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1940) (D): LA
«PRIMERA RUPTURA INDUSTRIAL» EN ESTADOS UNIDOS, EUROPA Y JAPON
Tras la formación de mercados nacionales unificados en cada país el siguiente paso fue la
formación de un mercado internacional. La creciente utilización de las nuevas tecnologías en el
transporte marítimo, junto con el propio proceso de crecimiento y especialización y las
economías externas asociadas a él, se tradujo en un descenso de los fletes y los seguros
marítimos. Como consecuencia, tuvo lugar una creciente convergencia de los precios a nivel
internacional. La difusión del telégrafo reforzó los efectos sobre la unificación de los mercados
iniciados por el ferrocarril y el buque de vapor. Las nuevas tecnologías de transporte y
comunicación permitieron trasladar la competencia del mercado nacional al internacional. La
intensificación de la competencia se tradujo en un descenso de los precios y en una reducción
de los márgenes de beneficio de las empresas.
La integración del mercado no sólo tuvo una dimensión espacial, sino también temporal: el
ferrocarril y el telégrafo impulsaron la unificación horaria nacional en los diferentes países
europeos hacia mediados del siglo xix.
Entre finales de la década de 1840 y 1875 surgieron en Estados Unidos tres instituciones que
redujeron los costes de información y transacción, dependientes del telégrafo: las bolsas de
mercancías y los mercados de futuros, la emergencia de un mercado de valores nacional y los
servicios de información comercial y financiera ofertados por la prensa y el telégrafo. La
reducción de los costes de información y de transacción incrementó la velocidad y la
regularidad de las transacciones comerciales y redujo las disparidades de precios a nivel
regional y nacional. Entre 1845 y 1871 aparecieron en Norteamérica varias bolsas de
mercancías especializadas. El viejo sistema de pago por adelantado de mercancías sobre
muestras expuestas en los mercados dejó paso a la contratación continua de mercancías en
cantidades y calidades estandarizadas a entregar hasta en el plazo de un año, nuevos
procedimientos de negociación acortaron los tiempos de tránsito de las mercancías,
sustituyeron la contratación a gran escala durante ciertas épocas del año por una contratación
más regular —y a un precio más estable— y redujeron el volumen de crédito empleado en la
distribución de mercancías. En el Comercio del algodón, muchos pequeños intermediarios
especializados fueron suprimidos, siendo sus funciones integradas por empresas comerciales
de mayor tamaño que compraban directamente a los propietarios de las plantaciones y
vendían directamente a las fábricas textiles. La eliminación de intermediarios —y sus
comisiones— disminuyó los costes de distribución.
La generalización de los mercados de futuros sólo fue posible gracias a una mejor y más rápida
información entre las partes. El telégrafo aceleró sensiblemente la velocidad en la transmisión
de información escrita, puesto que rápidamente surgieron empresas dedicadas a ofrecer
servicios de información comercial y general a los estados y a periódicos, bolsas y otras
instituciones económicas y/o financieras. El comercio se convirtió rápidamente en uno de los
clientes principales del telégrafo.
El elevado coste de la comunicación telegráfica, hizo que sólo las mayores empresas pudieran
emplearla, las restantes continuaron recurriendo durante todo el siglo XIX a la
correspondencia tradicional como medio de intercambiar información. Por eso fueron las
grandes empresas, algunas de las cuales llegaron a establecer sus propias líneas, las que
pudieron beneficiarse de una mayor y mejor información. El telégrafo también reforzó
procesos de concentración espacial en la industria y las finanzas.
