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R O D N E Y H IL T O N , ed.

LA TRANSICIÓN DEL
FEUDALISMO A L CAPITALISMO
M A U R IC E DOBB, PAUL SWEEZY, KO H A C H IR O TA K A H A S H I
RODNEY HILTON, CHRISTOPHER HILL, GEORGES LEFEBVRE
G IU LIA N O FjLROCACCI, ERIC H O B S B A W M ,
JO HN MERRlVjGTON

Traducción castellana de
D O M ÉN EC BER G A D Á

ED ITORIAL CRÍTICA
6 r u p o editorial Grijalbo
BARCELONA
1.a edición: mayo de 1977
2.a edición: julio de 1978
3.a edición: marzo de 1980
4.a edición: octubre de 1982

Título original:
THE TRANSITION FROM FEUDALISM TO CAPITALISM

Cubierta: Alberto Corazón


® 1976: NLB, Ltd., Londres
® 1977 de la traducción castellana para España y América:
Editorial Crítica, S. A., calle Pedro de la Creu, 58, Barcelona-34
ISBN: 8 4 -7 4 23 -0 17 -9
Depósito legal: B. 32.589 - 1982
Impreso en España
1982 —INELVA, S. A., Paseo de Carlos I, 142, Barcelona-13
R odney H il t o n

INTRODUCCIÓN

Los E studios s o b r e e l d esa rro llo d e l ca pitalism o de Maurice


Dobb fueron publicados en 1946. Karl Polanyi, a pesar de la
dureza de su crítica, aparecida en el Jo u rn a l o f E co n o m ic H isto-
ry (1948), describe el trabajo de Dobb en los siguientes términos:
«un erudito y original volumen sobre el declive del feudalismo,
el mercantilismo, la revolución industrial y el siglo xix, el pe­
ríodo de entreguerras, es decir, sobre la historia toda del capita­
lismo occidental hasta llegar al Plan Marshall». Polanyi cree que
Dobb retiene lo menos valioso del análisis de Marx (la teoría
del valor-trabajo) en tanto que descarta lo que él, Polanyi, cree
que fue la «penetración fundamental — de Marx— en la natura­
leza históricamente limitada de la organización de mercado».
Desafortunadamente, la reseña de Polanyi no era suficientemente
extensa como para desarrollar tan interesante crítica, aunque no
por ello deje de adoptar una muy seria actitud frente a los pro­
blemas que suscita un análisis marxista del feudalismo como modo
de producción (que el propio Marx, no acometió de una forma sis­
temática) y de la transición del feudalismo al capitalismo (punto
sobre el que Marx tuvo necesidad de extenderse más, aunque no
dijera lo suficiente).
La larga reseña del libro que R. H. Tawney publicó en 1950
en la E co n o m ic H istory R e v i e w muestra muy escaso interés en
los problemas teóricos que suscita un enfoque marxista. No obs­
8 DEL FEUDALISM O A L CAPIT ALISM O

tante, fue de gran importancia que se publicara una reseña amplia


y valorativa, aunque crítica, salida de la pluma de uno de los
más destacados historiadores ingleses, que no sólo han dedicado
toda su vida a investigar en las fuentes originales todo el período
de la «transición» sino que reconoce d e ja c to la realidad del ca­
pitalismo como un orden social y económico diferenciado, y ello
en una época en que abundan los historiadores, economistas y
políticos que pretenden sostener su inexistencia histórica. Buena
parte de las críticas de Tawney poseen un enorme interés prácti­
co para el historiador de los siglos xvi y xvn, y deben tomarse
muy en serio. Sin embargo, aunque Tawney indicó en su reseña
que «uno de los méritos del libro es haber combinado historia
y teoría», no sacó a la palestra ninguno de los problemas teóri­
cos a los que Polanyi había aludido vagamente y que han sido
objeto de debate por parte de estudiosos marxistas del texto de
Dobb. A pesar de todo, Tawney, y presumiblemente el editor
de la E co n o m ic H istory R ev iew , pensaron, como Polanyi, que un
libro tan erudito y original sobre un tema de tal importancia jus­
tificaba plenamente que se le tomara en consideración, aun cuan­
do a veces fuera para tratarlo con severidad.
Por desgracia, este interés no fue compartido por los editores
de algunas otras publicaciones situadas muy cerca del núcleo de
lo que podría denominarse el «establecimiento histórico» britá­
nico, que por aquel entonces se agrupaba en torno a la E co n o m ic
H istorical R e v ie w . No apareció reseña alguna en la English H is­
torica l R e v i e w , supuesto santuario de la más alta erudición, ni
en H istory, en cuyas páginas se ofrece el mensaje de esta alta
erudición a los profesores de historia y otras gentes situadas fuera
del círculo de los investigadores profesionales. Tampoco aparecie­
ron reseñas en las principales publicaciones de teoría económica,
tales como el E co n o m ic Jou rn al o E conom ica.
Las razones de esta generalizada negligencia del libro de Dobb
son bastante obvias. A los historiadores académicos ingleses no
les gusta el marxismo. En todo caso, la década subsiguiente al fin
de la contienda mundial no era un momento demasiado propicio
para establecer una discusión exenta de prejuicios sobre una ínter-
RODNEY H IL T O N 9

pretación marxista del capitalismo. Desde luego, no se agota con


esta constatación el análisis del problema, y cabría añadir por lo
menos el recelo, no sólo ante la teoría y las conceptualizaciones
abstractas, sino incluso frente a interpretaciones generalizadoras
que albergan una elaboración teórica mínima, como pueda ser el
caso de la interpretación toh ig * de la misma. Las preferencias de
la tradición académica británica, al menos desde finales del si­
glo xrx, se inclinan hacia la erudición exacta y detallada que tiene
como objetivo el almacenamiento1 de datos verificables. La prepa­
ración del historiador no estriba en su capacidad para discutir qué
hipótesis pueden explicar los desarrollos históricos significativos, y
mucho menos en intentar penetrar la esencia o «principio motor»
de las formaciones socio-políticas. Por el contrario, se supone que
reside en la facultad de eliminar todo elemento de subjetividad en
el estudio de una secuencia de eventos acaecida durante xm corto
período de tiempo, o en identificar las partes integrantes de la
principal (usualmente la dominante) institución de una sociedad
dada. Ello se consigue recurriendo siempre que sea posible a
registros administrativos supuestamente «objetivos», al tiempo que
a una evaluación crítica de las crónicas, narraciones o correspon­
dencias, que se estiman expuestas al riesgo de la parcialidad
humana.1

* La interpretación whig de la historia, expresión usada con alguna fre­


cuencia en la historiografía anglosajona, recibe su nombre del relato de la
historia constitucional de Inglaterra efectuado en el siglo xix por los histo­
riadores adscritos a la corriente liberal (whig), para quienes la libertad in­
glesa se habría ido ampliando poco a poco en el decurso del tiempo de
forma siempre progresiva e irreversible. Ciertamente es muy escaso el nú­
cleo «teórico» de una visión whig de la historia, pues se limita a suscribir
esta ascensión continuada de la libertad y a clasificar de forma maniquea y
mecanicista a los individuos en dos grandes categorías: progresistas, que
miran hacia delante, y reaccionarios, con las miras siempre puestas en el
pasado. (Ñ. del £.)
1. Pueden hallarse interesantes evaluaciones sobre la naturaleza de los
escritos históricos modernos en - Robin Blackburn, ed., Ideología y ciencias
sociales, traducción de E. Ruiz Capillas, Grijalbo, Barcelona, 1977. Son de
destacar los artículos de Gareth Stedman Jones, «History: The poverty of
empiricism», y de E. J. Hobsbawm, «Karl Marx’s contribution to histo-
1 0 DEL FEUDALISM O AL CA PIT A LISM O

Desde luego, este tipo de academicismo y erudición históri­


cas no es exclusivamente británico, sino europeo. Un buen ejem­
plo de ello nos lo da la escuela historio gráfica francesa anterior
al período de los Annales, la época pre-Bloch, podríamos deno­
minarla. Por otro lado, sus logros han sido considerables, espe­
cialmente en el campo de medievalismo, que es el que aquí nos
interesa de forma particular, y en modo alguno debemos subesti­
marlos. Como podrán apreciar los lectores del debate, lo que po­
larizó el interés de los participantes no fue precisamente la his­
toria del capitalismo ya consolidado, sino que centraron sus inter­
venciones en el estudio de las fuerzas que destruyeron la sociedad
feudal. La mayor parte de los problemas de la transición están
más vinculados con aspectos del mundo medieval que con los del
moderno. En sus críticas a Dobb, Paul Sweezy se basa de forma
casi total en las merecidamente famosas investigaciones de un
historiador no marxista, Henri Pirenne. Desde luego, el trabajo
de Pirenne no debe clasificarse entre el tipo de erudición aca­
démica estrecha de miras a la que antes nos hemos referido, si
hien Pirenne es tan capaz como el primero de tratar las fuentes
documentales con toda escrupulosidad y espíritu crítico. No obs­
tante, también es capaz de delinear amplias generalizaciones, y
no hay duda alguna de que es este aspecto de sus investigaciones
el que inclina a los marxistas a estudiarlo con toda seriedad. Giu-
liano Procacci, cuando evalúa los resultados del debate inicial, se­
ñala con mucho acierto cuán formidable es el respaldo de eru­
dición no marxista que despliega Sweezy contra Dobb al citar a
Pirenne. Pero quizá Procacci haya sobreestimado en demasía la
artillería del bando de Sweezy. Después de todo, dejando de lado
-a Pirenne, ¿a quién cita Sweezy? Y sabemos en la actualidad
que la interpretación de la historia económica europea medieval
que nos ofrece Pirenne ha sido criticada con severidad por nu­
merosos historiadores, y desde luego no todos ellos marxistas. Su
interpretación del declive del comercio en -el Mediterráneo y de

riography». Jones sobreestima un poco el carácter revolucionario de la escue­


la de los Annales, que, si bien innovadora, en modo alguno es marxista.
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la desurbanización de Europa occidental ha sufrido muy rudos


golpes. No existe un consenso generalizado sobre su idea de que
la revitalización del comercio a larga distancia en el siglo xi fue­
ra la causa de la reactivación de la economía europea, ni tampoco
sobre su opinión acerca de los orígenes sociales de los mercaderes
urbanos del período de resurgimiento.2
Con todo, el enfoque general de Procacci está plenamente
justificado. Los marxistas ingleses pueden haber tenido muy bue­
nas ideas, pero necesitan respaldarlas con investigaciones que pue­
dan competir con las de las escuelas establecidas de historiografía
no marxista frente a las que polemizan.
El libro de Dobb, como él mismo admite y reiteradamente
han indicado sus reseñadores, es la obra de un economista mar­
xista que se ha familiarizado con la bibliografía histórica dispo­
nible en la época. Su oponente en esta controversia, Paul Sweezy,
se halla en una situación parecida: un estudioso marxista del ca­
pitalismo contemporáneo se aventura en el terreno de la historia
económica medieval tomando como báse trabajos de segunda mano
debidos a historiadores no marxistas. E igual sucede, aunque en
menor grado, con el más destacado de los otros participantes en
el debate, pues aunque Takahashi es un investigador original en el
campo del feudalismo japonés y de los problemas de la transi­
ción del feudalismo al capitalismo en el siglo xix, su conocimiento
de este problema en la historia del área clásica de formación del
capitalismo, Europa occidental, también se basa en trabajos de
otros. La más reciente de las amplias contribuciones al debate, la
de John Merrington, no se centra precisamente en la investiga­
ción de problemas de la historia económica feudal. Así pues, con
la excepción de Hill y Hilton, cuyas contribuciones al debate son
relativamente insignificantes, la discusión ha sido conducida por
marxistas que han puesto el dedo en la llaga sobre ciertos proble­
mas fundamentales concernientes a los modos de producción feu­

2. Véase la colección de ensayos editada por A. F. Havighurst, The


Pirenne thesis, Boston, 1958, y el artículo de A. B. Hibbert, «The origins
of the medieval town patriciate», Past and Present, n.° 3 (febrero 1953).
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dal y capitalista, pero que, a falta de apoyo en especialistas mar­


xistas (en todo caso, esto era por completo cierto en la década
de los cincuenta, cuando se inició el debate), se han visto obliga­
dos a buscar buena parte del material de base en autoridades no
marxistas auxiliares.
Para todo aquel que se enfrente seriamente al concepto de
«modo de producción» es esencial establecer cuáles son los com­
ponentes de los distintos modos. El historiador, cuyos objeti­
vos pueden no ser los mismos que los del sociólogo o el filó­
sofo,3 no puede, sin embargo, pararse aquí. Hay una ley del mo­
vimiento de las sociedades feudales (como de las otras), al tiempo
que un conjunto particular de relaciones estructurales en su seno.
Definir y elaborar la ley del movimiento y los cambios concretos
que eventualmente generan las condiciones para la transición del
feudalismo al capitalismo requiere un esfuerzo, no sólo de lógica,
sino también de investigación. Exige la crítica y utilización de
las investigaciones de los estudiosos burgueses, y también el em­
pleo de una metodología crítica a las fuentes documentales de la
época. Y dicho método crítico es preciso que sea marxista, que
tome como base una comprensión adecuada del concepto de modo
de producción. Por otro lado, también debe tener en cuenta los
métodos críticos desarrollados por los historiadores desde, al me­
nos, el siglo xvii.
Los historiadores marxistas han .modificado de forma significa­
tiva nuestra comprensión de la revolución burguesa y del de­
sarrollo de la sociedad capitalista, desde el siglo xvii hasta nues­
tros días. Baste sólo con mencionar las investigaciones originales
de historiadores marxistas ingleses de primera fila- como Christo-
pher Hill, Eric Hobsbawm y Edward Thompson, para no hablar
de Albert Soboul en Francia, Giuliano Procacci en Italia y mu­
chos otros historiadores del área capitalista. B. F. Porchnev,.
A. D. Liublinskaya y J. V. Polisenski, bien conocidos en su país,

3. Tal como parece admitir Althusser. Cf. L. Althusser y E. Balibar


Para leer El capital, traducción de Martha Harnecker, Siglo XXI, Méxi­
co, 1969, p. 19.
RODNEY H IL T O N 13

son sólo una muestra de los historiadores que han trabajado


sobre temas similares dentro de los países del campo socialista.
Mucho más reducido es el número de trabajos marxistas sobre la
sociedad feudal y sobre las precondiciones medievales para el
desarrollo del capitalismo, aunque los escritos de E. A. Thompson
sobre los.: primeros estadios de la sociedad germánica merecen
ocupar un lugar destacado. Por otro lado, el núcleo central de las
investigaciones marxistas sobre historia medieval queda confinado
al campo de la historia agraria. Varias son las razones que pueden
justificar esta limitación. Los jóvenes marxistas suelen tener una
vinculación política con organizaciones socialistas o comunistas, lo
que les inclina a estudiar el modo de producción capitalista bajo
todas sus manifestaciones políticas, sociales y culturales. Por otra
parte, este estudio no sólo se halla bajo la influencia directa de
la teoría y la práctica de los fundadores del marxismo, Marx y
Engels, sino que cuenta con la ayuda de un considerable núme­
ro de marxistas militantes que se hallan empeñados en una cons­
tante discusión teórica y práctica de los problemas suscitados
por la historia marxista de la sociedad capitalista, así como por
los que plantea la transición del capitalismo al socialismo. El
estudio de la sociedad feudal presenta, pues, muy pocas ventajas
para los historiadores más jóvenes, que suelen hallarse algo ais­
lados, tanto teórica como prácticamente. Cabe esperar que la
reedición de este debate sobre la transición estimulará una nueva
consideración de sus logros teóricos y la iniciación de nuevas in­
vestigaciones sobre los problemas que quedan aún sin resolver y
que se plantean en las antiguas contribuciones y en la presente
introducción.

Han pasado ya más de veinte años desde que se desató el


debate en las páginas de S cien ce an d S ociety. Tanto los historia­
dores marxistas como los que no lo son han aportado una conside­
rable cantidad de investigaciones relevantes sobre muchos de los
temas que se discutieron en aquel entonces. No pretendo en esta
14 DEL FEUDALISMO A L C APITALISM O

introducción presentar un laborioso memorándum historiográfico


de tales investigaciones. Antes bien, lo que persigo, hasta donde
sea capaz de hacerlo, es reexaminar algunos de los problemas
suscitados en el debate original a la luz de estos trabajos poste­
riores, y de lo que sobre el tema haya podido meditar. Los pro­
blemas a que me estoy refiriendo son la definición de servidum­
bre, el origen de las ciudades, el desencadenamiento de la pro­
ducción simple de mercancías, los modelos alternativos sobre el
surgimiento de la producción capitalista y el concepto de «prin­
cipio motor».

S e r v id u m b r e

Dentro de la discusión marxista el término «servidumbre»


acostumbra a ser innecesariamente ambiguo, hecho que parece
derivar de la investigación histórica no marxista. Takahashi está
totalmente acertado cuando insiste en que la servidumbre es la
forma de existencia que adopta el trabajo dentro del modo de
producción feudal. Su esencia era la apropiación por parte del
señor del trabajo excedente de la familia campesina, una vez cu­
biertas las necesidades que aseguraban su propia subsistencia y la
reproducción económica del sistema. Este trabajo excedente pue­
de emplearse directamente sobre los dominios del señor o puede
percibirse de manos de las familias de terrazgueros bajo la forma
de renta en productos o en dinero.
Dado que las familias campesinas poseen de hecho las tierras
que les permiten producir para su subsistencia, la transferencia
del excedente debe arrancarse por la fuerza. El campesino, a di­
ferencia del obrero asalariado, no precisa enajenar su fuerza de
trabajo para vivir. Una vez aceptada esta definición amplia de ser­
vidumbre como transferencia forzosa del trabajo excedente, o de
sus productos, queda claro que pueden existir diferentes formas
jurídicas o institucionales de servidumbre sin que ante los ojos
de la ley sean consideradas en muchos casos, quizás en la ma­
yoría, como necesariamente «serviles». Este hecho ha dado pie a
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innumerables confusiones entre los historiadores. Marc Bloch ha


examinado las cédulas de emancipación de las villas situadas den­
tro de estados eclesiásticos del norte de Francia y ha observado
que los campesinos que las recibían, la mayoría de los habitantes
de tales villas, seguían sometidos a una serie de obligaciones, como
por ejemplo el fo rm a r ia g e y la m a in m orte, que por lo general se
consideran serviles. El número de familias de estas mismas villas
explícitamente sometidas a servidumbre que consta en las actas
del siglo ix es mucho menor que el de las que iban a alcanzar
la emancipación en el siglo x i i i . Por consiguiente, Bloch concluye
que entre los siglos i x y X i i i debió producirse un proceso de ser-
vilización. En cambio, el historiador belga L. Verriest ha demos­
trado que la proporción de familias designadas específicamente
como «siervos» (serv í) no cambió durante este período. La ma­
yoría de los campesinos emancipados durante el siglo x i i i eran,
desde un punto de vista jurídico, v ilein s libres, pero de hecho
habían estado sometidos a obligaciones análogas a las que regían
para los «verdaderos» siervos. Como veremos más adelante, aun­
que formalmente a Verriest le asiste la razón, la interpretación de
Bloch es la que más se aproxima a la verdad.4
Durante el período inicial de la servidumbre europea, es de­
cir, durante el período en que fue apareciendo bajo su. forma
clásica la aristocracia terrateniente feudal, fueron desarrollándose
una enorme variedad de formas de subordinación campesina. En­
tre éstas, cabe reseñar el asentamiento de esclavos pertenecientes
al dominio señorial sobre otras tierras, con o sin manumisión
de obligaciones serviles, la subordinación de campesinos libres a
ciertos convecinos más poderosos o amenazadores, la sumisión de
hombres libres a la protección de un santo (por ejemplo, a la
comunidad agrícola de un monasterio que, supuestamente, se ha­
llaba dedicada al culto del santo), etc. La nomenclatura con que
se designaba a los campesinos subordinados variaba de un lugar

4. M. Bloch, Uhistoire rurale frangaise, París, 1968, y «Liberté et servi-


tude personelles au Moyen-Áge», en Mélanges historiques, vol. I, París,
1963; L. Verriest, Institutions médiévales, Mons, 1946.
16 DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

a otro de acuerdo con la naturaleza de su subordinación, o in­


cluso, como ha sugerido R. Boutruche, en consonancia con la
imaginación de los administradores de los señores. Como dirá
Boutruche, este hecho lleva a muchos historiadores a similares
fantasías de erudición, con lo que acaban olvidándose por com­
pleto de las características del campesinado como clase social.5
Entre los siglos ix y x i i i se produce un auténtico cambio de
naturaleza entre la servidumbre europea, particularmente entre la
servidumbre europea occidental. Creo que es interesante discutirlo
aunque sea brevemente porque ejemplifica un importante punto
de confusión en algunas de las controversias sobre el carácter del
modo de producción feudal. Dicha confusión hace referencia al
papel desempeñado durante este período por la renta en trabajo
dentro de las relaciones sociales. Muy a menudo se ha conside­
rado que la renta en trabajo, la prestación directa de servicios,
es la forma característica de subordinación servil del campesino
al señor. En consecuencia, la mayor parte de los marxistas in­
gleses han considerado en su polémica sobre la transición — aun
cuando reconozcan que la renta en trabajo no es la única forma
de renta feudal— que la conmutación de prestaciones de servicios
por rentas en dinero en la Inglaterra del siglo xiv tuvo un muy
especial significado en dicho proceso. Esta afirmación aparece
como consecuencia de cierta insularidad histórica en su prepa­
ración, por cuanto, tal como indica Dobb, la supervivencia en
la Inglaterra del xiv de amplios estados en los que eran pie­
zas básicas grandes dominios señoriales cultivados bajo la moda­
lidad de la prestación de servicios fue excepcional. La historia
general del feudalismo europeo muestra con bastante claridad que
la renta en trabajo no constituyó un elemento esencial en las rela­
ciones de producción feudales, si bien en la organización del tra­
bajo forzado sobre los dominios señoriales es quizá donde se pone
de manifiesto de un modo más claro el carácter coercitivo de las
mismas.
5. R. Boutruche, Señorío y feudalismo, traducción de Margarita B. Pon-
tieri, revisión técnica de Reyna Pastor de Togneri, Siglo XXI, Madrid,
1973, libro I, caps. II y III.
RODNEY H IL T O N 17

Las primeras informaciones que poseemos acerca de estados


organizados con el dominio como forma básica (la mayor parte
eclesiásticos, pero también algunos reales) corresponden a descrip­
ciones del siglo ix. El becbo de centrar nuestra atención durante
este período en el norte de Francia y en el valle del Rin muy
bien puede deberse a una supervivencia accidental de las fuentes
documentales. Esta forma de organización es anterior, sin lugar a
dudas, al siglo ix, aunque sigue siendo motivo de discusión de­
terminar si tuvo una continuidad que arrancaba directamente del
imperio romano. A finales del siglo x, si no antes, se había exten­
dido y tenía carta de naturaleza en Italia central y en Inglaterra.
Todas las descripciones estatales enfatizan la importancia de las
obligaciones de trabajo que tenían tanto los campesinos libres como
los sometidos a condición servil. Por lo tanto, aunque hubiera
rentas en especies y en dinero, la que aparece como predomi­
nante es la renta en trabajo. Es probable que, en esta época, di­
cha forma de usar el trabajo excedente fuera tan ineficaz como
lo fue en Europa oriental a comienzos de la Edad Moderna.6 En
todo caso, lo que parece fuera de toda duda es que cuando co­
mienzan a registrarse las descripciones a que nos hemos referido
el sistema estaba empezando a desintegrarse.
Fueron varios los rasgos de la economía y la sociedad europeas
de los siglos x y xi que contribuyeron a modificar este modo de
apropiación del trabajo excedente. Los capitulares y ordenaciones
de las monarquías franca y otomana sugieren que existió una
considerable resistencia por parte de los campesinos, tanto a la
prestación de servicios como a la servilización legal. Aunque no
debe sobreestimarse la gravedad de las invasiones escandinava y
magiar, por fuerza debieron debilitar la desvencijada estructura
de la hegemonía imperial carolingia. De hecho, no fue tanto que
se debilitara (o parcelara) el poder estatal como que se viera con­
6. W. Kula, Teoría económica del sistema feudal, prólogo de Reyna Pas­
tor de Togneri, Siglo XXI, Madrid, 1974. En- este texto se analizan los
estados con una base servil en Polonia a comienzos de la era moderna y
contiene numerosas indicaciones útiles para quienes estudien estados simi­
lares en Europa occidental durante la Edad Media.

2 . — HILTON
18 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A LISM O

finado a sus límites prácticos, dada la lentitud de las comunica­


ciones y el relativamente restringido radio de acción efectivo sobre
el que podía ejercer la coacción militar. Probablemente hubo un
considerable incremento demográfico, con la consiguiente subdivi­
sión de las posesiones agrícolas. El incremento de la población
también pudo ser la causa que estimulara un aumento del número
de familias de la clase militar feudal con concesión de benefi­
cios. Aunque no debe exagerarse en este punto, parece ser que
el rendimiento agrícola mejora gracias a una serie de perfecciona­
mientos técnicos.
Durante este período se produjo también un cambio digno de
reseñar en el carácter de la clase feudal dominante. El poder
jurisdiccional, que es el derecho a enjuiciar la población sometida
y a extraer beneficio de las exacciones implícitas en la jurisdicción,
fue delegado no sólo a los condes, sino también a los castellanos
(señores de distritos controlados desde un castillo) e incluso a se­
ñores que sólo lo ejercían sobre una o dos villas. Los grandes
estados, especialmente el monástico, mantuvieron hasta cierto
punto su estructura, pero apareció una tendencia a la fragmenta­
ción de los dominios y a que éstos cayeran bajo el control de fun­
cionarios designados, quienes a su vez los entregaban en manos
de terrazgueros (pea san t ten a n ts o ten a n t fa rm ers). Los poderes
jurisdiccionales que ejercían en función de sus inmunidades tam­
bién comenzaron a descentralizarse como en el caso de los con­
dados. La prestación de servicios tendía a desaparecer como for­
ma privilegiada de la renta feudal. A partir del siglo xn, la aris­
tocracia terrateniente se apoderó del excedente agrícola no tanto
bajo la forma de renta, en trabajo, productos o dinero calculada
én base al tamaño de las tierras trabajadas por cada campesino,
sino a través del tributo señorial (ta lla ge) y mediante los bene­
ficios de jurisdicción. Estos beneficios incluían no sólo las san­
ciones judiciales, sino los que pudieran extraerse de diferentes
monopolios, tales como el derecho a obligar a los habitantes de
su área de jurisdicción, libres o siervos, terrazgueros o no, a que
molieran el grano en el molino del señor, cocieran en su horno
o prensaran las uvas en sus lagares. Se exigía además la pres­
RODNEY H IL T O N 19

tación de algunos servicios extraordinarios, más a título de va­


sallos que de terrazgueros, entre los que destacaban la construc­
ción de caminos y del castillo, y quizá incluso la obligación de
segar parte de los prados del dominio y de cultivar su viñedo.
La suma total de todas estas nuevas facetas de la renta feudal
excedía considerablemente a los ingresos de tiempos precedentes,
que provenían de la producción de los dominios y de las rentas
por terrazgo. Si bien las cargas sufrían un constante aumento, se
operó una desaparición del término «siervo», y a mediados del
siglo xn quedaban muy pocos campesinos calificados de tales.7
Estas nuevas formas de exacción señorial permitieron a deter­
minadas capas de la comunidad campesina de varios países euro­
peos obtener una cierta manumisión durante los siglos x i i y x i i i ,
aunque bien es cierto que en muchos casos pagaron un duro
precio por ella. No termina aquí la historia de la compleja evo­
lución de la renta feudal. Sin embargo, no llevaré más allá el
problema, pues el propósito de esta discusión acerca de los cam­
bios dé carácter de la renta feudal acaecidos" entre los siglos IX
y X l l i ha sido simplemente remarcar cuán variadas eran las for­
mas de extracción del excedente a los productores directos, y hasta
qué punto existía una muy estrecha vinculación entre dichas for­
mas y la sobreestructura institucional.

E l o r ig e n d e l a s c iu d a d e s 8

En este período tiene una importancia fundamental dentro de


la historia de la renta feudal su probable conexión con el creci­

7. Las ideas de los párrafos precedentes tienen su fundamento en una


serie de monografías, pero parte de las pruebas a que se hace referencia
proceden de R. Boutruche, Señorío y feudalismo, y G. Duby, Economía
rural y vida campesina en el occidente medieval, traducción de Jaime Torras
Elias, Ediciones Península, Barcelona, 19732.
8. Cf. el artículo de H. van Werweke, «The rise of the towns», con
bibliografía, en Cambridge economic history of Europe, vol. III, Cam­
bridge, 1963.,El autor es discípulo de H. Pirenne.
20 DEL FEUDALISM O AL CA PITA LISM O

miento de las ciudades, ya fueran pequeños mercados o grandes


centros urbanos, pues la revitalización urbana durante los si­
glos xi y x n coincide en el tiempo con el desarrollo de nuevas
formas de servidumbre. La ampliación del excedente reportado
por la producción agrícola, más bajo la forma de beneficios jurí­
dicos y monopolísticos que de renta provinente de las tierras tra­
bajadas en terrazgo, significa que, de hecho, los señores vieron
aumentar constantemente sus ingresos en metálico. La división
del trabajo entre ciudad y campo y el desarrollo de las ciuda­
des, no -como simples mercados donde puede venderse la pro­
ducción agrícola y obtener con ello más dinero con que satisfacer
las exacciones señoriales, sino como centros de producción artesa-
nal, pueden sin duda ex plicarse en términos generales como res­
puesta a una concentración más eficiente del excedente en manos
de una aristocracia más diversificada (y desde el punto de vista
de sus exigencias culturales, más sofisticada). Pero estos procesos
deben d es crib ir se de forma bastante más precisa. No hay ninguna
duda de que algunas ciudades pequeñas fueron fundadas por ini­
ciativa señorial con el único fin de habilitar centros de transacción
adecuados que les permitieran aumentar sus beneficios a través
de los tributos de mercado y de las pequeñas rentas. En otros
lugares, los núcleos que impulsaron el desarrollo de la artesanía
urbana y de mercados, tanto para productos locales como para
las mercancías suntuarias procedentes del comercio a larga distan­
cia, fueron instalaciones eclesiásticas preexistentes (catedrales, co­
legiatas, monasterios) o las destinadas a las tropas del séquito de
algún señor feudal de elevado rango, tal como un duque o un
conde. La condición previa necesaria en todos los casos fue el
incremento y disponibilidad de los ingresos señoriales. Al mismo
tiempo, es muy probable que el incremento demográfico — artesa­
nos, pequeños comerciantes y proveedores de servicios en estas
nuevas (o revitalizadas) ciudades— tuviera como origen el des­
moronamiento del viejo sistema dominical. Entre los factores que
facilitaron el crecimiento demográfico pueden censarse la frag­
mentación de las propiedades rurales, y quizá un incremento de
la costumbre de dividir el patrimonio y la creciente productividad
RODNEY H IL T O N 21

agrícola resultante de la concentración de recursos técnicos sobre


las propiedades pequeñas y medias en lugar de tenerlos distraídos
en el dominio del señor.
Max Weber 9 pone mucho énfasis en la autonomía política al­
canzada por las comunidades urbanas del feudalismo occidental
en comparación con la de las ciudades de Asia. Ciertos historiado­
res no marxistas (especialmente en Francia) describen este mismo
fenómeno cuando se refieren a las comunas como «señores co­
lectivos», situadas a su misma altura dentro de la jerarquía feu­
dal.10 Indudablemente, la independencia de las comunidades ur­
banas ha sido un componente muy importante para definir los
rasgos específicos del feudalismo europeo, tan distinto de otros
feudalismos. Sin embargo, nos equivocaríamos si se atribuyera a
la independencia comunal el desarrollo del capital mercantil o el
de la industrié artesanal de base urbana, tanto como si se lo ad­
judicáramos a la fragmentación de la soberanía (concepto ajeno
a la historiografía marxista). Existió una considerable gradación
en cuanto al alcance de la autonomía urbana frente al control
feudal, y las ciudades que gozaron de una mayor independencia
política no fueron necesariamente las más desarrolladas desde los
puntos de vista social o económico; París, la ciudad más grande
de la Europa medieval, constituye un ejemplo pertinente. Por
otro lado, en modo alguno era necesaria la autonomía política
de un municipio independiente p a ra que se produjera este tipo de
monopolio urbano o artesanal al que Marx hace referencia cuan­
do nos indica que, desde un punto de vista económico, las ciudades
explotaban al campo, mientras que políticamente este último (es
decir, las clases feudales dominantes) ejercía una explotación sobre
los núcleos urbanos.
En muchos burgos ingleses, el-gremio mercantil controlaba
por completo las condiciones comerciales del mercado sin que,
al mismo tiempo, pudiera gozar de los más altos grados de privi­
legio urbano. Muchos son los problemas que plantea la división
9. The city, Londres, 1958.
10. Cf. C. Petit-Dutaillis, Les Communes francaises, París, 1947, vol. I,
cap. III.
22 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

del trabajo entre ciudad y campo, y aunque buena parte de ellos


Kan sido espléndidamente tratados en los estudios de los mejores
especialistas no marxistas en historia constitucional urbana, sería
por completo erróneo suponer que los problemas de la comuni­
dad urbana en el seno de la sociedad feudal podrán resolverse en
tales términos.
Lo que se necesita es llevar a cabo un trabajo sobre el grado
de especialización ocupacional en ciudades de diversos tamaños,
funciones y estadios de desarrollo. Veamos algunos ejemplos. La
presencia de aristocracia feudal en las ciudades italianas es un
tópico ampliamente reseñado por los historiadores, al tiempo que
suele afirmarse que los señores feudales del norte de Europa vi­
vían en su gran mayoría en el campo. Sin embargo, estas afirma­
ciones generales deben probarse con datos concretos, especialmen­
te en el caso de Inglaterra, donde toda ciudad de tamaño medio
posee sus enclaves eclesiásticos, feudales o de la oficialidad real.
Se reseña a menudo la presencia de individuos ocupados en la
agricultura entre las poblaciones urbanas, pero raramente se ha
medido o analizado dicha variable. Se posee un buen número de
listas de gremios organizados dentro de la jurisdicción urbana,
pero no existe una comparación sistemática, de ciudad a ciudad,
de otras muy diversas ocupaciones, por lo general sin organizar
colectivamente, así como tampoco una estimación del porqué y
cómo de su separación funcional con respecto al hin terla n d agrí­
cola. En contra de lo que pudiera parecer a primera vista, el su­
puesto teatro donde se desarrolla la primera vía hacia el capita­
lismo no viene delimitado por el contraste entre la industria ur­
bana dominada por los gremios y la industria libre asentada en
las áreas rurales. Las villas industriales de finales del siglo xiv
establecidas en el este de Inglaterra, ¿deben'considerarse como
medio urbano o rural? ¿Acaso el Manchester o el Birmingham
medievales, de los que suele pensarse que tipifican el progreso de
la industrialización rural, no eran calificados en su tiempo de
burgos o vílla e m e r c a t o r ia e ? 11
11. En otras palabras, la línea diviso tía entre ciudad y campo no es
la misma necesariamente que entre áreas urbanas reglamentadas o no.
RODNEY H IL T O N 23

A r t e sa n ía

No planteamos estas preguntas con ánimo de sugerir que quie­


nes han contribuido a la presente discusión se equivocan al afir­
mar que la diferenciación social desarrollada en el marco de la
pequeña producción de mercancías industrial y agrícola sirve de
fundamento al subsiguiente desarrollo del capitalismo. Sin em­
bargo, en este punto nuestros conocimientos muestran una seria
insuficiencia. En Inglaterra, donde por suerte existe una enorme
riqueza documental, tanto investigadores marxistas como otros
que no lo son han estudiado con cierto éxito la historia del cam­
pesinado en la Baja Edad Media. Pero cuanto sabemos sobre este
terreno contrasta profundamente con nuestra ignorancia acerca de
la actividad artesanal, urbana o rural, organizada gremialmente
(la mejor conocida) o no. Y muy a menudo esta ignorancia no
es consecuencia directa de una carestía de datos, sino de la ausen­
cia de análisis teóricos acerca de la naturaleza de este tipo de
actividad laboral y de su inserción dentro de las relaciones de
producción en la sociedad feudal, predominantemente relaciones
establecidas entre campesinos «serviles» y terratenientes domi­
nantes.12
No cabe duda de que en la sociedad prehistórica (de hecho
preclasista) existió una primitiva división del trabajo, de forma
que algunos miembros de la comunidad estaban especializados en
el tejido, otros en trabajar el hierro, otros en la confección de
cerámica o en la de diversos artefactos necesarios para la vida
comunal. Los documentos arqueológicos prueban de forma conclu­
yente estos extremos, pero lo que no hacen es revelarnos en qué

12. Es muy significativo que los trabajos de George Unwin, especial­


mente Industrial organisation in the 16th and 17th centuries, Londres,
1908, nos ofrezcan uno de los mejores análisis teóricos en inglés de la
producción artesanal. Recuérdese que Dobb, en sus Estudios-, utiliza una
y otra vez la obra de Unwin como punto de referencia y apoyo. Cf. tam­
bién la obra del historiador polaco, B. Geremek, Le salarial dans l’arti-
sanat parisién aux XIII-XVe siecles, París-La Haya, 1968.
24 DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

modo tales trabajadores se agenciaban sus medios de subsisten­


cia. ¿Hacíanlo a través de un intercambio de bienes manufactu­
rados por comestibles, bajo la forma de valores de uso, en el
seno de la comunidad, o bien los artesanos trabajaban también
como agricultores para proveerse la parte substancial, aunque
quizá no todo lo que consumían, para su subsistencia? En la
sociedad de clases feudal parece ser que subsistieron ambos tipos
de situaciones. De un lado, encontramos artesanos especializados
en las economías dominicales o domésticas de los magnates laicos
y eclesiásticos. Por otro, artesanos urbanos, especialmente forja­
dores, que tienen también tierras en terrazgo pero cuyo trabajo
excedente revierte como renta al señor bajo la forma de herra­
duras, reparación de arados, y otras faenas similares.
Estos tipos de trabajo artesanal no implican producción sim­
ple de mercancías, pero cuando el artesano que trabaja para los
grandes dominios bajo el control de monasterios o de potentados
feudales comienza a producir no sólo para su señor, sino para
otros que se agrupan alrededor de estos centros de poder y para
campesinos que destinan cierta parte de su producción a la venta,
nos situamos en los mismísimos comienzos de la producción sim­
ple de mercancías de base urbana. Las trazas de unos derechos
feudales para beneficiarse del trabajo de los artesanos urbanos
perduran hasta época muy tardía. Por ejemplo, en París, en el
siglo xm , el rey nombraba maestros oficiales de los grandes gre­
mios a señores feudales, prerrogativa también adoptada por el
obispo de Metz, pequeña ciudad catedralicia, que era a un mismo
tiempo señor de la misma.
Son estas reliquias institucionales las que arrojan luz sobre re­
laciones existentes en tiempos anteriores. Pero ya bastante antes
de alcanzarse el siglo x i i i , el artesano industrial se separa general­
mente de los contextos rural y feudal para mostrarse como un
industrial aparentemente autónomo dentro de las comunidades ur­
banas, y produce para todo aquel que tenga dinero para pagarle
su trabajo. ¿Cuáles eran las características de estos talleres do­
mésticos? ¿Cómo deberemos caracterizar al operario que produce
zapatos, cuchillos, piezas de arado, carros, paños y otras mercan­
RODNEY H IL T O N 25

cías similares, para usar el término con que solemos designar a


todos estos artefactos? Desde el punto de vista del trabajo in­
corporado a los productos del artesano y del hecho de que existe
sin lugar a dudas un considerable intercambio de valores entre
éste y el campesino, los ingresos del artesanado no pueden con­
templarse simplemente como una parte de la redistribución del
excedente producido por la economía agrícola, mediatizada por
la demanda de la aristocracia feudal, de forma similar a como se
contempla el beneficio extraído de la enajenación que conforma
el capital mercantil.
Si bien es verdad que, como resultado del carácter monopo-
lístico de una estructura gremial desarrollada, el intercambio entre
campesinos y artesanos se presenta desigual, la relación entre unos
y otros no puede decirse que sea en esencia de explotación. De
hecho, en las ciudades mercantiles de pequeño tamaño,13 cuya po­
blación agregada constituía con toda probabilidad la mayor parte
de la población urbana total de Europa, los señores feudales ejer­
cían su explotación por igual sobre campesinos y artesanos, es­
pumando buena parte del producto del trabajo excedente de estos
últimos a través de las rentas satisfechas por casas y establos, de
su monopolio de molinos y hornos y de peajes y tributos. Esta
explotación se ejercía de un modo directo en el caso dé las ciuda­
des no emancipadas y no había desaparecido por completo en el
de villas o comunas independientes, que solían pagar al conta­
do la conmutación de rentas y los derechos de peaje al tiempo
que una elevada cantidad como tributo, y cuyo peso se hacía
sentir mucho más sobre la economía de los artesanos que sobre
la de las élites mercantiles dominantes.
Estas sugerencias sobre la categorización del trabajo artesanal
dentro del modo de producción feudal hacen referencia a los ta­
lleres artesanales sin ninguna diferenciación interna y a aquellas
unidades de producción mínimamente diferenciadas entre sí. A par­
tir de los datos fiables con que contamos por ahora, puede afir-
13. Para una dara composición de lugar sobre cuál era el número,
muy grande, de estos centros, M. W. Beresford y H. P. R. Finberg, English
medieval boroughs: A handlist, Newton Abbot, 1973.
26 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

marse que esta situación se da principalmente en aquellas peque­


ñas ciudades, de alrededor de los 500 habitantes, con mercado,
cuya separación funcional con respecto al campo era total (en el
sentido de que entre sü población era mínimo o nulo el número
de elementos que trabajaban la tierra). En los centros urbanos
de grandes dimensiones ya deja de tener sentido el supuesto de
una equipartición del trabajo dentro de los talleres artesanales o
la igualdad entre éstos. A medida que va ampliándose el mercado
de productos artesanales, ya no nos enfrentamos exclusivamente
con el proceso familiar, muy bien descrito por Dobb en sus Es­
tu d ios, según el cual el comerciante se interpone entre el artesa­
no y el comprador. El aprendiz (muy a menudo el hijo del maes­
tro artesano) deja de ser simplemente un individuo que se adies­
tra en el oficio para convertirse en un trabajador sometido a
explotación que recibe lo estrictamente necesario para su subsis­
tencia. Además, comienza a producirse la contratación de jorna­
leros u oficiales —bien es verdad, en número no muy elevado,
pues aún no lo permite la escala de la producción— , con lo que
ya nos encontramos con otro elemento subordinado dentro del
taller. En los primeros tiempos el jornalero no desempeña un
rol estrictamente equivalente al del trabajador asalariado, en el
sentido de que aquél no es una fuente directa de plusvalía para
el empresario. En las ciudades textiles flamencas del siglo xm
existe aún bastante confusión acerca de la forma en que el co­
merciante puesto a patrono domiciliario (p u tt e r - o u t ) paga al ar­
tesano por su trabajo. No se trata de un simple asalariado, pero
tampoco puede decirse que cobre por su trabajo como si se tra­
tara de un artesano independiente. Sea como fuere, lo que nos
interesa reseñar aquí es que se había fijado una tarifa, municipal
por pieza de tejido, tanto para el maestro artesano, tanto para
el jornalero u oficial —la cantidad para este último más peque­
ña, desde luego, pero no tan diferente de la del artesano como
uno pudiera esperar— ,14 Encontramos este mismo tipo de situa-
14. G. Espinas, La draperie dans la Flandre frangaise au Moyen-Áge
París, 1923, pp. 617-649; F. B. Bickley, ed., Little Red Book of Bristol,
Bristol-Londres, 1900, vol. II, pp. 58-61.
RODNEY" H IL T O N 2 7

ción en ciertas ciudades inglesas y en una época tan tardía como


el siglo xv. En otras palabras, aunque dentro del taller artesanal
comenzó a consolidarse el proceso de diferenciación laboral, maes­
tro y oficial seguían siendo objetos comunes de la explotación
ejercida por el capital mercantil.

C a p it a l m e r c a n t il

En contra de lo que sucede con el productor de bienes ma­


nufacturados, el capitalista mercantil medieval ba sido el objeto
central de innumerables estudios basados en una considerable
cantidad de pruebas documentales que han llegado hasta nosotros.
Algunas de las más espectaculares fortunas fueron acumuladas
por comerciantes de las ciudades italianas, quienes con sus acti­
vidades ilustran muy claramente el carácter por lo general no
especializado de la clase mercantil europea considerada como un
todo, ya fuera la que actuaba en el norte del continente o en
las riberas del Mediterráneo, bien operara sólo dentro de los mer­
cados regionales o a amplia escala en el tráfico internacional de
mercancías suntuarias. Los comerciantes italianos, entre los que
ocupaban un lugar preeminente florentinos y venecianos, extraían
la mayor parte de sus beneficios del tráfico de mercancías de
elevado precio, tales como especias, joyas o sedas procedentes del
Lejano y Medio Oriente, tejidos de lana de alta calidad fabrica­
dos en Flandes y el centro de Italia, u oro extraído en África
occidental. Al mismo tiempo, también negociaban con dinero en
metálico como banqueros del papado y algunos príncipes, espe­
cialmente en la financiación de guerras. Los grandes comerciantes
de las ciudades flamencas organizaron y controlaron el aprovisio­
namiento de materias primas para la manufactura de telas y la
venta de los productos acabados, sin alterar en lo más mínimo el
carácter del proceso de producción. Entre los diversos productos
sujetos a comercio internacional cabe destacar los vinos proce­
dentes de la lie de France, la Gascuña, la Borgoña y las márge­
nes del Rín; los granos, maderas y pieles del Báltico; la sal de la
28 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A LISM O

bahía de Bourgneuf; el alumbre del mar Negro; el glasto del sur


de Francia; el pescado de Islandia; el hierro y el acero de Suecia,
para no hablar de las mercancías clásicas dentro del comercio
regional, tales como cereales y tejidos de tipo medio. La sofisti­
cación técnica de los métodos comerciales, su habilidad para
concentrar fondos con que financiar con tasas de interés usura­
rias a gobiernos y aristócratas terratenientes con dificultades para
disponer de dinero en efectivo, y el patronazgo cultural ejercido
por estos capitalistas mercantiles medievales, han levantado un
coro de admiraciones entre los historiadores de este grupo so­
cial.15 No obstante, ninguno de ellos ha logrado poner en entre­
dicho la estimación efectuada por Marx de su papel histórico, a
saber, su carácter nulamente innovador al mantener el capital
en la esfera estricta de la circulación y no invertirlo jamás en la
producción industrial o agrícola. La denominada revolución co­
mercial no alteró ni un ápice el modo de producción feudal.16

15 . Se encontrará gran número de detalles e información bibliográfica


en los volúmenes I y III de la Cambridge economic bistory of Europe,
[Historia económica de Europa (de la universidad de Cambridge), dirigida
por J. Clapham y E. Power, Revista de Derecho privado, Madrid, 1967,
3 vols. Los títulos respectivos de los volúmenes en cuestión son La vida
agraria en la Edad Media (I) y Organización y política económica en la
Edad Media (II).] (N. del t.) Es significativo el título de un reciente libro
de texto publicado por -un experto en el tema, Robert S. López, The com-
mercial revolution of the Middle Ages 950-1350, Englewood, 1971. En
N. J. G. Pounds, An economic history of medieval E u ro p e Londres, 1974
—uno de los mejores libros de texto que se han publicado en los últimos
tiempo—, se encontrará una amplia bibliografía puesta al día.
16. Creo que Marx modificó sus puntos de vista sobre el papel juga­
do por el capital mercantil durante la Edad Media en el lapso de tiempo
que medió entre la redacción de los Grundrisse y la de los capítulos que
abordan el tema en el volumen III de El capital, en el sentido de que
en estos últimos pasó a considerar que fue menos positivo. Cf. Karl Marx,
Grundrisse, vol. III, pp. 467-471. [Para las citaciones de los Grundrisse
der Kritik der politischen Okonomie (Rohentwurg) se ha utilizado a lo
largo de toda la obra Elementos fundamentales para la critica de la eco­
nomía política: Borrador 1857-1858, traducción de Pedro Scaron, edición a
cargo de José Arico, Miguel Murmis y Pedro Scaron, Siglo XXI, Madrid,
1972-1976, 3 vols. En lo sucesivo se hará referencia a este texto marxiano
RODNEY H IL T O N 29

Por tanto, debemos interrogarnos sobre qué entidad real pue­


de concederse a la idea de que la «economía monetaria» actuó
como un disolvente de las relaciones feudales. Hemos visto antes
que la renta feudal podía satisfacerse en dinero, trabajo o espe­
cies sin que se vieran afectadas para nada las relaciones estable­
cidas entre señores feudales y terrazgueros. Por otra parte, cier­
tos historiadores han sugerido que otras relaciones, como por
ejemplo las existentes entre reyes y barones o entre éstos y sus
vasallos, que hasta entonces solían basarse en servicios persona­
les, muy especialmente de tipo militar, se transformaron como re­
sultado de la substitución del nexo personal por el materializado
en dinero efectivo. Como ejemplos de tal substitución pueden ci­
tarse la concesión de feudos constituidos por rentas monetarias
percibidas a través de impuestos estatales en lugar de serlo en
base al rendimiento extraído de las tierras, el pago en metálico
de escuderías como substitución del servicio de armas en las hues­
tes reales, la jura de fidelidad a un señor a cambio del cobro
de anualidades o la movilización de todo tipo de servicios mili­
tares pagados mediante salarios. Por desgracia para los valedores
de la teoría que sustenta el papel del dinero como elemento di­
solvente, la escudería pagada aparece en época tan temprana como
a comienzos del siglo xii y los feudos monetarios lo hacen no
mucho después. La multiplicación de juras de fidelidad, la trai­
ción y la ambición personal desmedida siguen siendo tan frecuen­
tes en los días del denominado «feudalismo bastardo», cuando
el sistema se asienta sobre la base de pagos y cobros en dinero,
como lo había sido durante los siglos xi y xn, cuando el contrato
feudal se basaba en la propiedad feudal de la tierra. Como pue­
de testificar todo aquel que haya estudiado la evolución de la
aristocracia inglesa entre los siglos x i i i y xv, los grandes ingresos
en metálico no transformaron en absoluto el comportamiento de
la clase dominante en la sociedad feudal. En todo caso, fue pre­
cisamente el declive de los ingresos en efectivo de la aristocracia

como Grundrisse a secas, y la paginación qne se indica corresponde siem­


pre, como es obvio, a la versión-castellana.] (N. del t.)
30 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

feudal el primer síntoma del derrumbamiento del modo de pro­


ducción feudal, pues en última instancia dichos ingresos no eran
más que una materialización del excedente enajenado de forma
coactiva a los campesinos, y su disminución fue el signo mone­
tario de la decadencia del poder de la dominación aristocrática
al viejo estilo.
Como ha remarcado Marx, las propiedades disolventes del
dinero sólo entran en acción cuando el proceso histórico de diso­
lución del modo feudal de producción ya está en marcha. En
los G ru n d risse Marx remacha que el aspecto esencial de dicha
disolución es la separación del trabajador de las condiciones obje­
tivas para su existencia: la tierra, los bienes del artesano e in­
cluso, sugiere Marx, la pérdida de su carácter de siervos de un
señor.17 En Inglaterra, como en otras áreas de Europa occidental,
la decadencia del poder de dominación aristocrática es un síntoma
primordial de las etapas preliminares del proceso de disolución, al
que Dobb y Takahashi han prestado especial atención en el curso
del debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo. Este
punto ya lo había documentado, antes que Marx lo abordara, Ja­
mes Thorold Rogers, el pionero inglés en el campo de la historia
económica.18 Investigaciones ulteriores han puesto de manifiesto
que la aparición durante un corto período de tiempo de lo que
Marx supuso era un predominio de la propiedad campesina libre
era consecuencia directa de la lucha de clases entablada entre
terratenientes y campesinos. Al emitir su tesis Marx estaba pen­
sando muy en especial en la evolución dentro de Inglaterra, caso
para el que disponemos de buenas evidencias. Los transtornos
17. Debe recalcarse que, en contra de las sugerencias de algunos críti­
cos, Marx no presentó en modo alguno una simple descripción del proceso
histórico real por el que los campesinos ingleses perdieron sus propiedades
agrícolas y sus derechos comunales. Cf. El capital, vol. I, caps. XXIV
y XXV; Grundrisse, vol. I, pp. 473-475.
18. Véanse los capítulos VIII y IX de sus Six centuries of work and
luages, basado en material ya publicado en su History of agriculture and
prices, Oxford, 1866. Marx utilizó este trabajo para escribir El capital, y
tenía una opinión razonablemente buena del mismo aun cuando fuera la
obra de un economista liberal.
RODNEY H IL T O N 31

acaecidos a mediados del siglo xiv, con el declive demográfico


resultante de la plaga de peste bubónica y el déficit financiero
gubernamental derivado de las guerras con Francia, muy bien
pudieron tener como resultado un robustecimiento de la servi­
dumbre. La escasez de mano de obra fortalecía la posición eco­
nómica de terrazgueros y trabajadores frente a terratenientes y
empresarios, y uno de los caminos que pudo haber tomado la
clase dominante para hacer frente a la situación era el de estre­
char los controles sobre movimientos de la población no libre,
incrementar las rentas y multas jurisdiccionales y congelar los sa­
larios. Esta fue la política adoptada en las dos décadas inmediata­
mente posteriores a 1350, pero su fracaso fue rotundo. Por aquel
entonces los campesinos ya poseían una amplia experiencia para
resistir a los abusos señoriales. Las comunidades rurales, aunque
divididas internamente en campesinos ricos y pobres, eran, tal
como han puesto de manifiesto las rebeliones registradas en esta
época, cuerpos sociales muy vigorosos para contender con ellos.
Aunque los principales hitos reivindicativos — el levantamiento
campesino francés de 1359 y la revuelta inglesa de 1381— aca­
barán siendo desbaratados, no pudo vencerse en toda la línea la
resistencia local. El caso inglés es muy instructivo al respecto.
Aunque sin modificar su carácter jurídico esencial, la tenencia de
la tierra por parte de los villanos (o siervos) fue escriturada. En
el marco de una atmósfera de autoafirmación campesina, se hizo
muy difícil discernir entre tenencia escriturada (c o p y h o l d t e n u r e )
y tenencia libre, hasta tal punto que algunos miembros de la capa
de grandes propietarios agrícolas se aprestaron a tomar tales te­
nencias escrituradas para redondear su fincas.
Las rentas descendieron hasta tal punto y la capacidad de los
terratenientes y del estado para controlar el movimiento de libe­
ración de campesinos y trabajadores devino tan escasa en la prác­
tica que, a finales del siglo xiv y durante buena parte del xv,
desaparecieron virtualmente las restricciones feudales sobre la pro­
ducción simple de mercancías.19 No debemos esperar encontrar a

19. Mi English peasantry in the later Middle Ages, Oxford, 1975, in-
32 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

lo largo de este período ningún tipo de desarrollo crucial en la


dirección de la producción capitalista. El pequeño propietario rural
que empleaba mano de obra asalariada prosperó, qué duda cabe.
Asimismo, apareció un movimiento de liberación de la produc­
ción artesanal desplazándose desde las viejas ciudades dominadas
por los gremios hacia las villas rurales y las ciudades de pequeño
tamaño, de carácter menos restrictivo, pero en modo alguno se
produjo una diferenciación social drástica en el sentido de que
una masa de trabajadores asalariados comenzara a vender su fuer­
za de trabajo a empresarios agrícolas o industriales. Fue éste un
proceso muy prolongado en el tiempo y que no llegó a comple­
tarse en muchos casos ni incluso durante el siglo xvn. No obs­
tante, el hecho a retener es que, durante la parte del siglo XV en
que la producción de mercancías se vio relativamente liberada de
trabas, quedaron establecidas las condiciones previas necesarias
para el ulterior desarrollo capitalista.
Las relaciones de producción feudales no quedaron abolidas en
modo alguno durante este período; siguieron plenamente vigentes
las características esenciales de la clase feudal dominante y del
estado feudal (en el sentido marxista del término). Los enormes
ingresos de los principales aristócratas, como los duques de Lan-
caster y York (fundadores de dinastías reales de corta vida) o los
condes de Warwick y Salisbuty, se basaron fundamentalmente en
la exacción de rentas, aunque fueran incrementando sin cesar sus
recursos en detrimento de los de la monarquía, con el fin de
conseguir un patronazgo efectivo sobre sus séquitos y partidarios
políticos. La maquinaria del estado, incluso después de su remode­
lación a comienzos del siglo xvi, fue en esencia la del regn u m
medieval. La riqueza monetaria no se asentó sobre la posesión de
propiedades rústicas sino en el comercio, controlado monopolís-
ticamente por compañías como los Comerciantes Aventureros o
el Emporio del Comercio. El aumento de riqueza no tuvo como
origen la producción industrial, aunque la' principal exportación

tenta discutir esta fase de producción simple de mercancías relativamente


carente de trabas.
RODNEY H IL T O N 33

de Inglaterra fueran los tejidos acabados o semielaborados, pues


los beneficios revertían fundamentalmente en manos de los ven­
dedores, no de los productores. En otras palabras, por importan­
tes que fuesen los cambios que dieron rienda suelta a la pro­
ducción de mercancías agrícola e industrial, no se produjo la me­
nor transformación de las relaciones que conformaban la base del
modo de producción feudal.

El p r in c ip io m otor

Todos los que contribuyeron al debate inicial, a excepción


de Paul Sweezy (y cualesquiera que sean sus reservas sobre las
formulaciones de Dobb), rechazan la idea de que el modo de
producción feudal fuese estático y autoperpetuador, de que no
generara las condiciones previas para su propia transformación,
lo que le hubiera llevado a precisar del concurso de una fuerza
externa para desestabilizar su equilibrio. Sweezy, siguiendo la tesis
de Pirenne, ubica dicha fuerza externa en el capital mercantil
acumulado en el área comercial mediterránea-medio-oriental, in­
yectado, si es que lo fue, dentro del estable sistema feudal a
través de un conjunto de comerciantes de origen social descono­
cido. Puesto que, según Sweezy, el feudalismo fue un modo en
que la producción estaba exclusivamente destinada al uso, en for­
ma alguna al intercambio, el progreso que experimentó la Europa
occidental feudal a partir del siglo xi tuvo como causa factores
externos al sistema. Sweezy no nos explica cuál fue la naturaleza
de la formación social que generó la masa de capital mercantil a
que venimos refiriéndonos, ni tampoco qué motivos deben con­
ducirnos a contemplarla como un sistema social diferenciado del
que existía en la Europa no mediterránea. No obstante, y en
respuesta a sus oponentes, Sweezy se muestra muy acertado al
preguntar por el principio motor ubicado dentro del modo de
producción feudal que impulsó la dinámica interna de su desarro­
llo y disolución.
Señalé en mi breve comentario escrito en las postrimerías
3 . — HILTON
34 DEL FEUDALISM O A L CA P IT A L ISM O

del debate que la necesaria, aunque fluctuante, presión de la clase


dominante para apropiarse del trabajo excedente de los campesi­
nos, del producto excedente, pudo haber sido la causa funda­
mental de los progresos técnicos y de las mejoras en la organiza­
ción feudal que hicieron posible la ampliación del excedente dis­
ponible. Y ésta fue la base que facilitó el crecimiento de la pro­
ducción simple de mercancías, de los ingresos señoriales en me­
tálico, del comercio internacional de bienes suntuarios y de la
urbanización. Este aspecto de la cuestión ha sido desarrollado con
toda brillantez por Georges Duby en su reciente libro sobre las
primeras etapas del desarrollo de la economía medieval. Ya he
indicado en otro lugar que, a pesar de todo, creo que sus expli­
caciones son unilaterales.20 Duby enfatiza la presión de los señores
sobre los campesinos, pero no presta idéntica atención a los es­
fuerzos de estos últimos para quedarse con tanta parte como les
fuera posible del excedente dado el equilibrio socio-político de
fuerzas. Esta resistencia de los campesinos tuvo una importancia
crucial en el desarrollo de las comunidades rurales, en la exten­
sión de la libertad en cuanto al status social y la propiedad de
la tierra, en la emancipación de las economías agrícolas y arte­
sanales para cimentar el desarrollo de la producción de mercan­
cías y, finalmente, en la aparición de los empresarios capita­
listas.
Como ya se ha dicho anteriormente, la historia de la econo­
mía agraria inglesa durante los siglos xiv y xv ilustra de forma
clarificadora las consecuencias del éxito de la resistencia campesi­
na frente a las presiones señoriales para apoderarse del producto
excedente. De hecho, debemos contemplar estos datos como la
clave para emprender un giro radical en el estudio de la cues­
tión del «principio motor». Sea como fuere, en la mayor parte
de países de Europa occidental, el largo período de exitosa y
multiforme explotación del campesinado finalizó entre mediados
20. G. Duby, Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía
europea (500-1200), traducción de José Luis Martín, Siglo XXI, Madrid,
1976. Mi reseña a la edición francesa se publicó en la New Left Keview,
n.° 83 (enero-febrero 1974).
RODNEY H IL T O N 35

del siglo xiv y las postrimerías de dicha centuria. Los terrate­


nientes sólo podían recuperar su anterior situación de privilegio
mediante la imposición, acompañada por el éxito, de nuevas for­
mas de servidumbre forzosa legalizada. En Europa occidental
esto era política y socialmente imposible. Otro caso muy distinto
era el de Europa oriental. Una proporción cada vez mayor del
excedente disponible quedó retenido en el seno de la economía
rural. Cuando la clase dominante hacía sentir sobre la pobla­
ción rural su duro yugo opresor de forma muy próxima, la si­
tuación era bastante diferente en esencia, aunque no siempre lo
fuese desde el punto de vista formal. Nos enfrentamos entonces
con los inicios del desarrollo, largo y desigual, de una nueva tría­
da: terrateniente-terrazguero capitalista-campesino asalariado.
Con posterioridad al debate original, una serie de historiado­
res no marxistas han expuesto sus propios puntos de vista sobre
el principio motor de la sociedad feudal. Los más convincentes
y sugestivos son variantes sobre interpretaciones demográficas del
desarrollo medieval. Una de ellas, a la que mejor debiera denomi­
narse teoría «ecológica» de la historia, ha sido defendida por
M. M. Postan en varios trabajos.21 Aunque también señala la base
agrícola de la economía feudal, concentra su análisis más en las
relaciones del campesino con su medio ambiente que en las de
aquél con su explotador directo, el terrateniente. Por tanto, pasan
a convertirse en eventos de primera magnitud la presión ejercida
por la escasez de recursos sobre una población campesina en
aumento, la consiguiente fragmentación de las haciendas, el agota­
miento del suelo y el empobrecimiento de los pegujaleros (small-
h o ld ers). Con todo, antes de que acabara estrangulándose a sí
misma, esta economía agraria en expansión era dinámica y esta­
ba orientada hacia el mercado, dinamismo que puede detectarse
de forma particular en ciertos sectores de los estratos sociales
más elevados, como por ejemplo en la supuesta inclinación capi­
talista de los propietarios de dominios señoriales y en el carácter
emprendedor e innovador de los capitalistas mercantiles de las

21. Recapitulados en The medieval economy and society, Londres, 1972.


36 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A LISM O

grandes ciudades. Cuando se rompió el equilibrio, a finales del


siglo x i i i y, de forma muy especial, después del declive demo­
gráfico de mediados del xiv, vino como resultado un relajamiento
de la presión debida a la escasez de recursos, con lo que la eco­
nomía agrícola prosperó. Pero también, y a causa de esta pros­
peridad, se. hizo más autosuficiente, menos orientada hacia el mer­
cado. De ahí la contracción que sufren el comercio internacional
y regional, de ahí que cuanto se alcanza el último cuarto del si­
glo xv, cuando la población comienza una vez más a crecer, la
economía medieval tardía se halle en situación de estancamiento.
Hay otro tipo de interpretación sobre el carácter del «princi­
pio motor» de alcance bastante más restringido que el que tan
sumariamente acabamos de describir; su núcleo explicativo, la
composición interna de las familias campesinas dentro de sus co­
munidades. Los historiadores de esta escuela examinan la consti­
tución familiar, las costumbres hereditarias, los problemas que
plantea a las familias y comunidades aldeanas la absorción o ex­
clusión de los hijos más jóvenes, y la cuestión de las ocupaciones
no agrícolas en las zonas rurales. Todos estos puntos son de
gran importancia y ciertamente deben formar parte de toda in­
vestigación marxista seria que pretenda comprender el funciona­
miento del modo de producción feudal. Pero también es cierto
que, ciñéndonos exclusivamente a este campo de estudio, podemos
llegar a conclusiones bastante dudosas. Algunos de los defensores
de esta escuela presentan la familia y la comunidad medievales
como grupos sociales aislados y autorregulados abstrayéndolos de
su mundo circundante, y en particular como si no se vieran afec­
tados por las presiones explotadoras de los señores, la iglesia y
el estado. En la medida en que pueda reconocerse el concurso del
mundo exterior, se hace más hincapié en sus componentes armó­
nicas que en las presiones que pueda ejercer. Se llega, pues, a una
interpretación de la sociedad feudal como parte de un continuo
de sociedades preindustriales «tradicionales» cuya principal ca­
racterística es la estabilidad, por no decir el estancamiento. Por
tanto, este punto de vista rehabilita como explicación racional del
orden social del Medioevo la teoría clerical sobre el mismo carac­
RODNEY HILTON 37

terística de aquella época, insistiendo en la inmutabilidad y orga-


nicidad de las relaciones entre las diferentes entidades sociales,
que cumplen con las funciones que les son propias (dominar,
guerrear, rezar, comprar y vender, trabajar) a la mayor gloría de
Dios. Cuando se contempla la cuestión a nivel de villa, la dife­
rencia entre familias pobres y ricas se explica en términos de las
funciones de dominio que corresponden a las últimas y de las fun­
ciones de servidumbre a que deben entregarse las primeras. In­
cluso ha llegado a sugerirse que esta distinción se halla genética­
mente determinada.22
Pero las excrecencias irracionales que haya podido producir
la investigación histórica no marxista de los aspectos demográ­
ficos de la economía medieval no deben llevarnos a rechazar sin
más las contribuciones positivas aportadas por algunos elementos
de esta escuela. Aunque las relaciones de parentesco no fueran
tan importantes en la sociedad feudal como en la primitiva, tam­
bién desempeñaron en aquélla un papel vital en cuanto a la dis­
tribución de recursos en todos los estratos sociales. Debe reco­
nocerse esta realidad, pero al mismo tiempo reafirmar la prima­
cía indiscutible de las relaciones de explotación existentes entre
los. señores y campesinos dentro del modo de producción feudal.
Y lo mismo puede decirse con respecto a la interrelación que
existe entre las poblaciones rurales y sus recursos alimenticios, la
notable contribución de la escuela de Postan a nuestra compren­
sión de la economía medieval tardía. La investigación marxista
no debe trabajar como un sistema herméticamente cerrado. No
sólo debe asimilar toda contribución positiva de aquellos histo­
riadores que sigan métodos distintos, sino que puede y debe de­
mostrar que el concepto de modo de producción elaborado por
Marx es la mejor herramienta de análisis a nuestra disposición

22. Los actuales trabajos de la escuela del padre J. A. Raftis, del


Instituto Pontificio de Estudios Medievales, es un buen ejemplo de
este enfoque. Cf., por ejemplo, E. B. Dewindt, Land and people in Ho-
lywell-cum-Needingworth, Toronto, 1972, y J. A. Raftis, WarboySj To-
ronto, 1975.
38 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

para estudiar la dinámica, no sólo del capitalismo, sino también


del feudalismo.

N o ta s o b r e e l f e u d a l is m o

Desearíamos que las contribuciones recogidas en el presente vo­


lumen sobre el debate de la transición del feudalismo al capitalismo
fueran de interés para alguien más que para los co gn oscen ti del mar­
xismo, Hablando en general, la terminología marxista es bastante co­
nocida. Pero quizá valga la pena aquí hacer hincapié en la palabra
«feudalismo» que, por ahora, goza de bastantes significados diver­
gentes, tanto entre los historiadores marxistas como entre los que
no lo son.
Cuando Marx escribe sobre «feudalismo» lo hace usando el tér­
mino en un sentido que debe haber sido, al menos en cierto grado,
familiar a sus contemporáneos. A saber, lo ' usa para describir un
orden social global cuya principal característica es el dominio ejer­
cido por una aristocracia militar y terrateniente sobre el resto de la
sociedad, en especial sobre los campesinos. Desde luego, Marx anali­
za esta dominación de acuerdo con su metodología, es decir, basando
dicho análisis sobre la forma específica en que el trabajo del pro­
ductor directo pasa a convertirse en la fuente de ingresos de la clase
dominante, una vez han sido satisfechas las necesidades de subsisten­
cia de aquél. Por analogía con su análisis totalizador del modo de
producción capitalista, que era el objetivo central de Marx, solemos
referirnos al modo de producción feudal, hablando de sus fuerzas
productivas (los materiales básicos del proceso productivo) y de sus
relaciones de producción (las relaciones que' existen entre sus dife­
rentes clases). En sentido marxista, la esencia del modo de produc­
ción feudal reside en la relación de explotación que se da entre los
terratenientes y los campesinos a ellos subordinados, y a través de la
cual aquéllos obtienen por coacción el producto excedente del tra­
RODNEY H IL T O N 39

bajo de éstos una vez satisfechas sus necesidades de subsistencia,


apropiación que adopta la forma de servicios o prestaciones de tra­
bajo directas y personales o de rentas en especies o en dinero. A esta
relación se le suele denominar «servidumbre», término que, como
ha podido constatarse, crea más de una dificultad.
Como ya hemos dicho, los contemporáneos de Marx, aun cuando
no estuvieran de acuerdo con este análisis de la esencia del feuda­
lismo, no debieron tener el menor problema para saber de qué se
estaba hablando. Pero, desde entonces hasta la fecha, una serie de
historiadores no marxistas han venido perfilando y matizando el sig­
nificado del término, con lo que ya no sirve para calificar un orden
social tomado en su conjunto sino sólo ciertas relaciones específicas
entre las clases medievales dominantes. En pocas palabras, estas re­
laciones son las establecidas eíjtre vasallos libres y sus señores sobre
la base de la tenencia de tierras (feudos, o en latín feoda). Los vasa­
llos ocupaban y disfrutaban de los feudos a cambio de sus servicios
militares en las huestes del señor, de prestarle su ayuda y consejo,
y de atender a la administración de justicia dentro de sus dominios.
Tomada en este sentido matizado, poco tiene que ver el feudalismo
con las relaciones que pudieran existir entre señores y campesinos
(por otra parte, el 90 por ciento de la población, como mínimo, du­
rante la Alta Edad Media) y, estrictamente hablando, su vigencia no
perduró más allá de un par de siglos. Esta restringidísima interpre­
tación del término ha sido abandonada por buen número de historia­
dores no marxistas, siguiendo la postura de Marc Bloch, pero a pesar
de todo sigue gozando de una influencia enorme, especialmente entre
los círculos académicos ingleses. Sus miembros sostienen que la inter­
pretación adoptada por ellos posee un rigor del que carecen otras
más latas, pero muy bien puede responderse a esta indicación dicien­
do que es un despilfarro aplicar tanto rigor al análisis de categorías
con tan limitada significación.'
EL DEBATE SOBRE LA TRANSICIÓN
P aul Sw eezy

CRÍTICA

Vivimos en el período de transición del capitalismo al socia­


lismo, con lo que adquieren interés muy especial los estudios
sobre las anteriores transiciones de un sistema social a otro. He
aquí una razón, entre muchas otras, para que los E studios s o b r e
el d esa rrollo d e l capitalism o de Maurice Dobb * sea un libro a la
* Maurice 'Dobb, Studies in the development of capitalism, Routledge
and Kegan Paul, Londres, 1946; International Publishers, Nueva York,
1946. Reimpresiones en 1963 y 1972.
Se han publicado dos versiones en lengua castellana de esta famosa
obra de Dobb:
Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, traducción
de Mario Díaz Godoy, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1969.
Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, traducción
de Luis Etcheverry, revisión técnicá de Reyna Pastor de Togneri, Si­
glo XXI, Madrid, 19768.
La primera de estas ediciones viene acompañada de algunos de los ar­
tículos (los ocho primeros capítulos de la presente edición) en que se
materializó la polémica desencadenada por el texto de Dobb. Dichos ar­
tículos fueron . publicados como libro independiente bajo el título The
transition from feudalism to capitalism, del que también existe versión cas­
tellana (la edición cubana es ésta la que recoge): P. M. Sweezy, M. Dobb
y otros, La transición del feudalismo cd capitalismo, traducción de Ramón
Padilla, Editorial Ayuso, Madrid, 19755.
De las dos versiones de los Estudios de Dobb, la más precisa y ceñida
es la publicada en Siglo XXI. Sin embargo, y por lo que se refiere a las
44 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

vez tan importante y oportuno. Aproximadamente una tercera


parte del volumen está dedicada a estudiar la decadencia del feu­
dalismo y el advenimiento del capitalismo. En el presente ar­
tículo "quiero centrar mi atención exclusivamente en este aspecto
del trabajo de Dobb.

