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1. Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales propósitos
del Concilio ecuménico Vaticano II. Porque una sola es la Iglesia fundada por Cristo Señor; muchas
son, sin embargo, las Comuniones cristianas que así mismas se presentan ante los hombres como la
verdadera herencia de Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto
y siguen caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido 2. Esta división contradice
abiertamente a la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y daña a la causa santísima de la
predicación del Evangelio a todos los hombres.
Pero el Señor de los siglos, que sabia y pacientemente continúa el propósito de su gracia sobre nosotros
pecadores, ha empezado recientemente a infundir con mayor abundancia en los cristianos desunidos
entre sí el arrepentimiento y el deseo de la unión. Muchos hombres en todas partes han sido movidos por
esta gracia, y también entre nuestros hermanos separados ha surgido un movimiento cada día más
amplio, por la gracia del Espíritu Santo, para restablecer la unidad de todos los cristianos. Participan en
este movimiento de la unidad, llamado ecuménico, los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús
Señor y Salvador; y no sólo cada uno individualmente, sino también congregados en asambleas, en las
que oyeron el Evangelio y a las que cada uno llama Iglesia suya y de Dios. Sin embargo, casi todos,
aunque de manera distinta, aspiran a una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente
universal y enviada a todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y de esta manera
se salve para gloria de Dios.
Este Concilio, por tanto, mira con alegría todas estas aspiraciones; y, después de haber expuesto la
doctrina acerca de la Iglesia, movido por el deseo de restablecer la unidad entre todos los discípulos de
Cristo, quiere proponer a todos los católicos los medios, los caminos y las formas con los que puedan
responder a esta vocación y gracia divinas.
CAPITULO I
PRINCIPIOS CATÓLICOS SOBRE EL ECUMENISMO
Unidad y unicidad de la Iglesia
2. El amor de Dios para con nosotros se manifestó en que el Padre envió al mundo a su Hijo unigénito
para que, hecho hombre, regenerara a todo el género humano con la redención y lo congregara en
unidad3. Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo como víctima inmaculada en el altar de la cruz, rogó al
Padre por los creyentes, diciendo: Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en tí, para que
también ellos sean uno en nosostros; a fin de que el mundo crea que tú me has enviado (Io 17,21); e
instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por el cual se significa y se realiza la
unidad de la Iglesia. Dio a los suyos el nuevo mandamiento del amor mutuo 4 y les prometió el Espíritu
Consolador 5,que, Señor y dador de vida, permanecería con ellos para siempre.
1 Pasados 30 años de la Unitatis Redintegratio, el Papa Juan Pablo II en la Encíclica “Ut Unum Sint”
realiza un balance encomioso de la tarea ecuménica impulsada a partir del Conc Vat II. Es importante
leer ambos documentos vinculándolos para valorar el trabajo realizado y los resultados alcanzados hasta
el presente. Sobre este punto considerar UUS 1-14.
2 1Cor 1,13.
3 1Jn 4,9; Col, 1,18; Jon 11,52.
4 Jn 13,34
5 Jn 16,7
2
EL ECUMENISMO
4. Como quiera que hoy, en muchas partes del mundo, por inspiración del Espíritu Santo, se hacen
muchos esfuerzos con la oración, la palabra y la acción para llegar a aquella plenitud de unidad que
Jesucristo quiere, este santo Sínodo exhorta a todos los católicos a que, reconociendo los signos de los
tiempos, participen diligentemente en la labor ecuménica.
Por "Movimiento ecuménico" se entienden las actividades e iniciativas que, según las variadas
necesidades de la iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad
de los cristianos. Tales son, en primer lugar, todos los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y
CAPITULO II
LA PRACTICA DEL ECUMENISMO
5. La preocupación por el restablecimiento de la unión es cosa de toda la Iglesia, tanto de los fieles
como de los Pastores, y afecta a cada uno según su propia capacidad, ya sea en la vida cristiana diaria,
ya en las investigaciones teológicas e históricas. Este cuidado evidencia ya de alguna manera la unión
fraterna que existe entre todos los cristianos, y lleva a la plena y perfecta unidad según la benevolencia
de Dios.
LA REFORMA DE LA IGLESIA
LA ORACIÓN UNÁNIME27
8. Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la
unidad de los cristianos, han de considerarse como alma de todo el movimiento ecuménico y con toda
verdad pueden llamarse ecumenismo espiritual.