El gran almacén surgió cuando un establecimiento que vendía al por menor tejidos o prendas
de vestir incorporó nuevas líneas de productos como muebles, joyas y cristalería. Para 1914
estos grandes almacenes, simbolizados por grandes edificios de varias plantas, estaban
presentes en la mayoría de las capitales europeas. En todos los países estuvieron dirigidos a
satisfacer el consumo de las clases medias y altas. En Estados Unidos, desarrollaron una
estrategia basada en un gran volumen de negocios y una rápida rotación de existencias
mediante la venta a precios moderados y con márgenes reducidos, haciendo un uso intensivo
de la publicidad. Los japoneses adoptaron los métodos norteamericanos. Los grandes
almacenes europeos hicieron más hincapié en factores no relacionados con el precio: la
libertad de inspección de los productos, el servicio y la oferta de otras distracciones.
Una variedad sobre las cadenas de tiendas especializadas fueron las cadenas de tiendas que
vendían una amplia gama de productos, los bazares. Algunas aparecieron en Estados Unidos y
Gran Bretaña antes de la Primera Guerra Mundial. Su expansión tuvo lugar en los «felices
veinte» en Estados Unidos y Europa occidental. La mayoría de ellas estaban patrocinadas por
grandes almacenes y empresas de venta por correo y pusieron en práctica una política de
venta de todos sus productos al mismo precio o, dos precios, imitando el modelo
norteamericano. Tenían tres características comunes: productos a disposición del público, que
se sirve él mismo, precios muy baratos y relaciones estrechas con los proveedores. En los años
treinta, sufrieron la oposición de la mayor parte de los gobiernos, y su crecimiento se detuvo.
Por debajo de esas grandes empresas encontramos los minoristas independientes que, en
Europa al menos, concentraban la mayor parte del comercio minorista. Existen varios tipos: el
vendedor ambulante, o con un puesto en un mercado; el pequeño comerciante, dedicado en
exclusiva a su negocio y que a veces tiene un empleado a sueldo, y el mediano comerciante,
que emplea varios empleados y a veces explota más de un establecimiento. Es el tercero el
que constituye la columna vertebral del comercio minorista en países como España y Grecia
por un lado, o el Reino Unido y Suecia por otro. Como reacción a la competencia de los
grandes comerciantes, algunos pequeños reaccionaron organizando grupos de compra al por
mayor o cadenas mayoristas, tanto en Europa como en Japón. En Estados Unidos los
minoristas protestaron contra los grandes almacenes y las empresas de venta por correo y,
aunque consiguieron algún respaldo legal, éste no fue demasiado efectivo. En Japón, su mejor
organización les permitió conseguir alguna protección por parte del Gobierno.
Los cambios en el comercio al por menor no pueden ser adecuadamente comprendidos sin
tener en cuenta al menos tres consideraciones. La primera, el crecimiento de la demanda
tanto de las clases trabajadoras, cuyo nivel de vida mejorará sustancialmente durante este
periodo, como de las clases medias urbanas, las principales consumidoras de los grandes
almacenes europeos. La segunda, el progreso de la urbanización, acelerado por la difusión de
sistemas de transporte público urbano. Y la tercera, los cambios en la tecnología del transporte
y la producción, que permitieron poner a disposición de un número creciente de consumidores
una gama cada vez más amplia de productos a precios más bajos. Las mejoras en el transporte,
al integrar el mercado, abarataron el consumo de productos como la carne y los cereales, y
permitieron difundir el consumo de otros. En la industria, la difusión de viejas tecnologías y la
aparición de nuevas hizo que sectores como el calzado, la confección y la transformación de
alimentos se mecanizaran, lo que amplió la producción y rebajó los precios. No obstante,
algunos de los bienes vendidos en los grandes almacenes se obtenían a través de la
combinación de nuevas tecnologías, con condiciones de trabajo peores que las imperantes
durante la Revolución industrial. Ciertos productos eran elaborados por obreros en sus
domicilios o en pequeños talleres en jornadas de trabajo de 11 a 14 horas, sin descanso
semanal.
