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ISSN 1409-214X. Ambientico 234, Artículo 6 |Pp.

39-48|

San José: de lo rural


¿a lo urbano?

Andrés Fernández
Arquitecto. Crítico de
arte y arquitectura
(andfer1@gmail.com).

A
finales del siglo XIX, la pintura profana daba sus
primeros pasos en Costa Rica. De ese momento, nos
queda un doble testimonio del papel que la imagen
de la ciudad, y por lo tanto de lo urbano, jugaba en el ima-
ginario social imperante entonces en relación con lo rural,
tan cercano todavía, tanto en términos físicos como de re-
presentación de lo deseable. En el primer caso, se trata de
un pequeño óleo de
quien puede consi-
derarse el pionero
de la pintura costa-
rricense; en el se-
gundo, de una obra
de gran formato de
un consolidado pin-
tor alemán de paso
por el país; ambas,
eso sí, comparten
como referente a la
Volver al índice ciudad de San José. Ezequiel Jiménez. Casa de adobes (hacia 1887). Óleo sobre
papel, 26 x 32 cm. Colección del Banco Central de Costa Rica.

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capitalino, notorio
tanto en la mancha
urbana como en los
edificios que la des-
tacan; mientras que
la de Jiménez –una
vieja casa colonial
ubicada al extremo
sur de la calle Cen-
tral, donde está hoy
la Maternidad Ca-
rit– es la subjetiva
G. Langenberg. Paisaje de San José (1891). Óleo sobre tela, 89 x 211 cm. Colección del
Banco Central de Costa Rica. resistencia del local
a dicho crecimiento
Refiriéndose a ellas, sostiene Rojas y a sus implicaciones humanas.
(1990, p. 64.): “La dicotomía del paisaje En estas líneas, partiré de que la
ciudad-campo queda bien entendida cuan- premisa de Mumford para deslindar la di-
do comparamos la casa de adobes que pintó cotomía ciudad-campo, válida para el ori-
Ezequiel Jiménez en 1887 y la vista pano- gen del proceso civilizatorio más antiguo
rámica de la ciudad de San José de 1891, hasta ahora conocido, es susceptible de
hecha por el pintor alemán G. Langenberg. aplicarse también a la génesis de tal pro-
Cuando se observan simultáneamente am- ceso en el llamado Valle Central de Costa
bos cuadros, se puede apreciar, por el for- Rica, y más concretamente a San José,
mato, cómo en (…) Jiménez el paisaje reve- la ciudad centro y eje del país. Como ar-
la cierta intimidad, mientras que, en el de quitecto e investigador, considero que las
Langenberg, lo impresionante de la pano- implicaciones que de ello se desprenden
rámica refleja el crecimiento urbano”. para la comprensión del proceso histórico
En su ya clásica obra, Mumford que llevó al abandono de la ciudad capital
(1979) apunta cómo, en el arte mesopo- por parte de sus habitantes usuales des-
támico, la ciudad se hace visible, adquie- de mediados del siglo XX, como reflexivo
re imagen, solo cuando está cabalmente prólogo a un posible y deseable proceso de
desarrollada, es decir, cuando está dedi- re-poblamiento de dicha área urbana, son
cada tanto al control interno (Kulturs- tanto o más necesarias e interesantes que
tand) como al predominio externo (Po- cualesquiera propuestas que en ese senti-
lizeistand). En ese sentido, el cuadro de do puedan hacerse por ahora.
Langenberg –una vista desde el actual
Parque Nacional– es la mirada ajena
que visibiliza y objetiva el crecimiento

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Comparación proporcional de las citadas obras de Jiménez y de Langenberg.