D e f in ic ió n de f e u d a l is m o pr o pu e st a por D obb

Dobb define el feudalismo como algo «virtualmente idéntico


a lo que solemos llamar servidumbre, una obligación impuesta
al productor, por la fuerza e independientemente de su propia
voluntad, de satisfacer ciertas demandas económicas de un señor,
demandas que pueden adoptar la forma de prestación de servicios
o de obligación de pagar ciertas cantidades, ya sea en dinero, o
en especies».1 De acuerdo con la definición precedente, Dobb uti­
liza a lo largo de toda la obra como términos prácticamente in­
tercambiables «feudalismo» y «servidumbre».
Creo que esta definición es deficiente dado que no nos per­
mite identificar un sistem a de producción. Puede existir un c i e r to
g r a d o de servidumbre en sistemas claramente no feudales. Es
más, considerada como relación de producción dominante, la ser­
vidumbre ba venido asociada en diferentes épocas y regiones a
muy diversas formas de organización económica. Así Engels, en
una de sus últimas cartas a Marx, indicaba que «no hay duda
alguna de que la servidumbre y la esclavitud no constituyen un
fenómeno medieval-feudal específico, pues las encontramos en to­
dos, o en casi todos, los lugares en que los conquistadores obli­
gan a los antiguos moradores a que cultiven las tierras para

relativamente abundantes referencias que nos remiten al texto de Dobb, en


la presente edición no se han utilizado de forma literal ni una ni otra,
aunque las discrepancias con respecto a ambas no sean en muchos casos
más que estilísticas. De ahí que la paginación que acompaña a las citas de
los Estudios —y bajo esta forma se citará de aquí en adelante el texto de
Dobb— sea la correspondiente a la edición original inglesa. (N. del t.)
1. Estudios, p. 35.
PAU L SW EEZY 45

ellos».2 En- consecuencia, creo que tal como lo define Dobb, el


concepto de feudalismo es demasiado general para ser inmediata­
mente aplicable al estudio de una determinada región en un pe­
ríodo concreto. O dicho de otra forma, Dobb no define en reali­
dad un sistema social, sino una familia de tales entidades, basadas
todas ellas en la servidumbre. Cuando se abordan problemas his­
tóricos específicos es importante saber, no sólo que el tema que
nos ocupa es el feudalismo, sino de qué tipo concreto de feuda­
lismo estamos hablando.
Qué duda cabe, el interés de Dobb se centra en el feudalis­
mo europeo occidental, pues fue en esta zona del mundo donde
nació y maduró el capitalismo. Por consiguiente, creo que hu­
biera debido indicar con toda claridad cuáles son las caracterís­
ticas que considera fundamentales en el feudalismo de Europa
occidental para, a continuación, efectuar un análisis teórico de
las leyes y tendencias seguidas por un sistema que posea tales
características básicas. Intentaré demostrar en lo que sigue que
Dobb lleva a cabo un cierto número de generalizaciones dudosas
precisamente por no ajustarse a este procedimiento analítico. Por
otro lado, creo que también es esta la causa que con frecuencia
lleva a Dobb a aducir datos procedentes de diversas regiones y
períodos en apoyo de argumentaciones que se aplican a Europa
occidental, y que en realidad sólo pueden someterse a prueba
en términos de la experiencia histórica acaecida en dicha zona.
Desde luego, no se pretende con ello afirmar que Dobb no
esté profundamente familiarizado con el feudalismo de Europa
occidental.(En determinada parte de su obra,3 nos ofrece un con­
ciso esquema de las principales características de dicho feudalis­
mo: 1) «bajo nivel técnico, con instrumentos de producción sim­
ples y, por lo general, baratos, mientras que. el acto productivo
tiene un carácter eminentemente individual, pues la división del
trabajo ... se encuentra en una fase muy primitiva de desarrollo»;
2) «producción destinada á\ satisfacer las necesidades inmediatas

2. Marx-Engels, Correspondencia.
3. Estudios, pp. 36 y ss.
46 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

del hogar o de la comunidad aldeana, y no las de un mercado


más amplio»; 3) «cultivo del dominio: cultivo de las tierras del
señor, efectuado-a menudo a gran escala, mediante la prestación
obligatoria de servicios»; 4) «descentralización política»; 5) «usu­
fructo condicional de la tierra por parte de los señores sobre la
base de algún tipo de tenencia por servicios»; y 6) «posesión
por parte dél señor de funciones judiciales o cuasijudiciales sobre
la población dependiente de él»>/Dobb califica de forma «clásica»
de feudalismo a un sistema que goza de estas características, pero
las posibilidades de confusión serían mucho menores si llamara
explícitamente a esta forma feudalismo europeo occidental. El he­
cho de que «el modo de producción feudal no se circunscribiera
a esta fórmula clásica» es, a lo que parece, la razón por la cual
Dobb no analiza de forma más precisa su estructura y sus ten­
dencias. Sin embargo, creo que es fundamental llevar a cabo un
análisis de este tipo si queremos evitar confusiones en nuestras
tentativas de descubrir las causas de la caída del feudalismo en
Europa occidental.

L a TEORÍA DEL. FEUDALISMO EUROPEO OCCIDENTAL

\ Partiendo de la descripción de Dobb, podemos definir el feu­


dalismo de Europa occidental como un sistema económico en el
que la servidumbre es la relación de producción predominante, y
en el que ésta viene organizada en el marco de las posesiones del
señor y gira en torno a ellas. Es importante señalar que tal defi­
nición no implica la existencia de una «economía natural» ni
tampoco la ausencia de transacciones o cálculos monetarios. Lo
que sí implica es que ía mayoría de los mercados sean locales y
que el comercio a larga distancia, si bien no totalmente ausente,
desempeñe un papel muy poco determinante en los objetivos y
métodos de producción. En este sentido, el rasgo fundamental del
feudalismo es que se trata de un sistema de p r o d u c c ió n para e l
uso. Se conocen las necesidades de la comunidad, y la producción
se planifica y organiza de forma que permita satisfacerlas. Este
PAUL SW EEZY 4 7

hecho tiene consecuencias extremadamente importantes./Como se­


ñala Marx en El capital, «es evidente que en aquellas sociedades
económicas en que no predomina el va lor d e ca m b io , sino el
va lor d e u so del producto, el trabajo excedente se halla circuns­
crito a un sector más o menos amplio de necesidades, sin que
d e l ca rá cter m ism o d e la p r o d u c c ió n b r o t e un h a m b re insaciable
d e trabajo e x c e d e n t e ».4 En otras palabras, no se da ninguna de
las presiones que aparecen bajo el capitalismo para introducir per­
feccionamientos en los métodos de producción. Las técnicas y las
formas de organización se asientan sobre rutinas muy bien esta­
blecidas y, como enseña el materialismo histórico, en estos casos
existe una tendencia muy marcada a que toda la vida de la so­
ciedad se oriente hacia la costumbre y la tradición.
Sin embargo, en modo alguno debe sacarse la conclusión de.
que un sistema de este tipo es forzosamente estable o estático.
La competición entre señores por tierras y vasallos, cuyo conjunto
es la base sobre la que se fundamenta poder y prestigio, constituye
un elemento de inestabilidad. Dicha competición es análoga a la
que existe bajo el capitalismo por los beneficios, pero sus efectos
son completamente distintos. En el primer caso genera un estado
de guerra más o menos permanente, pero la inseguridad de vidas
y haciendas resultante, lejos de revolucionar los métodos de pro­
ducción como sucede en el marco de la competición capitalista,
se limita a acentuar la mutua dependencia entre señor y vasallo,
con el consiguiente reforzamiento de las estructuras básicas de
las relaciones feudales. La guerra feudal agita, empobrece y agota
a la sociedad, pero no muestra tendencia alguna a transformarla.
El crecimiento demográfico constituye un segundo elemento

4. El capital, vol. I, p. 181. [Las numerosas citas textuales de El capital


que aparecen a lo largo de la polémica sobre la transición y en los ma­
teriales adicionales han sido tomadas de la versión castellana K. Marx, El
capital, traducción de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, Méxi­
co, 19742, y a ella corresponden las paginaciones ofrecidas.
En cuanto a esta cita en concreto, el texto inglés que ofrece Sweezy no
subraya las expresiones valor de cambio y valor de uso, que por el con­
trario sí se hallan subrayadas en la versión de W. Roces.] (N. del t.)
48 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

inestabilizador. La estructura del feudo es tal que impone límites


al número de productores que puede emplear y al número de
consumidores que puede mantener, mientras que el conservadu­
rismo inherente al sistema refrena toda expansión global. Desde
luego esto no significa que sea imposible el crecimiento, sino que
éste tiende a situarse por debajo del crecimiento demográfico. Los
hijos más jóvenes de los siervos se ven expulsados del contexto
normal de la .sociedad feudal y pasan a constituir aquella pobla­
ción vagabunda — que vive de limosnas o del bandidaje y sumi­
nistra el material de base a los ejércitos mercenarios— tan ca­
racterística de la Edad Media. No obstante, aunque dicho exce­
dente de población contribuye a la inestabilidad e inseguridad,
no ejerce la menor influencia creativa o revolucionaria sobre la
sociedad feudal.5 .
Así pues, podemos concluir que, pese a su inestabilidad e in­
seguridad crónicas, el feudalismo europeo occidental era un siste­
ma con una orientación muy marcada en favor del mantenimiento
de determinados métodos y relaciones de producción. Creo que
queda plenamente justificado afirmar de él lo que Marx indicaba
respecto de la India de antes del período de la dominación bri­
tánica: «Los efectos de todas las guerras civiles, invasiones, re­
voluciones, conquistas, hambrunas ... no pasaron nunca de super­
ficiales».6
Creo que si Dobb no hubiera perdido de vista este carácter
inherentemente conservador y reacio al cambio del feudalismo
europeo occidental, se habría visto obligado a alterar la teoría
que nos ofrece para explicar su desintegración y decadencia en
las postrimerías de la Edad Media.
5. Tal vez pueda pensarse que la vigorosa colonización y la puesta
en cultivo de nuevas tierras acaecidas durante los siglos xn y x n i refuta
este argumento. Sin embargo, creo que no es así. El movimiento de colo­
nización parece haber sido un reflejo del crecimiento del comercio y de la
producción de mercancías, no una manifestación del poder expansivo inter­
no de la sociedad feudal. Cf. Henri Pirenne, Historia económica y social
de la Edad Media, traducción de Salvador Echavarría, Fondo de Cultura
Económica, México, 197412, cap. III, sec. n.
6. Emile Bums, ed., A handbook of marxism, Londres, 1935, p. 182.
PAU L SW EEZY 49

La t e o r ía d e D o b b s o b r e l a d e c a d e n c ia d e l f e u d a l is m o

Dobb resume como sigue la explicación comúnmente aceptada


de la decadencia del feudalismo:
Con frecuencia se nos presenta el cuadro de una economía
más o menos estable desintegrada por el impacto del comer­
cio, que actuó como una fuerza externa desarrollada al margen
del sistema, al que terminó abatiendo. Se nos ofrece una inter­
pretación de la transición del viejo al nuevo orden que sitúa
las secuencias causales dominantes en la esfera, del intercambio
entre la economía feudal y el mundo exterior. La «economía
natural» y la «economía de intercambio» son dos órdenes eco­
nómicos que no pueden mezclarse, y la presencia de esta últi­
ma, se nos dice, basta para que la primera comience a desin­
tegrarse.7

Dobb no niega en ningún momento la «prominente importancia»


de este proceso: «Desde luego, es evidente que estaba relacionado
con los señaladísimos cambios que tuvieron lugar a finales de la
Edad Media».8 No obstante, considera inadecuada esta explica­
ción porque no examina suficientemente a fondo los efectos del
comercio sobre el feudalismo. Si analizamos el problema de forma
más ceñida, dice, nos percataremos de que, «de hecho, parece
que hay tantas pruebas de que el crecimiento de la economía
monetaria condujo p e r s e a una intensificación de la servidumbre
como de que tal crecimiento fuera la causa de la decadencia
feudal».9 Cita en apoyo de esta tesis un considerable número de
datos históricosx entre los cuales el «caso más sobresaliente» es
el «recrudecimiento del feudalismo en la Europa occidental a fi­
nales del siglo xv; esta “segunda servidumbre” de la que Federico
Engels escribió: “un renacimiento del viejo sistema que vino acom-

7. E studiosp. 38.
8. Estudios, p. 38.
9. Estudios, p. 40.

4 . — HILTON
50 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A LISM O

panado del crecimiento de la producción para el mercado”».10 To­


mando como base dicbos datos, Dobb argumenta que, si el único
factor activo en Europa occidental hubiera sido el auge del comer­
cio, el resultado tanto hubiera podido ser la intensificación .como
la desintegración del feudalismo. Y de ahí se deduce que deben
haber intervenido otros factores para que el resultado fuera el
que en realidad se observa.
¿Cuáles fueron estos factores? Dobb cree que pueden encon­
trarse en el seno de la propia economía feudal. A dmite que las
«pruebas no son ni demasiado abundantes ni concluyentes», pero
opina que «de acuerdo con los datos disponibles, todo hace su­
poner que la ineficacia del feudalismo como sistema de produc­
ción junto con las crecientes necesidades de ingresos por parte de
la clase dominante fueron la causa primordial de su decadencia;
esta necesidad de ingresos adicionales provocó tal aumento de
presión sobre el productor que llegó a tornarse insoportable».11 La
consecuencia de este aumento de presión «condujo a la postre al
agotamiento, y de hecho a la desaparición, de la fuerza de trabajo
que alimentaba al sistema».12
t En otros términos, según la teoría de Dobb la causa esencial
del derrumbamiento del feudalismo fue la sobreexplotación de la
fuerza de trabajo. Los siervos abandonaron en masa lás tierras de
los señores, y quienes permanecieron en ellas eran demasiado
pocos y se hallaban excesivamente sobrecargados de trabajo como
para que el sistema pudiera seguirse sustentando sobre las mismas
bases que hasta entonces. Fueron estos acontecimientos, más que
el crecimiento del comercio, los que forzaron a la clase feudal
dominante a adoptar una serie de medidas — tales como la conmu­
tación de las prestaciones de servicios, confiar el cultivo de los
dominios a terrazgueros, etc.— que, finalmente, llevarían a una
drástica transformación de las relaciones de producción en el
campo.

10. jEstudios, p. 39.


11. Estudios, p. 42..
12. Estudios, p. 43.
PAU L SW EEZY 51

C r ít ic a a la t e o r ía de D obb

Para mantener en pie su teoría, Dobb debe demostrar que


tanto la creciente necesidad de ingresos de la clase feudal domi­
nante como el abandono de la tierra por parte de los siervos
pueden explicarse en términos de fuerzas que operan dentro del
sistema feudal. Veamos cómo lo intenta.
En primer lugar, y por lo que respecta a la necesidad de in­
gresos de los señores, Dobb cita una serie de factores para él
inherentes al sistema feudal. El desprecio con que se miraba a
los siervos, considerados ante todo como una fuente de ingresos.13
La tendencia a aumentar de volumen de la clase parasitaria, como
resultado del crecimiento natural de las familias nobles, de la
subinfeudación y del aumento de los séquitos señoriales, que
«debían mantenerse. a costa del trabajo excedente de la pobla­
ción servil». La guerra y el bandidaje «incrementaban de forma
notable los gastos de las casas feudales» y «esparcían el despil­
farro y la devastación por todas partes». Por último, «a medida
que avanzaba la edad de la caballería, también lo hacían las extra­
vagancias de las clases nobles, que rivalizaban entre sí, con sus
fastuosas fiestas y sus costosas exhibiciones, en el culto a la
m a gn ificen tia » .14
Dos de estos factores — el desprecio a los intereses de los
siervos y la guerra y el bandidaje— se manifiestan a lo largo
de todo el período que nos ocupa, y si se intensifican con el
decurso del tiempo es algo que merece una explicación, pues en
modo alguno pueden admitirse como un simple y natural rasgo
del feudalismo. Sin embargo, Dobb no intenta en absoluto expli­
car tales tendencias. Es más, incluso es bastante dudoso el espe­
cial significado que él atribuye a la sangría que representaron las
cruzadas durante el período decisivo del desarrollo feudal. Des­
pués de todo, los cruzados combatieron en Oriente y, como es ló­

13. Estudios, pp. 43 y ss.


14. Estudios, p. 45.
52 DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

gico, vivieron la mayor parte del tiempo fuera de sus tierras;


hasta cierto punto, las cruzadas fueron expediciones de saqueo que
traían consigo recompensas para organizadores y participantes, y
en buena medida puede decirse que sustituían a la guerra feudal
«normal» en este momento, antes que sumarse a ella. Así pues,
creo que contemplados en su conjunto, estos dos factores poco
soporte prestan a la teoría de Dobb.
Algo distinto ocurre con los otros dos factores citados, el cre­
cimiento en volumen de la clase parasitaria y el aumento de la
extravagancia en las casas nobles. Tenemos aquí pruebas de pri­
mera mano sobre la necesidad de aumento de los ingresos, pero
que constituyan puntos de apoyo a la teoría de Dobb ya nos
parece algo bastante más dudoso. El crecimiento en tamaño de
la clase parasitaria era paralelo al de la población servil. Ade­
más, a lo largo de toda la Edad Media existe abundancia de tierras
cultivables en espera de que se inicie su explotación. A pesar de
su naturaleza en extremo conservadora, el sistema feudal tuvo
una expansión lenta pero constante. Si tenemos en cuenta que
la guerra cobraba la mayoría de sus víctimas entre las clases de
rango superior (pues sólo a ellas les estaba permitido el uso de
las armas), es lícito poner en duda que existiera un aumento
r ela tiv o significante del volumen de las clases parasitarias. Mien­
tras no tengamos pruebas claras y objetivas en uno u otro sentido,
no parece justificado atribuir un peso específico decisivo a este
factor.
Por otro lado, no hay motivo alguno para dudar de la realidad
de una creciente extravagancia entre la clase feudal dominante.
Aquí las pruebas son abundantes y todas ellas señalan en una
misma dirección. Pero, esta creciente extravagancia, ¿es acaso un
rasgo que puede ser explicado por la propia naturaleza del sistema
feudal, o refleja algo que acaecía fuera de su seno? Creo que, en
líneas generales, debemos suponer que se trata de esto último.
Las modificaciones espontáneas en los gustos de los consumidores
revisten una importancia mínima,15 incluso bajo un sistema tan di­

15. Así, por ejemplo, Schumpeter se siente justificado al suponer que


PAU L SW EEZY 53

námico como el capitalismo, y debemos suponer que, a fortiori,


eso también fue cierto para una sociedad tan ligada a la tradi­
ción como la feudal. Además, cuando miramos bacia el exterior
del sistema feudal encontramos una muy buena razón que justi­
fica el crecimiento de la extravagancia entre la clase feudal do­
minante: la rápida expansión del comercio a partir del siglo xi
puso a su alcance una cantidad y una variedad cada vez creciente
de bienes. Dobb reconoce la existencia de esta relación entre el
comercio y las necesidades de la clase feudal dominante, pero
creo que pasa por encima de ella con excesiva ligereza. Si le
hubiera. asignado la importancia que merece, difícilmente habría
podido mantener que la creciente extravagancia de la clase domi­
nante era debida a causas internas al sistema feudal.
Pasemos revista ahora al problema del abandono de las tierras
por parte de los siervos. Existen muy pocas dudas de que ésta
fue una importante causa de la crisis de la economía feudal que
caracterizó el siglo xiv. Dobb supone que tal abandono se debió al
aumento de la opresión señorial (que, a su vez, tenía como causa
la creciente necesidad de ingresos), y que por tanto puede expli­
carse como un proceso interno del sistema feudal. Pero, ¿consigue
presentar esta suposición de forma convincente? 16
Creo que no. Los siervos no podían abandonar los feudos sin
más ni más, por muy exigentes que se tornaran sus señores, a
menos de tener algún lugar al que trasladarse. Bien es verdad,

bajo el capitalismo «la iniciativa de los consumidores en cuanto a cambiar


sus gustos ... es inapreciable, y que todo cambio en los gustos de los
consumidores coincide con la acción del productor y es resultado de la
misma», Business cycles, Nueva York, 1939, vol. I; p. 73. No hace falta
decir que esta suposición está plenamente de acuerdo con la teoría marxista
de la primacía de la producción sobre el consumo.
16. Debe remarcarse que se trata de una suposición, no de un hecho
establecido. Rodney Hilton, estudioso de la historia económica medieval
con el que Dobb dice en su «Prefacio» hallarse en deuda, manifiesta .en
una reseña que «no hay pruebas estadísticas adecuadas de que se mar­
charan de sus tierras un número considerable de campesinos por los mo­
tivos que se indican [es decir, condiciones intolerables de opresión]», The
Modern Quarterly, II (verano 1947), p. 268.
54 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

como he indicado anteriormente, que la sociedad feudal tiende a


generar un excedente de población vagabunda, pero ésta, consti­
tuida por la escoria de la sociedad, se nutre de aquellos que no
tienen cobijo en las tierras del señor, y resulta poco realista su­
poner que un número considerable de siervos decidiera abandonar
de forma deliberada sus hogares para integrarse en el peldaño
más bajo de la escala social.
Sin embargo, la totalidad del problema adquiere un aspecto
completamente nuevo — al que Dobb sorprendentemente presta
escasa atención— cuando recordamos que la fuga de los siervos
fue simultánea al crecimiento de las ciudades, especialmente en
los siglos- x i i y x i i i . No cabe duda que el rápido desarrollo de
las ciudades — que ofrecían, como acostumbra a decirse, libertad
de empleo y mejoramiento del statu s social— actuó como un
importante imán para la población rural oprimida. Y los propios
burgueses, al necesitar fuerza de trabajo adicional y más soldados
para reforzar su potencia militar, hicieron todo lo posible para
facilitar la huida de los siervos de la jurisdicción de sus señores.
«A menudo», comentaba Marx en una de sus cartas a Engels,
«resulta muy patética la forma en que los burgueses, a lo largo
del siglo x i i , invitan a los campesinos a escapar hacia las ciuda­
des.» 17 En este contexto, se aprecia que el movimiento de aban­
dono de las tierras, que de otro modo resultaría incomprensible,
es una consecuencia natural del auge de las ciudades. Sin duda
alguna la opresión de la que Dobb habla fue un factor impor­
tante para predisponer a los siervos a huir de la tierra, pero por
sí sola parece muy dudoso que hubiera producido una emigración
de amplias proporciones.18
17. Correspondencia.
18. Como discutiré más adelante, la relativa ausencia de vida urbana
en Europa oriental fue lo que dejó al campesinado a merced de los se­
ñores y produjo en aquella zona un recrudecimiento de la servidumbre
durante el siglo xv. Recuérdese que Dobb cita esta «segunda servidumbre»
en Europa oriental para oponerse a la idea de que el comercio tiende
forzosamente a producir la desintegración de la economía feudal. Ahora
estamos en condiciones de apreciar que, en realidad, el problema es mucho
más complejo. En las proximidades de los centros comerciales, el efecto
PAUL SW EEZY 55

La teoría de Dobb sobre las causas internas de la decadencia


del feudalismo todavía podría salvarse si se consiguiera demostrar
que el crecimiento de las ciudades en este momento constituyó
un proceso interno del sistema feudal. Pero si comprendo correc­
tamente la postura de Dobb, no es esto lo que mantiene. Dobb
sostiene una posición ecléctica en lo que respecta al o r ig en de las
ciudades medievales, pero reconoce que su c r e c i m ie n t o fue, por
lo general, proporcional a su importancia como centros comercia­
les. Puesto que en modo alguno puede considerarse que el co­
mercio sea una forma de economía feudal, difícilmente puede
Dobb argüir que el auge de la vida urbana fuera consecuencia de
causas internas al sistema feudal.
Resumamos esta crítica de la teoría de Dobb sobre la deca­
dencia del feudalismo: habiendo descuidado el análisis de las
leyes y tendencias del feudalismo europeo occidental, toma erró­
neamente por tendencias inmanentes una cierta evolución histórica
que, de hecho, sólo puede ser explicada acudiendo a causas exter­
nas al sistema.

A lgo m á s s o b r e l a t e o r ía d e l a d e c a d e n c ia d e l f e u d a l is m o

Aunque la teoría de Dobb sobre la decadencia del feudalismo


me parece poco satisfactoria en varios de sus aspectos, creo que
a pesar de todo constituye una importante contribución a la reso­
lución del problema. La mayor parte dé sus críticas concretas a
las teorías tradicionales es acertada, y parece evidente que no
podrá considerarse correcta ninguna que deje de lado los factores
puestos de relieve por Dobb, en especial el aumento de la extra­
vagancia entre las clases dominantes y la huida de los siervos de
Jas tierras. Por tanto, las notas y sugerencias que se exponen a

sobre la economía feudal es fuertemente desintegrador; cuando nos aleja­


mos de ellos, el efecto tiende a ser precisamente el contrario. Se trata' de
una cuestión importante, y volveremos a ella en páginas posteriores.
56 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A LISM O

continuación deben mucho a Dobb, incluso cuando se apartan de


sus puntos de vista.
Creo que Dobb no se ha deshecho con éxito de la parte de
teoría comúnmente aceptada, según la cual el desarrollo del comer­
cio fue la causa fundamental del declive del feudalismo. No obs­
tante, ha demostrado que el impacto del comercio sobre el sis­
tema feudal es más complejo de lo que habitualmente suele pen­
sarse. La idea de que el comercio equivale a «economía moneta­
ria» y que ésta es un disolvente natural de las relaciones feudales
es demasiado simplista. Intentemos explorar más a fondo la rela­
ción del comercio con la economía feudal.19
Creo que el conflicto importante en esta vinculación se esta­
blece, no entre «economía natural» y «economía monetaria», sino
entre producción para el uso y producción para el mercado. De­
beríamos intentar descubrir cuál es el proceso que permite al co­
mercio engendrar un sistem a de producción para el mercado, para
delinear acto seguido la evolución del impacto del mismo sobre el
preexistente sistema feudal de producción para el uso.
Toda economía que no sea absolutamente primitiva requiere
un cierto volumen comercial. Por tanto, los mercados locales de
las aldeas y los buhoneros ambulantes de la Edad Media europea
constituían más bien puntos de apoyo del orden feudal que ame­
nazas para éste: satisfacían necesidades esenciales sin alcanzar un
volumen suficientemente grande como para que pudiera afectar
19. Ante todo, debe tenerse en cuenta que el problema del crecimien­
to del comercio durante la Edad Media es, en principio, distinto del pro­
blema de la decadencia del feudalismo. Dando por sentado que, por los
motivos que fuese, hubo un incremento del comercio, era inevitable que
el feudalismo se viera influido por ello de algún modo. No podemos debatir
aquí, por falta de espacio, los motivos que causaron un incremento del
comercio. Sólo quiero indicar que la teoría de Pirenne —que hace hincapié
en la reapertura del Mediterráneo a la navegación desde y hacia los puertos
occidentales a partir del siglo xi y la explotación por parte de los escandi­
navos, a partir del siglo x, de las rutas comerciales que unían el mar del
Norte y el Báltico con el mar Negro, pasando por Rusia— me parece muy
convincente. Pero, qué duda cabe, no es. preciso admitir la teoría de Pi­
renne para convenir en que el incremento del comercio constituyó un factor
decisivo en la provocación del declive del feudalismo en Europa occidental.
PAU L SW EEZY 57

la estructura de las relaciones económicas. Cuando comenzó la


expansión del comercio en el siglo x (o quizás incluso antes), lo
hizo en la esfera del intercambio a larga distancia de bienes rela­
tivamente caros que pudieran absorber los elevadísimos gastos de
transporte de la época, distinguiéndose del comercio netamente lo­
cal. Mientras esta expansión del comercio se mantuvo dentro de
la forma que podría denominarse buhonería, sus efectos fueron,
como era de esperar, reducidos. .Pero cuando superó dicha fase y
comenzó a tener como resultado el establecimiento de centros co­
merciales y de transbordo de mercancías, quedó introducido un
factor cualitativamente nuevo. A pesar de que dichos centros se
basaran en el intercambio a larga distancia, se convirtieron inevi­
tablemente, por derecho propio, en generadores de producción
de mercancías. Su aprovisionamiento debía proceder de las tierras
circundantes, y sus artesanías, que incorporaban una forma de
especialización y de división del trabajo mucho más elevada que
cualquiera de las conocidas dentro de la economía feudal, no sólo
abastecían a la población de las ciudades de los productos necesa­
rios, sino que también los suministraban a la población rural, que
podía comprarlos con el dinero sacado de sus ventas en los mer­
cados de las ciudades. Al ir desarrollándose este proceso, las tran­
sacciones de los mercaderes a larga distancia, que constituían la
semilla de la que surgieron los centros comerciales, perdieron su
carácter privilegiado, y es probable que en la mayoría de los casos
pasaran a ocupar un lugar secundario dentro de la economía de
las •ciudades.
Así pues, he aquí cómo el comercio a larga distancia pudo
actuar a modo de fuerza engendradora de un s istem a de produc­
ción para el intercambio al lado del viejo sistema feudal de pro­
ducción para el uso.20 Una vez yuxtapuestos, estos dos sistemas
20. A este respecto, me parece importante que se reconozca que el
contraste entre estas dos formas de economía no es en absoluto idéntico al
contraste entre ciudad y campo. En la economía de intercambio se incluye
tanto la producción rural para el mercado como la urbana. De ahí que la
importancia relativa de las dos formas de economía nunca pueda medirse
a través de un índice simple, tal como pueda serlo la proporción entre
la población rural y la urbana.
58 DEL FEUDALISM O A L C APIT ALISM O

comenzaron a influirse uno a otro de forma natural. Vamos a exa­


minar algunas de las corrientes de influencia que llevan de una
economía para el uso a una economía de intercambio.
En primer lugar, y quizá sea el punto fundamental, al verse
contras tada~~con'un sistema de especialización y división del tra­
bajo más racional, se ponía de manifiesto con toda claridad la
ineficacia de la organización feudal de la producción, ineficacia
probablemente no reconocida por nadie, o a la que, por lo menos,
nadie prestó atención mientras no tuvo rival. Comprar bienes ma­
nufacturados podía resultar mucho más barato que hacérselos uno
mismo, y esta presión por comprar generó una presión por ven­
der. Tomadas en su conjunto, tales presiones actuaron con gran
fuerza para situar los dominios feudales dentro de la órbita de la
economía de intercambio. Se pregunta Pirenne: «¿De qué ser­
vían ahora los telares domésticos (g i n e c e o s ) que, en la sede de
cada “corte” importante, inmovilizaban a unas cuantas docenas
de siervos para que fabricaran, mucho peor que los artesanos de
la vecina villa, las telas o los implementos de labranza? Casi en
todas partes se dejó que desaparecieran en el transcurso del si­
glo X II» . 21
En segundo lugar, la propia existencia del valor de intercam­
bio como hecho económico masivo tiende a transformar la actitud
de los productores. Ya es posible buscar la riqueza, no bajo la ab­
surda forma de un montón de 'bienes perecederos, sino bajo la
forma mucho más conveniente y móvil de dinero o de títulos
que justifiquen su posesión. Dentro de una economía de inter­
cambio, la posesión de riqueza no tarda en convertirse en un fin
en sí misma, y tal transformación psicológica afecta no sólo a los
directamente implicados sino también (aunque, sin duda alguna,
en menor grado) a todos quienes entran en contacto con ella.
Por lo tanto, no sólo mercaderes y comerciantes, sino también
los miembros de la vieja sociedad feudal, adquieren lo que hoy
denominaríamos una actitud «de negociante» frente a los asun­
tos económicos. Puesto que los hombres de negocios s ie m p r e ne­

21. Pirenne, op. cit., p. 65.


PAU L SW EEZY 59

cesitan mayores ingresos,, queda explicada en buena parte la cre­


ciente necesidad de ingresos por parte de la clase dominante, a la
que, como bemos visto, tanta importancia concede Dobb para
explicar la decadencia del feudalismo.
En tercer lugar, y también factor importante en el presente
contexto, tenemos la alambicación de los gustos entre buena parte
de la clase feudal dominante. Veamos como describe Pirenne este
proceso:
En los lugares donde se difundía el comercio nacía el deseo
de los objetos nuevos de consumo que introducía. Como sucede
a menudo, la aristocracia quiso rodearse del lujo, o cuando me­
nos de las comodidades que convenían a su condición social.
Se advierte inmediatamente, si se compara, por ejemplo, la
vida de un caballero del siglo xi con la de uno del siglo x i i ,
hasta qué punto en el segundo de los períodos citados los gas­
tos exigidos por la alimentación, el vestido, el moblaje y, sobre
todo, el armamento, aumentaron desde la primera de estas épo­
cas hasta la segunda.22

Probablemente tengamos aquí la clave de la creciente nece­


sidad de ingresos de la clase feudal dominante durante la Baja
Edad Media.
Por último, el auge de las ciudades, que eran los centros y
las incubadoras de la economía de intercambio, abrió la perspecti­
va de una vida mejor y~mas líbre a "los siervos procedentes de
la tierra. No hay la menor duda de que ésta fue la principal causa
del abandono de las tierras, que Dobb considera, y con razón,
uno de los factores decisivos de la decadencia del feudalismo.
Por descontado, el auge de la economía de intercambio tuvo
otros efectos sobre el antiguo orden, pero creo que los cuatro
mencionados son suficientemente genéricos y poderosos como para
garantizar la destrucción del sistem a de producción preexistente.
La mayor eficacia de una producción más altamente especializada,
el aumento de las ganancias que podía conseguirse al producir

2 2 . Ibid., p p . 6 4 -6 5 .
60 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

para el mercado en lugar de hacerlo para el uso inmediato, el


mayor atractivo que presentaba la vida urbana para el trabajador,
eran factores que convertían en mera cuestión de tiempo el hecho
de que el nuevo sistema, una vez suficientemente fortalecido para
andar por su propio pie, ganara la batalla.
No obstante, el triunfo de la economía de intercambio no im­
plica necesariamente ni la abolición de la servidumbre ni la de las
relaciones feudales en el trabajo de la tierra. La economía de in­
tercambio es compatible con la esclavitud, con la servidumbre,
con el trabajo independiente por cuenta propia o con el trabajo
asalariado. La historia abunda en ejemplos de producción para el
mercado en los que intervienen todos los tipos, de mano de obra
que acabamos de citar. Es indiscutible que Dobb tiene razón cuan­
do rechaza la teoría de que el auge del comercio trae aparejada
como consecuencia inmediata la' desaparición de la servidumbre.
Y si se identifica servidumbre con feudalismo, desde luego sigue
siendo cierto ex d e fin it io n e para este último. El hecho de que el
avance de la economía de intercambio se produjera codo a codo
con el declive de la servidumbre es algo que demanda una expli­
cación. En modo alguno puede darse por descontado.
Creo que al abordar el análisis de este problema podemos
perfectamente prescindir del desigual carácter que tuvo el declive
de la servidumbre en las diversas zonas de Europa occidental.
Dobb puntualiza que, durante cierto tiempo, en algunas regiones
de Europa occidental el auge del comercio vino acompañado más
por una intensificación que por una relajación de los vínculos ser­
viles. Qué duda cabe, esto es cierto e importante, y Dobb consi­
gue poner en claro un buen número de aparentes paradojas, pero
estos cambios parciales y temporales de la tendencia general no
deben oscurecernos la visión de conjunto, que es la de determinar
cómo el cultivo de los dominios por los siervos se vio gradual­
mente reemplazado por la agricultura en terrazgo, ya fuera utilizan­
do como fuerza de trabajo campesinos independientes o (en me­
dida mucho meñor) mano de obra asalariada. El problema real es­
triba en explicar esta tendencia básica.
Me parece que de entre el complejo de causas en juego hay
PAU L SW EE ZY 61

dos que destacan como decisivamente importantes. En primer lu­


gar, el auge de las ciudades, bastante generalizado en toda Europa
occidental, hizo bastante más que ofrecer un puerto de refugio a
los siervos que huían de las tierras de los señores; en realidad,
también modificó la situación de quienes permanecieron en ellas.
Es muy probable que sólo una proporción relativamente reducida
del número total de siervos cogiera sus pertenencias y se trasla­
dara a las ciudades, pero fue un número suficiente como para
hacer sentir en el campo, de una forma efectiva, la presión de
los niveles de vida más elevados que se disfrutaban en las ciu­
dades. Del mismo modo que suben los salarios en una zona en
que son bajos cuando los obreros tienen la posibilidad de trasla­
darse a otra en que sean superiores, se hizo necesario efectuar
concesiones a los siervos cuando éstos tuvieron la oportunidad de
trasladarse a las ciudades. Tales concesiones se efectuaron necesa­
riamente en el sentido de aumentar la libertad y de transformar
las prestaciones feudales en rentas monetarias.
En segundo lugar, aunque las tierras del feudo podían dedi­
carse a la producción para el mercado, y de hecho así ocurrió en
muchos casos, tenían una estructura fundamentalmente ineficaz e
inadecuada para tal fin. Las técnicas eran muy primitivas y la
división del trabajo estaba en pañales. Desde un punto de vista ad­
ministrativo, el feudo era muy poco manejable. En particular, no
existía una separación tajante entre la producción y el consumo, lo
que hacía prácticamente imposible establecer el costo de los pro­
ductos obtenidos. Además, en los dominios feudales todo se regía
por la costumbre y la tradición, que se aplicaban no sólo a los
métodos de cultivo, sino también a la cantidad de trabajo inver­
tido y a su división entre trabajo necesario y trabajo excedente.
El siervo tenía deberes, pero también tenía derechos. Esta masa
de normas y reglas consuetudinarias constituía un serio obstácu­
lo a la explotación racional de los recursos humanos y materiales
para la obtención de ganancias pecuniarias.23 Tarde o temprano se

23. A menudo Dobb parece pasar por encima de este aspecto del feu­
dalismo, dando por supuesto que sólo el villano podía salir ganando con
62 DEL FEUDALISMO A L CAP ITA L ISM O

hacía necesario encontrar nuevos tipos de relaciones de producción


y nuevas formas de organización para satisfacer las necesidades de
un nuevo orden económico.
¿Se ve refutado este razonamiento por la «segunda servidum­
bre» del siglo xvi, y aún otras posteriores que se dieron en
Europa, a las que tanto énfasis concede Dobb? ¿Por qué en este
caso concreto el crecimiento de las oportunidades para comerciar
llevó a una dramática y duradera intensificación de los vínculos de
servidumbre?
Creo que la respuesta a estas preguntas debe buscarse en la
geografía de la segunda servidumbre, en el hecho de que el fenó­
meno se acentuaba y endurecía cuanto más al este nos trasladára­
mos del centro de la nueva economía de intercambio.24 En su
núcleo central, donde la vida urbana ha adquirido un mayor de­
sarrollo, el obrero agrícola tiene como alternativa abandonar la
tierra, y esto le da, por decirlo así, una posición de fuerza para

la abolición de la servidumbre. Tiende a olvidar que «la liberación de los


campesinos constituye, en realidad, la liberación del propietario que, encon­
trándose en lo sucesivo frente a unos hombres libres y desligados de su
tierra, puede disponer de ésta mediante simples contratos revocables cuya
duración le permite adaptarlos fácilmente a los progresos de la renta que
producen los terrenos», H. Pirenne, Historia de Europa desde las invasiones
hasta el siglo XVI, traducción de Juan José Domenchina, Fondo de Cultura
Económica, México, 19743, p. 393.
24. Pirenne nos ofrece una gráfica descripción sobre este punto: «Al
oeste del Elba, se manifiesta apenas [el empeoramiento de la situación] por
un recrudecimiento de las prestaciones y de todo género de'arbitrariedades.
Al otro lado del río, en Brandenburgo, Prusia, Silesia, Austria, Bohemia y
Hungría, fue llevada implacablemente hasta sus últimas consecuencias. Los
descendientes de los colonos libres del siglo x i i i fueron despojados sistemá­
ticamente de sus tierras y reducidos a la condición de siervos de cuerpo
(Leibeigene). La gran explotación devoró sus tenencias, rebajándolos a una
condición servil tan próxima a la esclavitud que era posible vender la per­
sona del siervo independientemente de la tierra. Desde mediados del si­
glo xvi, toda la región al este del Elba y de los montes Sudetes se llena
de RJttergüter explotados por Junkers, cuya falta de humanidad para con
sus esclavos, blancos permite compararlos con los plantadores de las An­
tillas» (ibid., p. 394).
PA U L SWEEZY 63

negociar. Cuando la clase dominante vuelve sus ojos hacia la


producción para el mercado con objeto de obtener beneficios pe­
cuniarios de la misma, se le hace necesario recurrir a nuevas for­
mas de explotación, más flexibles y relativamente progresistas.
Por el contrario, la posición relativa del señor feudal y del obrero
agrícola es muy distinta en la periferia de la economía de inter­
cambio. El trabajador no puede escaparse porque no tiene dónde
ir. Está a merced del señor a todos los fines prácticos y, además,
este último nunca sé ha visto condicionado por la civilizadora
proximidad de la vida urbana. Cuando la expansión del comercio
instila un ansia de ganancias en una clase dominante inmersa
en tal situación, el resultado no es el desarrollo de nuevas formas
de explotación, sino la intensificación de las viejas. En el si­
guiente pasaje, Marx (aunque no se ocupa concretamente del pro­
blema de la segunda servidumbre en Europa occidental) aborda
de forma directa la raíz del problema:
Tan pronto como los pueblos cuyo régimen de producción
se venía desenvolviendo en las formas primitivas de la esclavi­
tud, prestaciones de vasallaje, etc., se ven atraídos hacia el mer­
cado mundial, en el que impera el régimen capitalista de pro­
ducción y donde se impone a todo el interés de dar salida a
los productos para el extranjero, los tormentos bárbaros de la
esclavitud, de la servidumbre de la gleba, etc., se ven acrecen­
tados por los tormentos civilizados del trabajo excedente.25

La teoría de Dobb sostiene que el declive del feudalismo


europeo occidental se debió a la sobreexplotación de la fuerza de
trabajo social por parte de la clase dominante. Si es correcto cuan­
to venimos razonando en este epígrafe, creo que sería más preciso
afirmar que la decadencia del feudalismo europeo occidental se
debió a la incapacidad de la clase dominante para mantener bajo
su control a la fuerza de trabajo social, y por tanto, a su inca­
pacidad para sobreexplotarla.

2 5 El capital, v o l. I , p . 1 81 .
64 DEL FEUDALISMO A L C APITALISM O

¿Q ué d e splaz ó al f e u d a l is m o en Europa o c c id e n t a l ?

Según la cronología de Dobb, que nadie puede poner en duda


con argumentos mínimamente serios, el feudalismo europeo occi­
dental entró en un período de crisis aguda en el siglo xiv, y a
partir de entonces se fue desintegrando, con mayor o menor ra­
pidez, en las diferentes regiones. Por el contrario, basta mediados
del siglo xvi, y ello como muy pronto, no podemos hablar de
los inicios del período capitalista. Se plantea, pues, la siguiente
cuestión: «¿cómo vamos a caracterizar el sistema económico del
período que media entre ese momento [el de la desintegración
del feudalismo] y fines del siglo xvr, período que, según nuestra
cronología, parece no haber sido ni feudal ni capitalista por lo
que respecta a su modo de producción?».26 He aquí una cuestión
importante, y debemos agradecerle a Dobb que la formule con
tanta claridad.
La respuesta de Dobb a su propia pregunta es titubeante.27
Cierto es que el modo de producción feudal «había alcanzado
una avanzada etapa de desintegración», que «una burguesía mer­
cantil había ido aumentando su riqueza e influencia», que «puede
verse un modo de producción independizado del feudalismo en el
artesanado urbano y en la aparición de campesinos libres de
buena o mediana posición», que «la mayoría de los pequeños te­
rrazgueros ... pagaban una renta en dinero» y que «casi todas las
fincas estaban cultivadas por mano de obra asalariada». Pero Dobb
muestra sus reservas hacia prácticamente todas estas indicaciones
y termina diciendo que «las relaciones sociales entre los produc­
tores y sus señores y amos conservaron, en el campo, mucho de
su carácter medieval; por lo menos gran parte del tegumento feu­
dal siguió vigente». En otras palabras, creo que la respuesta de
Dobb es afirmar que, después de todo, el período que nos ocupa
era feudal.

26. "Estudios, p. 19.


27. Estudios, pp. 19-21.
PAU L SWEEZY 65

Sin embargo, esta respuesta no resulta muy satisfactoria. Si


el período debe contemplarse como feudal, debiera estar caracte­
rizado como mínimo, incluso desde el punto de vista de la muy
amplia definición de Dobb, por la persistencia del predominio
de la servidumbre en el Campo. Pero existe una autoridad de
primer orden que sostiene la opinión de que fue precisamente en
este período cuando la servidumbre declinó hasta alcanzar propor­
ciones relativamente reducidas en toda Europa occidental. Es­
cribe Marx:

En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de he­


cho, en los últimos años del siglo x iv. En esta época, y más
todavía en el transcurso del siglo xv, la inmensa mayoría de la
población se componía de campesinos libres, dueños de la tierra
que trabajaban, cualquiera que fuese la etiqueta feudal bajo la
que ocultasen su propiedad.28

Parece que Marx tuvo ciertas reservas acerca de la difusión


que alcanzó este fenómeno en el continente, pero debió abando­
narlas antes de llegarle la muerte. A finales de 1882, tres meses
antes de morir Marx, Engels escribió una monografía sobre la
marca (Mark), el antiguo sistema alemán de posesión de la tierra.
Envió el manuscrito a Marx con el siguiente comentario: «La
cuestión de la desaparición casi total (Z u rü ck treten )• de la servi­
dumbre — de hecho o de derecho— en los siglos x i i i y xiv la con­
sidero como la más importante, porque anteriormente expresaste
una opinión divergente al respecto».29 Dos días después contestaba
Marx: «Te devuelvo el manuscrito: m u y b u e n o » Y Engels re­
plicaba: «Celebro que “hayamos llegado a un acuerdo”, como se
dice en negocios, sobre la historia de la servidumbre».31
Estos pasajes demuestran que Marx y Engels habían llegado a
la conclusión de que alcanzado el siglo xv las formas feudales se ha­
28. El capital, vol. I, p. 610.
29. Correspondencia.
30. Briefwecbsel, edición del Marx-Engels-Lenin Institute, vol. IV,
p. 694.
31. Correspondencia.

5 .— HILTON
66 DEL FEUDALISMO A L C A P ITAL ISM O

bían quedado en gran medida sin contenido, y que la servidumbre


había dejado de ser la relación de producción dominante en toda
Europa occidental. Nada hay en las pruebas de Dobb que me
convenza para que debamos retractarnos de este punto de vista.
Dobb podría argüir que no está en desacuerdo, que reconoce
la desaparición generalizada de la servidumbre, y que si caracteriza
este período como esencialmente feudal es basándose en el hecho
de que el campesino aún veía limitados sus movimientos y en
muchos aspectos seguía dependiendo del señor. Creo que lo que
dice32 podría interpretarse en este sentido, y Christopher Hill,
que está en buena posición para conocer el significado del pensa­
miento de Dobb, apoya esta interpretación.- Según Hill:
La definición de Dobb del feudalismo le permite aclarar
cómo era la Inglaterra rural en los siglos x v y xvr. Rechaza la
teoría que identifica el feudalismo con la prestación de servi­
cios y atribuye una importancia fundamental a la abolición de
la servidumbre en Inglaterra. Dobb demuestra que los campe­
sinos que pagaban una renta monetaria (la inmensa mayoría de
los que trabajaban el campo inglés en el siglo xvi) podían de­
pender de otras muchas formas del señor bajo cuya jurisdic­
ción vivían ... Las relaciones capitalistas ya tenían una cierta
difusión en el marco agrícola de la Inglaterra del siglo xvi,
pero en la mayor parte del país la relación dominante de explo­
tación seguía siendo la feudal ... Lo importante no es la forma
legal de las relaciones entre el señor y el campesino, sino el
contenido económico de dicha relación.33

Creo que prolongar el concepto de feudalismo de acuerdo con


esta vía equivale a privarlo de su definibilidad intrínseca, esencial
para que nos sea un concepto de utilidad científica. Si la marca de
pureza del feudalismo la da el hecho de que los terrazgueros se
vieran explotados por los señores y dependieran de ellos de «mu­
chas otras formas» que la económica, podríamos concluir, por ejem­
plo, que hoy en día siguen siendo feudales ciertas regiones de los
32. Estudios, pp. 65-66.
33. The Modern Quarterly, II (verano 1947), p. 269.
PAUL SW EE ZY 67

Estados Unidos. Tal descripción quizá estuviera justificada para fi­


nes periodísticos, pero si partiendo de ahí concluimos que el siste­
ma económico bajo el que viven en la actualidad estas regiones de
los Estados Unidos es idéntico en ciertos aspectos fundamentales al
sistema económico que imperaba en Europa durante la Edad Me­
dia, estamos en camino de caer en una muy seria confusión. Creo
que lo mismo puede decirse, aunque es evidente que en menor
grado, de la suposición de una identidad fundamental entre el sis­
tema económico de la Inglaterra del siglo xvi y el de la Inglaterra
del siglo xm . Y sin embargo, el llamar a ambos por un mismo
nombre, e incluso el abstenerse de darles nombres distintos, invita
inevitablemente a dar por admitida esta suposición.
Así pues, ¿cómo caracterizaremos el período situado entre el
fin del feudalismo y los comienzos del capitalismo? Creo que Dobb
está en el buen camino cuando dice que «los doscientos y pico
años que separan a Eduardo III de la reina Isabel tuvieron a no
dudarlo un carácter de transición» y que es «verdad, e impor­
tantísimo para comprender de forma correcta dicha transición, que
la desintegración del modo de producción feudal ya había alcan­
zado un avanzado estadio a n tes de que se desarrollara el capita­
lista, y que esta desintegración no estaba vinculada de forma
directa con el crecimiento del. nuevo modo de producción en el
seno del antiguo».34 Me parece una argumentación completamente
correcta, y creo que si Dobb la hubiera completado habría llegado
a una solución satisfactoria del problema.
Solemos considerar la transición de un sistema social a otro
como un proceso en el que ambos se enfrentan* directamente y
dirimen en combate su supremacía. Desde luego, un proceso de esa
índole no excluye la posibilidad de formas de transición, pero se
considera que éstas son mezclas de elementos de los dos sistemas
que luchan por la primacía. Por ejemplo, es evidente que la tran­
sición del capitalismo al socialismo está produciéndose de acuerdo
con este esquema. Y qué duda cabe, el que así sea nos inclina a
imaginar que las transiciones anteriores han debido ser similares.

3 4 . Estudios, p . 2 0.
68 DEL FEUDALISMO A L CAPITALISMO

Sin embargo, éste es un grave error por lo que respecta a la


transición del feudalismo al capitalismo. Como pone de relieve
el anterior aserto de Dobb, el feudalismo europeo occidental ya
estaba moribundo, por no decir muerto, antes de que naciera el
capitalismo. De ahí se sigue que el período intermedio no fue
una simple mezcla de feudalismo y capitalismo, pues los elemen­
tos predominantes no eran n i feudales ni capitalistas.
No es este el lugar adecuado para entablar una discusión ter­
minológica detallada. Por tanto, me limitaré a llamar «producción
precapitalista de mercancías» al sistema que prevalecía en Europa
occidental durante los siglos xv y xvi, con lo cual pretendo signi­
ficar que el aumento de la producción de mercancías fue lo prime­
ro que minó al feudalismo para luego, algo d e s p u é s , una vez
completada sustancialmente esta obra de destrucción, preparar el
terreno al desarrollo del capitalismo.33 La transición del feudalis­
mo al capitalismo no es, pues, un proceso único e ininterrumpido
— similar a la transición del capitalismo al socialismo— , sino que
está constituido por dos fases muy bien diferenciadas, que pre­
35. No es preciso especificar que el período es no-feudal o post-feudal
puesto que la producción de mercancías y el feudalismo son conceptos
mutuamente excluyentes. Por el contrario, el capitalismo es en sí mismo
una forma de producción de mercancías, de ahí que se haga imprescin­
dible establecer de forma explícita el calificativo de «precapitalista».
Tal vez pueda argüirse que el nombre más adecuado para el sistema sea
el de «producción simple de mercancías», ya que es éste un concepto per­
fectamente establecido dentro de la teoría marxista. No obstante, creo que
emplear dicho término en este sentido puede llevarnos a una innecesaria
confusión. La producción simple de mercancías se define usualmente como
un sistema de productores independientes que poseen sus propios medios
de producción y satisfacen sus necesidades por medio de intercambios mu­
tuos. Hay buen número de razones que justifican la utilidad de esta cons­
trucción teórica; por ejemplo, nos permite presentar el problema del valor
de cambio en su formulación más sencilla, y también nos ayuda a clari­
ficar la naturaleza de las clases y sus relaciones con los medios de pro­
ducción. Por el contrario, en la producción precapitalista de mercancías el
más importante de los medios de producción, la tierra, se halla la mayor
parte de las veces en manos de una clase de no productora, hecho que
basta por sí sólo para distinguirla claramente del concepto usual de pro­
ducción simple de mercancías.
PAUL SWEEZY 69

sen tan problemas radicalmente distintos y que deben analizarse


por separado.
Podría considerarse que una caracterización como ésta de la
transición del feudalismo al capitalismo entra en conflicto con el
punto de vista marxista tradicional. Sin embargo, creo que no
es así. Se limita a poner de manifiesto explícitamente ciertos pun­
tos que se hallan implícitos en dicho tipo de análisis. Escribió
Marx:

Aunque los primeros indicios de producción capitalista se


presentan ya, esporádicamente, en algunas ciudades del Medi­
terráneo durante los siglos x iv y xv, la era capitalista sólo data,
en realidad, del siglo xvi. A llí donde surge el capitalismo hace
ya mucho tiempo que se ha abolido la servidumbre y que el
punto de esplendor de la Edad Media, la existencia de ciuda­
des soberanas, ha declinado y palidecido.

Y dice en otra parte:

La circulación de mercancías es el punto de arranque del


capital. La producción de mercancías y su circulación desarro­
llada, o sea, el comercio, forman las premisas históricas en que
surge el capital. La biografía moderna del capital comienza en
el siglo xvi con el comercio y el mercado mundiales.36

A mi juicio, estas afirmaciones implican de forma inconfundi­


ble una idea de la transición del feudalismo al capitalismo tal
como la que he sugerido.37
36. El capital, vol. I, p. 609 y p. 103.
37. Desde luego, he seleccionado estas citas de Marx por su concisión
y claridad, pero es evidente que una serie de citas aisladas no basta para
confirmar o refutar el punto en litigio. El lector que desee formarse su
propia idea sobre el punto de vista de Marx acerca de la transición del
feudalismo al capitalismo deberá estudiar con todo cuidado, por lo menos,
las siguientes partes de El capital: vol. I, caps. XXIV y XXV; vol. III,
caps. XX y XLVII.
En ciertos aspectos, los manuscritos recién publicados que Marx escri­
bió durante el invierno de 1857-1858 mientras preparaba la Crítica de la
DEL FEUDALISMO AL CAPITALISM O
70
Debemos precavernos contra la posibilidad de llevar demasia­
do lejos esta línea de razonamiento sobre la transición del feuda­
lismo al capitalismo. En particular, creo que sería ir demasiado
lejos clasificar la producción precapitalista de mercancías como un
sistema social su i g e n e r is en pie de igualdad con el feudalismo, el
capitalismo y el socialismo. No había ninguna relación de produc­
ción verdaderamente dominante que impusiera su sello a todo el
sistema. Quedaban todavía, abundantes vestigios de servidumbre y
el trabajo asalariado vivía unos inicios vigorosos, pero las formas
de relación laboral más extendidas desde un punto de vista esta­
dístico eran claramente inestables y no podían proporcionar las
bases de un sistema social viable. Así ocurría especialmente con
las relaciones entre los señores y los terrazgueros que pagaban una
renta en dinero (según Christopher Hill, «la inmensa mayoría de
los que trabajaban el campo inglés en el siglo xvi»). Marx analizó
esta relación con mucho cuidado en un capítulo titulado «La géne­
sis de la renta capitalista del suelo», e insistió en que el único
modo correcto de interpretarla era tomándola como una forma
de transición:
La transformación de la renta en productos en renta en
dinero, que se opera primero de un modo esporádico y luego
en un plano más o menos nacional, presupone un desarrollo ya
bastante considerable del comercio, de la industria urbana y de
la producción de mercancías en general y, por tanto, de la cir­
culación monetaria ... La renta en dinero como forma transfi­
gurada de la renta en productos y por oposición a ella es, sin
embargo, la forma final y, al mismo tiempo, la forma de diso­
lución del tipo de renta del suelo que hemos venido exami­

economía política son aún más valiosos en cuanto a revelar sus ideas sobre
el carácter de la transición del feudalismo al capitalismo. Cf. Grundrisse,
especialmente la sección titulada «Formas que preceden a la producción
capitalista», que se inicia en vol. I, p. 433. Sin embargo, para examinar de
forma adecuada esta fuente habría que dedicarle la atención de un largo
artículo, y aquí sólo puedo indicar que mi propia interpretación de Marx,
que ya estaba plenamente formada antes de consultar los Grundrisse,
quedó confirmada por este nuevo material.
PAUL SWEEZY 71
nando, o sea, la renta del suelo como forma normal de la plus­
valía y del trabajo sobrante que ha de rendirse al propietario
de las condiciones de producción ... En su desarrollo ulterior la
renta en dinero tiene que conducir ... bien a la transformación
de la tierra en propiedad campesina libre, o bien a la forma
propia del régimen capitalista de producción, a la renta abona­
da al terrateniente por el arrendatario capitalista.38

Por otra parte, no es éste el único tipo de relación inestable


dentro de la economía precapitalista productora de mercancías.
Dobb ha demostrado en un epígrafe muy revelador de su capítulo
sobre el ascenso del proletariado «cuan inestable puede ser una
economía de pequeños productores frente a los efectos desintegra­
dores de la producción para el mercado, especialmente para un
mercado distante, a menos que disfrute de algunas ventajas espe­
ciales que le den fuerza o que se adopten medidas especiales para
proteger a sus miembros más pobres y débiles».39
Así pues, creo que queda justificado concluir que en la me­
dida en que la producción precapitalista de mercancías no fue ni
feudal ni capitalista, era un sistema escasamente viable por dere­
cho propio. Era lo bastante fuerte como para minar y desintegrar
el feudalismo, pero al mismo tiempo demasiado débil para de­
sarrollar una estructura independiente propia. Su única contribu­
ción positiva fue preparar el terreno al victorioso avance del
capitalismo en los siglos x v i i y x v i i i .

A lgun as o b se r v a c io n e s so b r e el su r g im ie n t o del
C A P ITAL ISM O

En general, estoy en completo acuerdo con el análisis del


surgimiento del capitalismo que lleva a cabo Dobb. Creo que su
tratamiento del problema es excepcionalmente claro e iluminador,
y me siento inclinado a calificar este punto como el más destacado

38. El capital, vol. III, cap. XLVII, pp. 738 y ss.


39. Estudios, p. 254.
72 1JI-.L l-J-.UJJAJ.ISMU AL CAP ITA L ISM O

de todo el volumen. Pero encierra dos tesis, claramente considera­


das por el propio Dobb como importantes, que creo precisan un
examen crítico. La primera se refiere al origen del capital indus­
trial en el sentido más amplio del término; la segunda, al proceso
de acumulación originaria.
Dobb cita el capítulo escrito por Marx sobre el «Capital co­
mercial» (vol. III, cap. XX) para apoyar la idea de que el capi­
tal industrial se desarrolla según dos vías principales. El siguiente
pasaje contiene la clave del pensamiento de Dobb:
Según la primera — «el camino realmente revolucionario»— ,
una sección de los propios productores acumuló capital y se
dedicó al comercio, y con el tiempo comenzó a organizar la
producción de forma capitalista, liberándose de las restricciones
artesanales de los gremios. Conforme a la segunda, un sector
de la clase comercial existente comenzó a apoderarse «directa­
mente de la producción», camino que influyó «históricamente
como tránsito», pero llegó a convertirse con el tiempo en un
obstáculo «al verdadero régimen capitalista de producción y
desaparece al desarrollarse éste».40

Dobb hace hincapié de forma acusada en la primera de estas


vías. Así escribe:
Si bien el creciente interés hacia el control de la produc­
ción demostrado por sectores del capital mercantil —hacia el
desarrollo de lo que podría calificarse como sistema delibera­
damente establecido de «explotación mediante el comercio»—
allanaba el camino a este resultado final [a saber, someter la
producción a un auténtico control capitalista], que puede ha­
berlo alcanzado en algunos casos contados, como señalara Marx,
dicho estadio final parece haber ido asociado por lo general al
surgimiento de entre las filas de los propios productores de un
elemento capitalista, mitad fabricante, mitad comerciante, que
empezó a subordinar y a organizar aquellos estratos de los que
acababa de salir.41
40. Estudios, p. 123. Las citaciones internas proceden de El capital,
vol. III, pp. 323 y ss.
41. Estudios, p. 128.
P A U L SWEEZY 73

Y más adelante dice:


Los albores del siglo x v i i asistieron a los primeros pasos
de un notable desplazamiento del centro de gravedad: el pre­
dominio cada vez mayor de una clase de comerciantes-patronos,
surgida de entre las filas de los propios artesanos, de entre los
pequeños propietarios (yeomen) de las grandes compañías.
Este fue el proceso que Marx calificó de «camino realmente re­
volucionario » .42

Luego, tras analizar ampliamente el fracaso del desarrollo de


la producción capitalista en ciertas áreas del continente, a pesar
de sus prometedores comienzos, dice Dobb:
Contemplada a la luz de un estudio comparativo del de­
sarrollo capitalista, la tesis de Marx de que en esta etapa la
aparición de una clase de capitalistas industriales surgida de
las filas de los propios productores es una condición necesaria
para toda transformación revolucionaria de la producción co­
mienza a adquirir una importancia decisiva.43

No obstante, merece la pena señalar que Dobb admite que


«los detalles de este proceso no están nada claros y que hay muy
pocas pruebas directas sobre el mismo».44 De hecho, parece ser
que hay tan pocas pruebas, siquiera de tipo indirecto, que un
crítico se ha visto obligado a observar que «hubiera sido deseable
encontrar más datos que comprobasen el punto de vista, derivado
de Marx, de que la transformación de la producción realmente
revolucionaria y el comienzo del control sobre ésta por parte del
capital mercantil lo lograron hombres salidos de las filas de los
antiguos artesanos».45
Sin embargo, creo que en este caso el verdadero problema no

42. Estudios, p. 134.


43. Estudios, p. 161.
44. Estudios, p. 134.
45. Pérez Zagorín, en Science and Society, XII (primavera 1948),
pp. 280 y ss.
74 DEL FEUDALISMO A L C APITALISM O

es encontrar pruebas (por mi parte, no creo que existan del tipo


necesario), sino interpretar correctamente el pensamiento de Marx.
Reproduzcamos en su totalidad el pasaje en que Marx habla del
«camino realmente revolucionario»:

El tránsito del régimen feudal de producción se opera de un


doble modo. El productor se convierte en comerciante y capi­
talista por oposición a la economía natural agrícola y al artesa­
nado gremialmente vinculado de la industria urbana de la Edad
Media. Este es el camino realmente revolucionario. O bien el
comerciante se apodera directamente de la producción.Y por
mucho que este último camino influya históricamente como
tránsito — como ocurre, por ejemplo, con el clothier inglés del
siglo- x v i i , que coloca bajo su control a los tejedores, a pesar
de ser independientes, les vende la lana y les compra, el paño— ,
no contribuye de por sí a revolucionar el antiguo régimen de
producción, sino que, lejos de ello, lo conserva y lo mantiene
como su premisa.46

Como puede apreciarse fácilmente, Marx no dice en ningún


momento que surjan capitalistas de entre los artesanos. Desde
luego, la expresión utilizada por Marx — «el productor se con­
vierte en comerciante y capitalista»— podría tener este significa-^
do, pero lo mismo podría querer decir que el productor, cuales­
quiera que sean sus antecedentes, inicia su carrera actuando simul­
táneamente como comerciante y patrono de trabajadores asalaria­
dos.Creo que todo el contexto tiende a indicar que esta última
es la interpretación más razonable. A mi juicio, lo que contrasta
Marx es el lanzamiento de auténticas empresas capitalistas y el
lento desarrollo del trabajo domiciliario (p u ttin g-o u t s y s t e m ). No
hay indicio alguno de que le preocupara de dónde surgía el nuevo
tipo de productores. Además, cuando trata explícitamente este
problema en el primer volumen de El capital, sus palabras son
totalmente irreconciliables con la interpretación que nos ofrece
Dobb del pasaje citado anteriormente.

4 6 . El capital, v o l. I I I , p . 3 2 3 .
PAUL SWEEZY 75

La génesis del capitalista industrial [escribe Marx] no se de­


sarrolla de un modo lento y paulatino como la del arrendatario.
Es indudable que ciertos pequeños maestros artesanos y, toda­
vía más, ciertos pequeños artesanos independientes, e incluso
obreros asalariados, se convirtieron en pequeños capitalistas, y
luego, poco a poco, mediante la explotación del trabajo asala­
riado en una escala cada vez mayor y la acumulación consi­
guiente, en capitalistas sans phrase ... Sin embargo, la lentitud
de este método no respondía en modo alguno a las exigencias
comerciales del nuevo mercado mundial, creado por los grandes
descubrimientos de fines del siglo xv.47

Con estas observaciones se inicia el capítulo titulado «Géne­


sis del capital industrial». La mayor parte del resto del mismo
está dedicada a describir los métodos de comercio y pillaje que
permiten acumular grandes cantidades de capital con mucba me­
nor «lentitud». Y aunque Marx dice muy poco acerca de los
métodos que canalizaron tal acumulación hacia la industria, se
hace bastante difícil creer que asignara un papel importante en
este proceso a los productores salidos del artesanado o de entre
los trabajadores asalariados.
Si interpretamos a Marx en el sentido de que el «camino real­
mente revolucionario» era que quienes dispusieran de capital lo
invirtieran en la creación de auténticas empresas capitalistas sin
pasar por las etapas intermedias del trabajo domiciliario, creo
que nos será fácil encontrar datos en apoyo de este esquema.
Nef ha demostrado de forma concluyente (claro que sin mencio­
nar para nada a Marx) que lo que él denomina primera revolu­
ción industrial inglesa (entre 1540 y 1640 aproximadamente) es­
tuvo precisamente caracterizada en gran parte por ese tipo de
inversión en industrias tan «nuevas» como la minería, la metalur­
gia, las cervecerías, el refinado del azúcar y la producción de
jabón, alumbre, cristal y sal.48 Y la prueba de que era un «camino
realmente, revolucionario» nos la proporcionan los resultados de la
47. El capital, vol. I, p. 637.
48. J. U. Nef, Industry and government in Eranee and E ngland1540-
1640, Filadelfia, 1940, especialmente los caps. I y III.
76 DEL FEUDALISMO A L CAPITALISM O

primera revolución industrial inglesa: su supremacía económica


sobre todas las naciones rivales y el hecho de que se diera allí
la primera revolución política burguesa.
Me centraré ahora en la segunda tesis de Dobb sobre el sur­
gimiento del capitalismo que creo'requiere un examen crítico. Mis
comentarios aquí podrán ser más breves.
Dobb interpreta el proceso de acumulación originaria como
desarrollado en dos fases muy diferenciadas.49 En la primera, la
burguesía en ascenso adquiere a precio de ganga (y en los casos
más favorables de forma gratuita, como ocurrió con las tierras
de la Iglesia bajo el reinado de Enrique VIII) ciertos bienes y
títulos de riqueza. En esta fase no sólo pasa la riqueza a la bur­
guesía, sino que se concentra cada vez en menos manos. En la
segunda, durante una etapa posterior, se produce la consolidación
real del proceso. Dobb dice que

tan importante como la primera fase del proceso de acumula­


ción fue la segunda, cuando se completó como tal, cuando los
bienes procedentes de la acumulación originaria fueron vendidos
(al menos en parte) y convertidos en dinero con objeto de ha­
cer posible una inversión d e jacto en la producción industrial.
Se vendieron los bienes procedentes de la acumulación para
adquirir (o producir por primera vez) maquinaria para la ela­
boración de algodón, edificios destinados a fábricas, fundicio­
nes de acero, materias primas y mano de obra.50

Que yo pueda apreciar, Dobb no da prueba alguna que corro­


bore la existencia de esta fase de consolidación real del proceso.
Y no es sorprendente, porque , me parece igualmente claro que
no hay motivos para suponer que tal fase haya existido en reali­
dad, o incluso que deba haberexistido.Tal como deja perfecta­
mente claro el propio Dobb,los bienescomprados y acumulados
en pocas manos durante la fase de adquisición eran de diversos
tipos, y entre ellos figuraban las tierras, los títulos de deudas y los

49. ■'Estudios, pp. 177 y ss.