La «triple inversión» en producción, distribución y dirección que llevaron a cabo las empresas
en numerosas industrias permitió aprovechar al máximo las ventajas derivadas de las
economías de escala, velocidad y diversificación, lo que se tradujo en un crecimiento
extraordinario de la producción y la productividad y en una acusada reducción de los costes,
pero también de los precios de las mercancías. La caída de los precios fue continua y
generalizada a lo largo del último cuarto del siglo xix y endureció la competencia por los
mercados. En muchos sectores las empresas tuvieron que hacer frente a una situación de
exceso de capacidad productiva. La respuesta más difundida fue la cooperación entre las
empresas de un mismo sector para limitar la producción de sus respectivas plantas, mantener
los precios de sus productos e impedir o dificultar la entrada de nuevos competidores en el
sector. Esa estrategia no fue la única: la integración vertical, la expansión geográfica hacia
nuevos mercados y la diversificación hacia nuevos productos y procesos fueron otras tantas
estrategias de crecimiento desarrolladas por las empresas en este periodo. El motivo
fundamental de la concentración horizontal y la integración vertical, fue, defensivo: su objetivo
era proteger las inversiones ya realizadas y asegurarse frente a posibles competidores; el de
las dos últimas era ofensivo: se trataba de aprovechar las capacidades existentes para entrar
en nuevos mercados y nuevos negocios. Abundaron las excepciones y, muchas veces las
estrategias puestas en práctica respondieron más a factores contingentes que a planes de
actuación previamente pensados y establecidos.
El incentivo más importante que tenían las empresas para la concentración horizontal fue
aumentar su poder de mercado. Puede llevarse a cabo a través de diferentes mecanismos, con
grados de cohesión diversos. El más débil es el cartel, caracterizado por el establecimiento de
acuerdos de fijación de precios y, , reparto de mercados, por parte de un número variable de
empresas en un sector industrial determinado. En algunos casos, tomaban una forma
corporativa, dedicándose a la comercialización de los productos de las compañías
constituyentes (centrales o sindicatos de ventas), donde la participación accionarial se
establecía en función de la cuota de mercado atribuida. Si esos acuerdos incluían el reparto de
los beneficios, se trataba entonces de consorcios. Su buen funcionamiento dependía de un
compromiso firme de colaboración entre las diferentes empresas firmantes, pero estaban
sujetos al oportunismo de las partes. El incremento de la protección arancelaria, dificultó la
competencia extranjera y acentuó el proceso de cartelización en numerosos sectores
productivos en todos los países, aunque el carácter y los objetivos de los carteles no fueran
iguales en todos ellos.
La cartelización se extendió al mercado internacional, impulsada por las grandes empresas que
ya tenían una posición dominante en sus respectivos mercados nacionales. Entre sus objetivos
encontramos: la reserva del mercado nacional para las empresas nacionales, delimitación de
los mercados y cuotas de exportación, regulación de precios, intercambio de patentes,
estandarización de productos, regulación de la capacidad productiva, o adquisición conjunta
de materias primas. Los carteles internacionales alcanzaron su apogeo durante el periodo de
entreguerras. El fuertísimo aumento de la capacidad productiva de muchas industrias durante
la Primera Guerra Mundial acrecentó la necesidad de su regulación y racionalización, tarea que
cumplieron muchos carteles. Por otro lado , los avances tecnológicos y el progreso de la
corriente «racionalizadora» contribuyeron a estandarizar y a homogeneizar una gama cada vez
más amplia de productos, condición imprescindible para el establecimiento de un cartel. Entre
1929 y 1937 alrededor del 40% del comercio mundial estaba controlado por carteles
internacionales. Proporción mayor en las industrias más oligopolizadas.
Que podamos explicar con las herramientas de la teoría económica las lógicas y las decisiones
de la integración vertical no quiere decir que este proceso fuera siempre llevado a cabo
siguiendo una estrategia racional previamente establecida y aplicada sistemáticamente. Los
procesos de cambio empresarial, como los de cambio tecnológico, se vieron influidos por la
trayectoria previa de la empresa, la inercia organizativa e institucional y, estuvieron sujetos a
factores contingentes.
