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GEORGES AUZOU

Profesor de Sagrada Escritura en el


Seminario Mayor de Rouen

EL DON DE
UNA CONQUISTA
ESTUDIO DEL

LIBRO DE ]OSUE

EDICIONES FAX
Zurbano 80
MADRID
Original francés: Le don d'une conquete. Etude du Livre de /osué, par
GE0RGES Auzou, Professeur d'Écriture Sainte au Grand Séminaire
de Rouen.-Éditions de l'Orante. Paris.

© Editions de l'Orante
Ediciones FAX. Madrid. España

Traducción por
ANTONIO G. FRAILE

Nihil obstat: D. Vicente Serrano. Madrid, 4 de septiembre de 1967.­


lmprímase: Angel, Obispo Aux. y Vic. Gen.

Es propiedad
Impreso en España 1967
Depósito legal: M. 18742-1967

SELECCIONES GRÁFICAS (EDICIONES) - Paseo de la Dirección, 20 - MADRID


ACTUALIDAD BIBLICA
La Palabra y el Espíritu

1.-BoISMARD, LÉoN-DuFOUR, SPICQ y otros. Grandes temas bíblicos.


2.-Auzou. De la servidumbre al servicio. Estudio del Libro del Exodo.
3.-ScHNACKENBURG. Reino y reinado de Dios. Estudio bíblico-teológico.
4.-Auzou. El don de una conquista. Estudio del Libro de Josué.
5.-LENGSFELD. Tradición, Escritura e Iglesia en el diálogo ecuménico.
6.-Auzou. La fuerza del espíritu. Estudio del Libro de los Jueces.
7.-JEREMIAS. Palabras de Jesús.
8.-BOISMARD. El Prólogo de San Juan.
9.-CERFAux. El Apocalipsis leido a los cristianos.
PROLOGO

Según las intenciones que presiden el destino de


la presente colección, el estudio del libro de Josué no
debía seguir inmediatamente al del libro del Exodo.
Parecía más urgente encontrarse ya con uno de los
profetas, uno de los «Mayores». En efecto, en los
grandes profetas de Israel, los de los siglos VIII-VI
antes de nuestra era, se halla expresado bajo su forma
más viva y en su esencia más pura, al parecer, el es­
píritu que inspira en su mayor parte el Antiguo Tes­
tamento. Es pues una necesidad primordial participar
cuanto antes de ese espíritu para iniciarse del mejor
modo posible en la lectura fecunda de los textos sa­
grados. En cierta manera, el libro del Exodo ha colo­
cado al lector de la Biblia en el manantial de la reve­
lación que empapa, por decirlo así, todos los otros
libros bíblicos. Por eso, una gran obra profética debía
mostrar cómo esta revelación se ha recibido concre­
tamente en el pueblo de Dios, cómo la Alianza del Si­
naí ha sido vivida en la historia real y cómo la pala­
bra de Dios, en los labios de un profeta inspirado, es
gracia de salvación.
La predicación profética tiene unas fechas y unas
circunstancias detalladas ; está en relación con unos
acontecimientos ; se dirige a unos hombres que viven
10 PRÓLOGO

en unas condiciones históricas que -es evidente­


interesa conocer. En La Tradición bíblica nos hemos
esforzado por situar los autores y las obras bíblicas
en la historia del pueblo de Dios. Lo hemos hecho
para toda la Biblia, como introducción general y pre­
paración al estudio de todos los libros sagrados. Esta
visión debía ser muy rápida para que pudiera cap­
tarse el desarrollo histórico en su conjunto y según
su movimiento. Pero, a la hora de abordar cada libro
en particular, parecía necesario tener un conocimien­
to más preciso del ambiente en que han vivido, ha­
blado y escrito los autores bíblicos.
Nos hemos dado cuenta de ello cuando se ha tra­
tado de estudiar a uno de los pro/etas de la gran épo­
ca. El documento principal que nos descubre el hori­
zonte, la historia, el contexto vivo de los oráculos ins­
pirados es, sin duda alguna, el libro I y II de los
Reyes. ¿Qué sabíamos de esos libros? Y sobre todo
¿íbamos a referirnos frecuentemente a una obra de
la que el lector no tenía un conocimiento suficiente, y
a propósito de la cual podía adoptar una actitud des­
deñosa, buscando lo que allí no se encuentra y deses­
timando lo que se debería leer?
Los mismos libros de los Reyes forman parte de
un conjunto, la colección de los Profetas anteriores,
que incluye, además, los libros de Josué, Jueces y
Samuel. ¿Era oportuno separarlos? ¿Sería muy indi­
cado comenzar con el relato de la muerte de David
con que se abre el libro de los Reyes? Esto nos lleva­
ba al estudio de los dos libros de Samuel, los libros
de David por excelencia. Y con una lógica semejante
esto entrañaba el conocimiento de los anteriores, y
por tanto del libro de los Jueces, que a su vez estaba
exigiendo el conocimiento del libro de Josué.
PRÓLOGO 11

Por eso hemos modificado nuestro plan y hemos


pensado en la publicación de cuatro estudios que de­
ben ir seguidos. Nosotros mismos nos hemos hecho
las objecciones; y nos damos cuenta de los inconve­
nientes. Estos libros están llenos de dificultades, con
las que sería pre/erible no toparse tan pronto. Por
otra parte, para quien no está todavía muy metido
en el mundo bíblico, puede parecer pesado verse
obligado a asimilar una cantidad tan considerable de
páginas y estudiar pacientemente desde ahora unos
textos, que quizá no ha juzgado desde el principio
como los más interesantes o importantes. Sin embar­
go, como acabamos de verlo, es menos acertado aún
el dejar el estudio de estos libros para más tarde.
La historia que va de la conquista de Canaán por
los Hebreos en el siglo XII antes de nuestra Era hasta
el destierro de los Israelitas en Babilonia en el si­
glo VI es, por así decirlo, constitutiva de Israel. Es
imposible comprender lo que es el pueblo de Dios
sin esta historia laboriosa y movida, magnífica y
penosa, dramática. No hay ningún autor bíblico que
la desconozca, que no la tenga en cuenta, que no la
suponga conocida. Y conocida desde dentro, vista
por el mismo pueblo de Dios, por sus escritores ins­
pirados. Este conocimiento bíblico de la historia de
Israel no pueden darlo más que los libros bíblicos
que la refieren y la interpretan. Porque se trata de
algo más que de una historia.
En efecto, estos libros pertenecen a la clase de los
pro/etas. La historia que se lee en ellos es una historia
meditada, orientada, contemplada sobre todo desde
el punto de vista de Dios; es una historia-enseñanza.
Más exactamente, una enseñanza a partir de la his­
toria; y una enseñanza de vida, en la fe. La revela-
12 PRÓLOGO

ción divina procede de la historia del pueblo de Dios;


la palabra de Dios, lo más frecuentemente, son los
acontecimientos entendidos en ese esclarecimiento pri­
vilegiado de que Dios ha dotado a su pueblo por
mediación de sus hombres inspirados. Los libros que
nos proponemos estudiar nos permitirán comprender
esta verdad fundamental haciéndonos recorrer seis
siglos de una importancia decisiva para el pueblo de
la Biblia, para la revelación que ha recibido y ha
transmitido. Por eso la tradición ha agrupado los
libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes en una sola
colección, bajo el nombre de Profetas anteriores.
Esta denominación muestra que en el fonda nuestro
plan no está tan alterado: estamos ya entre los pro­
/etas. Estos escritos son pro/éticos. Si descansan en
tradiciones antiguas y contienen textos redactados al­
guna vez poco después de los acontecimientos referi­
dos, como libros han sido compuestos en los si­
glos VII-VI, en la gran época profética y «deutero­
nómica», en tiempos de Jeremías y Ezequiel, según
su espíritu.
De estos cuatro libros, el que ahora abordamos
para comenzar no es ni el más atrayente ni el más
fácil. El libro de los Jueces y sus anécdotas tienen
mucho de pintoresco y de gracioso, que atrae y man­
tiene la atención; desde ahí se llega luego a su sig­
nificación esencial. El libro de Samuel es largo, pero
tiene su encanto; se encuentran en él problemas im­
portantes y sobre todo la bellísima historia de David,
decisiva para lo sucesivo. En cuanto al libro de los
Reyes, la amplitud y gran valor documental de la
materia tratada, el interés de estudiar en el espíritu
de los profetas la época monárquica desde Salomón
hasta el destierro babilónico, el tiempo de Isaías y
PRÓLOGO 13

el Deuteronomio, hacen de él una obra no siempre


agradable, pero indispensable; no faltan tampoco
páginas hermosas, y encierra una riqueza de la que
nadie querría privarse.
Se corre el riesgo de que el libro de Josué decep­
cione. Uno se da cuenta rápidamente de que su con­
tenido histórico es relativamente escaso, a pesar de
la amplitud de sus detalles. Y tiene bastantes cosas
extrañas. Es el único libro bíblico en que parecen
acumularse los enormes milagros desconcertantes del
paso a pie enjuto del ]ordán, del derrumbamiento de
las murallas de Jericó, de la «detención del sol» por
Josué . . . Por otra parte, la historia parece diluirse en
unos discursos o enumeraciones que no acaban, que
dejan insatisfechos a los que pensaban encontrar
en ellos una mina de noticias sobre la «conquista de
Canaán».

Para entenderle, es claro que interesa abordarlo


como conviene. Por eso vamos a hacer algunas con­
sideraciones preliminares. En esta introducción, ad­
quiriremos las disposiciones que nos permitan evitar
errores históricos y sobre todo reconocer el género
literario del libro que vamos a frecuentar. Tal vez
no sea inútil, para algunos, recordar aquí dos ver­
dades elementales, aunque todavía no tan corriente­
mente admitidas como sería preciso.
La renovación de los estudios bíblicos 1 ha venido
seguida de un movimiento bíblico más amplio: los

1 La Palabra de Dios, ed. FAX, Madrid, 1964, pgs. 377-425; este


volumen se designará habitualmente con las siglas P. D. De la misma
manera, los títulos de los otros dos volúmenes, también publicados en
FAX, La Tradición bíblica y De la Servidumbre al Servicio, se abre­
viarán respectivamente en T. B. y S. S.
14 PRÓLOGO

cristianos comienzan a redescubrir la Biblia; mucho


tenemos que alegrarnos y esperar de ello.
Si este movimiento tiene la garantía de sus oríge­
nes, es decir el serio y prolongado trabajo de inves­
tigación realizado desde hace un siglo, no era posible
que alcanzara su desarrollo al nivel de un público
bastante numeroso más que haciendo accesibles los
resultados de la exégesis, una vez asegurado sobre
todo el método que permite una lectura correcta de
los textos sagrados. Los principios son los de la crí­
tica iluminada por la fe; el método es el de los estu­
dios históricos y literarios. Principios y método pue­
den aplicarse más o menos bien; pero no pueden
seriamente ponerse a discusión 2• Esto equivale a de­
cir en términos muy sencillos: para leer convenien­
temente un texto y comprenderlo de verdad, hay que
conocer su contexto histórico y su relación con el
ambiente que ha condicionado su aparición. Hay
que conocer, por otra parte, su género literario y sus
características literarias.
Pero esto que es corriente para los especialistas o
los acostumbrados, no ha tenido tiempo de ser aco­
gido todavía por todos los espíritus. Todavía se en­
cuentran personas, por ejemplo, que toman todas las
narraciones bíblicas por -lo dicen así- «historias
verdaderas», entendiendo por ello que ahí se repro­
duce la realidad del pasado tal como sucedió. Y no
parecen sospechar que hay muchas maneras de es­
cribir la historia, y que la «historia pura», en el sen­
tido en que ellos ingenuamente se la imaginan, no
existe y que con frecuencia se trata de otra cosa. Por
eso habría que ser consciente siempre de que no hay
ninguna historia que se haya transmitido sin una
2 Hemos reflexionado un poco acerca de ello en P. D., pgs. 442-449.
PRÓLOGO 15

cierta presentación literaria, sin una forma determi­


nada que puede cambiar, según un género y unas
intenciones que resulta indispensable conocer. Habría
que hacerse siempre una pregunta: a qué clase de
literatura pertenece esto, a qué tipo de afirmación, y
en consecuencia cuál es su alcance.
Hay otras personas que dan la impresión de creer
que los textos narrativos son siempre más o menos
contemporáneos de la historia que relatan. Sin em­
bargo es evidente que los escritores de esta clase son
necesariamente posteriores a los hechos de que ha­
blan, y en ocasiones son muy posteriores. Esto lleva
consigo la inteligencia de un cierto anacronismo.
Efectivamente, una auténtica visión retrospectiva es
muy difícil; lo más frecuente es que un escritor pien­
se y se figure el pasado según lo que conoce de su
propio tiempo; de esa manera las instituciones, la
mentalidad, las convicciones de una época más re­
ciente se proyectan sobre una época más antigua.

Estas observaciones, que son en realidad unas


verdades elementales, valen habitualmente con rela­
ción a los textos narrativos de la Biblia. Y es im­
prescindible tenerlo en cuenta para entender el libro
de Josué. La introducción de este estudio tiene pro­
pósito de ayudar a ello. En primer lugar, situando
la historia relatada por el libro bíblico en el país que
le sirve de marco, al nivel de la civilización de la
época. Seguidamente se hace un esfuerzo para en­
contrar esta misma historia, a través de las tradicio­
nes que hablan de ella. En tercer lugar, se trata de
hacer una historia totalmente distinta pero absoluta­
mente necesaria, la de la composición del libro; esto
nos permitirá descubrir a la vez sus caracteres y su
16 PRÓLOGO

finalidad, precisar su espíritu y en seguida impreg­


narnos de él.
La lectura cuidadosa y atenta del texto bíblico
sigue siendo lo esencial, lo es todo. Porque una cosa
es dejarse introducir, y otra cosa es vivirlo por den­
tro. Seguiremos el libro por el orden que se presenta,
capítulo tras capítulo. Las anotaciones, observacio­
nes y reflexiones suponen siempre que el libro bí­
blico está abierto. Es imposible utilizar correctamente
el presente estudio sin tener los ojos sobre el texto
bíblico, incesantemente. Casi nunca se ha reprodu­
cido el texto; se ha hecho así adrede; la indicación
numérica de los versículos lo recordará constante­
mente. Aquí, el maestro es el autor bíblico, es Dios.
El comentarista no es más que un guía, a quien hay
que despedir cuando ya se sabe ir solo. Al final no
debe quedar más que el texto de la sagrada Escri­
tura, suficiente de suyo, y comprendido del mejor
modo posible.
Mencionaremos de paso los autores que nos han
ayudado. No creemos obligado, en una obra que no
se dirige a especialistas, presentar una bibliografía
exhaustiva de estudios sobre el libro de ]osué. Entre
los comentarios recientes, podemos señalar, por or­
den de aparición, los siguientes: A. FERNÁNDEZ,
Commentarius in librum Josue, París, 1938, en latín;
en francés, A. GELIN, Josué traduit et commenté,
tomo III de La Sainte Bible llamada de Pirot-Cla­
mer, París, 1949; en italiano, D. BALDI, Giosue, Tu­
rín, 1952; en alemán, M. NOTH, Das Buch Josua,
Tubinga, 2.ª ed., 1953; y H. W. HERTZBERG, Die
Bücher Josua, Richter, Ruth, Gottingen, 1953; en
castellano, L. ARNALDICH, tomo JI de la Biblia Co­
mentada, Madrid, 1961. Se puede citar el artículo
PRÓLOGO 17

