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Espacios de convivencia en el Madrid… Natalia González Heras

ESPACIOS DE CONVIVENCIA EN EL MADRID DEL SIGLO XVIII: CASAS Y


CUARTOS
Natalia González Heras
Universidad Complutense de Madrid

INTRODUCCIÓN
La casa constituye un objeto de estudio histórico complejo, que requiere ser abordado
desde diversas perspectivas de análisis para poder hallar unas conclusiones que nos permitan
comprenderla en toda su complejidad 1.
En esta ocasión, el interés por conocer a las personas que habitaban en ellas y las
relaciones que se establecían entre las mismas nos induce a llevar a cabo un análisis de los espacios
dentro de los que se desarrollaba el día a día de dichos individuos. Unos espacios que iban a
condicionar las formas de relación entre sus ocupantes y que daban lugar a que se establecieran entre
ellos fórmulas de convivencia de distinto tipo.
Con este objetivo se ha considerado fundamental plantear desde estas páginas la definición
de dos conceptos esenciales para comprender las realidades habitacionales de Madrid durante la
segunda mitad del siglo XVIII: La «casa» y el «cuarto».

DEFINIENDO ARQUITECTURAS
Se comenzará advirtiendo que, ante nuestro propósito de definir conceptos, consideramos
estrictamente necesario acotar los límites geográficos y cronológicos dentro de los que una palabra
sirve para denominar una realidad concreta. Gracias a la aparición de algunos estudios de carácter
local, se ha podido comprobar que un mismo término nombraba en las diferentes regiones y
poblaciones formas espaciales distintas y, por lo tanto, susceptibles de dar cabida en su interior al
desarrollo de prácticas diferenciadas por parte de los moradores de la vivienda 2. La misma atención
ha de prestarse a la cronología, debido a la evolución sufrida por parte de las palabras en su
significado con el transcurso del tiempo, dando lugar a que un concepto sirva para denominar
realidades distintas con el avance de los años.

1 Excede el espacio del que aquí disponemos presentar un exhaustivo estado de la cuestión en torno al tema, para ello
remitimos a Natalia GONZÁLEZ HERAS, “La vivienda en la Edad Moderna: Un repaso a la historiografía de los
últimos años”, en Ofelia REY CASTELAO y Fernando SUA�REZ GOLA�N (coords.), Los vestidos de Cli�o: me�todos
y tendencias recientes de la historiografi�a modernista espan�ola (1973-2013), Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de
Compostela, 2016.
2Sobre la especificidad de uso de los entresuelos en Zaragoza, Carmen ABAD ZARDOYA, “Donde el arte debe

sujetarse a la necesidad. Intendencia doméstica, sociabilidad y apartamentos masculinos en los entresuelos del siglo
XVIII”, en G. A. FRANCO RUBIO (ed.), La vida de cada día. Rituales, costumbres y rutinas cotidianas en la España moderna.
Madrid, A. C. Almudayna, 2012, pp. 113-134. Para el caso de La Mancha, Carmen HERNÁNDEZ LÓPEZ, Calles y casas
en el campo de Montiel: Hogares y espacio doméstico en las tierras de El Bonillo en el siglo XVIII. Albacete, Instituto de Estudios
Albacetenses “Don Juan Manuel”, 2007, y La casa en la Mancha Oriental. Arquitectura, familia y sociedad rural (1650-1850),
Madrid, Sílex, 2013.