Es cosa habitual entre los católicos reunirse con frecuencia para aqeulla oración por la unidad dee la
Iglesia que el mismo Salvador, la víspera de su muerte, dirigió enardecido al Padre: Que todos sean
uno (Io 17,21).
Es lícito, e incluso deseable, que los católicos se unan con los hermanos separados para orar en
ciertas circunstancias especiales, como son las orecioes "por la unidad" y en las asambleas ecuménicas.
Estas oraciones en común son medio extremadamente eficaz, sin duda, para impetrar la gracia de la
unidad y expresión genuina de los lazos que siguen uniendo a los católicos con los hermanos separados:
Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20).
Sin embargo, no es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como un medio que
pueda usarse indiscriminadamente para restablcer la unidad de los cristianos. Esta comunión depende
principalmente de dos principios: de la significación obligatoria de la unidad de la Iglesia y de la
participación en los medios de la gracia. La significación de la unidad prohibe la mayoría de las veces
esta comunicación. La necesidad de procurar la gracia la recomienda a veces.La autoridad episcopal
local determine prudentemente el modo concreto de actuar, atendiendo a todas las circunstancias de
tiempo, lugar y personas, a no ser que la Conferencia episcopal, según las normas de sus propios
estatutos, o la Santa Sede determinen otra cosa.
9. Hay que conocer la disposición de ánimo de los hermanos separados. Para lo cual se requiere
necesariamente un estudio que ha de realizarse según la verdad y con espíritu benévolo.
Los católicos debidamente preparados deben adquirir un mejor conocimiento de la doctrina y de la
historia, de la vida espiritual y cultual, de la psicología religiosa y de la cultura propia de los hermanos.
Para lograr tal conocimiento ayudan mucho las reuniones de entrambas partes para tratar de cuestiones
principalmente teológicas en un nivel de igualdad, con tal que los que participan en tales reuniones,
bajo la vigilancia de los Prelados, sean verdaderos peritos. De este diálogo brotará un conocimiento
más claro del verdadero carácter de la Iglesia católica. Por este camino se llegará a un conocimiento
más exacto de la mentalidad de los hermanos separados, y éstos, a su vez, obtendrán una exposición
más adecuada de nuestra fe.
LA FORMACIÓN ECUMENISTA.
10. Es necesario que las instituciones teológicas y las demás disciplinas, especialmente las históricas,
se enseñen también bajo el aspecto ecuménico, para que respondan con mayor exactitud a la realidad.
Es de gran importancia que los futuros Pastores y sacerdotes dominen la teología elaborada según
este criterio con toda exactitud, sin espíritu polémico, sobre todo en lo que se refiere a las relaciones de
27 UUS 21-27
28 UUS 28-39
8
29 UUS 18-20
30 Ef 3,8
31 UUS 40
9
CAPITULO III
LAS IGLESIAS Y LAS COMUNIDADES ECLESIALES SEPARADAS DE LA
SEDE APOSTÓLICA ROMANA
13. Nos fijamos en las dos principales clases de escisiones que afectan a la túnica inconsútil de Cristo.
Las primeras ocurrieron en Oriente, por la negación de las fórmulas dogmáticas de los Concilios de
Efeso y Calcedonia, y posteriormente por la reptura de la comunión eclesiástica entre los Patriarcados
orientales y la Sede Romana.
En Occidente acaecieron las otras, después de más de cuatro siglos, a causa de los sucesos
comúnmente conocidos con el nombre de Reforma. A partir de entonces muchas Comuniones, ya
nacionales, ya confesionales, quedaron separadas de la Sede romana. Entre aquellas en las que las
tradiciones y estructuras católicas continúan subsistiendo en parte, ocupa lugar especial la Comunión
anglicana.
Sin embargo, estas diversas separaciones difieren mucho entre sí, no sólo por razón de su origen,
lugar y época, sino, sobre todo, por la naturaleza y gravedad de los problemas que se refieren a la fe y a
la estructura eclesiástica.
Por todo lo cual, este Concilio, sin infravalorar las diversas condiciones de los distintos grupos
cristianos y sin pasar por alto los lazos que persisten entre ellos a pesar de la división, determina
proponer las siguientes consideraciones para llevar a cabo una acertada acción ecuménica.
