Está en la página 1de 2

Diario Clarín

Domingo 22 de octubre de 2006

Opinión

La tevé, un miembro más de la familia


por Beatriz Sarlo

Una encuesta informa que la mitad de los chicos que tienen entre 11 y 17 años
hace la tarea para la escuela mientras mira televisión. Por supuesto, comentaristas
despavoridos acompañaron los previsibles resultados de la encuesta con observaciones
también bastante previsibles. Pero no se oyeron algunas preguntas.
La más importante es sobre el uso de la televisión como ruido de fondo no sólo de
los hogares sino de los restaurantes, los boliches y pubs, los kioscos donde se come una
milanesa por un peso, las verdulerías y todo otro tipo de comercio. A pocos se les
ocurriría sostener que los mozos de un bar trabajan mientras miran televisión. Sería una
idea ridícula, que la más distraída observación de lo que sucede en un bar desmiente de
inmediato. Entre cliente y cliente, un mozo, eventualmente, puede echarle una mirada a la
pantalla del televisor que está colgado a dos metros de altura sobre el mostrador en un
rincón del local, pero no camina llevando una bandeja con cuatro cafés, cuatro vasos de
agua, cuatro vasos de jugo y cuatro galletitas mientras mira televisión. El verdulero
tampoco mira la pantalla mientras pesa dos kilos de alcauciles.
La coexistencia entre un aparato de televisión y una persona en un mismo lugar
no es certificado de que se lo esté mirando. Los encuestadores no se preocuparon por este
detalle del uso concreto de los aparatos cuando plantearon sus preguntas que, por eso, no
suenan demasiado inteligentes.
Me gustaría saber, por ejemplo: ¿cómo está colocado respecto del receptor el
chico que hace su tarea “mirando televisión”? ¿La televisión funciona como centro de la
atención o como fragmento de una banda hogareña de sonido e imágenes? Si la televisión
funciona como “fondo”, una especie de radio a la que viene adosada una caja de
imágenes que no se atienden de igual modo cuando se está haciendo la tarea de la escuela
que cuando se miran los programas favoritos, entonces debería examinarse bien ese
porcentaje aparentemente escalofriante de niños que con un hemisferio cerebral resuelven
un problema de regla de tres simple y con el otro siguen la programación del día.
La misma encuesta informa que el treinta por ciento de los chicos mientras mira
televisión también escucha música. Acá, de nuevo, es necesario imaginar si el chico
escucha música con auriculares o escucha música porque ha bajado al mínimo el sonido
de la televisión, conservando las imágenes como una especie de ventana rectangular que
altera la monotonía del espacio. En cualquiera de las dos alternativas, el chico tendría
algo así como una “atención compartida”. Sería interesante que la encuesta hubiera
investigado precisamente eso: la “atención compartida” y las posibilidades intelectuales y
sensibles de esa especie de bifurcación de percepciones.
La escenografía de una vivienda ciudadana incluye, en el ciento por ciento de los
casos, un aparato de televisión, que está allí como la mesa de la cocina. Es un mueble que
tuvo rasgos excepcionales, pero que hoy se ha incorporado a la “normalidad”. No sucede
lo mismo con una computadora, ni mucho menos con una que esté conectada a Internet.
Es imposible, salvo que se ocupe un departamento de seis ambientes en Palermo Chico,
no estar situado a pocos metros de un aparato de televisión que no simboliza un plus de
confort o de tecnología sino un piso mínimo, la entrada más barata a un mundo que no
sea el del trabajo, la escuela o la familia. Cuanto más pobre sea una vivienda, más
importancia tendrá ese aparato ya que no estará rodeado de otros aparatos, ni de otros
objetos, ni se podrá prescindir de él porque otras opciones están a mano.
Tanto como a la escasez de medios materiales, los más pobres están atados a la
televisión o, para decirlo de otro modo, cuanto más pobre sea una vivienda más
importante será el aparato de televisión ya que no estará compitiendo con otros gadgets
(electrodomésticos).
El sonido de la televisión es el sonido del hogar, y las voces de la televisión son
las voces de la más estricta familiaridad cotidiana. Por eso, a la gente que aparece por
televisión se la llama por el nombre de pila, como si se tratara de vecinos del barrio que
al mismo tiempo son hiperbólicas celebrities. Nunca los fieles estuvieron más cerca de
los dioses de su culto. Como ocupa el corazón de la casa, la televisión no es algo que
sucede de vez en cuando, sino un ambiente en el que se vive. La frase “hacer la tarea
mientras se mira televisión” tiene que ver con este carácter de pegajosa gelatina
ambiental que la televisión tiene en todas partes. Es como “hacer la tarea” mientras llora
el hermanito, la abuela se pelea a los gritos con la madre, el padre habla de fútbol con un
cuñado que pasó después del trabajo, y la hermana mayor discute por teléfono con un
novio: las voces y ruidos de lo cotidiano.
Ahora bien, me queda otra pregunta: ¿por qué es posible hacer la tarea mientras se
mira televisión? La respuesta habla más de la calidad de la escuela que de la televisión y
quisiera pensarla hasta el próximo domingo.

También podría gustarte