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De la calle tomada el 18 de octubre.

Eduardo Torres U.
Eduardo125@gmail.com

El estallido/revuelta del 18 de octubre, viene a ser una expresión del desagrado/odio a los
permanentes desprecios de la oligarquía y las elites, no solo las políticas, sino las económicas,
militares y gubernamentales. Sin embargo, ¿basta la rabia o el hastió para iniciar una revuelta?
¿una revuelta puede ser el inicio de una revolución?
Estas dos preguntas, me han dado vueltas desde marzo del 2020, cuando la revuelta disminuye
con la pandemia y volvemos a la casa de forma obligada (o en realidad como un acto disciplinario).
Esta vuelta a casa, está acompañada de deseos de transformación en algunas de las propuestas
o demandas como son las pensiones con el fin de las AFP, educación igualitaria y gratuita, libertad
de los presos en la revuelta o simplemente, poder ser parte y disfrutar de este modelo de
desarrollo, ya no como observadores sino beneficiados de los productos de este jaguar
latinoamericano o de nuestro pequeño oasis neoliberal.
En simple, el estallido/revuelta desnuda las diversas expresiones sociales, y los saqueos no fueron
por parte de los manifestantes que estaban en las marchas, sino de grupos que ya habían probado
que en los momentos de inestabilidad sea por causas naturales como fue el 27-F, el saqueo es
una forma rápida de acceder a los productos negados, no solo los básicos, sino los de placer la
mercancía ya no escindida sino incluida, que este capitalismo ofrece. Por otro lado, los que han
mantenido una propuesta revolucionaria al estilo siglo XX, también se sumaban a quemar las
calles, o como me gusta decir, iluminar la oscuridad. Este estallido, dio posibilidad de poner en
acción tácticas de milicia popular urbana, atacando comisarias, donde se sumaron algunos
jóvenes y otros no tantos donde expresar el odio a la representación más dura del Estado como
es la policía. Pero los que más se hicieron presente fueron aquellos, que bajo una disciplina
controladora como diría “Foucault” de la organización sindical o gremial, quienes marchaban en
una expresión simbólica de rotación a las calles, pero que, llegada la hora se retiraban, dejando
paso a quienes estaban en la espera de tomar la plaza y defenderla durante horas, las primeras
líneas de defensa.
En este grupo, aparece el pueblo, no el militante, ni el activo, sino el marginal, el que no cave en
un sindicato, ya que su trabajo es part time, o por cuenta propia, excluido del mundo
revolucionario tradicional, aquel que no responde a orgánicas, sino que construye relaciones en
el campo mismo, organizando, planeando la estrategia de lucha, levantando barricadas con los
adoquines. Explorando nuevas formas de expresión y sobre todo compartiendo espacios
afectivos, muchos como primera vez, confiando y apoyando/se con otros iguales. También, el arte
sale a la calle, como expresión cultural, murales, fotografías, conciertos en las esquinas, Bach,
Mozart, Wagner, Violeta Parra, Víctor Jara suenan entre violines y chelos, entre flautas y pianos,
toda una fiesta cultural, donde cada uno, aporta desde su quehacer. Son los primeros días de la
revuelta, el campo de Guerra del enemigo poderoso e imaginario, el terror de la oligarquía a
perder sus privilegios y sus prestigios, o súper 8.
Las luchas populares llevadas a los centros neurálgicos de las ciudades, por aquellos excluidos,
tanto social como político y económicamente, se expresaban en pequeños triunfos, el lograr que
la policía no ocupe los espacios liberados de acción cultural: la radio, las ollas comunes, los grupos,
los “fumetas” y otros que ocupaban la plaza como nunca habían podido hacerlo.
La no existencia de banderas, no era una regla, sino una consecuencia que los militantes, muchos,
no estaba de acuerdo de participar en espacios des-orgánicos o donde los acuerdos partieran
desde la plaza o desde los Tribunales y no desde las mentes preclaras de comisiones políticas o
comités centrales. Por tanto, la no presencia de banderas partidarias es un adelanto de lo que
vendría con la firma del acuerdo del 15 de noviembre. La desconfianza de la realpolitik que salvó
a Piñera y de paso a la democracia en crisis. Mejor un político de carrera que un pueblo inexperto
en artes del poder.
No solo los partidos quedaron fuera de la calle, sino también la iglesia. Los símbolos para estatales
por antonomasia, fueron rechazados hasta la expresión ardiente de sus acciones quemando
mobiliarios eclesiásticos o de algunos partidos, sobre todo de derecha. Ni los curas, ni los
pastores, ni los dirigentes políticos estaban presentes, ya que, este estallido/revuelta era una
expresión de los que siempre han estado abajo, junto a quienes mueven la economía. Podría ser,
sin serlo, una revuelta con ribetes de clase, donde la famosa clase media se amalgamó con la clase
trabajadora y con lo popular. Todos juntos levantando barricadas contra la represión.
Sin embargo, al igual que una rabieta infantil, la expresión violenta de la acción y la palabra genera
un gasto de energía, la cual tiende a volver a un punto anterior. Baste hacer la siguiente
observación: hoy son pocos quienes dicen que estuvieron en la calle en el estallido/revuelta.
Al igual que en aquellos países, donde la posibilidad de revolucionar lo social fue llevado a la
practica en su forma mas expresiva, en la revuelta. La sociedad, sobre todo aquella que responde
a los ausentes de este evento/episodio social tienden a buscar un equilibrio político, en realidad
lo imaginado como deseo, pero que hace que el poder y sus expresiones se fortalezcan y
profundicen su radicalidad, ejemplo, las largas prisiones preventivas de los jóvenes detenidos en
el estallido, muchos sin pruebas y otros solo con evidencias inventadas por los pacos intra
marchas. Pero ahí están, presos aún, a tres años. El estado debe enviar su mensaje a los rebeldes,
a los que traten nuevamente de levantarse contra la elite. Esta vez no hubo desaparecidos o
ejecutados de forma masiva, pero si muchos mutilados y asesinados.
Se podrá decir que el estallido/revuelta no llegó a ningún lado, pero, al igual que la rabieta del
niño, el estado debe revisar su practica al igual que las oligarquías velar que las diferencias
sociales no sean tan drásticas. No es solo la pobreza, sino la exclusión y este proceso aun no
termina, aun estamos afilando los dientes.

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