50. Estudios, p. 183.
PAUL SWEEZY 7 7

metales preciosos; dicho en otros términos, tanto bienes líquidos


como bienes inmuebles. También reconoce que durante este perío­
do fue cuando la burguesía creó un mecanismo bancario y credi­
ticio para convertir los bienes inmuebles (en especial la deuda
pública) en bienes líquidos. Bajo tales circunstancias, no se com­
prende como la burguesía podía verse obligada a vender sus
propiedades para obtener el capital necesario a fin de invertir en
la industria. Por otro lado, ¿qué cla se podía comprar bienes a la
burguesía para proporcionarle fondos líquidos? Por descontado,
ello no implica que determinados individuos pertenecientes a la
burguesía no pudieran vender, o vendieran, bienes a otros miem­
bros de su misma dase, o de otras clases, para adquirir fondos
que invertir en la industria, pero no cabe la menor duda de que
no existía otra clase a la que la burguesía en su co n ju n to pudiera
vender bienes durante este período del desarrollo capitalista.
De hecho, aparte de afirmar la importancia y la necesidad
de la fase de consolidación, Dobb hace muy escaso uso de ella.
Cuando llega el momento de analizar las condiciones previas ne­
cesarias para la inversión industrial, demuestra que el comple­
mento necesario a la adquisición de bienes por parte de la bur­
guesía no era su consolidación, sino la destrucción del antiguo
sistema de producción y, especialmente, el desposeimiento de un
número suficiente de trabajadores agrícolas como para formar
una clase dispuesta a trabajar a cambio de un salario. Este análi­
sis es totalmente acertado, y no puedo por menos que lamentar
que las reiteradas afirmaciones de E>obb acerca de la importancia
de la fase de consolidación sirvan para desviar la atención de algu­
nos lectores de su excelente tratamiento de los problemas esencia­
les del período de acumulación originaria.
M a u r ic e D o bb

RESPUESTA

El artículo de Paul Sweezy sobre la transición del feudalismo


al capitalismo plantea.de forma clara y estimulante varios proble­
mas de primer orden cuya discusión no puede menos que bene­
ficiar tanto la comprensión del desarrollo bistórico como la del
marxismo en cuanto método para estudiarlo- Permítaseme decir
ante todo que, personalmente, celebro su aportación a tal debate
por tratarse de un útilísimo estímulo a la prosecución de la re­
flexión y al estudio. Estoy de acuerdo con la mayor parte de sus
puntualizaciones. En algunos de los aspectos en que disiente de
mis. afirmaciones, creo que las diferencias son por lo general de
matiz y de formulación. Sin embargo, en una o dos cuestiones
aparecen diferencias más fundamentales sobre el método y el
análisis, y en tales puntos creo que la interpretación errónea es
la suya.
En primer lugar, no veo demasiado claro si Sweezy rechaza
mi definición de feudalismo o la considera meramente incompleta.
Esta definición, como él dice, se basa en una virtual identificación
del feudalismo con la servidumbre, suponiendo que al referirnos
a esta última no estemos pensando únicamente en la prestación de
s e r v ic io s obligatorios, sino también en la explotación del productor
en virtud de una coacción político-jurídica directa.1 Si lo que

1. Sweezy sugiere que esta ampliación del término es insatisfactoria por-


MAURICE DOBB 79

quiere decir es que el feudalismo así definido abarca algo más


amplio que la forma medieval de la economía europea e incluye
una gran variedad de tipos que (en cualquier estudio sobre el
feudalismo) merece un análisis más cuidadoso, estoy de acuerdo.
Pero cuando se refiere a un « sistem a de producción» parece estar
hablando de algo distinto a lo que acabamos de indicar, al tiempo
que contrasta un sistem a de producción con un modo de produc­
ción, en el sentido que da Marx a este último término. No veo
con excesiva claridad qué es lo que se supone que abarca un sis­
tema de producción. Sin embargo, del contexto se deduce qué el
término está acuñado para englobar las relaciones entre el produc­
tor y su mercado. Incluso hay sugerencias de que estas relaciones
de intercambio (en contraste con las relaciones de producción)
constituyen para Sweezy el núcleo sobre el que centra su atención
al interpretar el proceso histórico. (Por ejemplo, considera que «el
rasgo fundamental del feudalismo» es «ser un sistem a d e p r o d u c ­
c ió n para e l u so » .)
Si es así, creo que nos separa una diferencia fundamental. La
definición que utilicé en mis E stu dios estaba formulada adrede
en términos de las relaciones de producción características del
feudalismo, esto es, de las relaciones existentes entre el productor
directo y su señor. La relación coercitiva, consistente en la extrac­
ción directa del trabajo excedente de los productores por parte
de la clase dpmkiante, estaba condicionada, como es lógico, por
un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Los
métodos de producción eran relativamente primitivos y, al menos

que pueden encontrarse elementos de coacción político-jurídica directa sobre


el trabajo en épocas históricas muy separadas en el tiempo, e incluso en
épocas prácticamente contemporáneas. Siempre que predominen este tipo de
elementos, hay razón más que suficiente para clasificar una economía que los
contemple como feudal, pero si se trata de factores meramente incidentales
y subordinados, su presencia no tiene un carácter determinante. Es obvio
que la existencia incidental de trabajo asalariado no basta para clasificar
como capitalista una determinada sociedad. En la mayor parte de los ca­
sos «incongruentes» que se le ocurren a Sweezy, el trabajo obligatorio,
forzado, es puramente incidental, atípico.
80 DEL FEUDALISMO AL CA P IT A L ISM O

en lo que concierne a la subsistencia de los propios productores,


de un tipo que Marx calificaba como «régimen de pequeña pro­
ducción», en el que el productor posee sus medios de producción
y constituye una unidad productiva individual. Creo que ésta es
la característica fundamental, y cuando diferentes formas económi­
cas tienen en común este rasgo, el elemento común que compar­
ten tiene mucba más importancia que cualesquiera otros aspectos
en que puedan diferir (por ejemplo, en las relaciones de la produc­
ción con el mercado).-. Qué duda cabe, tal relación de producción
admite variaciones considerables según sea la forma que toma la
extracción coactiva del producto excedente; por ejemplo, en pres­
taciones de trabajo personales o a través de la apropiación del tribu­
to, sea en productos sea en dinero.2 Pero la distinción entre estas
dos variantes no corresponde, a la que existe entre el «feudalismo
europeo occidental», al que piensa Sweezy que debiera haberme
ceñido concentrando en él mi atención, y el feudalismo desarrolla­
do en Europa oriental (aunque en el feudalismo asiático parece ser
que predominó la relación tributaria y que fue ésta la que le dio
su rasgo distintivo). Qué duda cabe, las diferencias entre las condi­
ciones imperantes en Europa occidental y Europa oriental fueron
importantes, pero también es cierto que hubo analogías muy
remarcables por lo que respecta a la «forma en que se arrancó al

2. Véase el análisis'de Marx de la «La renta en trabajo, la renta en


productos y la renta en dinero» dentro del volumen III de El capital.
Creo que debe centrarse la atención de modo muy especial en el pasaje
en el que al tratar de este tema dice: «La forma económica específica en
que se arranca al productor directo el trabajo sobrante no retribuido de-
terrñina la relación de señorío y servidumbre tal como brota directamente de
la producción, y repercute, a su vez, de un modo determinante sobre
ella ... La relación directa existente entre los propietarios de las condicio­
nes de producción y los productores directos —relación cuya forma corres­
ponde siempre de un modo natural a una determinada fase de desarrollo
del tipo dé trabajo y, por tanto, a su capacidad productiva social— es la
que nos. revela el secreto más recóndito, la base oculta de toda la cons­
trucción social ... Lo cual no impide que la misma base económica —la
misma en cuanto a sus condiciones fundamentales— pueda mostrar en su
modo dé manifestarse infinitas variaciones y gradaciones» (El capital, vol.
III, p. 733).
M AURICE DOBB 8 1

productor directo el trabajo excedente no retribuido». Creo que


el deseo de presentar el «feudalismo europeo occidental» como un
g e n u s particular y darle sólo a él el título de «feudal» es un pro­
ducto de los análisis de los historiadores, burgueses y de su ten­
dencia a concentrarse sobre características y diferenciaciones jurí­
dicas. '
Por lo que hace referencia al «carácter conservador y resis­
tente al cambio del feudalismo europeo occidental», me muestro
bastante escéptico respecto a la acusación de que se me ha pasado
por alto la necesidad de intervención de alguna. fuerza externa
a él para mudarlo. Cierto es 4ue Por contraste con la economía
capitalista la sociedad feudal es extremadamente estable e inerte,
pero esto no equivale a decir que el feudalismo no tuviera la
menor tendencia al cambio. Afirmar lo contrario equivaldría a
convertirlo en una excepción de la ley general marxista del de­
sarrollo, según la cual toda sociedad económica se ve impulsada
por sus propias contradicciones internas. De hecho, el período feu­
dal fue testigo de considerables cambios en el campo de la técnica,3
y las últimas centurias del feudalismo fueron marcadamente dife­
rentes de las primeras. Además, no-parece que tengamos que
buscar las formas más estables de feudalismo en Europa occi­
dental sino en la oriental, especialmente en las formas asiáticas
de servidumbre tributaria. Por otro lado, cabe señalar que cuando
Marx habla de un mecanismo «adecuadísimo para servir de base
a estados sociales estacionarios, como lo comprobamos, por ejem­
plo, en Asia»,4 se está refiriendo a esa forma, ¿r muy específica­
mente a ella, en la que la apropiación del trabajo excedente se
efectuaba a través de tributos en especies.
Sweezy atempera su afirmación indicando que el sistema feudal
no es forzosamente estático, aunque no por ello deja de sostener
que los movimientos que se dan en su seno «no tienen tendencia
a transformarlo». A pesar de tal matización, sigue en pie la im­
plicación de que bajo el feudalismo la lucha de clases no puede

3. Molly Gibbs, Feudal order, Londres, 1949, pp. 5-7, 92 y ss.


4. El capital, vol. III, p. 737.

6 . — HILTON
82 DEL FEUDALISMO A L CAPITAL ISM O

desempeñar un papel revolucionario. Se me ocurre que quizá


exista una confusión en la raíz de esta negativa a admitir la pre­
sencia de tendencias revolucionarias y transformadoras. Nadie ha
sugerido que la lucha de clases de los campesinos contra los seño­
res lleve de forma sencilla y directa al nacimiento del capitalismo.
Lo que hace en realidad es modificar la dependencia del modo
de pequeña producción con respecto a la clase feudal dominante
y, con el tiempo, liberar al pequeño productor de la explotación
feudal. Más adelante, y a partir del modo de pequeña producción
(en la medida en que garantiza la independencia de acción y de­
sarrolla en su propio seno la diferenciación social), nace el capi­
talismo. Este es un punto fundamental sobre el que volveremos
más adelante.
Mientras defiende su tesis de que un feudalismo internamente
estable sólo podía ser desintegrado con el concurso de una fuerza
externa5 — comercio y mercados— , Sweezy presenta mi propio
punto de vista como si en él se sostuviera que el declive del feu­
dalismo es obra ex clu siva de fuerzas internas y que el incremento
del comercio nada tuvo que ver en este proceso. Parece contem­
plar el problema como si se tratara de una cuestión, b ien de con­
flicto interno b ien de fuerzas externas. Creo que esta- es una
forma harto simplista, incluso mecánica, de presentar los hechos.
Pienso que se trata de una interacción de ambos tipos de facto­
res, aunque, bien es cierto, concedo una importancia primordial
a las contradicciones internas, pues, a mi juicio, éstas operarían
fuera cual fuese la situación (aunque de acuerdo con una escala
cronológica distinta según el caso) y de hecho son las que deter­
minan la forma y la dirección concretas de los efectos ejercidos
por las influencias externas. No niego en modo alguno que el
crecimiento de las ciudades mercantiles y del comercio desempe­
ñaron un importante papel como aceleradores de la disgregación
del viejo modo de producción. Lo que afirmo es que el comercio

5. Su indicación de que «ciertos desarrollos históricos, de hecho, sólo


pueden explicarse acudiendo a causas externas al sistema» no nos permite
dudar de que esa es su opinión.
MAURICE DOBB 8 3

ejerció su influencia en la medida en que acentuó los conflictos


internos del antiguo modo de producción. Por ejemplo, el creci­
miento del comercio (como he señalado en varios puntos de mis
E studios) 6 aceleró el proceso de diferenciación social dentro del
régimen de pequeña producción creando, por un lado, una clase
kulak, y por otro, un semiproletariado. Además, tal como remarca
Sweezy, las ciudades actuaban a modo de imanes sobre los siervos
fugitivos. No me interesa demasiado discutir si tal huida de los
siervos se debió más a la atracción de los imanes urbanos (y, de
forma alternativa, en ciertos lugares de Europa, al atractivo de
las tierras libres) o a la fuerza de repulsión de la explotación feu­
dal. Evidentemente, ambos factores jugaron su papel, en grados
distintos según el momento y el lugar. Pero el efecto específico
que tuvo dicha huida se debió al carácter concreto de las relacio­
nes entre el siervo y el explotador feudal.7
De ahí que no esté de acuerdo en que deba «demostrar que
tanto la creciente necesidad de ingresos de la clase feudal domi­
nante como el abandono de la tierra por parte de los siervos pue­
den explicarse en términos de fuerzas que operan en el seno del
sistema feudal», o que «el crecimiento de las ciudades constituyó
un proceso interno del sistema feudal» (aunque hasta cierto punto
creo que esto último es cierto y que, precisamente porque el
feudalismo estaba muy lejos de ser una «economía natural» pura,
alentaba a las ciudades para que satisfacieran sus necesidades de
comercio a larga distancia). Al mismo tiempo, creo que Sweezy
se equivoca al afirmar que existe forzosamente una correlación
entre la desintegración feudal y «la cercanía a los centros comer­
ciales». En mis E studios aporto una serie de pruebas para refu­
tar esta idea simplista que han popularizado ciertos teóricos de la

6. Estudios, pp. 60-62 y 253 y ss.


7. Por cierto, coincido totalmente con la importante indicación seña­
lada por Swee2y de que quizá no fuera demasiado significativa la magni­
tud dé la huida hada las ciudades, pero la amenaza que podía represen­
tar (acompañada tal vez por un movimiento de dimensiones reducidas)
quizá fuera suficiente para obligar a los señores a hacer concesiones, con
lo que se debilitaba gravemente el feudalismo.
8 4 DEL FEUDALISMO A L CA PITALISM O

«economía monetaria». Me limitaré aquí a señalar de nuevo dos


ejemplos. En Inglaterra, donde más pronto desapareció la servi­
dumbre bajo la forma de prestaciones personales fue en las regio­
nes atrasadas del norte y el 'oeste, mientras que en el sudeste, zona
más avanzada a causa de sus mercados urbanos y de su vinculación
con las rutas comerciales, fue el lugar donde persistió por más
tiempo. De modo análogo, en muchas partes de Europa oriental",
la intensificación de la servidumbre durante los siglos xv y XVI
vino asociada al incremento del comercio, y no hubo correlación
entre la proximidad a los mercados y la desintegración feudal
(como afirma Sweezy), sino entre aquélla y el reforzamiento de
la servidumbre.8 Sweezy menciona estos hechos, pero ello no le
impide sostener que las relaciones feudales sólo estaban consoli­
dadas a prueba de desintegración «en la periferia de la economía
de intercambio»’.
El hecho de que el «sistema de producción» sobre el que
Sweezy concentra su atención tiene mucho más que ver con la.
esfera del intercambio que con la de las relaciones de producción
queda de manifiesto a través de una sorprendente omisión en su
análisis. En parte alguna presta atención más que de forma inci­
dental a lo que yo considero un punto crucial, a saber, que la
transición del apropiamiento coercitivo del trabajo excedente por
parte de los terratenientes al empleo de mano de obra libremente
contratada debe haber dependido de la existencia de mano de
obra barata en el mercado de trabajo (esto es, de elementos prole­
tarios o semiproletarios). Creo que éste ha sido un factor mucho
más importante que la proximidad a los mercados en cuanto a
determinar la supervivencia o la disolución de las antiguas relá-
ciones sociales. Por descontado, existió una interacción entre
este último factor y el incremento del comercio; en particular,
como ya he dicho antes, cabe reseñar el efecto del incremento
comercial sobre el proceso de diferenciación social dentro del
modo de pequeña producción. Pero, ¿cabe acaso la menor duda
de que este factor desempeñó un papel decisivo en la determina­

8 . E studios p p . 3 8 -4 2 .
M AURIC E DOBB 85

ción de los efectos concretos que tuvo el comercio en cada lugar


y en los diferentes momentos? Posiblemente Sweezy minusvalore
este factor por considerar que su evidencia hace innecesario re­
marcarlo, o quizá lo haga pensando que el arriendo de tierras a
cambio de una renta monetaria constituye la etapa inmediatamente
posterior a la prestación de servicios. Esta ultima consideración
nos obliga a plantearnos la siguiente pregunta: «¿Qué desplazó
al feudalismo en Europa?».
Estoy completamente de acuerdo con Sweezy en considerar
que desde un punto de vista económico la sociedad europea occi­
dental entre comienzos del siglo x iv y finales del xvi era enorme­
mente compleja y se encontraba en una etapa de transición, en­
tendiendo por tal que las viejas formas estaban en proceso de
rápida desintegración al tiempo que iban apareciendo otras nuevas.
También coincido en considerar que durante este período el modo
de pequeña producción estaba en vías de emanciparse de la
explotación feudal, pero que todavía no estaba ligado (al menos
de forma significativa) a las relaciones capitalistas de producción,
que con el tiempo acabarían destruyéndolo. Además, creo que
tiene una importancia vital reconocer este hecho si se quiere com­
prender de forma adecuada la transición del feudalismo al capita­
lismo. Pero Sweezy va más allá al mencionarlo como fase de
transición en un sentido que excluye la posibilidad de que siguiera
siendo feudal (incluso, ni como economía feudal en una avanzada
fase de desintegración). Por mi parte, creo que tal postura sólo
es comprensible si lo que se persigue es considerarlo como un
modo de producción diferenciado su i g e n e r i s , que no es ni feudal
ni capitalista. Pienso que se trata de un planteamiento insostenible,
y Sweezy parece compartir esta opinión pues no lleva su tesis
hasta este extremo-. Por tanto, estas dos centurias parecen quedar
incómodamente suspendidas en el firmamento entre el cielo y la
tierra, lo que quizá incline a clasificarlas como híbridos sin filia­
ción dentro del proceso del desarrollo histórico. Aunque este tipo
de respuesta pudiera ser adecuado desde un punto de vista pura­
mente evolutivo del desarrollo histórico a través de fases o siste­
mas sucesivos, tengo que argüir que no encaja en una visión revo­
86 DEL FEUDALISMO A L CA P IT A L ISM O

lucionaria de dicho desarrollo — en una visión de la historia como


sucesión de sistemas de clases, con la revolución social (en el sen­
tido de transferencia del poder de una clase a otra) como mecanis­
mo crucial de la transformación histórica.
La pregunta clave que, al parecer, no se ha planteado Sweezy
(o si lo ha hecho parece que ha eludido su respuesta) es la siguien­
te: ¿Qué clase era la dominante durante el período que nos ocu­
pa? Dado que, como reconoce el propio Swee2y, no existía toda­
vía una producción capitalista desarrollada, no puede haberse tra­
tado de una clase capitalista. Si se responde que era algo inter­
medio entre feudal y capitalista, bajo la forma de una burguesía
que aún no había invertido su capital en el desarrollo de un modo
de producción burgués, nos sumergimos indefectiblemente en el
pantano pokrovskyano del «capitalismo mercantil». Si la clase
dominante estaba formada por una burguesía mercantil, el estado
debió haber sido algún tipo de estado burgués. Y si el estado ya
era burgués, no sólo en el siglo xvi, sino incluso antes, a comien­
zos del xv, ¿cuál fue el resultado esencial de la guerra civil del
siglo x v i i ? Según este punto de vista, no pudo haber sido la revo­
lución burguesa. Así pues, nos vemos enfrentados a la alternativa
de aceptar una suposición como la expuesta hace ya algunos años
en un debate sobre este mismo problema, la de que se trataba
de ía lucha frente a una tentativa de co n íra T iev o lu ció n organizada
por la Corona y la Corte para oponerse a un poder estatal burgués
y a e x is te n te .9 Pero además, nos hallamos ante la alternativa de,
o bien negar que haya existido algún momento histórico crucial
calificable de revolución burguesa, o bien de buscar tal revolución
burguesa en alguna época anterior a la era Tudor.
He aquí un problema que ha ocupado una posición central en
las discusiones entre los historiadores, marxistas ingleses durante
los últimos años. Por otra parte, el problema más general de pre­
cisar la naturaleza de los estados absolutistas durante esta misma

9. P. F., en el curso de un debate sobre el folleto de Christopher


Hill The English revolution 1640, comentario publicado en el Labour
Monthly (1941).
MAURICE DOBB 87

época también fue objeto de debate entre los historiadores sovié­


ticos justo antes de la guerra. Si rechazamos las opciones antes
mencionadas, sólo nos queda la posibilidad de aceptar (y a mí
me parece la suposición correcta) que la clase dominante seguía
siendo feudal y que el estado seguía siendo el instrumento político
de su dominio. Y si es así, dicha clase dominante debió depender
para la obtención de sus ingresos de los métodos fe u d a le s super­
vivientes de explotación del modo de pequeña producción. Cierta­
mente, puesto que el comercio había pasado a ocupar un lugar
predominante dentro de la economía, dicha clase dominante mos­
tró interés por él (igual que lo habían hecho muchos monasterios
medievales en pleno apogeo del feudalismo), asociándose económi­
camente con ciertos sectores de la burguesía mercantil (en especial
con los comerciantes dedicados a la exportación) y políticamente
consigo misma (de ahí que emergieran de entre sus filas muchas
de las figuras de la «nueva aristocracia Tudor»). Por consiguiente,
esta forma de explotación feudal en disolución a lo largo del pe­
ríodo de poder estatal centralizado era muy distinta de la explota­
ción feudal de siglos precedentes, y no cabe la menor duda de que
en muchos aspectos el «tegumento» feudal estaba sometido a un
desgaste vertiginoso. Asimismo, también es cierto que la explota­
ción feudal del modo de pequeña producción adoptó sólo en casos
excepcionales la forma clásica de la prestación de servicios perso­
nales, siendo predominante la recepción de rentas monetarias.
Pero mientras la coerción política y las presiones del derecho
consuetudinario señorial siguieron dominando las relaciones eco­
nómicas (como sucedió en zonas muy extensas de la campiña
inglesa) y no existió un mercado libre para la tierra (al tiempo
que libertad de movimientos para los trabajadores), no es lícito
afirmar que la forma de explotación que nos ocupa se hubiera
deshecho de sus rasgos feudales, aunque éstos se manifestaran de.
modo degenerado y en proceso de rápida desintegración.
A este respecto, creo conveniente recalcar que en el pasaje
de Marx sobre la renta monetaria que cita Sweezy,10 la renta en

1 0 . El capital, v o l. I I I , cap . X L V II.


88 DEL FEUDALISMO A L CAP ITA L ISM O

dinero de la que habla Marx no es todavía la renta del suelo ca­


pitalista, donde el campesino, como arrendatario independiente,
paga una renta contractual, sino que sigue siendo (por implicación
manifiesta) una forma de renta feudal, incluso cuando se trata
de una forma en disolución («la renta en dinero, como forma trans­
figurada de la renta en productos y por oposición a ella es, sin
embargo, la form a final y, al mismo tiempo, la form a de diso­
lución del tipo de renta del suelo que hemos venido examinan­
do...»). Más arriba, en la misma sección, Marx dice que «la base
de esta clase de renta ... sigue siendo la misma que la de la renta
en productos, la cual constituye el punto de partida. El produc­
tor directo es, lo mismo que era antes, poseedor ... de la tierra,
obligado a rendir coactivamente al terrateniente ... el trabajo
remanente ... bajo forma del producto sobrante transformado en
dinero».11
Intentaré ser breve en mi réplica a los dos puntos finales de
la crítica de Sweezy. En cuanto al destacado papel que desempe­
ñaron los capitalistas incubados por el modo de pequeña produc­
ción en los albores del "capitalismo, creo que hay pruebas más que
suficientes,12 sea cual sea la interpretación correcta del crucial
pasaje de Marx sobre este problema (y sigo creyendo que la inter­
pretación correcta es la que se le suele dar). Algunas de tales prue­
bas se citan en el capítulo IV de mis Estudios. No hay duda
alguna de que se trata de un asunto que merece investigarse más
a fondo de lo que hasta ahora se ha hecho, pero por lo menos
Tawney ya ha demostrado la importancia del ascenso de la pe­
queña y mediana burguesía de este período. Hay suficientes prue­
bas de que difícilmente puede sobreestimarse la importancia de la
empresa kulak en las aldeas. Hay signos de que aparece en época
muy temprana, contratando el trabajo del « cotter » más pobre que

11. El capital, vol. III, p. 738. [Los subrayados aparecen en la ver­


sión castellana, no así en la inglesa.] (N. del t.)
12. El pasaje de mi libro, que cita Sweezy, en el que indico que «hay
muy pocas pruebas directas sobre el mismo» alude a «los detalles del pro­
ceso», no a la existencia misma de este tipo de capitalista ni al papel que
desempeñó.
MAURICE DOBB 89
él, y de que en el siglo xvi introduce nuevos y perfeccionados
métodos, a una escala bastante grande, de cultivos en zonas cer­
cadas (e n c lo s u r e fa rm in g). Los historiadores de este período han
puesto de manifiesto en fecha reciente que uno de los rasgos dis­
tintivos del desarrollo en la era Tudor fue la facilidad con que
los pequeños propietarios kulak ascendieron en la escala social
hasta convertirse en una pequeña nobleza mediante la compra de
feudos y el ingreso en las filas de la hidalguía (sq u ir ea r ch y ).
Como ha sugerido Kosminsky, es muy probable que ya tuvieran
un papel descollante incluso en la revuelta campesina de 1381.
Buena parte de su prosperidad (en cuanto a su capacidad patronal
para ofrecer trabajo) la debieron al descenso de los salarios reales
durante la inflación Tudor, y fue la pequeña nobleza y los kulaks
en. ascenso quienes organizaron a gran escala la industria pañera
no urbana. Evidentemente, constituyeron una fuerza impulsora de
primordial importancia en la revolución burguesa del siglo xvn
y, en particular, se convirtieron en el armazón del New Model
Army creado por Cromwell. Por otro lado, el sol hecho de su
existencia constituye, a mi modo de ver, una clave para com­
prender las posturas adoptadas por las diferentes clases en la
revolución burguesá. En especial, para ver qué razones llevaron
al capital mercantil, lejos de desempeñar siempre una función
progresista, a aliarse muy a menudo con la reacción feudal.
De modo análogo, en los gremios artesanales urbanos existían
muchos empresarios de un tipo similar dedicados al comercio y
a emplear a artesanos más pobres bajo el sistema de trabajo
domiciliario. Ya he sugerido (y si no recuerdo mal la idea original
procede de los trabajos de Unwin) que tales desarrollos son los
responsables de los movimientos gremiales que se detectan a fina­
les del siglo xvi y comienzos del xvii, en particular del ascenso
de las nuevas corporaciones de la era Estuardo. Hasta donde nos
es dado vislumbrar, fueron gentes como los pañeros no urbanos
quienes apoyaron con todas sus fuerzas la revolución inglesa, y no
los ricos propietarios de cartas patentes, como los mencionados
por Nef, muchos de los cuales eran adictos al rey porque depen­
dían del privilegio y éste derivaba de su influencia en la corte.
90 DEL FEUDALISMO A L C A P IT A L ISM O

No entiendo cómo se puede negar la importancia de esta línea de


desarrollo al abordar la génesis de la primera fase del capitalismo/
el estadio previo a la revolución industrial.13 Incluso en plena revo­
lución industrial muchos de los nuevos empresarios eran indivi­
duos de poca importancia que habían comenzado como «comer­
ciantes-fabricantes» dentro del sistema de trabajo domiciliario. Cier­
to es que algunas industrias, como por ejemplo las del hierro o
el cobre, que necesitaban la inversión de grandes capitales, se
desarrollaron según un esquema muy diferente. Pero en todo caso
fueron las condiciones tecnológicas las que determinaron si el
pequeño capitalista salido de las filas de los productores podía
o no convertirse en un pionero del nuevo modo de producción.
Y hasta el advenimiento de los cambios técnicos asociados a la
revolución industrial (a lgu n o s de ellos, cierto es, acaecidos ya un
par de siglos antes), el pequeño capitalista pudo seguir desempe­
ñando un papel preeminente.
En cuanto a la llamada «fase de consolidación real» del pro­
ceso de acumulación, debo reconocer que Sweezy ha puesto el
dedo en la llaga. Sobre este punto yo tengo mis propias dudas y
comprendía ya al redactar el texto que los datos aportados resul­
taban insuficientes. Pero el que dicha fase haya existido o no no
afecta para nada a mi argumento principal, a saber, que la esencia
del proceso de acumulación la constituye el d e s p o s e i m i e n to de
13. Sweezy cita el pasaje de Marx para recalcar que este proceso avan­
zaba con «lentitud» en comparación con las posibilidades totales de expan­
sión. Pero también se estaba desarrollando con «lentitud» el capitalismo
(si se compara con su velocidad de desarrollo ulterio'r) durante «la in­
fancia de la producción capitalista» de la que está hablando Marx en este
punto. Qué duda cabe, ésta fue la razón por la que no culminó tal trans­
formación hasta que la nueva burguesía se hubo hecho con el poder po­
lítico y (como dice Marx más adelante, en el mismo capítulo) y comenzó a
valerse «del poder del estado ... para acelerar a pasos agigantados el pro­
ceso de transformación del régimen feudal de producción en el régimen
capitalista y acortar los intervalos». Entonces, pero sólo entonces, pudo
acelerarse la lentitud del ritmo del progreso anterior y sentar las bases
para un rápido crecimiento de la revolución industrial. [Esta última cita
marxiana corresponde a El capital, vol. I, cap. XXIV, pp. 638-639. Los
subrayados aparecen en la versión castellana, no así en la inglesa.] (N. del t.)
MAURICE DOBB 91

otros, y en modo alguno la mera adquisición de ciertos niveles


particulares de riqueza por parte de los capitalistas. Sin embargo,
esto no equivale a negar su plaza al enriquecimiento del burgués
por caminos no directamente expropiatorios, en cuyo caso sigo
creyendo que distinguir entre las «dos fases» mantiene cierta im­
portancia. Creo que se trata de un punto en el que sería útil
llevar a cabo una investigación según el método marxista, y sigo
pensando que la hipótesis de la «segunda fase» corresponde a algo
real.
Podemos convenir en que no es el caso de que la burguesía
consolide de forma real unos "bienes, previamente acumulados, a
expensas de una n u e v a clase. De hecho, no es necesario que pro­
ceda a ello c o m o cla se, puesto que una vez creado el proletariado
el único «costo» que tiene para la burguesía (tomada en su con­
junto) la extensión de la producción capitalista es el de propor­
cionar a los obreros sus medios de subsistencia (en forma de
salarios), hecho del que eran plenamente conscientes los economis­
tas clásicos. La posesión de tierras, de casas de campo, etc., no
bastaba por sí sola para ayudarles a proporcionar dichos medios
de subsistencia. Aun cuando hubieran podido vender sus propie­
dades a terceros, no habrían forzosamente aumentado con ello
— si dejamos al margen el comercio exterior— los fondos de sub­
sistencia necesarios para la sociedad capitalista contemplada como
un todo. Pero lo que puede decirse para una clase contemplada
globalmente, quizá no sea cierto para una parte de ella, que (como
sugiere Sweezy) quizá se encontrara en dificultades por carecer
de suficientes fondos líquidos para conformar un capital indus­
trial sólido. Es pues muy posible que tenga perfecto sentido hablar
de un estrato de la burguesía (imbuido del deseo de comprar
fuerza de trabajo, es decir, de invertir en la producción) que
vende tierras u obligaciones a otros estratos de la burguesía que
todavía desean adquirir riquezas bajo tales formas. Desde luego
puede muy bien ser que todas las inversiones necesarias para
financiar la revolución industrial procedieran de la ren ta líquida de
los nuevos capitanes de la industria de la época, los Darby, Dale,
Wilkinson, Wedgwood y Radcliffe. En tal caso, no hay nada
92 DEL FEUDALISMO AL C A P IT AL ISM O

que añadir, y puede hacerse caso omiso de las formas de enri­


quecimiento burgués previo que hemos mencionado como facto­
res concurrentes en la financiación del crecimiento industrial. Sin
embargo, a primera vista parece muy poco probable que así fuera.
No tengo noticias de que se haya trabajado muy a fondo acerca
de las fuentes de financiación de proyectos de obras públicas
tales como los primeros canales y ferrocarriles en Inglaterra. Sabe­
mos que muchos de los nuevos empresarios se vieron en dificul­
tades a causa de la falta de capital, y que gran parte del que se
utilizó en la expansión de la industria algodonera a principios del
siglo xix procedía de comerciantes en productos textiles. El rápido
y efímero crecimiento de los inestables «bancos rurales» a prin­
cipios del siglo xix, creados precisamente para llenar dicha laguna,
es una prueba clara de que el sistema crediticio no estaba desa­
rrollado de forma adecuada para satisfacer las necesidades de una
industria en desarrollo. Parece una hipótesis digna de investiga­
ción ver cómo en el siglo xvm se produjeron numerosas ventas
de títulos y terrenos a personas como los «nababs» retirados de
las Indias orientales por parte de individuos que, entonces o des­
pués, utilizaron estos ingresos para invertirlos en la industria y el
comercio de la época, en pleno proceso de expansión. Fue a través
de una de estas vías — en un proceso con dos fases— que la
riqueza adquirida mediante el saqueo colonial fertilizó la revolu­
ción industrial.
Aunque el volumen de bienes que cambiaron de manos no
fuera considerable, creo que mi «segunda fase» no está totalmente
injustificada. Quizá resulte significativa (si bien desde un enfoque
algo diferente) como indicio de un período en que la burguesía,
considerada como un todo, empezaba a preferir la inversión en
medios de producción y en fuerza de trabajo que la posesión de
objetos de valor, de títulos o de tierras. Aunque de hecho no
se diera una venta a gran escala de estos últimos tipos de bienes,
la transformación que apuntamos puede haber tenido una gran
influencia sobre los precios de los mismos y sobre las actividades
económicas y sociales.
K o h a c h ir o T a k a h a s h i

CONTRIBUCIÓN AL DEBATE

Los E studios s o b r e e l d esa rro llo d e l ca pita lism o (Londres,


1946) de Maurice Dobb plantean numerosos problemas metodoló­
gicos de importancia. Entre ellos, un caso concreto de un problema
por el que no podemos dejar de sentir un profundo interés: dilu­
cidar cómo una fase nueva y más desarrollada de la ciencia de la
historia económica puede integrar en su propio sistema, al tiempo
que utilizarlos, los resultados positivos obtenidos en cpocas pre­
cedentes por los historiadores económicos y sociales.'La crítica
de los E studios llevada a cabo por el competente economista ame­
ricano P. M. Sweezy 1 y la réplica de Dobb 2 a la misma, al indi­
car con mayor claridad el carácter y ubicación de las cuestiones
en disputa, proporcionan a los historiadores japoneses una opor­
tunidad (tras el aislamiento sufrido durante los años de la última
contienda mundial) de evaluar el actual nivel teórico de la his­
toria económica en Europa y América.
Dado que los E studios de Dobb se ciñen exclusivamente al
desarrollo del capitalismo inglés, cabe señalar la insuficiente aten­
ción que presta a los trabajos franceses y alemanes sobre el tema,
por otro lado en nada inferiores a los ingleses. Deben estudiarse
estas fuentes, y no sólo para obtener un conocimiento más global

1. «Crítica», supra, pp. 43-77.


2. «Respuesta», supra, pp. 78-92.
94 DEL FEUDALISMO AL CAPITA L ISM O

de las estructuras capitalistas comparadas, sino para establecer


con mayor precisión las leyes del desarrollo histórico. Limitaré
aquí mis comentarios a Europa occidental, pues considero prema­
turo introducir en esta polémica datos históricos sobre la organiza­
ción feudal en el Japón y otros países asiáticos, así como hablar
de la formación del capitalismo en ellos. Si participan críticamente
en el debate los historiadores que comparten un mismo enfoque
sobre los problemas relativos a los diferentes países, la contro­
versia Dobb-Sweezy podría sentar las bases para futuros progre­
sos colectivos en este campo de estudio.

Tanto los E studios de Dobb como la crítica de Sweezy se


abren con definiciones conceptuales genéricas del feudalismo y el
capitalismo, no como meras cuestiones de terminología, sino poi­
que llevan implícitos determinados métodos de análisis histórico.
Puesto que Sweezy no nos ofrece una definición clara y explícita
del feudalismo, no sabemos con exactitud cuáles considera que son
sus raíces. Sin embargo, fuera cual fuese el caso, la transición del
feudalismo al capitalismo se halla vinculada a un cambio en el
modo de producción, y uno y otro deben ser determinadas fases
de la estructura socioeconómica, categorías históricas. Una com­
prensión racional del feudalismo presupone una comprensión cien­
tífica del capitalismo como categoría histórica.3 Dobb, rechazando
las concepciones tradicionales más extendidas entre los historia­
dores «burgueses», busca la esencia de la economía feudal en las
relaciones entre los productores directos (artesanos y campesinos)
y sus señores feudales. Este enfoque caracteriza el feudalismo
como un modo de producción, es el punto central de la definición
propuesta por Dobb y, en general, hace coincidir el feudalismo
con el concepto de servidumbre. El feudalismo es «una obliga­
ción impuesta al productor, por la fuerza e independientemente de

3 . M arx , Contribución a la crítica de la economía política.


K O H A C H IR O TAKAH ASH I 95

su voluntad, de satisfacer ciertas demandas económicas de un


señor, demandas que pueden adoptar la forma de prestación de
servicios o de obligación de pagar ciertas cantidades, ya sea en
dinero o en especies ... Esta fuerza coercitiva puede ser el poder
militar del superior feudal, la costumbre respaldada en algún tipo
de procedimiento jurídico o la fuerza de la ley».4 Esta descripción
coincide en lo esencial con la que Marx ofrece en el volumen III
de El capital dentro del capítulo dedicado a «La génesis de la
renta capitalista del suelo».5 Este tipo de servidumbre feudal
contrasta con el capitalismo en el sentido de que, bajo este úl­
timo, y para empezar, el trabajador ... ya no es un productor
independiente, sino que está divorciado de sus medios de pro­
ducción y de la posibilidad de proveer a su propia subsisten­
cia, pero, en segundo lugar ... su relación con el propietario
de los medios de producción que le emplea es puramente con­
tractual ... Ante la ley tiene libertad para escoger a su amo o
para cambiar de amos; y no está sometido a obligación algu­
na, aparte de la que impone el contrato de servicios de con­
tribuir trabajo o pago a su amo.6

Sweezy critica a Dobb por identificar feudalismo y servidum­


bre, y cita al respecto una carta en la que Engels dice: «no Hay
duda alguna de que la servidumbre y la esclavitud no constitu­
yen un fenómeno medieval-feudal específico, pues las encontra­
mos en todos, o en casi todos, los lugares en que los conquistado-

4. Dobb, Estudios, pp. 35 y ss.


5. O también: «En todas las formas anteriores [es decir, precapita-
listas] el terrateniente, no el capitalista, aparece como la persona que se
apropia de forma inmediata del trabajo excedente de los demás ... La
renta surge como forma general del trabajo excedente, del trabajo no re­
tribuido. En este caso, la apropiación de dicho trabajo excedente no viene
mediatizada por el intercambio, como en el marco capitalista, sino que se
basa en el dominio coercitivo que una parte de la sociedad ejerce sobre
otra, de ahí la esclavitud directa, la servidumbre, o una relación de de­
pendencia política» (K. Marx, Theorien über den Mehrwert, ed. Kautsky,
Stuttgart, 1910, vol. III, cap. VI, p. 451).
6. Dobb, Estudios, p. 36.
96 DEL FEUDALISMO AL CAP ITAL ISM O

xes obligan a los antiguos moradores a que cultiven las tierras para
ellos».7 Sweezy niega que la servidumbre constituya una categoría
histórica específica,8 pero, por otro lado, no nos indica qué es
lo que constituye la forma especial de existencia de la fuerza de
trabajo propia del feudalismo como un modo de producción.
He aquí mi opinión sobre este punto. Cuando consideramos
que los modos de producción antiguo, feudal y burgués moderno
constituyen las principales fases de la historia económica, lo pri­
mero que debemos tener siempre en cuenta es bajo qué forma
social toma cuerpo la fuerza de trabajo, el factor básico y decisivo
en todos y cada uno de los modos de producción. Ahora bien,
no hay duda alguna de que las formas (tipos) de trabajo básicas
son la esclavitud, la servidumbre y el trabajo libre asalariado, y
tampoco la hay de que es erróneo divorciar la servidumbre del
feudalismo como concepto general. La cuestión de la transición
del feudalismo al capitalismo no se limita a la transformación for­
mal de las instituciones económicas y sociales. El problema básico
debe residir en el cambio que sufre la forma social en la que se
enmarca la fuerza de trabajo.
Aunque la falta de libertad de los campesinos, como siervos,
muestra, y es natural, variaciones y gradaciones diversas según la
región o la fase de desarrollo económico feudal, en el marco del
modo de producción feudal la forma característica de existencia
que adopta la fuerza de trabajo es la servidumbre, o en palabras
de Dobb, «la explotación del productor en virtud de una coacción
político^'urídica directa».9 Tras haber divorciado la servidumbre
del feudalismo y después de negligir la forma feudal característica
que adopta la fuerza de trabajo, Sweezy tiene que buscar la esen­
cia del feudalismo en alguna otra parte¿ Según él, en la sociedad
feudal «la mayoría de los mercados son locales y el comercio a
larga distancia, si bien no totalmente ausente, desempeña un pa­
pel muy poco determinante en los objetivos y métodos de pro­

7. Marx-Engels, Correspondencia, citado por Sweezy, supra, p. 45.


8. «Crítica», supra, pp. 44-47.
9. «Respuesta», supra, p. 78. Cf. Marx, El capital, vol. III, p. 732.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 97

ducción. En este sentido, el rasgo fundamental del feudalismo


es que se trata de un sistema de p r o d u c c ió n para e l u so » .10 Sweezy
no afirma que la economía "de mercado o de mercancías esté ausen­
te de la sociedad feudal, Lo, que dice es que «la producción de mer­
cancías y el feudalismo son conceptos mutuamente excluyentes».11
Pero resulta demasiado simple presentar la esencia del feudalismo
como «un sistema de producción para el uso» contraponiéndolo
al de «producción para el mercado». El valor de cambio (mercan­
cías) y el dinero (que no es lo mismo que el «capital») tienen una
existencia, por decirlo de algún modo, «antediluviana»,12 y pueden
existir y madurar dentro de muy variados tipos de estructuras
sociales históricas. En las más antiguas de éstas, la mayor parte
de los productos del trabajo se emplean en satisfacer las necesida­
des de los propios productores, no se convierten en mercancías.
El valor de cambio no controla totalmente el proceso social de
producción pero, aun con todo, existe un cierto volumen de pro*
ducción y circulación de mercancías. Por tanto, la pregunta a res­
ponder ante una estructura social dada no es la de si en ella
están presentes dinero y mercancías, sino la de cómo se producen
tales mercancías, en qué modo se utiliza el dinero como medio de
producción. Los productos de los antiguos latifundios romanos
eran puestos en circulación como mercancías producidas por es­
clavos, mientras que los acumulados por los señores feudales en
base a las prestaciones de trabajo o a las rentas en productos
lo eran en calidad de mercancías producidas por siervos. También
existen las mercancías simples producidas por campesinos o arte­
sanos autárquicos, las mercancías capitalistas producidas por tra­
bajadores asalariados, etc. Pero no se puede decir lo mismo del
capital o del capitalismo como una categoría histórica. Incluso
sobre bases feudales, los productos del trabajo podían tomar la
forma de mercancías ya que los medios de producción estaban
vinculados de forma inmediata con los productores directos.13 Por
10. «Crítica», supra, p. 47.
11. Supra, p. 68, nota 43.
12. El capital, vol. I, p. 118, y vol. III, p. 555.
13. El capital, vol. I, p. 292.

7 . ---- HILTON
98 DEL FEUDALISMO A L CAP ITA L ISM O

tanto, un «sistema de producción para el mercado» no nos per­


mite definir relaciones de producción históricamente específicas
(y por tanto, tampoco las relaciones de clase). Sweezy yerra por
completo cuando en el pasaje sobre la definición del feudalismo
apenas presta atención a la renta feudal del suelo, encarnación
sintética de la relación de antagonismo entre señores y campesinos,
para asignar un papel preponderante a los conceptos de «sistema
de producción para el uso» y «sistema de producción para el
mercado», es decir, a las relaciones entre los productores y sus
mercados, a las relaciones de intercambio y no a las de producción»
Su posición parece adscrita a una especie de circuíacionismo.
Por nuestra parte, preferiríamos partir de las siguientes tesis.
La contradicción entre feudalismo y capitalismo no es. una con­
tradicción entre el «sistema de producción para el uso» y el «sis­
tema de producción para el mercado», sino entre el sistema de
propiedad feudal de la tierra, al que se añade la servidumbre, y el
sistema del capital industrial, que viene acompañado del trabajo
asalariado. El primer término de cada una de estas parejas es un
modo de explotación y de relaciones de propiedad, mientras que
el segundo representa la forma en que se materializa la fuerza de
trabajo y, por ende, el modo en que se reproduce socialmente.
Esta dicotomía puede simplificarse como contradicción entre la:
propiedad feudal de la tierra y el capital industrial.14 Puesto que

14. Cf. El capital, vol. I, p. 118. Y también el volumen II, p. 51:


«El capital industrial es la única forma de existencia del capital en que
es función de éste no sólo la apropiación de la plusvalía o del producto-
excedente, sino también su creación. Este capital condiciona, por tanto, el'
carácter capitalista de la producción; su existencia lleva implícita la con­
tradicción de clase entre capitalista y obreros asalariados. A medida que
se va apoderando de la producción social, revoluciona la técnica y la orga­
nización social del proceso de trabajo, y con ellas, .el tipo histórico-econó-
mico de sociedad. Las otras modalidades de capital que aparecieron antes
que éste en el seno de estados sociales de producción pretéritos o conde­
nados a morii, no sólo se subordinan a él y se modifican con arreglo a
él en el mecanismo de sus funciones, sino que ya sólo se mueven sobre
la base de aquél, y por tanto, viven y mueren, se mantienen y desapare­
cen con este sistema que les sirve de base».
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 99

en el feudalismo los productores directos aparecen vinculados a


sus medios de producción, y por tanto la fuerza de trabajo no
puede tomar la forma de mercancía, la apropiación por parte de
los señores feudales del trabajo excedente tiene lugar de forma
directa a través de una coerción extraeconómica, sin que medien
para nada las leyes económicas que rigen el intercambio de mer­
cancías. Por el contrario, dentro del capitalismo, no sólo se con­
vierten en mercancías los productos del trabajo, sino que también
pasa a serlo la propia fuerza de trabajo. En esta fase del desarrollo
desaparece el sistema de coerción y entra en juego la ley del
valor en todas las facetas de la economía. Por tanto, los procesos
fundamentales del paso del feudalismo al capitalismo son: la
transformación de la forma social de existencia de la fuerza de
trabajo, que consiste en privar a los productores directos de la
posesión de los medios de producción, la transformación del modo
social de reproducción de la fuerza de trabajo (que equivale a lo
mismo) y la polarización de los productores directos, o fragmen­
tación del campesinado.
El análisis de Dobb toma como puntos de arranque la propie­
dad feudal de la tierra y la servidumbre en sí mismas. Pero, por
ejemplo, cuando analizamos el concepto de «capital» no podemos
tomarlo en sí mismo como punto de partida. Como dice el cono­
cidísimo pasaje con que se abre El capital, «la riqueza de las so­
ciedades en que impera el régimen capitalista de producción se
nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías», y cada
una de ellas parece ser la forma elemental de dicha riqueza. Así
pues, del mismo modo que El capital comienza con el análisis de
la mercancía para continuar mostrando el desarrollo de las catego­
rías mercancía —» dinero —> capital, el análisis de la propiedad feu­
dal de la tierra no puede restringirse obviamente a una mera
narración histórica, sino que debe ocuparse de caracterizar la na­
turaleza de las leyes de la sociedad feudal. En otras palabras, par­
tiendo de las categorías más sencillas y más abstractas, y progre­
sando sistemáticamente, debemos llegar por último a la categoría
más concreta y más compleja, la propiedad feudal de la tierra.
Una vez aquí, si tomamos el camino lógico inverso, reaparecen las
1 0 0 DEL FEUDALISMO A L CAPITALISMO

categorías iniciales, pero conteniendo ahora una gran riqueza de


especificaciones y relaciones.15 ¿Cuál será la forma, célula o unidad
fundamental de una sociedad basada en el modo feudal de pro­
ducción? ¿Qué categorías ocuparán el primer lugar en el análisis
de la propiedad feudal de la tierra? Como hipótesis de trabajo,
consideraremos unidad fundamental el manso (m ansus, m anse,
masía, H u fe, v irga te o yarla n d ); a continuación, como paso inter­
medio, la aldea (co m m u n a u té rurale, G em eín d e, villa ge co m m u -
n i t y )\; en último término, la categoría más desarrollada de la
propiedad feudal de la tierra, el dominio señorial o feudo (se ig n e u -
ríe, G ru n d h errsch a ft, m a n or o d e m e s n e ).16

15. Marx, A contrihution to the critique of political economy, Chica­


go, 1904, «Introduction», pp. 350 y ss. [Hay traducción castellana de Zur
Kritik der politischen Ókonomie: Contribución a la crítica de la economía
política, Alberto Corazón Editor, Madrid, 1970.] (N. del t.)
16. La Hufe (virgate) es la porción total de tierra que le corresponde
a un' campesino (Lamprecht la denomina Werteinheit), compuesta por un
Hof (un lote de tierra con una casa), una cierta parcela principal de tierra
roturable (Flur) y una parte de la tierra comunal (Allmende). En térmi­
nos aproximados, «suficiente tierra como para dar sustento al campesino y
su familia» (Waitz). Dicha tierra es el objeto natural mediante el que se
sustenta el campesino (o mediante el que autorreproduce la fuerza de tra­
bajo). Su realización económica, que posee una forma genérica para toda
Hufe, es la comunidad o las normas comunales colectivas: la Flurzwang
o. contrainte communautaire (G. Lefebvre), las servitudes collectives (Marc
Bloch), que vienen aparejadas con la Dreifelderwirtschaft y con el sistema
de campos abiertos, Gemengelage o vaine páture collective. Las normas
colectivas constituyen un aparato coercitivo que mediatiza el proceso la­
boral. Sin embargo, la inevitable expansión de la productividad derivada
del ‘tipo de propiedad privada inherente en las Hufe llevaba, y no podía
dejar de hacerlo, a que ciertos individuos ejercieran «dominio sobre hom­
bres y tierras» (Wittich). Las relaciones de dominación y dependencia que
fueron apareciendo en el seno de este tipo de comunidad basado en las
Hufe acabaron por establecer la propiedad privada de los señores feuda­
les, es decir, el feudo o' dominio señorial, la propiedad feudal de la tierra.
Llegamos así a la secuencia de desarrollo categórico Hufe - » Gemein­
de —» Grundherrschaft. Inversamente, mientras iba apoderándose de la co­
munidad aldeana y de las Hufe este tipo de dominación ejercida por los
señores feudales y penetraban en. ellas las normas de la propiedad domi­
nical de la tierra, las Hufe y las aldeas, tanto en cuanto objetos «natura-
KO H A C H IR O TAKAH ASH I 1 0 1

Desde luego, esta especie de desarrollo lógico de las categorías


manso —» aldea —> dominio no constituye propiamente el proceso
histórico. Sin embargo, es precisamente el estudio de la estructura
lógica de la propiedad feudal, tomando como punto de partida su
forma elemental, el que nos revelará la ley histórica de la ascen­
sión, el desarrollo y la decadencia de la sociedad feudal, algo que
la ciencia histórica «burguesa» aún no ha conseguido, pero que se
sugiere en el volumen I de El capital. Sobre esta base, se plantean
de inmediato problemas metodológicos básicos en relación con el
espléndido análisis de la sociedad que nos han ofrecido, como era
lógico esperar, Sweezy y Dobb.

Sweezy ha intentado encontrar el rasgo fundamental del feu-

les» como en lo que respecta a sus relaciones mutuas, modificaron su


forma y relaciones históricas en el sentido de convertirse una y otras en
específicamente feudales. Ahora, bajo el régimen de propiedad feudal de
la tierra, la Hufe aparece como la posesión de un campesino (Besitz, te­
nencia) y las normas comunales consuetudinarias se convierten en instru­
mentos de dominación señorial, devienen en condiciones históricas sus­
ceptibles de permitir la realización de la renta feudal y asegurar la fuerza
de trabajo. El campesino es vinculado a la tierra que trabaja (adscripción).
Al mismo tiempo, el proceso de trabajo del campesino se convierte en el
proceso de formación de la renta; el conjunto de ambos constituirá el
proceso de producción feudal. Por lo general, la coerción (normas comunales
y la exacción forzosa de prestaciones feudales por parte del señor) consti­
tuye el factor que mediatiza la reproducción feudal, del mismo modo que
en la sociedad capitalista desempeña este papel el proceso de circulación
del capital. Por tanto, el desmoronamiento de la sociedad feudal no es más
que desaparición de este sistema coactivo. Por otro lado, dado que estas
coacciones feudales operan en un marco de referencia en el que el produc­
tor directo se halla vinculado a los medios de producción, la disolución
de aquéllas (requisito previo para que se dé la forma moderna de propiedad
privada y la libertad de trabajo burguesa) crea las condiciones para que
los productores directos se vean separados de los medios de producción
(expropiación). Para más detalles, cf. mi Skimin kakumei no kozo [Estruc­
tura de la revolución burguesa], Tokio, 1950, pp. 77-85.
102 DEL FEUDALISMO A L C A P ITA L ISM O

dalismo en un «sistema de producción para el uso», y de ahí que


deba explicar siguiendo el mismo camino su decadencia. Cierta­
mente no ignora la existencia del régimen feudal de producción
en Europa oriental y en Asia, ¿por qué, pues, ha restringido su
análisis de la cuestión a Europa occidental? ¿Acaso comparte con
los historiadores del derecho burgueses la descripción del sistema
feudal como L e h n s w e s e n ? Por ejemplo, J. Calmette defiende desde
la primera página de su libro La s o c i é t é fé o d a le , publicado en
la popular Collection Armand Colín,17 que el feudalismo es pecu­
liar de la Edad Media en Europa occidental, y niega la realidad
de un feudalismo japonés. ¿O quizá el tratamiento dado por
Sweezy a la cuestión estaba impulsado por el hecho de que el
capitalismo moderno surgió y maduró en Europa occidental? Nos
dice que «el feudalismo europeo occidental era un sistema con una
orientación muy marcada en favor del mantenimiento de determi­
nados métodos y relaciones de producción», y alude a «este ca­
rácter inherentemente conservador y reacio al cambio del feuda­
lismo europeo occidental».18 Sin embargo, señalar que el feudalis­
mo era conservador con respecto a su opuesto categórico, el capi­
talismo moderno, equivale a decir muy poco. Comparado con el
feudalismo de Europa oriental o de Asia, no parece que el feuda­
lismo europeo occidental sea demasiado conservador, antes al
contrario. El factor decisivo que coartó el desarrollo autónomo
de la sociedad capitalista moderna en Europa oriental y Asia
fue precisamente la estabilidad de la estructura interna de la
propiedad feudal de la tierra en esas zonas del globo. El hecho
de que pueda decirse que el capitalismo moderno y la sociedad
burguesa adoptaron su forma clásica en Europa occidental se nos
muestra ante todo como un indicador de la fragilidad e inestabi­
lidad inherentes a la propiedad feudal de la tierra en dicha área.

17. París, 1932. Sin embargo, otros historiadores franceses, muy en


especial Marc Bloch y Robert Boutruche, piensan lo contrario y están pro­
fundamente interesados por el feudalismo japonés. Ya Marx, en el capí­
tulo XXIV de El capital, habla de la «organización puramente feudal» del
Japón.
18. «Crítica», supra, p. 49.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 103

Quizá lo que quiera decir Sweezy es que el feudalismo europeo


occidental, por ser intrínsecamente conservador y reacio al cambio,
no podía derrumbarse por causa de una fuerza interna al sistema,
y que por eso su desmoronamiento se inició bajo el impulso de
causas exteriores. Puesto que para Sweezy el feudalismo era un
«sistema de producción para el uso», la fuerza que llegó desde
el exterior para destruir este sistema fue la «producción para el
mercado» («una economía de intercambio») o el «comercio».
Aproximadamente la mitad de su crítica a Dobb está dedicada a
discutir en detalle este punto.
En los siglos xiv y xv la devastación de las aldeas, la dismi­
nución de la población rural y la consiguiente escasez de dinero
entre los señores feudales eran fenómenos generalizados, y tanto
en Inglaterra, como en Francia y Alemania dieron como resultado
la cr is e d e s fo r t u n e s seig n eu ria les.19 La economía monetaria o de
intercambio inició un avance a grandes zancadas durante la Baja
Edad Media, llevando a la ruina a buena parte de la nobleza
feudal, cuya base de sustentación era la economía «natural» tra­
dicional.20 La denominada emancipación medieval de los siervos
estaba fundamentada primordialmente en la necesidad de dinero
que tenían los señores, generalmente para invertirlo en la guerra
o en incrementar su lujoso ritmo de vida.21
Según la hipótesis de Sweezy, la siempre creciente demanda
de dinero por parte de la clase feudal dominante durante la «cri­
sis» del feudalismo se debió al incesante aumento de lujos y como­
didades entre la nobleza feudal, concepción similar a la que sos­

19. Marc Bloch, Caracteres originaux de l’histoire rurale franqaise, Oslo,


1931, pp. 117-119 [De este texto hay en preparación una edición castellana:
Los caracteres originales de la historia rural francesa, Crítica, Barcelona,
1977. (N. del #.)]; H. Maybaum, Die Entstehung der Gutswirtschaft im
Mecklenburg, Stuttgart, 1926, pp. 109-113; y el reciente, y extraordinario,
libro de R. Boutruche, La crise d’une société, París, 1947, vol. II.
20. Cf. por ejemplo, R. Boutruche, «Aux origines d’une crise nobi-
liaire», Annales d’Histoire Sociale, París, vol. I, n.° 3 (1939), pp. 272 y ss.
21. Marc Bloch, Rois et serfs, París, 1920, pp. 59 y ss., pp. 174 y ss.,
etc.; A. Dopsch, Naturalwirtscbaft und Geldwirtschaft in der Weltgeschichte,
Viena, 1930, p. 178.
104 DEL FEUDALISMO A L C A PIT ALISM O

tiene Sombart en su Luxus und Kapitalism us f 2 dentro del primer


capítulo dedicado al H of. La exagerada explotación de. los cam­
pesinos por parte de sus señores, que Dobb califica como causa
primordial del colapso del feudalismo, fue en realidad, según el
plinto de vista de Sweezy, un efecto de la necesidad de dinero en
efectivo que tenían las clases dominantes feudales. El subsiguiente
abandono de las tierras por parte de los campesinos trajo como
consecuencia el establecimiento de las ciudades, y con ellas la
economía monetaria. Así pues, según Sweezy, Dobb «toma erró­
neamente por tendencias inmanentes una cierta evolución histórica
[del feudalismo] que, de hecho, sólo puede ser explicada acu­
diendo a causas externas al sistema».23 La fuerza «externa» que
produjo el derrumbamiento del feudalismo fue el «comercio, que
en modo alguno puede ser considerado como una forma de eco­
nomía feudal»,24 especialmente el comercio a larga distancia, no el
de mercados locales o interlocales.25
«Deberíamos intentar descubrir —-dice Sweezy— cuál es el
proceso que permite al comercio; engendrar un sistem a de pro­
ducción para el mercado, para delinear acto seguido la evolución
del impacto del mismo sobre el preexistente. sistema feudal de
producción para el uso.»26 Así ve Sweezy «cómo el comercio a
larga distancia pudo actuar a modo de fuerza engendradora de
un sistem a de producción para el intercambio al lado del viejo
sistema feudal de producción para el uso».27 Aunque Sweezy sabe
22. Werner Sombart, Lujo y capitalismo, traducción de Luis Isabal, Re­
vista de Occidente, Madrid, 1951, cap. I.
23. «Crítica», supra, p. 55.
24. Supra, p. 55.
25. Desde el punto de vista de la división social del'trabajo me gusta­
ría hacer hincapié en los intercambios locales o interlocales, es decir, en
el mercado interior. En esta cuestión debemos tomar en consideración las
valiosas sugerencias de R. Hilton en su Economic development of some
Leicester estates in the 14th and 15th centuries. Dobb ha conseguido abarcar
bajo una relación indivisible el auge del capital industrial y la formación del
«mercado interior»; cf. Estudios, pp. 161 y ss. Sobre este punto, véase
el método seguido en El capital, vol. I, cap. XXX.
26. «Crítica», supra, p. 55.
27. Supra, p. 55.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 105

muy bien que multitud de datos históricos demuestran que una


«economía de intercambio es compatible con la esclavitud, con la
servidumbre, con el trabajo independiente por cuenta propia o con
el trabajo asalariado»,28 no aprecia en todo su valor uno de los
puntos fuertes de la teoría de Dobb, a saber, el relativo a la
reacción feudal, calificada por Engels de segunda servidumbre en
Europa oriental. Sweezy, siguiendo a Pirenne, busca la explica­
ción en «la geografía de la segunda servidumbre, en el hecho de
que el fenómeno se acentuaba y endurecía cuanto más al este
nos trasladáramos del centro de la nueva economía de intercam­
bio».29 Sin embargo, Dobb, haciendo uso de varios estudios re­
cientes, señala que:
En Inglaterra, donde más pronto desapareció la servidumbre
bajo la forma de prestaciones personales fue en las regiones
atrasadas del norte y el oeste, mientras que en el sudeste, zona
más avanzada a causa de sus mercados urbanos y de su vincu­
lación con las rutas comerciales, fue el lugar donde persistió
por más tiempo.'De modo análogo, en muchas partes de Europa
oriental, la intensificación de la servidumbre durante los si­
glos x v y xvi vino asociada al incremento del comercio, y no
hubo correlación entre la proximidad a'los mercados y la desin­
tegración feudal ... sino entre aquélla y el reforzamiento de
la servidumbre.30

Por tanto, la causa esencial no es ni el comercio ni el mer­


cado propiamente dicho. La estructura del mercado viene condi­
28. Supra, p. 60.
29. Supra, p. 61.
30. «Respuesta», supra, p. 84; Estudios, pp. 34-42, 51-59. Los capítu­
los XX y XXXVI del volumen III de El capital tienden a apoyar la tesis
de Dobb. Por ejemplo, «en los- siglos xvi y xvu las grandes revoluciones
producidas en el comercio con los descubrimientos geográficos y que
imprimieron un rápido impulso al desarrollo del capital comercial, consti­
tuyen un factor fundamental en la obra de estimular el tránsito del régimen
feudal de producción al régimen capitalista ... Sin embargo, el moderno
régimen de producción, en su primer período, el período de la manufactura,
sólo se desarrolló allí donde se habían gestado ya las condiciones propicias
dentro de la Edad Media» (cap. XX, p. 321).
106 DEL FEUDALISMO A L CA P IT A L ISM O

cionada por la organización interna del sistema de producción.


Kosminski ha formulado este extremo de forma aún más clara
que Dobb. La «producción para el intercambio» en los grandes
dominios feudales y en las tierras de la Iglesia situadas en el
sur y el este de Inglaterra, que tenían la estructura del «dominio
rseñorial clásico», provocó como respuesta obvia el crecimiento
•de las prestaciones de servicios y la intensificación de la servidum­
bre, mientras que en el norte y el oeste del país, con sus domi­
nios seculares de tamaños pequeño y medio, la respuesta obvia
provocada por la situación fue la aparición de las rentas mone­
tarias y el declive de la servidufnbre. De hecho, al ir progresando
la economía de intercambio o monetaria, «el feudalismo se disol­
vió antes y con mayor facilidad en aquellas tierras [ n o estricta­
mente pertenecientes a los “dominios señoriales”] en las que
menos éxito había tenido en su época de asentamiento», mientras
•que en aquellos lugares (en los «dominios señoriales clásicos»)
donde había logrado establecer y mantener una dominación sobre
la población servil no libre, el proceso de «adaptación del sistema
-de prestación de servicios a las demandas cada vez crecientes del
mercado» podía desembocar en una intensificación de la explota­
ción feudal del campesinado, y así fue en muchos casos. Por
tanto, es precisamente la producción R itter g u t o G u tsw irtsck a ft
para el mercado asentada en Alemania oriental (la más perfecta
•encarnación de la «reacción feudal» descrita por Kosminski y
Postan) la que tipifica la «segunda servidumbre» a que hacen
referencia Dobb y Sweezy. El punto esencial es que «el desarrollo
•del intercambio en la economía campesina, tanto si servía direc­
tamente al mercado local como a otros mercados más distantes
por conducto de comerciantes intermediarios, llevó al desarrollo
de la renta monetaria. Por otro lado, el desarrollo del inter­
cambio en la economía señorial llevó a un incremento de la pres­
tación de servicios directos».31
31. E. A. Kosminski, «Services and money rents in the 13th century»,
Economic History Review, Londres, vol. V (1935), pp. 42-45. De ahí que «el
-auge de la economía monetaria no siempre haya constituido la gran fuerza
-emancipadora que consideraban los economistas del siglo xix ... la expan-
K O H AC H IR O TAKAH ASH I 107

Sweezy tiene razón al considerar la «crisis» y la conclusión de


la Edad Media como productos de la acción desintegradora del
comercio sobre el sistema de producción para el uso. No obstan­
te, cae en el error cuando centra exageradamente su atención en
el comercio, especialmente en la evolución del comercio a larga
distancia, y le atribuye el colapso del feudalismo propiamente
dicho. No cabe duda de que la acción desintegradora del comercio,
al menos en Inglaterra —y también en general, como señala Dobb
en su réplica a las críticas de Sweezy— ,32 aceleró el proceso de
diferenciación entre los pequeños productores, tendiendo a crear,
por un lado, una clase de pequeños propietarios kulak, y por otro,
un semiproletariado local, dando como resultado final la desinte­
gración del feudalismo y el establecimiento del modo de produc­
ción capitalista. R. H. Tawney 323 ha puesto de manifiesto la pre­
sencia en la Inglaterra del siglo xvi de un proceso capitalista de­
sintegrador de este tipo: la tendencia hacia «la diferenciación
tripartita en terratenientes, campesinos capitalistas y obreros agrí­
colas sin tierras propias», partición característica de la agricultura
inglesa moderna. No obstante, tal división tiene su origen en la
estructura preexistente de la sociedad feudal inglesa, y no hay
razón alguna para atribuirle al comercio el papel motriz de la
misma. Cuando se aborda este punto concreto, la réplica que Dobb
da a Sweezy es inadecuada y conlleva concesiones del todo inne­
cesarias. Creo que debiera haber dejado claro de forma más con­
creta que también en Europa occidental la destrucción de la clase

sión de los mercados y el crecimiento de la producción tanto pueden llevar


a un incremento de la prestación de servicios como a su decadencia. Se
explica pues la paradoja de que aumentara en Alemania oriental precisa­
mente ¿ruando la expansión de la producción de cereales para el mercado
exterior se llevaba a cabo de forma más acusada, o de que también en
Inglaterra sucediera lo mismo en el momento- y en aquellos lugares en que
la ‘producción agrícola para el mercado había alcanzado el punto más alto
de su desarrollo durante la Edad Media, a saber, en el siglo xm» (M. Pos­
tan, «The chronology of labour service», en Transactions of the Royal His-
torical Society, Londres, 4.a serie, vol. XX [1937], p. 186, pp. 192 y ss.).
32. «Respuesta», supra, p. 83; cf. Estudios, p. 60.
32a. Agrarian problem ín the sixteenth century, Londres, 1912.
108 DEL FEUDALISMO A L CAP ITA L ISM O

de los pequeños productores campesinos no siempre tuvo como


resultado-la formación de producción capitalista, sino que también
produjo determinada reacción feudal. Por ejemplo, en Francia la
«crisis» tuvo como efecto la restauración del feudalismo y no su
destrucción definitiva.33 La disolución de la clase de los pequeños
productores, campesinos por causa del comercio en la Francia
de esta época no llevó al establecimiento de un sistema capitalista
de trabajo asalariado, sino que inició una propiedad usuraria de
la tierra en la que, por u n . lado, encontramos a los la boureu rs-
fe r m ie r s y laboureurs-marchancLs, y por otro a los semisiervos.34
Estos últimos eran el prototipo de aquellos m é ta y e r s a los que, en
sus T ra vels in t r a n c e , Arthur Young describe como víctimas de
«un sistema miserable que perpetúa la pobreza»; pero en la época
que nos ocupa no se hallaban aún ni en la categoría del proleta­
riado ni en la del m é ta y a g e , que señala la transición desde las
prestaciones feudales a la renta capitalista.35 Tanto Sweezy como

33. En -esta crisis, «aunque los señores pueden haber variado con mu­
cha frecuencia, el marco de referencia de la jerarquía feudal es el mismo
que en el siglo anterior» (Y. Bezard, La vie rurale dans le sud de la región
parisienne, París, 1929, p. 54). «El régimen señorial no se vio afectado.
O mejor dicho: no tardará en adquirir renovado vigor. No obstante, la pro­
piedad señorial ha cambiado de manos en gran medida» (Bloch, Caracteres
orzginaux, op. cit., p. 129).
.34. Raveau nos ofrece una vivida imagen que confirma este hecho
en L’agriculture et les classes paysannes au XVIe siécle, París, 1929, pp. 249
y ss. En Poitou, el desarrollo de la economía monetaria de intercambio
separó a los campesinos de la tierra, pero no les convirtió en proletarios.
Una vez hubieron vendido sus posesiones, los nuevos propietarios no les
expulsaron de ellas sino que les ofrecieron seguir cultivándolas bajo la
modalidad de aparcería a medias (a demi-fruits). Los nuevos métayers sólo
podían subsistir vendiendo la próxima cosecha por adelantado u obteniendo
anticipos en grano o en dinero de las reservas de los nuevos propietarios.
Las deudas que acababan de adquirir obligaban a los campesinos a hipo­
tecar también la cosecha siguiente, con lo que se veían atrapados en un
círculo vicioso del que no podían escapar. «Estaban clavados a sus tierras;
los comerciantes crearon un nuevo tipo de servidumbre a través de su
capital» {ibid., p. 80, y también en pp. 82, 93, 121, 268-271).
35. Los contratos escritos de métayage del antiguo régimen imponen
a los terrazgueros obligaciones personales, es decir feudales, de fidélité,
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 109

Dobb se ocupan de la acción desintegradora del comercio sobre


el feudalismo y de la «reacción feudal» sin ir más allá de la pro­
piedad feudal de la tierra con sus correlativas prestaciones de
servicios, cuando también debieran tomar en consideración las
rentas bajo la forma de productos. Estas últimas constituyen el
problema más importante tanto en Francia como en el Japón.36
Sweezy no interpreta la destrucción de una estructura social
dada como resultado de la evolución interna de sus fuerzas pro­
ductivas, sino que centra sus intentos en la búsqueda de una fuerza
exterior. Pero, aun admitiendo que el desarrollo histórico tenga
lugar por la acción de fuerzas externas, sigue sin resolver la cues­
tión de cómo surgen éstas y de cuál es su procedencia. En último
término, estas fuerzas que se manifiestan como externas deben
ser explicadas internamente en el marco del proceso histórico

obéissance y soumission (J. Donat, Une communauté rurale a la fin de


Vanden régime, París, 1926, p. 245). El mé'tayage dio origen al estable­
cimiento de «auténticos vínculos de dependencia personal entre el burgués
y el campesino» (Bloch, Caracteres originaux, op. cit., p. 143). G. Lefebvre,
la máxima autoridad en cuestiones agrarias y campesinas durante la época
de la revolución francesa, señala que en el métayage del antiguo régimen
pervivía una tradición aristocrática de relaciones de protection et obéis­
sance'—es decir, de subordinación feudal— entre el propietario de la tierra
y el métayer (G. Lefebvre, Questions agraires au temps de la Terrear,
París, 1932, p. 94).
36. Este punto es el más importante en el caso de Asia, donde pre­
dominan las rentas naturales (rentas en productos). La forma de prestación
en especies, señala Marx, «es adecuadísima para servir de base a estados
sociales estacionarios, como lo comprobamos por ejemplo en Asia ... El
volumen de ésta [renta en especies] puede llegar incluso a poner en peli­
gro seriamente la producción de las condiciones de trabajo, de los propios
medios de producción, a hacer imposible en mayor o menor medida el
desarrollo de la producción y a reducir al productor directo al mínimo
físico de medios de subsistencia. Así ocurre, en efecto, cuando esta forma
es descubierta y explotada por una nación comercial conquistadora, como
ha ocurrido, por ejemplo, en la India con los ingleses» (El capital, vol. III,
p. 737). Véase «Hoken shakai kaitai e no taio ni tsuite» [Sobre la oposi­
ción a la destrucción del feudalismo], en mi Kindai shakai seiritsu shiron
[Ensayo histórico sobre la formación de la sociedad moderna], Tokio, 1951,
pp. 113 y ss.
110 DEL FEUDALISMO A L C A P ITA L ISM O

global. La dialéctica histórica no puede avanzar sin movimientos


autopropulsados (las contradicciones de la estructura interna).
Como es lógico, movimientos internos e influencias externas se
interaccionan mutuamente. Dobb señala la enorme influencia que
pueden ejercer las circunstancias externas; sin embargo, «las con­
tradicciones internas ... determinan la forma y la dirección con­
cretas de los efectos ejercidos por las influencias externas».37 La
insistencia de Sweezy en que el colapso del feudalismo europeo
occidental se debió sólo al impacto de causas externas — el comer­
cio y el mercado, especialmente el exterior— se desprende inde­
fectiblemente de su método de análisis histórico.38

Uno de los puntos más importantes que suscita el análisis de


Dobb es su énfasis en el hecho de que el capitalismo surgió de
un régimen de pequeña producción una vez éste hubo alcanzado
su independencia y desarrollado la diferenciación dentro de su
propio seno. La tesis de Dobb presenta la evolución histórica en
dos fases. En la primera, el modo de pequeña producción se
establece de forma gradual, solidificando como base de la sociedad
feudal. En la segunda, esta producción a pequeña escala, como
resultado del desarrollo de la productividad, escapa a las restric­

37. «Respuesta», supra, p. 83.