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Obsérvese la evolución del concepto «palacio» a partir de la disertación llevada a cabo por
el erudito don Rafael Floranes en 1783, a raíz de la denominación de la nueva edificación ordenada
construir por los duques de Berwick y Liria en los Altos de Leganitos en Madrid 3. A través de su
escrito, el autor expresaba la inconveniencia de utilizar el término «palacio» para referirse a las
residencias de la nobleza, puesto que tradicionalmente había sido el nombre que se le había dado a
los edificios habitados por la realeza:
“Mas yo no veo que esté en uso llamar palacios, ni casas palacios a las casas que estos
grandes tienen en la corte, lo que acaso sucederá porque hallándose en ella el palacio real,
no se tendría por decente que las de particulares, aunque Grandes, emulasen tal nombre” 4.
Justificaba su argumento basándose en las definiciones que de «palacio» habían sido dadas
históricamente en distintos textos como Las Partidas, el Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias o
la Política para corregidores de Castillo de Bovadilla. Sin embargo, con el objetivo de mostrar una
perspectiva completa respecto al tema, aludía, asimismo, a ciertos autores que habían considerado la
validez del uso de «palacio» para calificar otras casas que no pertenecieren a la realeza. Citaba aquí, a
Avendaño, consejero de los duques del Infantado y a don Juan García de Saavedra.
Tal vez, estos textos nos permitan hallar la clave de por qué la utilización del concepto
palacio no se generalizó para denominar las residencias de la nobleza hasta avanzado el siglo XVIII 5.
Es lógico si tenemos en cuenta la existencia de unos pasajes de tanto peso como los mencionados y
de tan amplia difusión durante los siglos XVI y XVII, que insistían en lo inadecuado de aquel uso
del término. No obstante, las referencias a voces de autoridad que se suceden a lo largo de la carta
de Floranes a favor y en contra del empleo de la voz palacio a lo largo de la Historia nos remiten a
una realidad variable según factores geográficos y cronológicos, como ya se señalaba anteriormente.
Sin perder de vista la distancia existente entre el uso de la palabra dentro de la documentación escrita
y su difusión oral.
Las fuentes analizadas que nos han permitido dotar de significado a los términos «casa» y
«cuarto» en la capital – la Planimetría General de Madrid 6, ciertos tipos de escrituras notariales 7, las
solicitudes de licencias de obras al Ayuntamiento 8, las matrículas de vecinos de la villa 9 o los
anuncios de venta y alquiler inmobiliario que aparecían en la prensa periódica 10 - evidencian las
formas arquitectónicas a las que se denominaba mediante dichas palabras.
Si pasamos al análisis de los conceptos propuestos, «casa» tenía capacidad para definir
prácticamente todos los espacios de habitación de uno u otro tipo.
La «casa», como concepto genérico, era definida por el Diccionario de Autoridades como:
“Edificio hecho para habitar en él, y estar defendidos de las inclemencias del tiempo, que consta de
paredes, techos y tejados, y tiene sus divisiones, salas y apartamientos para la comodidad de los
moradores”.

3 Biblioteca Nacional (BN). Manuscritos (Mss) 18445.


4 Ibídem. Fol. 1v.
5 Natalia GONZÁLEZ HERAS, “De casas principales a palacio. La adaptación de la residencia nobiliaria madrileña a

una nueva cotidianeidad”, Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, nº 30, 2012, pp. 47-66.
6 BN. Mss. 1665-1676; Cuadernos de visita y Cuadernos de alquileres, Archivo Histórico Nacional (AHN), Fondos

Contemporáneos, Delegación de Hacienda Madrid Histórico; Natalia GONZÁLEZ HERAS, “La Planimetría General
de Madrid: Una fuente para el estudio del paisaje residencial en la Corte española del Madrid del siglo XVIII”, en O.
REY CASTELAO y R. J. LÓPEZ, El mundo urbano en el siglo de la Ilustración, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia,
2009, t. 2, pp. 191-202,
7 Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (AHPM).
8 Archivo de Villa de Madrid (AVM), Archivo de la Secretaría del Ayuntamiento (ASA).
9 AHN. Consejos, Legajo 12979.
10 Diario de Madrid.

