a Markus Gabriel, un escéptico que perdió el cielo por no otro
pecado que no tener fe, Markus Gabriel empeñó su vida dudando de todo bajo la égida de
buscar la verdad absoluta, esgrimiendo a capa y espada que lo cierto no es bajo ningún concepto
sólo una percepción individual; Markus arribó a tal punto que aún en Purgatorio no medía palabra en
sugerir cuestionarse la cariz que tienen los reatos allí practicados. Siendo óbice para sí mismo el Santo
Honesto se dio la tarea, en cuanto tuvo la oportunidad, de asestar su alma fuera de tan engorrosa
enfermedad: el pedantismo sin razón suficiente.

San Honesto de Pamplona, explicando el homiliario sagrado a quienes en tierra fueron viadores, sentado
en un círculo dónde todos cruzaban las piernas, asentía después de leer la escritura así: “[...] Por lo que
debéis inferir como os digo, aceptad el ignorar algunos asuntos, en el mismo sentido volved una prioridad
el no prescindir de lo que verdaderamente es importante; pues al poner vuestra atención a lo que debéis,
mostraréis una deferencia profunda para con la legislación del empíreo, y no habrá en vuestro espíritu
espacio alguno para las cuestiones seglares y nimias. Cavilaseis en el adalid necio que, momentos
posteriores a recibir una ofensa grave en su integridad física, dilataba su tratamiento médico; preguntado
por a manos de quién él había sido herido, por el si lo hirieron con espada o con flecha, por si fue por ser
el enemigo o un asunto personal, por cuán profundamente estaba comprometida su salud, por el nombre
del tratamiento y los recursos que se emplearían, y finalmente por cuanto iba a doler, no habiendo tiempo
para malgastar; ante circunstancias y situaciones solo es importante saber:  hay un padecimiento, y hay un
alivio; entenderéis lo que os presento.” Una vez al frente señalando con el dedo Markus Gabriel exclamó:
“¡He hecho una pregunta sobria y sucinta! ¿Cómo puede ser que la respuesta que obtengo sea que yo no
debería preguntar en primer lugar? Parece ser que los Santos no saben la respuesta a nada y simplemente
no cuestionan ni lo más mínimo para ser pensantes por sí mismos. Pensé que San Honesto sería aquel que
me ayudaría a descubrir la verdad, ahora veo que San Honesto no la conoce y simplemente pretexta no
preocuparnos por ella, San Honesto no dice la verdad, se limita a no decir mentiras.”

El Santo le respondió: “¿Por qué la mente suya se ocupa a sí misma de esa forma? que el paso se
obstaculiza ¿Que le importa a usted lo que allí es susurrado? acompáñeme y permita a los demás meditar,
escuchando de manera no disruptiva, que el viento sople como en la punta de un edificio; pues la dicha
nunca alcanza para quien siempre estorba.”

También podría gustarte