38. La concepción histórica de la decadencia de una sociedad como
autodesintegración y como resultado de esta especie de autodesarrollo
interno se ve confirmada incluso por historiadores «burgueses». Por ejem­
plo, y con respecto al declive de la antigüedad clásica, Eduard Meyer puso
de manifiesto que la decadencia del imperio romano no sobrevino a causa
de las invasiones de tribus bárbaras llegadas del exterior, sino que tales
invasiones sólo se produjeron cuando el imperio ya había comenzado a
experimentar un desmoronamiento interno. Cf. E. Meyer, Kleine Schriften,
Berlín, 19242, vol. I, pp. 145 y ss., 160. También, Max Weber, «Die sozialen
Gründe des Untergangs der antiken Welt» (1896), en Gesammelte Aufsatze
sur Soz. u. WG, Tubinga, 1924, pp. 290 y ss., 293-297. Cf. El capital,
vol. III, pp. 320-321.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 111

ciones feudales, llega a su propia desintegración y, crea entonces


las relaciones capitalistas.39
A) Sin embargo, el establecimiento en firme del modo de
pequeña producción como base del feudalismo tiene lugar durante
el proceso de disolución del sistema feudal «clásico» (la fase de
la renta en trabajo de la propiedad feudal de la tierra), dentro del
sistema de explotación directa del dominio señorial «clásico», a
saber, el trabajo semanal forzoso de los siervos (prestación por
semanas). Los modernos historiadores ofrecen una descripción ge­
neral del modo en que se produjo la emancipación de los siervos
a lo largo de este proceso, que puede apreciarse en sus rasgos
concretos en la conmutación de servicios acaecida en Inglaterra
durante los siglos x iv y xv, donde se pasó por completo y de un
modo directo de la renta en trabajo a la renta en dinero, con la
subsiguiente desaparición de hecho de la servidumbre. Lo mismo
ocurrió en el sudoeste de Alemania y especialmente en Francia,
donde la primera fase de la abolición de la prestación de servicios
consistió en el establecimiento de rentas fijas en productos que,
de forma gradual, fueron convirtiéndose en rentas monetarias.
A partir de los siglos xn y x i i i , tanto en Francia como en el
sudoeste de Alemania los dominios señoriales (lo r d s ’ d e m e s n e
lands, d o m a in e p r o c h e , Salland), que hasta entonces ' se venían
cultivando mediante el trabajo forzoso de los siervos (s e r fs J f o r c é d
labour, c o r v é e , F ro n d ien st), se entregaron en parcelas a los cam­
pesinos y a ellos se confió su cultivo. Los campesinos ya no se
veían constreñidos a la prestación de servicios directos a su
señor, sino que le entregaban una porción fija de.la cosecha a modo
de prestación (ca m p i pars, cb am pa rt, terra ge, agrzer).40 Si bien este
proceso era una concomitancia necesaria de una renta monetaria

39. El capital, vol. I, p. 270; ibid., vol. III, pp. 322-323. Véase «Shoki
shihon shugi no keizai kozo» [Estructura económica de los comienzos del
capitalismo], en mi Kindai shihon shugi no seiritsu [Formación del capi­
talismo moderno], Tokio, 1950, pp. 3 y ss.
40. M. Bloch, Caracteres originaux, op. cit., pp. .100 y ss.; Oliver Mar­
tin, Histoire de la prévóté d° vicomte de Paris, París, 1922, vol. I, pp. 420
y ss.
1 1 2 DEL FEUDALISMO A L CA P IT A L ISM O

parcialmente establecida, el núcleo fundamental de la renta feudal


ya no eran las prestaciones de servicios, sino, como dicen los his­
toriadores, una «renta» (r e d e v a n c e , A bgabe). Este tipo de propie­
dad feudal de la tierra, surgido como resultado del desmorona­
miento del sistema señorial (m anoriál s y s t e m , W illik a tion ssystem ),
constituyó la propiedad feudal de la tierra administrada por pe­
queños campesinos, lo que los historiadores alemanes califican de
R e n te n g r u n d h e r r s ch a ft o r e in e G ru n d h errsch a ft,41
Esta transformación en la estructura de la propiedad feudal
de la tierra, que acompañó al declive del sistema señorial, trajo
consigo una modificación en las formas de renta — en Inglaterra
pasó a renta monetaria, en Francia y Alemania a renta en pro­
ductos----pero no produjo el menor cambio fundamental en su
naturaleza. En épocas anteriores los campesinos contribuían direc­
tamente a la riqueza del señor con su trabajo excedente, y ahora
lo hacían bajo la forma de trabajo transformado, ya fuera en
productos o en su equivalente en dinero. Este fue todo el cambio.
En ambos casos la renta aparece como «forma normal» del tra­
bajo excedente, y en ninguno de ellos tiene el carácter de «bene­
ficio» realizado por los productores y pagado bajo la forma de
renta capitalista. Si bien es cierto que de hecho se producen unos
«beneficios», la renta constituye un «límite normal» a la for­
mación de los mismos. Los terratenientes feudales, en virtud de
su dominio, hacen uso directo en ambos casos de una «coerción
extraeconómica», sin que intervengan para nada las leyes del inter­
cambio de mercancías, para arrebatar el trabajo excedente a los
productores campesinos {tenanciers, B esitzer), quienes de hecho
ocupan la tierra, los medios de producción. Durante el período
del sistema feudal clásico, el trabajo de los campesinos en los
dominios del señor estaba organizado bajo la supervisión y es­

41. Max Weber, Wirtschaftsgeschichte, Tubinga, 1923, p. 101; G. von


B^low, Ges. der deutschen Landwirtschaft in Mitielalter, Jena, 1937, pp. 73-
76. Entre los estudios japoneses sobre historia medieval de Europa occi­
dental, véase Senroku Uehara, «Grundherrschaft en el-monasterio de Klos-
terhurg» (1920), incluido en su recopilación Doitsu chusei no shakai to
keizai [Sociedad y economía en la Alemania medieval].
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 113

tímulo directos de éste o de su representante- (viüious, bailiff,


m aire, ser geni). Sin embargo, en los reine G rundherrschaft todo
el proceso de producción agrícola se lleva a cabo sobre las par­
celas de los propios campesinos, con lo que dejan de estar sepa­
rados en el espacio y en el tiempo el trabajo que necesitan para
su subsistencia y el trabajo excedente del que se apropia el señor.
Los productores directos tenían libertad prácticamente total para
organizar su tiempo de trabajo como quisieran. La emancipación
de los campesinos en Francia y en el sudoeste alemán durante
la Edad Media, es decir, su paso de la condición de siervos (Lei-
beigene ) a la de villanos libres {yeornen, Hórige, vilains francs),
se dio a gran escala durante los siglos xm , xiv y xv. Así pues,
el método de extracción de la renta cambió bajo formas muy diver­
sas desde las obligaciones personales y arbitrarias a ciertas rela­
ciones reales (dinglich ) entre cosas, y las relaciones feudales de
exacción de pagos entre señores y campesinos pasaron a fijarse
de forma contractual. Naturalmente, tales relaciones por contrato
no eran como las de la sociedad burguesa moderna, donde los
propietarios libres de mercancías se comprometen mutuamente
como personalidades por completo independientes y jurídicamente
situadas en un mismo plano, sino que tomaron la forma del dere­
cho consuetudinario (la propia renta en productos se llama a me­
nudo coutumes, G ew ohnheitsrecht , y los campesinos que la paga­
ban coutumiers). Se hace así posible hablar por primera vez de
«agricultura a pequeña escala» y de oficios independientes, que
juntos constituían «la base del modo de producción feudal».42
Del mismo modo que la renta en productos cede su lugar a la
renta monetaria, estas pequeñas explotaciones agrícolas, el régi­
men de pequeña producción en la agricultura, se van haciendo
cada vez más claramente independientes, al tiempo que se pro­
duce con rapidez y soltura siempre crecientes su autodesintegra-
ción. A medida que gana terreno el establecimiento de la renta
42. Cf. El capital, vol. I, p. 270, nota 21. -Cf. también mi «Iwayurii
nodo kaiho ni tsuite» [Sobre la supuesta emancipación de los siervos], en
Shigaku Zasshi (Zeitschrift für Geschichtswissenschaft), vol. LI, n.° 11-12
(1940); y mi Kindai shakai seiritsu shiron, pp. 36-51.

8 . ---- H IL T O N
1 1 4 DEL FEUDALISMO A L C A P ITA L ISM O

monetaria, no sólo las antiguas relaciones personales entre el señor


y el campesino se transforman en otras más objetivas, impersona­
les, regidas por el dinero, sino que, como ocurre con la «renta
tributaria» (r e n t o f assize) inglesa, la parte de trabajo excedente
que se fija como renta monetaria se Hace relativamente pequeña
a medida que aumenta la productividad del trabajo y, en conse­
cuencia, decrece el valor del dinero. Según este proceso, el trabajo
excedente se constituye en lo que ha venido llamándose «beneficio
embrionario», parte del cual revierte a los propios campesinos
(productores directos), el que sobra de la cantidad estrictamente
necesaria para su subsistencia, dinero que emplean en la adquisi­
ción de mercancías. El valor de la renta en dinero llegó a hacerse
tan pequeño que, de hecho, se eximió a los campesinos de la obli­
gación de pagarla.43
Las tierras inicialmente arrendadas por los campesinos llega­
ron a convertirse en propiedades libres. Los campesinos que en
épocas anteriores trabajaran los viejos terrazgos se fijaron a sí
mismos el ritmo de redención de las rentas feudales, se liberaron
de la normativa feudal sobre la propiedad de la tierra y acabaron
por convertirse en dueños de la misma. La formación de este tipo
de campesinado independiente y autosuficiente — cuyo represen­
tante históricamente típico es el y e o m e n inglés— fue el resultado
del proceso de desintegración de la propiedad feudal de la tierra
y estableció las condiciones sociales necesarias para el enraizamien-
to de la renta monetaria. Si contemplamos este proceso desde
otro ángulo, podemos decir que una vez establecida y generalizada
a escala nacional la renta monetaria, los campesinos (productores
43. «En ocasiones los arrendatarios libres se emanciparon de todo tipo
de pagos y servicios ... la relación entre los arrendatarios libres y el feudo
eran más una cuestión formal y de sentimiento que de fondo» (R. H. Taw-
ney, Agrarian problem in the sixteenth century, pp. 29-31, 118). Hasta el
siglo xvi sus relaciones con respecto a los señores eran furdamentalmente
formales. Esta misma situación imperaba en varias partes de Francia. Por
ejemplo, en Poitou, muchas actas de venta del siglo xvi finalizan indicando
que «el vendedor no sabe decir bajo qué señor y bajo qué obligaciones
están los lugares que son objeto de la presente venta» (Raveau, Uagricul-
ture et les classes paysannes au XVIe siecle, pp. 70, 102 y ss., 264 y 288).
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 115

directos), con el solo objeto de mantener y reproducir este estado


de cosas, es más que probable que satisfacieran la mayor parte de
sus necesidades inmediatas de subsistencia mediante las activida­
des de una economía natural (producción y consumo). Pero los
campesinos siempre se veían obligados a transformar en mercan­
cías o en dinero parte de su fuerza de trabajo o de los productos
del mismo, proporción que como mínimo equivalía a la que en
otros tiempos pagaban qomo renta feudal. En otras palabras, los
campesinos se encontraban en situación de productores de mer­
cancías sin otra posibilidad que ponerse siempre en contacto con
el mercado,44 y su posición como productores de mercancías con­
dujo a la inevitable diferenciación social de tal condición, del
modo de pequeña producción45
B) A partir de ahí se produjo un intervalo de dos siglos
entre la transición de la prestación de servicios a las rentas mo­
netarias y la desaparición de la servidumbre, acaecidas en el
siglo xiv, y el punto inicial de la era auténticamente capitalista,
ya dentro del siglo xvi (en Inglaterra, los doscientos años que

44. Donde no se ha desarrollado una productividad social definida


(es decir, contractual), o lo que es equivalente, cuando los campesinos no
gozan de una posición social como productores de mercancías, la renta en
dinero se impone y exige desde arriba, sin que pueda substituir por com­
pleto a la tradicional renta en especies. No sólo aparecen codo con codo
ambas formas de renta, como ocurre por ejemplo en Francia durante el
antiguo régimen, sino que la historia nos muestra muchos casos en que
se operó un retorno a la renta en especies (la reaparición de la prestación
de servicios en el Ostelbe germano o de la renta en especies en Francia).
Cuando la renta en dinero fue impuesta a campesinos situados en. tales
circunstancias, lo cierto es que, a pesar de su falta de madurez como pro­
ductores de mercancías en muchos aspectos, el cambio no coadyuvó a su
emancipación sino a su empobrecimiento.
45. Agrarian problem in the sixteenth century, obra de Tawney ya
citada, nos ofrece muchos ejemplos de esta desintegración de la clase
campesina. El sistema de mansos (Hufenverfassung), el sistema estándard
relativamente uniforme de tenencia campesina que se aprecia en la estruc­
tura de los feudos dél siglo x i i i , desaparece por esta época- de una forma
definitiva. Se llega a un punto en que, como dice Tawney (op. cit., pp. 59
y ss.) «de hecho no tiene demasiado sentido seguir hablando de mansos
y medios mansos».
116 DEL FEUDALISMO AL CA P IT A L ISM O

separan a Eduardo III de la reina Isabel). Veamos como Sweezy


y Dobb se ocupan de dicho intervalo, cuyo reconocimiento, según
este último, «tiene una importancia vital ... si se quiere com­
prender de forma adecuada la transición del feudalismo al capi­
talismo».46
Sweezy sostiene que la servidumbre se extinguió en el si­
glo xiv. Su apreciación es correcta, pues de hecho en este mo­
mento las prestaciones de servicios ya se habían visto substituidas
por rentas monetarias. A pesar de que nos advierte que no'debe
identificarse dicho cambio con el final del feudalismo, sigue tra­
tando ambos fenómenos como uno solo cuando se ocupa de los
dos siglos que median entre el fin del feudalismo y los comienzos
del capitalismo, y en esto se equivoca. Aunque los campesinos se
habían visto liberados de la servidumbre directa (prestación de
servicios), seguían soportando su condición servil a través de las
rentas en dinero, expresión concreta en este momento de la pro­
piedad feudal de la tierra. Y aun siendo cada vez más pequeña
la parte de trabajo excedente que les era arrebatado a través de
las rentas monetarias, los campesinos no conseguían desprenderse
de su servidumbre. La idea que tiene Sweezy de la renta mone­
taria como una forma esencialmente de transición entre las ren­
tas feudales y la renta capitalista se ajusta por completo a su
metodología de trabajo. Como dice el pasaje de Marx menciona­
do por Dobb, las bases de la renta monetaria van desapareciendo,
pero «sigue siendo la misma que la de la renta en productos [en
Inglaterra, la prestación de servicios], la cual constituye el punto
de partida».47 Es decir, los productores directos seguían siendo,
como antes, los terrazgueros (Beszízer ), con la única diferencia de
que ahora pagaban a los señores su trabajo excedente en forma
de dinero, conforme a la coerción extraeconómica, o como dice
Dobb, a «la coerción política y las presiones del derecho consue­
tudinario señorial» 48 En su forma «pura», la renta monetaria no

46. «Respuesta», supra, p. 86.


47. El capital, vol. III, p. 738. Cf. «Respuesta», supra, p. 88.
48. Supra, pp. 86-87.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 117

es sino una variante de la renta en productos, y en esencia «ab­


sorbe» los beneficios de la misma forma «embrionaria» en que
lo hace la renta en especies.49 De este marco económico surgieron
tanto los campesinos que habían de liquidar en su totalidad la
renta feudal como los capitalistas industriales dispuestos a eliminar
los límites a los beneficios producidos por la industria, unos y
otros aliados forzosamente en la revolución burguesa contra la
aristocracia terrateniente y los comerciantes monopolistas.
¿Por qué, entonces, Dobb considera necesario afirmar que
«la desintegración del régimen feudal de producción se encontra­
ba ya en una fase avanzada antes de que se hubiera desarrollado
el modo capitalista de producción, y que tal desintegración no
tuvo relación alguna con el crecimiento del nuevo modo de pro­
ducción en el seno del antiguo», y que, por tanto, este período
«parece no haber sido ni feudal ni todavía capitalista en cuanto
respecta a su modo de producción»? 50 Resulta extraño, especial­
mente si se tiene en cuenta que en su análisis apunta bastante
más allá de la opinión generalmente aceptada, según la cual el
establecimiento de la renta monetaria, y la consiguiente desapa­
rición de la servidumbre, habían generado la desaparición del
feudalismo. La inmensa mayoría de los campesinos de la Ingla­
terra del siglo xvi pagaban rentas monetarias a sus señores. Los
prósperos cultivadores libres ya no pagaban tributos feudales y
habían ascendido a la categoría de productores libres independien­
tes (la «próspera clase media rural» de Tawney). Estos «peque­
ños propietarios rurales» (kulak y e o m e n fa r m er s) emplean a sus ve­
cinos más pobres, tanto en la agricultura como en la industria,
aunque todavía en pequeña escala (los «capitalistas liliputienses»
de Tawney). Puesto que Dobb conoce perfectamente todos estos
hechos, lo que probablemente quiere decir es que, a pesar de
que la clase de cultivadores independientes semicapitalistas fuera
49. «En cuanto la-ganancia surge de hecho junto al trabajo remanente
como una parte esencial de él, la renta en dinero, al igual que la renta bajo
sus formas anteriores, sigue siendo el límite normal de esta ganancia em­
brionaria» (El capital, vol. III, p. 739).
50. Estudios, pp. 19 y ss.
1 1 8 DEL FEUDALISMO A L CA P IT A L ISM O

creciendo durante este período, el trabajo en sí, considerado como


un todo, no se bailaba aún bajo subordinación intrínseca al ca­
pital.
Sin embargo, no es que el campesinado libre e independiente
se desintegrase o polarizase una vez emancipado del modo de
producción feudal. Desde una perspectiva histórica, la clase cam­
pesina ya se. había fragmentado hasta un cierto punto durante la
época de la servidumbre. No todos los siervos se emanciparon
bajo unas mismas condiciones económicas. En los distritos rura­
les de Inglaterra, el campesino accedió a la categoría de pro­
ductor de mercancías con bastante rapidez; por tanto, su propia
emancipación se derivó también de la autodesintegración de la
clase campesina. De ahí que Dobb se haya visto obligado a recti­
ficar su formulación en los E stu dios y decir que aquellos siglos
fueron de «transición, entendiendo por tal que las viejas formas
estaban en proceso de rápida desintegración al tiempo que iban
apareciendo otras nuevas».51
Sweezy, por su parte, queda en extremo prisionero de la pri­
mitiva formulación dobbiana, «ni feudal ni todavía capitalista».
Para Sweezy «la transición del feudalismo al capitalismo no es ...
un proceso único e ininterrumpido ... sino que está constituido
por dos fases muy bien diferenciadas, que presentan problemas
radicalmente distintos y que deben analizarse por separado».52
Denomina «producción precapitalista de mercancías» al sistema
que, «ni capitalista ni feudal», prevalecía en Europa occidental
durante los siglos xv y xvi. Dicho sistema «fue lo primero que
minó al feudalismo para luego, a lg o d e s p u é s , una vez comple­
tada substancialmente esta obra de destrucción, preparar el terre­
no al desarrollo del capitalismo».33
Sweezy rechaza aquí de forma deliberada el término «produc­
ción simple de mercancías», aunque señala que en el marco de
la teoría del valor dicho término «permite presentar el problema

51. «Respuesta», supra, pp. 85-86.


52. «Crítica», supra, p. 69.
53. Supra, p. 69.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 119

del valor de cambio en su formulación más sencilla». Cree que


el término en cuestión es históricamente inapropiado, pues la
producción simple de mercancías es «un sistema de productores
independientes que poseen sus propios medios de producción y
satisfacen sus necesidades por medio de intercambios mutuos»,
mientras que «en la producción precapitalista de mercancías el
más importante de los medios de producción, la tierra, se halla
la mayor parte de las veces, en manos de una clase no producto­
ra».54 Eñ la medida en que las tierras de los campesinos tenían
que seguir soportando la carga de las rentas feudales, aunque
fuera bajo la forma de rentas en dinero, el campesino no era
propietario de la tierra en el sentido moderno de dicha expresión,
y por tanto no es correcto calificarlo de productor independien­
te. No obstante, en la Inglaterra de esta época, un grupo privi­
legiado de propietarios libres y de terrazgueros consuetudinarios
había pasado de la categoría de terrazgueros feudales a la de
propietarios campesinos libres, independientes y autónomos.
Un punto aún más fundamental es el método ahistórico que
emplea Sweezy para introducir la noción de los modernos dere­
chos de propiedad, precisamente al ocuparse de la propiedad y
de la tenencia feudales de la tierra. La propiedad feudal o seño­
rial de la tierra es, bajo nuestras premisas, una forma de domi­
nación que constituye la base del tipo de posesión señorial (do­
minio por la fuerza). La propiedad del señor era O b ereig en tu m ,
p r o p r ié té em in en te, y los campesinos eran J J n ter eig en tü m er o
terrazgueros (B esitz er) de sus tierras; la propiedad del campesino
{dom aine u tile) era su propiedad real. Así pues, a la vista de todo
esto, son inaplicables los conceptos jurídicos de propiedad pri­
vada usuales en la sociedad burguesa moderna.50 Por el contra­

54. Supra, p. 68, nota 35.


55. Esta es una crítica de la propriété paysanne muy común entre los
historiadores. Para una fase anterior de la controversia, véase Minees,
Beitrag zur Ger-.hichte der National-güterverausserung im Laufe der franzósi-
schen Revolution, Jena, 1892. Criticando a este autor, G. Lefebvre demues­
tra que los campesinos con una tenure héréditaire, aunque seguían someti­
dos a las prestaciones feudales, eran paysans propriétaires («Les recherches
1 2 0 DEL FEUDALISMO A L CAP ITA L ISM O

rio, lo que aquí tiene importancia es precisamente el contenido


económico,56 es decir, el tipo de vinculación que existe entre los
campesinos como productores directos y sus medios de produc­
ción (tierra, etc.); el capitalismo establece como premisa la sepa­
ración de los campesinos de la tierra. Esta es la clave del de^
sarrollo campesino-burgués del período que nos ocupa. La prospe­
ridad que genera el trabajo de este tipo de productores, subsi­
guiente a la desintegración del feudalismo pero anterior al mo­
mento en que se les priva de sus medios de producción, fue una
V olk sreich tu m , y d e ja c to constituyó la base social de la monar­
quía absoluta.57
Sweezy cae en contradicción cuando dice que este período
no es ni feudal ni capitalista, para lo que recurre a la-categoría
transitoria de «producción precapitalista de mercancías», al tiem­
po . que niega la posibilidad de que los productores campesinos
básicos puedan ser «productores independientes». Intenta superar
dicha contradicción describiendo como forma de transición (de la
renta feudal a la renta capitalista) la renta monetaria devengada
por estos campesinos. Marx discierne tales formas de transición
en el M eta riesy stem o P a rz ellen eigen tu m del k lein b a ü erlich er

relatives á la répartition de la propriété et de l ’exploitation fonciéres, á la


fin de l’ancien régime», Revue d’Histoire Moderne, n.° 14 (1928), pp. 103
y ss., 108 y ss.). Véanse, además, Raveau, Uagriculture et les classes paysan-
nes au XVIs siécle, p. 126, y M. Bloch,Armalesd’HistoireÉconomique et
S'ociale, vol. I (1929), p. 100, para pruebasadicionales deque loscampesi­
nos tenanciers féodaux eran véritables propriétaires.
56. «La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de produc­
ción es la base de la pequeña industria, y ésta es una condición necesaria
para el desarrollo de la producción social y de la libre individualidad del
propio trabajador. Cierto es que este sistema de producción existe también
bajo la esclavitud, bajo la servidumbre dé la gleba y en otros regímenes
de anulación de la personalidad. Pero sólo .florece, sólo despliega todas sus
energías, sólo conquista su forma clásica adecuada allí donde el trabajador
es propietario libre de las condiciones de trabajo manejadas por él mismo»
(El capital, vol. I, p. 647 [el subrayado aparece en la edición castellana,
pero no así en la inglesa]). (N. del t.)
57. El capital, vol. I, p. 611.
K O H A C H IRO TAKA H A S H I 1 2 1

P á ch ter/* pero no dentro de la renta monetaria en sí. Quizá la


postura de Sweezy sea considerar que, en esencia, el absolutismo;
ya no era feudal. El capítulo IV de los E stu dios de Dobb y su
«Respuesta» dan una réplica adecuada a este punto y a su vincu­
lación con la revolución burguesa. En cualquier caso, la intro­
ducción de la categoría de «producción precapitalista de mercan­
cías» no. sólo es innecesaria, sino que oscurece el hecho de que
las sociedades feudal y capitalista moderna se hallan regidas por
leyes históricas distintas. En la sociedad capitalista los medios de
producción, como el capital, se hallan disociados del trabajo, y la
ley característica del desarrollo es que la productividad evoluciona
(ampliación de la composición orgánica del capital; formación de
una tasa media de beneficios; tendencia a la disminución de la
tasa de beneficios; crisis) como si fuera la productividad del ca­
pital. Por el contrario, en la sociedad feudal los medios de pro­
ducción están unidos al productor, y la productividad se desarro­
lla (derrumbamiento del sistema feudal y desarrollo de la agricul­
tura en pequeña escala; formación de las rentas monetarias; ten­
dencia a la disminución del montante de la renta; cr ise seig n eu -
*iale) como la productividad del propio productor directo; por
tanto, la ley del desarrollo del feudalismo sólo puede desembocar
en la liberación y la independencia de los propios campesinos.
Además, me parece fuera de toda duda que el absolutismo no fue
más que un sistema de concentración de fuerzas encaminado a
contrarrestar la crisis a que se veía abocado el feudalismo a causa
de su evolución inevitable.59 Creo que éstas son las «leyes y ten­
dencias», para emplear la expresión de Sweezy, de la sociedad
feudal, leyes ya sugeridas por la metodología que utiliza Marx
en el volumen III de El ca p ita l.60
.58. El capital, vol. III, cap. XLVII, sec. 5; vol. I, pp. 631-632.
59. Sobre la crisis estructural de la economía en el siglo xvui, véase
el admirable análisis de C.-E. Labrousse, La crise de l’économie frangaise
a la fin de Vancien régime et au debut de la révolution, París, 1944, espe­
cialmente las pp. v n - L x x v .
60. Véanse mis trabajos «Hoken shakai no kiso mujun» [Contradic­
ciones básicas de la sociedad feudal], (1949) y Sbimin kakumei no kozo
[Estructura de la revolución burguesa], pp. 60-62.
1 2 2 DEL FEUDALISMO A L C A P ITA L ISM O

Llegamos por último a las relaciones entre la formación del


capital industrial y la revolución «burguesa». El proceso económi­
co fundamental de la revolución burguesa fue la abolición de las
relaciones de producción feudales a medida que iba consolidando
su desarrollo el capital industrial. Ya hemos indicado que este es
precisamente el contenido ló g i c o de la «transición del feudalismo
al capitalismo», y que la primera condición para que pueda lle­
varse a cabo p o s t fe s tu m un análisis racional del carácter históri­
co del feudalismo es tomar la revolución burguesa como punto de
partida. Por tanto, reviste la mayor importancia explicar el de­
sarrollo de las fuerzas productivas que hicieron posible histórica­
mente el movimiento burgués que abolió las tradicionales rela­
ciones de producción feudales y las formas sociales de existencia
del capital industrial en esta época. Una de las más valiosas con­
tribuciones de Dobb a la ciencia histórica es haber buscado los
orígenes de los capitalistas industriales no entre la h a u te bou r-
g e o is ie , sino en lo que estaba tomando cuerpo dentro de la clase
de los pequeños productores de mercancías en su proceso para
liberarse de la propiedad feudal de la tierra. En otras palabras,
ha buscado su origen en algo que nacía de la propia economía
interna del núcleo de los pequeños productores, asignando por
tanto un valor primordial a los productores de mercancías a pe­
queña y media escala como agentes básicos de productividad en
la primera, fase del capitalismo. Según Dobb, los representantes
de las relaciones capitalistas de producción en esta época deben
buscarse entre la clase campesina independiente y autónoma y los
pequeños y medianos artesanos. En particular, los pequeños pro­
pietarios rurales (kulak y eo m a n fa rm ers) mejoraron gradualmente
sus explotaciones y métodos de cultivo, al tiempo que se hicieron
con la fuerza de trabajo de sus vecinos más desheredados, los
co tte r s . Pero no fueron sólo ellos quienes siguieron ampliando la
escala de sus operaciones productivas, dando inicio a la industria
pañera del país (manufactura que posee el carácter de una pri­
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 123

mera forma de producción capitalista), sino que también aparecen


entre el artesanado urbano empresarios de este mismo tipo.61 «La
New Model Army de Cromwell y los Independents, que fueron
la auténtica fuerza impulsora de la revolución [burguesa inglesa],
extrajeron la mayor parte de sus miembros de los centros manu­
factureros provinciales y ... de sectores de la hidalguía y de los
pequeños y medios propietarios rurales.» Todos estos elementos
fueron firmes pilares de la revolución inglesa; los comerciantes
con carta y los monopolistas pertenecían en su mayor parte al
partido monárquico; «el capital mercantil, lejos de desempeñar
siempre una función progresista, se alió muy a menudo con la
reacción feudal [el absolutismo]».62 Para retomar los puntos de

61. Estudios, pp. 125 y ss., 128 y ss., 134 y ss„ 142 y ss., 150 y ss.,
etc.; «Respuesta», supra, p. 88.
62. Estudios, p. 171; «Respuesta», supra, p. 88. La comprensión por
parte de Dobb de que quienes llevaron a cabo la revolución burguesa,
los auténticos vehículos del capital industrial (la producción capitalista) en
aquella época, debían surgir de las filas de la ascendiente pequeña y media
burguesía, y que nuestra .atención debe concentrarse en la oposición entre
éstos y los capitalistas mercantiles y usurarios (haute bourgeoisie), ya la
habían asumido cuarenta años antes G. Unwin, en su Industrial organization
in ■the 16th and 17th centuries, y Max Weber, en Die Protestaniische
Ethik und der Geist von Kapitalismus (1904-1905) [existe versión castella­
na: La ética protestante y, el espíritu del capitalismo, traducción de Luis
Legaz Lacambra, Ediciones Península, Barcelona, 19753]- Sorprende que cuan­
do Dobb habla de «espíritu capitalista» {Estudios, pp. 5 y 9) pase por alto
esta admirable penetración de Weber. Weber destaca claramente dos siste­
mas sociales en conflicto en este período heroico de la historia de Ingla­
terra. El «espíritu capitalista», que apareció bajo la forma de puritanismo,
era el estilo de vida, la forma de conciencia más adecuada para la clase
de los pequeños propietarios (yeomen) y de los industriales medios y
pequeños de la época, y no la hallamos en la mentalidad regida por el
«hambre de dinero» y la «codicia ante los beneficios» común a los comer­
ciantes capitalistas y usureros de todas las épocas y países. «Por lo general,
en los umbrales de la Edad Moderna, los empresarios capitalistas del
patriciado mercantil no eran los únicos, ni siquiera los principales, vehículos
de la actitud que hemos clasificado de “espíritu capitalista”, postura que
puede asignarse con mucha más razón a los sectores en ascenso de la
clase media industrial» (M. Weber, Gesammelte Aufsatze zur Religionsso-
ziologie, Tubinga, 1920, vol. I, pp. 49 y ss.; y cf. ibid., pp. 195 y ss.)
124 DEL FEUDALISMO A L CAPITALISMO

vista de mi tesis, la revolución inglesa del siglo xvii, que des­


truyó la reacción feudal (el absolutismo), señala el primer paso
hacia la subordinación del capital mercantil al capital industrial.
Este planteamiento del problema y este tipo de análisis his­
tórico apareció en Japón, con independencia de los trabajos de
Dobb, en una época anterior y a través de un enfoque más cons­
ciente, de la mano de las creadoras y originales teorías históricas
de Hisao Otsuka.63 Por consiguiente, debo afirmar que las opinio­
nes de Dobb pueden tomarse como una confirmación del nivel
metodológico de la historia económica en el Japón. Para Sweezy,
quizás esto resulte menos convincente. En lugar de formular un
análisis concreto de la génesis social y de las formas de existencia

A este respecto, ni siquiera Tawney se ha apartado de la tesis que presenta


Brentano en Die Anfánge des modernen Kapitalismus, Munich, 1916, según
la cual el espíritu capitalista surgió al unísono con el comercio orientado
hacia la ganancia. Por ejemplo, en Tawney, Religión and the rise of capita-
lism, Londres, 1926, p. 319, leemos que «el “espíritu capitalista” impregna
Venecia y Florencia, la Alemania meridional y Flandes durante el siglo XV,
por la simple razón de que estas zonas eran los mayores centros comercia­
les y financieros de la época, aunque todos fueran, al menos nominalmente,
católicos». Pirenne, muy citado por Dobb y especialmente por Sweezy, y
que sin duda es una de las mayores autoridades en el tema, publicó un
esquema sobre «la evolución del capitalismo a lo largo de mil años de
historia» titulado «The stages in the social history of capitalism», American
Histórical Revieiv, vol. XIX (1914), pp. 494-515. Señala en él las transfor­
maciones del capitalismo, de los capitalistas, a través de los siglos: los capita­
listas modernos no derivan de los medievales, sino de su destrucción. No
obstante, Pirenne considera que la producción de mercancías y la circula­
ción monetaria como tal constituyen la marca distintiva del capitalismo,
con lo que para él el capitalismo feudal y el moderno «sólo son distintos
cuantitativamente, no en cuanto a su cualidad, tienen una mera diferencia
de intensidad, no de naturaleza» {ibid., p. 487). Además, para Pirenne el
spiritus capitalisticus es la codicia de beneficios nacida en el siglo xi
al mismo tiempo que el comercio.
63. Hisao Otsuka, Kindai Oshu keizai shi josetsu [Introducción a la
historia económica de la Europa moderna], Tokio, 1944. El núcleo argu-
mental de esta obra está formulado con toda claridad en un ensayo prece­
dente del mismo autor, «Noson no orimoto to toshi no orimoto» [Pañeros
urbanos y rurales], en Shakai Keizai Shigaku fHistoria ecorlKmica y social]
vol. VII, n.° 3-4 (1938).
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 125

del capital industrial en aquella época, todo lo que hace Sweezy


en relación al clásico pasaje del volumen III de El ca p ita l64 sobre
las «dos vías» de transición del modo de producción feudal es
exponer algunas observaciones críticas en pa ssa n t sobre las opi­
niones y datos documentales de Dobb. Ahora bien, este capítu­
lo XX (al igual que el XXXVI) es un capítulo «histórico» si­
tuado tras una serie de capítulos que tratan del 'capital mercantil
y del capital a interés. Su análisis aborda la naturaleza o las leyes
del capital mercantil o usurario primigenios, que sólo tuvieron
existencia independiente, en el marco de una sociedad precapita-
lista, así como del proceso seguido por el capital mercantil a lo
largo del desarrollo de la producción capitalista hasta quedar su­
bordinado al capital industrial. No se trata de un cambio mera­
mente formal o nominal que le permite al comerciante transfor­
marse en industrial. Por tanto, la tesis de las «dos vías» — 1) «el
productor se convierte en comerciante y capitalista», «este es el
-camino realmente revolucionario», y 2) «el comerciante comenzó
a apoderarse directamente de la producción», el comerciante se
hace industrial, «lo conserva [el antiguo modo de producción] y
lo mantiene como su premisa», pero con el tiempo se convierte
en «un obstáculo al verdadero régimen capitalista de producción
y desaparece al desarrollarse éste»—65 debe siempre entenderse
como un todo, tanto en el debate histórico como en el teórico.
Algo antes dice el texto: «En las fases preliminares de la socie­
dad capitalista el comercio predomina sobre la industria; en la
sociedad moderna ocurre al revés», planteándose acto seguido el
problema de «la supeditación del capital comercial al capital in­
dustrial». Y tras el pasaje que estamos discutiendo aparecen las
siguientes afirmaciones: «El productor es, a su vez, comerciante.
El capital comercial tiene a su cargo ya exclusivamente el proceso
de circulación ... Ahora el comercio se convierte en servidor de
la producción industrial».66

64. El capital, vol. III, p. 393.


65. «Crítica», supra, pp. 71-73.
66.. El capital, vol. III, pp. 319, 322, 324 y 325.
126 DEL FEUDALISMO A L CA P IT A L ISM O

De acuerdo con el análisis de Sweezy,67 la segunda vía, de


comerciante a fabricante o industrial, procede a través de la tor­
tuosa senda del «trabajo domiciliario», mientras que en la pri­
mera vía «el productor, cualesquiera que sean sus antecedentes
[cabe presumir que hace referencia a sus antecedentes sociales],
in icia su ca rrera actuando simultáneamente como comerciante y
patrono de trabajadores asalariados», o «se convierte en un autén­
tico empresario capitalista sin pasar por las etapas intermedias del
trabajo domiciliario». Esta interpretación se nos antoja bastante
superficial. Sweezy contempla el problema como una mera com­
paración de formas de administración, al tiempo c[ue pierde de
vista la característica social — la contradicción— de uno y otro
camino.
Sin ningún género de dudas, la referencia de Sweezy a la se­
gunda vía como equivalente al sistema de trabajo domiciliario es
correcta. Un poco más adelante, en el mismo capítulo de El ca ­
p ital, se explica el tránsito de «comerciante a industrial (fabri­
cante)». El comerciante capitalista subordina a sí mismo a los
pequeños productores (el artesano urbano y, en especial, el pro­
ductor rural), al tiempo que explota en beneficio propio el sis­
tema de trabajo domiciliario efectuando préstamos, a modo de
anticipos, a los trabajadores. Pero, además, también se ejempli­
fica en este punto el tránsito de <<productor a comerciante (capi­
talista)». «El maestro de tejedores de paño, en vez de recibir
la lana del comerciante poco a poco en pequeñas remesas, com­
pra por sí mismo lana o hilado y vende su paño al comerciante.
Los elementos de producción entran en el proceso de producción
como mercancías compradas ppr él mismo. Y en vez de producir
para un determinado comerciante o para ciertos clientes, el tejedor
de paños produce ahora para el mundo del comercio. El pro­
ductor es, a su vez, comerciante.» 68 En este contexto, los peque­
ños productores de mercancías van avanzando hacia su indepen­
dencia y hacia un sta tu s de capitalistas industriales a medida que

67. «Crítica», supra, pp. 73-75.


68. El capital, vol. III, p. 395.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 127

se alejan del control del capital mercantil dentro del sistema de


trabajo domiciliario. Por consiguiente, la referencia in ex ten so al
texto original no sólo póne de manifiesto la existencia de las dos
vías, sino su oposición y enfrentamiento. El rasgó substancial de
la transición de «productor a comerciante» es constituir un pro­
ceso «revolucionario» que lleva de una subordinación inicial al
capital mercantil a una posterior subordinación al capital indus­
trial (producción capitalista).69
Con respecto a la primera vía, aunque Sweezy no llega a negar
por completo la existencia de casos en que los pequeños produc­
tores de mercancías se convierten en industriales capitalistas, con­
templa este hecho como carente de importancia dentro de la gé­
nesis social del capitalismo industrial. Por el contrario, más bien
parece que interpreta como caso general la transición directa a
capitalistas industriales sin dar rodeo alguno por el sistema del
trabajo domiciliario. Parece casi seguro que tiene en mente las
manufacturas centralizadas (fa b riq u es r é u n ie s ), a las que suelen
referirse los historiadores económicos, de acuerdo con los datos
aducidos por J. U. Nef en su estudio sobre las prácticas en la
minería y en la metalurgia.70 Históricamente, este tipo de manu­
facturas centralizadas se estableció en diversos países, bien como
69. Una vez más, y por cuanto respecta al «productor que se con­
vierte en comerciante», en un capítulo anterior, al analizar la ganancia
comercial, se dice: «En la marcaa del análisis científico la formación de
la cuota general de ganancia aparece teniendo como punto de partida los
capitales industriales y su competencia, siendo luego corregida, completada
y modificada por obra de la interposición del capital comercial. En la tra­
yectoria del desarrollo histórico las cosas ocurren exactamente a la inversa
... La ganancia comercial determina p rim itivam ente la ganancia industrial.
Hasta que no se abre paso el régimen capitalista de producción y el pro­
ductor se convierte a su vez en comerciante, no se reduce la ganancia
mercantil a la parte alícuota de la plusvalía total que corresponde al capital
comercial como parte alícuota del capital total invertido en el proceso social
de reproducción» (El capital, yol. III, p. 281). De modo análogo, el de­
sarrollo de la producción capitalista en el sector de la agricultura redujo
la renta de forma normal de trabajo excedente (rentas o servicios feudales)
a la posición de «brote» de beneficio (la parte que excede la cuota media
de beneficio).
70. Industry and government in France and England, 1540-1640.
128 DEL FEUDALISMO AL CAP ITAL ISM O

m a n u fa ctu res r o y a les (d 'eta t p r iv ilé g ié e s ) bajo la protección y el


favor de las monarquías absolutas, bien como instituciones de
trabajo forzoso.71 Sin embargo, no se trata de auténticas manu­
facturas que desempeñaran el papel de formas primigenias de
producción capitalista (capital industrial), sino meros puntos de
cohesión (o ■nodulos) del sistema de trabajo domiciliario del ca-
pitaLmercantil, tal como hemos demostrado en nuestros trabajos;
y de ahí que este tipo de evolución tenga un carácter equivalente
al planteado de acuerdo con la segunda vía. ¿Se trata acaso de un
proceso «revolucionario», cuenta habida de que fue incapaz de
generar el desarrollo de la auténtica producción capitalista? Todo
lo contrario, pues en Europa occidental quedaron a remolque a
causa del auge de la clase de los pequeños productores y su ex­
pansión económica, hasta que finalmente acabaron por sucumbir
de forma gradual. Las empresas monopolistas de este tipo, se­
ñala Dobb en sus referencias al caso concreto de Inglaterra, tu­
vieron una naturaleza «conservadora» y estuvieron aliadas con el
poder estatal de la monarquía absoluta; por tanto, acabaron sien­
do destruidas y desaparecieron con la revolución burguesa.72 Este
71. J. Koulischer, «La grande industrie aux x v i i et xvin* siécles, Fran-
■ce, Allemagne, Russie», en Armales d’Histoire Économique et Sociale n.° 9
(1931). Cf. Dobb, Estudios, pp. 138 y ss., 142 y ss.; «Respuesta», supra,
p. 88. _ ^
72. Esto mismo sucedía en Francia. Los estudios de Tarlé sobre la
industria en el anden régime le llevan a poner de relieve una vez más el
«hecho importantísimo» de que la dura batalla en pro - de una producción
nacional más libre y amplia —la fuerza propulsora del capitalismo fran­
cés— no la libró la grande industrie ni los prósperos industriéis des villes
(los patronos domiciliarios, the putters-out), sino los petits producteurs des
campagnes (E. Tarlé, Uindustrie dans les campagnes en France a la fin
de l’anden régime, París, 1910, p. 53). El brillante trabajo de Labrousse
pone de manifiesto el cisma y el antagonismo económico y social cada vez
mayores entre la minoría feudal privilegiada y el conjunto de la nación.
Cf. Labrousse, Esquisse .du mouvement des prix et des revenues en France
au X V IIe siécle, 2 vols., París, 1933, vol. II, pp. 615, 626, 419-421, 639,
535-544. [Buena parte de estas investigaciones de Labrousse se hallan reco­
gidas, junto a otros trabajos sobre temas conexos, en Fluctuaciones económi­
cas e historia social, traducción de Antonio Caamaño, Editorial Tecnos, Ma­
drid, 1973.] (N. del t .)
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 129

tipo de evolución fue característico de la formación del capitalis­


mo en Europa occidental, especialmente en Inglaterra- En cambio,
las grandes empresas monopolistas de esta naturaleza desempeña­
ron importantes papeles en el establecimiento del capitalismo en
Europa oriental y el Japón; pero Sweezy no se ocupa de tales
extremos.
Cuando se ocupa del problema de las «dos vías», el propio
Dobb ve el tránsito de «productor a comerciante» como el «sis­
tema de trabajo domiciliario», o sistema V erlag, organizado por
«comerciantes-fabricantes» o por «empresarios ... dedicados al co­
mercio y a emplear a artesanos más pobres bajo el sistema de
trabajo domiciliario».73 Por tanto, no cabe la menor duda de que
en este punto ha caído en una contradicción. En la forma históri­
ca del sistema de trabajo domiciliario, los «comerciantes-fabrican­
tes» obtienen sus beneficios mediante la concentración de la com­
pra de materias primas y de la venta de los productos, que se
hallan exclusivamente en sus manos, mientras que los pequeños
productores reciben de ellos las materias primas para que puedan
llevar a cabo su trabajo. Esta exclusión de los pequeños pro­
ductores del mercado, este monopolio del mismo por parte de los
patronos domiciliarios {putters^out), tuvo, sin duda alguna, el efec­
to de bloquear el camino a aquellos productores directos que
avanzaban independientemente hacia su conversión en producto­
res de mercancías, y por tanto les dificultaba su conversión en
auténticos capitalistas.74 Aunque a estos m a rch a n d s-en trep ren eu rs

73. Estudios, p. 138; «Respuesta», supra, p. 88.


74. Aunque el sistema de trabajo domiciliario (putting-out system)
conlleva la producción de mercancías, no es una producción capitalista. De
hecho, el señor que explota su dominio directamente con el empleo de
trabajo forzoso de sus siervos o el terrateniente feudal que les extrae la
renta en especies pueden convertir la producción agrícola en mercancías,
pero no por esto son capitalistas. El sistema del trabajo domiciliario pre­
supone la posesión de los medios de producción por parte de los productores
directos; no presupone trabajo asalariado. De modo análogo, el sistema de
propiedad feudal de la tierra tiene como premisa la tenencia de la tierra
por parte de los campesinos. El señor feudal puso fin a su independencia
al separarse de los campesinos de las Hufe, se apoderó de la comunidad

9 . — H IL T O N
130 DEL FEUDALISMO A L C A P IT A L ISM O

se les denominara con frecuencia fa b rica n ts, nunca fueron capita­


listas industriales genuinamente «progresistas». Sólo podían «con­
trolar» la producción desde fuera, y para perpetuar su dominio
como capitalistas mercantiles mantuvieron inmodificadas las con­
diciones de producción tradicionales. Su carácter era conservador.
Por consiguiente, no estamos en la primera vía, sino en la se­
gunda.
¿Por qué, entonces, Dobb toma el sistema de trabajo domi-

aldeana y de sus obligaciones colectivas, sobre cuya base se habían orga­


nizado las relaciones mutuas entre los campesinos de las Hufe, reorgani­
zándolas dentro del marco de las relaciones y dominio feudales de la pro­
piedad de la tierra. Análogamente, los comerciantes convertidos en patronos
domiciliarios (putters-out merchants) emergieron de entre los artesanos inde­
pendientes y pusieron fin a su independencia, se apoderaron de los gremios
artesanales de las ciudades y de sus obligaciones colectivas, sobre cuya
base se habían organizado las relaciones mutuas entre artesanos indepen­
dientes, y las reorganizaron bajo el control del capital mercantil. La se­
cuencia de desarrollo categórico artesanado —>gremio —> sistema de trabajo
domiciliario (capital mercantil) es la proyección —formal o ficticia— de la
estructura lógica básica de la propiedad feudal de la tierra manso —> al­
dea —>dominio (cf. supra, nota 16). Cf. Contribución a la crítica de la
economía política (edic. ingl. citada), p. 302. La separación de los artesanos
independientes, productores y comerciantes a un mismo tiempo, de sus fun­
ciones comerciales de adquirir las materias primas y vender los productos
elaborados y la concentración de las mismas en manos de los comerciantes,
fueron las condiciones para el establecimiento del sistema comercial capitalis­
ta de trabajo domiciliario. Fueron «presiones extraeconómicas» ejercidas por
los patrones domiciliarios las que garantizaron la desvinculación dé los pro­
ductores con el mercado, es decir, su negación como productores de mer­
cancías. Al perder su independencia, los artesanos quedaron sometidos al
dominio de los patronos domiciliarios. Sin embargo, no aparecen cambios
aún dentro del proceso de producción propiamente dicho, sino que se
mantienen las condiciones gremiales y artesanales de producción y trabajo
como premisas del sistema. El cambio sólo afectó al proceso de circulación.
Los patronos domiciliarios unificaron el proceso de producción sobre la
base de las industrias de los pequeños artesanos hasta llegar a un control
prácticamente total del mismo. En este sentido, el trabajo domiciliario no
se diferencia como modo de producción, al menos en sus líneas esenciales,
de la artesanía feudal. Para más detalles, véase Max Weber, Wirtschafts-
geschichte, p. 147.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 131

ciliario y el capital acumulado por los patronos mediante el mismo


como primera vía? Quizá su opinión se fundamente en hechos de
la historia económica que son peculiares de Inglaterra. Dobb iden­
tifica el sistema de trabajo domiciliario inglés (p u ttin g -o u t s y s ­
tem ) con el «sistema doméstico» (d o m e s tic sy s te m , in d u strie á
d o m icile , H ausindustrie'). «En general ... en la Inglaterra del si­
glo xvii, la forma más típica de producción siguió siendo la in­
dustria doméstica, no la fábrica ni el taller de manufactura.» 75
El sistema doméstico inglés (distinto de la H a u sin du strie alema­
na, que acostumbra a tener un contenido idéntico al V erlags-
s y s t e m ) suele designar muy a menudo a las pequeñas y medias
industrias independientes, que de hecho no quedan enmarcadas
bajo el sistema de trabajo domiciliario en su sentido estricto y
original.76 Por lo demás, merece la pena señalar que en la historia
económica de Inglaterra la forma en que el capital mercantil ejer­
cía su control sobre el sistema de trabajo domiciliario parece
poco severa, y que la clase de pequeños productores que recibían
anticipos de materias primas de manos de los comerciantes pu­
dieron librarse de dicho control y establecer su independencia con
relativa facilidad. Las condiciones del sistema eran especialmente
conspicuas en el Lancashire del siglo xvm . Según los estudios de
Wadsworth y Mann, dentro del flexible marco del sistema de
trabajo domiciliario los tejedores podían pasar muy fácilmente a
15. Estudios, pp. 142 y ss»
76. P. Mantoux, The industrial revohution in the 18fh century, Lon­
dres, 1937, p. 61. Toynbee también señala este estado de cosas en la indus­
tria inglesa antes de la revolución industrial: «La clase de patronos capi­
talistas se encontraba aún en su infancia. Gran parte de nuestros bienes
seguían produciéndose según el sistema doméstico (domestic system). Las
manufacturas estaban escasamente concentradas en las ciudades y separadas
sólo en parte de la agricultura. El “manufacturero” era, literalmente, el
hombre que trabaja con sus propias manos en su propia casa ... Una carac­
terística importante de la organización industrial de la época era la exis­
tencia de un cierto número de pequeños maestros manufactureros entera­
mente independientes que tenían capital y tierras propios, combinando el
cultivo de pequeñas explotaciones de tierras de pastos libres con sus traba­
jos artesanales» (Lectures on the 18th century in England, Londres, 1884,
pp. 52 y ss).
132 DEL FEUDALISMO A L C A P IT A L ISM O

patronos domiciliarios para, posteriormente, convertirse en fabri­


cantes.77 Dobb quizá haya estado pensando en una situación eco­
nómica y social de este tipo al establecer su argumentación. Su
exposición 78 así nos lo sugiere: «muchos de los nuevos empresa­
rios eran individuos de poca importancia que habían comenzado
como “comerciantes-fabricantes” delitro del sistema de trabajo do­
miciliario». Por consiguiente, no cabe incluir bajo el término «co­
merciantes-fabricantes» escogido por Dobb como primera vía a la
oligarquía monopolista de comerciantes capitalistas domiciliarios
en sentido estricto, que como vemos en el caso de las V erle-
ger k o m p a g n ie, cuyo control abolió la revolución burguesa., cons­
tituían un obstáculo ,al desarrollo de la producción capitalista, sino
más bien a la clase formada por los pequeños y medianos capita­
listas industriales, quienes fueron accediendo a la independencia
por éntre los intersticios del «control» de los comerciantes capita­
listas hasta convertirse en comerciantes-fabricantes. Aquí es don­
de busca Dobb la génesis histórica de la «manufactura» como
primer estadio de la producción capitalista, y no en lo que los
historiadores denominan «fábrica» (fa c t o r y ) o «manufactoría» {tna-
n u fa cto ry ). Sin la menor duda, ésta es una de las contribuciones
de Dobb a la ciencia histórica,79 pero hubiera debido ofrecer un
desarrollo más preciso a este comentario sobre la génesis del ca­
pital industrial a la luz de la peculiar organización interna, de la
agricultura inglesa.
Aunque Dobb haya llevado a cabo un análisis concreto y subs­
tancial de las «dos vías» y ha sido capaz de iluminar el carácter
histórico de la revolución burguesa «clásica», a escala internacio­

77. Wandsworth y Mann, The coiton trade and industrial Lancashire,


1600-1780, Manchester, 1931, p. 277; y cf. pp. 70-75, 241-248, 273-277.
78. «Respuesta», supra, p. 89.
79. Sobre esta. cuestión, véase Hisao Otsuka, «Toiya seido no kindai
tekí keitai» [Formas modernas del sistema de trabajo domiciliario], (1942),
en su Kindai shihonshugi no keifu [La ascendencia del capitalismo mo­
derno], Tokio, 1951, pp. 183 y ss. Véase también el resumen de Kulischer
de los resultados de la historia socio-económica, Allgemeine Wirtschaftsge-
schichte, Munich-Berlín, 1929-, vol. II, pp. 162 y ss.
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 133

nal sus diversas tesis necesitan ser reexaminadas a fondo. Por


cuanto respecta a Europa occidental, tanto en Inglaterra como en
Francia dicha revolución tuvo su sostén en la clase de campesinos
libres e independientes y en la de los productores de mercancías
a pequeña y media escala. La revolución fue una lucha enérgica
para obtener el poder estatal entre un grupo de la clase media
(los Independents en la revolución inglesa, los Montagnards en la
francesa) y otro de la h a u te b o u r g eo isie, con orígenes en la aristo­
cracia terrateniente feudal y en los monopolistas mercantiles y
financieros (en la revolución inglesa, primero los monárquicos y
después los presbiterianos; en la revolución francesa, los monár­
quicos, más tarde los feu illa n ts y, finalmente, los girondinos).
Tanto en una como en otra revolución, la primera de las clases
citadas derrotó a la segunda.80 Dobb ha reseñado este extremo en
el caso concreto de Inglaterra.
Sin embargo, en Prusia y en Japón ocurrió todo lo contrario.
El objetivo de las revoluciones burguesas clásicas de Europa occi­

80. Compárese con el «conflicto de las dos vías de actividad capitalis­


ta» weberianas. Weber considera que cuando las fuentes de la época hablan
de los miembros de las diversas sectas puritanas, califican a parte de ellos
de no propietarios (proletarios) y a otro sector como pertenecientes al
estrato de pequeños capitalistas. «Fue precisamente de esta capa de peque­
ños capitalistas, y no de la de los grandes financieros —monopolistas, contra­
tistas del gobierno, prestamistas al estado, colonialistas, promotores, etc.—, de
donde salió lo característico del capitalismo occidental, a saber, la organiza­
ción económica burguesa y privada dél' trabajo industrial» (cf., por ejemplo,
Unwin, Industrial organization in the 16th and 17th centuries, p. 196 y ss.).
Y, «el puritanismo, cuyos miembros siempre fueron apasionados adversa­
rios del capitalismo con privilegios estatales y comerciales basado en el
sistema de trabajo domiciliario y en el colonialismo, a la organización “or­
gánica” de la sociedad en la dirección fiscal-monopolística que tomó por
influencia del anglicanismo bajo el reinado de. los Estuardo —en las for­
mulaciones de Laúd, Tina alianza de iglesia y estado con los ‘‘monopolistas”
sobre la base de una infraestructura social cristiana—, opuso los impulsos
individualistas del beneficio legal racional en base a la virtud y la inicia­
tiva individuales, sin ayuda del estado y, en parte, a pesar y en contra de
éste, mientras que todas las industrias monopolistas establecidas en Ingla­
terra bajo la protección gubernamental no tardaron en desaparecer» (Pro-
testantische Ethik, p. 195, nota; pp*. 201 y ss.).
134 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

dental era liberar a los productores del sistema de «coacciones»


(propiedad feudal de la tierra y regulaciones gremiales) y conver­
tirles en productores de mercancías libres e independientes.81 En
el marco del proceso económico era inevitable la disociación de
tales objetivos, y esta diferenciación (en capital y trabajo asalaria­
do) es la que forma el mercado interno para el capital industrial.
Apenas hace falta señalar que lo que constituía el marco de refe­
rencia Social para completar una revolución burguesa de este tipo
era la desintegración estructural de la propiedad feudal de la tierra
característica en Europa occidental. Por el contrario, en Prusia y
Japón la edificación del capitalismo bajo el control y patrocinio
del estado feudal absolutista era algo que se veía venir desde el
primer momento.82
No cabe duda de que la manera en que se formó el capita­
lismo en cada país concreto estaba estrechamente vinculada a las
estructuras sociales preexistentes, es decir, a la intensidad interna
y a la organización de la economía feudal en el mismo. En Ingla­
terra y Frapcia la propiedad feudal de la tierra y la servidumbre,
o bien se habían desintegrado a lo largo del proceso de desarrollo
económico, o bien quedaron liquidadas estructural y categórica­
mente en el decurso de la revolución burguesa. G. Lefebvre ha
remarcado el papel de la r e v o lu tio n p a ysa n n e dentro de la revo­
lución francesa.83 Estas revoluciones acaecidas en Europa occiden­
tal, gracias a la independencia y creciente preeminencia de los

81. Tal fue la postura, y ésta era la procedencia social, de los Inde-
pendents en la revolución puritana y de los Montagnards en la revolución
francesa, como señala con autoridad G. Lefebvre: «Su ideal social era el
dé una democracia de pequeños propietarios autónomos, de campesinos y
artesanos independientes que trabajaran y comerciasen libremente» (G. Le­
febvre, Questions agraires au tenzps de la Terreur, París, 1932, p. 133).
82. Cf. «Kindai teki stiínka no futatsu no taiko teki taikei ni tsuite»
[Sobre dos sistemas opuestos de progreso moderno], (1942), en mi Kindai
shakai seiritsu shiron, pp.-151 y s?.
83. Sobre la «revolución campesina», cf. G. Lefebvre, «La revolution
et les paysans», Cahiers de la Revolution Vrangaise, n.° 1 (1934). [Existe
versión castellana: La revolución francesa y los campesinos. El gran pánico
de 1789 , Editorial Paidos, Buenos Aires.] (N. del t.)
K O H A C H IR O TAKAH ASH I 135

pequeños productores de mercancías,-así como, al proceso de dife­


renciación generado entre ellos, liberó de entre sus filas las fuerzas
que conducían — e co n ó m ica m e n te, como si dijéramos— al de­
sarrollo de la producción capitalista. Por el contrario, en Prusia
y Japón esta «emancipación» tuvo lugar en sentido opuesto. La
organización de la propiedad feudal de la tierra se mantuvo inal­
terada y las clases de campesinos libres e independientes y la
burguesía media quedaron sin desarrollar. Las «reformas» bur­
guesas, como la B a u ern b efreiu n g y la C hiso-k aisei (reformas agra­
rias durante la Restauración Meiji), contienen elementos tan con­
tradictorios entre sí como la sanción jurídica de la posición de
la propiedad agraria del Junker y la propiedad parasitaria de la
tierra de carácter semifeudal. Puesto que el capitalismo tenía que
erigirse en este tipo de terreno, sobre la base de orna fusión con
el absolutismo, no a través de un conflicto en que se enfrentaran
ambos, su formación tuvo lugar según una vía totalmente dis­
tinta a la seguida en Europa occidental; esencialmente como un
proceso de transformación del capital mercantil generado por el
sistema de trabajo domiciliario en capital industrial. Las condi­
ciones socioeconómicas para el establecimiento de una democracia
moderna no existían. Por él contrario, el capitalismo debía abrirse
camino dentro de un sistema oligárquico —la estructura social
«orgánica»— diseñado para sofocar el liberalismo burgués. Así
pues, no fue el propio desarrollo interno de estas-sociedades el
que engendró la necesidad de una revolución «burguesa». La ne­
cesidad de reformas se produjo más bien como resultado de una
serie de circunstancias externas. Puede decirse que, con arreglo a
las cambiántes circunstancias históricas y mundiales, la fase de
establecimiento del capitalismo sigue diferentes líneas básicas: en
Europa occidental, lá primera vía {productor a comerciante), en
Asia y Europa oriental, la segunda vía (comerciante a fabrican­
te). Existe una profunda vinculación interna entre la cuestión
agraria y el capital industrial, que determina las estructuras ca­
racterísticas del capitalismo en los diferentes países.84 Por lo que

84. Este problema se planteó en el Japón en época muy temprana.


136 DEL FEUDALISMO A L CA P IT A L ISM O

a nosotros respecta, y a pesar de que en una fase distinta de la


historia mundial, sigue siendo válido lo que en 1867 el autor de
El ca p ita l escribió sobre su patria en el prefacio a la primera edi­
ción: «Junto a las miserias modernas nos agobia toda una serie
de miserias heredadas, fruto de la supervivencia de tipos de pro­
ducción antiquísimos y ya caducos, con todo su séquito de rela­
ciones políticas y sociales a n a crón ica s».85 Así pues* por lo que a
nosotros respecta, la cuestión de las «dos vías» no sólo presenta
interés histórico, sino que se halla vinculada a problemas prácti­
cos reales. H ic R h odu s, h ic salta!