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En primer lugar, hallamos cómo esta definición remite a la función más básica del edificio,
la de cubrir la necesidad perentoria de habitación propia de todos los seres humanos. Se trataba de
dotar al individuo de un espacio en el que protegerse de los efectos del clima: frío, calor,
precipitación, sol, viento, etc. No existe aquí diferencia alguna con respecto a las moradas primitivas,
aquellas cuevas o chozos que desde el origen de los tiempos sirvieron a los seres humanos para
resguardarse. A continuación, la segunda parte de la definición nos introduce en un terreno que
sobrepasa el nivel más básico, para penetrar en un campo que se compone de connotaciones donde
la casa adquiere unos matices acordes a la evolución sufrida por esta realidad material a lo largo de
los siglos, en consonancia al desarrollo de las necesidades de quienes la habitaban 11. Aparece así el
concepto de «comodidad» sobre el que tanto se ha teorizado por quienes desde distintas perspectivas
han abordado el estudio de la casa 12.
Según la definición del Diccionario de Autoridades, la comodidad se lograba a partir de una
compartimentación adecuada del interior de las casas. Es decir, la organización de los espacios iba a
contribuir directamente en la creación de unos sentimientos en sus moradores relativos a la
conveniencia, el regalo y el descanso. No obstante, habían de conjugarse además otros elementos
materiales que contribuyeran a tal comodidad y que no aparecen reflejados en la definición.
Iluminación, calefacción, amueblamiento, eran elementos indispensables en la creación de un lugar
que generara en el individuo aquel sentimiento y, por lo tanto, realidad intangible, imposible de ser
medida, que Beatriz Blasco Esquivias tildaba incluso de indefinible, pero que explicaba a través de su
equiparación con inmaterialidades tales como la armonía, el sosiego o el bienestar 13.
Así, se podría afirmar que todas las moradas eran casas y como tales podían aparecer
mencionadas en la documentación, que en algunos casos no especifica la tipología concreta a la que
se refiere. Ya a comienzos del siglo XVII, Sebastián de Covarrubias expresaba en su Thesoro de la
lengua castellana que el término casa se empleaba para “la morada y habitación fabricada con firmeza y
sumptuosidad. Las casas del señor fulano, o las del duque o conde, etc. y porque las tales son en los
propios solares de donde traen origen, vinieron a llamarse los mesmos linajes, casas” 14.
Casi dos siglos después, se observa cómo se mantenía la utilización del concepto «casa»
para denominar las residencias de la nobleza. Así, el palacio que la marquesa de Sonora se disponía a
construir en Madrid en el año 1797 sobre otro palacio precedente -el del marqués de Grimaldo- 15,
aparecía mencionado de forma genérica como «casa»:
“Don Manuel González, mayordomo de la excelentísima señora marquesa de Sonora,
expone la pertenece a su excelencia la casa de la calle Ancha de San Bernardo señalada con
el número 1, manzana 500, con vuelta a las calles de la Manzana y de los Reyes, cuya casa va
a reedificar de nuevo con arreglo al diseño que presentó firmado por el arquitecto don
Evaristo del Castillo” 16.

11 Gloria A. FRANCO RUBIO, “La vivienda en la España ilustrada: habitabilidad, domesticidad y sociabilidad”, en O.

REY CASTELAO y R. J. LÓPEZ, El mundo urbano en el siglo de la Ilustración, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia,
2009, t. 2, pp. 125-136, y “La vivienda en el Antiguo Régimen: de espacio habitable a espacio social”, Crónica Nova, nº 35,
2009, pp. 63-103.
12 Witold RYBCZYNSKI, La casa: Historia de una idea, Madrid, Nerea, 1986.
13 Beatriz BLASCO ESQUIVIAS (dir.), La casa: evolución del espacio doméstico en España, Madrid, El Viso, 2006, p. 12.
14 Sebastián de COVARRUBIAS, Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid, 1611, fol. 141 r. Citado por María Victoria

LÓPEZ-CORDÓN CORTEZO, “Casas para administrar, casas para deslumbrar: la pedagogía del palacio en la España
del siglo XVIII”, en O. REY CASTELAO y R. J. LÓPEZ, El mundo urbano en el siglo de la Ilustración, Santiago de
Compostela, Xunta de Galicia, 2009, t. 2, p. 24.
15 Virginia TOVAR MARTÍN, “Diseños para un palacio madrileño del siglo XVIII”, Anales del Instituto de Estudios

Madrileños, nº 21, 1984, pp. 53-67 y El palacio del Ministerio de Justicia y sus obras de arte. Madrid, Ministerio de Justicia, 1986.
16 AVM. ASA. 1-55-4.

