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Lucas 24,13-35
Hacia Emaús
Podía ser una opción acertada. Necesitamos tantas veces un retiro de este tipo.
Y más tratándose de dos amigos, no quieren vivir aislados, se mantiene un
principio de comunidad.
El problema está en las heridas del alma, que no se curan con un tratamiento
vacacional. No es verdad que el tiempo lo cure todo, ni el sueño ni el olvido. Hay
cosas que necesitan una medicación agresiva.
Desesperanza
Admiración
Pero estos dos discípulos tenían, entre otras, una cosa muy buena, que no
habían perdido el amor a Jesús. Un amor hecho de admiración, de amistad y de
entrega. Querían olvidarle, pero no podían. No dejaban de recordarle y hablar
de él. Y lo describen en los términos más elogiosos: «profeta poderoso en obras
y palabras ante Dios y todo el pueblo». Una buena definición. La imagen de
Jesús la tenían bien entrañada. Ojalá tuviéramos nosotros un poquito de este
amor.
Una pregunta que el Señor nos puede hacer en cualquier momento de nuestra
vida. Todos somos caminantes, peregrinos. ¿Qué es lo que nos preocupa y lo
que nos ocupa mientras caminamos? ¿De qué hablamos? ¿Nos daría vergüenza
contárselo al Señor? ¿Cuántas veces hablamos del Mesías y de su Reino?
Después el Señor los ilumina y los enciende, mientras les explicaba las
Escrituras. Utiliza su método agresivo, un lenguaje de choque: necios y torpes.
Estaban tan hundidos y apagados que necesitaban un revulsivo. Y la catequesis
se centra en la necesidad de que el Mesías padeciese, les va quitando la venda
que les impedía ver, esos prejuicios triunfalistas, tan propios de los judíos de su
tiempo y no sólo de los judíos ni sólo en aquel tiempo.
Los discípulos todavía no reconocen a Jesús. Pero lo sienten. Están tocados por
su palabra. Han recuperado la luz y la ilusión. Están entregados a él.
Hay muchas personas así, tocadas por el evangelio, pero sin fe reconocida.
Dicen justicia, solidaridad, paz, aunque no dicen Jesús. Son hijos de las
Bienaventuranzas, aunque sea con minúsculas. Tienen también «semillas de
Verbo», que diría San Justino.
3. LA CENA
Jesús no podía rechazar esa súplica. Él ha venido para quedarse con nosotros. El
problema está mas bien en nosotros, que no queremos quedamos con Jesús,
porque tenemos muchas cosas que hacer, o porque preferimos otras
compañías.
¿Cómo es que los tenían tan cerrados? Pero más cerrados aún los tenemos
nosotros. Ni reconocemos a Jesús en la fracción del pan ni le reconocemos
cuando se viste de peregrino o de pobre ni le reconocemos cuando llama a
nuestra puerta. Somos ciegos que dicen ver.
Y lo reconocieron
Y porque estaban llenos del Espíritu, ya no podían callar, como les pasó a los
apóstoles el día de Pentecostés. Iniciaron la vuelta de Emaús a Jerusalén, pero
renovados, todo al revés. Donde antes había noche ahora hay día
(espiritualmente se invierten los tiempos), donde antes había tristeza ahora
hay alegría, donde antes había incredulidad ahora hay fe, donde antes había
desesperanza ahora hay esperanza y entusiasmo.
Y corren. No podían esperar a que pasara la noche, ¿cómo la iban a dormir sin
que los otros supieran? ¡Hay que ver cómo corrían! Y canta ban mientras
corrían ¡Vaya sorpresa grande que les iban a dar! La fe tiene que ser contagiosa.
La luz no se puede esconder, y menos el fuego. Si el corazón está en llamas,
tiene que hacerse notar.