Cf. la original obra de Seitora Yamada, Nikon shihon shugi bunseki [Análi­
sis del capitalismo japonés], (1934), en particular el prefacio, donde agrupa
de forma condensada una multitud de nuevas ideas históricas.
85. El capital, vol. I, p. xrv.
M a u r ic e D o b b

NUEVO COMENTARIO

En general, estoy de acuerdo con el estimulante artículo del


profesor H. K. Takahashi sobre «La transición del feudalismo
al capitalismo», una importante contribución que nos permite pro­
fundizar y ampliar nuestra valoración de los importantes proble­
mas tratados. Es muy poco lo que. quiero añadir a cuanto él ha
dicho, y también es escasa mi competencia para hacerlo. En par­
ticular, considero especialmente ilustrativo su desarrollo de la idea
de las «dos vías» y la forma en que la ha utilizado para poner
de manifiesto el contraste entre la revolución burguesa y la se­
guida por Prusia y Japón en su desarrollo histórico. Por lo que
respecta a las críticas que me hace, sólo deseo efectuar tres co­
mentarios.
Desde luego, su afirmación de que mi libro presta una «insu­
ficiente atención a los trabajos franceses y alemanes» está plena­
mente justificada. Para ser aún más precisos, podría haber aña­
dido que en mi trabajo ignoro casi por completo la experiencia
de la Europa meridional, en particular la de España y la de Ita­
lia. Sólo puedo argüir que tales omisiones son plenamente delibe­
radas, y que si mi libro se titula E stu d ios s o b r e e l d esa rro llo d el
ca p ita lism o es para indicar su carácter selectivo y parcial. Nunca
pretendí escribir, ni tan sólo esbozar, una historia global del capi-
-talismo. Creo que el método adoptado puede describirse indican­
do que persigue el tratamiento de ciertas fases y aspectos cruciales
138 DEL FEUDALISMO A L C A P IT A L ISM O

del desarrollo del capitalismo tomando Inglaterra como modelo


clásico, con ocasionales alusiones a paralelismos (como la evolu­
ción de los gremios o el sistema de trabajo domiciliario) o a con­
trastes (como la reacción feudal en Europa oriental o la formación
del proletariado) respecto a la Europa continental, encaminadas
a iluminar determinadas cuestiones particulares que intentaba po­
ner en claro. Desarrollar tales paralelismos y contrastes de un
modo adecuado y elaborar a partir de ellos algo así como un es­
tudio comparado y exhaustivo de los orígenes y evolución del
capitalismo bajo diferentes condiciones sociales, hubiera exigido
forzosamente un caudal de conocimientos sobre la historia de
Europa que en verdad no puedo pretender arrogarme. Incluso
una mente mucho más enciclopédica que la mía hubiera precisa­
do con toda probabilidad una década, o tal vez más, para fami­
liarizarse con los «progresos colectivos en este campo de estudio»
a los que se refiere el profesor Takahashi.
En segundo lugar, creo que cuando el profesor Takahashi
afirma que en mi libro hablo del período que se extiende entre
los siglos x iv y XVI en Inglaterra como de una época «ni feudal
ni todavía capitalista», ha caído en el error de tomar mi plantea­
miento del problema como una conclusión sobre el mismo. Si
tiene la bondad de releer el párrafo aludido, en la página 19 de
mi texto, advertirá que estoy planteando una pregunta (de hecho,
al final de la frase aparece un signo de interrogación), al tiempo
que formulo la dificultad que se les ha presentado sobre este
punto a muchísimos estudiosos del período. En la página siguien­
te indico que, pese a la desintegración del feudalismo y a la apari­
ción de «un modo de producción que se había ganado la inde­
pendencia con respecto al feudalismo, la pequeña producción ...
todavía no capitalista aunque llevara en su seno el embrión de
las relaciones capitalistas», no era lícito hablar de su desaparición
(«pues a menos que se identifique el fin del feudalismo con el
proceso de conmutación ... no puede hablarse aún del ocaso del
sistema medieval, y menos todavía del derrocamiento de su clase
dominante», p. 20). Debo reconocer que la escasez de referencias
a la agricultura — criticada por Takahashi— priva a mi conclusión
MAURICE DOBB 139

de un soporte que le es imprescindible. No obstante, y a pesar


de las clarificaciones aportadas por Tawney y otros, creo que a
los especialistas en este período que siguen el método marxista
les queda mucho terreno por investigar. Estoy más que dispuesto
a admitir que algunos de mis anteriores puntos de vista delineados
en borradores precedentes han dejado trazas en la versión final
del trabajo, con lo cual su presentación ha quedado menos clara
de lo deseable. Sin embargo, no era en modo alguno mi intención
sostener la opinión de que el período que transcurre entre los
reinados de Eduardo II e Isabel no era «ni feudal ni todavía
capitalista»; la afirmación de que se trata de un período de
«transición», de la que el profesor Takahashi habla como «correc­
ción» introducida sólo al redactar mi «Respuesta», aparece en
realidad en la p. 20 del libro.
A pesar de todo, sigo defendiendo mi otra, y distinta, afir­
mación de que «la desintegración del modo feudal de producción
ya se encontraba en una fase avanzada antes de que se desarro­
llara el capitalista, y que tal desintegración no puede asociarse
estrechamente con el crecimiento de un nuevo modo de produc­
ción en el seno del antiguo». Este enunciado no implica en abso­
luto que los siglos de transición no fueran «ni feudales ni capi­
talistas», antes al contrario, y creo que constituye una de las
claves para explicar las dificultades de análisis que han hecho
adoptar a tantos investigadores opiniones análogas a las que de­
fiende Sweezy sobre este período. Por mi parte, consideraba la
anterior afirmación como una forma general y preliminar de la
tesis según la cual la desintegración del feudalismo (y por tanto
sus fases de decadencia y liquidación) n o llegó como resultado de
un ataque frontal de un «capitalismo» incipiente disfrazado de
«mercantilismo» en maridaje con una «economía monetaria», tal
como es usual suponer, sino a causa de la revuelta de los peque­
ños productores contra la explotación feudal. Y colijo que el pro­
fesor Takahashi acepta plenamente esta tesis. La parcial indepen­
dencia de los pequeños productores dio como resultado la acele­
ración de su propio proceso de desintegración (aunque no consti­
tuyera el detonante que lo desencadena) al activar el proceso de
140 DEL FEUDALISMO A L CAPITALISM O

diferenciación social entre ellos; y fue de este proceso (pero s ó lo


d e s p u é s de que hubiera ido madurando durante un período de
transición de feudalismo en decadencia) del que nació el modo
de producción capitalista. Precisamente p o rq u e era necesaria la
maduración del proceso de diferenciación social en el seno de la
pequeña producción se hacía imprescindible la existencia de un.
intervalo temporal entre los inicios del declive de la servidumbre
y el advenimiento del capitalismo. En palabras del propio profe­
sor Takahashi: «Del mismo modo que la renta en productos cede
su lugar a la renta monetaria, estas pequeñas explotaciones agrí­
colas, el régimen de pequeña producción en la agricultura, se van
haciendo cada Vez más claramente independientes, al tiempo que
se produce con rapidez y soltura siempre crecientes su autodesin-
tegración».1 La única discrepancia entre nosotros parece ser una
posible diferencia de énfasis en cuanto al grado de la mencionada
«autodesintegración» en cada una de las fases del proceso.
En tercer lugar, y por cuanto se refiere a las «dos vías» y a
mis alusiones al sistema de trabajo a domicilio, la interpretación
del profesor Takahashi es correcta cuando dice que incluyo el
p u ttin g-o u t s y s te m de la pequeña industria doméstica inglesa en
la primera vía. Sin embargo, creía haber dejado claro en mi ca­
pítulo sobre «El auge del capital industrial» que consideraba el
sistema de trabajo domiciliario, no como una forma económica
homogénea, sino más bien como un término genérico aplicado a
un fenómeno complejo que abarca varios tipos distintos de pro­
ducción. De ún lado, el tipo V erleger puro de industria organiza­
da por los comerciantes de sociedades como las de los camiseros,
pañeros, tejedores y curtidores lo trato como un caso de la se­
gunda vía, de comerciante a fabricante (cf. pp. 129-134 de mis
E stu d ios); inmediatamente, paso a contrastar con él (pp. 134-138)
el movimiento del que son otras tantas expresiones la aparición
de una clase de patronos comerciantes-fabricantes de entre las
filas dé los artesanos que componían la clase (subordinada) de
«pequeños propietarios» de las Livery Companies y la compe-

1. «Contribución al debate», supra, pp. 112-114.


MAURICE DOBB 141

tencia entre las nuevas corporaciones surgidas en la época de los


Estuardos a partir de dichos elementos (tema tratado por Unwin).
Tengo mis dudas sobre si este sistema de trabajo domiciliario,
en la variante indicada de organización que arranca de la base,
es un fenómeno peculiarmente inglés o tiene paralelos en el con­
tinente, por lo que no me arriesgo a emitir una opinión dogmá­
tica sobre este punto. Por ahora, sólo puedo sugerir que tal vez
la preocupación por encontrar el en trep r.en eu r capitalista a gran
escala haya cegado a los historiadores continentales en la cuestión
de delimitar el papel que desempeñaron el tipo, pequeño y p a rven ú
de comerciante-fabricante y que incluso es posible que ni siquiera
en Alemania la imagen del V erla gs-system sea tan sistemática y
ordenada como la han venido presentando los historiadores eco­
nómicos de dicho país. Una vez más, en el estudio de estas cues­
tiones dentro de diferentes países, deberemos remitimos a los
«progresos colectivos» a los que hace referencia el profesor Ta­
kahashi.
P aul Sw eezy

CONTRARRÉPLICA

Los problemas que más me preocupaban cuando comencé a


leer los E stu d ios s o b r e e l d es a rro llo d e l ca p ita lism o dé Dobb pue­
den resumirse como sigue. Durante la Alta Edad Media, en la
mayor parte dé Europa occidental existió un sistema feudal tal
como el que Dobb describe en las páginas 36-37 de sus E stu­
d ios. Este modo de producción pasó por un proceso de desarrollo
que culminaría en crisis y derrumbamiento, viéndose substituido
por el capitalismo. Desde un punto de vista formal, su analogía
biográfica con el capitalismo — desarrollo, crisis general, transi­
ción al socialismo— es muy grande. Ahora bien, personalmente
tengo una idea bastante clara sobre la naturaleza del principio
motor en el caso del capitalismo, de por qué el proceso de de­
sarrollo generado por éste conduce a la crisis y de por qué el
socialismo es, necesariamente, la forma de sociedad que debe su-
cederle. Sin embargo, no tenía una idea absolutamente clara de
todos estos factores en el caso del feudalismo cuando me senté a
leer el libro de Dobb. Lo que buscaba en él eran respuestas.
El mayor tributo que puedo pagar al texto de Dobb es afir­
mar que cuando acabé de estudiarlo tenía las ideas mucho más
claras sobre estas cuestiones, en parte porque logró convencerme,
y en parte porque me impulsó a consultar otras fuentes y a
hacer algo siempre estimulante, pensar por cuenta propia. Mi
artículo en S cien ce an d S o cie ty tenía el carácter de informe sobre
PAUL SWEEZY 143

las soluciones provisionales a las que había llegado. (Pienso, ahora


que se tercia, que hubiera debido dejar mucho más claro este
extremo. Como es natural, Dobb formulaba sus problemas de
acuerdo con un estilo propio, y su campo de intereses se desple­
gaba sobre numerosos aspectos que sólo afectan de forma indi­
recta, si es que lo hacen de algún modo, a los problemas cuya
resolución me planteo. Por consiguiente, algunas de mis «críti­
cas» no eran tales en lo más mínimo. Antes bien, hubieran debi­
do presentarse como sugerencias e hipótesis complementarias.)
En su «Respuesta», Dobb señala varios puntos de desacuer­
do con mis propuestas, y Takahashi, si interpreto adecuadamente
su pensamiento, las rechaza prácticamente in to to . Sin embargo, lo
cierto es que he aprendido muy poco sobre las soluciones de
Dobb (a m is problemas, desde luego) con respecto a lo que ya
sabía al terminar de leer su libro, y que prácticamente no sé nada
sobre cuáles son las ofrecidas por Takahashi. Por tanto, desearía
aprovechar la oportunidad que se me ofrece con esta contrarréplica
para formular de nuevo mis preguntas y respuestas con la mayor
concisión posible, de forma que quizá invite a formulaciones al­
ternativas por parte de Dobb y Takahashi.1
"Primera pregunta'. ¿Cuál fue el principio motor del desarrollo
del feudalismo en Europa occidental? 2
En el caso del capitalismo, podemos responder a esta pregunta

1. En las páginas que siguen cito el libro de Dobb como Estudios, mi


artículo-reseña como «Crítica», la contestación al mismo de Dobb como
«Respuesta» y el artículo de Takahashi como «Contribución».
2. Insisto en hablar de feudalismo europeo occidental porque, a fin de
cuentas, lo que ocurrió en esta parte del globo fue manifiestamente distinto
de lo acaecido en otros lugares en los que prevaleció el modo de produc­
ción feudal. En qué medida esto pueda deberse a variaciones entre los
diferentes sistemas feudales y en qué medida a «factores externos» consti­
tuye, desde luego, una cuestión de primordial importancia. Sin embargo,
como no me creo capacitado para darle una respuesta, la única postura
sensata que puedo tomar es restringirme al marco de- Europa ocddentaL
Al hacerlo así, no pretendo que se infiera que creo en la existencia de
otros feudalismos sujetos a leyes de desarrollo distintas. Me limito a eludir
la cuestión en su totalidad.
144 DEL FEUDALISMO A L CAP ITAL ISM O

•de forma positiva y sin ambigüedades. El principio motor es la


acumulación de capital, inherente a la propia estructura del pro­
ceso de apropiación capitalista. ¿Existe algo análogo en el caso
del feudalismo?
La teoría de Dobb encuentra tal analogía en la creciente ne­
cesidad de ingresos de los señores feudales. A su juicio, «la inefi­
cacia del feudalismo como sistema de producción junto con las
crecientes necesidades de ingresos por parte de la clase dominante
fueron la causa primordial de su decadencia; esta necesidad de
ingresos adicionales provocó tal aumento de presión sobre el pro­
ductor que llegó a tornarse insoportable».3 La consecuencia de
este aumento de presión «condujo a la postre al agotamiento, y
de hecho a la desaparición, de la fuerza de trabajo que alimen­
taba al sistema».4 El problema reside en demostrar que la cre­
ciente necesidad de ingresos de los señores — cuya ex isten cia no
se pone en duda— era inherente a la estructura del modo feudal
de producción. He aducido ya una serie de razones que me llevan
a dudar de la existencia de tal relación,5 demostrando que la cre­
ciente necesidad de ingresos de los señores podía explicarse fácil­
mente como un subproducto del crecimiento del comercio y de la
vida urbana.
Dobb parece bastante impacientado por la importancia que
concedo a este punto. Según él, parece que sostengo que el de­
sarrollo del feudalismo es
una cuestión, bien de conflicto interno bien de fuerzas exter­
nas. Creo que ésta es una forma harto simplista, incluso mecá­
nica, de presentar los hechos. Pienso que se trata de una in­
teracción de ambos tipos de factores, aunque, bien es cierto,
concedo una importancia primordial a las contradicciones inter­
nas, pues, a mi juicio, éstas operarían fuera cual fuese la situa­
ción (aunque de acuerdo con úna escala cronológica distinta
según el caso) y de hecho son las que determinan la forma y

3. Estudios, p. 42.
4. Ibid., p. 43.
5. «Crítica», supra, pp. 51-54.
PAUL SWEEZY 145

la dirección concretas de los efectos ejercidos por las influencias


externas.6

Desde luego, h istó rica m en te Dobb tiene -toda la razón. Lo que


determinó el curso del desarrollo feudal fu e una interacción de
factores externos e internos, hecho que nunca pretendí negar.
Pero lo mismo puede decirse del desarrollo histórico del capita­
lismo, lo que no nos impide buscar y encontrar el principio mo­
tor del sistema. Por tanto, no puedo admitir que Dobb quede
justificado al calificar de «mecánica» mi formulación del proble­
ma con respecto al feudalismo. Se trata de una cuestión teórica, y
sigo creyendo que es crucial para abordar el análisis global del
feudalismo.
La segunda mitad de la cita anterior indica con claridad que
Dobb adopta de hecho una determinada posición con respecto a
este punto, a pesar de su aversión a formular la pregunta o la
respuesta de forma tajante. Y esta postura es precisamente la que
yo le atribuía basándome en su libro, a saber, que existe un prin­
cipio motor en el feudalismo. Pero ya que no aduce ningún argu­
mento nuevo, no puedo por menos que seguir sin estar con­
vencido.
Hasta donde se me alcanza, Takahashi contribuye escasamente
a aclarar este problema. Su interesante análisis de los e le m e n to s
del feudalismo 7 no le lleva a ninguna formulación de «las leyes
y tendencias» del sistema, y cuando se refiere de forma específica
a esta cuestión, el resultado no es muy revelador, al menos para
mí. Acerca de la sociedad feudal escribe,
los medios de producción están unidos al productor, y la pro­
ductividad se desarrolla (derrumbamiento del sistema feudal y
desarrollo de la agricultura en pequeña escala; formación de
las rentas monetarias; tendencia a la disminución del montante
de la renta; crise seigneuriale) como la productividad del pro­
pio productor directo; por tanto, la ley del desarrollo del feu­

6. «Respuesta», supra, p. 83.


7. «Contribución», supra, pp. 96-101,

10. ---- H IL T O N
1 4 6 DEL FEUDALISMO AL CAPITA L ISM O

dalismo sólo puede desembocar en la liberación y la indepen­


dencia de los propios campesinos.8

En este caso se trata como factor crucial el aumento de producti­


vidad, pero lo cierto es que no puede considerarse como evidente
sin más que el aumento de la productividad sea una característica
inherente al feudalismo. De hecho, existen numerosísimos datos
históricos y contemporáneos que sugieren precisamente la hipóte­
sis contraria. También aquí, como cuando Dobb habla de la cre­
ciente necesidad de ingresos de los señores feudales, creo que
estamos enfrentándonos con fuerzas exteriores al sistema feudal
propiamente dicho.
Takahashi me critica con gran severidad en todo cuanto con­
cierne a esta cuestión de las fuerzas externas:
Sweezy no interpreta la destrucción de una estructura.social
dada como resultado de la evolución interna de sus fuerzas pro­
ductivas, sino que centra sus intentos en la búsqueda de una
fuerza exterior. Pero, aun admitiendo que el desarrollo histó­
rico tenga lugar por la acción de fuerzas externas, sigue sin
resolver la cuestión de cómo surgen éstas y de cuál es su pro­
cedencia.9

Desde luego, este último punto es perfectamente válido y nunca


estuvo en mi ánimo negarlo. Fuerzas históricas que son externas
con respecto a un determinado conjunto de relaciones sociales,
son internas en relación a otro conjunto más amplio de tales rela­
ciones. Y así sucedió en el caso del feudalismo europeo occidental.
La expansión del comercio, con el concomitante crecimiento de
ciudades y mercados, era algo externo al modo de producción
feudal,10 pero tan interno como pudiera llegar a serlo con respecto
al conjunto de toda la economía europeo-mediterránea.
8. Supra, p. 122.
9. «Contribución», supra, pp. 109-110.
10. No consigo entender el razonamiento de Dobb cuando dice que
«hasta cierto punto» cree que el auge de las ciudades fue un fenómeno inter­
no al feudalismo («Respuesta», supra, p. 83). El hecho citado por Dobb, que
PAUL SWEEZY 147

Un estudio en profundidad del feudalismo europeo occidental


— que, desde luego, Dobb jamás ha dicho que pretendiera ofre­
cérnoslo— debería analizar este extremo dentro del contexto más
amplio de la economía europeo-mediterránea. Pirenne ha demos­
trado brillantemente cómo puede llevarse a cabo un trabajo de
este tipo, aduciendo, en primer lugar, que los orígenes del feuda­
lismo en Europa occidental deben buscarse en el aislamiento (a
causa de la expansión árabe del siglo vil) de aquella zona relati­
vamente atrasada con respecto a los auténticos centros económi­
cos del mundo antiguo, y, en segundo, que el desarrollo ulterior
del feudalismo estuvo modelado de forma decisiva por el restable­
cimiento de estos vínculos comerciales.11 Vistas las cosas desde
este ángulo, es evidente que no puede considerarse como una
misteriosa fuerza externa el crecimiento del comercio acaecido a
partir del siglo x, en contra de lo que Takahashi me increpa
erróneamente. Pero cuando la atención se centra sobre el feuda­
lismo como tal — como ha hecho Dobb muy justificadamente— ,
creo no sólo legítimo, sino teóricamente esencial, tratar el creci­
miento del comercio como una fuerza externa.
Así pues, creo que la respuesta a mi primera pregunta es la
siguiente: el sistema feudal no contiene ningún principio motor in-

el feudalismo «alentaba a las ciudades para que satisfacieran sus necesidades


de comercio a larga distancia», no creo que sirva como prueba de su aserto.
Sería necesario demostrar que la clase feudal dominante tomó la iniciativa
de construir las ciudades y las integró con éxito en el sistema feudal de
producción y relaciones laborales. Qué duda cabe, esto ocurrió en algunas
ciudades, pero creo que Pirenne ha demostrado de forma concluyente que
los centros comerciales típicos y decisivos tuvieron un crecimiento muy dis­
tinto a éste. Por lo demás, una prueba particularmente decisiva del carácter
no feudal de las ciudades fue la ausencia generalizada de servidumbre en
las mismas.
11. Además de la Historia económica y social de la "Edad Media, Méxi­
co, 1974u, de Pirenne, véase también su Mahomet et Chaflemagne, París-
Bruselas, 1937, obra postuma en la que el autor nos ofrece el tratamiento
más exhaustivo de los problemas del final de la edad antigua y los inicios
del feudalismo en Europa occidental. [La última edición en lengua fran­
cesa de este texto postumo de Pirenne es Mahomet et Charlemagne, PUF,
París, 1970.] (N. del t.)
148 DEL FEUDALISMO AL C A PIT ALISM O

temo, y cuando atraviesa por una auténtica etapa de desarrollo


— que no es lo mismo que las meras oscilaciones y crisis que no
afectan a su estructura básica— hay que buscar su fuerza motriz
fuera del sistema. (Sospecho que esto se aplica en general a todos
los sistemas feudales, y no sólo al de Europa occidental, aunque
este extremo queda fuera de los objetivos de la presente dis­
cusión.)
S egu n d a pregunta-. ¿Por qué el desarrollo del feudalismo en
Europa occidental desembocó en crisis y, finalmente, en derrum­
bamiento?
Una vez aceptado que tras el proceso de desarrollo se halla
un principio motor externo, debemos concluir forzosamente que
la respuesta a esta pregunta ha de buscarse en el impacto de
dicha fuerza externa sobre la estructura del feudalismo. En otras
palabras, como dice Dobb con insistencia y razón, se trata de un
proceso de interacción, y no creo que Takahashi discrepe de este
punto de vista. Por tanto, en este punto no nos separan diferen­
cias fundamentales. Mi principal crítica a Dobb y Takahashi a
este respecto es su afán por minimizar la importancia del comer­
cio como factor de la decadencia del feudalismo, postura que les
lleva a eludir un análisis frontal de dicho proceso de interacción.
Por ejemplo, tanto uno como otro tratan la substitución de las
prestaciones de servicios o los pagos en especies por rentas en
dinero como si fuera básicamente una cuestión formal, y olvidan
que tal cambio sólo puede ocurrir a escala considerable si se basa
en una producción de mercancías desarrollada.
Mi esfuerzo personal para analizar el proceso de interacción
y sus resultados lo ofrecí en mi artículo inicial.12 Sin duda alguna,
contiene muchos puntos débiles — como, por ejemplo, mi forma
de tratar la llamada «segunda esclavitud», extremo criticado por
Dobb— , pero sigo creyendo que tiene el mérito de constituir un
análisis teórico explícito. Me gustaría que otros lo llevaran hacia
metas más amplias.

12. «Crítica», supra, pp. 55-63.


PAU L SWEEZY 149

T ercera p regu n ta : ¿Por qué el capitalismo sucedió al feuda­


lismo?
Si se cree con Dobb, como yo lo hago, que en el período
que va desde el siglo xiv a finales del xvi el feudalismo se ha­
llaba en plena decadencia, y que en esta época todavía no se
apreciaban más que los primeros indicios de capitalismo, se trata
de una cuestión verdaderamente peliaguda. No puede sostenerse
que el feudalismo había creado fuerzas productivas que sólo po­
dían mantenerse y desarrollarse bajo el capitalismo, mientras que,
por el contrario, sí puede afirmarse de forma tajante que el ca­
pitalismo ha creado fuerzas productivas que sólo pueden mante-
.nerse y seguirse desarrollando bajo el socialismo. Bien es verdad
que el declive del feudalismo vino acompañado (yo diría que
«causado») por ía generalización de la producción de mercancías,
y, como Marx remarcó repetidas veces, «la producción de mer­
cancías y su circulación desarrollada, o sea el c o m e r cio , forman
las p rem isa s h istó rica s en que surge el capital».13 Pero por sí
solas las premisas históricas no constituyen una explicación sufi­
ciente. Después de todo, el mundo antiguo se caracterizaba por
una producción de mercancías muy desarrollada y no fue el que
alumbró el capitalismo. Además, los innegables inicios de capita­
lismo en Italia y Mandes durante la Baja Edad Media concluye­
ron en aborto. ¿Por qué, entonces, el capitalismo logró ponerse
en marcha y seguir adelante a finales del siglo xvi, especialmente
en Inglaterra?
Dobb aclara enormemente esta cuestión, aunque estoy seguro
que sería el último en sostener que ha encontrado una respuesta
definitiva. Atribuye una importancia primordial a lo que Marx
denominó «camino- auténticamente revolucionario» para el desarro­
llo del capitalismo industrial, que Dobb interpreta como la ascen­
sión social y económica de pequeños industriales emergidos de las
filas de los pequeños productores. En mi artículo inicial critiqué
esta interpretación de las tesis de Marx, pero la réplica de Dobb
y una ulterior reflexión me han llevado a concluir que, si bien

13. El capital, vol. I, p. 103.


150 DEL FEUDALISMO A L C A P ITA L ISM O

no es la única interpretación posible, sí es perfectamente legíti­


ma, y apunta en una dirección fructífera. Creo que lo que hace
falta ahora es una investigación factual mucho más amplia y pro­
funda de los orígenes de la burguesía industrial. Este tipo de
investigación debe llevarnos primordialmente a desvelar el se­
creto del definitivo auge del capitalismo a partir de fines del
siglo xvi.
No veo nada claro cuál es la postura de Takahashi al respec­
to. Takahashi critica a Dobb por ir demasiado lejos al describir
los siglos xv y xvi como una época de transición. Es de suponer
que su opinión es que el feudalismo sobrevivió prácticamente in­
tacto hasta que fue derrocado por el capitalismo naciente, y que
por tanto no existe una solución de continuidad entre los procesos
de decadencia feudal y de surgimiento del capitalismo, tal como
postulamos Dobb y yo mismo. Sea como fuere, lo cierto es que
Takahashi comparte con Dobb la idea de que la ascensión de
determinados individuos procedentes del núcleo de los pequeños
productores posee una significación revolucionaria, y supongo que
estaría de acuerdo conmigo en cuanto a la urgencia de que pro­
sigan las investigaciones sobre el carácter y alcance de este fe­
nómeno.
Una última observación al respecto. Cuando comenté la su­
gerencia de Dobb de que los siglos xv y xvi no parecían haber
sido «ni feudales ni capitalistas»,14 propuse que a este período
se le diera el nombre de producción precapitalista de mercancías.
Dobb rechaza mi propuesta y prefiere considerar la . sociedad de
este momento como una sociedad feudal «en una avanzada fase de
desintegración».13 Dice Dobb:
La pregunta clave que, al parecer, no se ha planteado Swee­
zy (o si lo ha hecho parece que ha eludido su respuesta) es la
siguiente: ¿Qué clase era la dominante durante el período que
nos ocupa? ... no puede haberse tratado de una clase capita­
lista ... Si la clase dominante estaba formada por una bur­

14. Estudios, p. 19.


15. «Respuesta», supra, p. 85.
PAUL SWEEZY 151

guesía mercantil, el estado debió haber sido algún tipo de esta­


do burgués. Y si el estado ya era burgués ... ¿cuál fue el re­
sultado esencial de la guerra civil del siglo xvn? Según este
punto de vista, no pudo haber sido la revolución burguesa. Así
pues, nos vemos enfrentados a la alternativa de aceptar una
suposición ... la de que se trataba de la lucha frente a una
alternativa de co»ír¿zrrevolución organizada por la Corona y la
Corte para oponerse a un poder estatal burgués ya existen­
te ... Si rechazamos las opciones antes mencionadas, sólo nos
queda la posibilidad de aceptar (y a mí me parece la suposición
correcta) que la clase dominante seguía siendo feudal y que
el estado seguía siendo el instrumento político de su dominio.16

Reconozco que se trata de cuestiones que los marxistas in­


gleses están discutiendo a fondo desde hace ya varios años, y que
tal vez sea presunción por mi parte expresar cualquier opinión
sobre las mismas. Por tanto, déjeseme presentar mi comentario
bajo la forma de pregunta. ¿Por qué no hay otra posibilidad dis­
tinta a la mencionada por Dobb, a saber, la de que en el período
que nos ocupa no hubiera una, sino varias clases dominantes, ba­
sadas en diferentes formas de propiedad y enzarzadas en una lu­
cha más o menos constante por la prioridad y, en último térmi­
no, por la supremacía?
Si adoptamos esta hipótesis, entonces podremos interpretar la
forma del estado en este período de acuerdo con el conocido
pasaje de Engels:
En determinados períodos, y de modo excepcional, sucede
que las clases en combate están tan equilibradas que el poder
público adquiere cierta independencia al actuar como mediador
entre ellas. La monarquía absoluta de los siglos xvii y xvin se
encontraba en una posición de este tipo al contrapesar entre
sí a nobles y burgueses.17

16. Supra, pp. 85-86.


17. El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, ed. Kerr,
Chicago, 1902, p. 209. Cf., infra, p. 168, nota 5, en su parte explicativa.
152 DEL FEUDALISMO A L CA PITALISM O

De acuerdo con esta interpretación, la guerra civil fue de he­


cho la revolución burguesa, en el sentido concreto de que per­
mitió a la clase capitalista dominar el estado y conseguir el ascen­
diente definitivo sobre todas las demás.
R odney H il t o n

COMENTARIO

Paul Sweezy plantea una serie de cuestiones que los historia­


dores deberían intentar resolver. Como penetrante estudioso mar-
xista de la sociedad capitalista, Sweezy está naturalmente intere­
sado por las investigaciones de problemas análogos en el seno de
la sociedad precapitalista. Sin duda alguna, el problema más im­
portante de los que plantea es el del «principio motor» del feu­
dalismo. Supongo que bajo tal término pretende aludir a las con­
tradicciones internas del modo de producción feudal, que impul­
saron su desarrollo y, finalmente, su substitución por otro. Por
lo menos esto es lo que debería quererse indicar desde una óptica
marxista, aunque de hecho su propia sugerencia de que el feuda­
lismo careció de un «principio motor», esto es, de dialéctica inter­
na, no es precisamente marxista.
Antes de intentar resolver esta cuestión, deben considerarse
algunos hechos. El marxismo es un método que exige la manipu­
lación de datos concretos para la resolución de los problemas
históricos, aunque la respuesta pueda llegar a plantearse en últi­
mo término de un modo abstracto (como sucede en algunos capí­
tulos de El ca p ita l): Lo más parecido a datos concretos del ma­
terial que utiliza Sweezy son las teorizaciones de H. Pirenne.
Puesto que dichas teorías no deben ser aceptadas por los marxis-
tas, y de hecho también han sido puestas en tela de juicio por
muchos especialistas no marxistas, antes de ocuparnos de los pro­
154 DEL FEUDALISMO A L CA P IT A L ISM O

blemas que plantea Sweezy deberemos ocuparnos de las tesis de


Pirenne.1
Las teorías de Pirenne más importantes para nuestros propó­
sitos conciernen a la decadencia del comercio durante la Edad
Media y al origen de las ciudades. Pirenne considera que los rei­
nos bárbaros (especialmente el de los francomerovingios), suceso­
res directos del imperio occidental, no interrumpieron la corriente
comercial de oriente a occidente en el Mediterráneo, y que como
consecuencia de este hecho no hubo disminución del comercio
local en Europa occidental. Las ciudades siguieron floreciendo,
continuó utilizándose la moneda acuñada en oro y se mantuvo
gran parte del sistema administrativo y fiscal romano. El comer­
cio no sólo internacional sino también local sólo entró en crisis
cuando, en los siglos v n y vm , los invasores islámicos cortaron
las rutas comerciales del Mediterráneo. El resultado fue el predo­
minio de los dominios señoriales cultivados por siervos y la pro­
ducción casi universal para el consumo inmediato. La producción
de mercancías no se reanudó en Europa occidental hasta una vez
restablecido el comercio entre los extremos oriental y occidental
del Mediterráneo. Dicha producción de mercancías se vio estimu­
lada, en primer lugar, por el comercio internacional. Los prime­
ros comerciantes de finales de la Edad Media, los fundadores o
refundadores de las ciudades medievales, eran algo así como pe­
cios sociales, para decirlo en terminología de Sweezy, elementos
«externos» a la sociedad feudal. Una vez lograron poner en mar­
cha el comercio y la vida urbana, empezaron a desarrollarse los
mercados locales. En otros términos, según Pirenne, el comercio
internacional de artículos suntuarios constituyó el factor determi­
nante, tanto de la decadencia de la producción de mercancías du­
rante el siglo vil, como de su renacimiento en el siglo xi.
Sin entrar en demasiados detalles, podemos decir que hoy en
día no se pueden aceptar los puntos más esenciales de esta inter­
1. Desde luego, la aportación positiva de Pirenne a la comprensión
de la historia económica medieval ha sido enorme y merece todo nuestro
respeto. Y también debiéramos agradecerle la estimulante forma en que
expone sus hipótesis, aunque (o quizá porque) no las compartimos.
RODNEY H ILTO N 155

pretación. La decadencia de la producción de mercancías, que quizá


llegó a su punto más bajo en la era carolingia, no sólo comenzó
mucho antes de las invasiones árabes, sino incluso en época muy
anterior al derrumbamiento del imperio romano como -sistema
político. A partir, por lo menos, de la crisis del siglo m , la vida
urbana había comenzado a contraerse y habían empezado a do­
minar la estructura social del imperio los latifundios autárquicos
con mano de obra servil. También se veía sometido a un proceso
de contracción el comercio de oriente a occidente, no sólo por
razones políticas, sino también porque cada vez se hacía más
difícil recibir pagos en oro desde occidente. La razón de esta si­
tuación era la sangría de oro hacia oriente que, con toda proba­
bilidad, comenzó a producirse ya en el siglo i, y que no pudo
verse reemplazada ni por la guerra ni por el comercio, pues las
exportaciones occidentales tenían mucho menos valor que las
orientales. .
De hecho, los árabes no tenían mucho que cortar. Pero, en
todo caso, Pirenne se equivoca al considerar a los árabes como
-enemigos del comercio desde oriente a occidente. Como es natural
se produjeron ciertas dislocaciones, pero los árabes eran decididos
partidarios de la continuación de las relaciones comerciales eco­
nómicamente viables, y así lo han demostrado con todo lujo de
detalles los especialistas en el tema. Un historiador francés ha
expresado la opinión sumamente plausible de que los árabes es­
timularon positivamente el flujo comercial de oriente a occidente
mediante el «desatesoramiento» de los caudales de oro acumula­
dos en aquellas" partes de. los imperios bizantino y sasánida que
cayeron en sus manos.2
Así pues, el bajo nivel de producción para el mercado que
se detecta a lo largo de la Edad Media se debió en gran parte
a que estaba desarrollándose una evolución económica ya inicia­
da dentro del contexto político y social del imperio. Ello no signi­
fica que debamos considerar simplificadamente que la era carolin-

2. M. Lombard, «L’or musulmán du v n e au xic siécle», Annales, n.° 2


(1947).
156 DEL FEUDALISMO AL C A PIT ALISM O

gia fue una época de completo retroceso económico y social. Se


hicieron progresos muy importantes en la vida política, económi­
ca y social, por cierto muy poco estudiados, sin los cuales no hu­
biera podido llevarse a cabo el futuro desarrollo expansivo del
modo de producción feudal. De hecho, a finales del siglo X , ya
se detectan importantes signos de desarrollo en la producción de
mercancías. Los mercados locales comenzaron a ampliarse y a
convertirse en ciudades. La vida urbana fue desarrollándose d e n ­
tro de la sociedad feudal como consecuencia del progreso de las
fuerzas económicas y sociales, y no, según cree Pirenne, como
resultado del impacto externo de mercaderes itinerantes como Go-
derico de Fínchale. Este extremo está suficientemente demostra­
do a través del estudio minucioso de ciudades concretas de Fran­
cia, Alemania e Italia. Ya es hora de que se abandone la inter­
pretación de Pirenne (en que se fundamentan tantas de las teorías
del propio Sweezy) sobre la resurrección del comercio y los cam­
bios acaecidos en la economía del feudalismo europeo.3
¿Cuál era la causa del desarrollo social bajo el feudalismo?
Me inclino a pensar que en el estudio de este problema no debe­
mos limitarnos al feudalismo, sino que debemos ocupamos de la
sociedad precapitalista como un todo, o en todo caso de la so­
ciedad precapitalista de clases. Sweezy considera que la acumula­
ción de capital es el principio motor de la sociedad capitalista
porque es algo inherente al proceso de producción capitalista.
Desde luego, en las sociedades precapitalistas no existe ningún
proceso de acumulación como el que se sigue inevitablemente
de la explotación del trabajo asalariado por parte de capitalistas
que compiten entre sí. Pero tampoco cabe la menor duda de que
debemos considerar el crecimiento del producto excedente por
encima de lo necesario para la subsistencia como condición nece­
saria para el desarrollo de la sociedad de clases entre el derrum­
bamiento del comunismo primitivo y los comienzos del capitalismo.
3. Investigaciones resumidas por A. B. Hibbert en «The origins of the
medieval town patriciate», Past and Present, n.° 3 (1953), pp. 15-27; y
JT. Lestocquoy, Les villes de Flandre et d’Italie sous le gauvernement des
patriciens: X IC-XV£ siécles.
RODNEY H ILTO N 157

Por descontado, el aumento de dicho producto excedente depen­


día del desarrollo de las fuerzas de producción, de las herramien­
tas y habilidades de artesanos y agricultores. El desarrollo de las
fuerzas de producción debía depender a su vez de las dimensiones
y e l u so que se hiciera del producto excedente. Dicho en otras
palabras, el perfeccionamiento de las técnicas depende, incluso en
economías muy primitivas, de que se apliquen a ellas los resul­
tados de la acumulación, no del capital acumulado, desde luego,
sino del producto excedente acumulado. Se trata de algo eviden­
te, pero que no basta por sí mismo para explicar por qué en una
determinada sociedad precapitalista la interacción dialéctica de
las fuerzas de producción y el producto excedente acumulado
deban llevar, primero, a la expansión, y luego, a la decadencia
del modo de producción (esclavitud o feudalismo). Pero tampoco
puede comprenderse este proceso sin tomar también en cuenta
las relaciones predominantes de producción; después de todo, el
proceso de acumulación capitalista no puede entenderse si se
omite el cálculo de las relaciones entre capitalistas y obreros.
Por ejemplo,, es obvio que deben tenerse en cuenta las rela­
ciones dé producción si se quiere responder a una de las pre­
guntas de Sweezy, a saber, ¿por qué no se desarrolló el capita­
lismo a partir de la producción de mercancías en el mundo anti­
guo? Marx y los marxistas que han leído (como sin duda ha hecho
Paul Sweezy) el volumen III de El capital, responderían que no
basta con la mera producción de mercancías para perturbar la
«solidez y articulación interna» de un modo de producción. En
el caso de la esclavitud, no aparece el capitalismo porque los
sectores de la economía en que más avanzada estaba la produc­
ción de mercancías tendían a ser aquellos en que más explotados
estaban los esclavos. Pero la explotación de los esclavos limitaba
el desarrollo tecnológico, de modo que, una vez comenzó a de­
clinar la oferta de esclavos, quedó de manifiesto el fundamental
atraso técnico de una economía basada en ellos. Lejos de mante­
ner al esclavo separado de los medios de producción — premisa
necesaria del capitalismo— , los propietarios de esclavos resolvie­
ron (o intentaron resolver) los problemas económicos de las pos­
158 DEL FEUDALISMO A L CAPITAL ISM O

trimerías de la edad antigua asentándolos en parcelas cultivables,


con lo que de hecho crearon las relaciones de producción caracte­
rísticas de la sociedad feudal.
Sin embargo, mi objetivo ahora no es examinar el problema
del «principio motor» de todos los modos de producción preca-
pitalistas.
Nuestro problema es el feudalismo.. Creo que los ingredientes
de nuestra respuesta son, en lo esencial, los siguientes. El prin­
cipal rasgo del modo de producción de la sociedad feudal es que
los propietarios de los medios de producción, los terratenientes,
intentan apropiarse siempre para uso propio de todo el excedente
producido por los productores directos. Antes de preguntarnos
por qué lo hacen, deberemos demostrar brevemente que a tra­
vés de diferentes caminos este era, de hecho, su objetivo. El
carácter de los productores directos, al igual que otros muchos
aspectos del sistema económico, varía en las diferentes fases del
desarrollo del feudalismo europeo y, en consecuencia, también lo
hace el carácter específico de la explotación por parte de los terra­
tenientes. En los inicios del feudalismo, en algunas partes de
Europa persisten una serie de comunidades agrícolas libres con
bastantes residuos de formas de organización tribal. En estos
casos (especialmente, por ejemplo, en Inglaterra antes de las in­
vasiones danesas), la aristocracia militar —también de carácter
semitribal— se enfrenta con el complejo problema de transfor­
mar el tributo de los campesinos, que hasta entonces venía pa­
gándose libremente a su rey tribal, en renta feudal, enajenada
ahora a los nobles por parte del rey, al tiempo que precisan re­
forzar esta posición de devengadores de rentas mediante el fo­
mento de la colonización de tierras no cultivadas con el trabajo
de esclavos, clientes semilibres, etc. Por otro lado, en ciertas al­
deas no subordinadas a miembros del séquito real la destrucción
de la comunidad tribal impulsa la ascensión de ciertas familias
con más poder y posesiones que sus convecinos, familias que
«progresan» hasta alcanzar la posición de nobles devengadores de
rentas. Por el contrario, en otras partes de Europa (por ejemplo,
en Italia y en la Galia occidental y meridional), la nobleza roma­
RODNEY H ILTO N 159

na se ve sometida a partir del siglo m a un proceso de transfor­


mación en nobleza feudal. Sus latifundios trabajados por esclavos
se han convertido en tierras trabajadas por siervos; los campesi­
nos serviles son en parte antiguos esclavos y en parte terrate­
nientes libres empobrecidos. Ciertos infiltrados militares teutóni­
cos (b o s p ite s ), como los burgundios y los visigodos, que se fu­
sionaron con la vieja nobleza romana, se apoderaron parcialmente
del gobierno de este tipo de explotación. Sin embargo, su tipo
de explotación variaba según la más o menos completa integración
de las comunidades tribales prerromanas al sistema esclavista del
imperio que hubieran logrado sus predecesores romanos.
Llegado el siglo ix, período al que los historiadores alema­
nes y franceses denominan Alta Edad Media, la economía feudal
europea estaba controlada por grandes heredades agrupadas en
villa e, cuyo territorio, dividido en dominios señoriales y tierras
de los campesinos, tenía la función de abastecer al señor feudal
de víveres y productos manufacturados. La mayor parte de la
renta feudal se pagaba en trabajo, otra fracción en productos, y
sólo una proporción insignificante era abonada en dinero. Los
grandes dominios no cubrían, ni con mucho, la mayor parte de
la Europa feudal, pero constituían los elementos d e c is iv o s del
sistema económico. El papel desempeñado por los alodios super­
vivientes y por las heredades de la pequeña nobleza no comenzó
a ser importante hasta una vez iniciada la desintegración del modo
feudal de producción, como muy bien ha demostrado Kosminsky
para el caso de Inglaterra. Entre los siglos ix y xm el proceso
de reducción a servidumbre siguió creciendo a pasos agiganta­
dos, pero cuando la situación ju ríd ica de los explotados había lle­
gado a un notable y generalizado empeoramiento, el desarrollo
de la producción de mercancías vino a introducir modificaciones
en la forma de la renta. A finales del siglo xm las rentas en tra­
bajo se habían visto substituidas en gran medida por las rentas
en productos y en dinero (excepto en el caso de Inglaterra), lo
que produjo a su vez una mejora de las deterioradas condiciones
jurídicas de la clase servil. A causa de varias razones vinculadas
con el desarrollo de la producción de mercancías (entre ellas,
160 DEL FEUDALISMO AL CAP ITA L ISM O

como más importantes, la fragmentación de parcelas y el aumento


de la resistencia campesina a la explotación), disminuyó la apro­
piación directa de la renta impuesta sobre las parcelas de los
campesinos, lo que no fue óbice para que se mantuviera la de­
manda total de renta feudal por parte de los señores, obtenida a
través de la explotación de los privilegios señoriales y de la crea­
ción de impuestos públicos y privados. En resumen, puede de­
cirse que de un modo u otro la- clase dominante, fuera a través
de sus exenciones privadas o por conducto del estado, intentaba
m axímizar la renta feudal, es decir, el excedente que arrebataban
por la fuerza al productor directo. Pero sus esfuerzo^ no siempre
se veían compensados por el éxito, y en el examen de este fra­
caso hallamos las razones que explican la decadencia del modo
de producción :feudal.
Pero quizá Sweezy pueda preguntarse ¿ p o r q u é los señores
feudales intentaban conseguir de los productores directos una pro­
porción del producto excedente que fuera lo. más próxima posible
al total? ¿Qué analogía existe entre este caso y la necesidad que
manifiestan los capitalistas de acumular y abaratar la producción
a fin de competir en el mercado? ¿Cuáles fueron las consecuen­
cias económicas y sociales que impulsaron a la sociedad feudal a
evolucionar de este modo para conseguir un aumento de las
rentas? .
Desde luego, los señores feudales no tenían interés en incre­
mentar sus rentas para colocar en el mercado el producto de la
parcela de un terrazguero o el del trabajo de sus siervos forzo­
sos, aunque es posible que uno de los caminos colaterales de rea­
lizar la renta en productos haya sido venderlos. Su objetivo funda­
mental para intentar incrementar las rentas feudales era mantener
y mejorar su posición dominante, tanto frente a sus innumerables
rivales como ante sus subordinados explotados. El mantenimiento,
y la ampliación siempre que fuera posible, del poder clasista por
parte de quienes lo detentaban fue la fuerza impulsora de la
economía y la política feudales. De ahí que fuera necesario maxi-
mizar la renta. En el siglo ix el magnate carolingio mantenía su
enorme séquito a base de alimentarles directamente con los pro­
RODNEY H ILTO N 161

ductos de sus villa e. Cuando el enorme pero efímero imperio caro-


lingio se desintegró para ceder su lugar a un conjunto de reinos,
condados y ducados feudales, más pequeños pero mucho más ma­
nejables, los componentes de los séquitos de los principales; reyes
y nobles se -vieron enfeudados, obteniendo tierras a cambio de
sus servicios militares, con lo que pudieron reducirse de forma
notable los séquitos permanentes, tan difíciles de manejar y man­
tener. Pero, aunque el enfeudamiento de determinado número de
caballeros libró de una carga administrativa a sus jefes feudales,
el campesinado no experimentó el menor alivio, antes al contra­
rio, todavía se vio más explotado. La lucha por el poder y la lucha
por la tierra estaban estrechamente vinculadas, pero la consecuen­
cia fue la multiplicación de demandas de renta feudal de todo
tipo por un conjunto cada vez mayor de señores, grandes y menos
grandes. El alcance cada vez más amplio de los poderes estatales
intensificó en grado sumo las cargas sobre el campesinado, cola­
borando a ello las crecientes demandas de los terratenientes ecle­
siásticos.
Por último, debemos recordar que el desarrollo de los merca­
dos interior y exterior constituyó otro factor importante, quizá ya
desde el siglo x, para estimular a los señores feudales a exigir
unos ingresos cada vez crecientes en concepto de rentas. La espe-
cializacíón de la producción industrial en las ciudades, cuyos habi­
tantes intentaban con éxito la consecución de privilegios econó­
micos y políticos, hizo que la relación de intercambio entre la
ciudad y el campo se decantara a favor de la primera. En la me­
dida en que el señor feudal se dedicara a transacciones de compra­
venta, compraba cafo y vendía barato. Pero además, la creciente
necesidad de «préstamos para él consumo» que experimentaban
los señores a causa del aumento de sus gastos suntuarios y mili­
tares les llevaba a endeudarse con los prestamistas. A fin de cuen­
tas, lo único que podía cubrir el déficit entre los ingresos y los
gastos de los señores feudales era aumentar el montante de sus
rentas.
Para demostrar de forma convincente que la lucha por el
aumento de las rentas fue el «principio motor» de la sociedad
1 1 . — H IL T O N
1 6 2 DEL FEUDALISMO A L C A P ITAL ISM O

feudal haría falta un estudio de los hechos más detallado que el


que nos permite el espacio de este artículo. Pero quizá puedan
indicarse de forma somera algunas posibles vías de estudio. Los
conflictos entre la monarquía de los Capetos y los principales
feudatarios franceses durante los siglos xi y x ii constituyen un'
lugar común dentro de la historia política. El crecimiento del
estado feudal (ya fuera el estado monárquico de los Capetos o
los estados ducales y condales de los más prominentes vasallos
de Normandía, Flandes, Anjou, etc.) se ha convertido en coto
cerrado de los historiadores «políticos». Pero la situación real no
se manifiesta con toda su riqueza dé matices ante nuestros ojos
hasta que se observa que el proceso de colonización de las nuevas
tierras y de explotación intensificada del campesinado, o dicho
en otros términos, el proceso de maximización de la renta, consti­
tuye la base de la mejor documentada lucha política. Algo de este
proceso puede discernirse en las explicaciones que nos ha legado
Suger, abad de San Denis, de cómo administraba sus tierras; pero
sería necesario ensamblar la historia, trozo por trozo, a partir
sobre todo del material que nos suministran las escrituras. El
mismo tipo de problema puede estudiarse en la Alemania de Fe­
derico Barbarroja y Enrique el León,4 por no hablar de la Ingla­
terra de los siglos xn y x i i i , donde todos y cada uno de los pro­
blemas de la sociedad feudal — la lucha por la renta entre señores
y campesinos y entre señores rivales, el desarrollo del derecho
como instrumento de maximización de la renta, el desarrollo del
estado como mecanismo de opresión— está mejor documentado
qué en ningún otro país de Europa.
La incidencia de la exacción de la renta feudal variaba de
unos terratenientes a otros, pues también lo hacían las circuns­
tancias económicas concretas a lo largo de toda esta época por
unas u otras razones, y, sobre todo, porque aquellos que venían
obligados a satisfacer una renta no eran en modo alguno iguales
4. G. Barraclough, ed., Medieval Germany, contiene un ensayo de
T. Mayer, «The State of the Dukes of Zahringen», en el que se sugieren
líneas de investigación a seguir y completar por parte de los historiadores
marxistas.
RODNEY H ILTO N 163

social o económicamente, ni seguían conservando inmutables unas


determinadas características durante lapsos prolongados de tiem­
po. Queda claro, pues, que la demanda de renta, en su sentido
más amplio, constituyó el factor determinante en la evolución
de la economía feudal. La obligación que tenía el campesino de
entregar su excedente podía, o bien hundirle por completo, o bien
estimularle para aumentar la producción de sus tierras. Como se­
ñaló Marx, aunque la renta feudal representa el producto exce­
dente del campesinado, la rutina necesaria a todo sistema econó­
mico organizado produce regularidad, de modo que las rentas
permanecieron inmodificadas durante largos períodos de tiempo.
Por tanto, en muchos casos (en especial en el de los campesinos
ricos), la renta sólo constituía un a p a rte del excedente. Los cam­
pesinos debieron intentar aumentar la proporción de excedente
que se reservaban para sí mismos, consiguiéndolo bien a través
de una absoluta o relativa reducción forzada de la renta, bien
ampliando la productividad de su terrazgo, bien ampliando la
extensión de este último sin que se produjera un aumento corres­
pondiente de la renta. Tales intentos desembocarían en las revuel­
tas campesinas y en la extensión del cultivo a nuevas tierras. .Na­
turalmente, los señores debieron intentar que aumentara la pro­
porción de producto excedente entregada a ellos, así como con­
trolar la producción de nuevas tierras, estuvieran ya ocupadas por
aparceros que pagaban renta (no sólo la renta directa procedente
de la tierra, sino también la renta disfrazada de beneficios fisca­
les de la justicia), o fueran tierras sin cultivar aún y preparadas
para la colonización. De ahí que la expansión generalizada de los
cultivos, que se prolongó con toda certeza hasta finales del si­
glo x i i i , fuera una de las mayores aportaciones del orden feudal,
un producto de la lucha por la renta.
El progreso económico, inseparable de las primeras luchas
por la renta y de la. estabilización del. feudalismo, vino caracteri­
zado por un aumento del excedente social total de producción
por encima de las necesidades de subsistencia. Esta, y no el de­
nominado resurgimiento del comercio en sedas y especies, fue la
base para el desarrollo de la producción de mercancías. O dicho
164 DEL FEUDALISMO AL CA P IT A L ISM O

de otro modo, en el período en que predomina la economía na­


tural puede dedicarse una proporción cada vez mayor del pro­
ducto excedente al intercambio. Por tanto, la expansión de los
centros mercantiles y ciudades medievales a partir de los siglos x
y xi se basó fundamentalmente en la expansión de la producción
de mercancías. El espectacular desarrollo.del comercio internacio­
nal, la industrialización de Flandes, Brabante, Lieja, Lombardía y
Toscana, el crecimiento de grandes centros comerciales como Ve-
necia, Genova, Brujas, París y Londres, son otros tantos hechos
cronológicamente posteriores al desarrollo de las fuerzas produc­
tivas en la agricultura, estimuladas por el proceso de lucha alre­
dedor de la renta feudal.
La interacción entre estos diferentes factores — todos ellos
in ter n o s a la Europa feudal— ocasionó profundos cambios en la
situación. El desarrollo de la producción para el mercado agudizó
y diversificó la estratificación por entonces vigente entre los pro­
ductores agrícolas. Los campesinos ricos aumentaron sus riquezas,
mientras que los pobres se hicieron más pobres todavía. Pero a
partir del siglo x m se convierten en un tipo distinto de ricos y
en un tipo distinto de pobres. La familia acomodada de épocas
precedentes era rica en bienes producidos para su propio consu­
mo, pero con la evolución del mercado los campesinos ricos des­
tinaban una parte cada vez mayor de su excedente a la venta. Sus
parcelas aumentan constantemente de extensión, cada vez emplean
a más trabajadores asalariados, y el cultivo de la tierra está cada
vez más a cargo de campesinos que carecen de toda propiedad
que de los pegujaleros. Pero además cada vez plantean más obje­
ciones a que se les prive de su renta excedente, y su antagonismo
con los señores se ve reforzado por la desesperación de los de­
más sectores del campesinado, para quienes tributar una renta no
sólo constituye una restricción a la expansión económica, sino el
hundimiento de un nivel de vida que es el de la mera subsistencia.
La lucha alrededor de la renta se agudiza de forma constante, y en
el siglo xiv alcanza la fase extrema de revuelta general.
En cuanto hace referencia a los señores feudales, los grandes
terratenientes, este período es el de la crisis de su forma particu­
RODNEY H ILTO N 165

lar de empresa económica. Las rentas disminuyen y sus ingresos


deben rehacerse mediante la intensificación de la explotación fis­
cal a través de los impuestos públicos, la guerra y el saqueo, que
a menudo se manifiestan como elementos autodestructores a causa
de la deliberada inflación monetaria. Los productores más efi­
cientes de cara al mercado, los menos entrampados con gastos
administrativos generales, con normas tradicionales de gastos sun­
tuarios, los que tienen menos parásitos improductivos a su alre­
dedor, son, naturalmente, los campesinos ricos y los miembros de
la pequeña nobleza que desdeñaron imitar el estilo de sus supe­
riores. El éxito competitivo de estos elementos se basó en formas
de explotación que anticipan la agricultura capitalista. La renta
feudal ya ha dejado de ser un estímulo para incrementar y me­
jorar la producción (aún puede seguir perjudicando al campesino
de tipo medio) y, por lo general, alcanzado el siglo xv el estímulo
del mercado se ha convertido en el principal factor del desarrollo
de la producción, la producción de nuevos elementos dentro de la
economía. Pese a las desesperadas tentativas (como las que lle­
varon a cabo los monarcas absolutos) de utilizar el control del
estado para mantener el núcleo esencial del poder feudal, la base
económica de quienes seguían ocupando los puestos de mando en
el entramado social estaba minada.
C h risto p h e r Hill
COMENTARIO

S-weezy nos pide que consideremos la posibilidad de que du­


rante los siglos xv y xvi en Inglaterra «no hubiera una, sino va­
rias clases dominantes, basadas en diferentes formas de propiedad
y enzarzadas en una lucha más o menos constante por la priori­
dad y, en último término, por la supremacía».1 Para apoyar su
punto de vista cita un pasaje de El o r ig en d e la fa m ilia de En-
gels: «En determinados períodos, y de modo excepcional, sucede
que las clases en combate están tan equilibradas que el poder
público adquiere cierta independencia al actuar como mediador
entre ellas».2
Las frases subsiguientes de este pasaje dejan perfectamente
claro que Engels está tomando en consideración sólo d o s «clases
en combate», no «va ria s clases dominantes». ¿Acaso no es un
absurdo lógico hablar de «varias clases dominantes» a lo largo de
un período de siglos? Una clase dominante debe poseer, el poder
estatal, pues, en caso contrario, ¿cómo ejerce su dominio? Puede
existir un doble poder estatal a lo largo de un breve período de
tiempo, durante una revolución, como sucedió por algunos meses
en Rusia en 1917. Pero una situación de este tipo es inherente­
mente inestable, casi una condición suficiente para que se desen­

1. «Contrarréplica», supra, p.' 151.


2. Supra, p. 151.
CH RISTO PH E R H ILL 167

cadene la guerra civil. Debe desembocar en la victoria de una


clase o de la otra. La situación que planteamos nunca ha persis­
tido demasiado tiempo, y desde mi punto de vista el poder estatal
nunca ha sido compartido por «varias» posibles clases dominantes.
No tenemos más que imaginamos dos o más clases dominantes y
dos o más maquinarias estatales coexistiendo a lo largo de dos­
cientos años para percatarnos de que es teóricamente imposible.
El más superficial estudio de la historia de Inglaterra durante el
período que nos ocupa bastará para convencernos de que lo que
es teóricamente imposible tampoco ha existido en la práctica.
No se trata de una mera polémica lógica, pues, aunque substi­
tuyamos las «clases en combate» de Engels por las «varias clases
dominantes» de Sweezy, las preguntas planteadas por Dobb si­
guen requiriendo una respuesta. ¿Cuál era la; clase d o m in a n te en
este período? ¿Como debemos caracterizar su estado?
Estas cuestiones han sido discutidas en detalle por historia­
dores marxistas soviéticos e ingleses. Me limitaré a citar aquí sus
conclusiones, dejando de lado los argumentos que les han condu­
cido hasta ellas. Así, Z. Mosina, al resumir los debates soviéticos
sobre el absolutismo que se llevaron a cabo en marzo y abril
de 1940, pudo afirmar sin temor a verse discutida: «La idea de
que la monarquía absoluta era un estado de la nobleza terrate­
niente feudal ha sido, por decirlo así, plenaménte asimilada por
los historiadores soviéticos». Como formas concretas de absolu­
tismo incluía, al igual que lo hace Sweezy, la monarquía Tudor y
los inicios de la era Estuardo, si bien la historiadora soviética
añadía que estos casos presentaban una serie de problemas espe­
cíficos.3 Los historiadores marxistas ingleses han debatido con cier­
to detalle tales problemas, primero en 1940, y más tarde en
1946-1947. La conclusión final en la que se pusieron de acuerdo
fue la siguiente:
El estado Tudor, y también el Estuardo en sus primeros
tiempos, fue esencialmente una institución ejecutiva de lá clase
3. Z. Mosina, «La discusión del problema del absolutismo», Isiorik
Marksist, n.° 6 (1940), pp. 69, 74.
168 DEL FEUDALISMO A L CAP ITA L ISM O

feudal, mejor organizada en esta época que en ninguna otra


anterior ... El estado inglés no comienza a estar subordinado
a los capitalistas hasta después de la revolución de 1640-1649 ...
La revolución de 1640 substituyó el dominio de una clase por
el de. otra.4

¿Cómo encaja todo esto con la formulación de Engels, citada


por Sweezry y que también ha aparecido con frecuencia en las
discusiones entabladas entre los historiadores soviéticos e ingle­
ses? El aspecto más importante que puede advertirse en la afir­
mación de Engels es su carácter extremadamente precavido, sus
numerosas reservas. (Sin duda alguna las hubiera extremado toda­
vía más si hubiera previsto el uso que iba a hacerse de ella.) Cito
siguiendo la versión más reciente y subrayo los términos que, des­
de mi punto de vista, requieren un énfasis especial:

Sin embargo, en determ inados p eríod os, y d e m odo ex cep­


cional, sucede que las clases en combate están tan equilibradas,
que el poder estatal, como mediador aparente, adquiere cierta
independencia m om entánea respecto a una y otra. Tal sucede
con la monarquía absoluta de los siglos xvn y xvm, que man­
tenía nivelada la balanza entre la nobleza y los burgueses, o
con el del bonapartismo del primer imperio francés, y muy es­
pecialmente con el del segundo, que se servía del proletaria­
do para enfrentarlo a la burguesía y de ésta para enfrentarla
a aquél.5
4. «State and revolution in Tudor and Stuart England», Communist
Review (julio 1948), pp. 212 y ss.
5. F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado,
según la edición Marx-Engels, Selected works, Lawrence and Wishart, 1950,
vol. II, p. 290. Nótese que Marx y Engels utilizan la palabra «burgueses»
(burghers) para referirse al estado urbano en el contexto de la sociedad
feudal antes de que éste se haya transformado en la moderna clase de la
«burguesía» (bourgeóisie), presta ya a enfrentarse con el poder estatal.
[Puesto que Hill polemiza con Sweezy sobre el significado exacto de una
cita de Engels y hace referencia explícita a una edición concreta, la por él
consultada, se han mantenido de forma textual las notas bibliográficas de uno
y otro, a pesar del escaso significado que pueda tener para el lector én lengua
castellana, y la ulterior explicación, ésta sí significativa para dejar claro su
C H RISTO PH ER H ILL 169

¿Argumentaría Sweezy a partir de este pasaje que el proleta­


riado era «una» clase dominante en Francia entre 1852 y 1870?
¿O que el estado bonapartista medió r ea lm en te (y no de forma
sólo ostensible) entre la burguesía y el proletariado? La concisa
formulación que nos ofrece Engels en este pasaje debería leerse
acompañada de la más completa exposición de su pensamiento
que nos ofrece en el A nti-D ühring, publicado seis años antes:

A esta gran transformación de las condiciones económicas


vitales de la sociedad [la revolución económica de los siglos xv
y xvi ] no siguió empero en el acto un cambio correspondiente
de su articulación política. El orden estatal siguió siendo feu­
dal, mientras la sociedad se hacía cada vez más burguesa.6
Y más adelante, también en el A nti-D ühring:

Durante toda esta lucha [la lucha de la burguesía contra


la nobleza feudal] el poder político estuvo de parte de la no­
bleza, con la excepción de un período en el cual el poder real
utilizó a la burguesía contra la nobleza para mantener en jaque
a un estamento por medio del otro, pero a partir del momento

pensamiento. En aras de la coherencia, y por necesidades obvias, tanto la cita


de Sweezy como la de Hill se han traducido literalmente en base a los textos
ingleses que proporcionan. No obstante, hay un hecho curioso de señalar con
respecto al texto engelsiano que nos ocupa en ciertas versiones castellanas.
Dos de las más difundidas son F. Engels, El origen de la familia, la pro­
piedad privada y el estado, trad. de Juan Antonio de Mendoza, Editorial
Claridad, Buenos Aires, 1933, y F. Engels, El origen..., trad. de J. L. P.,
Equipo Editorial, S. A., San Sebastián, 1968, que en realidad son una misma
y sola versión. El párrafo que genera la polémica se halla traducido de
forma .prácticamente literal de la versión inglesa que aporta C. Hill, con
la salvedad de dos términos conflictivos que dan razón de ser a su nota,
burghers y bourgeoisie, vertidos respectivamente por estado llano y clase
media. Una vez sopesadas ambas soluciones, la literal y la ofrecida en las
versiones castellanas, nos hemos inclinado por la primera, pues creemos
que con ello se justifica la nota aclaratoria de Hill al tiempo, que queda
suficientemente claro el matiz. (N. del t.)
6. F. Engels, Anti-Dühring, traducción de Manuel Sacristán, Editorial
Grijalbo, México, 1968 2, p. 94.
170 DEL FEUDALISM O AL CA P IT A L ISM O

en que la burguesía, aún impotente politicamente, empezó a


hacerse peligrosa a causa de su creciente poder económico, la
monarquía volvió a aliarse con la nobleza y provocó así, pri­
mero en Inglaterra y luego en Francia, la revolución de la
burguesía.7

De ahí que crea que la hipótesis de Sweezy acerca de la exis­


tencia de dos o más clases dominantes en Inglaterra durante los
siglos xv y xvi es lógicamente insostenible y que, por desconta­
do, no puede apoyarse en nada que dijera Engels. La indicación
de Engels no debe extraerse de su contexto, y debe interpretarse
teniendo en cuenta lo que tanto él como Marx habían afirmado
en otras ocasiones.8 Si lo hacemos así, el resultado encaja perfecta­
mente con la conclusión de los historiadores marxistas ingleses y
soviéticos sobre el problema que nos ocupa, a saber, la monar­
quía absoluta no es más que una forma del estado feudal.
La falta de espacio nos impide emplear, además de estos con
un carácter lógico-formal, otro tipo de argumentos basados en
los datos históricos. Pero creo que los hechos confirman la lógica.
TJn examen detallado del modo en que la monarquía Tudor man­
tuvo el equilibrio entre la nobleza y los habitantes de las ciuda­
des, no iba a indicamos que su mediación fuera algo más que
aparente, ni tampoco que su independencia con respecto a la clase
feudal dominante fuera más que relativa. La confusión que in­
duce a Sweezy (y a otros) a no desear que se califique de estado
feudal a la monarquía es, según creo, triple. En primer lugar, una

7. Ibid., p. 156; subrayado mío [de Hill]. Nótese que Engels da por
sentado que la «burguesía» era «aún impotente políticamente» en el mo­
mento histórico en que Sweezy la contempla como una clase dominante.
[En esta cita del Anti-Dühring, la burguesía corresponde, y ello queda
claro por la aclaración entre corchetes, a los burgueses a que se hacía refe­
rencia en la cita de El origen de la familia, la propiedad privada y el estado
y en la nota 5; se está hablando de la clase urbana durante la época
■feudal.] (N. del t.)
8. He intentado resumir sus puntos de vista en «The English civil
war interpreted by Marx and Engels», Science and Society (verano 1948),
pp. 130-156.
C H R IST O P H E R H IL L 171

resaca de la estrecha definición académico-burguesa del término


«feudal» como término militar, haciendo caso omiso de su base
económica. En segundo lugar, la equiparación del estado feudal
con un estado en el que predomina la servidumbre. Creo que una
de las aportaciones más valiosas del estudio de Dobb sobre este
período ha sido precisamente su refutación de este supuesto, de­
mostrando que la emancipación parcial del modo de pequeña
producción no basta por sí sola para modificar las bases económi­
cas de la sociedad (y menos aún su sobreestructura política), aun­
que sí prepara las condiciones para el ulterior desarrollo del ca­
pitalismo. Si el feudalismo queda abolido junto a la servidumbre,
entonces Francia no era un estado feudal en 1788 ni nunca se
ha producido una revolución burguesa en el sentido de revolución
que derrocase el estado feudal. En tercer lugar, existe la idea de
que estado feudal debe ser un estado descentralizado. Pero de
hecho, la emancipación del régimen de pequeña producción, re­
sultado de la crisis general de la sociedad feudal, condujo a la
clase feudal dominante a reforzar el poder central del estado desde
mediados del siglo xrv a fin de: 1) sofocar la revuelta campesina;
2) utilizar los impuestos como medio para arrebatar a los campe­
sinos más ricos el excedente retenido por ellos, y 3) controlar
los movimientos de la fuerza de trabajo mediante una regulación
a escala nacional, dado que ya no bastaba con emplear para tal fin
los órganos locales del poder feudal. La monarquía absoluta fue
una forma particular y concreta de monarquía feudal, distinta de
la precedente, pero la clase dominante siguió siendo la misma,
igual que una república, una monarquía constitucional o una dicta­
dura fascista pueden dar otras tantas formas distintas de sociedad
dominada por la burguesía.
G eorges L e fe b v r e

ALGUNAS OBSERVACIONES

He leído con gran interés el libro de Dobb y el debate que


su publicación ha provocado entre él y Sweezy, así como lás con­
tribuciones de Takahashi, Hilton y Hill a la polémica. Que yo
sepa, hasta la fecha el debate en cuestión no ha recibido una
atención adecuada en Francia (la única referencia al mismo que
puedo citar es la reseña crítica a la obra de Dobb que J. Néré ha
publicado en la R ev u e H istoriq u e, enero-marzo 1950). Desde lue­
go no soy un medievalista, y en todo caso mis conocimientos de
la economía rural durante la Edad Media se hallan restringidos a
Francia, mientras que Dobb y Sweezy se refieren primordialmente
a Inglaterra. Así pues, no puedo adoptar una postura cualificada
sobre el núcleo del debate. No obstante, puesto que Dobb y
Sweezy parecen hablar en calidad de sociólogos y economistas,
creo que mis reflexiones quizá presenten un cierto interés ilus­
trativo desde la perspectiva de un historiador.

En primer lugar, puesto que el problema central del debate


era la organización de la producción, creo que el «sistema feu­
dal» quedaba al margen de la polémica y que el uso del término
«feudalismo» era inapropiado a los objetivos que se perseguían,
GEORGES LEFEBVRE 173

pues la característica específica del feudalismo reside en la rela­


jó n jerárquica que se establece entre un señor y sus vasallos más
que en la forma en que aquél distribuye sus feudos entre éstos.
Tampoco contribuye demasiado a clarificar la cuestión el uso
del término «sistema señorial», pues la autoridad de un señor
sobre los campesinos de sus dominios es el resultado de una frag­
mentación del poder político central mediante la cual los dere­
chos del soberano pasan a caer bajo el control de los señores. La
-formulación correcta desde la perspectiva de la presente discu­
sión es la de sistema dominical (m anorial system ), que tiene un
origen remotísimo y no aparece estrictamente en las últimas cen­
turias de la Edad Media.
En segundo lugar, cabe señalar que toda identificación del
sistema dominical con la servidumbre dependerá de la definición
previa que se le dé a esta última. A juicio de Marc Bloch, la
relación entre el siervo y su señor deriva en un principio de un
determinado tipo de dependencia personal, ejemplificada en el
caso de Francia por una institución particular que se denominó
chevage-y sólo en una época posterior el siervo quedó vinculado a
la tierra que trabajaba, adstrictus ad glebam. Sin embargo, esta
interpretación no cuenta con la adhesión general, y la adopción
de cualquier definición de servidumbre con preferencia a otra im­
plica necesariamente la especificación de cuál es el país concreto
que se va a estudiar. Por otro lado, no puede afirmarse que la
estructura social del campesinado durante la época que nos ocupa
quede reducida de forma exclusiva a la servidumbre, pues en ella
continuaron existiendo varias categorías de colonos libres, vilains
jrancs e incluso propietarios de alodios.
En tercer lugar, puesto que la tesis fundamental de Dobb
atribuye la transformación económica y social del sistema domi­
nical a sus contradicciones internas, creo de primordial importan­
cia llamar la atención sobre una de tales contradicciones que él
no menciona para nada. Cuando la producción se basa en la explo­
tación de mano de obra sometida a condiciones serviles por medio
de la coerción, se le plantea al amo la dificultad de supervisar el
trabajo para asegurarse de su rendimiento. La masa de trabaja­
174 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

dores, sean esclavos o siervos sujetos a prestación personal, difí­


cilmente puede evadirse del control de un supervisor, ¿pero quién
supervisará a los supervisores? Recuerdo-que en mi época de
estudiante ciertos profesores, no familiarizados con Marx y Hegel,
se referían a esta dificultad como a una de las causas del sistema
de colonos en la época romana, y citaban, como prueba una carta
de Plioio el Joven en la que indica que, en vez de explotar di­
rectamente determinada posesión por medio de sus esclavos, cree
que resulta más práctico distribuirles lotes de tierra sujetos a tri­
buto. A partir de la época carolingia nó son raros los siervos
adscritos a la tierra, los s e r v í casati. El V olyptyeh u s Irm in o n is da
fe de la existencia de terrazgueros, parte de los cuales debían ser
de condición servil.
Por último, creo necesario llamar la atención sobre la multi­
plicidad de factores históricos. Marx descubrió la predominante
importancia de la economía, o para ser más precisos, del modo de
producción. Convencido del valor de su innovación, genial en su
época, no tuvo interés en extender su investigación hasta incluir
otros factores, aunque bien es cierto nunca estuvo en su ánimo
negar la influencia de los mismos. Y puesto que la historia es
obra del hombre, le parecería jocoso verse acusado de no tener
en cuenta la naturaleza humana. Después de todo, si la economía
es el factor dominante dentro de la historia, es porque el hombre
necesita ante todo alimentarse: produce porque tiene hambre. No
deseo multiplicar los ejemplos. Me limitaré pues a recalcar la im­
portancia de la demografía, tal y como el propio Dobb señala, en
la historia medieval. Si el señor hizt> más gravosas sus exigencias,
como supone Dobb, fue en parte porque su descendencia multi­
plicó el número de personas que debían vivir de sus ingresos; si
los campesinos huyeron, fue en parte porque se iban haciendo de­
masiado numerosos como para poder hallar todos su sustento con
las tierras asignadas. Desde este punto de vista, la postura de
Sweezy me parece más admisible de lo que Dobb (aún sin negar
el papel desempeñado por la revitalización del comercio) se in­
clina a reconocer. Si los señores se tornaron más exigentes, fue
en buena parte porque el comercio urbano les ofrecía nuevos
GEORGES LEFE BVRE 1 7 5

objetos con que mejorar su estilo de vida. Por su parte, los cam­
pesinos abandonan las tierras porque el desarrollo de las ciuda­
des les tienta con la oferta de refugio y de ocupación lucrativa.