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El erudito Rafael Floranes, en la precitada disertación en torno al concepto «casa-palacio»,


llevada a cabo, como ya se dijo, a raíz de la denominación de la nueva edificación de los duques de
Liria como tal, mostraba su preferencia por el uso de la palabra «casa»:
“Con que tenemos que en el día el nombre casa, que antiguamente en la lengua latina se
restringía a significar una casa humilde y ruda, o más bien una choza de campo informe y
tosca ha ascendido en estimación y levantándose a significar aún la casa más grande más
elegante y más magnífica. Y así decimos en casa del Duque de Liria, en casa del Duque de
Alba, etc.” 17.
Sin embargo, las casas en Madrid variaban desde las de carácter palaciego, que se acaban de
mencionar, a aquéllas compuestas por «cuartos», algunas de cuyas tipologías se hallaban lejos de
contribuir materialmente al alcance de la comodidad por parte de sus moradores. Nos introducimos
de este modo en la polisemia que caracterizó al concepto de casa en la capital.
Cuando en la documentación aparece mencionada una casa, también se puede estar
haciendo referencia a un edificio que no servía de morada individual e independiente de una familia,
sino que se compartimentaba interiormente en varias viviendas ocupadas cada una de ellas por sus
propios moradores. Estos últimos son los denominados «cuartos», que se repartían dentro de las
diferentes alturas del inmueble. De ahí que en una misma casa –entendida esta vez como edificio-
pudiera haber cuartos que materialmente cumplieran con las condiciones requeridas para ostentar el
rango de casa, según la definición del Diccionario de Autoridades, y otros que, pese a dotarse de paredes
y techo, elementos básicos que otorgaban a un espacio el grado de habitación, permanecían en el
resto de su composición material alejados de ser capaces de ofrecer a quienes los habitaban las
bonanzas de la comodidad –con una compartimentación y acomodo apropiado de sus piezas
interiores- y, por lo tanto, de convertirse plenamente en «casa» según la definición académica.
Un «cuarto» pasaba a considerarse como tal una vez que se componía de las dos piezas que
la investigación nos ha llevado a afirmar eran necesarias para dar lugar a una célula de habitación
básica: la sala y la alcoba. La unidad autónoma de residencia que formaban, se completaba en el
mejor de los casos de una cocina. Las fuentes constatan dicha realidad. Por un lado, en los dibujos
de plantas que representan la distribución interior de casas de vecindad populares, se repite
constantemente este esquema 18. Por otro, los anuncios de alquiler de sala y alcoba se sucedían en la
prensa periódica madrileña de la época, indicando que ambas estancias eran las indispensables para
que cualquier «caballero respetable» hallara cubierta su necesidad de habitación: “En la calle de San
Isidro, frente a la fábrica de cristales, número 27 cuarto principal se alquila una sala y alcoba
decentemente puestas, para uno o dos huéspedes” 19.
“La persona de distinción y establecida en esta Corte que quisiere estar en compañía de un
matrimonio de satisfacción: se le dará de habitación una buena sala principal, con su alcoba
correspondiente en buen parage. Darán razón en la peluquería de la calle de Atocha frente
del Exm. Sr. Conde de Salvatierra” 20.
Como se acaba de mencionar, dichas sala y alcoba podían aparecer formando un cuarto; o
bien podía tratarse de dos aposentos, dentro de una vivienda de mayores dimensiones, que se
arrendaban, y con más frecuencia aún, dentro del predominante régimen de ocupación que
constituía el alquiler en Madrid, se subarrendaban 21.

17 BNE. Mss. 18445, fol. 1 v.


18 AVM. ASA. 1-45-54, 1-45-119, 1-45-140, 1-84-146.
19 Diario de Madrid, 10 de abril de 1788.
20 Diario de Madrid, 18 de julio de 1788.
21 Jesús BRAVO LOZANO, Familia busca vivienda: Madrid, 1670-1700, Madrid, Fundación Matritense del Notariado,

1992, e “Inmigración, trabajo y vivienda en Madrid a finales del siglo XVII”, en F. CHACÓN JIMÉNEZ, LL. FERRER