de P. AuvRAY, Josué, en el Supplement du Diction­


naire de la Bible, fascículo 22, París, 1948, col. 1131-
1141; y el de J. DELORME en la Introducción a la
Biblia bajo la dirección de Robert y Feuillet, tomo I,
1965, pgs. 365-377. Hemos traducido directamente
el texto hebreo. Pero hemos tenido en cuenta la
traducción y las notas de E. DHORME en la llamada
Biblia de la Pléiade, París, 1956, y la de F. M. ABEL
y M. Du BuIT en la Biblia de Jerusalén, en fascícu­
los, 2." ed., París, 1958. Toda referencia es un acto
de gratitud.
Si no nos engañamos, querríamos que este estu­
dio, como el del libro del Exodo y los que puedan
seguir, tuviera un carácter de iniciación progresiva
al conocimiento de la Biblia. A medida que se avan­
za en este conocimiento, se va dejando descubrir el
mundo bíblico, las nociones se hacen familiares, las
ideas que vienen una y otra vez comprometen al es­
píritu en los caminos a que nos invita la palabra de
Dios. Por esta razón, hemos supuesto con frecuencia
el conocimiento y el empleo del estudio anterior, De
la Servidumbre al Servicio, como también nuestros
dos estudios de introducción a la Biblia, La Palabra
de Dios y La Tradición Bíblica. Por tanto, cuando
haya que citarlos, no lo hacemos por una compla­
cencia que sería ridícula y estaría fuera de lugar;
sino por una preocupación de método, por necesidad
pedagógica, siguiendo un programa que tiene sus
etapas y su unidad.
Nos agrada dedicar estas páginas a los miem­
bros del Grupo de Estudios bíblicos que se ha fun­
dado en Rouen, hace ya tres años, a esos hombres
y mujeres de buena voluntad y de gran voluntad,
muy valientes para someterse a un curso después
EL DON DE UNA CONQUISTA,-2
18 PRÓLOGO

de su jornada de trabajo y a pesar de tantas ocupa­


ciones absorbentes, y muy perspicaces para encon­
trar -con lo difícil que es- tiempo para un estudio
personal prolongado. Se las dedicamos a estos oyen­
tes decididos de la Palabra de Dios reunidos en co­
munión con el Señor en el deseo unánime de conocer
esta Palabra y, si Dios quiere, hacerla conocer a su
alrededor. A través de estas páginas, sabrán encon­
trar de nuevo un eco de nuestras fervorosas veladas.
INTRODUCCION
LA TIERRA

Vista sobre un mapa un poco extenso 1, por ejem­


plo el que representa el Próximo Oriente mediterrá­
neo, Palestina aparece como un país muy pequeño.
Pero el mismo mapa revela en seguida que este país
forma, con la antigua Fenicia (hoy el Líbano y Siria
occidental), una faja de terreno privilegiado entre
el Mediterráneo y el inmenso desierto inhabitable al
Este. Y al mismo tiempo se descubre que Palestina
es un tránsito natural, el pasadizo inevitable entre
Egipto y Arabia de una parte, y Siria, Asia Menor y
Mesopotamia de la otra.
Esta faja estrecha de terreno está esencialmente
constituida y caracterizada por una larga cordillera.
O más bien una doble cordillera, porque está divi­
dida en su longitud por la extraordinaria depresión
en que se alojan el lago de Genesaret, el Jordán y
el mar Muerto. De esta cordillera, que forma la fren­
te oriental del Mediterráneo, Palestina ocupa el ter­
cio meridional, desde la base del Líbano y del Anti­
Líbano, en la Alta Galilea, hasta los límites del país

1 Por supuesto, es aconsejable tener un mapa a la vista. Se en­


cuentra en todas las Biblias modernas. Mejor aún, en los atlas o en
las obras sobre la geografía de Palestina como los que se indican en T.
B., pg. 55, n. l. En esta obra se ha trazado ya un croquis de la
Palestina natural, pgs. 55-60, donde se ha dado un cierto número de
detalles e indicaciones precisas.
22 INTRODUCCIÓN

cultivado, el Negueb, en el umbral de la península


del Sinaí.

El país no se abre al Mediterráneo. A diferencia


de Fenicia, donde la montaña desciende muy cerca
de la costa y ha permitido en todo tiempo la instala­
ción de excelentes puertos naturales, el litoral pales­
tinense es plano, rectilíneo, bordeado de dunas de
arena ; los raros puntos rocosos de Jafa, Cesarea,
Atlit o el promontorio del Carmelo apenas son utili­
zables como puertos y no lo han sido en la Antigüe­
dad, a excepción de Acco en el Norte. Asimismo,
en los tiempos bíblicos, los habitantes de Palestina
apenas se comunicaron con Occidente. Ni viajes ni
comercio por mar. El mar se considera como un
límite, el tope felizmente fijado y mantenido por Ya­
vé ante la terrible fuerza de aniquilamiento de las
aguas tumultuosas y anárquicas ª. Y son unos hom­
bres de mar, llegados de otras comarcas, los Filisteos,
los que van a colonizar la planicie del litoral mien­
tras que los Hebreos vienen del desierto.
Esta llanura del litoral, de origen aluvial, un poco
mejor regada que el resto del país, se parece, desde
el punto de vista de los recursos naturales, a otras
regiones del contorno del Mediterráneo. Al contrario,
el corazón del país, que es la Palestina bíblica, es
muy diferente de ella. Está constituido por el gran
macizo montañoso calcáreo que ocupa la longitud
central: montes de Judá o de Judea y montes de
Samaría o de Efraím, según las denominaciones más
usuales de este conjunto, separadas al norte del ma­
cizo de Galilea por la única llanura grande de Pales-

2 Véanse las citas de la Biblia a propósito de esto en S. S.,


pgs. 202-203.
LA TIERRA 23

tina, la planicie de Jezrael. Su altitud media es de


800 metros. Se presentan como un nudo de colinas
recias, parcialmente arboladas en los tiempos bíbli­
cos, entre las cuales circulan sinuosamente unos va­
lles profundos donde los wadis pedregosos señalan
sus caminos. Ahí se albergan también pequeñas lla­
nuras cubiertas de esa tierra roja característica de
las regiones calcáreas que permite buenos cultivos.
Cuando se acerca uno a este país, siempre se «sube»,
lo mismo del lado del Oeste donde las colinas se
elevan progresivamente, y los valles de penetración
son numerosos y muy accesibles, que viniendo del
Este, pero en este caso solamente por unos barrancos
que dominan unas pendientes abruptas y semejan
pasos peligrosos.
Porque de este lado, la montaña se detiene brus­
camente encima de la gran hendidura de Gor o valle
del Jordán. Estando éste, desde su salida del lago
de Genesaret, a unos 200 metros por debajo del ni­
vel del mar y descendiendo alrededor de 400 por
debajo de ese mismo nivel al llegar al mar Muerto,
el desnivel, en la altura del curso medio del Jordán,
es de más de 1.000 metros entre esta hondonada y
las mesetas montañosas que la rodean. La sinuosidad
e irregularidad del Jordán, así como el calor tropi­
cal de este profundo pasadizo, hacen baldías las man­
chas margosas de sus ribazos que se cubren sola­
mente de espesuras salvajes, salvo en la muy calu­
rosa, pero riente y rica región de Jericó bañada de
fuentes. El Gor termina en el Sur con el inmenso
lago de aguas salinas mortales y de un extraño azul
metálico, el mar Muerto, rodeado de silencio, de
grandiosidad y de una belleza fascinante.
24 INTRODUCCIÓN

Al Este está la Transjordania 3, a donde uno se


acerca, desde el valle del Jordán, como a una mon­
taña de pendientes acusadas y por las profundas ra­
nuras que allí han abierto los muy numerosos ríos
o wadis. Pero en realidad se trata de una larga me­
seta. Región cultivable y fértil, poblada de árboles.
Su límite al Este es la presencia inmediata del gran
desierto sirio, desierto absoluto.
Esta frontera es la ruta natural yendo desde el
sur (Sinaí, Arabia) hacia Damasco y desde allí a los
países del Eufrates. Otra ruta, saliendo de Egipto,
bordeando el mar hasta la barrera del Carmelo que
lo rodea hacia el Este, por la llanura de Jezrael,
corta el Jordán al sur del lago de Genesaret y se
encuentra con la ruta de Damasco. Estos fueron los
caminos de los ejércitos. Han sido también los de
las caravanas, los del tráfico comercial, los de todos
los convoyes y comunicaciones importantes. Y per­
mitían a un país de extraordinarios contrastes, de
diferencias por todas partes acusadas, cuyo relieve
encerraba y aislaba a sus habitantes, el estar ince­
santemente abierto a los otros países, comarcas ve­
cinas y grandes imperios, con todos los beneficios y
todos los riesgos de los cruces extranjeros.

La variedad geográfica de Palestina ha condicio­


nado la existencia de sus habitantes, distinta en una
llanura bien protegida, diferente según que una ver­
tiente recoja las lluvias o se sequen con los vientos
del desierto, distinta en las alturas más o menos des­
carnadas, y diferente también en las estepas perifé-
3
Nosotros seguimos las denominaciones puramente geográficas y
los términos empleados en este terreno cuando se habla de la Biblia.
Es sabido que hoy día "Jordania" abarca una parte de la Cisjordania
y toda la Transjordania, que de esa manera ha perdido su nombre.
LA TIERRA 25

ricas. El problema del agua es vital. Solamente llueve


en invierno, y no siempre, ni siempre lo suficiente ;
primero la vegetación, y después los animales y el
hombre pueden sufrir terriblemente por ello. El do­
minio de los puntos de agua, de las fuentes y cister­
nas, es por eso el asunto más importante; eso ex­
plica frecuentemente la vida y la historia de los
hombres. Esta vida, por otra parte, lleva el ritmo
del ciclo de las estaciones con su siembra y sus co­
sechas.
La ganadería está también sometida al influjo
de las estaciones. Los rebaños de ganado menor vi­
ven en estepas durante el invierno, pero buscan al­
canzar los terrenos cultivados para encontrar pastos
en las estaciones secas. De esta manera se establece
una relación constante entre el corazón del país y
los accesos. Y se verá incesantemente a las gentes
inestables de las estepas del Este y del Sur codiciar
las ventajas de las regiones centrales y los frutos del
trabajo de los sedentarios, a no ser que ellos mismos
vengan a instalarse y se pongan a cultivar el suelo.
El país es hermoso, vigorosamente cincelado;
tiene carácter y se lo da a los que hace vivir y se
pegan a él. Tiene el encanto austero de las comarcas
áridas en las que viene a posarse cada año la gracia
primaveral. La existencia es ahí dura, pero sana,
bastante independiente y exaltada, pero nunca del
todo asegurada. Las plagas naturales y también la
avidez de los hambrientos del desierto o los estragos
de la guerra son hechos corrientes o amenazas fre­
cuentes ; pero forjan el coraje, el valor de volver a
empezar cada vez que es preciso. Es una vida que
exige esfuerzo, constancia y adaptación continua;
un trabajo paciente y mañoso, cuyos frutos son her-
26 INTRODUCCIÓN

mosos pero no siempre se alcanzan ; y unas condi­


ciones económicas medianas que a nosotros nos pa­
recerían una gran pobreza, y a las que supieron
sin embargo acomodarse los Palestinenses y hasta
estar contentos con ellas.
El pueblo de Israel no está apasionadamente pe­
gado a esta tierra que ha formado su alma inestable
e incansable, triste y generosa. Desde el cántico de
Débora (Jue 5) y la bendición de Jacob (Gn 49), al
Cantar de los Cantares y a las parábolas del Evan­
gelio, el país elegido, del que no desconocían sus exi­
gencias y asperezas, ha sido cantado por los poetas
con palabra tan sobria como enérgica, con imágenes
tan variadas como chocantes, con acentos a veces
dulces y también rigurosos siempre que la faz de
Palestina se lo sugería. Unicamente el Deuterono­
mio parece rebasar la medida, y su autor, situándose
teóricamente en las llanuras de Moab (Dt 1,1-5; 4,44-
49), evoca el otro lado del Jordán como un jardín
enriquecido, a la medida de sus deseos, con los bie­
nes naturales que Dios allí prodiga : Dt 8, 7-13 ; 11,10-
1 7 ; 28,2-12. Este libro, escrito en el siglo VII, en
un momento en que la posesión del suelo por los
Israelitas es discutida y está en peligro, cuando Asi­
ria ha cogido ya la mitad más grande y Babilonia
se dispone a invadir el resto, es a su manera un cán­
tico de amor que celebra la «buena tierra que Dios
ha dado» al pueblo de su elección. Que el libro de
Josué, cuya redacción forma parte del conjunto de­
bido a los escritores deuteronomistas, ofrezca esa
misma golosa visión a los caminantes del desierto
salidos de la generación del Sinaí, es una manera de
ver absolutamente conveniente, antes de adquirir la
conciencia más realista del libro de los Jueces, para
LA TIERRA 27

aquellos a quienes debe sostener en el valor una bella


promesa.

Este país lo han habitado los hombres desde la


más remota antigüedad, desde las edades prehistó­
ricas. Cuando los Hebreos de J osué quieren insta­
larse en él, hacia el final del siglo XIII, la población
está muy mezclada, como lo atestiguan las enumera­
ciones bíblicas, parcialmente esquematizadas pero
sugestivas, de los pueblos que habitualmente se ha
convenido en llamar los «Cananeos» 4. La población
es de tronco semita, pero invasiones y migraciones
han hecho intervenir en ella diversos elementos.
No existe unidad entre estas gentes, no tienen
estatuto político definido. Lo que da al país una fi­
gura bastante uniforme es la civilización, que es un
producto indígena, pero fuertemente marcado por
las grandes civilizaciones cercanas. Muy antiguamen­
te, ha sido sensible y profunda la influencia de Me­
sopotamia. Sin embargo, a partir de la mitad del
III milenio, es Egipto, muy cercano, el que ejerce
su dominio y deja su impronta. La invasión de los
Hyksos 5, atravesando Palestina e instalándose en
ella antes de conquistar Egipto, contribuyó a hacer
del país un territorio de tránsito y de unión entre las
regiones del Eufrates y del Nilo. Cuando los Hyksos
fueron echados de Egipto, al final del siglo XVI, los
faraones de la XVIII dinastía sometieron a su auto­
ridad, gracias a numerosas expediciones, toda la re­
gión mediterránea hasta la Alta Siria. Esta suprema­
cía, mantenida aún por los primeros faraones de la

4 Jos 3,10; 9,1; 11,3; 12,8; 24,11; Jue 3,5; cf. también Gn 10,16-
18; 15,20; Ex 3,8.17; 13,5; 23,23; 33,2; 34,11; Dt 7,1; 20,17.
5 Véase T. B., pg. 30.
28 INTRODUCCIÓN

XIX dinastía, llegó sin embargo a su fin con la de­


cadencia del Nuevo Imperio egipcio. A partir de
finales del siglo XIII, Palestina estaba en condiciones
de realizar su destino por sus propios medios.

