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LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS

Lucas 24,13-35

1. IBAN ANDANDO A UNA ALDEA

Cuando hablamos de la aldea de Emaús, hablamos de un camino de ida y vuelta,


y hablamos de una experiencia pascual en dos fases, la palabra y la fracción del
pan, completada con el testimonio.

Hacia Emaús

Dos discípulos de Jesús buscan un sitio tranquilo para alejarse de la gran


ciudad, la Jerusalén asesina, que mata a los profetas, ciudad peligrosa y
alborotadora. Necesita el descanso y olvido.

Podía ser una opción acertada. Necesitamos tantas veces un retiro de este tipo.
Y más tratándose de dos amigos, no quieren vivir aislados, se mantiene un
principio de comunidad.

El problema está en las heridas del alma, que no se curan con un tratamiento
vacacional. No es verdad que el tiempo lo cure todo, ni el sueño ni el olvido. Hay
cosas que necesitan una medicación agresiva.

Desesperanza

Cleofás y su amigo habían perdido la fe y la esperanza. Habían creído en Jesús


como Mesías, habían esperado de Jesús la liberación de Israel, se habían
comprometido con esta persona y esta causa. Pero eso pertenece ya al pasado.
Ahora Jesús está muerto. Injustamente asesinado, pero está muerto. No supo
defenderse, y está muerto. ¿Qué podemos hacer nosotros ya? Lo del sepulcro
vacío y la visión de ángeles, cosa de mujeres.

Probablemente nosotros hubiéramos pensado y hubiéramos hecho lo mismo.


Era, no sólo muy duro, sino muy desconcertante para una mentalidad judía
aceptar la humillación y la derrota del Mesías esperado. ¿Posible resurrección?
Muy difícil de entender. El escándalo de la cruz les ha derrumbado y les ha
quitado la luz.

Admiración
Pero estos dos discípulos tenían, entre otras, una cosa muy buena, que no
habían perdido el amor a Jesús. Un amor hecho de admiración, de amistad y de
entrega. Querían olvidarle, pero no podían. No dejaban de recordarle y hablar
de él. Y lo describen en los términos más elogiosos: «profeta poderoso en obras
y palabras ante Dios y todo el pueblo». Una buena definición. La imagen de
Jesús la tenían bien entrañada. Ojalá tuviéramos nosotros un poquito de este
amor.

2. JESÚS EN PERSONA SE ACERCÓ

La iniciativa fue de Jesús, como lo fue en el caso de Tomás o en el caso de Saulo,


que se dejó alcanzar en el camino de Damasco, como lo es siempre; porque
incluso el que lo busca, como Magdalena, es porque ya se ha dejado alcanzar. El
hombre, desde el principio, como en el caso de Adán, es buscado por Dios;
podríamos incluso definirlo así: «el ser buscado por Dios».

Los discípulos de Emaús no lo buscaban, pero si lo añoraban, sí lo deseaban. No


ponen más méritos que sus vacíos, sus heridas enamoradas. Todo el que llora a
Jesús, todo el que sufre por Jesús, está en buen camino para encontrarlo.

Jesús se pone a tiro, se pone a su alcance y a su altura. Empieza a conversar con


ellos. La conversación se convierte en un modelo de catequesis antropológica,
como la de la samaritana. Jesús los interpela, se mete en su problemática, les
deja que hablen y se desahoguen.

¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?

Una pregunta que el Señor nos puede hacer en cualquier momento de nuestra
vida. Todos somos caminantes, peregrinos. ¿Qué es lo que nos preocupa y lo
que nos ocupa mientras caminamos? ¿De qué hablamos? ¿Nos daría vergüenza
contárselo al Señor? ¿Cuántas veces hablamos del Mesías y de su Reino?

Después el Señor los ilumina y los enciende, mientras les explicaba las
Escrituras. Utiliza su método agresivo, un lenguaje de choque: necios y torpes.
Estaban tan hundidos y apagados que necesitaban un revulsivo. Y la catequesis
se centra en la necesidad de que el Mesías padeciese, les va quitando la venda
que les impedía ver, esos prejuicios triunfalistas, tan propios de los judíos de su
tiempo y no sólo de los judíos ni sólo en aquel tiempo.

Los discípulos todavía no reconocen a Jesús. Pero lo sienten. Están tocados por
su palabra. Han recuperado la luz y la ilusión. Están entregados a él.
Hay muchas personas así, tocadas por el evangelio, pero sin fe reconocida.
Dicen justicia, solidaridad, paz, aunque no dicen Jesús. Son hijos de las
Bienaventuranzas, aunque sea con minúsculas. Tienen también «semillas de
Verbo», que diría San Justino.

3. LA CENA

El forastero iluminado aceptó la invitación generosa de sus compañeros de


camino. Fue una petición inspirada. Quédate con nosotros, porque atardece.
Cuántas veces la hemos hecho nuestra, la hemos rezado y cantado. No atardece
para ti, que eres un sol, sino para nosotros, que nos quedamos sin luz.

Jesús no podía rechazar esa súplica. Él ha venido para quedarse con nosotros. El
problema está mas bien en nosotros, que no queremos quedamos con Jesús,
porque tenemos muchas cosas que hacer, o porque preferimos otras
compañías.

Sentado a la mesa con ellos

Podríamos hablar de la segunda Cena eucarística, sólo que en vez de doce,


ahora son dos. Incluso estarían dispuestos a lavar los pies al forastero, pero no
se atrevieron.

El Señor repitió los gestos característicos: tomó el pan, pronunció la bendición,


lo partió y se lo dio. Y entonces se descorrió el velo, a ellos se le abrieron los
ojos.

¿Cómo es que los tenían tan cerrados? Pero más cerrados aún los tenemos
nosotros. Ni reconocemos a Jesús en la fracción del pan ni le reconocemos
cuando se viste de peregrino o de pobre ni le reconocemos cuando llama a
nuestra puerta. Somos ciegos que dicen ver.

Y lo reconocieron

Lo reconocieron en sus manos, son de lo más característico de las personas,


además de las huellas dactilares. Le reconocieron en los gestos de sus manos: al
coger el pan, al partir el pan, al repartir el pan. Partir y repartir, era lo propi o de
Jesús.

También nosotros podemos reconocer a Jesús en la Eucaristía, y en todos esos


gestos y actitudes relacionados con la comunidad, la comunión, la solidaridad,
el partir y compartir, el darse hasta el fin.
Es testimonio

El Señor desapareció. Como en el caso de la Magdalena, no se dejó tocar. Pero


no hacía falta. Los corazones ya se habían tocado. La presencia corporal no era
necesaria, podría ser incluso un obstáculo. Ahora era el tiempo del Espíritu.

Y porque estaban llenos del Espíritu, ya no podían callar, como les pasó a los
apóstoles el día de Pentecostés. Iniciaron la vuelta de Emaús a Jerusalén, pero
renovados, todo al revés. Donde antes había noche ahora hay día
(espiritualmente se invierten los tiempos), donde antes había tristeza ahora
hay alegría, donde antes había incredulidad ahora hay fe, donde antes había
desesperanza ahora hay esperanza y entusiasmo.

Y corren. No podían esperar a que pasara la noche, ¿cómo la iban a dormir sin
que los otros supieran? ¡Hay que ver cómo corrían! Y canta ban mientras
corrían ¡Vaya sorpresa grande que les iban a dar! La fe tiene que ser contagiosa.
La luz no se puede esconder, y menos el fuego. Si el corazón está en llamas,
tiene que hacerse notar.

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