Está en la página 1de 1

Quería contarte que ayer en una de mis búsquedas que termino haciendo por amor al arte, en

un recopilado de monólogos de Shakespeare, encontré una canción, una melodía en piano. La


misma daba lugar a quien haría el análisis de aquellos soliloquios y, automáticamente, como si
la memoria emotiva no me dejara olvidar, en dos segundos me enamoré de esa melodía y
pensé que en algún lugar la escuché. Es cierto, que la memoria humana necesita olvidar para
que se depositen nuevos conocimientos.

Pero… dónde, de dónde era esa canción, la reconocía sí, la había escuchado junto a alguien
que por cosas de eso que llamamos destino, en algún momento realizó las mismas búsquedas
que yo.

“Ti ti ri ti ti ri ti ti” cuànto te hubieses reído (de eso estoy segura) si me escucharías tratando de
tararear para descifrar esa canción inglesa. Aun así, me abrazarías y terminaríamos en un
ataque de carcajadas. Sobre todo, las mías. Además, comenzaríamos a charlar sobre la historia
que hubo detrás, no me quepan dudas. Certezas tampoco.

¡UF! Qué cosa tan maravillosa el arte que puede hacernos pasar de un estado anímico a otro,
en cuestión de solo segundos, inesperadamente; que en esta siesta donde la bruma y el calor
agobian un poco, mi alma quede colgada de este cemento que arde bastante pero llega a
quemar, no me quedo pisándolo, solo un ratito; después busco la sombra y termino por darme
cuenta de lo bien que me hace poder decirte esto y abrazarte por un instante en las palabras y
soltar el pensamiento de que lo que sucede y no sucede.

Qué atrevida mi imaginación nadie sabe si esta historia es cierta, para qué contar lo que a los
programas de chimentos les importa, ¿No? Sin embargo, vos estás allá volando y sonriendo y
en ésta, mi selva, ese más allá te hace un poco más acá. Así te siento, así te quiero, así decido
recordarte.

Vaya, que a fin de cuentas esta locura sí vale vida.

También podría gustarte