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El hecho de contar con un inquilino o huésped viviendo con la persona o familia


propietaria o arrendataria original de una vivienda se convirtió, a raíz del asentamiento de la corte de
forma permanente en la villa madrileña, en una fórmula habitual para cubrir la necesidad de
habitación de quienes llegaban a la capital. La demanda de este tipo de alojamiento se asocia,
generalmente, a un hombre soltero y profesional que había trasladado su residencia desde provincias
a la capital para desempeñar dicha profesión. Esta fórmula de habitación nos permite observar la
cohabitación y convivencia de individuos sin vínculo alguno, más allá de aquél que suponía el
negocio del alquiler, en una misma morada. No obstante, en el último anuncio mencionado del
Diario de Madrid, se optaba por presentar el acto de cohabitación o convivencia en el término de
«estar en compañía», al cual la definición del Diccionario de la Real Academia en su edición de 1783
todavía vinculaba con su tradicional significado de estar en «familia». Podríamos hallar, así, mediante
el léxico, indicios de la relación que se deseaba establecer por parte de los moradores habituales con
el inquilino, que trascendía los marcos del alquiler, entendido meramente como un negocio. En el
caso de los subarrendamientos, con la consecutiva reducción de costes tanto para el arrendatario
original como para el subarrendatario. Dejándose percibir en el anuncio la conciencia, por parte de
quien lo publicó, de los lazos que cabrían estrecharse entre las personas que convivían bajo un
mismo techo.
El subarrendamiento constituía una fórmula plenamente vigente y legalmente aceptada,
recogida en los contratos de alquiler de casas en la capital. Obsérvese el siguiente caso: En 1803, en
la escritura de arrendamiento de una casa en la Carrera de San Jerónimo, propiedad del teniente
coronel del regimiento provincial de Toledo, don Luis Vicente Melo de Portugal, marqués de
Vellisca, quedaba establecido el alquiler de ésta por un período de diez años a doña María de los
Dolores Chaves y Contreras, condesa viuda de Superunda y marquesa de Bermudo. El precio anual
del alquiler eran 30.000 reales de vellón, que tenían que pagarse en efectivo, y durante aquellos diez
años ninguna de las dos partes podía pretender subida o bajada del mismo. Una vez cumplidos los
diez años existía la posibilidad de continuarse el contrato por el mismo precio.
Era la cuarta cláusula la que se refería a que:
“la señora condesa ha de poder subarrendar las habitaciones que le sobren no siendo para
oficinas públicas que perjudiquen al edificio y quedando de su cuenta no sólo el pago de los
treinta mil reales anuales de este arriendo, suyo es también el que al cumplimiento de los
diez años la dejen libre los tales subarrendatarios” 22
La estructura de aquella casa de la manzana 265, con fachadas a la Carrera de San Jerónimo
y a la calle de Alcalá, compuesta por cuartos bajo, entresuelo y principal, con sus cocheras y demás
agregados, debía gozar de una amplitud y compartimentación las cuales permitían el
subarrendamiento de algunas de sus partes para el alojamiento de un segundo individuo o familia.
Otra modalidad, relativa a las relaciones de convivencia entre individuos que generaron las
tipologías arquitectónicas a las que nos venimos refiriendo, fueron las de vecindad dentro del mismo
edificio de personas o familias de condiciones socio-económicas diversas. Éstas se plantean desde el
análisis de la existencia en una misma «casa» de los que se ha decidido diferenciar como «cuartos-
habitación» y «cuartos-casa», debido a una composición en la estructura de los cuartos que dotara a
quienes habitaban en ellos de la comodidad que recogía la definición académica de una «casa» en su
estadio más evolucionado -«cuartos-casa»- o que, por el contrario, dichos cuartos estuvieran
reducidos, materialmente hablando, a cubrir la necesidad básica de habitación -«cuartos-habitación»-.

i ALÓS (eds.), Familia, casa y trabajo. Historia de la familia. Una nueva perspectiva sobre la sociedad europea. Murcia, Universidad
de Murcia, 1997.
22 AHPM. Protocolo. 22254, folio 1079r.