Como anota Bustamante (1996), en de un complejo enriquecimiento de la vida


la misma época en que aquellos dos cua- psíquica: en el pueblo, el ritmo de vida no
dros daban tan disímil visión del mismo solo es más lento y habitual, sino que la
objeto, Ferdinand Tönnies (1855-1936) imagen sensorial y espiritual de la vida
publicaba su obra Comunidad y sociedad. fluye más regularmente; en la ciudad, al
En ella, el sociólogo alemán planteaba contrario, el veloz e incesante cambio de
cómo la comunidad –rural u orgánica– se impresiones, internas y externas, intensi-
caracteriza por las relaciones sociales de fica la vida nerviosa y contribuye por eso al
tipo personal y afectivo, representadas enriquecimiento de una imagen individual
por instituciones sociales como la fami- y disgregada de la misma (Bustamante,
lia; mientras que en la sociedad –urbana 1996). Así, el paso de la individualización
o artificial– dichas relaciones son imper- sociológica a la individuación psicológica,
sonales y racionales, y su institución re- y la inseguridad que tal proceso despierta
presentativa es la fábrica, base de una en el ser humano, está en la base misma
división social del trabajo más compleja de la dicotomía existencial campo-ciudad,
que la producida por el campo, división evidente en las dos obras que sirven de
que a su vez separa a ambos tipos ideales pretexto a estas líneas.
de relación. Por la misma razón, y al igual que
El paso de una a otra, ciertamente, en la pintura, en la naciente literatura
era la circunstancia josefina por entonces, costarricense se siente una significativa
al igual que la de toda Hispanoamérica. No nostalgia por las sentimentales relaciones
obstante, tanto aquí como allá, no se trata- sociales de la vida rural, que se percibía
ba solo de una sustitución, sino también como desapareciendo ante el embate de lo

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urbano. Al respecto, Quesada Soto (2008, implicaciones sociológicas y psicológicas,


pp. 18-19) apunta: “No obstante, las fron- no se dio por entero en nuestro medio, no
teras que demarcan los límites entre la obstante el esfuerzo del proyecto liberal
incipiente urbe y los cafetales y potreros de nación por civilizarlo, pudiendo con-
aledaños eran difusas; las costumbres y cluirse que el meseteño no sabe vivir en
paisajes urbanos no se distinguían neta- ciudad, empezando porque no sabe nom-
mente de las tradiciones y parajes rurales brarla, y, como en la lengua reside el elu-
que los circundaban y complementaban; sivo ser de los pueblos, puede que en ella
la mentalidad urbana y los discursos de resida también la respuesta a tal hecho.
la modernidad letrada no habían roto por Así, comenta Láscaris (1975, p. 67)
completo sus ligámenes con las culturas que una primera observación importante
orales, la mentalidad rural, y los valores sobre el meseteño es que en su lengua co-
tradicionales o campesinos: si bien la ciu- tidiana “no existe la distinción castellana
dad se percibe como un campo de fuerzas de: lugar, pueblo, villa y ciudad. Hay algo
e intercambios sociales distinto del mun- parecido en la Administración Pública…
do rural y campesino, lo que predomina pero en la vida real no funciona. En Costa
en el imaginario cultural de los josefinos Rica todas son ciudades. (…) Todo núcleo
de principios de siglo [XX], es más bien urbano es llamado ciudad, de hecho; y de
una compleja red de oposiciones e inte- derecho cuando se puede… solo hay dos
rrelaciones que enlaza, y separa al mis- polos: montaña y ciudad. (…) El resultado
mo tiempo, la incipiente metrópolis y su es, y visible, que la vida en las ciudades es
entorno rural, la tradición y el progreso”. campesina”. Incluso, el autor va más allá
Ese trasfondo campesino en el ser cuando apunta que: “probablemente no se
del costarricense del Valle Central –el ha tratado de un dilema entre vivir en la
denominado tico con toda propiedad, por ciudad y vivir en el campo, sino de vivir a
su gentilicio cultural– ha sido anotado, la manera de la ciudad (racionalmente) y
sin excepción, por los textos clásicos de a la manera del campo, o mágicamente”
nuestra sociología, desde Rodríguez Vega (1975, p. 65).
(1953) y Cordero (1964), hasta Barahona Realizadas en los años setenta del
Jiménez (1975) y González Dobles (1995), siglo pasado, las atinadas observaciones
pasando por supuesto por la mirada del de Láscaris demuestran que la resisten-
otro, que sería la de Láscaris (1975), sin cia a la dicotomía campo-ciudad por parte
dejar de lado algunos interesantes en- del meseteño en general y del josefino en
sayos de menor extensión, obra de otros particular, expresada en los cuadros de
autores nacionales. De tales textos, si Jiménez y Langenberg, seguía viva aún;
bien por medio de escogidos fragmen- que la imagen urbana, su re-presentación,
tos, se desprende que el paso aquel de la tanto en términos de control interno como
comunidad a la sociedad, con todas sus de predominio externo, no había logrado