14. Las Iglesias de Oriente y de Occidente, durante muchos siglos, siguieron su propio camino, unidas,
sin embargo, por la comunión fraterna de la fe y de la vida sacramental, siendo la Sede romana, por
común consentimiento, la que resolvía cuando entre las Iglesias surgían discrepancias en materia de fe
o de disciplina. El Concilio gustosamente recuerda a todos, entre otras cosas muy importantes, que en
Oriente hay muchas Iglesias particulares o locales florecientes, entre las que ocupan el primer lugar las
Iglesias patriarcales, y muchas de las cuales se glorían de tener su origen en los mismos Apóstoles. Por
esto prevaleció y prevalece entrelos orientales la preocupación y el interés por conservar las relaciones
fraternas en la comunión de la fe y de la caridad, que entre las Iglesias locales, como entre hermanas,
deben tener vigencia.
No debe olvidarse tampoco que las Iglesias de Oriente tienen desde su origen un tesoro, del que la
Iglesia de Occidente tomó muchas cosas para su liturgia, su tradición espiritual y su ordenamiento
jurídico. Y se ha de estimar como es debido el hecho de que los dogmas fundamentales de la fe
cristiana sobre la Trinidad y el Verbo de Dios encarnado de la Virgen María hayan sido definidos en los
Concilios ecuménicos celebrados en Oriente. Las Iglesias orientales han sufrido y sufren mucho pos
conservar esta fe.
La tradición transmitida por los Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras. Por esto,
desde los mismos comienzos de la Iglesia fue explicada diversamente en cada sitio por la distinta
manera de ser y la diferente forma de vida. Todo esto, además de las causas externas, por falta también
de mutua comprensión y caridad, dio ocasión a las separaciones.
32 UUS 50-63. En estos capítulos se realiza una importante evaluación de los frutos del diálogo
ecuménico con los cristianos orientales en favor de la unidad en la única Iglesia de Cristo.
10
15. Todos conocen también con cuanto amor realizan los cristianos orientales el culto litúrgico,
especialmente la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la futura gloria, por
la cual los fieles, unidos con el Obispo, al tenr acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo
encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con
la Santísima Trinidad, hechos participes de la divina naturaleza (2 Petr 1,4). Así, pues, por la
celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de
Dios33, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas.
En este culto litúrgico, los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre virgen, a quien
el Concilio ecuménico de Efeso proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo
fuera reconocido verdadera y propiamente Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras; y
honran también a muchos santos, entre ellos a los Padres de la Iglesia universal.
Y como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, por la
sucesión apostólica, el Sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen todavía a nosotros con vínculo
estrechísimo, no solamente es posible, sino que se aconseja alguna comunicación con ellos en las
funciones sagradas, dadas las circunstancias oportunas y con la aprobación de la autoridad eclesiástica.
También se encuentran en el Oriente las riquezas de aquellas tradiciones espirituales a las que dio
expresión sobre todo el monaquismo. Porque allí, desde la época gloriosa de los Santos Padres, floreció
la espiritualidad monástica, que se extendió luego a los pueblos occidentales. De ella procede, como de
su fuente, la institución religiosa de los latinos, que aún después tomó nuevo vigor del Oriente. Por lo
cual se recomienda encarecidamente que los católicos acudan con mayor frecuencia a estas riquezas
espirituales de los Padres del Oriente, que levantan a todo el hombre a la contemplación de los divino.
Tengan todos presente, que el conocer, venerar, conservar y favorecer el riquísimo patrimonio
litúrgico y espiritual de los orientales es de la máxima importancia para conservar fielmente la plenitud
de la tradición cristiana y para conseguir la reconciliación de los cristianos orientales y occidentales.
16. Las Iglesias del Oriente, además, desde los primeros tiempos, seguían las disciplinas propias
sancionadas por los Santos Padres y por los Concilios, incluso ecuménicos. Como a la unidad de la
Iglesia no se opone una cierta variedad de ritos y costumbres, sino que ésta más bien acrecienta su
hermosura y contribuye al más exacto cumplimiento de su misión, como antes hemos dicho, el sagrado
Concilio, para disipar toda duda, declara que las Iglesias orientales, recordando la necesaria unidad de
toda la Iglesia, tienen la facultad de regirse según sus propias ordenaciones, puesto que éstas son más
acomodadas a la idiosincracia de sus fieles y más adecuadas para promover el bien de sus almas. No
siempre, es verdad, se ha observado bien este principio tradicional, pero su observancia es condición
previa absolutamente necesaria para el restablecimiento de la unión.