Quiero ahora decir unas pocas palabras sobre la discusión de


las «dos vías» hacia la producción capitalista. Un comerciante
crea una manufactura, sea en sentido estricto del término (lo que
nosotros llamamos una fábrica) o en sentido amplio, es decir, de
acuerdo con el uso que los anglosajones dan al término p u ttin g-
o u t sy stem . Se convierte entonces en industrial, pero como la pro­
ducción sigue subordinada al comercio la estructura económica,,
en este sentido, permanece inalterada. Esta es la segunda vía.
Por otro lado, si el artesano deja de producir para el consumo-
local y comienza a hacerlo para abastecer a los mercados nacional
o internacional, entonces el productor se convierte en comerciante.
Esta es la primera vía, revolucionaria porque el comercio se ve
subordinado a la producción.
Estoy de acuerdo con este enfoque. El último de los modelos
expuestos produce lo que yo calificaría sin reparos de una revo­
lución tecnológica, y creo que esto era precisamente lo que pen­
saba Marx al respecto. Pero si se define el capitalismo por la
búsqueda de b e n e fic io s arrebatados al producto del trabajo asala­
riado, creo que el estudio de este desarrollo se vuelve muchísimo
más complejo. En particular, la segunda vía puede llevar al capi-
lismo con tanta facilidad como la primera, y me cuesta trabajo-
admitir que Marx no se percatara de ello.
Cuando un artesano evoluciona a lo largo de la primera vía
hace algo más que subordinar el comercio a la producción. Para
abastecer el mercado, en el más amplio sentido del término, debe
hacerse con una mano de obra asalariada de la que extraer be­
neficios. Esto es precisamente lo que le convierte en capitalista.
Pero si un comerciante instala una manufactura, está hacien­
do exactamente lo mismo, es decir, se convierte en un capitalista.
1 7 6 DEL FEUDALISM O AL CA PIT A L ISM O

Quizá pueda objetarse que diverge del artesano si la organiza


bajo el sistema del trabajo domiciliario, pues el artesano domi­
ciliario sigue siendo un productor independiente y el comerciante
debe convenir con él el precio de su producto, tal como hace con
un consumidor, de forma que sus beneficios sólo los obtiene al
revender las mercancías. La objeción sería válida si el artesano
siguiera abasteciendo el mercado local y mantuviera una cierta
libertad en la elección de sus propios clientes, situación que le
permitiría no doblegarse necesariamente a la voluntad del co­
merciante. Pero es obvio que, antes o después, el sistema de tra­
bajo domiciliario tiende a excluir la hipótesis anterior, puesto que
los encargos del comerciante, por su relativa amplitud y regulari­
dad, acaban por monopolizar la actividad del artesano. Más aún,
cuando el comerciante proporciona trabajo y materias primas, no
se limita a subordinar al artesano preexistente, sino que crea nue­
vos grupos de artesanos salidos de las masas ríñales, cuyo paro
endémico las coloca a su merced. Tanto en un caso como en otro,
el comerciante se transforma en capitalista, del tipo definido por
Marx; y este desarrollo es el que explica la aparición de la lucha
de clases urbana ¿n Italia y Flandes durante los siglos xiv y xv.
Estas observaciones no contradicen la tesis de Dobb acerca
de la oposición entre el comerciante y el productor convertido en
capitalista, oposición que para él es uno de los rasgos caracterís­
ticos de la primera revolución inglesa. La comunidad mercantil y
el estado se prestaban asistencia mutua, la primera como presta­
mista y proveedora de contratos públicos (especialmente para la
armada), el último como distribuidor de privilegios, primas y mo­
nopolios. Además, los soberanos favorecían el comercio y las ma­
nufacturas tanto en razón de los intereses tributarios como para
proteger las reservas monetarias del país. El mercantilismo y la
explotación colonial, erigidos en sistemas, protegían al comercian­
te. Así pues, éste no tenía. razón alguna para subvertir la es­
tructura política y social, y era perfectamente previsible que to­
mara partido a favor del rey si la monarquía se hallaba amenazada.
Por otro lado, la simbiosis entre el estado y los comerciantes era
motivo de queja entre aquellos productores capitalistas primitivos
GEORGES LEFEBVRE 177

que no disfrutaban de idénticas ventajas que sus privilegiados co­


legas, aquellos obligados a valerse tan sólo de sus propios re­
cursos.
Sin embargo, no se puede negar que la colusión entre comer­
cio y estado promovió el desarrollo del capitalismo, aun cuando
se crea que Sombart ha sobreestimado en extremo la cuestión. La
manufactura nunca hubiera podido desarrollarse con tanta facili­
dad sin la protección estatal que la defendía de la competencia
de otras economías más avanzadas. Los contratos públicos que re­
cibía le proporcionaron ventajas de todo orden al tiempo que ejer­
cieron una inmensa influencia sobre el desarrollo técnico, no pre­
visible por nadie en aquella época. Los pedidos para la producción
de lujos cortesanos fueron mucho menos importantes que los
suministros destinados a los servicios públicos, particularmente a
las fuerzas armadas, pues estos últimos conllevaban una producción
a gran escala. El artesanado no podía adaptarse a este último tipo
de producción. No podía exigírsele la cantidad, regularidad, ra­
pidez y, por encima de todo, uniformidad de ejecución tan nece­
sarias a la fabricación de armamentos. Sólo el comerciante que
creaba una industria propiamente dicha u organizaba un sistema
de trabajo domiciliario podía satisfacer las necesidades del estado
mediante la concentración y racionalización de la producción. Así
fue como los comerciantes tomaron parte en la misión histórica
del capitalismo, a saber, institucionalizando la producción a gran
escala gracias a la racionalización y mecanización del proceso de
trabajo, posibilitada por una concentración de las unidades pro­
ductivas.
Creo que, en tales condiciones, podemos resumir la situación
del modo siguiente. El comerciante crea la manufactura, y sus in­
tereses coinciden con los del estado y con los de los grandes terra­
tenientes que se dedican a concentrar las parcelas y a disminuir
el número de terrazgueros para transformar la agricultura. Para­
lelamente, los campesinos que han amasado algunos ahorros y los
artesanos que han tomado parte en la acumulación primitiva del
capital también se dedican a renovar la agricultura o a establecer
manufactorías. Puesto que el estado no se ocupa para nada de
1 2 . ---- HIX.TON
1 7 8 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

ellos, envidian al comerciante tanto como a la aristocracia, y de­


sean obtener influencia política para acabar con privilegios y mo­
nopolios, para hacerse con los pedidos estatales. Por tanto, es
natural que en la primera revolución inglesa se pronunciaran a
favor del Parlamento. La revolución francesa de 1789 tiene un
aspecto muy similar. No obstante, debo añadir que el recurso al
estado por parte de los comerciantes, que de forma tan rotunda
condenaban los grupos mencionados, no fue una práctica ignorada
por ellos mismos. Cuando los defensores de la libre empresa se
hicieron con el poder, hicieron uso del recurso al estado con tanta
eficacia como lo habían hecho en épocas anteriores los comercian­
tes privilegiados.

Terminaré con algunas observaciones metodológicas. La prin­


cipal tarea del sociólogo y el economista, ocupaciones en las que
situó a. Dobb y Sweezy, es investigar economías y sociedades de
la época actual, con lo que pueden establecer comparaciones entre
las mismas y extraer de ellas una serie de conclusiones generales.
Desde este punto de vista, parece natural que el método compa­
rativo les lleve a extender sus investigaciones a economías y socie­
dades del pasado. Pero al hacerlo así, deben convertirse en histo­
riadores.
Una vez alcanzado este último estadio, Dobb y Sweezy han
desarrollado sus hipótesis, no mediante la investigación sobre
fuentes originales, sino recurriendo a materiales previamente exa­
minados por historiadores. Nada tengo que objetar a esto. Los
propios historiadores recurren muy a menudo a este mismo expe­
diente. Sólo que Dobb y Sweezy no se detienen ahí. Una vez for­
mulada su hipótesis, la inteligencia teórica debe dejar de lado su
ensimismamiento e interrogar de nuevo al mundo exterior para
verificar si las pruebas la confirman o invalidan.
Y creo que el debate provocado por el libro de Dobb ya ha
alcanzado este punto. Me parece fútil, e incluso peligroso, conti­
GEORGES LEFEBVRE 1 7 9

nuar el debate sobre términos abstractos. ¿Cómo ajustarnos a los


principios del racionalismo experimental sin recurrir a la eru­
dición histórica y a sus reglas? El historiador deberá formular un
plan de investigación y formular un cuestionario que indique en
qué fuentes debe iniciarse la primera fase de la búsqueda. Dobb
y Sweezy nos han prestado el servicio de formular los problemas.
¡Ahora corresponde a los historiadores resolverlos!
G iu l ia n o P r o c a c c i

PERSPECTIVA SOBRE EL DEBATE

El problema más controvertido en la polémica suscitada entre


Dobb y Sweezy hace referencia a la validez de las tesis de Pirenne
sobre el papel jugado por el comercio, bajo sus diversas formas,
en el desarrollo y declive de la sociedad feudal. Los puntos de
vista del historiador belga sobre este punto son de sobra conoci­
dos. Para Pirenne, el flujo comercial que se había desarrollado
en la cuenca mediterránea bajo el imperio romano se vio interrum­
pido en el siglo v n cuando los conquistadores árabes y el imperio
franco, Mahoma y Carlomagno, dieron al traste con su tradicio­
nal unidad geográfica. La revitalización económica de Europa
acaecida en el siglo xi se debió, según su opinión, a un nuevo
resurgimiento del comercio internacional. El resurgir fue obra
esencial de ciertos d ér a cin é s como Goderico de Fínchale, quienes
estimularon por vez primera la reanudación del comercio y el
intercambio en una sociedad todavía fragmentada en comparti­
mentos estancos con una actividad económica aislada. «Im An-
fang — como dirá Hauser más tarde para referirse a los orígenes
del capitalismo— war der Handel.» Parece obvio que si el comer­
cio tuvo una prioridad cronológica y causal en la génesis y desa­
rrollo de la sociedad feudal, concluyamos que fue él, y los dife­
rentes tipos de capital que creó, el principio motor del desarrollo
de la sociedad que había alumbrado. Por consiguiente, el declive
de la sociedad feudal y su aniquilamiento por la sociedad capita-
GIULIANO PR O C A C C I 181

lista deben, ser función directa de los destinos del comercio y del
capital mercantil.
Los argumentos que adopta Sweezy en su crítica al libro de
Dobb son muy similares a las tesis de Pirenne. Pero para no
distorsionar su pensamiento, dejemos que Sweezy tome la pala­
bra: «Así pues, he aquí cómo el comercio a larga distancia pudo
actuar a modo de fuerza engendradora de un sistem a de produc­
ción para el intercambio al lado del viejo sistema feudal de pro­
ducción para el uso. Una vez yuxtapuestos, estos dos sistemas
comenzaron a influirse uno a otro de forma natural».1 De acuerdo
con Sweezy, «pese a su inestabilidad e inseguridad crónicas, el
feudalismo europeo occidental era un sistema, con una orientación
muy marcada en favor del mantenimiento de determinados méto­
dos' y relaciones de producción».2 Por tanto, el elemento desinte­
grador de este sistema estático tenía que ser exterior al mismo.
Y fue precisamente el comercio, al promover el crecimiento de las
ciudades, atraer a ellas a los siervos, y estimular el establecimiento
de las primeras industrias, quien a la larga hizo imposible una
«coexistencia» entre el feudalismo y un sistem a de producción
para el intercambio. Así pues, el comercio acabó por liquidar de
forma virtual el feudalismo en los países de Europa occidental.
Sweezy es perfectamente consciente de que la producción capitalis­
ta, en tanto que forma mucho más desarrollada y compleja de pro­
ducción de mercancías, era algo muy distinto de la producción
de mercancías que había venido desarrollándose durante la época
feudal. En consecuencia, topa con una seria dificultad en su razo­
namiento. ¿Cuál es la definición correcta del período histórico
que abarca aproximadamente los siglos xv y xvi, durante el cual
el feudalismo había desaparecido, o estaba en trance de hacerlo,
pero en el que aún no se detectaban elementos o signos auténticos
del modo capitalista de producción? Sweezy elude esta dificultad
postulando la existencia de una fase histórica diferenciada en la
que «los elementos predominantes no eran ni feudales ni capita­

1. «Crítica», supra, p. 57.


2. Supra, p. 49.
182 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

listas»,3 y propone calificarla como de «producción precapitalista


de mercancías». A este respecto, critica la opinión sustentada por
Dobb de que este período seguía siendo feudal en sus .rasgos fun­
damentales.
Desde un punto de vista puramente abstracto, las deficiencias
lógicas del tratamiento que da Sweezy al problema son obvias. Si
pretendemos interpretar el problema de la transición del feuda­
lismo al capitalismo a la luz del marxismo, como parece que quiere
hacer el economista americano, no puede ignorar su misma esen­
cia, el método dialéctico. Afirmar que el feudalismo es una for­
mación histórica inmóvil, incapaz por sí misma de desarrollarse
internamente, sólo sensible a las influencias recibidas desde el
exterior, equivale precisamente a plantear la cuestión en términos,
no de interacción dialéctica, sino de contingencia aleatoria. Con
toda justicia Dobb indica en su «Respuesta»: «Afirmar lo contra­
rio [es decir, que el feudalismo no tiene la menor tendencia al
cambio] equivaldría a convertirlo en una excepción de la ley
general marxista del desarrollo, según la cual toda sociedad eco­
nómica se ve impulsada por sus propias contradicciones inter­
nas».4 Por consiguiente, postular un período intermedio y autó­
nomo situado entre el feudalismo y el capitalismo (aunque se
quiera «etiquetarlo») equivale a abandonar todo análisis histó­
rico del proceso de la formación de lo nuevo a partir de lo viejo,
o en términos de Marx, de describir los «dolores de parto» que
acompañan el nacimiento de una nueva sociedad del seno de la
precedente. Hilton y Takahashi han formulado una serie de con­
sideraciones metodológicas similares a las sustentadas por Dobb.
Por otro lado, estos defectos lógicos implican defectos para­
lelos en el ámbito de la interpretación histórica. Podemos recor­
dar aquí el conjunto de objeciones de hecho presentadas en las
sucesivas intervenciones críticas frente al artículo de Sweezy.
Tanto Dobb como Hilton han reiterado que el desarrollo y el
derrumbamiento del feudalismo se produjeron como resultado de

3. Supra, p. 67.
4. «Respuesta», supra, p. 81.
GIULIANO PR O C A C C I 183

la acción de elementos internos al propio sistema. Dobb hace


especial hincapié en el hecho, ya abordado previamente en sus
E stu d ios, de que en ciertas áreas periféricas a las grandes rutas
comerciales, la desintegración de las relaciones sociales típicamen­
te feudales (por ejemplo, la servidumbre) se produjo bastante
antes que en otros lugares situados sobre las mismas rutas. En
Inglaterra, la servidumbre desapareció antes en las regiones atra­
sadas del norte y el oeste que en el sudeste del país, zona mucho
más avanzada. La «segunda servidumbre» en Europa oriental coin­
cidió con un período de expansión comercial. Las anteriores cons­
tataciones no permiten, sin embargo, sostener —y Dobb subraya
este punto— que el crecimiento del comercio y de la producción
de mercancías no jugaran un papel considerable en la evolución
de la sociedad feudal. Pero, para repetir un pasaje de Marx citado
por Dobb en sus E studios, el comercio actuó como elemento su­
bordinado a la «solidez y articulación internas» del modo de pro­
ducción vigente.
La contribución de Hilton a la polémica sobre la transición
del feudalismo al capitalismo pretende precisamente describir dicha
articulación. Para ello aborda algunos de los puntos tratados por
Dobb en sus E stu d ios e intenta dilucidar el funcionamiento interno
de la sociedad feudal. Para Hilton, la ley fundamental de esta
sociedad es la tendencia de su clase explotadora a obtener un
máximo de renta a expensas del trabajo de los productores di­
rectos; esta situación entra en conflicto con las necesidades del
crecimiento social y provoca contradicciones entre los elementos
de la propia clase explotadora. No podemos considerar aquí de
forma pormenorizada el desarrollo ulterior del análisis de Hilton.
No obstante, leyendo a Hilton o las partes del libro de Dobb
que tratan esta cuestión, es difícil sustraerse a la impresión de
que mientras ambos se muestran convincentes en su refutación de
la tesis de Pirenne, asumida por Sweezy, según la cual el comer­
cio fue el p rin cip io m o to r (en expresión de Hilton) de la sociedad
feudal, lo son mucho menos cuando abordan la reconstrucción
histórica de la dialéctica interna del feudalismo, pues en sus argu­
mentaciones casi siempre dan sensación de adoptar una postura
184 DEL FEUD ALISM O A L C A P IT A L ISM O

más defensiva y crítica que constructiva y positiva. Desde luego,


las dificultades de interpretación en este campo son mucho mayo­
res a causa de la escasez de investigaciones disponibles. Sweezy
pisa terreno relativamente sólido cuando señala que el propio
Dobb ha admitido cuán difícil es probar que él principio motor
del modo feudal de producción fue in ter n o al sistema.
Creo que la dificultad apuntada se toma más evidente cuando
se considera el modo en que se ha tratado el problema del origen
de las ciudades medievales, punto central del debate. Precisamente
en relación al mismo Sweezy comenta:

La teoría de Dobb sobre las causas internas de la decaden­


cia del feudalismo todavía podría salvarse si se consiguiera de­
mostrar que el crecimiento de las ciudades en este momento
constituyó un proceso interno del sistema feudal. Pero si com­
prendo correctamente la postura de Dobb, no es esto lo que
mantiene. Dobb sostiene una posición ecléctica en lo que res­
pecta al origen de las ciudades medievales, pero reconoce que
su crecimiento fue, por lo general, proporcional a su impor­
tancia como centros comerciales. Puesto que en modo alguno
puede considerarse que el comercio sea una forma de economía
feudal, difícilmente puede Dobb argüir que el auge de la vida
urbana fuera consecuencia de causas internas al sistema feudal.5

Aunque, como ya hemos dicho, no puede aceptarse sin un


examen muy cuidadoso el supuesto del economista americano
acerca de la relación mutuamente exduyente entre comercio y
feudalismo, sus observaciones sobre la vaguedad de Dobb al
tratar el problema de los orígenes de las ciudades no carecen
de valor. En efecto, en los E stu d ios s o b r e e l d esa rr o llo d e l ca p i­
ta lism o se limita a exponer diversas teorías sobre el problema y a
adoptar los elementos más fiables de una u otra. Pero el problema
del origen de las ciudades dentro del marco (o fuera de él) de la
sociedad feudal no se ha encarado en parte alguna de la forma
sistemática y consciente que se merece, de modo que el lector

5 . «C rític a », supra. p. 55.


GIULIANO PR O C A C C I 185

puede tener muy a menudo la sensación de que se enfrenta con


dichas ciudades sin saber nada de sus antecedentes o génesis.
Dobb no deja de considerar en su «Respuesta» las críticas de
Sweezy al respecto. Sin embargo, creo que sus formulaciones
ponen al descubierto un buen grado de incertidumbre. No está
de acuerdo en que deba demostrar la tesis de que «el crecimiento
de las ciudades constituyó un proceso interno del sistema feudal»,
pero añade entre paréntesis, «aunque hasta cierto punto creo que
esto último es cierto y que, precisamente porque el feudalismo
estaba muy lejos de ser una “economía natural” pura, alentaba a
las ciudades para que satisfacieran sus necesidades de comercio
a larga distancia».6 Quizá la falta de claridad con que se expresa
Dobb refleje el hecho de que no ha prestado suficiente atención
al problema. Evidentemente, si el problema de la relación entre
ciudad y campo, así como la forma histórica de la relación entre
producción y comercio, no se resuelve de forma orgánica, se hace
muy difícil refutar la teoría de Pirenne de que el comercio ejerció
una influencia externa corrosiva sobre la sociedad feudal y el
problema con ella relacionado, el del «capitalismo» de las ciuda­
des medievales. Hasta que estos centros mercantiles urbanos no
sean integrados en el seno de la sociedad feudal, mientras no sean
considerados (en frase de Dobb) un resultado del desarrollo «in­
terno» de esta sociedad, la tentación de localizar el «principio
motor» del feudalismo fuera de ella seguirá siendo demasiado
poderoso, claro está siempre que haya alguna buena razón para
ello.
Con todo, en el trabajo de Dobb esta integración necesaria
se da de forma mucho más implícita que explícita. Pero hay otras
tendencias dentro de la investigación historiográfica que también
trabajan en el marco del marxismo que han ido más lejos en
sus análisis. Me refiero en particular a aquellos historiadores sovié­
ticos que contemplan las ciudades medievales y la producción de
mercancías por ellas estimuladas como elementos integrantes del
desarrollo histórico del propio modo feudal de producción. Este

6. «Respuesta», supra, p. 83..


1 8 6 DEL FEUD ALISM O A L C A P IT A L ISM O

problema ha sido recientemente discutido en la revista V oprosy


Istorii. F. Ya. Polianski mantiene en un artículo que «la creación
de la ciudad constituye una forma de expansión política y econó­
mica del régimen feudal»,7 al tiempo que sitúa esta afirmación
en el contexto más amplio de que la producción de mercancías
ejercía una actividad funcional con respecto al feudalismo, que
era un elemento integrante del mismo y no algo externo y anta­
gónicamente opuesto a él.8 Es inmediato deducir que para Polians­
ki las manifestaciones de capitalismo precoz presentes en la indus­
tria de un pequeño número de ciudades medievales, particular­
mente en Italia y Flandes, no tuvieron más que un carácter «epi­
sódico».9
Si nos restringimos ahora a la historiografía anglosajona tam­
poco faltan indicios de que esta es la dirección en que se están
moviendo los investigadores contemporáneos. En febrero de 1953,
sólo un mes después de que apareciera el ensayo que acabamos
de citar en los V oprosy I sto r ii, la revista inglesa P ast an d P r esen t
publicaba un artículo de A. B. Hibbert sobre los orígenes de los
patriciados urbanos medievales. En dicho artículo, Hibbert dis­
cute el análisis de Pirenne acerca del papel desempeñado por el
comercio en la génesis y desarrollo del urbanismo medieval, carac­
terizado por el historiador belga como de «incompatibilidad natu­
ral entre un- estado feudal y un estado que permite el crecimiento
del comercio y de la industria».10 Hibbert oponía a este punto
de vista su propia convicción de que «tanto la teoría como los
hechos sugieren que el primitivo comercio medieval, lejos de ser
un elemento disolvente de la sociedad feudal, fue de hecho un
producto natural de la misma, y que una vez alcanzado determi­
nado estadio de desarrollo, las clases feudales dominantes lo im­

7. F. Ya. Polianski, «O Tovarnom Proizvodstve v Uslovyakn Feodaliz-


ma»: Voprosy Istorii, n° 1 (1953), pp. 52 y ss.
8. Ibid., p. 54.
9. Ibid., p. 55.
10. A. B. Hibbert, «The origins of the medieval town patriciate»,
Past and Present (febrero 1953), p. 16.
GIULIANO PR O C A C C I 1 8 7

pulsaron».11 La condición previa para el florecimiento de la acti­


vidad mercantil y la producción de mercancías fue el desarrollo del
sector agrario de la economía. Desde luego, este último fue un
factor «interno» al modo feudal de producción, al tiempo que
«una premisa básica para todo desarrollo urbano».12
Hibbert documenta su tesis recordando que muchos de los
centros urbanos medievales tuvieron orígenes «señoriales», tér­
mino que entrecomillo para matizar la cuestión, ya que ha sido
el objeto de una polémica historiográfica local en Italia. Cita al
respecto las ciudades de Génova, Milán, Lincoln, Bergen, Cambrid­
ge, Arras, ciertas ciudades polacas y la ciudad germana de Dinant,
estudiada por Pirenne. Para confirmar sus opiniones, junto a
determinadas monografías muy conocidas sobre municipios, Hib­
bert cita el estudio de Lestocquoy sobre ciudades italianas y fla­
mencas 13 y la ponencia presentada por Sapori al Congreso Inter­
nacional de Historia celebrado en 1950. Ambos trabajos vieron
la luz una vez publicados los E stu d ios de Dobb, y por consi­
guiente ni él ni Sweezy los tenían a su disposición en el momento
en que se entabló su debate. No obstante, vale la pena señalar
que existen indicios de que las últimas investigaciones sobre el
tema confirman los muy hipotéticos comentarios de Dobb sobre
el origen de las ciudades medievales que aparecen en su réplica
a Sweezy.
A pesar de todo, aunque creo que la postura del historiador
inglés sobre el papel del comercio y el capital mercantil en la
sociedad feudal y sobre el carácter de las ciudades medievales es
más correcta que la de su oponente, no por ello deja de ser en
cierta medida una simple hipótesis de trabajo. La discusión entre
Sweezy y Dobb tiene todo el sesgo de un duelo entre dos comba­
tientes desigualmente armados, pues mientras el primero puede
aportar como soporte de su tesis una ingente masa de material
11. Ibid., p. 17.
12. Ibid., p. 17.
13. Ibid., p. 27. Cita a Lestocquoy, Aux origines de la bourgoisie: Les
villes de Flandre et d’Italie sous le gouvernement des patriciens, París,
1953.
188 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A LISM O

muy bien estudiado, toda una corriente de investigaciones, el últi­


mo sólo puede confiar en un renovado y más profundo conoci­
miento del problema y en su esfuerzo para interpretar una serie
de fuentes heterogéneas, la mayor parte de las cuales vienen suge­
ridas por los detentadores del punto de vista opuesto. La única
forma de salirse del im p a sse es proporcionar idénticas armas a
ambos contendientes, es decir, estimular la investigación en la
vía encaminada a contrastar las diferentes hipótesis plausibles.
En este punto están de acuerdo todas las partes contendientes.
Hilton subraya la necesidad de adoptar tal camino con especial
lucidez en un artículo publicado en el número de febrero de 1952
en P ast an d P resen t. Dice Hilton: «Los estudios de Pirenne sobre
el crecimiento de las ciudades medievales y sus otras obras de alcan­
ce más general han ejercido una influencia considerable sobre la
enseñanza y la investigación de la historia económica medieval,
subrayando con especial énfasis que el crecimiento del comercio
internacional desempeñó un papel clave en la transformación de
la sociedad feudal. La mayor parte de los supuestos usuales sobre
el capitalismo medieval toman como punto de partida sus traba­
jos, y las conclusiones que en ellos se exponen han sido apoyadas
por una serie de estudios posteriores».14 Sin embargo, esta línea
de pensamiento, fomentada por la potente personalidad de Piren­
ne, ha venido a mostrarse, según Hilton, del todo inadecuada
a tenor de las modernas hipótesis sobre el papel del comercio y
del capitalismo mercantil. Por tanto, concluye que debe reorien­
tarse la investigación histórica hacia otros sectores, entre los que
menciona la historia agraria, la historia de la tecnología y la his­
toria de las conexiones entre la base económica y las estructuras
político-jurídicas.
El segundo gran problema planteado por Sweezy es si los
siglos xv y xvi deben clasificarse como época feudal, capitalista,
o, de acuerdo con su propia nomenclatura, como un «período de
producción precapitalista de mercancías». En mi opinión, la ré­
plica que ofrecen Dobb y los marxistas ingleses en este punto es

14. «Capitalismo. ¿Qué hay tras esta palabra?», infra, p. 203.


GIULIANO PR O C A C C I 189

mucho más substancial, pues están en condiciones de argumentar


sobre una muy considerable herencia de investigaciones y debates.
En 1940, con ocasión del tercer centenario de la revolución in­
glesa, la publicación del conocidísimo estudio de H ill15 dio lugar
a numerosas controversias, que fueron resumidas posteriormente,
en 1946-1947, con ocasión de la reimpresión de dicho trabajo.
La revista L abour M o n th ly sirvió de foro en la polémica enta­
blada en 1940-1941, que entre otras muchas intervenciones incluía
una importante aportación de Dobb.16 El problema que se dis­
cutía era el de la naturaleza de la revolución inglesa. ¿Fue una
revolución burguesa qué desembocó en la instalación definitiva
del modo de producción capitalista, cuyas condiciones previas ne­
cesarias ya existían por haber ido madurando a lo largo del
siglo xvi, y aún antes? O, por el contrario, ¿fue un movimiento
impulsado por una burguesía y a instalada en el poder para salir
al paso de una reacción feudal-aristocrática? La mayor parte de
los participantes en la polémica optaron por la primera de estas
interpretaciones, que era la propuesta por Hill en su ensayo.
Por su incitación a que se concretaran mucho más los términos
del problema y a que se dejara de lado todo dogmatismo abstracto
o rígido, la intervención de Dobb en el debate tuvo una singular
importancia. Dobb señaló que, de acuerdo con los objetivos con­
cretos de la discusión, se hacía esencial establecer cuál era el
modo de producción que prevalecía en Inglaterra en vísperas de

15. C. Hill, The Englisb revólution 1640. Three essays, Londres, 1949 2.
El volumen contiene tres ensayos, eí primero de los cuales, debido a Hill,
estudia el concepto de revolución en general, el segundo, obra de M. James,
trata de las interpretaciones materiales de la época del proceso revolucio­
nario en Inglaterra, y el tercero, de E. Rickword, está dedicado a estudiar
la figura de Milton.
16. Cf. la reseña sobre el ensayo de Hill debida a P. F., en Labour
Monthly (octubre 1940), p. 558; la réplica de D. Garman y la contrarré­
plica de P. F., en ibid. (diciembre 1940), pp. 651 y ss.; las intervenciones
de D. Torr y de M. Dobb, en ibid. (febrero 1941), pp. 88 y ss. El Grupo
de Historia del Partido Comunista Inglés elaboró un resumen daro y ase­
quible de las discusiones en el artículo «State and revolution in Tudor and
Stuart England», Communist Review (julio 1948), pp. 207 y ss.
190 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

la revolución. El.término «capitalismo mercantil», usado por todos


los participantes en el debate, presta especial.atención a la esfera
del intercambio a expensas de la de la producción, y por consi­
guiente no es el adecuado para definir un modo de producción
como tal. Dobb se inclinaba a resolver el problema clasificando
como feudal la Inglaterra de los Tudor y los Estuardo, al tiempo
que señalaba que en el seno de esta sociedad feudal los elemen­
tos que eventualmente caracterizarían la sociedad capitalista bur­
guesa se hallaban ya en avanzado estado de desarrollo. Posterior­
mente Dobb ha perfilado esta interpretación en sus E stu d ios,
donde pone de -manifiesto el papel conservador jugado por las
clases mercantiles en las diversas fases de la revolución inglesa.17
Así pues, es fácil comprender como la experiencia adquirida en
esta polémica y las investigaciones que motivó han llevado a los
historiadores marxistas ingleses a rechazar con mayor resolución
las críticas de Sweezy sobre este extremo. De hecho, tanto Dobb
como Hill tienen siempre presentes los anteriores debates sobre
el asunto.'
Dobb indica que está de acuerdo con Sweezy en ver la socie­
dad europea de los siglos x iv a xvi como una formación histórica
compleja en estado de transición; las viejas formas económicas
se descomponen y, paralelamente, emergen a la superficie otras
nuevas. No obstante, este tipo de situación dinámica no consti­
tuye una fase histórica distinta y diferenciada, no constituye un
modo de producción su i g en eris. El alcance de este enfoque es
a lo, sumo constatar que las nuevas formas nacen de las anti­
guas. Un modo de producción implica relaciones de producción
y éstas, a su vez, presuponen la existencia de clases que ocu­
pan diferentes posiciones sociales, siervos y señores feudales, tra­
bajadores «libres» y capitalistas. ¿Qué relaciones de producción
y qué clases corresponden al particular modo de producción pos­
tulado por Sweezy, la «producción precapitalista de mercancías»?
17. Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, cap. IV. Sobre
este punto de la teoría de Dobb, véanse las observaciones críticas de B.
Trentin en su reseña al libro del estudioso inglés, publicada en Societa, n.° 3
(1952).
GIULIANO PR O C A C C I 191

Esta es la pregunta que tanto Dobb como Hill plantean al


economista americano. «Si la clase dominante estaba formada
por una burguesía mercantil — comenta Dobb— , el estado debió
haber sido algún tipo de estado burgués.» Y continúa: «Y si el
estado ya era burgués, no sólo en el siglo xvi, sino incluso antes,
a comienzos del xv, ¿cuál fue el resultado esencial de la guerra
civil del siglo xvn ?».18 Una vez rechazada, por contradecirse con
los hechos, la hipótesis de que la revolución inglesa fue una forma
de represión burguesa dirigida a frenar una contrarrevolución feu­
dal, «sólo nos queda la posibilidad de aceptar (y a mí me parece
la suposición correcta) que la clase dominante seguía siendo feu­
dal y que el estado seguía siendo el instrumento político de su
dominio».19 Por otro lado, carece de toda validez la idea posterior­
mente avanzada por Sweezy de que en los siglos xvx y xvn existía
en Inglaterra un cierto equilibrio de fuerzas entre clases opues­
tas, que el poder estaba distribuido entre «varias» clases que se
lo disputaban. En efecto, Hill prueba que tal hipótesis no sólo
es más que dudosa desde un punto de vista teórico, sino que res­
pecto al siglo xvn carece de todo fundamento empírico. Así pues,
los historiadores ingleses tienden a situar los límites del feudalis­
mo, entendido como un modo de producción, justo en las vís­
peras de las revoluciones burguesas, es decir, alcanzado el siglo
xvii en el caso de Inglaterra y más tarde aún en el de la Europa
continental. Es perfectamente sabido que la historiografía sovié­
tica también ha adoptado esta misma periodización.20
Qué duda cabe, una clasificación de este tipo corre el riesgo
de mostrarse como algo sorprendente si se la aplica de forma
abstracta y exclusiva. Pero de hecho, lo único que postula es que
en un particular y determinado período histórico el modo de
producción p red o m in a n te en toda una serie de países era el feudal,
prevalencia que no excluye en modo alguno la posibilidad de que
18. «Respuesta», supra, p. 85.
19. Supra, p. 86.
20. Cf. el volumen Zur Variodisterung des Feudalismus.und Kapitalis-
mus in der geschichtlichen Entwicklung der UdSSR. Diskussionbeitrage,
Berlín, 1952.
192 DEL FEUD ALISM O A L C A P IT A L ISM O

existieran «gérmenes» o «formas» (veremos más adelante la im­


portancia de estos términos) capitalistas dentro del viejo modo
de producción. En este punto, los historiadores ingleses con-
cuerdan, en mayor o menor grado, con Sweezy. Takahashi, quien
en su intervención en el debate corrige algunos de los errores des­
lizados en las formulaciones de Dobb, también se adhiere al pre­
sente enfoque. Podemos, pues, concluir que los siglos x v-y xvi
(e incluso siglos posteriores si consideramos países que no sean
Inglaterra) no constituyen una fase histórica específica por dere­
cho propio, algo así como una «era» intermedia entre feudalismo
y capitalismo, sino un período histórico caracterizado por la apari­
ción y desarrollo de formas capitalistas (por ejemplo, las primeras
manufacturas) dentro del marco de un modo de producción feudal
superviviente.
El problema de los orígenes del capitalismo en el seno de la
sociedad feudal plantea aspectos muy diversos. Los estudios que
nos ocupan aquí contemplan, entre otros, el problema de la racio­
nalización de la agricultura (los cultivos en zonas cercadas, en
Inglaterra), el problema de la formación del primer mercado de
trabajo, una vez establecida la diferenciación social entre el cam­
pesinado, a partir de la población agrícola tradicional (la Poor
Law de la Inglaterra isabelina), el problema de la modificación
de las relaciones entre el campo y la ciudad. Pero el más, impor­
tante de todos los problemas es el que hace referencia a los oríge­
nes de las primeras manufacturas capitalistas, creadoras de nuevas
relaciones de producción, las que se establecen entre el empresa­
rio capitalista y los trabajadores «libres» por él contratados. ¿Se
desarrollaron las manufacturas sobre la base del sistema gremial
preexistente en la industria medieval o bien surgieron ex n o v o ?
¿Fueron sus promotores las clases mercantiles vinculadas a la
sociedad feudal, o bien lo fueron nuevos hombres y nuevas capas
sociales? La discusión se ha planteado en estos términos. De for­
ma más precisa, la polémica se ha centrado en la dilucidación de
cuál es la interpretación histórica correcta de un conocidísimo
pasaje del volumen III de El ca p ita l, que reproducimos aquí por
creer que facilitará el resto de la exposición.
GIULIANO PR O C A C C I 193
El transito del régimen feudal de producción se opera de
un doble modo. El productor se convierte en comerciante y
capitalista por oposición a la economía natural agrícola y al
artesanado gremialmente vinculado de la industria urbana de
la Edad Media. Este es el camino realmente revolucionario.
O bien el comerciante se apodera directamente de la produc­
ción. Y por mucho que este último camino influya histórica­
mente como tránsito —como ocurre, por ejemplo, con el cloth ier
inglés del siglo xvn, que coloca bajo su control a los tejedores, a
pesar de ser independientes, les vende la lana y les compra el
paño—, no contribuye de por sí a revolucionar el antiguo ré­
gimen de producción, sino que, lejos de ello, lo conserva y lo
mantiene como su premisa.21

Las relaciones de producción capitalistas se establecen a través


de estas «dos vías». En sus E stu d ios, Dobb intenta diferenciar
históricamente ambos procesos. La primera vía, la de la trans­
formación del productor en capitalista, la sitúa en la formación
durante los siglos xvi y xvii de unidades de producción industria­
les y agrícolas basadas en un sistema de trabajo asalariado. Este
tipo de empresas fueron creadas por hombres directamente surgi­
dos de las filas de los productores (campesinos acomodados, arte­
sanos), que pronto pasaron a constituir el sector más avanzado de
la burguesía. Eran ellos quienes mayores beneficios podían extraer
de un derrumbamiento del modo de producción feudal, y la New
Model Army de Cromwell se nutrió básicamente de tales elemen­
tos. En cuanto a la segunda vía, el paso de comerciante a capita­
lista, se produjo mediante un proceso histórico en el que las cla­
ses mercantiles desarrolladas en el seno de la sociedad feudal toma­
ron en sus manos el control y la dirección del proceso de produc­
ción industrial tal y como existía en dicha sociedad.
Por tanto, mientras en el primer caso aparece una nueva rela­
ción entre el empresario y el trabajador «libre», en el segundo
el comerciante-capitalista suele hallarse enfrentado a un productor
que aún no se ha visto privado de sus medios de producción.

21. El capital, vol. III, p. 323.


13. ---- HILTON
1 9 4 DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

En el primer caso, el productor-capitalista produce para el mer­


cado y está esencialmente interesado en aumentar la producción
y disminuir sus costos, para lo que intenta emanciparse de toda
sujeción al capital mercantil al tiempo que intenta subordinarlo
al capital industrial. En el segundo caso, el comerciante-capita­
lista produce de acuerdo con los límites que le impone el volumen
de sus negocios de transacción comercial, subordina su actividad
productiva a sus intereses como comerciante, y por consiguiente
el capital comercial sigue predominando sobre el industrial. En
el primer caso, los beneficios del capitalismo se obtienen, de acuer­
do con el modo capitalista clásico, a partir del trabajo excedente
de los productores «libres», mientras que en el segundo provie­
nen en buena parte de lo que Marx denominó «beneficios sobre
la enajenación», comportamiento típico diel capital mercantil en
el seno de la sociedad feudal, que se materializan a través de la
diferencia entre los precios de compra y de venta en unas deter­
minadas condiciones de mercado. Así pues, en el primer caso el
capitalista tiene un enorme y permanente interés en desmantelar
las diversas trabas y privilegios gremiales que le plantea la socie­
dad feudal para poder ampliar su mercado, mientras que, por el
contrario, en el segundo el comerciante capitalista centra su interés
en el mantenimiento del sta tu s q u o social del que obtiene sus
beneficios sobre la enajenación.
Esta es la interpretación que da Dobb al pasaje citado de
El capital. Según sus E stu dios, serían excelentes ejemplos de la
primera vía las manufactorías textiles de Jolm Winchomb en
Newbury y las de Thomas Blanke en Bristol. En el terreno de la
minería y de la producción de sal las empresas de este tipo fueron
mucho más abundantes. Cabe indicar, por último, que Dobb in­
cluye dentro de la primera vía la denominada «industria domés­
tica».22 En cuanto a la segunda vía, por citar un ejemplo muy
familiar fuera de Inglaterra, tenemos las m a n u fa ctu res r o y a les
francesas de la época de Colbert. Takahashi ha aducido este ejem­
plo en apoyo de las tesis de Dobb, quien en su obra ofrece datos

2 2 . Estudios, p p . 138 y ss.


GIULIANO PR O C A C C I 1 9 5

casi exclusivamente ingleses, citando al respecto los trabajos de


Lefebvre, Labrousse y Tarlé. Fueron estos últimos estudios los
que pusieron de manifiesto por vez primera que la forma de orga­
nización industrial con más grandes perspectivas de futuro no
viene precisamente ejemplificada por las privilegiadas manufac­
turas; de Colbert, sino por otras empresas más pequeñas pero con
un carácter más claramente capitalista (no la «industrie des villes»
sino los «petits producteurs de campagne»).
No obstante, Sweezy interpreta de otro modo el pasaje citado
de El capital. En su opinión, «lo que contrasta Marx es el lanza­
miento de auténticas empresas capitalistas y el lento desarrollo
del trabajo domiciliario».23 En otras palabras, la segunda vía es
equivalente al sistema de trabajo domiciliario (p u ttin g -o u t sy s te m
en Inglaterra, V erla gssystem en Alemania), en el que el comer­
ciante-empresario encarga las diferentes fases de la producción del
bien a artesanos independientes. La primera vía, que es más ágil
y, por esta razón, más revolucionaria, pasa por encima de esta
fase intermedia y establece directamente un sistema de produc­
ción más racional, del tipo que estaba apareciendo — indica Ta­
kahashi— en las m a n u fa ctu res r éu n ies de Colbert. Parece ser que
Sweezy no cree que estratos sociales distintos, productores por un
lado y comerciantes por otro, provocan necesariamente las dos
vías diferentes que nos ocupan, aunque admite que se trata de una
interpretación plausible. Por el contrario, lo que parece sostener
Sweezy es que tanto en una como en otra se hallan presentes el
mismo tipo de individuos y de estratos sociales. En otras pala­
bras, mientras que para Dobb la diferencia entre la primera y la
segunda vía reside esencialmente en el hecho de que se hallan
promovidas por fuerzas sociales con distintos interés y políti­
cas, para Sweezy reside en la divergencia de formas que asume
el proceso productivo (trabajo domiciliario frente a manufactura
combinada). La valoración de Sweezy del papel desempeñado por
las pequeñas empresas, los «petits producteurs de campagne», en
los orígenes del capitalismo industrial es, por consiguiente, opues­

23. «Crítica», supra, p. 74.


196 DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

ta a la de Dobb. Para Sweezy, el precedente directo de la indus­


tria capitalista propiamente dicha debe buscarse ante todo en las
empresas más substancialmente industriales de acuerdo con el
modelo de las manufactorías de Colbert, no en las del pequeño
productor-capitalista.
Takahashi ha contribuido de forma notable a clarificar este
complejo problema. Cuando interviene en el debate entablado
entre Dobb y Sweezy, presta especial atención al tema de las «dos
vías». En particular, indica que tomado en su contexto el pasaje
del volumen III de El ca p ita l no sólo se contenta con poner de
manifiesto la existencia de las dos vías, sino que nos muestra su
oposición y enfrentamiento. La primera vía está caracterizada por
la subordinación deí capital comercial al industrial, del mercado
a la producción; inversamente, la segunda se halla caracterizada
por la persistente dependencia de la producción con respecto al
mercado, de la industria al beneficio comercial. La primera vía
lleva necesariamente a una ruptura definitiva con las relaciones
de producción feudales; la segunda a una acomodación a las mis­
mas, en tanto que, para usar una frase de Marx, «no contribuye
de por sí a revolucionar el antiguo régimen de producción, sino
que, lejos de ello, lo conserva y lo mantiene como su premisa».24
El historiador japonés hace la oportuna observación de que nos
estamos enfrentando con una caracterización h istó rica de dos fases
distintas en los orígenes del capitalismo. Precisamente es en
tanto que fases históricas distintas y opuestas que las dos vías
no son, al contrario de lo que parece sugerir Sweezy, dos solu­
ciones separadas para un mismo problema. No responden a las
mismas cuestiones porque pertenecen a problemas distintos, a in­
tereses y capas sociales diferentes. Las m a n u fa ctu res r éu n ies fue­
ron creadas por la h a u te b o u r g eo isie, vinculada e integrada en el
orden feudal, y desaparecieron con él al producirse la Revolución
francesa. De modo similar, los ch a ra ctered m a n u fa ctu rers del pe­
ríodo Estuardo se opusieron a la rebelión puritana, apoyada sin

2 4. El capital, v o l. I I I , p . 3 23 .
GIULIANO PR O C A C C I 1 9 7

embargo por pequeños productores capitalistas, tanto en el campo


como en la ciudad.
Desde este punto de vista, la oposición entre las dos vías
y los dos modos de producción opuestos a ellas vinculados queda
reflejada en la lucha política y de partidos: independientes frente
a monárquicos en la Revolución inglesa; jacobinos frente a giron­
dinos en la revolución francesa. Con una perspectiva histórica am­
plia, Takahashi interpreta el predominio de una de las dos vías en
un determinado país como una de las características de la estructura
social del mismo en la era capitalista, y señala que la preeminencia
de la 'primera vía en Francia e Inglaterra contribuye en gran medi­
da a explicar muchas de las diferencias entre la estructura social
de estos países y la de aquellos en los que prevaleció la segunda
vía, como por ejemplo Alemania y Japón. Situado a nivel de aná­
lisis histórico específico, no hay duda alguna de que el ensayo de
Takahashi constituye una contribución notabilísima, incluso si se
la compara con los E stu d ios de Dobb. Cabe reseñar en concreto
la crítica que plantea el historiador japonés a la errónea adscrip­
ción del trabajo domiciliario a la primera vía, tesis sostenida por
Dobb, y justifica su ubicación en la segunda. El sistema de trabajo
domiciliario fue obra casi exclusiva de comerciantes que, por cuan­
to se limitaban a proporcionar materias primas a productores
individuales y a garantizar la venta posterior de los productos
ya elaborados, «sólo podían “controlar’’ la producción desde fue­
ra,- y para perpetuar su dominio como capitalistas mercantiles
mantuvieron inmodificadas las condiciones de producción tradi­
cionales».25 Por tanto, no debe confundirse, como ha hecho Dobb,
el sistema de trabajo domiciliario con la industria doméstica, com­
puesta por «pequeñas y medianas empresas independientes».
Es interesante señalar que el debate entre Dobb y Sweezy
sobre los orígenes de las manufacturas también ha tenido su con­
trapartida en la Unión Soviética. Entre 1948 y 1950, la revista
V oprosy I sto r ii ha publicado un buen número de artículos sobre
el carácter y naturaleza de las manufacturas rusas en la época

2 5 . « C o n trib u c ió n al d e b a te », supra, p. 129.


198 DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

de Pedro el Grande. El más reciente de tales artículos, debido


a Borisov,26 desarrolla temas y argumentaciones similares a los
de Takahashi. En abierta polémica con artículos y monografías
precedentes, Borisov rechaza la idea de que las manufacturas rusas
tuvieran un carácter capitalista en la época de Pedro el Grande.
Contenían «gérmenes» capitalistas, pero no tenían una «forma»
capitalista (k ap italistich esk ii uklad, de acuerdo con el término em­
pleado por Lenin en El d esa rro llo d e l ca p ita lism o en R u sia )* Bori­
sov distingue manufactura «comercial» (k aufm an nisch) de manu­
factura «capitalista». Como el historiador japonés, Borisov asigna
una enorme importancia a las relaciones entre el capital mercantil
y el industrial y entre la producción y el mercado para establecer
el análisis histórico de las manufacturas.
Concluiremos aquí nuestra ojeada a los principales textos y
temas del debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo.
Puede ver el lector que tal debate abarca una complejidad en
extremo variada de problemas y posturas. Se han discutido una
serie de cuestiones particulares dentro del contexto del problema
general, entre ellas, la cuestión del papel desempeñado por el
comercio en el desarrollo y superación del modo de producción
feudal, la cuestión del carácter de la revolución inglesa, el pro­
blema de las «dos vías» y de los orígenes de la manufactura ca­
pitalista.
En este sentido, el debate proporciona un buen resumen de
los enfoques históricos actuales sobre la cuestión. Tanto su interés
como sus limitaciones se deben a que no se trata, de una mera re­
copilación empírica, antes bien nos enfrentamos con una serie de
intentos de elaborar una reconstrucción a la luz de nuevas pers­
pectivas históricas. Como es fácil notar, el debate no puede por
menos que ser heterogéneo en su carácter, pues las vinculaciones

26.' Compárese eí ensayo de Borisov, «Uber die Entstehung der For­


men der Kapitalistischen Ordnung in der Industrie», en el volumen Zur
Periodisierung, con las perspectivas, sobre este tema que adopta en su último
artículo.
* Existe versión castellana: V. I. Lenin, El desarrollo del capitalismo
en Rusia, traducción de José Laín Entralgo, Ariel, Barcelona, 1974. (N. del t.)
GIULIANO PR O C A C C I 199

entre fuentes e interpretación, material y técnica expositiva son


necesariamente múltiples y desconectadas. De este hecho son
perfectamente conscientes todos cuantos han participado en el de­
bate, y Hilton hace especial hincapié al respecto. Desde este
ángulo, la discusión no es ciertamente una mera recopilación de
conocimientos hasta ahora adquiridos. Por el contrario, consti­
tuye un conjunto de orientaciones para la investigación histórica
encaminada a resolver determinados problemas concretos. Tales
orientaciones han comenzado ya a dar sus frutos, especialmente
en Inglaterra. Esperemos que el conocimiento y estudio de estos
problemas püeda mostrarse igualmente fértil en las investigaciones
históricas sobre nuestro país.
Qué duda cabe, los problemas que plantea la historia de Italia
son bastante diferentes de los de la historia de Inglaterra, o in­
cluso que los de Francia. Sin embargo, es evidente que muchos de
los elementos que han salido a la luz en el curso de esta discusión
sobre la transición del feudalismo al capitalismo pueden emplearse
para cultivar ciertas áreas de investigación, y para plantear y dar
respuestas a determinados problemas de nuestro propio pasado.
Por ejemplo, es obvio que el papel desempeñado por el capital
mercantil en el desarrollo y declive de la sociedad italiana medie­
val es un tema de enorme interés, histórico. Y lo mismo puede
decirse del problema de los orígenes de la industria y la manu­
factura y del carácter en nuestro país de la industria doméstica.
Quienes se hallen familiarizados con los C u ad ern os d e cá r cel de
Gramscd sabrán que encierran numerosas reflexiones sobre los te­
mas dilucidados en el debate que nos ocupa. A cualquier lector
pueden venirle a la memoria los comentarios de Gramsci sobre
el carácter económico-corporativo de las Comunas o sobre la evo­
lución histórica de las relaciones entre ciudad y campo.
MATERIALES ADICIONALES
R odney H il t o n

CAPITALISMO. ¿QUÉ HAY TRAS ESTA PALABRA?

La historia del capitalismo ha sido estudiada hasta no hace


mucho, tanto por sus defensores como por sus críticos, sobre la
base de que existía un acuerdo común razonable acerca de lo que
unos y otros entendían por este término.
«El tema del capitalismo *—ha escrito el profesor M. M. Pos­
tan— 1 debe el lugar que actualmente ocupa en las discusiones
políticas y científicas a los trabajos de Marx y los marxianos.»
Son muchos los historiadores que comparten esta idea en lo subs­
tancial. E. Lipson, en su E co n o m ic h isto r y o f E nglan d,2 adopta
en general la definición de capitalismo acuñada por Marx, aña­
diendo que su rasgo esencial es la división de clases entre obreros
carentes de toda propiedad y empresarios con capital propio, en
contraste con la organización de la agricultura y la industria carac­
terística de la Edad Media, que se establecía sobre la base del
pequeño productor propietario de sus propios medios de produc­
ción.
En los últimos años, sin embargo, han aparecido una serie de
definiciones del término mucho menos precisas, tanto desde un
punto de vista implícito como explícito. Una definición caracterís­
1. Economic History Review, n.° 4. Una completa discusión sobre los
usos del término la encontraremos en M. Dobb, Estudios sobre el desarrollo
del capitalismo, cap. I.
2. Economic history of England, passim, pero cf., por ejemplo, p. 468.
204 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

tica de este tipo es la ofrecida por el profesor Pirenne, quien se­


ñala «que denominamos capitalismo a la tendencia a una cons­
tante acumulación de riqueza».3 Dos eminentes historiadores fran­
ceses hablan de capitalismo y capitalistas al escribir sobre la pro­
piedad de la tierra a gran escala durante la era carolingia.4 Y qué
duda cabe, debe ser una definición del término mucho más laxa
que la establecida por Marx la que lleva al profesor Armando
Sapori, el historiador de la industria y el comercio italianos du­
rante la Edad Media, a hablar de «revolución capitalista» en los
tiempos de Tomás de Aquino.5
La definición de Pirenne toma como marco de referencia las
actividades de los mercaderes europeos durante los siglos x n y
x i i i . Esta y otras definiciones del mismo estilo enfrentan tanto
al profesor de historia como al estudioso con el embrollado fenó­
meno del «ascenso de las clases medias» {asociándolo, desde lue­
go, al crecimiento del comercio), que parece tener inicios muy
tempranos, prolongarse durante mucho tiempo y constituir la
explicación de muy diversos movimientos y sucesos históricos.
Si bien .suele-afirmarse, que la clase media urbana de la Europa
medieval comenzó su notable carrera en época tan temprana como
el siglo x ,6 todo profesor de historia se enfrenta con el difícil pro­
blema de explicar por qué dicha clase no se convirtió en la fuerza
social dominante hasta los siglos x v i i y x v n i . ¿Por qué tardó más
de 700 años en alcanzar una posición preeminente si durante todo
este lapso de tiempo «creció» de forma ininterrumpida?
No todos los historiadores equiparan la expansión de una clase
basada en el comercio dentro de una sociedad predominantemente
agrícola con la expansión del capitalismo, pero lo cierto es que la
mayoría, de ellos consideran que se trata de dos movimientos idén­

3. Belgian democracy,p. 30.


4. L. Halphen, Études critiques sur Vhistoire de Charlemagne, p. 265.
J. Calmette, Le Moyen Age, p. 135.
5. «II giusto prezzo nella dottrina di San Tomasso», Studi di Storia
Economica Medioevale (1946), p. 191.
6. Cf. Abbé Lestocquoy, «The tenth century», Economic History Re-
vieiv, XVII, n.° 1.
RODNEY H IL T O N 205

ticos. Los especialistas procuran enfocar la cuestión con cuidado


y ciertas reservas, pero lo normal es que quienes sienten la nece­
sidad de esquematizar en aras de objetivos didácticos no suelen
matizar demasiado. Y lo cierto es que estos últimos encuentran
buenas justificaciones para su postura en los trabajos de algunos
de los más eminentes especialistas en comercio medieval. Por
ejemplo, el profesor De Roover, uno de los hombres que ha con­
tribuido de forma más destacada a nuestro conocimiento de la
banca medieval, habla de «la revolución comercial de finales del
siglo x i i i » , que allanó el camino al «capitalismo mercantil, no
reemplazado en buena parte de Europa por el capitalismo indus­
trial hasta mediados del siglo xix».7 La mayor parte de las aporta­
ciones históricas contemporáneas sobre la industria y el comercio
medieval dan por sentado, por lo general de forma implícita, que
el tema sometido a estudio es el «capitalismo».
Investigaciones recientes han demostrado que la vieja genera­
ción de historiadores económicos que contemplaba la Edad Media
como un período de «economía natural» estaba en el error. Dichos
historiadores habían subestimado tanto la importancia cuantitativa
de las mercancías producidas para el mercado como el volumen
del comercio internacional y las repercusiones de este último sobre
la actividad económica global. Los estudios de Pirenne sobre el
crecimiento de las ciudades medievales y sus otras obras de alcance
más general8 han ejercido una influencia considerable sobre la
enseñanza y la investigación de la historia económica medieval,
subrayando con especial énfasis que el crecimiento del comercio
internacional desempeñó un papel clave en la transformación de
la sociedad feudal. La mayor parte de los supuestos usuales sobre
el capitalismo medieval toman como punto de partida sus traba­
jos, y las conclusiones que en ellos se exponen han sido apoyadas
por una serie de estudios posteriores. Mencionaremos aquí sólo
7. Money, banking and credit in medieval Bruges, p. 11.
8. Las ciudades en la Edad Media, traducción de Francisco Calvo,
Alianza Editorial, Madrid, 1972; Histoire de Belgique, Lamertin éditeur,
Bruselas, 1929-325, 7 vols.; Historia económica y social de la Edad Media,
FCE, México, 197312; Mahomet et Charlemagne, PUF, París, 1970.
2 0 6 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

algunos que nos interesan de forma más directa. La línea más im­
portante es la dedicada a investigar el desarrollo del comercio y la
industria en las regiones de la Europa medieval más avanzadas
económicamente, Flandes e Italia. Las investigaciones de Espinas
han puesto de manifiesto la enorme actividad industrial desplegada
por los centros flamencos dedicados a la producción de telas,
aportando una serie de datos adicionales que ilustran las observa­
ciones genéricas de Pirenne. Doren, Davidsohn, Sapori y otros
han demostrado que la actividad industrial y comercial de las ciu­
dades toscanas era aún mucho más avanzada que la de las fla­
mencas.9 Dichos centros producían telas para un mercado interna­
cional- y adquirían las materias primas en lugares muy alejados de
los centros de manufactura (importaban la lana de Inglaterra,
España y otras partes). Las materias colorantes para teñir las
telas se adquirían en una zona tan lejana como el mar Negro. Evi­
dentemente, los embarques de materias primas y de bienes manu­
facturados para la exportación hicieron necesaria la creación de
un elaborado mecanismo comercial. Hacia finales del siglo xin, los
grandes mercados feriales de Champagne constituían el máximo ex­
ponente de los numerosos emporios internacionales en los que
los compradores procedentes del sur entablaban contacto directo
con los vendedores del norte. En el siglo xiv, los comerciantes
dedicados a la importación (básicamente italianos) establecieron
agencias permanentes en los centros manufactureros y comercia­
les. Se crearon las letras de cambio para evitar el transporte de
dinero metálico y eliminar las dificultades del intercambio mo­
netario. Esta situación permitió el desarrollo del crédito, facilitan­
do a un mismo tiempo la usura y las finanzas públicas interna­
cionales a pequeña y gran escala.10
9. G. Espinas, La vie urbaine de Douai au Moyen-Áge; Sire Jehan
Boinebroke (Les origines du capitalisme); Histoire de la draperie de la
Flandre franqaise; A. Doren, Florentiner Wollentuch-industrie; R. David-
shon, Gescbichte von Florenz, IV; A. Sapori, loe. cit.
10. Además de los trabajos de Sapori y de De Roover ya citados,
véase R. Doehaerd, Les relations commerciáles entre Genes et VOutremont,
vol. I, y Y. Renouard, Les bommes d’affaires italiens; Relations des papes
d’Avignon et des compagnies commerciáles et bancaires.
RODNEY H IL T O N 207

Las investigaciones que han puesto de manifiesto la importan­


cia del comercio internacional han venido acompañadas de estu­
dios sobre la vida agraria, que una vez más han obligado a corre­
gir la vieja idea impresionista de un mundo compuesto por eco­
nomías «naturales» estancas. La desintegración a partir del si­
glo xi de los grandes estados de la era carolingia, la subdivisión
de los dominios feudales, la reducción del número de campesinos
de condición plenamente servil y el crecimiento de la renta pagada
en dinero frente a la satisfacción en trabajo o en especies han
sido descritos en trabajos publicados en los últimos cincuenta
años.11 A partir de ellos, los historiadores económicos han mos­
trado una tendencia casi generalizada a vincular todos estos ras­
gos con la expansión comercial de la época. En lo que atañe a los
diversos aspectos del mercado agrícola, los estudios llevados a
cabo han sido mucho menos detallados que en el caso de la indus­
tria o del comercio. Ello se explica porque los testimonios de
una producción para el mercado son comparativamente escasos
en el sector de la agricultura, excepción hedía de Inglaterra. La
disgregación de los grandes dominios señoriales se produjo mucho
más tarde en Inglaterra que en Francia o en Alemania occidental,
y fue precisamente tal tipo de propiedades el que aportó una parte
esencial al mercado cuando comenzó a presionar la demanda, es­
pecialmente a partir del siglo xm . En consecuencia, en Inglaterra
se ha conservado registro de dicha producción agrícola para el
mercado, no así en el continente. Existe abundancia de registros
anuales sobre grandes haciendas y dominios que datan de alre­
dedor de mediados del siglo x i i i . No obstante, aunque se han
escrito monografías muy valiosas sobre propiedades concretas, no
se ha emprendido todavía de forma medianamente sistemática
el estudio del alcance exacto de la producción agrícola para el
mercado.12 Con todo, un historiador contemporáneo ha emitido

11. Por ejemplo, L. Deslisle, Études sur la condition de la classe agri-


cole en Normandie au Moyen-Áge; H. Sée, Les classes rurales et le régime
seigneurial en France au Moyen-Áge.
12. Aunque se limita a romper moldes, merece especial mención una
208 DEL FEUDALISM O A L CA P IT A L ISM O

la tesis de que los grandes dominios ingleses del siglo xn i cons­


tituyen un ejemplo de capitalismo agrícola.13
Hay, pues, no poca confusión sobre las formas primitivas de
capitalismo. Por tanto, será bueno volver la vista atrás y ver qué
calificaba Marx bajo este término. Marx utilizaba la palabra capi­
talismo para referirse a lo que describía como un «modo de pro­
ducción» de la riqueza material de la sociedad. Para Marx, tanto
las instituciones políticas y sociales como las ideas y logros de
toda sociedad derivaban, en último término, de su «modo de pro­
ducción». Para él, el núcleo del cambio de una sociedad feudal a
otra capitalista se hallaba en la transición de una sociedad primor-
dialmente agraria de pequeños productores, cuyas principales cla­
ses sociales eran los señores feudales y sus terrazgueros (vincu­
lados a los señores por medio de relaciones prácticamente servia
les), a una sociedad productora de mercancías para ser intercam­
biadas en el mercado, cuyas clases sociales más importantes son
los empresarios, propietarios del capital, y los obreros, sin otra
propiedad que su trabajo.
Los puntos de vista generales de Marx son suficientemente
bien conocidos, y la mayor parte de los historiadores económicos
se hallan familiarizados con los capítulos de El ca p ita l dedicados
a describir su «acumulación primitiva» (vol. I, parte VIII). Sin
embargo, para el medievalista tienen mucho más interés tres ca­
pítulos del volumen III,14 en los que resume sus tesis sobre
la génesis del capitalismo, por cierto mucho peor conocidas que
las que tratan de la acumulación.
Su argumento central es que el comercio, sea en dinero o en
bienes, no pudo transformar p o r sí m ism o la sociedad feudal,

obra pionera en esta línea, la de N. S. B. Gras, The evolution of the En-


glish corn market.
13. R. R. Betts, «La sodété dans l’Europe central et dans l’Europe
orientale», Révue d’Histoire Comparée (1948).
14. Cap. XX: «Algunas consideraciones históricas sobre el capital co­
mercial»; cap. XXXVI: «El interés en la Edad Media»; cap. XLVII: «Géne­
sis de la renta capitalista del suelo». Todo este volumen fue compilado por
F. Engels a partir de las notas de Marx después de su muerte.
RODNEY H IL T O N 2 0 9

aunque estuviera muy extendido y fuera fuente de acumulaciones


de capital monetario. Las formas y velocidad de desintegración
de la sociedad feudal «dependieron de su solidez y articulación
interna» como «modo de producción». Las causas primordiales de
su derrumbamiento fueron, más que el impacto del comercio sobre
su estructura, las contradicciones internas de la propia sociedad
feudal.
Desde este punto de vista, la única forma de capital existente
en el mundo antiguo y medieval fue el capital monetario acumu­
lado por comerciantes y usureros. El capitalista medieval típico
fue el mercader que extraía sus beneficios del monopolio de traer
a Europa mercancías desde áreas económicamente atrasadas y
lejanas. Los beneficios tenían que salir del importe de artículos de
poco volumen y precio elevado procedentes del este, tal es el caso
de las especies, o de la especulación sobre el precio de mercancías
de consumo cotidiano trasladadas desde el área de un mercado
local a la de otro. Por otro lado, el beneficio usurario era un rasgo
más propio de atraso que de avance económico, pues derivaba
básicamente del creciente despilfarro de las clases propietarias de
la tierra y de la permanente bancarrota de campesinos y pequeños
artesanos. El capital usurario y mercantil sólo queda subordinado
al industrial cuando el capital «se posesiona de la producción»,
y es a partir de ahí que adquiere pleno sentido hablar de «modo
de producción» capitalista.
La actitud de Marx ante el capital monetario medieval le lleva
a mostrarse escéptico frente a la idea de que el crecimiento de la
renta monetaria tuviera ningún tipo de vinculación directa con
la desintegración de 'las relaciones feudales. Marx distingue la
«renta feudal» de la renta capitalista del suelo con el mismo cui­
dado con que diferencia capital mercantil de capital industrial. La
«renta feudal», pagada por el campesino al propietario de la
tierra, mediante trabajo, productos o dinero, es análoga a la «plus­
valía» que extrae el capitalista del obrero asalariado. Bajo el
capitalismo la renta del suelo no es la principal fuente de ingre­
sos de la clase dominante, sino un mero «beneficio extra» del
que se apropia el propietario de la tierra a costa del trabajo del
14. -- HILTON
210 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

campesino capitalista en virtud del monopolio que aquél ejerce


sobre una fuerza de la naturaleza, la tierra.
Marx remarca el efecto corrosivo del dinero sobre la economía
de la sociedad feudal, al tiempo que pone de manifiesto algunos
de los efectos retrógrados de la acción del capital mercantil y
usurario. En.el marco de la industria textil, la dominación ejercida
por el capital de los comerciantes deterioró las condiciones de vida
de los artesanos hasta hacerla en muchos aspectos peor que la de
los obreros asalariados. La usura, especialmente en las zonas
rurales, fue causante de crisis económicas sin alterar en lo más
mínimo el carácter de la sociedad feudal. «El señor feudal empe­
ñado se hace aún más opresivo en razón de las presiones externas
a las que está sometido.» No obstante, Marx contempla el creci­
miento' del capital mercantil como una de las condiciones previas
al modo de producción capitalista.
La más importante de estas pre-condiciones, especialmente en
lo que atañe al desarrollo de la industria capitalista, fue la con­
centración de riqueza en forma de dinero. En la agricultura, el
desarrollo de la renta monetaria contribuyó a la estratificación
de la población rural y al crecimiento del campesinado capitalista.
Cuando la renta monetaria desplazó a la renta en trabajo (la
prestación de servicios), los campesinos pudieron dedicar todo
su tiempo libre a los cultivos propios, y pronto los más ricos entre
ellos acumularon excedentes. Por otro lado, los campesinos más
desposeídos se vieron totalmente arruinados a causa de las conti­
nuadas demandas de rentas en dinero y por los efectos de la
usura. Una vez la renta de la tierra tomó la forma de renta
monetaria, fue posible asignar de inmediato un precio en dinero
a las propiedades agrícolas. La compra y venta de tierras se exten­
dió cada vez más, y a medida que fue haciéndose más y más am­
plia, la subsiguiente desintegración de las posesiones tradicionales
alumbró la diferenciación social del campesinado.
La contrastación empírica de todo análisis de este tipo no se
asienta en su mayor o menor poder de convicción, sino en com­
probar si ayuda a interpretar los hechos y a resolver algunos de
los problemas que se le plantean al medievalista. Uno de los prin­
RODNEY H IL T O N 2 1 1

cipales problemas es ver basta qué momento histórico persistieron


estas viejas formas de estructura económica y organización social
y hasta qué punto puede admitirse que siguieron siendo las do­
minantes.
Las nuevas modificaciones sufridas por la vida agrícola en
la Baja Edad Media dentro de Europa occidental nos son sufi­
cientemente conocidas. Los derechos jurídicos de los señores
feudales sobre las personas de sus terrazgueros disminuyeron nota­
blemente, y la mayoría de éstos se liberaron de la obligación de
prestar sus servicios en los dominios del señor; la renta en dinero
pasó a ser predominante; el montante total de las rentas percibidas
por los'señores decreció. En pocas palabras, el control de los seño­
res feudales sobre su campesinado se debilitó. Aunque por ahora
ignoramos la relación precisa que haya podido existir entre estas
modificaciones y el incremento de la producción para el mercado,
vamos a considerar de forma sucinta hasta qué punto implicaban
un cambio fundamental en el carácter de la sociedad feudal. Los
grandes dominios tendían a desaparecer o a hacerse mucho meno­
res, pero de hecho nunca habían constituido más que una fracción
de las tierras cultivadas, y las técnicas de trabajo empleadas en
ellos nunca difirieron de forma substancial de las que los campe­
sinos aplicaban sobre sus propias parcelas. La producción agrícola
a pequeña escala siguió manteniéndose como hasta entonces. Cier­
to es que, a partir del siglo xiv, un determinado número de cam­
pesinos ricos y de miembros de la pequeña nobleza, gentes con
un cierto grado de elevación en la escala social, comenzó a esta­
blecer cultivos a gran escala, para lo que precisaron de la contra­
tación de trabajadores asalariados. Sin embargo, el volumen de
este tipo de explotaciones nunca llegó a ser suficientemente deter­
minante como para modificar el viejo sistema social. Además, aun­
que pueda contemplarse como un factor de transición importante
en el declive de la agricultura medieval el hecho de que las rela­
ciones entre los señores y sus terrazgueros se basaran en el pago
de una renta en dinero, lo cierto es que en esta época siguieron
perviviendo los principales rasgos del feudalismo. Los señores feu­
dales continuaron obteniendo rentas de los campesinos por medio
2 1 2 DEL FEUDALISM O AL CA PIT A L ISM O

de coacciones no económicas.15 Los campesinos tuvieron que en­


tregar a sus señores una parte de su excedente laboral bajo la
presión de idénticas sanciones de tipo legal y militar que hasta
entonces (además, el crecimiento de la máquina estatal la había
hecho mucho más eficiente que en épocas pretéritas). El hecho
de que el excedente de los campesinos tuviera que ser entregado
ahora bajo la forma de dinero, en lugar de hacerlo en trabajo o en
productos, no modificaba todavía las relaciones de clase.
La producción a pequeña escala también era característica
de la industria. Cuando a las actividades del artesanado disperso
en las villas se unió el esfuerzo productivo de un amplio número
de talleres concentradois en las ciudades y organizados en gremios,
tuvo lugar un cambio de enorme importancia. Este fenómeno se
enmarca en la expansión económica general acaecida en los siglos
xii y xni. En determinados centros productores para la exporta­
ción/ especialmente los fabricantes de tejidos, grupos de comer­
ciantes acomodados tomaron en sus manos el control de las dos
fases extremas del proceso productivo, el aprovisionamiento de
materias primas y la comercialización de los productos ya elabo­
rados, destruyendo con ello la independencia del artesanado. No
obstante, en modo alguno puede afirmarse que los grandes comer­
ciantes de Douai, Gante o Florencia revolucionaran la produc­
ción. A pesar de que se hubiera logrado cierta centralización en
las fases preparatoria y final del proceso productivo, la mayor
parte del trabajo de manufactura se llevaba a cabo en los talleres
familiares del maestro artesano. Por otro, lado, aunque puede
hablarse de una cierta concentración de fuerza de trabajo prole­
tario tanto en los centros textiles de Flandes como de Italia, lo
usual es que nunca sobrepasaran los cuatro o cinco individuos por
centro, que solían trabajar en los depósitos centrales de los mer­

15. Para poder vivir no le queda otro -recurso al obrero que trabajar
para el capitalista; la coacción es de tipo económico. El campesino feudal,
en posesión de sus propios medios de producción, se ve compelido por la
amenaza, mediata o inmediata, a entregar por la fuerza su renta al señor.
Esta es la razón que priva al campesino medieval del disfrute de la liber­
tad personal.
RODNEY H IL T O N 2 1 3

caderes. La mayor parte de mano de obra asalariada trabajaba


en los talleres artesanales a las órdenes, y al lado, del maestro
artesano.16
No cabe duda que en algunos aspectos los grandes comercian­
tes contribuyeron a retardar el desarrollo de la producción. Te­
nían miedo de que los artesanos controlaran por sí mismos la pro­
ducción destinada al mercado, y en consecuencia impedían toda
confabulación entre ellos a lo largo del proceso productivo. Si los
tejedores transferían directamente su producto a los bataneros y
tintoreros, el comerciante corría el riesgo de que un elemento
surgido del artesanado llegara a controlar el proceso de produc­
ción desde dentro. Al menos esto es lo que sucedió en Flandes
en el siglo xiv. Cuando se quebró el poder político de la vieja
casta patricia de los mercaderes de telas, los tejedores de ciudades
como Gante intentaron poner en pie precipitadamente un elemento
empresarial que se responsabilizara de la organización de la indus­
tria -—a fin de que no cayera en manos de administradores polí­
ticos— , de su promoción y de evitar la prevista decadencia de la
pañería flamenca.17 De ahí que, en el norte de Europa y en Italia,
los comerciantes que proporcionaban las materias primas insistie­
ran en la necesidad de que, después de acabada cada fase del
proceso productivo, el producto debía reintegrarse a los depósi­
tos centrales para ser expedido más tarde al artesano encargado
de la siguiente manipulación dentro de la cadena. Mientras el
artesano estuvo subordinado de esta forma al comerciante, no fue
posible establecer modificación alguna en los métodos de produc­
ción a pequeña escala tradicionales.
Tanto en la agricultura como en la industria y las finanzas
16. Lo más similar a un proletariado organizado fue el grupo de
Ios~- ciompi florentine (cardadores florentinos). Su debilidad quedó de mani­
fiesto en la revuelta de 1378 cuando su conquista del poder político, de
corta vida, se derrumbó tan pronto se vieron marginados de los artesanos
y pequeños comerciantes que se habían aliado con ellos. Señalemos de
pasada que el hecho de que la gran burguesía pudiera aislarles con tanta
facilidad es una muestra fehaciente de su inmadurez.
17. Cf. H. van Werweke, «Currency manipulations in the Middle
Ages», Transactions of the Royal Historical Society, 4.a serie, XXXI.
2 1 4 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

se dieron a un mismo tiempo cambios y permanencias. Las gran­


des concentraciones de capital mercantil y la elaboración de
mecanismos de crédito e intercambio constituyen un nuevo rasgo
de los siglos x i i i y xiv, que aparece cuando las exportaciones in­
dustriales europeas restablecen la balanza comercial entre las
zonas oriental y occidental del continente.18 Los agentes humanos
de este desarrollo fueron los grandes comerciantes, y muy en
especial los banqueros italianos i No obstante, a pesar de su apa­
rente poderío como financieros internacionales, se adaptaron, como
antes lo habían hecho sus predecesores de los siglos xi y x i i ,
a la estructura social existente. La gran diversidad de sus inte­
reses, bancarios, comerciales y de empréstito en todas y cada una
de las operaciones les convirtió en un elemento en extremo adap­
table, tanto política como socialmente, a los círculos feudales do­
minantes. Las clases feudales dominantes constituían su principal
mercado para la venta de mercancías sofisticadas y lujosas, y los
receptores naturales de préstamos privados y estatales.
Es necesario poner el acento en la pervivencia de los viejos
métodos y relaciones de producción, pero no lo es menos hacerlo
sobre ciertos grandes cambios que se produjeron en la Europa
medieval entre los siglos xi y xv. Sin tales cambios, hubiera sido
imposible el subsiguiente desarrollo económico y social. El punto
central es que, a p esa r d e la expansión de_la-producción, "de la
población y del comercio durante los siglos x i i i y xiv, persistie­
ron las principales características del viejo marco social y político,
que no desaparecerán hasta los siglos xvn y xvm . Desde luego,
las formas de gobierno y las relaciones sociales mudaron enorme­
mente durante la Edad Media, pero los estados europeos conti­
nuaron gobernados por y para aristocracias terratenientes repre­
sentadas por monarquías feudales. Los estados europeos no eran
gobernados por ni para los comerciantes o industriales. He ahí
la-razón de que se desencadenaran revoluciones burguesas antes de
18. Cf. Marc Bloch, «Le probléme de l’or au Moyén-Áge», Armales
d’Histoire Économique et Sociale (1933); M. Lombard, «L’or musulmán du
vn' au xic siécle», Armales, n.° 2 (1947); F. Braudel, «Monnaies et civili-
sations», Annales, n.° 1 (1946).
RODNEY H IL T O N 2 1 5

que hubiera sido posible una expansión total del capitalismo.