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consolidarse todavía, a pesar de ser San ancestros enmontañados, y enmontaña-


José, en el sentido político, una ciudad, miento al eje fundante de la mentalidad
en tanto que capital de la República. Asu- del costarricense de la meseta. Continúa
mida así la no-consolidación de la ciudad Bonilla (ibid., pp. 274-275): “Ciudad y
como idea en el imaginario del josefino, campo, entonces como hoy, no son úni-
cabe ahora preguntarse por qué se dio ese camente dos planos de coexistencia sino
hecho, qué causas lo promovieron a con- dos distintas concepciones de la vida que
dición existencial y cuáles la sostuvieron tienen una base histórica y que, además,
en el tiempo. determinan la estructura de una nación.
Durante el proceso formativo colonial
dominó el campo en Costa Rica y no fue
sino en el siglo XIX cuando, por obra del
A la primera interrogación, puede mayor desarrollo económico y del espíritu
responderse, con Bonilla (1971, pp. 272- liberal, se inició en San José la consolida-
273), que: “durante los tres siglos del co- ción de la ciudad y con ella la del Estado,
loniaje, que constituyeron nuestro perío- pero predominando en ellos un espíritu
do de formación nacional, no se consiguió campesino (…)”.
formar una ciudad. Es este un hecho fun- Respondiendo así al porqué histó-
damental y determinante en nuestro ser rico del espíritu campesino del meseteño
histórico. (…) Cartago, el mayor núcleo y su consecuente resistencia a la ciudad
de población y sede de los gobernadores, y a lo urbano, queda saldado también el
no fue una ciudad. Su magnitud física y porqué del enmontañamiento como condi-
humana era mínima; su acción directora ción existencial del tico y, más allá, de tal
y centralizadora se debía exclusivamente fenómeno como una de las determinantes
a que era el principal asiento de la raza de nuestra estructura nacional. Luego, si
blanca; [pero] carecía de medios de traba- como refiere Bonilla, con San José se ini-
jo y sus gentes buscaron en los siglos XVII ció la consolidación de la ciudad en Costa
y XVIII la expansión rural y la disgrega- Rica, cabe preguntarse si tal afirmación
ción (…), [mas] no para fundar nuevos se logró o pasó siquiera de ser un hecho
núcleos de convivencia sino para aislarse político, y si fue esa la causa que sostu-
en sus haciendas”. vo en el tiempo al enmontañamiento di-
De ahí que las fundaciones en el cho, como nuestra condición existencial
Valle Central Occidental –Heredia, San espacio-temporal y por eso criolla por
José, Alajuela y Escazú– solo fueran tar- excelencia.
díamente desarrolladas durante todo el Al respecto, con Lefebvre (1976, p.
siglo XVIII, a fuerza de autoridad y con- 40) cabría responder que: “la ciudad po-
tra la voluntad de los colonos. De ahí, lítica no es aún lo urbano. Apenas si lo
también, que Láscaris llamara a nuestros intuye. No obstante, aunque la ciudad