17. Lo que antes hemos dicho acerca de la legítima diversidad, nos es grato repetirlo también de la
diversa exposición de la doctrina teológica, puesto que en el Oriente y en el Occidente se han seguido
diversos pasos y métodos en la investigación de la verdad revelada para conocer y confesar lo divino.
No hay que admirarse, pues, de que algunos aspectos del misterio revelado a veces se hayan captado
mejor y se hayan expuesto con más claridad por unos que por otros, de manera que hay que reconocer
que con frecuencia las diversas fórmulas teológicas ,más que opuestas, son complementarias entre sí.
En cuanto a las auténticas tradiciones teológicas de los orientales, hay que reconocer que están
arraigadas de modo manifiesto en la Sagrada Escritura, se fomentan y se vigorizan con la vida litúrgica,
se nutren de la viva tradición apostólica y de las enseñanzas de los Padres orientales y de los autores
espirituales, tienden hacia una recta ordenación de la vida; más aún, hacia una contemplación cabal de
la verdad cristiana.
Este sacrosanto Concilio, dando gracias a Dios porque muchos orientales, hijos de la Iglesia
católica, que conservan este patrimonio y ansían vivirlo en su plena pureza e integridad, viven ya en
comunión perfecta con los hermanos que practican la tradición occidental, declara que todo este
patrimonio espiritual y litúrgico, disciplinar y teológico, en sus diversas tradiciones, pertenece a la
plena catolicidad y apostolicidad de la Iglesia.
CONCLUSIÓN
18. Bien considerado todo lo que precede, este sacrosanto Concilio renueva todo lo que han declarado
los sacrosantos Concilios anteriores y los Romanos Pontífices, a saber: que para el restablecimiento y
mantenimiento de la comunión y de la unidad es preciso no imponer... ninguna otra carga más que... la
necesaria (Act 15,28). Desea, asimismo, vehementemente, que en adelante se dirijan al logro paulatino
de esa unidad todos los esfuerzos en los varios institutos y formas de vida de la Iglesia, sobre todo con
la oración y con el diálogo fraterno acerca de la doctrina y de las necesidades más urgentes de la
función pastoral en nuestros días. De igual manera recomienda a los pastores y a los fieles de la Iglesia
católica que mantengan relaciones con quienes pasan la vida no ya en Oriente, sino lejos de la patria,
para incrementar la colaboración fraterna con ellos en el espíritu de la caridad, dejando todo ánimo de
controversia y de emulación. Si llega a ponerse toda el alma en esta empresa, este sagrado Concilio
espera que, derrocado el muro que separa la Iglesia occidental y la oriental, se hará, por fin, una sola
morada, asentada en la piedra angular, Cristo Jesús, que hará de las dos una sola cosa.34
19. Las Iglesias y Comunidades eclesiales que se separaron de la Sede Apostólica Romana, bien en
aquella gravisima crisis que comenzó en el Occidente ya a finales de la Edad Media, bien en tiempos
posteriores, están unidas con la Iglesia católica por una particular relación y afinidad a causa de haber
vivido mucho tiempo en siglos pasados la vida cristiana en la comunión eclesiástica.
LA CONFESIÓN DE CRISTO
20. Nuestra atención se dirige, ante todo, a los cristianos que confiesan públicamente a Jesucristo como
Dios y Señor y Mediador único entre Dios y los hombres, para gloria del único Dios, Padre e Hijo y
Espíritu Santo. Sabemos que existen graves divergencias con la doctrina de la Iglesia católica aun
respecto de Cristo, Verbo de Dios encarnado, y de la obra de la redención, y, por consiguiente, del
misterio y ministerio de la Iglesia y de la función de María en la obra de la salvación. Nos gozamos, sin
embargo, viendo a los hermanos separados tender hacia Cristo como fuente y centro de la comunión
eclesiástica. Movidos por el deseo de la unión con Cristo, se ven impulsados a buscar más y más la
unidad y también a dar testimonio de su fe delante de todo el mundo.