Hemos insistido en la pervivencia de las viejas estructuras en la
industria y la agricultura para poner de manifiesto la existencia
de bases económicas que permitían a las viejas clases mantener su
dominio. Por tanto, una aceptación acrítica de la idea de que el
capitalismo fue expandiéndose gradualmente a partir del siglo, x i i i
puede conducir a una falsificación, tanto de la auténtica Historia
del capitalismo, como de la época que le precedió.
De la línea crítica esbozada más arriba se desprende la nece­
sidad de que cambien de dirección las investigaciones sobré los.
orígenes del capitalismo, y ello no equivale en absoluto a minimi­
zar el inmenso valor de los trabajos que nos han ofrecido hasta el
momento varios especialistas en la historia del comercio, la banca
y la industria. El problema estriba en que toda una serie de cues­
tiones que los historiadores contemporáneos siguen sin compren­
der aún no han sido respondidas.19
Para promover la resolución de los problemas que plantea la
cronología del capitalismo y la elucidación de sus características
iniciales es necesario plantear un análisis de acuerdo con dos vías
básicas. En primer lugar, se hace necesario establecer una crono­
logía de los métodos y relaciones de producción p red o m in a n tes y
coordinarla con otra cronología mucho mejor conocida ya, la del
crecimiento del comercio. En segundo lugar, deben estudiarse las
interrelaciones de los aspectos económicos, sociales y políticos en
la época que nos ocupa, en particular el significado y consecuen­
cias de las desigualdades detectadas en el desarrollo de estas diver­
sas facetas de la vida humana.
19. Es interesante señalar que Mme. Doehaerd, en su admirable traba­
jo anteriormente mencionado, considera una serie de fenómenos «qui cons-
tituent l’ossature de la vie. économique internationale et lócale de tous les
temps». Éstos son «la question des produits qui font l’oojet au commerce...
celle de leurs. centres dé provenance ou de production,. des places ou ils
sont échangés, des centres d’exportation et d’importation, des voies et
moyens de transport, .des agents d’échange, des méthodes d’échange, des
moyens. monetaires et du credit» (p. 142). Es notable observar que los
problemas concernientes a la producción no se insertan en los problemas
de la vida económica.
2 1 6 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

Probablemente obtendremos una apreciación más fidedigna de


los últimos momentos de la sociedad feudal y los primeros de la
capitalista si prestamos gran atención al estudio de las técnicas
y relaciones de producción. Naturalmente, la expansión comercial
durante la Edad Media debe examinarse vinculándola de forma
muy estrecha con los cambios que se detecten en el modo de
producción. Pero el estudio aislado de la historia del comercio
nunca podrá decimos cómo y cuándo las relaciones feudales ca­
racterísticas dejaron su plaza a las típicamente capitalistas, cómo
y cuándo la agricultura feudal y la industria artesanal dieron paso
a amplias concentraciones de capital y de mano de obra asalariada,
cómo y, cuándo el beneficio extraído a través de rentas cedió su
sitio a los beneficios extraídos del valor asignado a los productos
elaborados por el trabajador.
Debe prestarse también gran atención a las condiciones polí­
ticas. La estructura política y los movimientos políticos surgen
en último término de las relaciones sociales basadas en la produc­
ción, pero los cambios políticos y económicos no se producen con
un paralelismo concordante, discordancia temporal que no obsta
para que estén vinculados de foima integral. No es posible hablar
de una s o c ie d a d capitalista cuando el poder político sigue estando
en manos de una aristocracia feudal. Es un desatino hablar de
sistema capitalista cuando la sobreestructura política y jurídica de
la sociedad permanece aún prefigurada por condiciones económicas
precapitalistas. El poder político, aun cuando esté en manos de
una clase dominante cuyas bases económicas están destruyéndose,
puede perfectamente retardar el desarrollo de nuevas formas eco­
nómicas y sociales. La historia de Inglaterra bajo las dinastías
Tudor y Estuardo y la de Europa central y oriental durante el
siglo xix ilustran perfectamente esta última afirmación.
¿Qué tipo de problemas solicitan la atención de la investi­
gación histórica? El crecimiento de la producción capitalista no
puede medirse simplemente estimando el nivel de la producción
de mercancías. También deben ser objeto de estudio el desarrollo
técnico, el crecimiento del volumen de la producción total y las
formas en que se aplica el trabajo a la producción. Estos proble­
RODNEY H IL T O N 2 1 7

mas afectan tanto a la industria como a la agricultura. Cabe tener


muy presente al estudiar los orígenes del capitalismo que nuestra
atención no debe concentrarse de forma primordial sobre la indus­
tria. La historia de Inglaterra hasta la revolución de 1640 que­
daría sólo contada a medias si se ignorara el desarrollo capitalista
en la agricultura.
Lás cuestiones referentes a la técnica no deben ser considera­
das simplemente como problemas de evolución tecnológica, sino
que se hace necesario contemplarlas bajo el prisma de sus efectos
sociales y económicos. Uno de los principales obstáculos a la acu­
mulación e inversión de capital fue el pequeño tamaño de las
unidades de producción agrícolas e industriales. Por consiguiente,
uno de los problemas centrales que se le plantea al estudioso de
los orígenes del capitalismo es descubrir el número, tamaño y mé­
todos de trabajo de las grandes haciendas regentadas durante los
siglos xrv y xv por los elementos más prósperos de la sociedad
rural, los campesinos acomodados y la pequeña nobleza. Todo^
lo que sabemos sobre tales unidades agrícolas es que eran consi­
derablemente mayores que el promedio de explotación tradicio­
nal durante el siglo xm , pues a menudo tenían una superficie cul­
tivable de más de 100 acres, y que tenían una composición hetero­
génea que incluía la posesión ancestral del hacendado, parte de
las posesiones de otros campesinos que habían revertido a la pro­
piedad central y parte de los antiguos dominios antes arrendados,
y que se precisaba contratar mano de obra para trabajarlas. Tam­
bién necesitamos aumentar nuestros conocimientos acerca de la
cronología y alcance de la evolución de los terrenos dedicados a
pastos para obtener una producción, de lana. Es bastante probable
que a mediados del siglo xv se produjera en Inglaterra menos
lana que a principios del xiv.20 Se ha hablado a menudo descuida­
damente de una Inglaterra «cubierta ... de pastizales que habían
desplazado a los cultivos de cereales».21
20. Estimaciones de la producción de lana en el siglo xv, cf. E. Power,
Medieval English wool trade, p. 37.
21. E. Lipson, History of the English woollen and worsted industries,
1921, p. 16.
218 DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

Los problemas sobre el tamaño de las haciendas y el tipo de


cultivos plantean de inmediato la cuestión de la fuerza de trabajo
agrícola a finales de.la Edad Media. Proporcionalmente, ¿aumen­
taba o disminuía el número de trabajadores asalariados en el
campo a partir de mediados del siglo xiv? En un reciente artícu­
lo,22 el profesor Postan ha rebatido el punto de vista usual en
esta cuestión, a saber que durante el período que nos ocupa la
mano de obra asalariada fue creciendo en importancia. Partiendo
de datos numéricos sobre auténticos asalariados que se incorpo­
raban al trabajo, deduce un descenso en las cifras de trabajadores
asalariados si se las compara con otros sectores de la población.
Según su opinión, los trabajadores sin tierras y los pegujaleros
quizá tendieran a ocupar las tierras que habían dejado vacantes
las víctimas de la G-ran Peste. ¿Pero quién trabajaba en las nota­
blemente ampliadas haciendas de las capas rurales más altas, los
pequeños propietarios y la baja nobleza? Aunque las listas de
arrendatarios y los registros de deslindes confirman que durante
los siglos xiv y xv la clase de los pegujaleros había disminuido
con respecto a otras capas agrícolas, este tipo de pruebas es total­
mente inservible para estimar el número de individuos sin la
menor parcela de tierra que cultivar. La mejor prueba de que
puede disponerse sobre este punto en Inglaterra, la declaración
de renta por capitación (P o li Tax) en 1381, no aporta datos dig­
nos de confianza. Las primeras declaraciones reseñaban la ocupa­
ción de prácticamente todos los contribuyentes; pero se trata de
listas sumamente incompletas, porque se produjo una evasión en
masa ante la aparición de los tasadores de la propiedad a efectos
fiscales.23
Pero los que se escondieron, y por tanto no quedaron cen­
sados, debieron ser primordialmente los que carecían de toda
propiedad, no los que no podían ocultar o disimular sus casas
y terrenos. Así pues, las declaraciones más. bien tienden a mini­

22. «Some economic evidence o£ declíning population in the Later


Middle Ages», Economic History Revieiv, 2.* serie, II, n.° 3.
23- Cf. C. Omán, The great revolt of 1381.
I

RODNEY H IL T O N 219

mizar que a exagerar la proporción de trabajadores asalariados.


Todas las examinadas hasta ahora muestran una proporción sor­
prendentemente elevada de trabajadores asalariados, pero es nece­
sario llevar a cabo una investigación mucho más profunda de
estos documentos antes de avanzar ninguna conclusión sólida
sobre los mismos.24
Una estimación del volumen de trabajadores asalariados en
la Baja Edad Media nos da algo más que una indicación sobre el
avance de las relaciones sociales capitalistas. Es además una prue­
ba indirecta del desarrollo de la producción para el mercado.
Cuando los campesinos quedan privados por completo de tierras
que cultivar, no sólo se convierten en trabajadores sino también
en consumidores con ingresos exclusivamente procedentes de su
salario (aunque no en su totalidad, la mayor parte cobrado en
dinero) que necesitan adquirir en el mercado los bienes que antes
tenían sin recurrir a él.25 El valor cuantitativo del mercado domés­
tico, en los primeros tiempos de la época que nos ocupa, es suma­
mente difícil de aquilatar porque el comercio internacional (sobre
el cual tenemos pruebas mucho más positivas en forma de cifras
de derechos arancelarios y de tributos por peaje) tiende a mode­
lar nuestras ideas sobre la producción para el mercado sin prestar
demasiada consideración a la demanda interna.26 No obstante, de
cara a estimar la significación de la producción de mercancías

24. Por ejemplo, entre 200 habitantes del condado de Leicester, el


28 por ciento de la población contribuyente eran trabajadores asalariados,
excluyendo a los de las ciudades mercantiles y a los artesanos residentes
en villas. Puede ser útil en este punto establecer una comparación con la
Rusia del siglo xrx. EÍ aumento de los salarios se debió no sólo a la esca­
sez de trabajo sino al puro incremento del trabajo asalariado como tal
en comparación con el trabajo asalariado incidental de los pequeños pro­
pietarios. Puesto que parte de su sustento era cubierto por sus pequeñas
propiedades, podía congelarse su remuneración en dinero, mientras que en
el caso de los trabajadores puramente asalariados no era posible hacerlo.
25. Cf. Marx, El capital, vol. I, cap. XXIV, p. 5; Lenin, Selected
works, vol. I, pp. 223-225.
26. Compárese con las observaciones sobre .el siglo xv polaco de M.
Malowist, IX e Congrés des Sciences Historiques, Bapports, p. 314.
2 2 0 DEL FEUDALISM O AL CAPIT ALISM O

destinadas al mercado local con respecto al sistema productivo


considerado como un todo, es aconsejable intentar una valoración
proporcional entre los bienes producidos para uso directo y los
producidos con destino al mercado. Deslindar qué parte de la
producción agrícola total de diversos distritos era consumida direc­
tamente por el productor, qué parte iba a parar al mercado y qué
parte se echaba a perder una vez satisfecha la renta, sería una
excélente información adicional a cuanto ya conocemos por ahora
de las variaciones regionales a lo largo de la historia de Ingla­
terra.
Algunas de las anteriores consideraciones también se aplican
a la industria, donde conocer el tamaño y naturaleza de las uni­
dades productivas posee una importancia primordial. El manteni­
miento de una organización de la producción sobre la base de la
unidad familiar artesanal estorbó el desarrollo de las relaciones
de producción capitalistas, pero limitarse a estimar este factor
es a todas luces insuficiente. Una de las vías más fructíferas para
abordar los problemas de las primeras etapas del capitalismo en
la industria quizá sea comparar la historia de las manufacturas
pañeras del Flandes y la Italia central medievales con las de la
Inglaterra de los siglos xvi y x v i i .27 La concentración de capital
y trabajo, la forma de organizar la obtención de materias primas
y la de encarar la venta de los productos elaborados por parte de
los capitalistas de las ciudades flamencas e italianas a finales del
siglo x i i i y comienzos del xiv era tal que casi puede afirmarse
que nos hallamos ante sociedades al filo del modo de produc­
ción capitalista. Sin embargo, el capitalismo moderno extrae su
ím p e tu s inicial de la industria textil inglesa; en modo alguno des­
ciende por vía directa de los centros textiles medievales. Los
primeros núcleos de capitalismo moderno se asientan en la indus­
tria doméstica rural, que ha huido de los centros urbanos tradi­
cionales. Sabemos, desde luego, que las restricciones gremiales fue
una de las razones que motivó el' desplazamiento del centro de

27. Existe gran número de buenos trabajos de segunda mano para


ambos siglos.
RODNEY H IL T O N 2 2 1

gravedad de la ciudad al. campo, pero éste sólo es uno de entre


muchos aspectos del problema.
Uno de los principales atractivos, que presenta el estudio del
fracaso del Flandes o la Italia medievales para desarrollar el modo
de producción capitalista es que no sólo permite, sino exige, un
tratamiento multiforme en extremo. El problema es insoluble
si se enfoca sobre la base de una prospección delimitada a los
factores técnicos y económicos, pues también son de suma im­
portancia los aspectos sociales y políticos. ¡Cuán diferentes fueron
los Boinebrokes de Douai y los Bardi y los Acciaiuoli de Floren­
cia de los empresarios ingleses del siglo xvn! Estos primeros ca­
pitalistas no tenían intereses comerciales específicos, tenían rela­
ciones financieras muy estrechas con los elementos descollantes
de la clase dominante feudal y se hallaban ensamblados hasta tal
punto en la red de vinculaciones políticas y sociales del feudalismo
europeo que no cabía esperar se produjera bajo su liderazgo nin­
guna ruptura hacia una nueva forma de sociedad. A comienzos del
siglo xiv, en Flandes, se alinearon junto al rey de Francia y la
nobleza feudal para hacer frente al artesanado urbano y a los
campesinos. En Florencia, durante el siglo xiv, se anticipa a modo
de espectro del futuro el modelo clásico de revolución burguesa
en. sus aspectos menos heroicos. La burguesía se alia en este
momento a la derrotada clase feudal, su enemiga natural, por
temor a los trabajadores y artesanos, con lo que no hace más que
destruir su propio futuro como clase.28
Para usar la expresión de Marx, la «solidez y articulación in­
ternas» de la sociedad feudal eran aún suficientemente fuertes,
incluso durante este período de crisis política y económica, como
para impedir el establecimiento del nuevo modo de producción.
Pero dilucidar en qué modo y por qué es materia de futuras
investigaciones.
No basta con estudiar bajo el prisma- de sus facetas económi­
cas las unidades de producción, el capital y. el trabajo asalariado.

28. Cf. los dos primeros capítulos de F. Antal, Florentine painting


and its social background, y N. Rodolico, I ctompi.
2 2 2 DEL FEUDALISM O AL CA PITA LISM O

Puesto que el hombre construye su propia historia, el historia­


dor está obligado a discernir qué papel jugaba la conciencia polí­
tica y social de las diferentes clases de cara a activar o retardar
el te m p o del desarrollo capitalista. La conciencia sociopolítica de
las diferentes clases en acción no es un mero reflejo directo de
su actividad económica, de ahí que el historiador no pueda dejar
a un lado los aspectos jurídicos, políticos-, artísticos y religiosos
de una sociedad determinada. Ni el capitalismo ni el feudalismo
pueden entenderse como simples fases de la historia económica.
La sociedad y sus movimientos deben examinarse en su totalidad,
pues de otro modo no nos es dado apreciar con justeza el signi­
ficado de las evoluciones accidentadas y de las contradicciones
entre las bases económicas de una sociedad y sus ideas e institu­
ciones. Un fracaso en este sentido es fatal, no sólo para llegar
a una comprensión del crecimiento y triunfo final del modo de
producción capitalista, sino para captar la fuerza motriz predo­
minante de todo desarrollo humano.
E r i c H o b s b a w m

DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

De los varios estadios del desarrollo histórico de la humanidad


censados por Marx en el prefacio a su C rítica d e la e co n o m ía
p o lítica , los modos de producción «asiático, antiguo, feudal y bur­
gués moderno», tanto el feudal como el capitalista han sido acep­
tados sin serias objeciones mientras que la existencia o universali­
dad de los otros dos ha sido puesta muchas veces en entredicho
o incluso negada.
Pero, por otro lado, el problema de la transición del feuda­
lismo al capitalismo quizás ha planteado más discusiones entre
los marxistas que ningún otro de los conectados con la periodiza-
ción de la historia mundial. En la década de los cincuenta se esta­
blece la conocidísima polémica internacional sobre, este punto con
la intervención de Paul Sweezy, Maurice Dobb, H. K. Takahashi,
Christopher Hill y Rodney Hilton, complementada con aportacio­
nes posteriores de Georges Lefebvre, A. Soboul y Giuliano Pro-
cacci.1 En esta misma década se desencadena una vivísima, aunque
en modo alguno concluyente, discusión en la URSS sobre la «ley
fundamental del feudalismo», es decir, sobré el mecanismo que
lleva n ecesa r ia m en te a la substitución del feudalismo por el capi­
talismo, de modo similar a como la tendencia histórica a la acu­
mulación de capital, de acuerdo con el análisis de Marx, sentencia

1. Cf. supra.
2 2 4 DEL FEUDALISM O A L CAPIT ALISM O

irrevocablemente al capitalismo a desaparecer.2 Hay otras varias


discusiones interesantes sobre el tema, en particular •en los países
-asiáticos, que desafortunadamente no conozco.
El objeto que persiguen las presentes notas no es proponer
nuevas respuestas a los problemas planteados por la transición del
feudalismo al capitalismo, sino enmarcarla dentro de una discu­
sión más general sobre los diferentes estadios del desarrollo social'
que recientemente ha vuelto a salir a la luz en las páginas de
M arxism T oday. Quizá lo mejor sea avanzar algunas proposicio­
nes susceptibles de discusión.
1) La primera concierne a la universalidad del feudalismo.
Tal como indica Joan Simón en M arxism T oda y (junio 1962) al
compendiar el reciente debate sobre el tema organizado por esta
publicación y el Grupo de Historia del Partido Comunista Britá­
nico, la dirección seguida por el pensamiento marxista en las
últimas décadas tiende a ensanchar el ámbito del «feudalismo»
a expensas de formaciones sociales calificadas en otro tiempo de
comunales-primitivas, asiáticas, etc.

En la práctica, esto significa que el «feudalismo», otrora


convertido en una especie de legado residual, conoce actual­
mente un vasto proceso de expansión, y bajo esta etiqueta' se
enmarca cuanto va desde las sociedades primitivas hasta el
triunfo del capitalismo, que en algunos países se ha producido
en el presente siglo, y se extiende desde China hasta África
occidental, quizá incluso hasta México.3

Sin compartir necesariamente la idea de que sea por completo


justificable esta visión amplia del «feudalismo», no por ello deja
de ser cierto que se trata de una formación social sumamente ex­
tendida, y también lo es que la forma precisa que adopta varía
-considerablemente de un país a otro. La forma más próxima a la

2. Que yo sepa esta discusión no ha sido vertida al inglés ni tampoco


aparece reflejada en los recientes Fundamentáis of marxism-leninism, edita­
dos por O. Kuusinen.
3. Marxism Today (1962), p. 184.
ERIC t i O BSBAW M 225

versión europea plenamente desarrollada es sin lugar a dudas la


que se dio en el Japón — las similitudes son muy notables— ,
mientras que en otros países el paralelismo, es bastante menor,
y en otros los elementos feudales son meros integrantes de una
sociedad constituida notablemente distinta.
2) Bajo tales circunstancias, parece pues muy claro que es
difícil admitir el supuesto de una tendencia u n iversa l del feuda­
lismo a transformarse en capitalismo. Lo cierto es que, de hecho,
sólo sucedió tal en una región muy concreta del globo, en Europa
occidental y parte del área mediterránea. Es admisible discutir
sobre si en otras áreas concretas (por ejemplo, en Japón y en
ciertas partes de la India) pudo haber llegado a completarse una
evolución de este tipo, exclusivamente con él concurso de fuerzas
sociales internas, en él supuesto de que su desarrollo histórico no
se hubiera visto interrumpido por la intromisión de las potencias
capitalistas e imperialistas occidentales. También puede discutirse
hasta dónde han llegado en tales áreas las tendencias hacia el ca­
pitalismo. (En el caso del Japón quizá la. respuesta a la primera
cuestión sea «sí» y la respuesta a la segunda sea «muy lejos»,
pero se trata de un tema sobre el que debería guardarse muy bien
de opinar quien no sea un experto.) También puede argumentarse
que la tendencia hacia tal tipo de desarrollo existía en todas par­
tes, aunque su marcha era normalmente tan lenta que la convertía
en negligible. Por descontado, quienes no acepten el método mar-
xista no admitirán que las fuerzas que generaron el desarrollo eco­
nómico en Europa también actuaban en cualquier otra parte, aun­
que no necesariamente con los mismos resultados dada la diferen­
cia de circunstancias históricas y sociales. Pero aquí no le estamos
dando vueltas ál hecho de si la transición del feudalismo al capita­
lismo, contemplada a escala mundial, es un caso de desarrollo alta­
mente irregular. El capitalismo triunfó plenamente en una, y sólo
una, parte del mundo, y esta región transformó después el resto
del planeta. En consecuencia, lo primero que debemos explicar es
qué razones específicas hicieron que dicha transición se produjera
precisamente en la región europeo-mediterránea y no en otra
parte.
15. — HILTON
226 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A L ISM O

3) Todo lo anterior no significa que deba resolverse el pro­


blema en términos estrictamente europeos. Por el contrario, es
evidente que en diferentes momentos históricos las relaciones entre
Europa y el resto del mundo fueron decisivas. Hablando de un
modo general, durante la mayor parte de su historia Europa fue
una región bárbara situada en el extremo occidental de una- zona
de civilización que se extendía desde China, en el este, hasta el
Oriente Medio y Próximo a través de todo el sur de Asia. (Japón
también ocupa una posición marginal similar en la zona oriental
de esta área, aunque se halla mucho más cerca de los centros
de civilización.) Como ha puesto de manifiesto Gordon Childe,
en los mismísimos comienzos de la historia europea, las vincula­
ciones económicas con el Próximo Oriente eran importantes, y
esto siguió siendo cierto en los inicios de la historia feudal euro­
pea, cuando la nueva economía de los pueblos bárbaros (aunque
potencialmente mucho más progresiva) se asentó sobre las ruinas
del antiguo imperio greco-romano e hizo que los principales cen­
tros de la línea comercial que -unía el este con el oeste a través
del Mediterráneo (Italia, valle del Rin) se convirtieran en etapas
finales de trayecto. Las vinculaciones son aún más obvias en los
primeros pasos del capitalismo europeo, cuando la conquista o
explotación colonial de América, Asia y África — así como de
ciertas partes de Europa oriental— posibilitó la acumulación pri­
maria de capital en el área donde acabó triunfando.
4) Dicha área comprende p a rtes de la Europa mediterránea,
central y occidental. Gracias a la labor de arqueólogos e histo­
riadores, básicamente a partir de 1939, podemos establecer hoy
en día las principales etapas de este desarrollo económico. A saber:
A) Un período de recaída, inmediatamente posterior al hun­
dimiento del imperio romano occidental, seguido de una evolución
gradual de una economía feudal, y quizá de una recesión durante
el siglo x («La era de las tinieblas»).
jB ) Un período de desarrollo económico muy rápido y gene­
ralizado, que se extiende desde alrededor del año 1000 de nuestra
era hasta comienzos del siglo xiv (la «Alta Edad Media») y cons­
tituye el punto álgido del feudalismo. Éste período presenta un
ERIC H O BSBAW M 2 2 7

marcado crecimiento de la población, la agricultura, la produc­


ción de manufacturas y el comercio, una virtual revitalización de
las ciudades,- una notabilísima explosión cultural y una sorpren­
dente expansión de la economía feudal de occidente bajo la forma
de «cruzadas» contra los musulmanes, emigración, colonización
y establecimiento de postas comerciales en diversos puntos del
extranjero. ' „ -
C) Una gran «crisis feudal» durante los siglos xiv y xv,
caracterizada por el colapso de la agricultura feudal a gran escala,
la manufactura y el comercio internacional, así como por un
declive demográfico, varias tentativas de revolución social y cri­
sis ideológicas.
X>)> Un período de renovada expansión, que transcurre entre
mediados del siglo xv y mediados del xvn, y en el que por pri­
mera vez se ponen de manifiesto signos de una ruptura importante
en las bases y la sobreestructura de la sociedad feudal (la Refor­
ma, los elementos característicos de la revolución burguesa en los
Países Bajos) y entre los comerciantes y conquistadores europeos
dentro de América y el océano índico. Este es el período que
Marx considera como comienzo de la era capitalista.4
E) Otro período- de crisis, ajuste de posiciones o retroceso,
la «crisis del siglo xvil», que coincide con la primera ruptura
frontal con el viejo modo, la revolución inglesa. Inmediatamente
después, un período de expansión económica renovada y creciente­
mente generalizado, que culmina con
F) El triunfo definitivo de la sociedad capitalista, que vir­
tualmente se produce de forma simultánea en el último cuarto del
siglo xvrii a través de la revolución industrial, en.Gran Bretaña,
y de las revoluciones americana y francesa.
El desarrollo .económico de Europa oriental es algo distinto.
Comparable en términos generales durante los períodos A y B, la
conquista de amplias áreas europeas por pueblos asiáticos (mon­
goles, turcos) crea una ruptura, y durante, los períodos D y E
ciertas partes de esta zona quedan subordinadas como semicolo-

4. El- capital, v o l. I, p p . 6 37 -6 38 .
228 DEL FEUDALISM O AL CAPITALISM O

nias en manos del área capitalista europea en desarrollo, con


lo que se ven sometidas a un proceso de refeudalización.
5) Así pues, la transición del feudalismo al capitalismo es
un proceso largo y en modo .alguno uniforme, que comprende
como mínimo cinco o seis fases. La discusión de tal transición ha
girado básicamente alrededor del carácter de los siglos situados
entre los primeros signos indiscutibles de bancarrota feudal (pe­
ríodo C, la «crisis feudal» 5 del siglo xiv) y el triunfo definitivo
del capitalismo a finales del siglo xvin.- Cada una de las fases
censadas contiene firmes elementos de desarrollo capitalista. Por
ejemplo, en el período B, el imponente auge de las manufacturas
textiles italianas y flamencas, que sufrieron un colapso durante la
crisis feudal. Por otro lado, nadie ha sostenido con un mínimo de
seriedad que el feudalismo se prolongara más allá del siglo xvin
o que el capitalismo se consolidara antes del siglo xvi. Pero no
obstante, tampoco nadie puede poner en entredicho que duran­
te todo el período 1000-1800, o en su mayor parte, existió una
evolución económica persistente que avanzaba según una misma
dirección, aunque no en todas partes ni al unísono. Hubo áreas
que después de ostentar la vanguardia del proceso sufrieron un
marcado retroceso, como es el caso de Italia; otras que durante
un cierto tiempo modificaron la dirección de su camino evolutivo,
una vez más sin seguir ninguna uniformidad. Cada gran crisis
vio cómo países antes «punteros» pasaban a la retaguardia y su
plaza la ocupaban otros con mucho mayor grado de atraso en
épocas pretéritas, pero potencialmente más progresivos; es el caso
de Inglaterra. De lo que no cabe duda fundada es de que cada
fase de este proceso aprox im aba la victoria del capitalismo, incluso
aquellas que a primera vista se nos muestran como períodos de
recesión económica.
5. La primera vez que se presta atención seriamente a esta crisis es
en la década de los treinta. Las discusiones marxistas sobre este problema
aparecen en M. Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo; R. H.
Hilton, en Armales E-S.C. (1951), pp. 23-50; F. Graus, La primera crisis
del feudalismo■(en alemán y checo), 1953-1955; M. Malowist (en polaco),
1953 y 1954; y E. A. Kosminsky, «Feudal rent in England», Past and
~Prese-nt, n.° 7 (1955).
ERIC H O BSBAW M 2 2 9

6) Si dicho análisis es correcto, parece necesaria la existencia


de una contradicción fundamental en esta particular forma de so­
ciedad que siempre avanza más allá en el camino que conduce a la
victoria del capitalismo. Su naturaleza, la de esta contradicción,
nunca ha sido aclarada de forma satisfactoria. Por otro lado, tam­
bién es indudable que las fuerzas que se oponían a tal desarrollo,
aunque ineficaces, están lejos de ser negligibles. La transición
del feudalismo al capitalismo no es un proceso simple en el que
los elementos capitalistas inmersos dentro del feudalismo se for­
talecen hasta que tienen la potencia necesaria para romper en
pedazos el caparazón feudal. Como hemos visto una y otra vez
(en el siglo xiv y, probablemente, también en el xvn), una crisis
feudal ta m b ién implica a las capas más avanzadas de la burguesía
que se desarrollan en su seno, de ahí que se produzca un aparente
retroceso. El progreso prosigue o se reanuda en otras partes,
hasta entonces más atrasadas, como Inglaterra. Pero, desde luego,
la característica más interesante de la crisis del siglo xiv no es
sólo el derrumbamiento de la agricultura feudal a gran escala
sobre los dominios señoriales, sino también el de la industria
textil italiana y flamenca, con sus patrones capitalistas y mano
de obra asalariada (proletarizada) y una organización que casi ha
alcanzado las fronteras de la industrialización. Inglaterra avanza,
pero Italia y Flandes, mucho más desarrolladas hasta entonces,
nunca se recuperarán, con lo cual la producción industrial global
disminuye. Naturalmente, durante un largo período en el que
van creciendo las fuerzas del capitalismo, pero que una y otra vez
fracasan en sus intentos por separarse del tegumento feudal, o que
incluso se ven envueltas en sus crisis, se hace muy difícil, por
no decir imposible, una descripción en términos estáticos. Esta
dificultad queda muy bien reflejada en el carácter poco satisfac­
torio de la discusión marxista sobre el período situado entre la
primera crisis general del feudalismo y la incuestionable, aunque
muy posterior en el tiempo, victoria del capitalismo.
7) ¿Hasta qué punto este cuadro de una substitución gra­
dual del feudalismo por el capitalismo puede aplicarse a regiones
situadas fuera del «corazón» del desarrollo capitalista? Sólo de
2 3 0 DEL FEUDALISM O AL CA PIT A L ISM O

forma muy reducida. Debe admitirse que se observan ciertos sig­


nos de desarrollo. comparable bajo el impulso del mercado mun­
dial a partir del siglo xvi; quizás un buen ejemplo lo constituya
el fomento de las manufacturas textiles en la India. Pero en
cuanto concierne a la tendencia o p u esta , la de que las zonas que
estuvieron en contacto con las potencias europeas y cayeron bajo
su órbita de influencia se convirtieron en economías y colonias
sometidas a occidente,, hay algo más que meras impresiones. De
hecho, gran parte del continente americano vino a caer en eco­
nomías esclavistas al servicio de las necesidades del capitalismo
europeo, y una muy amplia porción de África quedó hundida
económicamente a causa del comercio de esclavos; amplias áreas
de Europa oriental recayeron en economías neofeudales por razo­
nes muy similares. Incluso el leve y temporal estímulo que pudo
proporcionar aquí y acullá el desarrollo de la agricultura. y la
industria mercantil vinculadas al surgimiento del capitalismo eu­
ropeo, se vio frenado de inmediato por una deliberada desindus­
trialización de las colonias y semicolonias tan pronto fueron con­
sideradas como posibles competidoras frente a la producción de la
metrópoli o incluso, como en el caso de la India, cuando se limi­
taron a intentar el abastecimiento de sú propio mercado en lugar
de recurrir a importaciones procedentes de la Gran Bretaña. Por
tanto, el efecto neto del ascenso del capitalismo europeo fue inten­
sificar un desarrollo desigual y dividir el mundo de forma cada
vez más clara en dos sectores, el de los países «desarrollados» y
el de los países «subdesarrollados», o en otros términos, los explo­
tadores y los explotados. El triunfo del capitalismo a finales del
siglo x v i i i da la impronta de este desarrollo. Aunque no puede
negarse que suministra las condiciones históricas para que se pro­
duzcan transformaciones econóirlcas a lo largo y ancho de todo
el planeta, de hecho el capitalismo las hace más difíciles que antes
en aquellos países que no pertenecen a su núcleo original de desa­
rrollo o a sus alrededores. Sólo la revolución soviética de 1917
proporciona los medios y el modelo para un auténtico crecimiento
económico global a escala planetaria y para un desarrollo equili­
brado de todos los pueblos.
M a u r ic e D o b b

DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

Coincido casi plenamente en el interesante tratamiento que ha


dado Eric Hobsbawm a una gama considerable de formas de feuda­
lismo) así como en su conclusión de que «la transición del feu­
dalismo al capitalismo es un proceso largo y en modo alguno
uniforme».1 Creo que está en lo cierto al evocar con nitidez el
problema de «que es difícil admitir el supuesto de una tendencia
u n iversa l del feudalismo a transformarse en capitalismo»,2 sean
cuales sean las vueltas que puedan dársele a la respuesta correcta.
Y también creo de primordial importancia que subraye que el de­
sarrollo del capitalismo en los países más avanzados, como es el
caso •de Gran Bretaña, sirvió para retardarlo en otras partes del
globo, y ello no s ó lo en la época del imperialismo.
El único- punto que deseo comentar es uno- que, aunque plan­
tea, no desarrolla, a saber, el de la naturaleza de la contradicción
fundamental de la sociedad feudal y el papel que ésta desempeñó
en la gestación de las relaciones de producción burguesas. El
problema es bastante simple y, a buen seguro, resultará familiar
a quienes hayan seguido la discusión sobre el tema desplegada
a comienzos de la década de los cincuenta en S cien ce an d S o cie-

1. «Del feudalismo al capitalismo», supra, p. 228.


2. Supra, p. 225.
232 DEL FEUD ALISM O A L CA PIT A L ISM O

ty. Pero creo que se trata de un asunto crucial, y no creo nece­


sario justificarme por traerlo de imevo a la palestra. Si no lo
tomamos como punto de partida, creo que difícilmente podremos
meditar con claridad sobre las importantes cuestiones que plan­
tea la contribución de Hobsbawm.

El CO N FLICTO FUNDAMENTAL

Si nos preguntamos cuál fue el conflicto fundamental gene­


rado por un modo de producción feudal, creo que sólo hay una
respuesta posible. El modo de producción bajo el feudalismo fue
primordialmente el modo de la pequeña producción, producción
a cargo de pequeños productores vinculados a la tierra y a sus
instrumentos de trabajo. La relación social básica reposaba sobre
la extracción del producto excedente de este modo de pequeña
producción por parte de las clases sociales dominantes, una «explo­
tación-relación» que se apoyaba en diversos métodos de «coac­
ción extraeconómica». La forma concreta en que extraía el pro­
ducto excedente podía variar de acuerdo con los diferentes tipos
de renta feudal censados por Marx en el volumen III de El ca p i­
tal (renta en trabajo, renta en productos o en especies, renta en
dinero, a la que no nos queda otro remedio de clasificar como
feudal aunque se tratara de una «forma disolvente» del sistema).
«Es una necesidad de libertad — escribe Marx— la que puede
llevar de una situación de servidumbre-, sometido coactivamente
al trabajo, a un punto en que se establece una mera relación
tributaria.» Mi conocimiento sobre las diferentes formas adopta­
das por el feudalismo en los distintos países del mundo es muy
escaso, pero creo que no me equivoco al afirmar que tales dife­
rencias, de las que Eric Hobsbawm habla con erudición enciclo­
pédica, giran en buena parte alrededor de las variaciones existen­
tes sobre la fo rm a d e ex tra cción del producto excedente. En Euro­
pa occidental la renta en trabajo, bajo la forma de prestación
de servicios en los dominios de un señor feudal, predomina al
M AURICE DOBB 233

menos durante algunos siglos 3 (también lo hace en Europa orien­


tal a partir de la «segunda servidumbre»). Pero si nos trasladamos
más hacia el este, a Asia, la forma predominante parece haber
sido la de exacción tributaria. «La forma económica específica
en que se extrae el trabajo excedente de los .productores directos
determina las relaciones entre dominadores y dominados.»
De ahí se desprende inmediatamente que el conflicto funda­
mental debe haber sido el existente entre los productores direc­
tos y sus señores feudales, quienes á fuerza de jurisprudencia y au­
toridad feudal establecieron exacciones del tiempo de trabajo exce­
dente o de los productos del mismo. Cuando este conflicto pasó
a convertirse en antagonismo abierto, tuvo como expresión las
revueltas campesinas (individuales o colectivas, huyendo de la
tierra u organizando acciones y mecanismos de presión ilegales)
que, como ha puesto de manifiesto Rodney Hilton, se hicieron
endémicas en Inglaterra durante los siglos xm y xiv.4 Esta fue
la lucha de clases fundamental bajo el feudalismo, y n o ningún
tipo de enfrentamiento directo entre los elementos de la burgue­
sía urbana (comerciantes) y los señores feudales. Desde luego no
faltaron estos últimos, y buen ejemplo de los mismos nos lo
dan los combates de las comunidades urbanas con objeto de obte­
ner autonomía política y el control de los mercados locales. Pero
los comerciantes urbanos, en tanto que puros comerciantes e
intermediarios, fueron por lo general parásitos dentro de la
estructura feudal y tendían a establecer compromisos con la
misma, e incluso en buen número de casos se convirtieron en au­
ténticos aliados de la aristocracia feudal. En todo caso, creo que
su lucha fue secu n d a ria , al menos hasta una vez alcanzada una
fase muy avanzada del proceso hacia el capitalismo.
Si tengo razón en cuanto llevo expuesto hasta aquí, es en
esta r ev u elta e n tr e lo s p eq u eñ o s p r o d u cto r e s donde debemos fijar
3. Ha sido un error muy difundido al interpretar y datar el feudalismo
la identificación del declive de la renta eñ trabajo (por conmutación en
renta en dinero) coñ el derrumbamiento del feudalismo propiamente dicho.
4. «Peasant movements in England before 1381», Economic History
Review, 2.a serie, II, n.° 2 (1949).
234 DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

nuestra atención para intentar explicar la disolución y colapso final


de la explotación feudal. Y ello con mucho mayor énfasis que no
-en vagos conceptos tales como «la ampliación del mercado» o
-«el surgimiento de la economía monetaria».

LA GÉNESIS DEL CA PIT A L ISM O

¿Qué conexión hay entre la revuelta de los pequeños produc­


tores y la génesis del capitalismo? La revuelta campesina contra
el feudalismo, aun cuando tenga éxito, no implica la aparición
simultánea de relaciones de producción burguesas. En otras pala­
bras, el vínculo entre ambos fenómenos no es directo sino in di­
r e cto . Y, según creo, esta es la razón que explica por qué la diso­
lución del feudalismo y la transición hacia una nueva sociedad
eran fenómenos destinados a prolongarse durante mucho tiempo
y, en determinados momentos, incluso se veían sometidos a es­
tancación (como es el caso de Italia, mencionado por Eric Hobs-
bawm, y también el de los Países Bajos, donde, si bien bajo una
forma embrionaria, las relaciones de producción burguesas flore­
cieron en época tan temprana como los siglos xin y xiv). Cierto
es pues, y digno de remarcar, que en palabras de Hobsbawm, «la
transición del feudalismo al capitalismo no es un proceso sim­
ple en el que los elementos capitalistas inmersos dentro del feu­
dalismo se fortalecen hasta que tienen la potencia necesaria para
romper en pedazos el caparazón feudal».5
Por mi parte veo la conexión del modo siguiente. En la me­
dida en que los pequeños productores consiguen con éxito una
■emancipación parcial de la explotación feudal — quizás en una
primera etapa fuera un simple alivio de la misma (transición de
la renta en trabajo a la renta en dinero)— pueden retener para sí
mismos cierta parte del producto excedente. Esto les da tanto los
medios como el motivo para mejorar los cultivos y extenderlos a
nuevas tierras, lo que incidentalmente sirve para exacerbar su

5. Supra, p. 229.
MAURICE DOBB 235

antagonismo contra las restricciones feudales de forma cada vez


más acusada. Este proceso también sienta las bases para que se
produzca cierta a cu m u la ción d e ca p ita l d e n tr o d e l p r o p io m o d o
d e p eq u eñ a p r o d u cc ió n , e inicia por tanto un proceso de d ife r e n ­
cia ció n d e cla ses d e n tr o d e la eco n o m ía d e lo s p e q u e ñ o s p r o d u c­
to res, el proceso famiHar, observado en multitud de datos y am­
pliamente diseminado a lo largo y ancho del mundo, hacia la
formación, por un lado, de una capa elevada de cultivadores de
la tierra acomodados (los kulaks de la tradición rusa), y, por otro,
de una capa deprimida a la que pertenecen los campesinos em­
pobrecidos. Esta polarización social en el campo (que tiene su equi­
valente entre el artesanado urbano) prepara el camino a la pro­
ducción de acuerdo con relaciones de trabajo asalariado y, por
consiguiente, con las relaciones de producción burguesas.
Esta es la forma en que surge dentro de la vieja sociedad el
embrión de relaciones de producción burguesas. Este proceso no
madura de inmediato, se toma su tiempo: por ejemplo, en Ingla­
terra transcurren algunos siglos. Quiero recordar al respecto que,
cuando Marx habla de la transición al capitalismo y del papel de­
sempeñado por el capital mercantil, señala la emergencia de capi­
talistas de entre las filas de los productores como de la «auténtica
vía. revolucionaria» de transición. Cuando el desplazamiento hacia
métodos de producción burgueses arranca «desde arriba», es muy
probable que el proceso de transición se pare a medio camino,
con lo que el proceso de producción, antes que verse suplantado,
se conserva.6

El d e sar r o llo d e sig u a l

Cuando se expone el proceso de la forma resumida en que yo


lo he-hecho, lo normal es que parezca abstracto y esquemático
o, en el mejor de los casos, sumamente simplificado. Sin embar­
go, pienso que permite centrar directamente nuestra atención en

6. El capital, v o l. I I I , cap. X X , esp . p p . 3 23 -3 25 .


236 DEL FEUDALISM O AL CA PIT A LISM O

ciertos factores primordiales cuando intentamos buscar una expli­


cación al desarrollo desigual del proceso y a las diferencias que
muestra a escala temporal, factores ambos puestos de relieve por
Eric Hobsbawm. En primer lugar, del mismo modo que la ener­
gía de la rebelión campesina puede venir condicionada por la
fo rm a que adopta la exacción feudal, el éxito de dicha revuelta
puede depender de la disponibilidad de nuevas tierras y de la
presencia de ciudades que actúen a modo de imanes y refugios
para los campesinos, dando lugar a una escasez de trabajo en las
posesiones feudales (ciertamente la escasez de trabajp subyace la
crisis feudal de los siglos xiv y xv). Obviamente, la robustez po­
lítica y militar de los señores feudales determinará su habilidad
para reprimir revueltas y reaprovisionar reservas de trabajo, siem­
pre que lo necesiten, a través de exacciones de nuevo cuño y me­
diante la reducción a la servidumbre de campesinos hasta enton­
ces libres (como sucedió en el movimiento de reacción en Europa
oriental). Una vez más, la frecuencia de las guerras feudales
puede ser un factor que avive conflictos y revueltas, dada la ne­
cesidad de aumentar ampliamente los ingresos de los señores y,
por tanto, incrementar las exacciones sobre los productores a fin
de hacerles frente.
Es evidente que la presencia de mercados, como los que re­
presentan las ciudades y las rutas comerciales internacionales, son
otras tantas oportunidades que avivan el aburguesamiento de las
relaciones burguesas dentro del modo de pequeña producción.
Aparece aquí en escena con bastante propiedad el 'factor-mercado,
y las consideraciones que elabora Pirenne sobre el comercio me­
diterráneo, pero lo hace de forma muy concreta y específica como
elemento estimulador de la producción de mercancías (es decir,
producción para el mercado) dentro del m o d o d e p eq u eñ a p r o ­
d u cció n , y en consecuencia como estimulador del proceso de dife­
renciación social entre sus filas. También me parece posible que
la disponibilidad de tierras, aunque en una primera etapa faci­
lite la revuelta de los productores, puede servir en una fase pos­
terior como elemento inhibidor del desarrollo de las relaciones
burguesas, pues plantea un aumento de las, posibilidades de los
M AURICE DOBB 237

campesinos empobrecidos .y/o desposeídos de emigrar a ellas


(¿acaso los campesinos y «mendigos» ingleses del siglo xvi no
acabaron a menudo como «colonos» en algún lugar del país en el
que las parcelas de tierra eran mucho más fácilmente asequibles?).
Por contraste, una proporción elevada de población que se
trasladara a las zonas rurales tendería a aumentar la presión so­
bre los desposeídos y empobrecidos para que se procuraran un
trabajo asalariado, con lo que el empresario capitalista p a rven ú
iba a encontrarse con una mano de obra asalariada más abun­
dante (y barata).
No está en mi ánimo sugerir que cuanto antecede es algo así
como una lista exhaustiva de las explicaciones que pueden ayu­
darnos a encontrar respuestas para nuestros problemas. Me he
limitado a mencionar, de forma indicativa, la cla se de explicacio­
nes a que parece apuntar el tipo de análisis propuesto. Pero, a
menos de que tengamos un poco claro el esquema de c ó m o actuó
el proceso de disolución feudal y de transición al capitalismo,,
incluso bajo el supuesto de que el conocimiento o descubrimiento
de nuevos hechos nos lleve a modificar o clarificar dicho esque­
ma, no creo que podamos llegar muy lejos proporcionando res­
puestas claras y satisfactorias al- tipo de problema que plantea la
contribución de Eric Hobsbawm.
Jo h n M e rrin g to n

CIUDAD Y CAMPO
EN LA TRANSICIÓN AL CAPITALISMO

El carácter central de la relación ciudad-campo en la transi­


ción al capitalismo en occidente, y más fundamentalmente la ecua­
ción a establecer entre urbanismo, capitalismo y progreso, ha sido
formulada de forma explícita en las últimas contribuciones teóri­
cas al problema de los orígenes del capitalismo. Para los vale­
dores de una nueva y revolucionaria historia «conjetural» de la
«sociedad civil» — Smith, Steuart, Ferguson, Millar— , los oríge­
nes del mercado y de la división del trabajo en el «estadio mer­
cantil» de la civilización deben buscarse en la disociación entre
ciudad y campo. (Las tierras bajas-tierras altas de Escocia consti­
tuyen una prueba de primera mano.) La separación entre pro­
ducción y consumo causada por el paso de una vida rural a otra
urbana socavó la autosuficiencia de la economía rural por inter­
vención de los modelos de consumo urbanos, «revolución» que
destruyó el orden estático de la autoridad patriarcal basado en
el dominio de los terratenientes, en el que «el consumo no es
una recompensa sino un precio a la subordinación».1 Dicha revo­
lución se llevó a cabo prácticamente sin previsión o intención
1. A. Smith, Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de
las naciones, Fondo de Cultura Económica, 1958, traducción de Gabriel
Franco, México, libro III, caps. 3-4; Steuart, An inquiry into the principies
of political economy, 1154, vol. I, cap. 20.
JOHN MERRINGTON 239
alguna, meramente por la interacción de una serie de intereses
particulares, como forma de satisfacer la «presunción infantil» de
la nobleza rural o el deseo de obtener beneficios por parte de los
comerciantes urbanos. En otras palabras, gracias a la libre acción
del principio de intercambio («la propensión natural del hombre
al trueque y al intercambio»), estableciendo una un id ad d e o r d e n
su p erio r al margen del conflicto entre intereses contrapuestos en
el seno del mercado. Así fue como vino afirmándose el papel pro­
gresivo del mercado, destruyendo los vínculos coercitivos rectores
de las relaciones rurales, potenciando la independencia de los
productores agrícolas de mercancías, y estableciendo un «gobierno
ordenado» como substituto de la pugna mutuamente destructiva
entre feudos territoriales. El propio principio de la división del
trabajo entre productores especializados que aparece en el mer­
cado sirvió para incrementar la productividad al ser aplicado a la
manufactura. En contraste con la opinión de los fisiócratas fran­
ceses, para quienes la renta fue la única forma de valor excedente,
lo cierto es que el progreso de la productividad agrícola consti­
tuye una victoria del capital urbano sobre el rural,-mucho más
atrasado: «Las ciudades, antes que el efecto, han sido la causa,
del desarrollo rural, en calidad y amplitud».2
La ciudad es el principio dinámico del progreso. El campo,
inerte y pasivo, requiere un estímulo externo, la «sacudida del
mercado» ejercida por las ciudades como núcleos concentrados de
transacciones de mercancías y capital. Este marco es el que pro­
porciona un poderoso apuntalamiento ideológico a la burguesía
en ascenso, que contempla la victoria del capitalismo como una
victoria de la civilización urbana y de los principios de la liber­
tad de mercado.3
Pero es evidente que, llegados a este punto, la subordinación
del campo al «mercado» capitalista ya ha alcanzado un avanzado
estadio de desarrollo; buena prueba de ello es la referencia de
2. Smith, I, p. 392 (ed. inglesa).
. 3. E. Chill, ed., Power property and history, Introd.: «Barnave as a
philosophical historian», pp. 1-74; D. Forbes, «Scientific whiggism: Adaxn
Smith and John Millar», Cambridge Journal, vol. 7 (1953-1934), pp. 643-670.
240 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A LISM O

Smith a que la nobleza de las Highlands prescindió de sus séquitos


por ser «bocas innecesarias». Este ejemplo de destrucción total
de una economía rural y de remodelación demográfica pone de
manifiesto el carácter extremadamente unilateral del progreso ur­
bano capitalista. Y para planteamos la resolución de este proble­
ma será bueno recordar con Roupnel que la «civilización occi­
dental es, estrictamente hablando, ru ra l; las ciudades sólo repre­
sentan un fenómeno ulterior, y su forma y fisonomía material
conservan sus orígenes rústicos».4
Si tenemos presentes estos orígenes rurales, queda pues claro
que el industrialismo capitalista provocó no sólo un desplaza­
miento masivo de los recursos naturales y humanos hacia las con­
centraciones urbanas, sino también una co n q u ista del campo hasta
«ruralizarlo», de forma que a partir de entonces dejó de repre­
sentar como en épocas anteriores un medio exclusivamente agrí­
cola. El campo, que hasta este momento ha sido un centro de
todo tipo de producción, un sector primario autónomo que incor­
pora la totalidad de la producción social, se torna «agricultura»,
una industria específica que produce alimentos y materias primas
y que, á su vez, se especializa dentro de este sector según los
tipos de cultivo, las zonas, etc. Desde luego, toda ciudad implica
algún tipo de diferenciación entre ella y el campo circundante. La
misma definición de ciudad implica necesariamente la extracción
de alimentos y mano de obra procedente del campo. En conse­
cuencia, la economía agraria preexistente establece los límites his­
tóricos del desarrollo de cada ciudad concreta, hasta que llega el
momento en que la urbanización capitalista rompe esta depen­
dencia malthusiana. «La ciudad sólo existe ... subordinando -a su
propia forma de vida otra ... Para existir, tiene que dominar un
imperio, por pequeño que sea.» 5
El triunfo de las ciudades en las formaciones precapitalistas
siempre fue precario, fácilmente reversible. El crecimiento de las
4. G. Roupnel, Histoire de la campagne frangaise, París, 1952, citado
en G. Friedmann, ed., Villes et campagnes, París, 1954. p. 3.
5. F. Braudel, Civilización material y capitalismo ( 1400-1800), traduc­
ción de Josefina Gómez Mendoza, Editorial Labor, Barcelona, 1974.
JOHN MERRlNGTON 241

ciudades disminuía su ritmo o incluso se detenía por completo


según fuera el grado de control político sobre el campo y su ca­
pacidad para extraer de él el excedente agrícola y la mano de
obra que conformaban su líquido vital. ¿Bajo qué condiciones el
crecimiento urbano adquiere fuerza e impulso propios para romper
su dependencia con respecto al campo en cuanto a sus necesida­
des de avituallamiento? ¿Cuándo y dónde debemos situar esta
«revolución urbana» como aspecto clave de la transición al ca­
pitalismo?
La moderna teoría de la urbanización nos ofrece una respues­
ta a estas cuestiones. Sin embargo, la tipología que agrupa las
ciudades en «generativas» o «parasitarias» de acuerdo con su
adaptación o inadaptación funcional al «crecimiento», adopta como
paradigma el desarrollo, con lo que pasamos a «medir» los fra­
casos o deficiencias urbanas según criterios de valor derivados del
capitalismo industrial. No puede ex p lica r ta les disparidades clasi­
ficándolas como unidades específicas inteligibles cápaces de pro­
porcionar las bases para una comparación global; por él contrario,
lo que hace este tipo de análisis es ofrecer una proliferación de
modelos descriptivos, de clasificaciones de subespecies, al tiempo
que una multiplicación de factores ad in fin itu m . Asimismo, la
categoría «preindustrial», a la que Sjoberg asimila las ciudades
feudales, es demasiado inclusiva, pues no. permite captar la for­
ma. específica de la oposición campo-ciudad que genera el capi­
talismo occidental. La clasificación cuantitativa y ecológica (ta­
maño y distribución de los núcleos urbanos) que J. C. Russell
aplica a las ciudades medievales europeas tan sólo puede ofrecer­
nos como resultados ín d ice s de urbanización, incapaces de dar
una ex p lica ció n a los incontables casos de involución, regresión
y alteración cualitativa, dentro de la Jerarquía establecida de
acuerdo con el tamaño, que tanto abundan en la historia de las
ciudades.6
La línea explicativa más fructífera nos retrotrae a Weber y

6. G. Sjoberg, The pre-zndustrial city, Glencoe, Illinois, 1960; J. C.


Russell, Medieval regions and their cities, Newton Abbott, 1972.

16. — HILTON
2 4 2 DEL FEUDALISM O A L CA PIT A LISM O

Pirenne, quienes sostienen que el carácter «generativo» peculiar


de la ciudad europea medieval reside en su organización comu­
nal, corporativa, a modo de núcleo capitalista con capacidad para
actuar como disolvente • de las relaciones sociales feudales. Así
pues, «capitalismo y ciudades son básicamente una misma cosa en
el mundo occidental» (Braudel); la autonomía corporativa y la
relativa apertura de la estructura comunal de las ciudades europeas
les permitieron «desarrollarse como mundos autónomos de acuer­
do con sus propias tendencias» (Weber). Según Pirenne, cuyos
estudios sobre el comercio y las ciudades medievales han ejercido
una enorme influencia, el cierre de las rutas comerciales del Me­
diterráneo entre los siglos vil y ix fue clave para el asentamiento
de una economía agraria. «La economía de cambio fue substituida
por una economía de consumo. Cada dominio ... constituyó desde
ahora un pequeño mundo aparte. Vivió de sí mismo y sobre sí
mismo en la inmovilidad tradicional de un régimen patriarcal ...
en una economía doméstica sin mercados ... No vendieron porque
no pudieron vender, y no podían vender porque les faltaban mer­
cados.» La reactivación del comercio a larga distancia que se
opera a partir del siglo xi — el contraataque de la Cristiandad
frente al Islam— reanimó ciudades y mercados (Italia, Flandes)
destruyendo las «rígidas fronteras» del sistema señorial. «Como
en la antigüedad, el campo volvió a orientarse hacia la ciudad.»
Pero en esta ocasión la división del trabajo entre ciudad y campo
transformó la estructura de este último. La ciudad multiplicó las
necesidades del campesinado «al excitar sus deseos»; elevó su
nivel de vida y trajo con ello el fin de la servidumbre, que «coin­
cidió con el aumento de importancia adquirido por el capital lí­
quido». El comercio urbano atrajo hacia la ciudad la producción
agrícola, «modernizándola y haciéndola libre». Mientras la idea
de libertad propia de los burgueses fue la de un orden privile­
giado, un monopolio de los ciudadanos, «[a] esta burguesía tan
cerrada [le] estaba reservada la misión de difundir la libertad y la
de convertirse, sin haberlo deseado, en la ocasión de la liberación
gradual de las clases rurales ... No tuvo, sin embargo, la fuerza
suficiente para detener una evolución de la que era la causa y a la
JOHN MERRINGTON 243

que no podría suprimir si no era mediante su propia desaparición».7


Smith quizá haya abrigado ciertas dudas sobre la evolución tempo­
ral del proceso, pero su acuerdo con la substancia .del mismo es
completo.
Se plantea pues de inmediato, como en todas las teorías evo­
lutivas sobre «el ascenso del capitalismo», él problema de estu­
diar el largo período de gestación capitalista en las ciudades y el
multisecular encumbramiento de la «clase media», una evolución
interrumpida por falsas y espectaculares paradas, inversiones del
camino y abandonos por parte del viejo orden antes de que aqué­
lla llegara a convertirse en la fuerza social dominante.8 Para Pi-
renne, esta fractura tan desordenada de la continuidad la resolvió
la constante necesidad de llenar los huecos del stock capitalista
con tal de mantener vivo su adaptable y agresivo espíritu de ries­
go e innovación.9
Pero nos enfrentamos ahora con una objeción de carácter más
general. Mirar retrospectivamente en el decurso histórico el papel
progresivo desempeñado por la burguesía urbana equivale a con­
siderar el mercado como la ú n ica fuerza dinámica, el principio
que se esconde tras todo movimiento, todo cambio. El capitalis­
mo (.y sus núcleos urbanos) es la única formación social con ca­
pacidad de desarrollo, identificable con la mismísima historicidad.
De ahí la necesidad de descubrir una fuente contingente, un «prin­
cipio motor» externo que pueda explicarnos su génesis: la aper­
tura de rutas comerciales, primero en el Mediterráneo y más
tarde en el Atlántico, un desarrollo contingente y externo vis-a-vis
las relaciones feudales dominantes en el campo, carentes intrínse­

7. H. Pirenne, Las ciudades en la Edad Media, Madrid, 1972, pp. 32,


60, 140. El subrayado es mío. Max Weber, The City, Nueva York,. 1958,
cap. 2: «La ciudad occidental». [Este texto concreto de M. Weber, se re­
coge en versión castellana en G. Germani, ed., Urbanización, desarrollo y
modernización, traducción de Rosa Cusminsky de Cendrero, Editorial Paidos,
Buenos Aires, 1976.] (N. del t.)
8. R. H. Hilton, «Capitalismo. ¿Qué hay tras esta palabra?», supra,
p. 204.
9. American Historical Keview. XIX, n.° 3 (abril 1914), pp. 494-495.
244 DEL FEUD ALISM O AL CA P IT A L ISM O

camente de toda capacidad ulterior de desarrollo. El mercado ca­


pitalista mundial no sólo es la salida teleológica de la historia,
sino también su punto de partida. El mercado y el principio de
intercambio son los «motores» autogeneradores que se esconden
tras to d o desarrollo, sea antiguo, feudal o capitalista;, su ausencia
denota éxtasis. Hace ya mucho tiempo, Karl Polanyi llamó la
atención sobre la falacia de la historiografía económica ortodoxa
consistente en suponer que el mercado es el fin de to d a actividad
económica y qué el mercado mundial es «un resultado natural
de la expansión de los mercados».10
En época más reciente, este problema ha ocupado una posi­
ción central en el debate sobre la transición del feudalismo al
capitalismo dentro de la historiografía marxista. De forma más con­
creta, surge en las críticas emitidas por Sweezy a los E studios
s o b r e e l d es a r r o llo d e l ca p ita lism o y en los textos de la polémica
mantenida entre 1950 y 1953 en la revista S cien ce an d S o ciety .11
Sweezy hace suya la tesis clásica de Pirenne, a saber, el impulso
externo de los mercados urbanos basados en el comercio a larga
distancia actuó como motor y elemento disolvente del modo de
producción feudal. Dobb ya había criticado previamente en sus
E stu d ios la disyunción entre una economía «natural» y otra de
«intercambio», consideradas «como órdenes económicos inmisci­
bles», que presupone adoptar este punto de vista, al tiempo que
rechazaba este modelo dualista como abstracción ahistórica del
mercado, como esquema divorciado por completo de sus condi­
ciones concretas de realización. En otras palabras, rechazaba el
modelo de Pirenne por considerarlo como una extrapolación a la
10. K. Polanyi, The great transformation, Boston, 1968, caps. 4-5.
La primera edición data de 1944.
11. Cf. supra. Pueden encontrarse ulteriores discusiones relevantes so­
bre este tema en el coloquio organizado por el Centre d’Études et de
Recherches Marxistes en 1968, con materiales previos aportados por C.
Parain y P. Vilar, El feudalismo, traducción de María Lourdes Ortiz y
Jesús Munárriz, Editorial Ayuso, Madrid, 19763; E. J. Hobsbawm, Preca-
pitalist economic formations, Londres, 1964; y la reciente y original síntesis
de Perry Anderson, Lineages of the absol'utist state, Londres, NLB, 1974,
sobre las divergencias en la formación del estado absolutista.
JOHN MERRINGTON 245

historia del supuesto fundamental que subyace la economía neoclá­


sica.12 Pero, al mismo tiempo, Dobb no niega el importante papel
desempeñado por las ciudades y el mercado, como contradicciones
«internas», en el derrumbamiento del feudalismo. Dobb integra
la circulación de mercancías como «factor subordinado» que pro­
voca una más amplia especialización de la producción rural para
el mercado, y un aceleramiento de la diferenciación socioeconó­
mica entre el campesinado y entre/frente al artesanado urbano,
«factor subordinado» que desempeña un papel en la crisis y co­
lapso de la economía señorial. Tampoco niega Dobb la naturaleza
capitalista de las ciudades en el seno del modo de producción
feudal.13 Desde entonces, la tendencia de la investigación histórica
ha sido situar las ciudades en el marco del modo de producción
feudal, al tiempo que se justificaba la compatibilidad de aquéllas
con el feudalismo europeo, el origen feudal de las ciudades y el
papel esencial del capitalismo mercantil dentro del modo de pro­
ducción feudal.14
Tal enfoque coincide con la tendencia a rechazar el modelo
dual de transición al capitalismo — mercados urbanos capitalistas
frente a una «economía feudal de subsistencia», estática, en el
campo— e intentar descubrir una serie de «leyes» dinámicas es­
pecíficas que gobiernen el desarrollo y la crisis del modo feudal
de producción, leyes análogas a las que explican el proceso de
acumulación capitalista.
12. Dobb, Estudios, pp. 27-28, 34, 38-39.
13. «Respuesta», supra, pp. 83-84. Véase también, supra, pp. 180-199,
la excelente síntesis de Procacci sobre este debate.
14. F. Ya. Polianski, en Voprosy Istorii, n.° 1 (1953); A. B. Hibbert,
«The origins of the medieval town patricíate», Past and Present, n.° 3 (fe­
brero 1953); C. Cahen «A propos de la discussion sur la féodalité», La
Pensée, n.° 68 (julio-agosto 1956); G. Duby, Guerreros y campesinos, reseña­
do por Rodney Hilton en New Left Review, n.° 83 (enero-febrero 1974). Del
otro lado, en apoyo de las posiciones de Pirenne, véase H. van Werwecke,
«The rise of the towns», en Cambridge economic history of Europe,
vol. III, cap. 1, donde se da casi una exclusiva preeminencia a las ciudades
del noroeste de Europa «en las que el factor puramente económico era el
más eficaz». [De la Cambridge economic history of Europe existe versión
castellana. Cf. supra, nota 15, p. 28.] (N. del t.)
246 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

No obstante, este camino plantea un importante problema.


