En el marco de la puesta en marcha de vehículos autónomos y en aras de
analizar su impacto actual y futuro en la sociedad, es menester empezar por tratar de definir un vehículo autónomo. La Dirección General de Tráfico de España en su Instrucción 15/V-1134 de 13 de noviembre de 2015, define el vehículo autónomo como “todo vehículo con capacidad motriz equipado con tecnología que permita su manejo o conducción sin precisar la forma activa de control o supervisión de un conductor, tanto si dicha tecnología autónoma estuviera activada o desactivada, de forma permanente o temporal” Según Cristina Lozano Amóstegui, 2020. “los vehículos autónomos, mediante el empleo de tecnologías digitales, proveen al conductor de una serie de ayudas que, en ciertos casos, permiten que algunas o todas las funciones de conducción puedan transferirse a un sistema informático” En este orden de ideas tenemos que un vehículo autónomo es un automotor dotado de los elementos tecnológicos para que un sistema informático en cierta medida, decida las acciones positivas a materializarse durante el movimiento de un vehículo, situación trascendental en la forma actual de concebir la movilidad humana. Una gran parte de la población humana utiliza vehículos automotores de manera diaria en el desarrollo de sus actividades diarias, la actividad y temperamento del conductor del vehículo tiene una gran incidencia en la manera de movilizarnos, al respecto, si nos topamos con un conductor enfadado y que conduce de manera agresiva tendremos una mayor probabilidad de sufrir un accidente, situación que, entre otras, propone remediar la implementación de vehículos autónomos, mientras que en un caso de funcionamiento óptimo de sistemas de conducción autónoma seguramente la existencia de accidentes de tránsito sería nula. La autonomía de los vehículos en su conducción implica pasar por un proceso de digitización en el que se reemplaza el volante y pedal desplazado de manera análoga iniciado por un toque humano hacia un proceso digital en que varios sensores captan X información, se procesa la información y se accionan los componentes requeridos para poner en marcha una acción de conducción determinada por parte del sistema de conducción autónoma. De igual manera esta tecnología pasa por un proceso de transformación digital mediante la captura, análisis y conversión de datos en el que lleva inmerso un gran valor agregado para sus clientes: la eliminación del margen de error humano y costos de personal que opere el vehículo. El uso de esta herramienta propone retos interesantes hacia el futuro: Está por decidirse el caso del vehículo equipado con Autopilot de Tesla, que a finales del 2019 se vió involucrado en el homicidio de dos personas en California, en este caso el ocupante del tesla está siendo acusado de homicidio culposo. Al mismo tiempo la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico (NHTSA) implementó un protocolo para vehículos autónomos sin controles manuales. De igual manera surgen preguntas interesantes: En el evento de un accidente, y, desde la óptica de la responsabilidad civil, ¿Quién estaría llamado a responder por el daño que sufra un tercero ocasionado del movimiento de un vehículo autónomo? En el Reino Unido se propone que la compañía desarrolladora del software de I.A que “conduzca” el vehículo sea responsable. Si el mismo evento de daño tuviera ocasión en Colombia hoy, seguramente estaría llamado a responder quien estuviese sentado en el puesto del conductor en razón a tener a su cargo el dominio de la actividad en el régimen de actividades peligrosas, aún cuando esté en entredicho la existencia del dominio de la actividad, de igual manera pasaría para la evaluación del riesgo en el sector seguros. El impacto de esta tecnología en la sociedad está en sus primeras etapas y surgirán múltiples prerrogativas que deberán reajustarse a una nueva realidad, el cambio en la manera de desplazarnos llegó para quedarse.