Éstos requerían servicios comerciales y de distribución muy especializados, que las empresas
existentes no podían proporcionarles. La comercialización de un producto a menudo hacía
necesaria una fuerte inversión en activos muy específicos que acababa siendo realizada por la
empresa productora.
La venta de estos productos requería no sólo publicitarlos, también había que enseñar su
funcionamiento, mantenimiento y reparación; la venta a crédito era muy frecuente, dado el
elevado precio de la maquinaria. Rara vez los mayoristas estaban dispuestos a cumplir todas
esas funciones, por eso las empresas optaron por crear sus propias organizaciones de ventas.
En la maquinaria ligera las empresas crearon redes mayoristas que aseguraban un
aprovisionamiento continuo a los minoristas y además vigilaban la habilidad de éstos para
ofrecer demostraciones y servicios posventa y aseguraban un flujo regular de pagos desde los
minoristas hacia los cuarteles generales de la empresa. En algunos casos crearon sus propias
redes de venta al detalle. Las empresas automovilísticas también integraron la distribución. Las
empresas que producían maquinaria pesada de consumo intermedio necesitaban unos
vendedores muy bien formados, las necesidades de capital eran mayores si se quería vender a
plazos y había que estar permanentemente conectado al fabricante para coordinar las mejoras
tecnológicas con las necesidades del mercado. En los sectores tecnológicamente más
complejos los clientes tenían poca o ninguna idea de cómo instalar, mantener, reparar o
incluso usar las nuevas máquinas o materiales; aquí las empresas emplearon la venta directa.
La expansión hacia nuevos mercados fue una estrategia desarrollada por empresas que tenían
ventajas competitivas derivadas de la explotación de economías de escala, del liderazgo
tecnológico y de la integración de la producción y distribución en sus respectivos sectores. A
medida que el volumen de la demanda sobrepasaba la capacidad de producción de la planta
originaria, las empresas tendieron a crear nuevas plantas, primero en su propio país, después,
si la demanda era suficientemente importante, en el extranjero. El establecimiento de filiales
en otros países fue un medio de sortear unas barreras arancelarias muy elevadas, permitió
obtener fuentes de aprovisionamiento de materias primas o agrícolas y sobre todo, trató de
aumentar la cuota de mercado y disminuir los costes de producción y distribución en esos
países. La expansión de las empresas multinacionales es un fenómeno posterior a la Segunda
Guerra Mundial, pero su surgimiento tiene lugar en este periodo. En otros sectores las
empresas optaron por repartirse los mercados a través de la creación de carteles
internacionales. Una modalidad de expansión exterior distinta, fue la concesión de licencias de
fabricación a compañías extranjeras a las que se confiaba la exclusividad de elaboración de un
producto en su respectivo mercado nacional.
Durante las últimas décadas del siglo xix tuvo lugar un cambio fundamental en las relaciones
entre productores y consumidores. Antes de 1870, la cadena de relaciones y su orden era la
siguiente: el industrial ofertaba la excelencia de sus bienes al mayorista, quien, si le
convencían, adquiría un volumen determinado de ellos; el mayorista ofrecía los bienes al
minorista, quien los vendía al consumidor. Los deseos de éste se centraban en un producto
genérico y era el minorista quien satisfacía su demanda a partir de sus existencias. A principios
del siglo xx la cadena ha cambiado sustancialmente: el industrial no se limita a producir, sino
que distingue sus productos con marcas que anuncia en medios de comunicación, tratando de
conquistar el favor de los consumidores. Son éstos los que se dirigen al minorista solicitando el
producto y la marca concreta y éste a su vez quien, a partir de la demanda existente, ordena
los pedidos a los mayoristas o directamente a los fabricantes.