Dada la especificidad, de que gozan la ciudad y el capital mercan­
til d en tr o del modo de producción feudal, ¿cuáles fueron los
factores determinantes de la «revolución urbana» en Europa occi­
dental que llevaron a la disolución de este modo y a una ulterior
conquista del'campo por parte de la ciudad? ¿Cómo pueden las
ciudades ser «interiores» y «exteriores» a un mismo tiempo?
¿Cuál es la forma específica que adopta en occidente la oposi­
ción campo-ciudad, situados u n o y otra d e n tr o y fr e n t e al feuda­
lismo? Si rechazamos la hipótesis dualista, y debemos hacerlo,
tanto en lo que respecta a la historia del mercado como a la del
capitalismo y la de las ciudades, se plantea forzosamente una dis­
continuidad radical que ya estableció Marx desde un punto de vis­
ta teórico. En su primer esbozo de la historia de la sociedad civil
dentro de La id e o lo g ía alem ana, la división del trabajo entre ciu­
dad y campo, entre capital y propiedad rústica, constituye el motor
central del desarrollo autónomo, materialista, de las contradiccio­
nes en una sociedad civil que camina hacia el establecimiento del
mercado en una sociedad de clases. Esta postura contrasta con la
de Hegel, para quien la polarización entre ciudades (la esfera de
la corporación, de la organización finita) y campo (la «sede de la
vida ética cimentada sobre la naturaleza y la familia») sólo es
un momento — la «fase de división»— dentro de la mucho más
elevada realización de la universalidad, la del estado».15
Marx, en un pasaje de El ca p ita l,16 vuelve sobre su análisis
primitivo para definir ahora la separación entre ciudad y campo
como «el fundamento de toda división del trabajo desarrollada,
que se logra a través del intercambio de mercancías». El objetivo
que persigue es mostrar que tal separación, como base sobre la
que se fundamenta to d a división social del trabajo, se da en las
más diversas formaciones sociales. Por ejemplo, en las comuni­
15. Marx y Engels, La ideología alemana, traducción de Wenceslao
Roces, Grijalbo, Barcelona, 1970; Hegel, Líneas fundamentales de la filo­
sofía del derecho, traducción de F. G. Vicent, Revista de Occidente, Ma­
drid, 1935.
16. Marx, El capital, vol. I, cap. XIV.
JOHN MERRINGTON 247

dades indias, donde actúa con la «irresistible autoridad de una


fuerza de la naturaleza». Esta división social se limita a sentar la
existencia de las ciudades como tales, y en modo alguno puede
confundírsela (como hace Smith) con la división del trabajo qué
genera el m erca d o capitalista, y por consiguiente la ciudad ca p i­
talista, que implica el fraccionamiento de toda espedalización es­
tablecida en base a dependencias recíprocas y cristalizada por la
tradición para dar una nueva ubicación a las piezas resultantes,
ubicación que se fija de modo indirecto a través del movimiento
de los precios del mercado. Tampoco puede equiparársela con la
organización técnica de las operaciones específicas dentro del pro­
ceso de manufactura, pues en este caso «sólo es una mercancía
el producto combinado resultante» y trae consigo «la autoridad
directa del capitalista sobre hombres que son meras partes de un
mecanismo que precisa de aquél». Por consiguiente, no puede
existir una evolución lineal del «mercado» a partir de la división
social del trabajo; no hay una evolución de la ciudad capitalista,
ni de la correspondiente oposición/subordinación ciudad-campo,
que arranque de la sociedad antigua o feudal hasta llegar a la
capitalista. La dominación de la ciudad capitalista, lo mismo que
la de la industria que tiene su ra ison d ’é t r e en el trabajo asala­
riado, es el producto de una ruptura histórica, el «pecado origi­
nal» del capital, su «acumulación originaria». Por otra parte, el
desarrollo de la fábrica tampoco puede deducirse del de la so­
ciedad.
Así pues, ¿cuáles son las discontinuidades o «etapas» de esta
transición? Marx define la especificidad de la ciudad medieval
occidental del modo siguiente:
La historia antigua clásica es historia urbana, pero de ciuda­
des basadas sobre la propiedad de la tierra y la agricultura; la
historia asiática es una especie de unidad indiferente de ciudad
y campo (en este caso las ciudades verdaderamente grandes de­
ben ser consideradas meramente como campamento señorial,
como una superfetación sobre la estructura propiamente econó­
mica); la Edad M^edia (época germánica) surge de la tierra como
sede de la historia, historia cuyo desarrollo posterior se con­
248 DEL FEUD ALISM O A L C A P IT A L ISM O

vierte luego en una contraposición entre ciudad y campo; la


moderna es urbanización del campo, no, como entre los anti­
guos,, ruralización de la ciudad.17

Esta indicación sibilina, pues no es más que eso, del carácter


dinámico .de la oposición entre ciudad y campo^ característica del
modo de producción feudal debe ser complementada con el análi­
sis del capital mercantil que lleva a cabo Marx en el volumen III
de El capital. Marx rechaza la historia evolutiva del capital basada
en las categorías del intercambio burgués (la esfera del «libre co­
mercio vulgar»), pues éstas — la libre e igual concurrencia en el
mercado— son meras formas fenoménicas de las relaciones socia­
les de producción expresadas a través de la lente distorsionadora
de las relaciones existentes entre los productos del trabajo. La
economía política burguesa transfiere la esfera de la circulación,
de la que surge el capital mercantil — la «primera forma libre de
capital»— y que es la base de la acumulación urbana medieval,
«de su prehistoria al presente», con lo que pretende establecer
«el derecho del capital a los frutos del trabajo ajeno ... a partir
de las leyes simples y “justas” del intercambio de equivalen­
tes».18 El procedimiento debe ser «precisamente el inverso».19
Aunque el capital mercantil tiene efectos disolventes en el
marco del modo de producción feudal, «considerado de por sí,
es insuficiente para llevar a cabo y explicar la transición de un
régimen de producción a otro». La ,mera existencia de producción
de mercancías y de capital basado en la circulación no son motores
suficientes para generar el proceso de disolución que desemboca
en el modo de producción capitalista. «Si no, la antigua Roma,
Bizancio, etc., hubieran concluido su historia con trabajo libre y
capital», mientras que «de hecho esta disolución condujo al predo­
minio del campo sobre la ciudad». En otras palabras, donde la
acción corrosiva del capital mercantil conduce «a que un nuevo
17. Marx,. Grundrisse, vol. I, p. 442.
18. I b i d yol. I, p. 466.
19. Marx, Contribution to the critique of political economy, Londres,
1971, pp. 213-214. [Cf. s-upra, nota 15, p. 100.]
JOHN MERRINGTON 249

modo de producción desplace al antiguo, la sustitución no depende


en modo alguno del comercio sino del carácter específico del viejo
modo de producción».20
De hecho, el desarrollo autónomo del capital mercantil, basa­
do en la diferencia de precios que se da entre mercados y esferas
de producción, sep a ra d o s unos de otras (comprar barato y vender
caro), es «inversamente proporcional a la ausencia de sujeción de
la producción al capital». Dicha ex teriorid a d del capital con res­
pecto a la producción es la condición-misma de su existencia, pues
se sitúa como «intermediario» «entre extremos que .no controla
y entre premisas no impuestas por él». El capital mercantil sólo
puede redistribuir plusvalía partiendo de beneficios accidentales,
de ahí su papel clave en la acumulación primitiva de capital. Pero
en modo alguno puede ser una fuente de acumulación permanen­
te, autorreproductora. Aun cuando desempeña, junto con sus for­
mas «domésticas» de usura y especulación con la escasez, una fun­
ción p rep a ra to ria central, no puede jugar un papel endógeno de­
terminante en el proceso de transición.
Tales consideraciones nos permiten definir de una forma más
precisa la unidad/oposición de ciudades y «capitalismo» urbano
dentro del modo de producción feudal. El «capital» y los «mer­
cados» en los que se basaba el crecimiento urbano feudal no eran
en modo alguno los antecesores del mercado mundial capitalista.
Es un error interpretar de forma unilateral, al margen del con­
texto feudal que determina su «exterioridad» e independencia
con respecto al capital mercantil al tiempo que define sus límites,
la «libertad» de las ciudades medievales. La autonomía de la ciu­
dad no fue la de «una isla no feudal» (Postan). Su libertad y de­
sarrollo como enclave social colectivo no se establecieron, como
señala Weber en su formulación historicista, «de acuerdo con sus
p rop ia s inclinaciones». Por el contrario, se asentó, a la vez que
se vio limitada, por una total parcelación de la soberanía basada

20. Marx, El capital, vol. III, cap. XX, pp. 316 y ss.; Grundrisse,
vol. I, p. 468.
250 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

en la. co in cid en cia d e r ela cio n es p o lítica s y eco n ó m ica s d e su b o rd i­


n a ción / a p rop ia ción impuestas por el propio modo de producción
feudal. El hecho que estimuló un desarrollo más pleno del capital
mercantil en las ciudades medievales fue precisamente la existen­
cia de dicha autonomía urbana corporativa (a modo de «señor
colectivo») en el marco de una estructura celular cimentada en
una soberanía «graduada».. De ahí que el «capitalismo» urbano
fuera, a un mismo tiempo, interior y exterior al modo de pro­
ducción feudal, o, para ser más precisos, que su interioridad fuera
la co n d ició n de su exterioridad. Por tanto, el enfrentamiento en­
tre «interior» y «exterior» que se suscita en el debate entre Dobb
y Sweezy, debe reinterpretarse a la luz de este enfoque que aca­
bamos de esbozar. La «oposición» de las ciudades feudales fue
una oposición de esferas de soberanía económico-corporativas, y
debe contemplarse como un elemento tan interno al feudalismo
como pueda serlo el auge y declive de la economía señorial. Le­
jos de la inmovilidad, lejos de ser exclusivamente «rural», el feu­
dalismo fue el primer modo de producción en la historia que, gra­
cias a la auténtica ausencia de soberanía dentro del mismo, asignó
un lugar estructuralmente autónomo a la producción urbana y al
capital mercantil.
La «exterioridad interna» que permitió el crecimiento inde­
pendiente del capital urbano, la conquista de rutas comercia­
les, etc., en Europa, contrasta de forma muy marcada con la «ciu­
dad oriental», vinculada de forma muy estrecha y permanente a
la suerte del poder imperial y en la que prácticamente no se die­
ron fragmentaciones políticas excepto en los períodos de anarquía
interna. En las «ciudades abiertas» chinas nadie era libre. Las
murallas de la ciudad no son un símbolo de su autonomía jurídica
frente a la zona rural circundante, como en el caso de Europa,
sino una defensa externa de tipo militar-administrativo ante una
elevadísima autoridad recaudadora de impuestos, que en la mor­
fología de la ciudad viene representada por la «ciudad interior»,
fortificada, separada del resto y reservada a los círculos oficiales
de funcionarios públicos. La ciudad carece de autonomía social.
Su estructura social, basada en clanes, linajes y sectas religiosas,
JOHN MERRINGTON 251

es una extensión de la que priva en el campo.21 Resulta ilumina­


dor contrastar esta situación con el auge de comunidades de mer­
caderes independientes en el Japón, que se asientan junto a las
ciudades amuralladas de la nobleza durante el descentralizado pe­
ríodo Ashikaga (1339-1573), o con el espectacular crecimiento
del puerto libre comercial de Sakai, la «Venecia japonesa» para
los misioneros jesuítas, que llegó a albergar a más de 50.000 ha­
bitantes.22
El crecimiento de la ciudad feudal estuvo muy estrechamente
vinculado al desarrollo de la economía señorial. Ésta, lejos de ser
un sistema estático de «producción para el uso» basado en la
apropiación directa del trabajo excedente y de la renta de los
campesinos, en condiciones en que los medios de producción es­
tán en manos de los productores directos y «la relación política
entre dueño y siervo es, por consiguiente, una parte esencial de
la relación económica de apropiación»,23 fue el auténtico motor
que sostuvo el modo de producción feudal y sus crisis del si­
glo XIV. La resistencia de los campesinos a prestar sus servicios
de trabajo en los dominios señoriales, la lucha para emplear el
trabajo en el cultivo de las tierras familiares y para retener tanta
parte como . fuera posible del producto del mismo, la constante
expansión de la propiedad alodial y la batalla en pro de la eman­
cipación rural (las comunas, rurales. italianas y francesas) fueron
batallas a duras penas «secundarias», movimientos de «protesta»
sin incidencia sobre las relaciones sociales, por no decir imitaciones
de las iniciativas urbanas. La transformación de la renta feudal
que engendraron todos estos hechos (de renta pagada en trabajo

21. E. Balazs, Chínese civilization and hureaucracy, New Haven, 1964,


cap. 6; M. Cartier, «Une tradition urbaine: Les villes dans la Chine anti-
que et médiévale», Annales (julio-agosto 1970);/Weber, op. cit.; Braudel,
op. cit., cap. 8.
22. J. W. Hall, «The castle town and Japan’s modern urbanízatión»,
en Hall y Jansen, eds., Studies in the institutional history of early modern
Japan, Princeton, N. J., 1968, cap. 10, pp. 171-179.
23. ■ Marx, El capital, vol. III, cap. XLVII; Lenin, El desarrollo del
capitalismo en Rusia, Ariel, Barcelona, 1974.
252 DEL FEUD ALISM O A L C A P IT A L ISM O

a renta satisfecha en productos o en dinero) estimuló el creci­


miento de la producción independiente de mercancías y la dife­
renciación social entre el campesinado al fijar el trabajo excedente
como una magnitud constante, aunque no puede afirmarse que
tales movimientos alteraran por sí mismos la naturaleza básica de
la renta feudal como apropiación del trabajo excedente no remu­
nerado por parte del señor. El propio Marx señaló las posibili­
dades dinámicas inherentes al modo de producción feudal no sólo
en un sentido extensivo-territorial, sino en términos de la batalla
entablada para distribuirse el producto excedente. Fue esta última
la que determinó los límites de la economía asentada en los do­
minios señoriales y, por consiguiente, el desenlace de la crisis del
siglo x iv (victoria de los señores de la tierra y apropiación del
trabajo forzado en la «segunda servidumbre» dentro de Europa
oriental; victoria de la producción de mercancías por parte del
campesinado y aparición de una clase de pequeños propietarios
rurales — y e o m e n o la b o u reu rs— en Europa occidental).24 Las re­
vueltas campesinas, que fueron en constante aumento a lo largo
del siglo x iv al intensificarse la prestación de servicios en un con­
texto de escasez de trabajo, fueron «tan inseparables del régimen
señorial como lo son las huelgas del modo de producción capita­
lista desarrollado» (Bloch). El persistente mito histórico de la pasi­
vidad del campesinado (a pesar de las evidencias contemporáneas
que nos demuestran todo lo contrario) debe contrastarse con he­
chos tales como el indudable papel central que desempeñó en la
crisis de la economía dominical, su supervivencia en la mayor
parte de Europa y, por encima de todo, su victoria en Francia
en 1789.25
Compite con este mito el del carácter revolucionario de la
burguesía urbana. Pero como muy bien ha señalado Hilton, mien­
tras que la lucha en el campo es fundamental por cuanto con­
cierne a la generación misma del producto excedente, la que se

24. Marx, El capital, vol. III, cap. XLVII.


25. Para la mayoría de los temas, véase Rodney Hilton, Bond men
made free, Londres, 1973, un trabajo de importancia decisiva.
JOHN MERHINGTON 253

desarrolla en las comunidades urbanas sólo se centra en «la dis­


tribución del excedente una vez ya ha sido arrancado de las ma­
nos de sus productores directos».26 De forma similar, Porchnev,
en un trabajo sobre las revueltas campesinas en Francia durante la
crisis del siglo x vn que abrió nuevos caminos a la investigación
histórica, nos muestra que tales levantamientos fueron el «motor»
de la refeudalización de la burguesía urbana, que se alineó junto
a la nobleza en defensa de un orden social basado en la extracción
de rentas, dentro del marco de un nuevo «feudalismo estatal» ab­
solutista.27
Mientras la renta, bajo sus diversas formas, siguió siendo la
forma fundamental de apropiarse del excedente y el capital se
mantuvo al margen del proceso productivo, los intereses de la
burguesía urbana co n v e r g ía n objetivamente con los de la explota­
ción del campo, y bajo este punto de vista debe contemplarse la
ausencia de vocación revolucionaria de las ciudades y las cons­
tantes «entregas» de la burguesía al viejo orden, como si tuviera
alguna cuenta pendiente con él, que ciñéndose al caso concreto
de Alemania nos muestra Engels que siguieron idéntico proceso
en 1525 que en 1848.
En este contexto, la postura de la ciudad como «señor colec­
tivo» fue, y siguió siéndolo mientras estuvo apoyada por el esta­
do absolutista, la de un monopolio corporativo. «Las ciudades se
tornaron unidades sociales y económicas características cuando, y
precisamente a causa de ello, ciertas poblaciones se situaron al
margen del contexto general mediante leyes que las protegían y
privilegios que las convertían en centros mercantiles o de pro­
ducción, al tiempo que eran negados algunos o todos los derechos
a la zona rural circundante.» El comercio quedó «estrictamente
reservado para quienes se asociaran a la comunidad mercantil de

26. Hilton, «Warriors and peasants», New Left Review, n.° 83 (enero-
febrero 1974), pp. 81-82.
27. B. Porchnev, Les soulevements populaires en Franee de 1625 a
1648, París, 1963.
2 5 4 DEL FEUD ALISM O A L C A P IT A L ISM O

una ciudad dada».28 El sesgo liberal librecambista de Pirenne le


inclina a contemplar este carácter monopolista restrictivo de las
ciudades medievales como un obstáculo a la libre circulación, re­
presentada por el elemento «dinámico» del comercio a larga dis­
tancia. Pero, por el contrario, el exclusivismo manifestado por las
ciudades medievales debe observarse precisamente como co n d ició n
p r ev ia necesaria para el desarrollo del capital mercantil en este
momento histórico. No debemos perder de vista este carácter
feudal del «capitalismo» primigenio; la circulación basada sobre
el libre intercambio de equivalentes es un proceso que sólo se
da una vez alcanzado el total desarrollo del mercado capitalista.
En época tan tardía como el siglo xvm , en la mayor.parte de
Europa el mercado seguía restringido a un determinado tipo de
mercancías, el trabajo se pagaba a menudo en especies y la comer­
cialización de los productos agrícolas era todavía muy parcial. La
producción para el consumo propio, las ventas bajo la forma de
trueque y el pago en especies reducían notablemente la esfera
de las transacciones monetarias y, por tanto, del dominio del mer­
cado. Galiani estimaba en 1751 que el 50 por ciento de las tran­
sacciones que se efectuaban en Nápoles tenían lugar al margen del
mercado: «los campesinos, que constituyen las tres cuartas partes
de nuestra población, no pagan ni una décima parte de lo que
consumen en efectivo».29
EL mercado era un privilegio restringido y su «captura» traía
consigo la im p o sició n de un monopolio productivo y comercial fren­
te al campo circundante y frente a la intromisión de las ciudades ri­
vales. Mientras el mercado dependió de los desniveles de precios
entre esferas de producción separadas en el marco de un modo
productivo en el que los productores poseían en sus manos los
medios de producción y subsistencia, el comercio tan sólo se
asentó en los intersticios del sistema, monopolizando el abasteci­
miento de un conjunto limitado de bienes, y estuvo sometido a la
28. Véase el excelente panorama general de A. B. Hibbert, «The eco­
nomic policies of towns», en Cambridge economic bistory of Europe,
vol. III, cap. 4. [Cf. supra, nota 15, p. 28.]
29. F. Braudel, op. cit., p 355 (ed inglesa). .
JOHN MERRINGTON 255

tolerancia política. De hecho, fue «más una estructura tributaria


que una estructura comercial».30
El comercio no pudo escapar en modo alguno de este marco
de referencia monopolístico. Dependió del éxito que tuviera la
ciudad en sus intentos para asegurarse una* posición- favorable
como intermediario mediante el establecimiento de políticas co­
merciales a gran escala, concentrando y diversificando dentro del
ámbito del mercado las transacciones de intercambio, imponiendo
que éstas se efectuaran en el mayor grado posible dentro del
mismo, impidiendo el acceso directo al mercado, por medio de
«leyes de hospedaje» a los forasteros, etc. En el Mediterráneo, la
economía urbana asentó sus fundamentos en el monopolio del
abastecimiento de ciertas mercancías clave, defendiéndose frente a
las ciudades rivales mediante embargos, alianzas, guerras o pira­
tería. Guerra, diplomacia y comercio se convirtieron en sinóni­
mos. (En este sentido, resulta elocuente la suerte corrida por
Pisa, arruinada primero por Génova — en 1284 esta última ciudad
construyó un malecón sobre la desembocadura del Árno y es­
tranguló el puerto al facilitar la sedimentación del cieno arrastra­
do por las aguas del río— y más tarde por Florencia.) Por otro
lado, se trataba también de excluir a las zonas rurales del mo­
nopolio del intercambio y del monopolio gremial en la producción
de manufacturas. En los centros textiles flamencos del siglo xm
se impedía la producción de baja calidad fuera del recinto de
la ciudad con expediciones punitivas destinadas a destruir telares
y tinas para batanado-en las villas circundantes; he aquí un claro
esfuerzo para crear un vacío industrial y privar al h in terla n d de
materias primas y de la posibilidad de vender productos urbanos.
En Escocia, los burgos reales se vieron cercados por sus propias
libertades; dentro de sus límites, «sólo los burgueses podían
ejercer cualquier tipo del comercio al por menor, incluso el de
mercancías del país», monopolio que sólo se rompió, y aun de

30. A. B. Hibbert, loe. cit.', O. Lattimore, «The frontier in history»,


Relazioni del X Congresso di Scienze Storiche,. Florencia, 1955, pp. 124-125;
I. Wallerstein, The modern tvorld system, Nueva York, 1974, pp. 20-21.
256 DEL FEUDALISM O AL CA P IT A L ISM O

forma parcial, a finales del siglo x v i i . En el caso de Flandes, se


ha atribuido el fracaso de las ciudades textiles para desarrollarse
bajo la forma de «ciudades-estado» a «la exclusiva preocupación
de los burgueses por la ciudad y sus intereses urbanos», a su
«tendencia a abastecerse fuera del país», lo que impidió el esta­
blecimiento de una unidad económica viable entre la ciudad y el
campo».31 Como indica Polanyi, la ciudad «cubrió el mercado y
lo preservó de su ulterior expansión». El crecimiento de la ciudad
dependió de sus límites, de la salvaguardia de estos monopolios
frente al campo, que les llevaron «a explotarlo [al campo] eco­
nómicamente a través de sus precios monopolistas, sus sistemas
de impuestos, sus organizaciones gremiales, la usura y el fraude
comercial directo».32 El crecimiento de suburbios carentes de todo
privilegio (b a n -lieu ) permitió el cobijo de aquellos artesanos y
productores más pobres fuera de las murallas, y por tanto de los
privilegios, de la ciudad.
Aun cuando dicho monopolio y las condiciones jurídicas que
lo consienten hayan hecho de la ciudad una colectividad, un cuer­
po corporativo, anómala dentro de la articulación vertical caracte­
rística del poder feudal en el campo, no por ello deja de depender
de este «marco feudal» para defender sus privilegios. En Ingla­
terra, donde en todo caso este carácter monopolista se dio de
forma limitada, el marco en el que tuvo lugar el crecimiento de
la ciudad fue «una sociedad dominada por señores eclesiásticos
y laicos que, antes de relajar su dominio, si es que lo hicieron
en algún momento, dieron su propio sello a buen número de
ciudades y se apoderaron de una parte de los beneficios». Con
todo, el autogobierno y los privilegios económicos constituyen los
elementos clave del crecimiento urbano, como nos lo demuestra
el hecho de que éste quedara paralizado en ciudades que no lo­
graron obtener para sí una serie de derechos fundamentales sobre,
31. A. B. Hibbert, op. cit.; T. C. Smout, A kistory of the Scottish
people, Londres, 1972, p. 147; D. M. Nicholas, «Town and countryside:
Social and economic tensions. in 14th century Flanders», Comparative St li­
dies in Society and History, X (julio 1968), pp. 458-485.
32.’ Marx, El capital, vol. III, cap. XLVII.
JOHN MERRINGTON 257

por ejemplo, su grano o sus fábricas de tejidos (Warwick, St. Al-


bans, Wells, Bury St. Edmundsj etc.).33
En Italia, donde la ciudad-estado hizo del núcleo urbano un
señor total, la mayor parte del país estaba conformada por «ex­
tensos dominios feudales, dentro de cuyos intersticios las comunas
luchaban denodadamente para mantener una efímera independen­
cia». El vasallaje siguió vigente en la mayor parte de la Italia
rural, mientras que las ciudades dependían, tanto militarmente
como en cuanto concierne a su abastecimiento, de los principales
feudatarios locales. Por otro lado, el encumbramiento y control
de dinastías de c o n d o ttie r i sobre las mismas ciudades eran más
la norma que la excepción (los señores de la Romaña, los Estensi
sobre Ferrara, los Visconti sobre Milán, etc.).34 De forma similar,
los privilegios comerciales de las ciudades hanseáticas dependían,
incluso en la fase cumbre de su poderío, de la protección que
les dispensaba la orden de los caballeros teutónicos.35
Nada revela- mejor los límites de la economía urbana que su
declive e involución en el seno de un mercado mundial en creci­
miento para dejar paso a la consolidación de una soberanía estatal
a partir del siglo xvr. Este cambio coincide con una espectacular
alza especulativa del capital mercantil, acumulado por medio del
comercio colonial y los créditos fiscales. El declive de las corpo­
raciones urbanas del Mediterráneo, al que siguió su sumisión a las
nuevas monarquías (descalabro de los co m m u n ero s, caída de Flo­
rencia, dominación de Italia por los Habsburgo) no fue un evento
accidental (debido a los «descubrimientos atlánticos», en los que
por otra parte el capital italiano participó de lleno; como ha de­
mostrado Braudel, en las etapas iniciales el Atlántico no fue más
que una extensión comercial del Mediterráneo). Por el contrario,
las causas más bien parecen haber sido las limitaciones objetivas

33. R. H. Hilton, A medieval society, Londres, 1969, p. 177.


34. D. Waley, The Italian city republics, Londres, 1966, pp. 110-123,
221-230.
35. M. Malowist, «The problem of the inequality of economic. develop-
ment in Europe in the Later Middle Ages», Economic History Review,
2.a serie, XIX (1966), pp. 25-26.

17. ---- HILTON


258 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

del propio capital mercantil y su fracaso para desarrollar una base


productiva adecuadamente amplia para promover la acumulación
de capital. Cipolla señala que este fracaso, general si exceptua­
mos el noroeste de Europa, en ir m á s allá del exclusivismo re­
presentado por las estructuras gremiales y municipales y de la
producción de bienes de alta calidad para un mercado escasa­
mente creciente, constituye el factor esencial del declive de la
economía urbana en Italia. Los mismos «límites» que permitie­
ron la obtención de una autonomía total al capital mercantil
dentro del modo de producción feudal se convirtieron ahora en
cadenas que lastraban el ulterior desarrollo del capitalismo: «la
situación se invirtió ... Las ciudades que habían contribuido en
un primer momento al asentamiento de un nuevo sistema eco­
nómico progresivo se tornaban ahora un núcleo de. intereses que
combatía contra el nuevo tipo de desarrollo».36
Este proceso vino acompañado por una involución interna
hacia formas ren tista s de acumulación de riqueza, por el retorno
a la tierra del capital urbano. Los títulos de deuda estatales (State
b o n d s ) y los tributos arrendados (tax fa rm in g) (Casa di San Gior-
gio en Genova, los m o n ti en Florencia) transformaron la élite
urbana en una aristocracia terrateniente o rentista que iba a fu­
sionarse con la propia nobleza absentista. La «refeudalización»
de la ciudad causada por la transformación del capital mercantil
en rentas no debe ser contemplada como la «defección» o «trai­
ción» de una burguesía hambrienta de mejorar su sta tu s social
(que implica una contradicción de intereses de clase que pueden
ser «traicionados»); y mucho menos, como pretende hacer Peter
Burke en su reciente estudio sobre las élites de Venecia y Ams-
terdam, en términos de un «trastrueque en el estilo de vida»
que llevaría de la actitud mental de un empresario a la de un
rentista, esta última conectada de forma manifiesta con el con-
36. C. Cipolla, «The economic decline of Italy», 'Economic History
Review, 2.a serie, V (1952); A. Pizzorno, «Three types of urban social
structure and the development of industrial society», en G. Germani, ed.,
Urbanización, desarrollo y modernización, traducción de Rosa Cusminsky de
Cendrero, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1976:
JOHN MERRINGTON 259

sumo. De acuerdo con este ultimo enfoque, nos circunscribiría­


mos meramente a una aceptación del veredicto contemporáneo de
declive moral, con el correspondiente abandono elitista y subjeti­
vo de toda explicación histórica.37
Por el contrario, la situación debe contemplarse —como su­
cede en el caso de la decadencia española— como un producto
de la naturaleza especulativa e incierta de la ya mencionada eclo­
sión del capital mercantil, de la que es un buen testimonio su
cambio de dirección durante la crisis del siglo xvn, que favoreció
el flujo de riqueza urbana hacia formas usurarias de renta y el
arrendamiento de tributos. El resultado en que desembocó este
«feudalismo rentista» —la fusión del capital mercantil con los
grandes terratenientes feudales— fue, dentro dél estado absolu­
tista, la fiscalización de la renta sobre una base nacional (Porch-
nev), lo que acentuó la brecha entre campo y ciudad basada en
un nexo crédito-débito absentista. Puesto que la transición a la
renta monetaria significa un mero cambio en la fo rm a de ésta
—y s e m a n tien e in a ltera d a en su s d em á s a s p e cto s — , la afluencia
del capital urbano en la compra-venta de títulos, en el arrenda­
miento de las rentas señoriales, etc., no tiene por qué desem­
bocar en un terrazgo capitalista, según Marx el «camino directo»
hacia la agricultura capitalista en Inglaterra. La comercialización
urbana de la agricultura puede muy bien llevar a un reforza­
miento de una relación rentista externa bajo control urbano, de
forma que lo que se produce es una mera cristalización sobre
bases comerciales de las' obligaciones feudales, las rentas señoria­
les o los diezmos eclesiásticos, bases que no tienen interés al­
guno en destruir los receptores de toda esta gama de ingresos.
En realidad, la comercialización de la agricultura solió venir
acompañada de un movimiento de reacción por parte de la clase
señorial. Las exacciones se hicieron cada vez más penosas y desen-
37. F. Braudel, El Mediterráneo en la época de Felipe II , traducción
de Mario Monforte y Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, Méxi­
co, 1953, 2 vols.; P. Burke,. Ventee and Amsterdam, Londres, 1974, basa­
do sobre el modelo explícitamente antimarxista de la circulación de élites
propuesto por Pareto.
260 DEL FEUD ALISM O A L C A P IT A L ISM O

cadenaron una ola de levantamientos campesinos contra la explo­


tación fiscal y la de los terratenientes absentistas que alcanzó su
clímax a mediados del siglo xvn. El estado absolutista era ante
todo y por encima de todo una máquina para extraer rentas, en
la que las ciudades tenían tanto interés como pudiera tenerlo
la nobleza.38
La acción del capital urbano sobre la sociedad rural se ejerció
básicamente a través del capital usurario, explotando la carestía
de crédito en el campo (intensificada a causa de la transición
hacia formas monetarias de renta y a las demandas fiscales), es­
peculando con la subida de precios y la escasez, hipotecando los
tributos y servicios feudales. La usura «se alimentó» del viejo
modo de producción sin alterarlo en lo más mínimo. Éste seguía
dependiendo, lo mismo que el capital mercantil, de un mercado
precapitalista y de la pequeña producción de mercancías, elemen­
tos gravados ahora con la apropiación fiscal. Los tributos arren­
dados y usurarios solían pasar de mano en mano (Duby). El do­
minio ejercido por el capital rentista (basado en rentas derivadas
de la propiedad y rentas «instituidas», por ejemplo las formas
usu rarias de renta) queda muy bien ilustrado por este tipo «inter­
medio» de arrendamientos — m ezzadria o aparcerías (sh a r ecr o p -
p in g )— muy difundido en Italia y el sur de Francia, en el que el
capital urbano se reparte el producto con el campesino a modo de
pago por sus respectivos gastos de inversión. Esta forma «de transi­
ción» en la que aparecen asociados capital mercantil y agrícola39 no
es tal en un sentido históricamente dinámico, pues el desarrollo de
la renta usuraria tiene lugar dentro, más que contra, la estructura
feudal de sociedad rural. A pesar de un temprano desarrollo del
arrendamiento capitalista en las zonas irrigadas de la cuenca del Po,
las inversiones del capital urbano en la agricultura italiana ten­
dieron por lo general a refeudalizar las relaciones agrarias.40 La
38. R. Villari, La rivólta antispagnola a Napoli: Le origine 1585-1647,
Bari, 1967, pp. 228 y ss. Véase también Porchnev y Anderson, op. cit
y P. Goubert, El antiguo régimen, Siglo XXI, Madrid, 1971, cap. VI.
39. Marx, El capital, vol. III, cap. XLVII.
40. R. Zangheri y E. Sereni, en Agricoltura e sviluppo del capitalismo,
JOHN MERRINGTON 261

transición urbana a un tipo de riqueza rentista raramente tuvo


como causa un declive del «concepto de vida empresarial», pues
dada la coyuntura de la época la inversión en títulos y rentas
señoriales ofrecía mucha más seguridad a las retribuciones bajo
la forma de beneficios. Las inversiones genovesas en trigo, aceite,
seda y otros productos procedentes del sur de Italia producían
beneficios del orden del 30 por ciento. La migración de la aristo­
cracia veneciana hacia térra je r m a no se debió al mero deseo de
deleitarse con la arquitectura palladiana, sino que vino acompa­
ñada de una intensificación del sistema señorial de arrendamientos
basada en la explotación comercial de los cultivos de maíz y
cáñamo y de la cría de ganado en los terrenos anteriormente
ocupados por aquélla.41 La paradoja de este feudalismo «capita­
lista», o para ser más precisos, «rentista», es que en la mayor
parte de Europa la comercialización de la agricultura más que
debilitar fortaleció las obligaciones del campesinado.
En Europa oriental se produjo un declive similar de las ciu­
dades «libres» basadas en la producción artesanal. En este caso,
dado que la autonomía de las ciudades se hallaba estrechamente
cercada por la presión de una economía señorial y debilitada a
causa de su mera función de intermediarias en el tránsito de
bienes hacia los mercados occidentales, el crecimiento del mer­
cado mundial trajo como consecuencia la subordinación de la bur­
guesía urbana a una economía señorial de exportación basada en
el trabajo c o r v é e . La supuesta antítesis entre feudalismo y co­
mercio que se deriva del modelo dualista en que ciudad y campo
se contemplan como modos de producción diferenciados y sepa­
rados, y la correlación ecológico-espacial entre las ciudades y el
«declive» del feudalismo que trae implícita dicha interpretación
(dice Sweezy, «en las proximidades de los centros comerciales el
efecto sobre la economía feudal es fuertemente desintegrador;

Istituto Gramsci, Roma,. 1970, pp. 682-703; Marx, El capital, vol. III,
cap. XXXVI.
41. P. Villani, Eeodalita, riforme e capitalismo agrario, Bari, 1968,
pp. 116-125.
262 DEL FEUDALISM O AL C A P IT A L ISM O

cuando nos alejamos de ellos, tiende a ser el opuesto»), no nos


permiten explicar la diversidad de formas adoptadas por este
feudalismo de la agricultura comercial desde la Edad Media hacia
adelante, y ello no sólo en el este de Europa. En Europa central
(Bohemia, Sajonia, Austria), donde a partir de la guerra de los
Treinta Años vino desarrollándose ventajosamente un mercado in­
terior, vemos aparecer una situación «intermedia». La respuesta
a la escasez de trabajo en los dominios señoriales es, en algunos
casos, el aumento de los salarios y, en otros, la intensificación
de los servicios de c o r v é e , mientras que las ciudades libres se
veían socavadas por la producción que salía de los «dominios ur­
banizados», mucho más barata ya que los estados feudales se ha­
llaban libres de los gravámenes impuestos por las regulaciones
gremiales. Las ciudades libres, junto con los grandes estados de
ellas dependientes, tendían a «seguir la misma ... política eco­
nómica que los magnates aristocráticos».42
En Francia, donde el predominio de la riqueza urbana ren­
tista se vio reforzado en el a n d e n r é g im e gracias a la confirma­
ción del privilegiado sta tu s de que habíá gozado hasta entonces
la ciudad, se hizo cada vez más acusada la «externalidad» entre
ciudad y campo. El rentista fue «alejándose más y más de la
fuente de sus ingresos ... haciéndose cada vez más y más ajeno
al campo, aquellos “desiertos”, menospreciados incluso después de
la época de Moliere. Pertenecía a la ciudad, fuera la capital, fuera
provincial, nacional o real ... Los intereses y la residencia del
rentista y de quien satisfacía las rentas les situaban demasiado
claramente en orillas opuestas».43 Este hecho nos explica la limi­
tada y episódica resistencia de las ciudades a la centralización
real — participación urbana en la Ligue o en las Frondes— y que
la concentración en las ciudades de la riqueza procedente de la
tierra se viera enormemente acentuada por el absolutismo. El
42. J. V. Polisensky, The Thirty Years War , Londres, 1971, pp. 38,
40, 44-49; A. Klima, J. Macurek, «La question de la transition du féoda-
lisme au capitalisme en Europe centrale», X I International Congress of
Historical Sciences, Rapports, vol. 4, pp. 99-102.
43. P. Goubert, op. cit.
JOHN MERRINGTON 263

pasmo de Arthur Young ante el contraste entre el campo bretón


y la opulencia del puerto de Nantes — «no aparece por parte al­
guna una transición suave del bienestar a la holgura ... de la
mendicidad al despilfarro»— da testimonio de una inconsistencia
fundamental en las condiciones que rigieron la acumulación origi­
naria en Francia.
La crisis del siglo xvn, esbozada por primera vez por Hobs-
bawm en su artículo de 1954, revela la fragilidad de este mercado
mundial basado en la especulación del capital mercantil ,y el man­
tenimiento de las relaciones de producción feudales, tanto en el
campo como en la ciudad. «El b o o m económico multiplica las
actividades; la crisis las selecciona» (Vilar). El cambio de direc­
ción de este rápido crecimiento arrastró consigo las economías
feudal y mercantilista que lo habían promovido hasta situarlas
en un plano secundario, subordinado (España, Italia, y posterior­
mente Holanda), a causa de su débil base productiva: el mercado
interior. Sólo en el caso de Gran Bretaña, una especulación ci­
mentada en el comercio colonial estableció las condiciones pre­
cisas para que se produjera un crecimiento y acumulación pro­
ductivos totalmente autónomos del mercado interno. Mientras la
producción en sí misma se organice al margen del capital y no
exista un mercado mundial global, integrado (ni tampoco pre­
cios medios o a largo plazo), mientras perdure la época en que,
para citar a Braudel, la economía mundial era «vasta pero frá­
gil »,‘M el predominio del capital mercantil — sea en el terreno

44. F. Braudel, El Mediterráneo en la época de Felipe II, vol. I.


Immanuel Wallerstein, dada su dependencia del modelo estático núcleo-
periferia propuesto por A. G. Frank, parece verse obligado a sostener
la continuidad de un «sistema de mercado» mundial plenamente capi­
talista a partir del siglo X V I, aunque señala muy»correctamente la. interde­
pendencia que existe entre los regímenes neofeudales promotores del
dinero en efectivo y el proceso de proletarización/expropiación dentro de
los países «nucleares» durante la fase de acumulación originaria. Asimismo
rechaza la distinción, clave para el marxismo, entre capital industrial y
mercantil (que precisamente permite comprender la periodización, las con­
tradicciones estructurales y las crisis a lo largo del proceso de avance de
la acumulación originaria), y la califica de «terminología poco afortunada».
264 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

del comercio o en el de la producción— queda limitado a su


actuación como intermediario redistributivo entre productor y
consumidor, dependiente de forma exclusiva de las disparidades
que se diesen entre precio de coste y precio de venta.
Recíprocamente, «la acumulación originaria de capital engen­
dra su propia destrucción» (Vilar). El advenimiento de un mer­
cado mundial por el ocaso del sistema basado en el desnivel pre­
cio de coste-precio de venta — es decir, la fijación de un sistema
mundial de precios— coincidió con el advenimiento de las hila­
turas de algodón y con una explotación acrecentada de la economía
doméstica. Esta respuesta p r o d u ctiv a que se da en el siglo x vin a
la presión inflacionaria (la de la producción industrial capitalista)
revolucionó la división de trabajo vigente hasta entonces así como
la jerarquía de las ciudades, subordinando las ganancias comer­
ciales aleatorias a la disciplina de los precios de mercado y redu­
ciéndolas a meros ingresos del sector de distribución.45
El desequilibrio demográfico causado por esta frágil base pro­
ductiva y la inestabilidad que engendró se vieron compensadas
por el crecimiento de grandes núcleos urbanos. La hipertrofia ini­
cial de ciudades como Nápoles y Constantinopla se convirtió en
norma en la Europa del xvn. Dicho crecimiento desproporcionado
de una serie de metrópolis se alimentó de la proletarización del
excedente demográfico provinente del campo, del señuelo que su­
ponía la posibilidad de cobrar un sueldo durante todo el año y
de la concentración en la capital de los ingresos de los rentistas
y del estado con la consiguiente multiplicación de servicios. La
elevada proporción - que suponen en este incremento demográfico
de las ciudades los marginados, sirvientes, mujeres solteras o viu­

Cf. The modern world system, cap. II, y «The rise and decline of the
capitalist -world system», Comparative Studies in Society and History, XVI
(1974), pp. 387-415.
45. P. Vilar, La Catalogne dans VEspagne moderne, París, 1962, vol. III,
especialmente pp. 9-12, 562-565 [existe versión catalana: P. Vilar, Cata­
lunya dins l’Espanya moderna, traducción de Eulalia Duran, Edicions 62,
Barcelona, 1964-1968, 4 vols.]; y El feudalismo, pp. 53-69; Marx, El capi­
tal, vol. I, cap. XV.
JOHN MERRINGTON 265

das, prostitutas, indigentes desarraigados y niños abandonados


habla por sí sola. Los moralistas de la época lanzaron duras in­
vectivas contra esta concentración de rentas eminentemente im­
productivas y su secuela, el submundo del proletariado «sin tra­
bajo», siempre en aumento. Defoe, los Fielding y Cobbett denun­
ciaron el ostentoso despilfarro de riquezas londinense, su «frivo­
lidad» y «desenfreno», la corrupción del carácter nacional. Mer-
cier recelaba de la ca n a ille sa n s n om , a la que atribuía todos los
males de la revolución en París, convencido cómo estaba de que
sólo se trasladaban a la capital los elementos más malsanos de la
población rural. Para Rousseau era inconcebible que «no se lle­
gara a ver muy claro que Francia sería mucho más poderosa si se
aniquilara París». Los gobiernos legislaron en vano con objeto
de confinar a los desheredados, prevenir su movilidad y conte­
ner su crecimiento, pues veían en ellos un peligro para el orden
social establecido. Pero, como señala Braudel, «después de todo>
¿acaso hubiera sido una muestra de inteligencia suprimir la vál­
vula de seguridad indispensable para la eclosión de este gran
reino?».46
Según Sombart esta concentración de consumidores de rique­
za, la habilidad usualmente mostrada por estas capitales para
vivir por encima de sus medios, aceleró el crecimiento del capita­
lismo. Wrigley ha señalado que en el caso de Londres, el «gran
basurero» (con el 11 por ciento de la población nacional en 1750,.
frente al 2 ’5 por ciento de París), el consumo de la capital ejer­
ció una enorme y generalizada influencia en la formación del mer­
cado nacional. Pero sería precipitado extender indiscriminadamente
este argumento. Era enorme la diferencia entre Londres, como
capital de un país con .un capitalismo agrario altamente desarro­
llado y centro de distribución del comercio mundial, con, por
ejemplo, Nápoles o San Petersburgo. La seguridad del hinterlancL
46. Véase el excelente- estadio de este crecimiento metropolitano que
lleva a cabo Braudel, Capitalismo y vida material, op. cit., cap. VTII.
Cf. también Braudel, El mediterráneo, op. cit., vol. I; Raymond Williams,
The country and the. city, Londres, 1975, cap. XIV; Richard Cobb, The
pólice and the people, Oxford, 1970, pp. 266-267.
266 DEL FEUDALISM O AL CA P IT A L ISM O

abastecedor de Londres dependía de su control del mercado mun­


dial; la inquietud del consumidor no se centraba en el precio de
los alimentos (como en el caso de París), sino en patrones de
consumo más diversificados al tiempo que en los salarios. En
Nápoles, donde el miedo al populacho hizo a las autoridades «no
sólo liberales, sino también pródigas», los abastecimientos esta­
ban parcialmente subvencionados por un monopolio real. La re­
lación existente entre el precio del grano y el aceite y la popu­
laridad del r e lazzaroni borbónico era un índice político de este
peligroso método de abastecimiento que drenaba los recursos de
una vasta área del país. La inestabilidad demográfica de estas
ciudades, mantenida por un flujo permanente de inmigrantes ru­
rales que compensaba la elevada mortalidad y el gran porcentaje
de población aquejado de «epidemias», da testimonio de este
desequilibrio básico.
Steuart da fe de la formación de un mercado doméstico con
centro en las metrópolis: «Cualquier insignificancia se convierte
en dinero ... fuera de una boca superfina o inútil», mientras que
lejos de la ciudad «hay un sinnúmero de cosas accesorias que no
hay forma de transformarlas en dinero». Y añade: «Cuando lo
que se quiere es vivir de ella, lo idóneo es tener una finca muy
alejada de la ciudad; si no es esto lo que se desea, lo mejor
es que esté cerca de la gran urbe».47 Pero esta influencia capita­
lista «generadora» del mercado urbano depende de una circuns­
tancia adicional, para usar los términos de Steuart, «de la separa­
ción entre la madre tierra y sus laboriosos hijos», que «naturalmen­
te» debe manifestarse de acuerdo con el grado de desarrollo de la
industria y el comercio.48 El completo desarrollo del mercado ca­
pitalista requiere, como muy bien ha subrayado Dobb, la expro­
piación a los productores directos de sus medios de producción
y subsistencia, es decir, de la tierra, «liberada» de las cadenas
que la vinculan al terrateniente al convertir la agricultura en un

47. Steuart, An inquiry into the principies of political economy, vol. I,


p. 55.
48. Ibid., cap. X.
JOHN MERRINGTON 267

determinado tipo de empresa. La organización de la agricultura


como una industria que produce valores intercambiables forma
parte, y de un tipo muy •concreto, de la misma división del tra­
bajo que genera la industria basada en el trabajo libre asala­
riado. Esta cr ea ció n de las condiciones que permite ,la existencia
de un mercado agrario-industrial basado en el intercambio de equi­
valentes nos muestra «qué desarrollo altamente diversificado de
las fuerzas productivas del trabajo, qué división del mismo, qué
diversas relaciones de los individuos en el marco de la produc­
ción, se requieren para que se produzca el trigo como mero valor
de cambio y, por tanto, como elemento de pleno derecho dentro de
la circulación; qué procesos económicos se requieren para hacer
de un campesino francés un arrendatario inglés».49
Nada puede ilustrarnos mejor las limitaciones del concepto de
«economía urbana» (Karl Bücher) y el dualismo económico entre
ciudad y campo que tal concepto presupone que el hecho de que
el capital comience a ejercer el control del proceso productivo
fu er a de la ciudad; en palabras de Marx, «en el campo, en las
villas carentes de gremios». Y ello no sólo es cierto para la indus­
tria basada en factorías que genera una jerarquía urbana completa­
mente nueva y situada fu er a de los límites del control municipal
ejercido por las poblaciones ya establecidas (como es el caso de
Manchester o Birmingham, qué por hallarse bajo jurisdicción seño­
rial no ponían impedimento alguno a la explotación del mercado
de. trabajo), sino también para las industrias domésticas rurales
(«domiciliarias») del Medioevo, que escapaban al control gremial al
tiempo que socavaban con sus mejores precios y salarios el mono­
polio urbano. Tal como han señalado Clark y Slack, «las trabas
[a la industria] impuestas por los controles urbanos existentes
fueron un factor mucho más importante que la creación de incen­
tivos por parte de la economía rural ... el crecimiento parece
haber sido alentado por la ausencia de controles comunitarios
rigurosos».30
49. Marx, Grundrisse, vol. III, p. 168, párrafo que cita R. Rosdolsky,
Genesi e struttura del «Capitale» di Marx, Bari, 1971, p. 2-21.
50. P. Clark y P. Slack, eds., Crisis and order in English towns 1500-
268 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

La migración rural de la industria corresponde a la primera


forma histórica que adopta el control capitalista de la producción,
es decir, la m an u factu ra . La manufactura amplió enormemente la
productividad social del trabajo a través de la multiplicación de
funciones pormenorizadas, subordinando zonas enteras del país
y ramas de la producción al capitalista urbano. Sin embargo, la
inclusión del trabajo en el seno del capital, siguió siendo externa
y formal. La producción sólo se vio modificada por una sub­
división de las tareas; el proceso productivo propiamente dicho
siguió por la misma senda que en los. modos de producción pre­
cedentes. Pero el advenimiento de la máquina, de la producción
mecanizada, produce una alteración cualitativa de este marco de
referencia; el capital se apodera de la substancia misma del pro­
ceso productivo, y reforma y diversifica dinámicamente todas las
ramas de la producción mediante la transformación técnico-orga­
nizativa del proceso productivo. La supresión uno tras otro de
todos los grilletes que coartaban la movilidad del trabajo y el
divorcio de la agricultura de una serie de procesos secundarios
(con las correspondientes revoluciones en el campo del transporte)
abre el camino a un permanente y acelerado proceso de urbaniza­
ción basado en la «concentración de la fuerza motriz social en
grandes ciudades» (Marx) y en la subordinación de la agricul­
tura, que pasa a convertirse en una mera rama de la industria.
El dominio de la ciudad ya no vendrá por más tiempo impuesto
desde el exterior. Ahora se reproduce como parte integrante del
proceso--de acumulación, transformando la producción rural y
asignándole una nueva ubicación espacial «desde dentro». Se defi­
ne de nueva planta la división territorial del trabajo, y se acen­
túan enormemente los desequilibrios regionales. La urbanización
capitalista no elimina y supera el atraso rural, visto, como en el
caso de Smith, como un legado de épocas pretéritas, sino que lo

1700, Londres, 1972, Introd., pp. 11, 33-34; M. J. Daunton, «Towns and
economic growth in 18th century England», artículo presentado al coloquio
que sobre el título genérico «Ciudades y crecimiento económico» organizó
la revista Past and Present en julio de 1975.
JOHN MERRINGTON 269

reproduce de tal forma que ahora el campo se ve subordinado


sobre unas bases aún más agobiantes. La creación de un «ejército
de reserva» de mano de obra barata y el éxodo rural difícilmente
pueden contemplarse como un «progreso» desde el punto de vista
rural.
La tendencia de la reproducción capitalista desarrollada es
revolucionar toda división del trabajo precedente (en contraste
con lo que indicábamos en el caso de la m an u fa ctu ra ). Recompone
la estructura de las fuerzas productivas mediante .una constante
«alteración del trabajo, de la fluidez funcional y de la movilidad
universal». Socava las relaciones preexistentes entre, el trabajador
y su trabajo; el valor de uso de su trabajo contribuye a la subor­
dinación del trabajo no diferenciado al trabajo .fijo acumulado
(capital constante), y arrastra el campo hacia la fábrica y a la
fábrica hacia el campo en su desasosegada búsqueda de mano de
obra fresca. Durante esta fase de nivelación y movilización del
mercado de trabajo la «ciudad factoría» ya comienza a prefigurar
la conurbación desparramada, la «megalópolis» del siglo xx, la
absoluta n eg a ció n de la «ciudad» para sus críticos y planificado-
res humanistas. La capacidad del capital totalmente socializado
para apropiarse del contenido de las primeras utopías basadas en
el ideal de un medio ambiente equilibrado, para transformarlas
en un «problema técnico al servicio de poderes establecidos neo-
conservadores», queda demostrada por la «ciudad jardín» ideal (es­
carnecida en 1898 por los fabianos al contemplarla como una
mera construcción de castillos en el aire) y su realización práctica
en la desu rb a n iz a ción p la n ifica d a d e la m e tr ó p o lis que ha preten­
dido en nuestro siglo diluir la ciudad en la «región urbana», esta­
blecer una planificación global del binomio campo-ciudad. («Ciu­
dad y campo — escribe Howard— deben casarse para que de su
unión nazca una nueva vida, una nueva esperanza, una nueva
civilización.») La movilidad de un capital social maduro presupone
la existencia de una capacidad para reconstruir sobre nuevas ba­
ses, permanentemente revisadas, la división entre campo y ciudad.
La oposición ciudad-campo se transforma en la oposición p r e c io s
in d u stria les-p recio s a gríco la s. Y desde que la necesidad de contro­
2 7 0 DEL FEUDALISM O AL C A P IT A L ISM O

lar el coste de la reproducción de la fuerza de trabajo- — el precio


del reformismo en nuestros días— choca, con los intereses de los
productores agrícolas,, dicha oposición descansa más en la toma de
medidas políticas globales que. en la mera determinación de los
precios que aparecen en el mercado (subsidios, cuotas, fijación de
precios).51 .
Distingamos, pues, las dos principales rupturas o discontinui­
dades en esta historia, que no pueden juzgarse bajo el prisma de
una concepción unidimensional de la «urbanización» como pro­
ceso correlacionado con el crecimiento económico, ni admitiendo
la acción autónoma de una «economía urbana» que actuaría sobre
el campo desde su exterior. La primera de dichas discontinuida­
des coincide con la ampliación del mercado al ámbito territorial
del estado, con lo que las economías mercantiles urbanas del
modo de producción feudal ven notablemente reducida su esfera
de operatividad, y el crecimiento de las manufacturas e industrias
rurales socava de forma acusada la producción gremial. La acumu­
lación originaria adopta en gran medida la forma de una capitali­
zación de las relaciones feudales, la actividad mercantil sigue mo­
viéndose en un marco exterior al sistema productivo y la acumu­
lación nacional se contempla en términos de «suma nula», a modo
de agregación de la capacidad de producir renta con destino a ob­
jetivos fiscales y militares (así se computa en los cálculos de Petty,
King y Vauban). El crecimiento de las ciudades, sean capitales
de estado o no, es por lo general inestable dada la ausencia de una
agricultura capitalista. El dominio ejercido por la ciudad es el del
rentista, dependiente siempre de las condiciones políticas y milita­
res externas, y factores que dejan muy clara esta situación son su
dependencia de un frágil sistema de abastecimientos y de la emi­
gración rural, incluso cuando logró mantener un nivel constante
de población. La segunda ruptura, que se presenta de la mano de
las ciudades industriales, extiende la reproducción del proleta­

51. M. Bookchin, The limits of the city, Nueva York, 1974, cap. IV;
Marx, El capital, vol. I, cap. XV. Recuérdese la oleada de protestas cam­
pesinas desatada en Europa en 1974.
JOHN MERRINGTON 271

riado y la agricultura capitalista y señala el punto de partida


hacia un crecimiento urbano a u tó n o m o , con lo que se superan
los límites corporativos impuestos al desarrollo de la ciudad me­
diante el control del proceso productivo visto como un todo y su
subordinación a los dictados de la ley del valor. Esta remodela­
ción transforma las primitivas ciudades corporativas dedicadas a
la actividad mercantil y gremial en meros centros de distribución
y en refugios de las clases pasivas adineradas. Evidentemente
estas redefiniciones cualitativas no se obtienen contemplando las
«ciudades» como protagonistas de la historia, sino asignando dicho
papel al modo de producción dominante, que es el que determina
las condiciones globales en que prosperan o no determinadas ciu­
dades. Las ciudades, a pesar de su papel de abanderados cu ltu ra ­
l e s , reflejan las condiciones de la acumulación rural a la que tanto
contribuyeron. De forma similar, el despotismo de las modernas
aglomeraciones metropolitanas, que tiene su base en el trabajo
asalariado, «sólo quedará abolido con la abolición del modo de
producción capitalista» (Engels).
Debe quedar también muy claro que la transición al capita­
lismo urbano asentado sobre el mercado no se .produjo sin el
concurso de crisis y resistencias masivas. La extensión de este
mercado se caracterizó por un «tipo de crisis» (analizada por pri­
mera vez por Labrousse) engendrada por la quiebra del sector de
abastecimiento alimenticio, crisis que provocó las más violentas
polarizaciones entre ciudad y campo que recoge la historia mo­
derna. En Inglaterra, la respuesta local a la creciente intromisión
del mercado metropolitano y de exportación tomó la forma de
tumultos para proveerse de comestibles, un estimable movimiento
popular en defensa de los mercados regulados localmente con el
trasfondo de la concepción moral a favor de una economía de
avituallamiento «justa». La defensa medieval de los intereses del
consumidor urbano — sustentada por medidas tales como la pro­
mulgación de leyes destinadas a fijar, los precios, la garantización
de la venta libre en el mercado local, la eliminación de interme­
diarios y la prohibición del acaparamiento— tomó nueva vida en
los siglos x v i i y x v i i i bajo la forma de un movimiento de resis­
272 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

tencia frente a los comisionados que abastecían de granos el mer­


cado de Londres.52
En Francia, donde la situación se agravaba a causa de com­
pleja fragmentación de los mercados controlados localmente, las
malas y escasas vías de comunicación y las barreras fiscales («las
exportaciones viajan a favor de la corriente del río, mientras que
las importaciones deben remontarla» [Cobb]), la resistencia al
libre comercio y la lucha encaminada a controlar la economía de
avituallamiento fue mucho más dura y persistente. La precaria
naturaleza de las áreas locales de abastecimiento y su dependencia
casi general de un solo cultivo, situación que subyace la vacilante
economía del a n clen r é g im e , fue peculiarmente propensa al colap­
so en épocas de carestía, y quedó desballestada por completo con
las políticas a favor de un libre comercio de granos (como en la
adoptada en 1775 por Turgot). La «crisis de subsistencia» revo­
lucionaria, combinada con el desmantelamiento de todos estos
controles económicos mantenidos como reliquias del viejo orden,
llevó rápidamente, en un contexto de guerra e inflación, a lo que
Cobb ha descrito como una guerra de subsistencia entre ciudad
y campo. La alianza que en 1789 establecen campesinado y bur­
guesía frente el enemigo común, el régimen señorial, abrió el
camino al terrorismo económico urbano del segundo año (control
de los precios, requisamiento y bandolerismo colectivo por parte
del ejército revolucionario combinado con la descristianización y
negativa al reclutamiento militar que manifestó la población urba­
na). La crisis, en la que cada área de avituallamiento local se en­
frentó con las demás, ciudades contra campo, ciudades contra
ciudades, todas las ciudades unidas contra el imperialismo de París,
reveló en toda su amplitud las dependencias a que estaba sometido
el consumidor, tanto el del campo como el de la ciudad. La domi­
nación de la ciudad quedó reflejada con toda su fuerza por el
desarraigo de grandes masas de consumidores rurales, que emigra­
52. Cf. E. P. Thompson,- «The moral economy of the English Crowd
in the 18th century», Past and Present, n.° 50 (febrero 1971), pp. 76-136,
donde se traza una vivida y penetrante reconstrucción de estos movi­
mientos.
JOHN MERRINGTON 273

ron a las concentraciones Urbanas en busca de provisiones con que


alimentarse. El desmantelamiento del control de los precios, una
vez derrotado en el tercer año el movimiento popular, propició la
revancha del productor rural. Según el credo de los sa n s-cu lo tte
debía «hacérsele sentir ,[al campo] todo el peso de un terror po­
pular dirigido por los ciudadanos», pero aquél decidió resistir con
huelgas y rebeliones federalistas y contrarrevolucionarias que tu­
vieron como centro generador el oeste y el sur del país. Como en
el caso de Rusia en los años posteriores a 1917 (comunismo de
guerra), este colapso y el odio y la polarización por él generados
permanecieron en la memoria popular por mucho tiempo. En el
caso concreto de Francia, avivó el antirrepublicanismo campesino
durante la tercera república.53
La abolición de la antítesis entre ciudad y campo es un obje­
tivo clásico del socialismo revolucionario que arranca de los días
de la publicación de El m a n ifiesto co m u n ista . Al tener que enfren­
tarse con el atraso de instituciones y relaciones sociales rurales
en buena parte de los países de Europa* así como con pervivencia
del peso político de los «intereses terratenientes» como armazón
sustentadora del estado, el problema de la alianza de clase, de
«llevar la lucha de clases al campo» (Lenin), dio una relevancia
inmediata y prioritaria a este objetivo. Frente a las creencias ro­
mánticas y populistas sustentadoras de una separación entre el
mundo rural y el industrialismo, los socialdemócratas ensalzaron
el desarrollo capitalista del campo y la eliminación de la pequeña
propiedad, viendo en estos puntos las premisas necesarias para
que se produjera la conjunción de las clases explotadas urbana
y rural bajo el liderazgo del proletariado urbano. En otras pala­
bras, la perspectiva in m ed ia ta era fomentar el desarrollo del capi­
talismo para superar la separación de una estructura rural atra­
sada. ¿Qué eslogans concretos pódía emplear la socialdemocracia
para constituirse en la vanguardia de la «revolución rural» y en-
53. Richard Cobb, Les .armées revolutionnaires\ y The pólice and the
people, Oxford, 1970, 3.a parte, que contiene un brillante análisis de los
antagonismos campo-ciudad y de la política de escasez durante la revolu­
ción francesa.

1 8 . ---- H ILTO N
2 7 4 DEL FEUD ALISM O A L C A P IT A L ISM O

frentarse con éxito a las consignas de las organizaciones campe­


sinas rivales? La tendencia a atacar la parcelación de la tierra
y las dudas tácticas que provocó esta postura muestran claramente
las oscilaciones de la socialdemocracia alemana en el análisis de
la cuestión de la tierra frente a la integración capitalista total
defendida por los estados controlados por los reaccionarios aris­
tócratas prusianos. Por otra parte, la tendencia a contemplar el
atraso rural como una supervivencia capitalista obsoleta, exterior
y opuesta al desarrollo capitalista propiamente dicho, pasó por
alto los numerosos casos en que dicho atraso era por completo
''función del proceso de acumulación total.
La existencia de un «problema agrario» separado se considera­
ba como un legado del fracaso histórico de la burguesía para
llevar a buen término su vocación democrático-revolucionario en
el campo, tarea que asumía ahora el proletariado como abande­
rado del progreso urbano. Más allá de todas las oscilaciones y
diferencias tácticas, la base sobre la que asientan los «desafíos
políticos» de buen número de comunistas desde la década de los
treinta hacia acá es su creencia de que la clase obrera tiene la
capacidad, al tiempo que la tarea, de resolver o «mejorar» los
lím ites e in su ficien cia s del desarrollo capitalista. Los regímenes
fascistas son una prueba de la bancarrota histórica de la burgue­
sía, comprometida con la «casta burocrático-agraria» a través de
su alianza con los intereses financieros y monopolistas, y, por
tanto, incapaz de asegurar todo desarrollo o progreso ulterior.
La concepción del fascismo como una alianza del capital fi­
nanciero con los elementos rentistas más atrasados de la sociedad
(Dimitrov) ha permitido las correspondientes aperturas a la alianza
con las fuerzas más progresistas del capitalismo (frentismo, las
nuevas democracias). En los países del tercer mundo vemos la
aparición de un dualismo similar cuando las burguesías «naciona­
les» se aprestan a adoptar una postura progresiva frente a los
residuos de feudalismo rural. La hipóstasis de Sweezy de la diná­
mica del desarrollo capitalista corresponde a úna proyección evo­
lucionista al terreno del.marxismo de la necesidad de una com-
pletación unilateral del «estadio» capitalista, que requiere una
JOHN MERRINGTON 275

extensión infinita del capitalismo como vehículo de progreso des­


tinado a remover todos los obstáculos precapitalistas para que,
finalmente, el perfeccionamiento «racional» de esta evolución que­
de en manos del futuro socialismo.
En realidad, la brecha entre el capital industrial productivo y
la «aristocracia financiera» de base rentista la cerró Marx, y la
evolución histórica real del capitalismo, en 1857. La crisis mundial
de 1857 coincidió con el descubrimiento por parte de Marx del
mecanismo de las crisis del capitalismo maduro como producto
de la contradicción entre el dinero como mercancía y el dinero
como capital. Esta crisis no fue provocada, no la provocó ningún
fallo en el sector de abastecimiento sino la contradicción entre
«banco e industria», entre dinero y capital contemplados como
unidad contradictoria a escala internacional. En Francia, la solu­
ción «utopista» saintsimoniana a la separación entre capital y
propiedad agraria, en la que la victoria cayó del lado del in d u stria l
frente al ren tista , tuvo que esperar el advenimiento del colapso
de 1848 y la amenaza de la clase obrera para que se consolidara
la unión entre tierra y capital del lado del «partido del orden».
El «socialismo bonapartista» (Marx) tomó la vía de un «gobierno
de liquidez, de proudhonismo monetario y de cr e d it m o b ilier »
para recomponer los ahorros e ingresos del rentista terrateniente
en el marco de un desarrollo industrial, del mismo modo que el
«crédito estatal» lasalliano no se convirtió en realidad empírica
hasta que Bismarck tomó el poder. Así pues, y de acuerdo con
estas experiencias, Marx se vio obligado a reelaborar sus primeras
críticas a los esquemas crediticios planteados por los socialistas
utópicos y expuestos en los G ru n d risse; abandonó su primitivo
modelo manchesteriano del «parasitismo» del capital financiero,
substituyéndolo por un análisis del dinero y del crédito como
articulación in m a n en te de la socialización del capital y motor de
sus crisis.54
*7

54. Cf. Sergio Bologna, «Moneta e crisi: Marx corrispondente della


New York Daily Tribune», Primo Maggio, n.° 1 (1973), un penetrante
análisis de esta transición a un capital totalmente socializado según los
escritos de Marx en la década 1850-1860. Una versión ampliada de este
276 DEL FEUDALISM O A L C A P IT A L ISM O

Concluyamos. La tendencia dualista a separar el progreso urba­


no del atraso rural, vista como una reliquia del pasado, debe
ceder su plaza al hecho de que «urbanización» y «ruralización»
son caras opuestas de un mismo proceso de la división capitalista
del trabajo. No obstante, la concepción de las ciudades como
agente histórico situado tras de todo cambio está profunda y
perdurablemente enraizada desde un punto de vista cultural. Las
raíces culturales de este supuesto han sido delineadas por Ray-
mond Williams en su estudio sobre el contraste campo-ciudad
dentro de la literatura inglesa, con el característico y. ambiguo
cambio desde una idealización de la inocencia rural, la Arcadia
perdida, a un desdén urbano por la «necedad rural».55 Williams
tiene algunas recriminaciones que dirigir a los «socialistas metro­
politanos» que han dado crédito al mito de la pasividad rural
y de la tendencia urbana a adoptar una postura progresiva desde
el punto de vista capitalista. Este saludable recordatorio sobre
las incursiones evolucionistas de la ideología urbana en el campo
del pensamiento socialista sugiere la necesidad de un retorno
crítico a Marx.

ensayo aparece en S. Bologna, P. Carpignano y A. Negri, Crisi e organiz-


zazione operaia, Milán, 1974.
55. Raymond Williams, The country and the city, pp. 50-51.
N o t a b ib l io g r á f ic a

Los ensayos .que recoge el presente volumen fueron publicados


inicialmente en las siguientes revistas: Paul Sweezy, «Crítica» y
Maurice Dobb, «Respuesta», en S cie n ce an d S o ciety (primavera
1950); Kohachiro Takahashi, «Contribución al debate», en S cien ­
c e an d S o cie ty (otoño 1952); Maurice Dpbb, «Nuevo comenta­
rio», y Paul Sweezy, «Contrarréplica», en S cien ce an d S o ciety
(primavera 1953); Rodney Hilton, «Comentario», y Christopher
Hill, «Comentario», en S cien ce an d S o ciety (otoño 1953); Geor-
ges Lefebvre, «Algunas observaciones», en La P e n s é e (febrero
1956); Giuliano Procacci, «Perspectiva sobre el debate», en So-
cieta , XI, 1955; Rodney Hilton, «Capitalismo. ¿Que hay tras
esta palabra?», en P ast an d P r esen t (febrero 1952); Eric Hobs­
bawm, «Del feudalismo al capitalismo», en M arxism T oda y (agos­
to 1962); Maurice Dobb, «Del feudalismo al capitalismo», en
M arxism T od a y (setiembre - 1962); John Merrington, «Ciudad y
campo en la transición al capitalismo», en N ew Left R e v ie w ,
n.° 93 (setiembre-octubre 1975).

N ota b io g r á f ic a

Paul Sweezy es editor de la M on th ly R ev iew , Maurice Dobb


fue fe llo w del Trinity College, en la universidad de Cambridge;
278 DEL FEUDALISM O A L CAPITALISM O

Kohachiro Takahashi es profesor de historia en la universidad de


Tokio; Rodney Hilton es profesor de historia en la universidad de
Birmingham; Christopher Hill es m a ster del Balliol College y pro­
fesor de historia en la universidad de Oxford; Georges Lefebvre
fue profesor de historia en la universidad de París; Giuliano Pro-
cacci es profesor de historia en la universidad de Florencia; Eric
Hobsbawm es profesor de historia en el Birkbeck College de la
universidad de Londres; John Merrington es le c tu r e r de historia
en el politécnico de Middlesex.
ÍNDICE

R odney H il t o n : Introducción . . . . . . 7

El d e b a te s o b r e la tra n sición
P a u l S w e e z y : C r í t i c a ................................................... 43
M a u r i c e D o b b : R e s p u e s ta ............................. ....... . 78
K o h a c h i r o T a k a h a s h i : Contribución al debate . 93
M a u r i c e D o b b : Nuevo c o m e n ta rio ............................. 137
P a u l S w e e z y : Contrarréplica............................................ 142
R o d n e y H i l t o n : Comentario............................................153
C h r i s t o p h e r H i l l : C o m e n ta r io ............................. 166
G e o r g e s L e f e b v r e : Algunas observaciones . . . 172
G i u l i a n o P r o c a c c i : Perspectiva sobre el debate . . 180

M ateriales a d icio n a les


R odney H il t o n : Capitalismo. ¿Qué hay tras esta pa­
labra? . . ..................................... ....... . . 203
E r i c H o b s b a w m : D e l fe u d a lis m o a l c a p ita lis m o . . 223
M a u r i c e D o b b : D e l fe u d a lis m o a l c a p ita lis m o . . . 231
J o h n M e r r i n g t o n : C iu d a d y c a m p o e n la tr a n s ic ió n
al capitalismo . . ............................................ 238

N ota b i b l i o g r á f i c a ................................................ ....... . 277


N ota b i o g r á f i c a .................................................................. 277

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