En esta época, como por lo demás en todo tiempo


en este país, la masa de habitantes consta de campe­
sinos, agricultores y pastores. El cultivo es el de los
olivos, higueras y viñas, trigo y cebada, guisantes,
habas y lentejas, cebollas, pepinos y melones. El ga­
nado es sobre todo de ovejas y cabras. En pequeño
número hay también artesanos, alfareros, albañiles,
carpinteros, carreteros, fundidores y herreros (esta­
mos a finales de la «edad de bronce» y a principios
de la «edad de hierro») 6, los que trabajan el cuero
y los tejidos, los que fabrican las alhajas. Se vive
sobre todo en el campo y en los huertos, pero cerca
de las ciudades, que son principalmente lugares de
refugio, y también de encuentros, debates, y mer­
cados.

& He aquí el cuadro de las "edades" de las civilizaciones antiguas,


según las aproximaciones comúnmente aceptadas:
Edad de piedra:
Paleolítico = antes del 10000
Mesolítico = 10000-6000
Neolítico = 6000-4000
Piedra y bronce:
Calcolítico = 4000-3100
Bronce:
Bronce antiguo = 3100-2100.
Bronce medio = 2100-1550
Bronce reciente = 1550-1200
Hierro:
Hierro I = 1200-900
Hierro 11 = 900-550
Hierro III = 550-330
LA TIERRA 29

Las «ciudades» son ante todo ciudadelas rodea­


das de murallas imponentes, más bien anchas que
altas, en el interior de las cuales se amontonan unas
casas pequeñas unidas por callejuelas que conducen
a la gran plaza, próxima a la puerta, donde se sitúa
la vida pública de la ciudad. Estas pequeñas ciuda­
des son muy numerosas en las regiones fértiles, lla­
nura del litoral y sobre todo llanura de Jezrael don­
de están muy cercanas, en particular en la margen
sudoeste. Si se exceptúa la región de Jerusalén, no
obstante ser de difícil acceso y pobre en cultivos,
pero donde se han reunido buen número de peque­
ñas ciudades, el alto país, las regiones montañosas
del centro y las partes arboladas del Este están poco
habitadas.
Las ciudades forman también pequeños estados
urbanos que tienen a la cabeza un señor feudal con
poder absoluto, que se beneficia de los impuestos y
de los servicios, y al que se da el título de «rey» 7.
Estos jefes de minúsculos principados no tienen a
nadie por encima de ellos ; puede suceder que de
modo ocasional se coaliguen ª, pero habitualmente
son independientes los unos de los otros, e incluso
opuestos entre sí, y no constituyen de ninguna ma­
nera un conjunto político.
Una relativa unidad, sin embargo, se debe al idio­
ma: en este país se habla la misma lengua semítica,
el «cananeo». Hay diferencias dialectales según las
regiones y los grupos étnicos (cf. Jue 12,5-6), pero
lo esencial, en el fondo y en la forma, es común. Los
7 El libro de J osué habla de numerosos "reyes" de esta clase;
véase por ejemplo en los cap. 11-12, y especialmente la sorprendente
colección de 12,9-24.
8 Como lo hemos de ver en Jos 10,3-5; 11,1-5.
30 INTRODUCCIÓN

Israelitas la adoptaron, se convirtió en el «hebreo»


y llegó a gran perfección.
Al mismo tiempo recibieron del mundo cananeo
un don todavía más precioso y totalmente decisivo
para su evolución : la escritura alfabética. Descu­
bierta sin duda en Fenicia, en todo caso en la región
siro-palestinense, esta escritura tan sencilla que se
reduce a una veintena de signos, y tan cómodos co­
mo un dibujo breve y rápido sobre cualquier super­
ficie plana, era corriente en el siglo XII 9• Tal descu­
brimiento debía extender y popularizar el arte de
escribir y de leer, reservado en otros países a una
minoría sabiamente iniciada, a unos ambientes total­
mente especializados 1º. En Siria-Palestina, la usaron
rápidamente los servicios de administración y el co­
mercio. Pero fue sobre todo la vida religiosa, en tor­
no a la cual se organizaba y desenvolvía casi toda la
actividad cultural, fijando las tradiciones que había
heredado, recogiendo o inspirando los cantos, preci­
sando y consignando los rituales como todo el dere­
cho, la que supo utilizar este instrumento tan elemen­
tal como prestigioso. La Biblia, en sus páginas más
antiguas, es gran testigo de ello.

Si la civilización cananea tal como aparece en


los siglos XIII-XII no constituye un conjunto estruc-

9 Sin embargo tenía como inconveniente, al menos para los


siglos posteriores y para la arqueología, el que hacía utilizar frecuen­
temente una materia frágil y poco duradera, como el papiro; y la
misma tinta apenas se conservaba. De ahí que hayan subsistido pocos
documentos, si se compara con lo que queda de literatura cuneiforme,
grabada sobre ladrillos. Con relación a los papiros egipcios, los sepul­
cros subterráneos establecidos en unas zonas extremadamente secas
han logrado unas condiciones excepcionales de preservación. Acerca
de la posibilidad de un primer hallazgo del alfabeto por Moisés y su
grupo en la península del Sinaí, véase S. S., pg. 23, n. 10.
10 Acerca de las otras escrituras antiguas, cf. T. B., 14-15 y 31.
LA TIERRA 31

turado y unificado, por razón de su configuración na­


tural, si no iguala evidentemente, ni aun de lejos, los
grandes logros mesopotámico, hitita o egipcio, de los
que es tributaria, sin embargo, esta civilización ur­
bana y rica ha evolucionado normalmente y tiene
una bella figura en la historia. Comparados con los
Cananeos, los Israelitas inmigrantes, nómadas de
ayer, pastores de ganado menor, de vida áspera y
con frecuencia miserable, en lucha por la existencia
elemental, no tuvieron desde luego aire de «civili­
zados».
Los juicios de los escritores bíblicos no nos per­
miten sin embargo estimar a los antiguos habitantes
de Palestina ni a la sociedad cananea. La razón de
ello es que estos juicios están expresados desde un
punto de vista estrictamente religioso, y son tardíos,
retrospectivos. Los libros bíblicos como los que nos­
otros estudiamos han sido redactados en una época
en la que Israel mismo había alcanzado éxito -un
Israel convertido en reino-, en una época en que
el desarrollo económico y cultural estaba mucho más
adelantado, en un país en que los Cananeos eran ya
una minoría.
Por otra parte, el mayor rival del yavismo, reli­
gión de Israel, había sido siempre y lo era la religión
cananea. Estigmatizar, hacer aborrecer, condenar en
bloque y sin distingos todos los cultos antiguamente
en uso en el país, era para los fieles del Dios reve­
lado en el Sinaí, para los verdaderos profetas de Is­
rael, y por consiguiente para los escritores bíblicos,
una reacción de defensa tanto más necesaria cuanto
que estos cultos constituyeron durante siglos para
muchos Israelitas una tentación capital e insidiosa.
Todo naturalismo, sobre todo el cultual, está pro­
fundamente asociado a los instintos de los hombres
32 INTRODUCCIÓN

hechos de carne y de sangre. Por reacción, la volun­


tad de protegerse toma con frecuencia unos giros
agresivos y desmedidos; y las condenaciones expre­
sadas contra unos son también deseos y exhortacio­
nes para los otros, en una situación de lucha.
Por eso la Biblia resumirá esta religión indígena
en unas fórmulas breves y en veredictos perentorios.
Se trata de «Baales», que son las divinidades funes­
tas; presiden casi siempre los fenómenos de la natu­
raleza, estacionales o accidentales, secretos y pode­
rosos, como la lluvia y la tempestad, la explosión de
la vida en primavera y todo nacimiento. También
se habla de unas «Astartés», que son sus correspon­
dientes o complementos femeninos, entre las cuales
ocupa un puesto soberano la diosa madre, en el prin­
cipio del amor y de la fecundidad 11• Con otras pala­
bras, se trata habitualmente, bajo una forma mítica
y personificada (el ccídolo»), del culto de las fuerzas
naturales, misteriosas para el hombre, que condicio­
nan su vida, le dominan o le emboban, principalmen­
te las de la vegetación y de toda fecundidad.

Vista desde fuera, tal religión se manifiesta como


un politeísmo complejo y rudimentario, con divini­
dades tradicionales y privilegiadas. Y como está an­
tes que nada interesada en las fuentes de la vida y
en sus impulsos más elementales, adopta formas rea­
listas, sugestivas, que pueden parecer muy groseras,
y que los profetas llamarán «prostitución», bien en­
tendido que en este caso el vocablo tiene un sentido
propio (la «prostitución sagrada» o unión sexual prac-
11 No podemos tratar muy específicamente, y tampoco sería
éste su lugar, de la religión cananea, de sus dioses y sus cultos. Por
eso es inevitable una simplificación. Y para no repetirnos, remitimos
al lector a T. B., pgs. 62-65; véase también pgs. 40-45.
LA TIERRA 33

ticada como sacrificio en los «lugares altos») y un


sentido metafórico («marchar detrás de otros dioses»
distintos de Yavé). A los ojos de los servidores del
Dios único, sin imagen y con la elevada moral del
Decálogo, la religión cananea aparecía forzosamente
como depravada, lúbrica, impúdica 12•
Sin embargo, en sí misma esta religión tenía su
parte de verdad, de generosidad y de grandeza. Is­
rael podrá y deberá recibir de ella lecciones, inspira­
ciones, ejemplos. Para los Cananeos, como general­
mente para los hombres del Oriente antiguo, su reli­
gión era la más alta actividad humana, que animaba
e impregnaba los diversos aspectos de la existencia,
soberana hasta la exigencia del sacrificio. Y no ha­
bría que desconocer el profundo dinamismo e in­
cluso la metafísica secreta de estos cultos natura­
listas.
Representan un sentido de lo real y de los valo­
res que no se desvía tanto, porque ponen la vida en
el principio de todo y por encima de todo, reconocen
su origen superior y celebran su misterio 13• Este sen­
tido del misterio esencial es oscuro, de ninguna ma­
nera conceptualizado. Pero antes que se revelara el
único Señor del mundo y creador de la vida, los Ca­
naneos lo han buscado, como toda religión, y en
una dirección segura. Ellos han sabido descubrir al­
gunas de sus manifestaciones más importantes, las
más sugestivas de su presencia y de su acción en la
naturaleza. Al honrar y servir la vida, incluso sola-

12 La tradición ha tenido también el gusto de relatar historias


como la del hijo perverso Cam. en Gn 9,20-27; o la de mujeres
israelitas víctimas de la inmoralidad de los Cananeos, en Gn 26,7-11
y 34,2-31.
13 ¿Es mejor divinizar al hombre mismo o hacer "ídolos" con las
"ideas"?

EL DON DE UNA CONQUISTA.-)


34 INTRODUCCIÓN

mente en el nivel bruto de su salto, no estaban fuera


del camino que lleva a la verdad y al amor verda­
dero.

LA HISTORIA

El libro de Josué habla continuamente de los


«hijos de Israel», de «todo Israel» o de «Israel» pura
y simplemente. Si no nos precavemos del uso que
se ha hecho de estas expresiones, podría uno imagi­
narse un conjunto de hombres organizados, las «Doce
tribus», marchando a la conquista de Palestina se­
gún un amplio movimiento de masas, en que se
reúnen como un ejército, un partido bien estructu­
rado o un congreso.
Considerando los textos más de cerca, se modi­
fica la óptica. En lugar de este gran movimiento de
conjunto, se asiste a acciones de grupos aislados y
no siempre numerosos. Muchas veces no se trata
más que de escaramuzas con resultados más o me­
nos inciertos, golpes de mano que permiten a un
puñado de hombres mostrar su fuerza o su habilidad
durante algunas horas. Por otra parte, volver a si­
tuar estas operaciones sobre el terreno permite ver
mejor sus límites. Dicho de otra manera, es necesa­
rio estar atento y leer convenientemente los textos si
no se quiere caer en errores en el plano histórico.
Toda historia escrita se parece a un esquema. Los
acontecimientos están ahí necesariamente simplifica­
dos, resumidos, generalizados. Su eleeción excluye
otros hechos que han quedado en la sombra, olvida­
dos e ignorados. Y los que se han retenido se con­
vierten en símbolos del conjunto. De esta manera,
LA HISTORIA 35

el pasado, a pesar de su complejidad y duración, pa­


rece que se concentra en una serie fácil de retener 14•
La historia de la ocupación de Palestina por los que
se llaman «los Israelitas» es un caso típico de esta
reducción y esquematización históricas. Este caso es
muy revelador de la manera, usual en la Biblia y en
otras literaturas, de contar y utilizar lo que la tradi­
ción ha conservado del pasado. La historia de la
composición del libro de J osué, la comprensión de su
género literario y el estudio de su texto acabarán de
convencernos de ello. Pero antes interesa hacerse
una idea general lo más exacta que sea posible sobre
la penetración y formación de las tribus israelitas en
Palestina 15•
Cuando se habla de «tribu», se designa una uni­
dad étnica, un grupo de gente que viven juntas y
están unidas por parentesco, por la sangre, por la
adhesión a un antepasado común. Puede suceder
que el recuerdo de este antepasado sea más o menos
vago, aéreo, legendario. E incluso que se invente su
nombre. Pero la tradición que le atañe es siempre
una referencia común y una afirmación del lazo que
une a los miembros de la tribu entre sí.
Entre los nómadas, seminómadas o entre los que
han practicado su género de vida se encuentra esa
organización en tribus. Está exigida por la existencia
de trashumantes en regiones más o menos deshabi­
tadas, donde el aislado no podría subsistir, donde el
14 A propósito del género histórico, podría leerse P. D. pgs.
446-449.
15 Para lo que sigue, nos hemos servido de las dos obras no­
tables: M. NoTH, Histoire d'lsrael, Payot, 1954, pgs. 64-149; y R.
DE VAUX, Las Instituciones del Antiguo Testamento, Barcelona, 1964,
pgs. 26-43; 138-141. Al final de esta segunda obra puede encontrarse
toda la bibliografía que se desee.
36 INTRODUCCIÓN

grupo solidario debe ser suficientemente fuerte para


defenderse, y suficientemente limitado y flexible para
efectuar sus desplazamientos y proveer a sus necesi­
dades. La vida sedentaria, agrícola, tiende a crear
otro tipo de sociedad; más arriba hemos visto un
ejemplo de ello en los Cananeos.
La tribu se compone habitualmente de clanes, que
agrupan a unas familias; se ve una jerarquía seme­
jante en Jos 7,14. Por diversas razones, unos grupos
familiares pueden separarse o fusionarse, e integrar­
se en otros grupos. Así, la que se llama tribu de Leví
se dispersó entre las otras, y la de Simeón quedará
absorbida por la tribu de Judá (Gn 49,5-7; Jos
13,14.33; 18,7; 19,1-9; 21). La unidad de la tribu
se mantiene siempre por la adhesión al antepasado,
adhesión que puede hacerse incluso aunque no exis­
ta unidad de origen; los miembros adoptados de esta
manera, al casarse en el interior del grupo, se hacen
más o menos rápidamente hermanos de los otros en
la misma sangre. Así el clan de Caleb, originariamen­
te extranjero con relación a los Israelitas (Nm 32,12;
Jos 14,6.14), puesto en relación con ellos cuando su
estancia en el sur de Palestina (Nm 13,6), ha sido
integrado en la tribu de Judá (Jos 15,13), hasta el
punto de convertirse en un descendiente de Judá a
los ojos de la tradición posterior (1 Cr 2,9.18.24.42).
De manera parecida, los J eramelitas y los Quenitas,
tribus del Negueb (1 Sm 27,10; 30,29), serán adop­
tados e inscritos en la misma futura genealogía de
Judá (1 Cr 2,3.9.25). El Deuteronomio llegará hasta
expresar en una ley (en realidad bastante excepcio­
nal}, la integración y asimilación de los extranjeros
como los Edomitas y Egipcios en la comunidad re�
ligiosa de Israel (Dt 23,8).
LA HISTORIA 37

