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los pecados de esta vida. Caminar siempre, avanzar siempre para alcanzar la felicidad eterna que,
de algún modo, ya ha iniciado en esta tierra por la fe en Cristo Jesús. Es también una invitación a
no rendirnos ante el tedio de la vida, sino a asumir con paz que el camino de la felicidad pasa por
la Cruz, pero no por cualquier cruz, sino aquella que se vive por Cristo, con Cristo y en Cristo.
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Al terminar la Misa los fieles se llevan las palmas benditas a su hogar. Se acostumbra colocarlas
detrás de las puertas en forma de cruz. Esto nos debe recordar que Jesús es nuestro Rey y que
debemos siempre darle la bienvenida en nuestro hogar. Es importante no hacer de esta costumbre
una superstición pensando que por tener una palma bendita, no van a entrar ladrones en nuestra
casa y que nos vamos a librar de la mala suerte.
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Esas palmas benditas nos recuerdan las palmas y ramos de olivo que la
gente en Jerusalén batía y colocaba al paso de Jesús, escena que recuerda
la entronización de Salomón como rey y sucesor de David. El nuevo rey
toma la mula de su padre David y se dirige al lugar de la unción. En ese
gesto todos reconocen a quién pertenece la realeza (cf. 1 Re 1,38-40).
Tender mantos y esparcir ramas en el camino era un signo de homenaje
real (cf. 2 Re 9,13). Así lo canta el Sal 118,27: «Formen una procesión con
ramos hasta los ángulos del altar» (Cf Comentario Bíblico Latinoamericano,
Nuevo Testamento, pág. 481).
En Jerusalén fue recibido como Rey. Con nuestras palmas o ramos nosotros
también lo recibimos como nuestro Rey. Por eso muchos con esas palmas
adornan sus pequeños altares en sus hogares o los colocan en los crucifijos
para darle la bienvenida al Rey de Reyes y Señor de Señores a sus casas.