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La saturada trama urbana madrileña del siglo XVIII condicionó al uso de reducidos solares
para emprender las obras de casas de nueva construcción o la remodelación de inmuebles
preexistentes sujetos desde su origen a similares limitaciones.
Ha sido reiteradamente puesta de manifiesto la escasez de suelo edificable de la que
adolecía la villa desde que se convirtió en sede de la corte en 1561. La cerca se amplió para dar
cabida a la construcción de viviendas, como respuesta a la demanda de alojamiento por parte del
creciente número de población que llegaba a Madrid para cubrir laboralmente las necesidades
generadas por la corte y la capitalidad. El último ensanche del perímetro de la muralla fue llevado a
cabo durante el reinado del monarca Felipe IV. En el siglo XVIII Madrid se halló constreñida a
aquellos muros, que no la permitían crecer en superficie, dando lugar a la edificación y remodelación
de inmuebles sobre solares estrechos e irregulares.
La irregularidad de las edificaciones era consecuencia directa de dicho condicionante –la
escasez de terreno- que llevaba en muchos casos a que, para el buen aprovechamiento de la
superficie del inmueble, se construyeran en una misma planta un cuarto de mayor amplitud y
complejidad en su distribución interior, y otro u otros de inferiores cualidades. Este hecho significa
revisar el tradicional planteamiento en el que se consideraba que el valor de los cuartos descendía
atendiendo únicamente a un esquema vertical de dirección ascendente. Es decir, que un cuarto
principal era más caro que un segundo y éste que un tercero. Dentro de este esquema, los vecinos
más pudientes económicamente y distinguidos socialmente ocupaban el cuarto principal o primera
planta, siempre de más fácil y cómoda accesibilidad, y la condición socio-económica de los
moradores tendía a ir disminuyendo según se ascendía escalera arriba, hasta llegar a quienes debían
habitar en buhardillas, de techos bajos, expuestas de forma directa a los excesos del clima –calor en
verano, frío en invierno y goteras y humedades en períodos de lluvia-.
Para completar esta visión se debe añadir una perspectiva de análisis horizontal del
inmueble. En determinadas casas se han podido constatar considerables diferencias en lo que se
refería al precio de los alquileres de los cuartos que se hallaban situados en una misma planta o
altura 23. Esto demostraba que no debían tratarse de espacios de similares condiciones materiales y/o
estructurales. La explicación se halla cuando atendemos a la descripción que se hacía de los cuartos
en cuestión –la mayor parte de las veces consistía en una única palabra que nos ofrecía la clave-. Un
«cuarto chico» o un «cuarto interior», frente a otro que se presentaba sin calificativo, cuyos costes
eran distintos. Unos situados en «la escalera grande», diferenciados, asimismo, en su precio de los
cuartos que tenían acceso por «la escalera chica», entre otras características que los particularizaban.
El cuarto de mayor nivel cualitativo y por ende de valor económico superior, tendía a
hallar ubicados sus vanos en la fachada del inmueble y a tener vistas desde sus piezas principales –la
sala, el gabinete- a la calle; mientras, el cuarto de cualidades inferiores, solía ser interior, con ventanas
que daban a un patio o ni siquiera contaba con ellas. Este tipo de arquitecturas son indicativas a su
vez de la convivencia de vecinos de condiciones socio-económicas diferentes, no sólo en las distintas
alturas del edificio, sino también en una misma planta 24. No obstante, no se debe perder de vista que
el contacto entre estos vecinos no debería en todas las ocasiones de ser directo, si tenemos en cuenta
la existencia de escaleras diferenciadas dando acceso a los cuartos en algunos de los inmuebles. Un
hecho que no evitaba, sin embargo, que los moradores transitaran una misma entrada o zaguán o
que compartieran servicios comunes como el del abastecimiento de agua desde el pozo o fuente
situado en el patio de la casa, y que era, en algunas ocasiones, también común al edificio vecino. Esta
última infraestructura debió generar no pocos conflictos entre los residentes. Sirva de muestra cómo
el arquitecto don Teodoro Ardemans en su Tratado de Ordenanzas para la villa de Madrid -que se