No se puede hablar de las «Doce tribus de Is­


rael» más que en un cierto nivel de la historia. Su
formación supone una evolución bastante larga, y
diferente según los grupos.
Estos grupos, que finalmente se reconocen empa­
rentados, han formado parte primeramente, de una
manera o de otra, de las poblaciones arameas que
emigraron en el Próximo Oriente, del Este al Oeste
y del Norte al Sur, en los siglos xv111-xv1. Ganaderos
de ganado menor, estos Arameos practicaban la tras­
humancia : cuando venía la estación seca, dejaban
las estepas totalmente áridas y llevaban sus rebaños
a las regiones cultivadas. En esta época ya estaba
hecha la recolección, y los campesinos, que sin duda
les tenían un poco de miedo, les dejaban general­
mente aprovechar el resto de vegetación y los ras­
trojos con lo que podían contentarse unos animales
poco exigentes. Así sucede también en nuestros días
en regiones parecidas.
Las tradiciones del Génesis, en el momento mis­
mo en que conservan preferentemente unos rasgos
individuales o familiares, dan una buena idea de la
llegada de los clanes arameos al país de Canaán. Los
desplazamientos del clan de Abraham en Gn 12-13
son particularmente sugestivos. Algunos pasajes me­
recen ser citados: «Y Abraham atravesó el país
hasta el lugar de Siquem, hasta el encinar de Moreh.
Entonces estaban los cananeos en el país... Y pasó
de allí hacia el monte que está frente a Betel, y ex­
tendió su tienda ... Y fue de campamento en campa­
mento hacia el Negueb ... Y se volvió desde el Ne­
gueb hasta Betel... Y yendo Lot con Abraham tenía
ganado mayor y menor y tiendas. Y el país no les
bastaba para habitar juntos, porque era mucha su
hacienda, y no podían morar juntos. Y hubo con-
38 INTRODUCCIÓN

tiendas entre los pastores del rebaño de Abraham y


los pastores del rebaño de Lot. Y habitaban entonces
aquella tierra los cananeos y fereceos...» (Gn 12,6.8.9;
13,3.5-7). Puede leerse también Gn 21,22-32.

Al ir costeando los países cultivados, los nóma­


das se familiarizan con costumbres diferentes de las
suyas. No pueden por menos de establecer relaciones
con los sedentarios. Se cambian mercancías y pro­
ductos, viandas y lacticinios por pacotilla y herra­
mientas fabricadas. Se crean vínculos, se hacen alian­
zas ; los matrimonios ocasionan o justifican las unio­
nes. Esto no se hace siempre sin fricciones ni con­
flictos, arreglos de cuentas por la fuerza o amistosa­
mente (Gn 13,7; 14,14-16; 21,25-27). Las razones
de ellos pueden ser las disposiciones de los unos y
de los otros, las afinidades o enemistades naturales,
las exigencias legítimas o los derechos presuntos. Pe­
ro estos choques vienen lo más frecuentemente de
las dificultades de vivir en una región de escasos
recursos, en sitios de agua raros y preciosos, sobre
todo en caso de sequía prolongada. Sin embargo,
parece que la convivencia es casi siempre pacífica.
A medida que prolongan su estancia en las co­
marcas fértiles, los nómadas pueden llegar a perder
el gusto al desierto. Imitando a las gentes del país, y
de acuerdo con ellas, si está poco poblado y lo per­
mite fácilmente, se inician en el trabajo del suelo
(Cf. Gn 26,12-13). Y, un día, se hace la fijación
parcial o completa del grupo. Una instalación de los
que han venido nuevos puede hacerse con el tiempo.
de una manera poco sensible y muy normal.
Un ejemplo de sedentarización semejante se en­
cuentra en Gn 33,18-20. La historia que sigue, en el
capítulo 34, es la de un conflicto, pero refuerza el
LA HISTORIA 39

parecer de que algunos de los «hijos de Jacob» se


han establecido definitivamente en la región de Si­
quem. Las tradiciones recogidas en los otros libros
bíblicos, y especialmente la que leemos en Jos 8,30-
35 y Jos 24, el relato de la «alianza de Siquem», nos
convencen de que los clanes llegados anteriormente
a esta región han echado raíces en ella y se han
establecido ahí definitivamente. Ese es el sentido de
la «bendición» dada por Isaac a Jacob en Gn 27,28.
El Génesis muestra que fue totalmente diferente
para los descendientes de Ismael (Gn 21,20-21). Pero
también nos hace asistir a la aparición o formación
de grupos que, en la Biblia, se llamarán Moab y
Anmón (Gn 19,37-38) y sobre todo Edom (Gn 27,39;
36,6-8). En fin narra largamente cómo, por razones
de sequía en Palestina, y favorecidos por circunstan­
cias de la historia de Egipto, un grupo de «hijos de
Jacob» marchó por largo tiempo a los pastos de la
región oriental del delta egipcio.
Nada se sabe acerca de la historia de este grupo
durante su estancia cerca del Nilo. Sin embargo, las
idas y venidas entre el sur de Palestina y el este del
delta, relatadas a propósito de las tradiciones sobre
José y sus hermanos en Gn 42-47 (véase también el
relato del entierro de Jacob en Gn 50,4-13), permiten
suponer que durante esta estancia no han cesado las
relaciones, tanto más cuanto que se trataba de pa­
rientes, entre los hombres de estas dos regiones inme­
diatamente cercanas. Antes del famoso «éxodo», que
no afectará más que a una parte de los «Hebreos».
o independientemente de esta salida de Egipto, hubo
retornos y fijaciones de clanes, que reivindican el
mismo origen, en Canaán. Este parece ser el caso
por ejemplo de la futura tribu de Judá, que llega
40 INTRODUCCIÓN

por el Negueb y trata de establecerse poco a poco


en la región montañosa del sur, que llevará o -lo
que es más verosímil- que le dará su nombre 16•
La tradición de la partida de Egipto por la pen­
ínsula del Sinaí y la estancia en el «desierto» ha sido
conservada de manera privilegiada en el libro del
Exodo. Originariamente, no se refiere a todas las tri­
bus, como se acaba de ver, sino a las que ocuparon
un día la mitad septentrional de Palestina, en par­
ticular la que, bajo el nombre de Efraím, llegará a
ser la principal masa israelita del norte y del centro,
y en la época de la monarquía constituirá el reino
de Samaria.
La historia de la ocupación de las llanuras de la
Transjordania por unas tribus de la misma parente­
la, tal como puede concebirse por la lectura de Nm
32 (véase especialmente los vv. 1-5.16.31-42), parece
ser bastante representativa de su sedentarización pa­
cífica. Apenas se ha notado otra cosa que el clan de
Makir «suplantó al Amorreo», que se encontraba allí.
Realmente no se trata más que de «edificar unos
encerraderos de ganado menor para los rebaños» y
«edificar unas ciudades», expresión esta última que
significa que los clanes que se fijaron allí se pusieron
poco a poco a vivir según las costumbres de sus an­
tiguos habitantes. Y finalmente, en la visión bíblica
de los acontecimientos a la que nos iremos acostum­
brando, una instalación como esa se convierte en el

16 No hay dificultad en admitir que "Judá" y "Efraím" son


nombres de país, convertidos en nombres de antepasados (que históri­
camente han existido, pero se los conoce con escasa precisión, y
cuyo nombre ha estado más o menos perdido). No la hay tampoco
en descubrir en Gn 10 o en 1 Cr 1-9 otros tantos "hijos" que son
regiones, ciudades, localidades. Sobre esta vuelta de los Israelitas
a Canaán, independientemente del Exodo, mientras estaban en Egipto,
cf. T.B., pgs. 80 y 84-85; S.S., pgs. 51-52 y 62-63.
LA HISTORIA 41

«don» que Yavé ha hecho por mediación de Moisés


a las tribus de Rubén, Gad y Manasés (Nm 32,33 ;
Jos 13,15-32).
Cualquiera que haya sido el número y la fisono­
mía anterior de los grupos que terminaron por for­
mar las doce tribus de Israel, es cierto, por una par­
te, que se trata de recién llegados con relación a los
Cananeos presentes en Palestina desde siglos ; y por
otra parte, hay que situar su llegada hacia el si­
glo XIII. Ellos no son el único pueblo que va a la
conquista de un territorio en esta época. De un modo
general, asistimos a un movimiento de clanes y de
tribus que vienen del Sur y del Este, movimiento
que con frecuencia se denomina la «invasión ara­
mea». Otra invasión llegará del lado del mar, la de
los Filisteos, de la que no hablaremos más que a
propósito del libro de los Jueces, porque en el libro
de Josué no entran todavía en litigio.
La palabra «invasión» evoca una historia guerre­
ra. La historia de la penetración de los Israelitas en
Palestina está muy lejos de poder expresarse o re­
sumirse con esa palabra. Tuvo otros aspectos nada
belicosos. Y habría que completarla con la historia,
no escrita, de la resistencia cananea. Habitualmente,
las tribus israelitas no han podido pegarse con los
Cananeos en las regiones en que se los encontraba,
es decir, en las llanuras muy propicias a los verdade­
ros combates: el armamento de los Cananeos y en
particular los carros de que carecían los Israelitas,
les daban superioridad y unas sólidas plazas fuertes
los guardaban (Jos 17,16; Jue 1,19; 4,3). La tribu
de Dan, que intentará instalarse en la baja región
costera, no podrá quedar allí (Jue 1,34; 17-18). To-
42 INTRODUCCIÓN

davía en el siglo XI, antes de que Israel se afirme


poderosamente con David, los Israelitas sufrieron
fracasos desastrosos cada vez que quisieron librar
batallas en las condiciones del enfrentamiento gue­
rrero (1 Sm 4,1-11; 31,1-7).

El «reparto de Canaán», descrito en Jos 14-19,


se puede entonces comprender bien. Ninguna acción
guerrera está señalada en esos capítulos, a no ser el
golpe de mano del clan de Caleb, de origen no israe­
lita (cf. p. 36}, contra algunos jefes de la región de
Hebrón (Jos 15,14). Se dice al contrario con insisten­
cia que los antiguos habitantes no fueron desposeídos,
dejando en cierta manera que los clanes israelitas se
instalaran donde podían, es decir en el alto país poco
poblado (Jos 16,10; 17,12-13; Jue 1,19.21.27-36). Es
aspecto muy bien observado que los Efraimitas no
han tenido acceso a la llanura fértil que limitaba su
avance al Norte, y que debieron contentarse con ro­
turar una región montañosa y salvaje (Jos 17,14-18).
En los accesos de esta planicie septentrional se
hallarán las tribus que responden a los nombres de
Aser, Zabulón e Isacar. Pero lo que se dice de las
tribus en Gn 49,13-15 sugiere que no fueron acepta­
das en esa rica región cananea más que contentán­
dose con una situación minoritaria, con un vasallaje
y hasta una especie de servidumbre. Se hablará poco
de ellas; por decirlo así, se dejaron disolver.
¿Cuánto tiempo ha durado la penetración pro­
gresiva y diversa de Palestina por las tribus israeli­
tas, cuáles han sido sus etapas y vicisitudes, sus cho­
ques y sus plazos de tiempo ? La redacción bíblica
no permite dar una respuesta. Porque refleja la ima­
gen simplificada que se hizo más tarde de esta larga
LA HISTORIA 43

ocupación 11, de la que a su manera es un testimonio


el libro de los Jueces, y porque ha visto en ella una
voluntad previa de Dios. Aunque todo parece que
sucede como una distribución de lotes por sorteo pro­
videncial (Jos 13,6; 14,2-5; 18,6.10; 19,51) y como
si la presencia cananea fuera algo baladí.
La primera parte del libro de Josué relata algu­
nas de las guerras. Y estos relatos son los que han
hecho fortuna a los ojos de generaciones de lectores
de la Biblia, que se han visto obligados a imaginarse
una conquista rápida, brillante y masiva, con las
«Doce tribus» marchando como ejércitos, una al lado
de la otra. El libro sin embargo no es tan simplista
sobre este punto. Y no niega lo que ha dejado por
decir. Hubo combates, sin duda alguna más que los
que deja suponer el relato bíblico. Y los que perdie­
ron no estuvieron siempre del mismo lado. Digamos,
para no insistir más, que los hechos se han ido esca­
lonando en el curso de un tiempo prolongado, de al­
guna manera desde la época patriarcal (Gn 34, por
ejemplo) y ciertamente hasta el tiempo de la instau­
ración de la realeza israelita. Todo el período de los
Jueces y aun ciertas extensiones israelitas más tar­
días forman parte de esta historia.

Mirando más de cerca los relatos del libro de


Josué, resulta fácil establecer el balance de los he­
chos relatados en la primera parte. Es modesto.
En primer lugar hay que llegar al capítulo 6

17 El verbo hebreo yarash que se encuentra tantas veces a partir


de 1,11 en el libro de Josué (véase también Dt 1,8; 6,18; 8,1; 9,5;
11,8; etc.) puede traducirse también por "tomar", "ocupar", "poseer";
de suyo, no indica una acción violenta. Este sentido más amplio viene
muy bien en el caso de un entrar en posesión de Palestina, que la
mayoría de las veces no fue el resultado de las armas.
44 INTRODUCCIÓN

para asistir a la toma de Jericó, ciudad que había


sido ya anteriormente aniquilada, como atestigua la
arqueología. Fuera del breve y muy esquemático pa­
saje de 6,20-21, que intentaremos comprender, faltan
datos un poco concretos sobre una verdadera bata­
lla; por lo demás, el problema no se resuelve sin un
arreglo con un clan cananeo. El relato de la toma
de Hai es el de la toma de una «ruina», y tiene por
finalidad ilustrar la ley (como tal posterior) del hé­
rem. Por otra parte, el capítulo 8 demuestra sufi­
cientemente que se trata de pequeñas grescas. El ca­
pítulo siguiente se dedica a explicar un acuerdo de
grupos israelitas y cananeos en la región de Jerusa­
lén. Por tanto, hasta el momento, sólo hallamos algu­
nas acciones reducidas a puntos limitados. Se ha ob­
servado que todo transcurre en el futuro territorio
de la tribu de Benjamín; hay muchas razones para
pensar que no se trata más que de pasos abiertos en
la montaña central por los hombres de esta tribu.
Tampoco habría que agrandar la importancia de
la «batalla de Gabaón», si se repara en un mapa y
se miran los villorrios y pequeños caminos que son
su escenario, y si se ve que los vencedores atraparon
a «cinco reyes» en una caverna (Jos 10,27). La se­
gunda mitad del capítulo 1O está escrita en forma
estrófica y épica; y aunque Josué haya «capturado
todos estos reyes y su país de una sola vez», el mismo
Josué, prudentemente, y «todo Israel con él, volvió
al campamento de Guilgal», ¡ en la misma orilla del
Jordán y del mar Muerto, en el punto de partida !
(Jos 10,42-43). El golpe de las Aguas-de-Merom tiene
su medida en el texto mismo (Jos 11,7-10). Con la
historia de la toma de Hasor y de otras ciudades, re­
latada inmediatamente, nos hallamos en presencia de
acontecimientos más importantes. Pero también es-
LA HISTORIA 4S

tamos abiertamente dentro de una literatura genero­


sa, retrospectiva y generalizadora, que parece referir
al tiempo de Josué acontecimientos que en parte tu­
vieron lugar más tarde. El total con que finaliza el
capítulo 12 es muy esquemático y cubre un complejo
y largo período.