Una pieza clave en esta estrategia fue la marca, que conecta al productor con el consumidor,
mejora la información de los consumidores acerca del producto y reduce los costes de
transacción y de distribución. Durante este periodo las marcas comenzaron a generalizarse,
primero en los bienes de consumo semiduraderos y luego en los duraderos. Inicialmente, los
medios de publicidad más empleados fueron el póster y el anuncio en prensa, a los que luego
se añadieron, en la radio, las cuñas publicitarias y los programas subvencionados por marcas o
empresas determinadas. También creció el número de agencias de publicidad. Otras
estrategias que se desarrollan en este periodo son: el envasado del producto, para ayudar a
identificarlo; la segmentación del mercado, ofreciendo un producto para cada bolsillo; la
contratación de artistas plásticos para realizar el diseño de un producto; la creación de
cadenas de tiendas para vender el producto; o el crédito de los fabricantes a los consumidores.
Los primeros distinguen entre inventor (la empresa que desarrolla una patente o una
tecnología), pionero de producto (la empresa que primero desarrolla una innovación), pionero
en el mercado (la empresa que primero comercializa una innovación) y líder temprano (la
empresa que lidera el mercado durante la primera fase del ciclo de vida de un producto). Para
Golder y Tellis, la receta para el éxito no consiste en ser el primero en entrar en el mercado,
sino en luchar continuamente por el liderazgo evaluando las oportunidades que se presentan
en el mercado, reforzando las capacidades de la empresa y destinando recursos para satisfacer
eficientemente las necesidades de los consumidores.
Sus conclusiones son coincidentes con las de Chandler, para quien las empresas que
dominaron el mercado internacional en sus respectivos sectores entre 1870 y 1940 no fueron
ni las inventoras de un producto o proceso, ni las pioneras en su comercialización, sino
aquellas que realizaron la triple inversión en producción, marketing y dirección necesaria para
explotar plenamente las economías de escala y diversificación, a las que denomina first
movers.
Aunque la industria es probablemente el sector más estudiado, a principios del siglo xx sólo
una parte de las mayores empresas en cada país eran industriales. El resto se encuentra en
sectores como el transporte, agua y electricidad, y banca y seguros, entre otros.
En lo que respecta a la industria, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos era
la primera potencia industrial del mundo y también el país que concentraba el mayor número
de grandes empresas industriales. Estados Unidos no sólo tenía la mayor cantidad de
empresas, sino también las de mayor tamaño. Se debía, entre otras cosas, al gran tamaño de
su mercado y a la abundancia de recursos naturales, factores que proporcionaron una ventaja
considerable en los sectores de producción en masa. La especialización industrial de las
mayores empresas fue distinta en cada país. En Estados Unidos se concentraron en el sector de
bienes de producción; en el sector de bienes de consumo la alimentación es el único sector
destacado. En Gran Bretaña, se concentraban en los sectores de alimentación, tabaco y textil.
Especialización similar en la industria de bienes de consumo ofrece Japón, con el sector textil
como más destacado. Alemania y Francia, muestran una estructura dominada por las
industrias metálicas y de construcción de maquinaria y material de transporte, seguidas a
distancia por la industria química, el petróleo y el caucho. Los sectores industriales que
concentraban a las empresas de mayor tamaño eran la siderurgia, minería, construcciones
metálicas e industrias de bienes de consumo. A la altura de 1937, sin embargo, petróleo,
automóviles y química concentraban a las mayores empresas industriales del mundo.
Después de Estados Unidos, Gran Bretaña es el país que cuenta con un mayor número de
grandes empresas en este periodo, incluyendo las no industriales. En algunos sectores como el
transporte marítimo, la banca, los seguros y el comercio internacional, las compañías
británicas mantuvieron una posición de liderazgo en el mundo. En lo que respecta a la
industria, la gran empresa se encuentra en los sectores de alimentación y textil, la fabricación
de material de transporte, metálicas básicas y maquinaria eléctrica. Su tamaño, fue inferior al
de la empresa norteamericana y similar al de la germana. Las empresas británicas están mucho
más especializadas, su grado de integración vertical y de diversificación productiva es
sustancialmente menor. Factores que explican el menor grado de integración vertical de las
grandes empresas británicas: la existencia de una red de distribución y comercialización muy
desarrollada fue una alternativa a la integración vertical; la existencia de un mercado
atomizado y muy competitivo forzó una estrategia de especialización. La no prohibición de
carteles y otras formas de colusión hizo que en la mayoría de los sectores, surgieran trade
associations. Estas asociaciones industriales fijaban precios y cuotas de mercado, aunque su
cohesión y efectividad fue menor, por la relativa fuerza de los mayoristas e intermediarios
comerciales; en segundo lugar la competencia extranjera, no restringida por aranceles; por
último, por su carácter menos agresivo que el de los carteles alemanes y norteamericanos.