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política se halle tan enraizada como las espacio-temporal: unas hipótesis teóricas
comunidades rurales y muy marcada por en proceso de verificación” (ibid., pp. 34-
su proximidad, la división (básica) del 35 y 38).
trabajo entre los dos estamentos de la so- Según Lefebvre (ibid., pp. 41-42):
ciedad ya ha tomado forma. Una serie de “La racionalidad industrial, al rechazar
contraposiciones llamadas a desarrollar- las particularidades, destroza pura y sim-
se, tales como trabajo material y trabajo plemente la naturaleza y todo lo que tie-
intelectual, producción y comercio, agri- ne relación con la naturalidad. Lo cual se
cultura e industria, se unen a la distin- traduce en una obsesión, en un segundo
ción entre ciudad y campo”. estadio de las conciencias, del pensamien-
¿Cómo se desarrolla entonces lo ur- to y del lenguaje. (…) ¿En nombre de qué
bano como algo claramente diferenciado lo hace? En nombre de la razón, de la ley,
de lo rural? Lefebvre responde –y de su de la autoridad, de la técnica, del Estado y
respuesta partiré para mi local propósi- de la clase que ostenta la hegemonía. Todo
to también–: “Nosotros hablamos de tres es válido a la hora de legitimar y entroni-
campos o terrenos. También podríamos zar un orden general que corresponde a la
decir que se ha dado sucesivamente el lógica de la mercancía, a su mundo, cons-
descubrimiento, la emergencia y la cons- truido por el capitalismo y la burguesía a
titución de tres continentes: lo agrario, lo escala verdaderamente mundial”.
industrial y lo urbano. (…) Tres estratos. En Costa Rica, durante la segunda
Tres épocas. Tres campos, no solamente mitad del siglo XIX y la primera del XX –
de fenómenos sociales, sino también de la República cafetalera, de 1848 a 1948–,
sensaciones y percepciones, de espacios y la formación social se desarrolló bajo un
de tiempos, de imágenes y de conceptos, capitalismo agrario cuya característica
de lenguaje y de racionalidad, de teorías básica fue la consolidación de una cúspide
y de principios sociales: burguesa-oligárquica que dominó el pro-
ceso de concentración y centralización de
• lo rural, la riqueza, proceso que a su vez permitió
• lo industrial, tanto la entrada del país al mercado mun-
• lo urbano, dial como el que su capital se consolidase
como ciudad política. Empero, siguiendo
con todas sus emergencias, inter- la hipótesis de Lefebvre, la ausencia de lo
ferencias, desfases, avances y retroce- industrial al cabo de ese siglo de acumu-
sos, desigualdades en el desarrollo. Y, lación originaria terminó a la postre por
sobre todo, con sus transiciones dolo- aplazar el paso de lo rural a lo urbano,
rosas, con sus fases críticas. He aquí, como mínimo, en la ciudad capital y su
pues, lo que surge de los jalones del eje área metropolitana, condición que se ha

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sostenido en el tiempo, pues es percepti-


ble hasta el día de hoy.
Tal ausencia de lo industrial, por
lo menos desde el discurso político social-
estatista –aquí autodenominado social-
demócrata– trató de llenarse después de
1948 con la así llamada modernización
de Costa Rica y de su Estado, proclama
que, en esencia, quería significar la diver-
sificación de su producción agrícola y el
impulso a la industrialización, precisa-
mente. Con ambos objetivos en mira, el
Estado creció a un ritmo acelerado en un
intento por simular economías de escala
que redundó en la burocratización que
empezó a saturar todos los ámbitos de la
vida ciudadana costarricense, pero que en
buena medida logró la primera de dichas
metas. Con la segunda, en cambio, los re-
sultados fueron ambivalentes.
Durante los años cincuenta, como
parte del proceso de diversificación eco- Juan José Pucci, Paisaje urbano, San José centro.
nómica, se dio una rápida expansión del
capital tanto en la ciudad como en el cam- Vega Carballo (1986, p. 356), usar tal tér-
po, así como una creciente participación mino para referirse a lo que estaba suce-
económica del Estado, que dieron como diendo entonces es inexacto; se trataba,
resultado el desarrollo de un mercado in- en suma, de lo que se ha llamado la in-
terno más amplio y dinámico. Por ello, la dustria sin industrialización.
industria recibió un estímulo básico para Ciertamente, el crecimiento del sec-
su crecimiento al generarse a su vez una tor industrial provocó un cambio en la
creciente demanda interna de productos economía regional, al desplazar al café
de consumo directo (Esquivel, 1985). Así, como la principal actividad productiva
con el ingreso del país al Mercado Común en las cercanías de la ciudad capital, sen-
Centroamericano, en 1963, alentado por tando así las bases de su correlato terri-
el optimista clima de la Alianza para el torial: la aparición de un espacio urbano
Progreso, parecía que, en efecto, la predi- metropolitano (Vargas y Carvajal, 1988).
cada modernización se traducía en indus- No obstante, ese crecimiento de la huella
trialización; no obstante, como advierte urbana no implicó necesariamente que la