Sin embargo era normal que estos hechos, cuyo


recuerdo guardaba la tradición, se hicieran particu­
larmente representativos de la época de la penetra­
ción israelita en Palestina ; y que esta colonización
haya terminado por ser resumida como una conquis­
ta rápida y valiente. La vida ordinaria, la historia
sencilla de los conductores de rebaños que se con­
vierten en agricultores, no se relata nunca. Las bue­
nas personas, que son las más numerosas pero que
no tienen historia, desaparecieron a los ojos de la
posteridad tras ese pequeño número de hombres,
cuya acción -hecho de guerra como siempre- ha
sido estimada como decisiva, y se ha inscrito con
rasgos más impresionantes en la memoria colectiva.
Se ha imaginado los pequeños golpes de mano entre
pandillas durante esta época como batallas entre «los
hijos de Israel» o «todo Israel» y «los Cananeos»,
«reyes» en serie y de numerosas «ciudades».
El nombre de Josué ha llegado a convertirse tam­
bién en representativo y simbólico. Era de la tribu
de Efraím (Nm 13,9.16) y estaba por tanto entre el
número de los que habían venido de Egipto por el
Sinaí. La tradición ha visto en él al «ministro de Moi­
ses» (Ex 24,13; 33,1; Nm 11,28; Jos 1,1) 18 o más

18 En Le Livre de Josue de la Biblia de Jerusalén, editada en


fascículos, edición de 1958, se apunta, en la nota a Jos 1,1 que
mesharet es más honorable que ebed; acerca de estas palabras, véase
S.S., pgs. 77-79.
46 INTRODUCCIÓN

exactamente su «auxiliar», y su sucesor (Nm 27,18.


23; Dt 34,9). Particularmente le conoce como jefe de
expediciones militares (Ex 17,8-14; Nm 13,17; 14,6).
Tal reputación bastaba para que los éxitos reales de
Josué y su eminente puesto entre los Israelitas cuan­
do su llegada a Palestina le hicieran ver, con el co­
rrer del tiempo, como «el» conquistador de la tierra
de Canaán, exactamente igual que Moisés estaba
considerado como el que había hecho salir de Egipto
a todos los «hijos de Israel». Es el hombre en el que
se resume una gran proeza, una época, una epopeya.
Y si el libro que lleva su nombre no es de él, bajo
este nombre sigue a los libros llamados de Moisés,
como el discípulo sigue al maestro. El redactor los
recuerda en Jos 1,5; 3,7.14; 6,27.
Por añadidura, Josué ha desempeñado un papel
decisivo, al parecer, en la constitución de la federa­
ción de las «Doce tribus». Porque para el historiador
no hay duda alguna : finalmente, en el siglo xn, hay
en Palestina una federación israelita, de doce tribus
que se reconocen emparentadas, que reivindican un
mismo origen con el nombre genérico de «Israel»,
que tienen en común unas tradiciones particulares
y por encima de todo un mismo y único Dios, Yavé.
En este caso, el nombre de doce era habitual. Así
se conocen los doce hijos de Nacor (Gn 22,20-24), los
doce hijos de Ismael (Gn 25,12-16), los doce nietos
de Esaú (Gn 36,10-14). Hay otros ejemplos fuera de
la historia bíblica. Se ha comparado a estas federa­
ciones duodecimales a las «anfictionías» griegas, co­
munidades étnicas que se reúnen en ciertos momen­
tos alrededor de un santuario y para un mismo culto.
Cualquiera que sea la manera como se hizo -y ya
hemos visto que la historia de los grupos había sido
LA HISTORIA 47

diferente, y que había sido necesario el tiempo para


que se formara cada tribu- la federación de los Is­
raelitas, en un determinado estadio de su penetra­
ción en Palestina, es un hecho histórico.
El libro de J osué termina con una realización de
esta federación : la alianza de Siquem, en el capí­
tulo 24. Retocado y completado, en la redacción final
del libro, este capítulo contiene sin embargo un fondo
de historia auténtica, que aflora igualmente en unos
pasajes tardíos como Jos 8,30-35; Dt 11,29-30 y so­
bre todo Dt 27,1-26. Ante el santuario ancestral del
árbol sagrado de Siquem (Gn 12,6; 33,18-20; 35,4),
tal vez en presencia del Arca que había sido el san­
tuario portátil para una parte de los Israelitas antes
de su fijación en Palestina, los delegados de las tri­
bus se reunieron para ratificar y celebrar solemne­
mente un acuerdo entre ellos y con Dios, o más bien
primero con su Dios Yavé, que era lo que los unía
entre sí.
Incluso si el relato ha sido glosado más tarde, in­
cluso aunque parece describir como si no hubiera
tenido lugar más que una sola vez una celebración
que, sin duda, se hizo más veces y mejor cada año,
no habría que minimizar la importancia histórica del
hecho relatado en Jos 24. Realmente es en Siquem
donde los clanes y tribus del mismo tronco ancestral
se convierten en «Israel». Allí fue donde se unieron
las tribus llegadas de Egipto, las que habían venido
en otras circunstancias y las que habían quedado en
Palestina (sin duda en el mismo Siquem, se adhieren
unas tribus a las tradiciones de Jacob; cf. Gn 33-35).
La novedad está en que los Israelitas instalados des­
de más antiguo en el país entran en la Alianza del
Sinaí, adoptando las tradiciones vinculadas a la cesa-
48 INTRODUCCIÓN

lida de Egipto», a esta Alianza y a la estancia en el


desierto. Así, el Dios de los que habían sido liberados
de la «casa de servidumbre» se ha convertido en el
Salvador de C<todo Israel». Así, todos los Israelitas
se han convencido de que el conjunto de preceptos
que formaron la «Torah» tiene su fuente en la reve­
lación del Sinaí, y es, de derecho divino, «palabra
de Dios» 19•
A las tribus procedentes del Sinaí, las otras tri­
bus, por su parte, aportaban unas tradiciones com­
plementarias, como las que se vinculaban a la his­
toria de Jacob. Sobre todo había costumbres, cuya
codificación, en una legislación con carácter predo­
minantemente religioso, se había hecho sobre el te­
rreno. Este «derecho», estos «juicios» podrían estar
bien representados, para lo esencial, por el Código
de la Alianza que se lee en Ex 21-23. Siquem fundía
de esa manera en una sola «ley» los preceptos del
Sinaí, de los que Moisés había sido el principal me­
diador ante Yavé, y el derecho ancestral, elaborado
por fin en la fe en el mismo Yavé, entre las tribus
en vías de sedentarización.
Celebración común del culto del Señor Yavé, pro­
clamación pública de las «palabras» de la Ley, acuer­
do unánime sobre el principio de la Alianza de Yavé
y de Israel, promesa común y solemne de fidelidad
a esta Alianza y a los preceptos que de ella brotan :
se comprende que el redactor del libro de Josué haya
visto en este gran momento la manifestación de la
constitución del pueblo de Dios en doce tribus y

19 Siempre es importante darse cuenta de cómo ha llegado Israel


a tener conciencia de tener, escrita, la "palabra de Dios"; cf. P. D.,
pgs. 241-242.
EL LIBRO 49

el símbolo de la perfección de la «conquista de Ca­


naán».

EL LIBRO

En conjunto, el libro de J osué se presenta como


una obra bastante bien construida, con su equilibrio
y su unidad. Es suficiente, para darse cuenta de ello,
resumir rápidamente el contenido de este libro.
Al instante se descubren en él dos partes, la pri­
mera principalmente narrativa: cap. 1-11, y la otra
fundamentalmente descriptiva: cap. 13-21, seguidas
de unos capítulos que podrían considerarse como
conclusiones: cap. 22-24.
La primera parte relata unos hechos que tienen
relación con la instalación de los Israelitas en Pales­
tina a partir de J osué. Después de unos largos pre­
parativos (cap. 1-5), se relatan con insistencia los
primeras incursiones en terreno montañoso (capítu­
los 6-10). En seguida, el relato se hace, al contrario,
más expeditivo y acumula las anotaciones sumarias
para evocar una serie de operaciones en el sur pales­
tinense (10,28-39) y en el norte (cap. 11). Terminan
esta sección un recuerdo de los hechos pasados
(12,1-6) y un balance tan impresionante como sim­
plificado (12,7-24).
En la segunda parte del libro, se trata casi única­
mente de la «división» del país «conquistado» entre
las tribus israelitas. Después de la mención retrospec­
tiva de la división en lotes de la Transjordania (ca­
pítulo 13), vienen unas precisiones sobre las atribu­
ciones dadas primeramente a las dos grandes tribus
EL DON DE UNA CONQUISTA,-4
50 INTRODUCCIÓN

de J udá y Efraím, división situada a la sazón en


Guilgal (cap. 14-17); a continuación las de las otras
tribus de la Cisjordania, división que se sitúa en Silo
(cap. 18-19). La enumeración de las «ciudades de
refugio» y de las «ciudades levíticas» (cap. 20-21)
completa esta geografía ideal.
Los últimos capítulos forman un epílogo más bien
que una tercera parte. El problema de la unidad de
las tribus, instaladas en una y otra parte del Jordán,
se encuentra planteado por la presencia de una es­
tela-altar cerca del río (cap. 22). Dos grandes dis­
cursos de Josué, el uno sin ningún vínculo geográ­
fico (cap. 23), y el otro dirigido al pueblo de Israel,
reunido en Siquem (cap. 24), ofrecen un conjunto de
reflexiones sobre la significación práctica del don de
Canaán, que Yavé ha hecho a los Israelitas. El libro
termina con la mención de la muerte de Josué y
Eleazar (24,29-33).
Esta impresión de unidad que da la visión rápida
del libro no impide discernir en su lectura una com­
plejidad literaria muy sensible. No solamente están
muy diferenciadas las dos grandes partes por su
propósito, su composición y su redacción, sino que
a lo largo de todo el libro cambian el estilo y el gé­
nero. Hay trozos de sabor épico; y hay también enu­
meraciones escuetas. Impresiona el gran número de
discursos (1,2-18; 2,9-13; 3,3-13; 4,5-7.21-24; 7,7-
15; 13,1-7; 18,3-7; 22,1-5.16-29; 23,2-16; 24,2-24).
Encontramos pocos elementos propiamente poéticos
(6,26; 10,12-13); pero sucede que un relato en prosa
toma una forma poética por la repetición del mismo
esquema narrativo (10,28-43).
Léase un pasaje como el que va de 4,14 a 5,4;
o el que va de 8,34 a 9,4; o también la continuación
EL LIBRO SI

de 10,7-17. Y se verán bien las rupturas o desniveles


literarios, se percibirá que el libro está hecho de tex­
tos debidos a diferentes manos, de épocas distintas;
y eso mismo es un testimonio de la historia de su
composición.

Lo que más impresiona sin embargo es el carác­


ter «deuteronómico» de la recopilación. El que co­
nozca un poco el Deuteronomio, no tardará en en­
contrar su vocabulario, su estilo y su doctrina en
muchas páginas del libro de Josué. En el comienzo,
esto salta a la vista : no sólo hay un nexo evidente
entre el último capítulo del Deuteronomio y el pri­
mer capítulo del libro de J osué, sino que se descubre
una relación literal entre Jos 1,3-5 y Dt 7,23-24;
11,24-15; entre Jos 1,5-7.9 y Dt 1,21.29-30; 3,28;
5,28; 31,6-8.23; entre Jos 1,12-15 y Dt 3,18-20. En
el otro extremo del libro, una amplificación como
23,5-16 hace pensar en numerosos pasajes del Deute­
ronomio. Y podemos comparar Jos 24,13-15 con Dt
6,10-14; o también Jos 24,16-18 con Dt 6,21-24;
8,14; 11,7. En el transcurso de la lectura del libro se
reconocerán frecuentemente los «deuteronomismos».
En realidad, el libro de Josué ha sido compuesto
como tal a finales del siglo VII, en esa esfera de pen­
samiento y de acción, en ese ambiente literario y re­
ligioso, que tiene en el Deuteronomio su fruto más
puro y su obra más significativa. El conocimiento de
este ambiente, de sus costumbres y tendencias, es im­
prescindible para penetrar en el libro de J osué.

El mismo libro del Deuteronomio sería incom­


prensible al margen de su relación con la reforma
religiosa emprendida bajo Josías el año 621. El
52 INTRODUCCIÓN

Deuteronomio ha sido al mismo tiempo una de las


fuentes en que se ha inspirado, uno de sus apoyos y
una de sus consecuencias 2º. Obra compleja, el Deute­
ronomio contiene algunos elementos anteriores a esta
reforma, y hasta muy antiguos sin duda alguna ; así
las toroth 21, que constituyen el fondo de los capítu­
los 12-16. Son una herencia tradicional, que parece
haber sido coleccionada en el reino israelita del nor­
te, y que, en la caída de Samaría, en tiempo de Isaías
y Ezequías, han podido llevar a Jerusalén unos sacer­
dotes fieles a Yavé. Su sitio normal, como para todos
los archivos de la fe y de la piedad de Israel, estaba
en las dependencias del templo. Como consecuencia
de la situación del reino, en tiempo de Manasés, esta
colección iba a quedar escondida y parecía haber
sido olvidada durante tres cuartos de siglo.
El largo reinado de Manasés (2 Re 21,1-18) es, en
efecto, la fase más desgraciada de la historia de la
monarquía israelita. Este rey no solamente desbarató
los esfuerzos por enderezar las cosas que intentó su
padre y sostuvieron los profetas, sino que se hizo po­
sitiva y oficialmente idólatra, y se convirtió en un
sangriento perseguidor de todos los que le resistían.
Su hijo hubiera sido igual si hubiera tenido tiempo
(2 Re 21,19-26). Nada tiene de sorprendente que, du­
rante el reinado impío y tiránico de Manasés, no haya
podido hacerse escuchar ninguna voz profética. En
cuanto a los textos que representan las tradiciones