Chandler ha descrito el capitalismo británico como «personal». Para el, las empresas británicas
no llevaron a cabo las inversiones en producción, distribución y dirección ni, desarrollaron
capacidades organizativas que les permitieran competir con las empresas norteamericanas y
alemanas, francesas y japonesas después, no sólo en el mercado internacional, sino en el
propio mercado británico. Explica el declive de la industria y, de la economía británica en este
periodo. La adopción de estructuras de gobierno y sistemas productivos norteamericanos no
conllevó incrementos automáticos de productividad, ni durante el decenio de 1930 ni tras la
Segunda Guerra Mundial. Los empresarios británicos se especializaron en aquellos sectores
asociados a un país de rentas elevadas, como los servicios y los productos de consumo de alta
calidad. En sectores como la banca, los seguros, el comercio y el transporte, las empresas
británicas, empleando estructuras administrativas muy simples, a través de redes de empresas
a veces articuladas alrededor de holdings, mantuvieron sus ventajas competitivas no sólo en
Gran Bretaña, sino en el mercado internacional.
A partir del decenio de 1870 se detecta una tendencia de las empresas alemanas a aumentar
su tamaño tanto mediante la integración vertical como a través de la combinación e
integración horizontal. Esta última estrategia, llevada a cabo para aumentar el poder de
mercado, es la responsable de la gran mayoría de las fusiones. Más importante, fue el
crecimiento interno de las empresas a través de dos estrategias no excluyentes, la
diversificación productiva y la integración vertical. Esta última fue en un principio hacia atrás, ,
y, posteriormente, hacia adelante. Eran similares en tamaño a las británicas, pero por su grado
de diversificación e integración se parecían mucho más a las empresas norteamericanas. A
diferencia de éstas, especializadas mayoritariamente en la fabricación de bienes
estandarizados para un mercado de masas, las empresas alemanas más competitivas en el
mercado internacional se caracterizaron por un sistema productivo flexible, que elaboraba una
amplia gama de artículos de calidad media- alta en pequeños lotes o sobre pedido, a la medida
de las necesidades del cliente.
Uno de los fenómenos más distintivos de la industria alemana fue la extensión de los carteles.
La cartelización progresó apoyada primero por el incremento de los aranceles a la importación
y después, por el respaldo explícito del Estado. No sólo fijaron precios y cuotas en el mercado
doméstico, sino que se convirtieron en piezas fundamentales en la estrategia de expansión
exterior de las empresas alemanas. Dos de los sectores más competitivos de la industria
alemana, tenían una estructura oligopolística, donde un número muy reducido de empresas
controlaban la mayor parte de la producción. Chandler ha calificado al capitalismo alemán
como «gerencial cooperativo», frente al «capitalismo gerencial competitivo» norteamericano.
La gran empresa francesa fue más pequeña y menos numerosa. La gran mayoría de las grandes
empresas en Francia mantuvieron su carácter familiar, una razón jurídica no anónima, una
estrecha conexión entre propiedad y dirección y una estructura administrativa relativamente
simple. Permanecieron como líderes en sus respectivos sectores durante buena parte del siglo
xx. Las grandes compañías francesas se caracterizaron por tener buenas capacidades
organizativas en producción, pero mucho menos desarrolladas en marketing, dirección e
investigación. La integración de la producción y la distribución a gran escala no se inició hasta
el periodo de entreguerras, retraso que se explica por el tamaño más reducido del mercado, la
existencia de una densa red de distribución y la especialización relativa de la industria francesa
en productos de calidad, no en artículos de consumo masivo. Las grandes empresas
desarrollaron una estrategia de apertura de nuevos mercados en el exterior, dado el reducido
tamaño de su mercado interno, aunque no construyeron estructuras de gobierno
multidivisionales.