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división social del trabajo, y consecuente- internacionales del café y del petróleo así lo
mente las relaciones sociales de produc- permitieron: limitación burguesa sobre un
ción, sufrieran en realidad transiciones trasfondo campesino (Ulloa, 1986, p. 138).
dolorosas ni que se vieran sometidas a En realidad, era el fracaso de lo ur-
fases críticas de esas que racionalizan el bano en Costa Rica, el producto del no-
imaginario social irreversiblemente. desarrollo de un espacio-tiempo renovado
El potencial trauma social se palió por la racionalidad industrial y converti-
en buena medida gracias a la educación do por eso en racionalidad urbana, es de-
masiva desarrollada en paralelo con la di- cir, humana. Esa carencia de conflictivi-
versificación económica, escolaridad que dad a fondo entre lo rural, como pasado
confundió la urbanidad con las buenas y tradición, y lo urbano, como presente y
maneras y no enseñó jamás a vivir en ciu- progreso, ocasionada por la ausencia de
dad, proceso intrínseco a la in-
dustrialización. Como señalara
Pacheco (1976, p. 102): “con la
creación masiva de escuelas y
colegios de enseñanza media en
todas las cabeceras de los can-
tones y aun en distritos lejanos,
el campesino ha comenzado a
desaparecer. Lo desplaza, con
base en una culturización ar-
tificial de nuestro pueblo, una
clase media de una mentalidad
campesina intacta”.
La artificialidad de tal cul-
turización se vio reforzada por la
absorción laboral de gran parte
de esos estratos medios por la
burocracia estatal, con lo que la
apariencia de modernización de
pretensión industrial –por de-
más limitada al centro de la aglo-
meración urbana dicha– pareció
real al menos durante la llama-
da edad de oro de la clase media
costarricense, de 1950 a 1978,
es decir, mientras los precios Juan José Pucci, Paisaje urbano, San José centro.

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despoblaron, ya antes de
la debacle urbana de la
década perdida de 1980.
Así, lo que se había
iniciado un siglo atrás y
que en estas líneas ilus-
tramos con la falta de
horizonte de un pintor
local frente a uno extran-
jero –la argumentada re-
sistencia ancestral del
meseteño a lo urbano–,
ha llegado a amenazar
incluso la preponderan-
cia política de la capital,
una ciudad difuminada
Juan José Pucci, Paisaje urbano, San José centro.
en medio de su área me-
industrialización, llevó a la convivencia tropolitana que hoy ni siquiera alberga la
de sus formas en una ciudad política que sede del Poder Ejecutivo de la nación, ni
no logró por esa razón consolidarse como tampoco, en un sentido estricto, la de su
imagen –re-presentación–, puesto que propio gobierno local, para no mencionar
nunca fue vivencia –presentación– de lo el deterioro de zonas completas de su cas-
por-venir en el horizonte psico-social de co ni la lumpenización que caracteriza a
los josefinos. lo que resta de sus barriadas.
Industria sin industrialización, cre-
cimiento urbano sin urbanidad: San José
se quedó en el pliegue ese, en ese entreac-
to fallido entre lo rural y lo urbano, cam- Desde hace dos décadas, ciertamen-
po ciego pleno de contradicciones espacio- te por medio de la acción política, tan
temporales. Lo que vino entonces, sobre sombrío panorama ha empezado a cam-
todo a partir de la década de 1960, fue biar: se le ve en la estructura al centro
el abandono paulatino de las áreas resi- de la ciudad y lo constatamos cotidiana-
denciales propiamente urbanas, de los mente quienes vivimos en ella. Empero,
barrios josefinos históricamente ubicados eso no es aún, ni de lejos, la urbanidad
en el centro mismo de la ciudad de San como estadio existencial del josefino ni
José, que experimentaron desde entonces menos del tico. Por eso se impone ahora
una reducción absoluta en sus contin- el re-poblamiento urbano, un proceso de
gentes demográficos y que poco a poco se aprendizaje humano, sin embargo, que