2º Véase 2 Re 22-23. Es indispensable recordar aquí algunos


puntos de historia. Esta historia, para los hechos que nos interesan,
ha sido evocada en T.B., pgs. 189-198. Sería provechoso volver a
leerlo, si se quiere hacer brevemente. El estudio del libro de los Reyes
ofrecerá ocasión para volver una vez más sobre esta época clave, que
trataremos de conocer y comprender bien.
21 Plural de torah. Sobre el sentido de esta palabra, cf P.D.,
pgs. 118-121.
EL LIBRO 53

sagradas y las leyes venerables de la Alianza con


Yavé, no era ni prudente ni oportuno mencionarlas.
Dejarlas en la sombra donde estaban enterradas era
la mejor manera de evitar el riesgo de su destrucción.
Todo cambió con el reinado de Josías. Sacerdotes
y profetas se unieron para una obra de regeneración
en la fe y un movimiento de reforma en la vida, auto­
rizado y sostenido por el joven monarca. Entonces,
mientras se efectuaban unos trabajos para poner el
templo en condiciones, se descubre de una manera in­
sólita el rollo de la Torah, el «libro de la Alianza».
Y se advierte que los redactores de este libro, que
habían conocido un siglo antes los desórdenes de que
ahora se empezaba a salir en Jerusalén, predicaban
ya un retorno a la pureza del yavismo original. Y
se dan cuenta también de que su obra podía inspirar
un programa de aplicación práctica. Ellos habían
comprendido la necesidad de luchar contra la idola­
tría, contra la religión híbrida, mitad yavista mitad
cananea, que mantenía muchos lugares de culto a
lo largo del país. Y, por tanto, la necesidad de cen­
tralizar el culto del único Señor Yavé en un santua­
rio solo, privilegiado, del que sería el alma un clero
escogido e ilustrado.
El hallazgo del documento fue un impacto. La
reforma encontró en él un poderoso acicate y se
convirtió en una gran acción profética y misione­
ra. Tal proeza no era sencilla. Debía tener aspectos
diversos y complementarios, responder a necesida­
des diferentes que podían aparecer como opuestas,
tener sus intransigencias pero también mucho de sa­
biduría y de circunspección, saber conservar y saber
eliminar, mirar resueltamente hacia el futuro, hacia
el mundo que se va a hacer, pero en una línea de
54 INTRODUCCIÓN

fidelidad estricta y profunda a un pasado decisivo,


a una tradición recibida de Dios mismo, insustituíble.
Los grandes profetas del siglo VIII habían hecho
una crítica extremadamente violenta de una práctica
religiosa que no estaba de acuerdo con las verdaderas
intenciones de los devotos y su vida corriente. Ha­
bían criticado un culto formalista que trataba de ca­
muflar las peores injusticias sociales y el aplasta­
miento de los pobres (Am 5,21-22; Os 6,6; 8,13;
Miq 6,6; Is 1,11-15). Podía parecer que tales ataques
iban dirigidos contra las más santas instituciones tra­
dicionales, y, mal entendidos, corrían el riesgo de
minimizar la importancia de la gran herencia reli­
giosa de Israel. De todos modos, a lo largo del si­
glo VII, sobre todo después de las ccabominaciones»
de Manasés, el gran peligro no era ése. Era una nueva
ola de naturalismo religioso, un recrudecimiento de
la idolatría, el culto de los Baales y las Astartés, el
éxito de los «lugares altos», con sus <(estelas» y sus
figuraciones, un retorno a las prácticas cananeas y
extranjeras.
Leyendo 2 Re 22-23, queda claro que los hombres
de la ccmisión» de Josías emprendieron la doble ope­
ración necesaria : purificación sistemática del paga­
nismo en todo el país, y vigorosa revalorización del
culto único de Yavé. Y se adoptó un medio radical :
todos los santuarios diseminados a lo largo y a lo
ancho de Palestina, por muy venerables y venerados
que hubieran sido, fueron «violados», prohibidos, de­
clarados ilegítimos y opuestos a la voluntad de Yavé.
Y reemplazados por el único templo de Jerusalén,
desde ese momento santuario exclusivo, elegido por
Yavé para tener en él su «mansión» y ser en él «ser­
vido». Tal medida no podía menos de favorecer al
clero de Jerusalén. Pero, aunque haya habido pos-
EL LIBRO 55

teriormente una modificación de este estatuto (2 Re


23,8-9), se entendía desde luego que los sacerdotes
que hasta entonces estaban sirviendo en los santua­
rios condenados, pero que permanecieron fieles a
Yavé, podían ejercer sus funciones en el templo
(Dt 18,7).

La muerte inesperada de Josías en la batalla de


Megiddo detuvo prematuramente las realizaciones in­
mediatas de la reforma ; los últimos reyes de Judá
volvieron a sus errores pasados. Pero ya estaban lo­
grados unos resultados profundos y esenciales. No
se podía ya volver a poner en discusión los princi­
pios que habían sido afirmados y que eran ya una
condición de la existencia misma de la fe en Yavé, de
su Alianza con Israel. La reforma de Josías es el
origen de una evolución nueva y fundamental del
pueblo de Dios, la que se manifestará a la vuelta del
destierro de Babilonia.
Los hombres a quienes se debía toda esta refor­
ma, sacerdotes y profetas, formaban un ambiente
fervoroso y lleno de celo, que continuó existiendo,
trabajando y ejerciendo su influencia gracias a sus
discípulos. Se tiene la costumbre de llamar «deutero­
nómico» a este ambiente y al movimiento reforma­
dor que supo promoverlo, por razón del libro que
es su testigo y su obra representativa, el Deuterono­
mio. Porque los «deuteronomistas» volvieron a coger
el «libro de la Alianza» descubierto el año 621 en
las dependencias del templo. Ordenando de nuevo
las antiguas toroth (actualmente contenidas en los
capítulos 12-26 del libro) y presentándolas con unas
consideraciones y motivaciones propias para hacer­
las querer y aplicar, añadieron además importantes
prólogos y grandes conclusiones, de tal manera que
56 INTRODUCCIÓN

la obra se convertía así en una vasta síntesis a la


vez histórica, doctrinal y normativa.
Los principios y las posiciones esenciales de la
reforma de J asías se encuentran expresados con cla­
ridad y firmeza en el cap. 12 del Deuteronomio: lu­
cha sistemática contra la idolatría cananea y destruc­
ción radical de todos sus signos; determinación de
un solo lugar de culto legítimo para todo Israel. Mu­
chos otros pasajes del libro dan testimonio de esta
doble intención. Así 22, para la lucha contra los ído­
los: 4,15-20.23; 6,14; 7,1-5.25-26; 8,19; 11,16; 12,2-
3.29-31; 13,2-19; 16,21-22; 17,2-5; 18,10-12.20; 29,
17.25; 31,14-18.20. Y para la unicidad de santuario :
12,5.11.18.21.26; 14,22-27; 15,20; 16,2.5-6.1 l.16; 17,
10; 18,6-7; 26,2.
El Deuteronomio se presenta como una serie de
discursos, que se suponen pronunciados por Moisés
en la víspera de la entrada de los Israelitas en Ca­
naán. En realidad, es la «ley de Moisés» repetida,
reeditada (deutero-nomos: segunda ley), interpreta­
da en función de circunstancias nuevas, predicada en
términos adaptados a los Israelitas del siglo VII 23•
Comparada con los pasajes paralelos que se leen en
las colecciones más antiguas (yavista y elohísta) de
toroth 24, se ve cómo esta predicación se inspira en

22 Es conveniente referirse a estos pasajes y leerlos para constatar


hasta qué punto insiste el Deuteronomio en las mismas ideas, abso­
lutamente fundamentales en su doctrina y finalidad.
23 En el Deuteronomio hay adiciones que se han hecho después
del destierro (por ejemplo: 4,27-31; 28,47-68; 30,3-5). Pero que
el conjunto de la obra haya sido redactado antes del fin del reino
de Judá, lo testifican las instituciones descritas a partir de 16,18 (rey,
tribunales, ejército): son las instituciones de un Estado político y no
de una comunidad solamente religiosa.
2, Así entre Dt 15,12-18 y Ex 21,2-6; entre Dt 22,1-4 y Ex 23,4-5;
entre Dt 24,7 y Ex 21,16; entre Dt 24,17-18 y Ex 22,20-21 (sobre
EL LIBRO 57

el espíritu de los profetas, y lo que añade a las anti­


guas formulaciones. No solamente está la novedad
que concierne al culto, que acabamos de constatar,
sino que explica los «mandamientos» por considera­
ciones que los fundamentan y justifican su urgencia ;
se apela de una manera insistente y apremiante a
la conciencia religiosa, a la fidelidad del corazón. Con
frecuencia creería uno que está escuchando a Jere­
mías, lo que no tiene nada de sorprendente porque
el gran profeta del final de Jerusalén había sido uno
de los contemporáneos de la reforma y uno de sus
fervientes protagonistas ; y pertenecía a su manera
al ambiente «deuteronómico» en estilo e ideas 25•

Por fidelidad a la Alianza del Sinaí y para fun­


damentar sobre esta base establecida por Yavé mis­
mo la obra de reforma emprendida, el Deuteronomio
se refiere esencialmente a Moisés y a la historia de
los Israelitas en el desierto: Dt 1,6-3,29; 4,3.10-15.20-
22.32-38 ; 5,2-26 ; 6,21-23 ; 8,2-6 ; 9,7-11 ; 10,19.22 ;
11,2-7 ; 24,9 ; 26,6-10 ; 29,1-7. Según el pensamiento
dominante de los grandes profetas, la historia es una
enseñanza, una palabra de Dios 26• Considerada como
una referencia viva, como un diálogo, que se expresa
en el tiempo y por los acontecimientos, entre Yavé y
su pueblo, la historia es revelación y juicio, lección
y criterio de reforma. Y así la historia del pueblo de
Dios, la «historia sagrada», es suficiente para propor­
cionar ejemplos y apoyos a la moral fundamental

todo estos textos del Exodo sacados del código de la Alianza, cf. S.S.,
pgs. 317-341).
25 Compárese, por ejemplo, Jer 11,1-8 con Dt 4,20; 6,3; 7,12-13;
10,15; 11,9; 27,26; 29,18.27; este texto de Jeremías parece datar de
la reforma.
26 Véase T.B., pgs. 174-176.
58 INTRODUCCIÓN

de los deuteronomistas. Esta se resume en una alter­


nativa: «bendición», es decir prosperidad, felicidad
y vida para los que son fieles a Dios observando sus
mandamientos; «maldiciones», es decir plagas, des­
gracias, perdición y muerte para los que rehúsan ser
fieles a Dios. La formulación más expresiva de esta
disyuntiva se lee sin duda en Dt 11,13-17; pero puede
verse además en Dt 4,2-8.25-27.40; 5,26.30; 6,1-3.18.
24; 7,1-4.13-16; 8,1.19-20; 10,12-13; 11,8-9.22-28;
12,28; 15,10; 16,15; 18,19-20; 24,13; 25,15; 28,1-
68; 29,17-27; 30,8-9.15-19.
El Deuteronomio, dirigiéndose a los contemporá­
neos de Josías y de Jeremías, pero con palabras pro­
nunciadas por Moisés antes de su muerte, no consi­
dera más que el período de la historia que va de la
salida de Egipto hasta el final de su estancia en el
desierto 21• No es que se haya idealizado este período,
imaginándolo como un tiempo de dichosa fidelidad
a Yavé; al contrario: Dt 1,26-46; 8,2-3.15-16; 9,7-8.
Y dentro de la perspectiva deuteronómica, la «buena
tierra» es Palestina: Dt 6,10-11; 8,7-10; 11,12-15.
Pero Palestina es Canaán, con todas sus «lacras»,
son los Cananeos y su idolatría. Y en el siglo VII se
sabe que la ocupación del país por los Israelitas no
ha destruido a Canaán, sino que Israel ha pactado
con él. Y la idolatría 28, cuya existencia y perjuicios
se conocían muy bien, no ha sido jamás suficiente­
mente suplantada por la fe y el culto de solo Yavé.
De ahí el programa, descrito muchas veces, de
la ocupación de Palestina por los hombres de Josué:
Dt 7,16-26; 8,7-20; 9,1-6; 11,8-17.22.32; 12,2-3.10.
27 Tal es, por otra parte, el contenido esencial de la "confesión de
fe" tradicional de Israel, como lo veremos en las pgs. 224 y 233.
28 Al menos, juzgada desde el punto de vista de la Biblia. Hemos
ensayado formular un juicio más general antes, en las pgs. 31-33.
EL LIBRO 59

19-31 ; 31,1-30. Hay que leer estos textos. Son una


preparación directa para la lectura del libro de Jo­
sué. Se comprende, por lo demás, fácilmente que se
dirigen a un Israel que, por decirlo así, en el siglo VII
no ha ocupado todavía suficientemente Palestina,
puesto que en ella está siempre, vivo y pernicioso,
Canaán con sus «abominaciones». Un pasaje como
Dt 31,16-21.27-29 está escrito evidentemente con este
conocimiento retrospectivo de la situación, y con la
intención de «juzgar», es decir de amonestar y lla­
mar a la conversión al pueblo de la Alianza, que en
parte ha apostatado y está gravemente contaminado
al final de la época real.
Los deuteronomistas no se han limitado a reco­
ger y comentar las tradiciones de la época de Moi­
sés ; para ellos, el Deuteronomio exige una continua­
ción. Con las mismas intenciones proféticas, han aco­
metido también la empresa de ofrecer una presenta­
ción de las tradiciones y documentos que podían
reunirse sobre el gran período que va desde la en­
trada de los Israelitas en Palestina en tiempo de Jo­
sué hasta el final del reino y el destierro de Babilonia.
El conjunto de la obra ha recibido tradicionalmente
el nombre de Profetas anteriores. No es que su re­
dacción sea más antigua que la de los Profetas escri­
tores, serie que comienza cronológicamente con Amós
en el siglo VIII; sino que esta obra (que comprende
los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes) se ha
compuesto con tradiciones antiguas y trata de un
período anterior al de los profetas predicadores. Pero
con la óptica de los predicadores, como una interpre­
tación de la historia con miras a una enseñanza.
Las fuentes de estos cuatro libros son diversas:
tradiciones principalmente para los dos primeros,
60 INTRODUCCIÓN

tradiciones también pero a la vez documentos con­


temporáneos de los sucesos para el tercero, y para
el último documentos procedentes sobre todo de los
archivos. La característica común es que estas fuen­
tes han sido tomadas y organizadas en función de la
enseñanza deuteronómica. Los dos ejemplos com­
pletos más demostrativos, aunque muy diferentemen­
te, son desde este punto de vista el libro de los Jueces
y el doble libro de los Reyes. El libro de Samuel es­
capa más al género por razón de la biografía de Da­
vid, importante y antiquísima pieza original, que for­
ma una buena parte del libro. En cuanto al libro de
Josué, del que debemos ocuparnos de manera preci­
sa, tiene las posiciones extremas: su redacción deu­
teronómica de conjunto es indudable, y así está mar­
cado, tanto en su forma como en su espíritu, por las
preocupaciones y maneras de escribir del medio pro­
fético sacerdotal del siglo VII ; pero ha recogido y
respetado unas tradiciones que están entre las más
antiguas que se conocen, que representan una época
totalmente diferente y una etapa primitiva de la his­
toria de Israel y de su fe.