Parte de la explicación del menor tamaño de la gran empresa francesa tiene que ver con el
recurso a fórmulas de cooperación interempresarial. Una de ellas fue el cartel, cuya extensión
en Francia sólo es superada por Alemania. Su objetivo fundamental no fue tanto la regulación
de la producción entre las empresas participantes como la promoción de las ventas, creando a
veces organizaciones específicas para ello, y la innovación. Otra fue la creación de grupos
empresariales compuestos por empresas legalmente independientes que intercambian
participaciones accionariales y, articuladas a través de sociedades holding. El holding operó
como una especie de mercado de capitales interno, en parte para cubrir el escaso desarrollo
del mercado de valores industriales, en parte por las reticencias de las familias en el poder a
recurrir a capital externo.
Las mayores empresas españolas a comienzos del siglo xx son compañías ferroviarias,
eléctricas, mineras y bancos, seguidas a cierta distancia por empresas industriales. La gran
empresa industrial tenía un tamaño medio muy reducido en comparación con el de las
empresas de Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña. No se debía exclusivamente al menor
tamaño del mercado interior o al predominio de la pequeña empresa, puesto que otros países
con mercados domésticos más pequeños y un número de pequeñas empresas similar tienen
más grandes empresas y de mayor tamaño. Entre los factores que explicarían la relativa
debilidad de la gran empresa habría que destacar la excesiva concentración de la industria
española en sectores de la primera revolución industrial, el bajo nivel de I+D de las empresas,
la profusión de carteles y otros acuerdos colusorios, reforzados por la protección arancelaria
del Mercado interior, la proliferación de grupos empresariales y la relativa abundancia de
distritos industriales formados por empresas de pequeño tamaño. La gran empresa emprendió
la inversión en producción y, en marketing; sin embargo, sus estructuras administrativas
permanecieron sin grandes cambios.
La estructura de los grandes zaibatsu podría ser definida como un gigantesco holding. La
familia o grupo de familias controlaban sus negocios a través de una sociedad colectiva o
limitada. Cada negocio era originalmente una división autónoma de esa sociedad, aunque en
las dos primeras décadas del siglo xx, la inmensa mayoría de esas divisiones se convirtieron en
compañías por acciones, filiales controladas enteramente por la matriz familiar, que actuaba
como una especie de sociedad de cartera. Además, tenían una participación variable en otras
filiales. A su vez, a través de cualquiera de esas filiales, o a través de la casa central, el zaibatsu
tenía una participación variable en otras empresas. La dirección se dejó al cargo de gerentes
asalariados, quienes no participaban en la propiedad de la compañía.
Los escasos datos que tenemos para Europa occidental y Estados Unidos permiten apreciar
una tendencia general a la disminución de la importancia de la pequeña y mediana empresa en
este periodo. La causa fundamental fue el cambio tecnológico de la Segunda Revolución
industrial, que trajo consigo un incremento muy significativo en la escala mínima eficiente en
muchos sectores industriales. Existen, diferencias nacionales: en países como Italia, España o
Japón el número de PYMES y su importancia en el empleo y el producto ha sido a lo largo del
siglo xx mayor que en Gran Bretaña, Francia, Alemania y, Estados Unidos. Incluso en Estados
Unidos la pequeña y mediana empresa se mantuvo en sectores como la industria cuchillera, la
máquina herramienta, la joyería, o en otros más asociados con la gran empresa como el textil y
la siderurgia. En aquellos sectores donde coexistieron grandes y pequeñas empresas, la
estrategia de estas últimas fue diferenciar su producto, producir para nichos particulares del
mercado y emplear tecnología moderna.