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por socialmente deseable y deseado puede Bustamante de Rivera, T. (1996). La ciudad de San José.
Ensayo Histórico. San José: Municipalidad de
dejar de lado los factores históricos y so-
San Jose.
ciológicos que este texto ha querido apor-
Cordero, J. A. (1964). El ser de la nacionalidad costarri-
tar -así sea de modo impresionista- ateni- cense. Madrid: Editorial Tridente.
do a limitaciones editoriales. Ya llegará el Esquivel, F. (1985). El desarrollo del capital en la indus-
momento y la oportunidad de ampliarlos tria de Costa Rica. 1950-1970. Heredia: Editorial
como planteamientos hipotéticos, de pro- de la Universidad Nacional.

fundizarlos como reflexiones teóricas y, González Dobles, J. (1995). La patria del tico: interpreta-
ción del ser costarricense. San José: Logos Edito-
quizás, de afirmarlos como la base concre-
rial-Editorial Antares.
ta de la que debe partir cualquier intento
Láscaris, C. (1975). El costarricense. San José: Editorial
de construcción de una urbanidad criolla Universitaria Centroamericana.
en el actual contexto histórico de inser- Lefebvre, H. (1976). El campo ciego. En La revolución ur-
ción de la producción nacional en una bana (pp. 29-52). Madrid: Alianza Editorial.
economía pos-industrial, mundializada y Mumford, L. (1979). La ciudad en la historia (Tomo I).
Buenos Aires: Ediciones Infinito.
mediatizada por la revolución en marcha
Pacheco, L. (1976). El costarricense en la literatura na-
de las telecomunicaciones.
cional. En Puertas adentro, puertas afuera (pp.
Si, como resulta evidente, la razón 91-148). San José: Editorial Costa Rica.
de fondo para que hoy se plantee con in- Quesada Soto, A. (2008). Breve historia de la literatura
sistencia la necesidad de re-poblamiento costarricense. San José: Editorial Costa Rica.
del centro capitalino está en su abando- Rodríguez Vega, E. (1953). Apuntes para una sociología

no por parte de los habitantes que le eran costarricense. San José: Editorial Universitaria
UCR.
habituales desde la segunda mitad del si-
Rojas, J. M. (1990). Costa Rica en el arte. San José: Mu-
glo XX, en este ensayo escrito apenas a
seos del Banco Central de Costa Rica.
inicios del siglo XXI he preferido esbozar Ulloa, R. (1986). Ser, arte, comunicación y crítica. En
la raíz estructural de tal problema, antes Arte y crítica en el siglo XX (pp. 123-143). San
que pretender profundizar en la epider- José: Editorial de la Universidad a Distancia /
mis coyuntural del mismo, como se haría, Círculo de Críticos de Arte de Costa Rica.
Vargas Cullel, J. y Carvajal, G. (1988). El surgimiento
a mi profesional juicio, con cualquier otro
de un espacio urbano metropolitano en el Valle
tipo de propuesta.
Central de Costa Rica: 1950-1980. En Fernández
R. y Lungo, M. (comp.). La estructuración de las
Referencias
capitales centroamericanas. San José: Editorial
Barahona Jiménez, Luis. 1975. El gran incógnito. San
Universitaria Centroamericana.
José: Editorial Costa Rica.
Vega Carballo, J. L. (1986). Hacia una interpretación del
Bonilla, A. (1971). Abel y Caín en el ser de la naciona-
desarrollo costarricense: ensayo sociológico. San
lidad costarricense. En Ferrero, L. (comp.). En-
José: Editorial Porvenir.
sayistas costarricenses (pp. 271-282). San José:
Librería Antonio Lehmann.

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