Elementos arcaicos los encontramos un poco por


todo el libro. Así los relatos explicativos 29 que inten­
tan dar cuenta, por ejemplo, de la permanencia de
un grupo cananeo, asimilado o no, en época poste­
rior: Jos 6,25; 9,27; 15,63; en este primer pasaje,
cchasta hoy» está apuntado antes de la toma de Jeru-

29 En lenguaje más erudito se dice "etiológico", trasposición de la


palabra griega: aitiologikos (de aitía: causa): que concierne a la cau­
sa; más precisamente: que se remonta del efecto a la causa. Que hay
relatos de este tipo en el libro de Josué, es indudable. Pero decir que
todos los relatos que se leen en este libro son etiológicos es una exa­
geración y una sistematización que no admite la sana crítica y la rec­
titud exegética.
EL LIBRO 61

salén por David alrededor del año 1000, como lo


cuenta 2 Sm 5,6-7. Otro ejemplo: las narraciones ori­
ginadas por la presencia de piedras erigidas o apila­
das a manera de monumento conmemorativo: Jos
4,9; 7,26; 8,29; 10,27, siempre con la expresión
«hasta el día de hoy», que parece indicar una época
más antigua que la de la última redacción, la época
misma de su consignación primitiva. También la his­
toria del capítulo 22 parece construida a partir de la
constatación de una piedra-testimonio que se conocía
más adelante. Y si comparamos Jos 16,10 con 1 Re
9,16 se ve que el pasaje del libro de J osué ha sido
escrito antes que Guézer se hiciera israelita en tiempo
de Salomón.
Merece destacarse la mención de Guilgal, en J os
5,9. Guilgal será un santuario central para los Israe­
litas en tiempo de Saúl (1 Sm 10,8; 11,14-15; 13,4-8;
15,12.21,33), pero más exactamente será el santuario
de Benjamín, la tribu de Saúl. Es probable que los
relatos que leemos en los capítulos 2-9 del libro de
Josué sean, en el fondo, de origen benjaminita, y
que antiguamente hayan estado vinculados al san­
tuario tribal de Guilgal. Estos relatos se han hecho
nacionales en el momento en que Israel se ha cons­
tuido en nación con su primer rey.
Otros indicios de antigüedad de las tradiciones
los encontramos en otras secciones del libro, particu­
larmente en los capítulos 10-11. En J os 10,13 se cita
explícitamente una antigua fuente literaria, el «libro
de Yasar», colección de cantos de la que sacaron
otro poema los redactores del libro de Samuel (2 Sm
1, 18). Hemos creído poder discernir también un cier­
to fondo arcaico en el relato de la asamblea de Si­
quem, en el capítulo 24. Eso mismo sucederá en mu­
chos lugares del libro.
62 INTRODUCCIÓN

Parece ser que una primera colección de estas


tradiciones, en forma escrita, se ha hecho en los albo­
res del siglo x, es decir a finales del reinado de David
o comienzos del reinado de Salomón.
De la primera mitad de la época monárquica da­
tan sin duda algunos documentos administrativos,
que afloran aquí o allá en la sección geográfica que
forma la segunda parte del libro. Así en J os 15,21-63;
17,16-17; 18,21-28. Tendremos ocasión de verlo.
Pero es hacia el final de la época monárquica,
después de la reforma de J osías, cuando los escrito­
res deuteronómicos acometieron la empresa de su
gran síntesis histórico-profética, como una continua­
ción del Deuteronomio y a la vez como una ilustra­
ción de sus principios, según se encuentren aplicados
o no aplicados en la historia de Israel. En esta época
conviene fechar el libro de J osué como conjunto, y
en lo que encierra de más importante y esencial.
Inmediatamente se impone una doble observa­
ción. Para componer esta historia, hacía falta ser­
virse del precioso patrimonio de las tradiciones del
pueblo de Israel. Y para dar a esta historia su signi­
ficación «deuteronómica», era preciso presentarla de
una determinada manera. Estos son los dos caracte­
res que impresionan a lo largo de la lectura de todo
el libro de J osué : por una parte, la antigüedad y
autenticidad de las fuentes históricas ; y por otra, la
reconstrucción e interpretación mucho más tardía de
este dato inicial.
Terminado en su conjunto antes del destierro de
Babilonia, el libro de J osué, como el mismo Deute­
ronomio y toda la obra que de él procede, ha sido
retocado y completado en los siglos VI-V por los es­
critores del medio «sacerdotal», a la sazón decisivo
EL LIBRO 63

en la vida de Israel No dejan apenas duda alguna


30

pasajes como: Jos 3,6.14-15.17; 4,10-11.15-18; 5,2-


8; el conjunto de los cap. 6 y 8; 13,14.33; 14,1-2.4;
17,3-6; 18,1.8-10; 19,51; todo el cap. 21 y sin duda
la mayor parte del cap. 22. Estas adiciones explican
la presencia, sorprendente y hasta imposible en la
historia de las tribus en los siglos XIII-XII, de un clero
de tipo levítico con una jerarquía y unas funciones
que son las de los sacerdotes del templo de J erusa­
lén, tal como se describen en la Torah posterior al
destierro. Así se explica también la formulación de
ciertas leyes desconocidas en tiempo de J osué.
Por esa compleja historia de su composición, el
libro de J osué tiene la variedad de estilos y de géne­
ros literarios que en él se constatan. Se puede pasar
bruscamente de la epopeya primitiva a la exhorta­
ción del predicador y al precepto ritual. Sin embar­
go, ni la presencia de trozos arcaicos, ni los añadidos
posteriores al destierro impiden que el libro sea ante
todo una obra deuteronómica.
Desde el comienzo, y un poco por todo el libro,
se escucha la palabra retórica y abundante, cordial
e insistente, tan perceptible en el Deuteronomio 31•
Pero lo más importante es que vuelven a encontrar­
se en el libro de Josué los grandes pensamientos que
campean en el Deuteronomio, los grandes principios
inculcados sin cesar -ya lo hemos visto-, en la
Torah del siglo VII, y que es posible resumir así:

30 Sobre la época y el ambiente, cf. T.B. 196, 223-224, 231-241.


31 Este estilo abundante y fogoso es perceptible en cualquier tra­
ducción y es propio del Deuteronomio, como aparece cuando se con­
fronta con la mayor parte de las otras páginas del Pentateuco e incluso
del Antiguo Testamento, si exceptuamos a algunos profetas y princi­
palmente a Jeremías, precisamente cercano al Deuteronomio.
64 INTRODUCCIÓN

- para vivir en la alianza con Yavé, hay que


observar sus «leyes y preceptos», los que Yavé ha
dado a conocer a Israel por mediación de Moisés ;
- una moral sencilla y firme apoya esta obliga­
ción: la fidelidad es recompensada, es una garantía
de victoria y de prosperidad ; la infidelidad es casti­
gada, ocasiona calamidades y desgracias ;
- la fidelidad a Yavé es antes que nada de or­
den religioso, expresada por el primer mandamiento
del Decálogo: «Yo, Yavé, soy vuestro Dios: no ten­
drás otros dioses fuera de mí» (Dt 5,6-7) ;
- de ahí la condenación radical y sin reservas
de las prácticas religiosas cananeas o extranjeras, y
la lucha sistemática contra lo que las representa ;
- la «bendición» de la fidelidad a Yavé y del
coraje en la lucha contra la idolatría es la posesión
del «hermoso país» dado por Yavé, Palestina.
Los esfuerzos para destruir el politeísmo natura­
lista heredado del antiguo Canaán y la reivindicación
del territorio de Palestina son tanto más necesarios
al final del siglo VII cuanto que la situación misma
de Israel, lograda después de siglos de lucha, se en­
cuentra a la sazón puesta en peligro a causa, precisa.­
mente, según el juicio de los profetas escritores que
se expresan a la luz de su fe, de que no se han
«observado los mandamientos de Yavé», y los Israe­
litas «han hecho el mal a los ojos de Yavé», «sirvien­
do a otros dioses». De un siglo para acá, el reino de
Samaría, la antigua «Efraim», que era la más im­
portante de las tribus, ha sido aniquilado por el po­
der asirio ; los deuteronomistas han reflexionado so­
bre esta desgracia (2 Re 17). Aunque ya no exista
Nínive, no hay que estar demasiado seguros. Se for­
man nuevas fuerzas y muy pronto el ejército de Na-
EL LIBRO 65

bucodonosor será una amenaza inminente : si Israel


no se convierte por fin del todo a Yavé su único
Señor, el mismo Yavé hará venir otra vez al enemi­
go, e Israel será desterrada a una región lejana y
habrá terminado el «hermoso país» dado por Yavé
a su pueblo.
Relatada con estos pensamientos, la historia de
la penetración de los Hebreos en Canaán en los si­
glos XIII-XII es más una enseñanza que un reportaje.
Adquiere un valor demostrativo, una significación
concreta y práctica para todos aquellos a quienes
se dirige esta historia, convertida en predicación y en
profecía. Esta intención explica el género del libro,
da la medida de sus afirmaciones, justifica un cierto
«tonus» como esa esquematización, esa idealización
que no hemos tardado en señalar (p. 58). Los auto­
res, que escriben para sus hermanos en el reino de
Judá, el único en que es posible todavía servir a
Yavé después de la desaparición del reino septentrio­
nal, no vacilan en cargar en la cuenta de «todo Is­
rael» lo que originariamente era sólo válido para
unos grupos restringidos (cf. 10,29-39). No retroceden
ante unas generalizaciones tan generosas, tan exage­
radas como las de 5,1; 8,14-17.21-26.34-35; 10,40.43;
11,4.8-9.23; 21,41-43. Las antiguas tradiciones se
convierten en representativas de una situación pos­
terior; entran en unos relatos encargados de explicar
la realidad presente.
De esta manera, los Cananeos, con los cuales tan­
tas veces se habían arreglado y entendido los Israeli­
tas, toman una figura no solamente de adversarios
perpetuamente hostiles, sino de peligrosos portadores
de ese mal contagioso que es la idolatría, y por con­
siguiente destinados a la exterminación. De ahí esa
EL DON DE UNA CONQUISTA.-5
66 INTRODUCCIÓN

ley del hérem acerca de la cual haremos unas refle­


xiones, pero que los contemporáneos de J osué no
conocían en la formulación que le da el libro y según
su pleno sentido religioso.
Así también, en la segunda parte del libro, puede
describirse una división del territorio de Palestina
entre las tribus como hecha en tiempo de J osué,
cuando en realidad refleja una situación geográfica
que no ha existido más que más tarde, indudable­
mente en tiempo de J osías, y tal vez para algunas
tribus al comienzo del período monárquico. Una di­
visión así es como la afirmación del derecho que los
Israelitas han ido adquiriendo poco a poco sobre Ca­
naán, y que al final se les ha reconocido.
No es necesario advertir que el relato sigue siendo
verídico, digno de crédito y buena fuente para la his­
toria, con tal que se sepa leer como está escrito, y
servirse de él de manera conveniente. Se hace uso en
él, a la vez simple, respetuoso y prudente, de los
recuerdos transmitidos por la tradición. Ya lo hemos
observado y volveremos a constatarlo: las acciones
guerreras relatadas forman un número muy peque­
ño. La lentitud de los acontecimientos que señalan
la ocupación de Palestina es en realidad manifiesta;
incluso se insiste en ella una y otra vez: 11,18; 13,1 ;
18,3. Las confesiones de los fracasos pueden parecer
discretas, lo cual se explica por la intención del libro.
Sin embargo no faltan: 15,63; 16,10; 17,12-13.
Pero para conseguir su objetivo, que era dar una
enseñanza a sus contemporáneos partiendo de esta
historia antigua, los autores deuteronómicos han he­
cho, del fondo tradicional, una selección de aconte­
cimientos y los han presentado, orientándolos de tal
manera que manifiestan una voluntad de Dios: Is-
EL LIBRO 67

rael debe establecerse en la tierra que Yavé le ha


dado, a fin de que en ella se sirva sólo a Yavé y de
esa manera el pueblo de la Alianza sea «bendecido»,
y viva próspero y feliz. Esta enseñanza es muy per­
ceptible particularmente en los discursos ; ya hemos
advertido más arriba que los discursos son numero­
sos en este libro.
Nadie se extrañará de que el relato tome de cuan­
do en cuando, por lo demás con sencillez y sobrie­
dad, el tono patético de la epopeya. Podríamos citar
aquí los cantos de Homero y de Virgilio, los poemas
heroicos y los cantares de gesta de la Edad Media
en Alemania, en Inglaterra, en Francia, en España,
y muchos otros ejemplos semejantes. Estas obras no
son ni un desprecio ni una modificación de la histo­
ria, siempre que se los sepa entender. Coinciden con
el espíritu, el movimiento profundo, el ideal y la es­
peranza de un pueblo.

Pero para quien lee el libro de Josué dentro de


la fe que lo ha inspirado, es algo muy distinto. No
se trata solamente de la «gesta» de unos antepasados
en el tiempo de su primera penetración en Palestina.
Después del memorable éxodo de Egipto y la Alianza
del Sinaí, la llegada a Canaán es el momento capital
y decisivo de toda la historia de Israel. Lo que en
ese momento importa más que cualquier otra cosa
al pueblo de Yavé, es poseer esta tierra que debe
llegar a ser el lugar que Yavé ha elegido para vivir
en él, el lugar de la realización plena de la Alianza,
la esfera propia de su vida de pueblo de Dios. La pe­
netración israelita en territorio cananeo puede, de esa
manera, comprenderse y presentarse como el «don»
hecho por Yavé de una tierra «prometida» a Israel.
En cuanto a la lucha contra el culto de la naturaleza
68 INTRODUCCIÓN

y la idolatría, que está implicada en esta toma de po­


sesión, es decisiva para el destino del pueblo de Yavé,
decisiva por tanto para la historia del mundo. Y en
esta visión superior, las guerrillas del tiempo de J osué
pueden llamarse «guerras de Yavé».
El texto del libro, cuyo estudio vamos a empren­
der ahora paso a paso, nos permitirá entrar más a
fondo en estos pensamientos, y captar su alcance y
su valor de actualidad. Porque esta palabra de Dios
se dirige al pueblo de Dios de siempre, se dirige a
nosotros, «hoy mismo», como afirmaba magnífica­
mente para todos los tiempos el profeta de la Alianza
(Dt 26,16-19; 29,11-14).
CAPÍTULO PRIMERO

EL TERMINO DEL EXODO


LA MISION DE ]OSUE (cap. 1)
No se sabría comenzar una obra de manera más
sencilla. La primera frase del libro enuncia, con tanta
sobriedad como precisión, la situación supuesta. Se
trata de un discurso de Yavé a Josué, claramente
destinado a servir de prólogo a toda la historia rela­
tada en el libro. En él expresa el autor 1, como si
fuera la voluntad de Dios ya manifestada a Moisés,
el designio de los «hijos de Israel» de conquistar el
país de Canaán.
En este discurso, Yavé confirma a Josué la orden
del encargo que se le ha confiado (vv. 2-9). En se­
guida dirige J osué un llamamiento a todos los Israe­
litas, con vistas a entrar en posesión de Palestina
(vv. 10-15). El relato termina con el consentimiento
de todos en el programa así trazado (vv. 16-18).
La coloración literaria de este conjunto y el es­
píritu que lo anima son muy claramente deuteronó­
micos ; no tenemos necesidad de insistir de nuevo

1 Nuestro estudio del libro de Josué no va dirigido a unos lectores


que desconocen totalmente la Biblia. Por eso es inútil insistir diciendo
que hacer hablar a Yavé es un procedimiento literario normal, muy
frecuente en los escritos bíblicos, para expresar lo que el autor estima,
desde el punto de vista en que él se sitúa, traducir las intenciones,
juicios, disposiciones y voluntad de Dios. Cf. P. D., pg. 448.
72 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

en ello 2• Por encima de Josué y de sus hombres,


estas palabras se dirigen pues en realidad a los lecto­
res del libro, a los habitantes de una Palestina toda­
vía demasiado señalada en el siglo vn, por la influen­
cia del ambiente cananeo que ha subsistido. En estas
condiciones, la «conquista de Canaán» no está ver­
daderamente terminada y se ha hecho oportuno el
recuerdo de las acciones memorables del tiempo en
que las acometía Josué. Por otra parte, podemos
comprender al instante que esta adaptación del pa­
sado a una situación posterior va a dar al relato una
significación que puede ser válida en otras situacio­
nes parecidas, en cualquier situación en que se en­
cuentre el pueblo de Dios mientras no haya adqui­
rido las condiciones para existir plenamente.