21. El amor y la veneración, y casi culto, a las Sagradas Escrituras conduce a nuestros hermanos al
estudio constante y solícito de la Biblia, pues el Evangelio es poder de Dios para la salud de todo el
que cree, del judío primero, pero también del griego (Rom 1,16).
Invocando al Espíritu Santo, buscan en las Escrituras a Dios, como a quien les habla en Cristo,
preanunciado por los profetas, Verbo de Dios encarnado por nosotros. En ellos contemplan la vida de
Cristo y cuanto el Divino Maestro enseñó y realizó para la salvación de los hombres, sobre todo los
misterios de su muerte y resurrección.
Pero cuando los cristianos separados afirman la autoridad divina de los sagrados Libros, sienten -
cada uno a su manera - diversamente que nosotros en cuanto a la relación entre las
Escrituras y la Iglesia, en la cual, según la fe católica, el magisterio auténtico tiene lugar peculiar en la
exposición y predicación de la Palabra de Dios escrita.
Sin embargo, las Sagradas Escrituras son, en el diálogo mismo, instrumentos preciosos en la mano
poderosa de Dios para lograr aquella unidad que el Salvador presenta a todos los hombres.
LA VIDA SACRAMENTAL
22. Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la institución del Señor y recibido
con la requerida disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucuficado y glorioso
y se regenera para el consorcio de la vida divina, según las palabras del Apóstol: Con El fuisteis
sepultados en el bautismo, y en El, asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que los
resucitó de entre los muertos (Col 2,12)36.
36 Rom 6,4
13
23. La vida cristiana de estos hermanos se nutre de la fe en Cristo y se robustece con la gracia del
bautismo y con la palabra de Dios oída. Se manifiesta en la oración privada, en la meditación bíblica,
an la vida de la familia cristiana, en el culto de la comunidad congregada para alabar a Dios. Por otra
parte, su culto presenta a veces elementos valiosos de la antigua liturgia común.
La fe con la que se cree en Cristo produce frutos de alabanza y de acción de gracias por los beneficios
recibidos de Dios; únesele también un vivo sentido de justicia y una sincera caridad para con el
prójimo. Esta fe activa ha producido no pocas instituciones para socorrer la miseria espiritual y
corporal, para cultivar la educación de la juventud, para humanizar las condiciones sociales de la vida,
para establecer la paz en el mundo.
Pero, si muchos cristianos no entienden siempre el Evangelio en su aspecto moral de igual
manera que los católicos, ni admiten las mismas soluciones a los problemas más complicados de la
sociedad moderna, no obstante quieren, como nosotros, seguir la Palabra de Cristo, como fuente de
virtud cristiana, y obedecer el precepto del Apóstol: Todo cuanto hacéis, de palabra o de obra, hacedlo
en el nombre del Señor Jesucristo, dando gracias a Dios Padre por El (Col 3,17). De aquí puede partir el
diálogo ecuménico sobre la aplicación moral del Evangelio.
CONCLUSIÓN
24. Expuestas brevemente las condiciones en que se desarrolla la acción ecuménica y los principios
por los que ha de regirse, dirigimos confiadamente nuestros ojos al futuro. Este sagrado Concilio
exhorta a los fieles a que se abstengan de toda ligereza o celo imprudente que puedan perjudicar el
progreso de la unidad. Porque la acción ecuménica de los fieles tiene que ser plena y sinceramente
católica, es decir, fiel a la verdad que recibimos de los Apóstoles y de los Padres, y conforme a la fe que
siempre ha profesado la Iglesia católica, y tendiendo al mismo tiempo hacia la plenitud con que el
Señor desea que se perfeccione su Cuerpo en el decurso de los tiempos.
Este sagrado Concilio desea ardientemente que los proyectos de los fieles católicos progresen en
unión con los proyectos de los hermanos separados, sin poner obstáculos a los caminos de la
Providencia y sin prejuzgar los impulsos futuros del Espíritu Santo. Además, se declara consciente de
que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de
Cristo excede las fuerzas y la capacidad humana. Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo
por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, en la virtud del Espíritu Santo. Y la esperanza no
quedará fallida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, por la virtud del Espíritu
Santo, que nos ha sido dado (Rom 5,5). Todas y cada una de las cosas que en este Decreto se incluyen
han obtenido el beneplácito de los Padres del sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad
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