Existen visiones muy dispares acerca del papel de la pequeña empresa en el desarrollo
económico. Para algunos autores, fue un obstáculo para el crecimiento económico y el cambio
tecnológico, fenómenos que estarían protagonizados por las grandes empresas. Otra corriente
ha explicado la existencia de las pequeñas empresas en función de su complementariedad con
las grandes, aunque siempre bajo una relación de dependencia tecnológica de estas últimas.
No está demostrado que las empresas de mayor tamaño sean más innovadoras que las
pequeñas, ni que el tamaño tenga un efecto apreciable sobre la intensidad de I+D llevada a
cabo. Algunos autores, apoyándose en los cambios experimentados en algunas industrias
durante el decenio de 1970, plantearon que el triunfo de la producción en masa y la gran
empresa no se debió a su mayor eficiencia organizativa, sino a otros factores, y que las
pequeñas empresas organizadas en distritos industriales eran una alternativa más eficiente,
innovadora y dinámica que la gran empresa.
No existe un mismo tamaño eficiente para todos los sectores industriales y que éste depende,
de la naturaleza del régimen tecnológico en cada sector, pero después, de otros factores como
el ciclo de vida de una industria, el tamaño del mercado, y los costes de información y
transacción. Según estos parámetros, dejando a un lado la escala mínima eficiente en cada
sector, las pequeñas empresas serán mayoritarias en industrias jóvenes, donde la principal
fuente de información es externa, el mercado es reducido y existe una gran incertidumbre
sobre el diseño final de la tecnología y/o el producto; en las industrias maduras, con una
tecnología estable y unos mercados más amplios, serán las empresas de mayor tamaño y de
más edad las que cuenten con más capacidades y recursos para llevar a cabo una actividad
innovadora. En presencia de elevados costes de transacción e información y una escasa
difusión de conocimientos las empresas tenderán a integrar verticalmente sus actividades. La
existencia de una cultura de confianza entre los agentes económicos, o de instituciones que
favorezcan la difusión de conocimiento y la cooperación, reduce los costes de transacción e
información sin necesidad de integración.
La persistencia de las PYMES a lo largo de este periodo indica que el triunfo de la producción a
gran escala, llevado a cabo predominantemente dentro de grandes empresas, nunca fue
completo. Buena parte de las PYMES tenía una lógica productiva diferente de la impuesta por
la producción en masa, la llamada especialización flexible. Las empresas que producían un
mismo producto o diferentes fases de él tendían a concentrarse en localidades o regiones
conformando a veces un distrito industrial. Para ser calificada como distrito industrial; debe
darse:
— Un grado considerable de especialización industrial en uno o unos pocos sectores
relacionados, reforzado por la existencia de rendimientos crecientes economías de
aglomeración que acrecienten la especialización inicial.
--- Una estructura productiva compuesta mayoritariamente por PYMES muy especializadas,
relacionadas entre sí a través de la subcontratación horizontal y/o vertical.
Los distritos industriales han mostrado una notable flexibilidad para hacer frente a demandas
cambiantes de productos y una capacidad de adaptación e innovación permanentes. Pero no
pueden ser considerados como una alternativa total a la gran empresa. Primero, porque en
sectores con grandes economías de escala y tecnología madura nunca han tenido una
presencia apreciable, salvo para nichos muy concretos de mercado. Segundo, porque dentro
de los distritos industriales encontramos grados diferentes de tamaño y jerarquía, desde
grandes y medianas empresas a productores independientes; en aquellos sectores donde
existe complementariedad, las formas «híbridas» son mucho más frecuentes. Por último, el
distrito industrial no sólo ha promovido la innovación y el crecimiento; una especialización
demasiado rígida, combinada con una inercia ante cambios en la tecnología y los mercados
condujo a algunas regiones al declive económico e industrial.