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“Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús,
que estaba a sesenta estadios de Jerusalén.
Hay pocos que no han andado por este camino, alejándose cada paso
más de su Jerusalén. Es el tramo que nos distancia de la ciudad santa,
el lugar donde se hicieron consagraciones profundas y sagradas, el
lugar del aposento alto, el lugar donde Dios quiere que estemos. Para
estos dos discípulos, Jerusalén les hizo recordar la crucifixión de su
Señor, el lugar de sufrimiento y la perdida de todas sus esperanzas. Era
el sitio de desengaño, desilusión y dolor. Querían irse lo más lejos
posible de todas estas escenas dolorosas, los traumas, el sufrimiento y
la perdida de fe. Los recuerdos de los últimos días eran como una
pesadilla, y esperaban despertar y encontrar que lo ocurrido era
solamente un sueño malo. Al no entender Las Escrituras, estaban a
punto de perder su fe.
Cuando pasan cosas que no entendemos, cosas que no tienen lógica, ni
explicación, nuestra fe es probada, como por fuego. San Pablo nos
anima de tomar el escudo de la fe. El escudo es para un soldado en
guerra, para apagar los dardos de duda y condenación. Si no
estuviéramos en una guerra, no sería necesario la armadura, ni la
espada del Espíritu que es la Palabra de Dios. “Pelea la buena batalla
de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste
llamado.” (1ª Timoteo 6:12)
Los discípulos eran tan humanos como nosotros y padecieron las
mismas tentaciones. Sin tener la fe en un Cristo vivo, no tenían el valor
o el denuedo de continuar luchando. Se escondieron temiendo la
misma suerte que su Maestro. La perdida de fe es como la muerte y se
necesita una resurrección. El apóstol Pedro escribió:
El camino de vuelta
Sigamos de cerca el relato de los dos discípulos en el camino de Emaús
y veamos lo que podemos aprender de esta narración:
1) En primer lugar Jesús estaba conciente de su situación. Él les
escuchaba. No ignoraba su estado de ánimo. No estaban solos. No se
podían alejar de Su amor y cuidado.
“Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo SE
ACERCÓ, y caminaba con ellos.” (Lucas 24:15)
Desalentados, habían abandonado toda esperanza, pero, gracias a Dios,
el Buen Pastor anduvo buscándoles y presentándose a sus ovejas, una
por una. Fue buscando las ovejas descarriadas y una por una, fue
renovándoles y devolviéndoles su fe que había sido tan zarandeada.
Es tiempo, de que nosotros también reconozcamos al extranjero
caminando con nosotros. Él está caminando a nuestro lado,
escuchando nuestra confesión de duda, sintiendo la tristeza y el
desaliento que sentimos y listo para revelarse a Sí mismo de nuevo
como el Señor resucitado.
“Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras
camináis, y por qué estáis tristes?”
3) Tercero, la confesión de su fe perdida en el versículo 21 es muy
significativa:
“y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse,
diciendo: QUÉDATE con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha
declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos.”
Recordemos que Cristo nunca forzará Su entrada. Él quiere oír tu
invitación. Cómo Jacob cuando clamó: “No te dejaré, hasta que me
bendigas”. (Génesis 32:26)
¡Oh, que anhelemos con todo nuestro corazón que Él se quede con
nosotros! ¡Que la promesa de Su presencia sea la pasión de nuestra
vida! Su Palabra declara: “Mi presencia irá contigo, y te daré
descanso”. (Éxodo 33:14) “Yo nunca te dejaré ni te abandonaré.”
(Hebreos 13:5)
La fe opera por el amor. Al creer que Dios nos ama, que reconoce y
aprecia nuestra obra de fe, volverá el coraje de seguir luchando. No
hay imposibles para Dios. Como los discípulos, amedrentados en la
tormenta, viendo a Jesús durmiendo en el barco, a veces clamamos:
“¿Señor, no te importa que perecemos?” El silencio de Dios no significa
su abandono. Hay que seguir creyendo cuando no puedes ver la luz al
final del túnel. Lo que el Señor le dijo a Pedro una vez, se puede aplicar
a nuestra situación también. “Lo que yo hago, tú no lo comprendes
ahora; mas lo entenderás después.” El padre del muchacho epiléptico
exclamó: “Creo Señor, ayuda mi incredulidad”. Dudarle es traicionarle.
Corramos con paciencia nuestra carrera de la fe, mirando a Jesús el
autor y consumador de nuestra fe. El que mantiene su fe hasta el final
será salvo. Muchos caerán, muchos se enfriaran, y se apartaran del
camino pero el que sigue fiel hasta el final será salvo. El es poderoso
para guardarnos sin caída, y de presentarnos santos e irreprensibles
delante de Su presencia con gran alegría.
Después de que hayas escuchado Su voz y le hayas permitido entrar,
pon delante de Él lo mejor en tu vida. Muchos no tienen la íntima
comunión con Cristo porque están reteniendo y no han dado todo
libremente. Permitirle tomar el sacrificio de tu vida como Él tomó el
pan, permítale bendecirlo, romperlo, y luego tus ojos se abrirán. ¡Verás
como Él es! Tus ojos contemplarán al Rey en Su belleza.
Experimentaras el surgir de tu fe nuevamente. ¡Tendrás la fe
restaurada!