23 AHN. Fondos Contemporáneos, Delegación de Hacienda Madrid Histórico, Cuadernos de alquileres.


24 AVM. ASA. 1-84-92, 1-54-3.

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publicó en 1719 y que constó de sucesivas reediciones a lo largo del siglo XVIII 25- consideró la
necesidad de regular su construcción para facilitar su uso por parte de los vecinos, evitando
confrontaciones entre estos. De aquellas líneas se desprendían las siguientes palabras, reflejo de los
tipos de relaciones en las que podía desembocar la convivencia en comunidad: “La unión entre la
vezindad, y la dilatada comunicación, produce una fina amistad, y de esta resultan beneficios de parte
a parte”, pero “también he visto una gran dissensión, porque el uno quiere arrastrar toda el agua a su
fuente, y que el otro carezca de ella; y éste es motivo de grandes disturbios...” 26.
Los aspectos a los que venimos refiriéndonos se pueden percibir en el proyecto de obra,
fechado en el año 1782, para un inmueble propiedad del Hospital General de la ciudad de Vitoria 27,
destinado a producir rentas mediante el alquiler de sus cuartos. Situado en Madrid, en la calle de la
Montera, manzana 342, número 14, se iba a componer de un cuarto bajo con tienda, dos principales,
dos segundos, dos terceros y buhardillas vivideras. Todos compartirían acceso desde la calle por un
mismo zaguán. Sin embargo, mientras a unos se llegaría a través de “la escalera principal para uso de
los cuartos exteriores”, para acceder a los otros había que alcanzar una escalera que se decía “para
uso de los cuartos interiores”, cuya embocadura compartía patio con la entrada a la cuadra y al pajar
-tengamos en cuenta las molestias que podían llegar a desprenderse de estos espacios-. Los cuartos
de la escalera principal se hallaban compuestos por recibimiento, sala con dos balcones a la fachada
del edificio, alcoba principal, dos dormitorios, estudio, pieza de comer, cocina y despensa. Por su
parte, los cuartos de “la otra escalera” eran de dimensiones inferiores a aquellos de la principal y se
distribuían en alcoba, dos dormitorios, cocina, despensa y una sala que se especificaba “propia de un
cuarto interior”, a la que se daban luces a través de una ventana que se abría a un corredor con
ventanales hacia el patio.

EPÍLOGO
El análisis de los conceptos «casa» y «cuarto», de las formas arquitectónicas a las que
nombraban, nos ha permitido llevar a cabo una aproximación a algunos de los tipos de relaciones de
convivencia entre individuos que se generaron dentro de aquellos marcos habitacionales. Como se
ha podido observar, dichas relaciones se veían directamente determinadas por una realidad
residencial y unas fórmulas de ocupación de las viviendas que respondían a las especificidades de un
Madrid, que había adquirido un carácter particular condicionado por sus atributos de capital y sede
de la Corte, tras dos siglos de configuración.
La convivencia de los miembros pertenecientes a los diferentes y distantes grupos sociales
que componían la pirámide poblacional de la capital madrileña era, al menos, de forma física en lo
que a sus moradas se refiere, próxima. Sería muy interesante poder acceder a otras fuentes que
fueran capaces de responder a cuestiones respecto a los modos en los que se desarrollaban dichas
relaciones interpersonales entre propietarios y huéspedes, arrendatarios y subarrendatarios, vecinos,
etc., a sus afinidades y desencuentros; por lo que la investigación se presenta abierta a continuar
profundizando sobre estos puntos.

25 Beatriz BLASCO ESQUIVIAS, Arquitectura y urbanismo en las Ordenanzas de Teodoro Ardemans para Madrid, Madrid,
Ayuntamiento, Gerencia Municipal de Urbanismo, 1992.
26 Teodoro ARDEMANS, Declaración y extensión sobre las Ordenanzas que escrivió Juan de Torija, aparejador de obras reales y de las

que se practican en las ciudades de Toledo y Sevilla, con algunas advertencias a los alarifes y particulares y otros capítulos añadidos a la
perfecta inteligencia de la materia que todo se cifra en el gobierno político de las fábricas, Madrid, Francisco del Hierro, 1719, folios
230-231.
27AVM. ASA. 1-49-114.

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