Dios instituye a J osué heredero y sucesor de Moi­


sés (vv. 2-9). Esta misión está en la línea de Dt 34,9
y de Nm 27,18-23, pasajes donde se dice que el nuevo
guía-servidor del pueblo de Yavé ha recibido por la
imposición de las manos de Moisés el «espíritu», es
decir la fuerza y la habilidad que le permitan cum­
plir su encargo. La misma gracia conferida a J osué
está expresada en el v. 5 con otros términos, más
sencillos, pero muy vigorosos: «Yo estaré contigo» ;
tal es la manera bíblica de significar esta seguridad
que Dios da, comenzando por Abraham, J acob y
Moisés, a los hombres que él elige para realizar su
obra 3. La insistencia es propiamente admirable: «Ya-

2 Cf. pg. 51. En la mayor parte de las Biblias con notas se señalan
las referencias paralelas del Deuteronomio; con frecuencia se las podría
multiplicar.
3 Esta expresión, que tiene tan importante significado, se lee en
unos pasajes generalmente muy importantes, en los relatos de una mi­
sión divina; véase las citas en S.S., pg. 88.
LA MISIÓN DE JOSUÉ 73

vé tu Dios está contigo adondequiera que vayas»


(v. 9).
La consecuencia de esta garantía, con la certeza
de la victoria (vv. 4-5), debe ser la vigorosa confian­
za del hombre a quien Dios hace semejante promesa
(vv. 6.7.9.). El autor pretende dar desde el comienzo
del libro este tono de valentía y aliento que caracte­
riza su mensaje (compárese Dt 1,27; 31,6.7.23). Con
una sola condición, única pero rigurosa: la guarda
de la «ley de Moisés» (vv. 7-8), es decir de esta ense­
ñanza que es tanto historia (Dt 1,5} como «preceptos
y sentencias» (Dt 4,8). La Torah es el recuerdo. con­
signado en un «libro», de unas experiencias históri­
cas del pueblo de Dios y de unas lecciones, unas di­
rectrices, y unas exigencias que brotan de ellas para
la vida de los hombres de este pueblo.
Josué, primero de todos los servidores de Yavé,
como todo responsable de los destinos del pueblo
(Dt 17,19-20}, deberá ser el primero y el modelo en
la obediencia a la voluntad expresa de Dios. Y así,
desde el comienzo, se encuentra afirmado con nitidez
el gran principio de la fidelidad a la Torah 4; de él
depende todo el éxito de la empresa.
Sin embargo, este mismo éxito se deberá a Dios:
el país entero 5 es «dado». Tal declaración, que se va
a encontrar expresada muchas veces en el libro

4 Se sobrentiende, dentro del libro de Josué, que se trata de la


"ley" bajo su forma deuteronomica, el libro del Deuteronomio.
5 Decir que Palestina se extiende "hasta el Eufrates" (v. 4), es
evidentemente expresar una visión idealista, sin duda también un
deseo, en la línea por ejemplo del mesianismo de Is 9,5-6 y de Miq
5,1-5. La expresión parece tener su origen en el pasaje hiperbólico
sobre el poder y la riqueza de Salomón en 1 Re 5,4 y se ha conver­
tido en fórmula de promesas: Gn 15,18; Ex 23,31; Dt 1,7; 11,24.
74 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

(2,9.14; 5,6; 8,1; 21,41; 23,15; 24,8.13) º, puede pa­


recer sorprendente, puesto que se trata precisamente
de «tomar», y con todo su valor y todas sus fuer­
zas, con el despliegue de todos los recursos humanos,
un territorio ocupado de momento por otros poseedo­
res. Un don... ¡ que conquistar!
Esta paradoja suscita una reflexión sobre la na­
turaleza del «don» de Dios. Cuando los hombres ha­
yan empleado los medios de que ellos pueden dispo­
ner, llegarán a sus fines, poseerán el país. Pero este
resultado, esta misma victoria, deberán reconocer que
viene de Dios, que les ha proporcionado los medios
de que ellos se han servido y les ha guiado en su ac­
ción. De esta manera, en el curso de la historia de
Israel, Dios «dará» el país, el reino, a aquellos a
quienes lo ha destinado. «Pídemelo : te daré en he­
rencia las naciones, y en posesión, los confines de la
tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, los que­
brarás como jarro de loza» (Sal 2,8-9).
Así el don de Dios es un poder hacer, pero no es
algo del todo hecho. Es el don del cumplimiento de
una tarea, el medio y la suerte de tener éxito en una
misión, la gracia de servir (Le 1,73-74). Y la lección
es doble, muy digna de ser destacada. No se hace
nada que no se haga por el hombre ; el libre juego
de su libertad y de sus energías permanece intacto ;
se solicita esta intervención. Y sin embargo, en eso
mismo actúa Dios, por el hombre y para el hombre,
Dios de quien todo procede y sin el cual nada es

6 Véase también Dt 1,8.20-21.35-36.39; 3,18-20; 4,21.38.40; 5,16.


28; 6,10; 8,1.10; 9,6; 10,11; 11,9.31; etc. Nm 14,8; 27,12; 33,53.
Hay que pensar igualmente en numerosos textos de "promesas" for­
muladas de la misma manera en Gn 12,7; 13,14; 13,17; 15,7.16.18;
28,4.13; 35,12; Ex 6,4.8; 12,25; 13,5.11; 32,13; 33,1; 34,11; Lev
14,35; 23,10; 25,2.38; Nm 10,29; 13,2; 15,2; 20,12.24; 32,7-11.
LA MISIÓN DE JOSUÉ 75

posible. La conquista es una exigencia ; pero es tam­


bién en primer lugar y en definitiva una gracia. Tal
afirmación en los umbrales del libro es un acto de
gratitud al Señor de todo bien, especialmente por la
gracia de habitar en el país elegido por Dios para
su pueblo.
Por tanto, puede verse aquí el esbozo de una doc­
trina que han profundizado los profetas (por ejem­
plo: Is 7,4.9; 30,15-16; Os 14,9} y los sabios (por
ejemplo: Sal 20,8-9; Prov 19,21; 21,31) y que lle­
gará a su madurez con la revelación de Cristo y el
mensaje apostólico (Mt 11,12; Le 16,16; Jn 15,5;
Fil 3,13; Ef 2,10; 3,20), en particular en esta pala­
bra decisiva: «Se me ha dado todo poder, dice Je­
sús; id pues a enseñar a todas las naciones ... Yo es­
taré con vosotros siempre, hasta la consumación de
los siglos» (Mt 28,18-20}. Con uno de estos pensa­
mientos se abre el libro de Josué. En este libro y en
su primera página se encuentra expresado, con su
equilibrio fundamental, el misterio de la gracia de
Dios, don de hacer, gracia de una acción, de un
servicio, de un resultado.

Yavé ha dado la orden y la misión. J osué procede


a los preparativos (vv. 10-11). Como Moisés (Ex 18,
24-26; Dt 1,12-15), lo hace por unos intermediarios
designados. Estos responsables son los comisionados
o encargados de las organizaciones (literalmente :
«escribas del pueblo») que se encuentran en 3,2-4;
8,33 (Dt 1,15; 16,18; 20,5-9; 29,9; 31,28; Nm 11,16;
Prov 6,7). Lo mismo que para los «oficiales» de
10,24, la designación evoca aquí, no a los conducto­
res de tropas, de tipo primitivo, como los que se ven
con Gedeón, Abimelek o J efté en el libro de los J ue­
ces y que uno se imaginaría en tiempo de esta con-
76 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

quista de Canaán, sino los «cuadros» militares cono­


cidos en la época de los Reyes (cf. 2 Re 25,19). El
papel que aquí corresponde a estos hombres es el
prever el abastecimiento necesario en el desplaza­
miento y, puede suponerse, la ordenación de los gru­
pos como las condiciones de su marcha. La expresión
«tres días» es un cliché literario usual en la Biblia 7•
No se ha dicho dónde se encuentran los Israeli­
tas, pero tanto la relación natural de este libro con
el Deuteronomio y Números (Dt 1,1-5; 4,44-49; 28-
61; 32,48-52; 34,1-8; Nm 28,12-23; 33,49-50; 35,1-
10; 36,13) como la continuación del relato, muestran
suficientemente que el autor los contempla como
acampados en las estepas de Moab, sobre las colinas
inferiores que forman el borde de las llanuras de la
Transjordania, al nordeste del mar Muerto. En 2,1
y 3,1 el lugar se llama Sittim (cf. Nm 25,1; 33,49).

Josué hace un llamamiento para una cooperación


unánime de los Israelitas, a las tribus cuya área de
fijación ha sido la zona que domina el valle del Jor­
dán al este (vv. 12-15). En este discurso se hace alu­
sión a Dt 3,18-20. Con Nm 32,1-42 habíamos visto, en
la llegada de estas tribus, un caso de sedentarización
pacífica en una comarca por lo demás poco envidia­
ble (p. 40). La insistencia del libro de Josué en recor­
dar esta instalación (12, 1-6; 13,8-33; 14,2-4; 18,7;
22,7.25.32-34; cf. Dt 3,8-20) es una manera de afir­
mar una reivindicación que sin duda alguna fue
puesta en discusión muchas veces por las poblaciones
de las planicies del este. Es evidente que las expresio­
nes «al lado de acá del Jordán», «a oriente» (vv. 14-
15) son de un escritor judío.
7 En cuanto a esta expresión, véanse las citas en P. D., pg. 160-161.
LA MISIÓN DE JOSUÉ 77

El acento de la proclama de Josué recae sobre


«todos» (v. 14): está en juego la unidad de Israel,
de la que esta acción de conjunto será el signo y la
prenda. Signo dirigido a un pueblo que ha pagado
caras sus divisiones, sus rivalidades fraternales. En
el siglo VII, Josías ha pensado ciertamente en reunir
de nuevo a todo Israel, comenzando por Samaria
(2 Re 23,19-20); Jeremías y Ezequiel han soñado
con esta unidad, la han profetizado (Jer 31, 1-21 ; Ez
37,15-28). Es la misma predicación que leemos aquí.
El mismo signo profético se dirige al pueblo de Dios
de siempre, que deberá vigilar para mantener, en
las diversas condiciones de vida de sus miembros,
una unidad que se revela y se forja en la acción
común.

La conclusión de este primer capítulo es el com­


promiso de todos a las órdenes de Josué, con el cual,
por lo demás, cuentan como con el hombre que está
«con Dios». Estos vv. 16-18 repiten las expresiones
que hemos hallado en los vv. 5-7.9, añadiendo el ri­
gor de una promesa de obediencia absoluta (compá­
rese el v. 18 con Dt 17,12).
El capítulo primero del libro de Josué, compuesto
casi totalmente de discursos, es un buen ejemplo de
generalización y de simplificación. El escritor no tie­
ne en cuenta ni la complejidad real de los aconteci­
mientos, ni las variadas circunstancias de la pene­
tración de los clanes y tribus de tronco israelita en
Palestina, ni el tiempo que ha exigido. O más bien,
él resume y estiliza, selecciona e idealiza.
Pero está dicho lo esencial, es decir la significa­
ción de los acontecimientos en cuestión. Esta ense­
ñanza puede repetirse así: el deber del pueblo de
Dios es buscar una situación propicia a la vida que
78 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

Dios le propone y le exige ; el pueblo tiene derecho


a esa situación, que es un don de Dios, al mismo
tiempo que una empresa que hay que llevar a tér­
mino, que necesita del esfuerzo y de un esfuerzo uná­
nime de todos para conseguir el éxito. Tal enseñanza
es válida siempre.

RAHAB (cap. 2)
No se puede asegurar sin reservas que la antigua
ciudad de Jericó, la del tiempo de J osué, está repre­
sentada hoy por el tell es-Sultan, que se encuentra
al noroeste de la Jericó actual (Er Riha). Sin embar­
go, las excavaciones importantes y reveladoras he­
chas sobre este tell, durante medio siglo ª, permiten
una identificación no demasiado aventurada.
Por lo mismo no han proporcionado indicaciones
arqueológicas acerca de la destrucción de la ciudad
por J osué. «Permanecemos en la incertidumbre a
la hora de determinar si la catástrofe ha tenido lugar
en el siglo XIV o en el XIII», y los trabajos más re­
cientes han mostrado «que la última ocupación ca­
nanea había sido completamente erosionada por el
viento en la casi totalidad del sitio, lo que reduce las
posibilidades de ver alguna vez resuelto este pro­
blema tan controvertido» 9• Sin embargo sabemos de
ello bastante para comprender el relato bíblico.
8 Excavaciones alemanas con Sellin y Watzinger en 1907-1909;
excavaciones americanas con Garstang en 1929-1936, y con miss Ke­
nyon en 1953-1955.
9 W. F. ALBRIGHT, L'archéologie de la Palestine, Cerf, 1955, pg. 41.
Una conclusión parecida es la de R. NoRTH, en su notable artículo de
Bible et Terre Sainte, núm. 14 (oct.-nov. 1958), pg. 17: "Por el mo­
mento, la piqueta de los excavadores ha dejado el enigma del muro
de J osué más oscuro todavía que antes"; pero aunque hasta ahora hay
que renunciar a la solución de este enigma, las excavaciones recientes,
RAHAB 79

Antes del siglo XIII, la ciudad había ya sufrido


más de una vez, sus muros habían sido desmantela­
dos y sin duda alguna la ciudad no tenía ya en tiem­
po de J osué ese aspecto de fortaleza inexpugnable,
que permiten suponer los vestigios de su estado más
antiguo. Sin embargo, la Jericó del siglo XIII no era
solamente una ruina. Como toda ciudad cananea de
entonces, estaba siempre protegida por muralla y
torres 10 mejor o peor restauradas. Hubiera sido inútil
atacarla con disparos de flechas y de piedras. De
no asediarla por la sed y el hambre, era necesario em­
plear artimañas y estratagemas 11•
Josué y sus hombres recurrieron a un procedi­
miento de este tipo: se trata completamente, en este
relato del cap. 2, de la organización de una traición.
Esta historia se parece a la que se cuenta en Jue 1,
22-25 (compárese también 2 Sm 10,3).

Rahab es una prostituta. Los primeros versículos,


en el texto hebreo (compárese con Gn 11,2), no dejan
lugar a duda de que ella ha ejercido su profesión
habitual con los dos espías israelitas. Tanto en la
historia de la antigüedad como en nuestros días 12, se

que van hasta los cimientos de las murallas, han proporcionado verda­
deras revelaciones acerca de la era neolítica y "han conducido a un
conocimiento más profundo de los orígenes de la civilización humana
mucho tiempo antes de la existencia de Abraham y de Josué".
10 Pequeña ciudadela con las habitaciones angostamente apretadas
en sus fortificaciones, formaba un óvalo con el diámetro mayor de
unos 300 metros y el diámetro menor de 160 metros.
11 Un estudio sistemático de las "estratagemas en el libro de Jo­
sué" ha sido hecho, bajo este título, por F. M. ABEL en la Revue Bi­
blique, 1949, pgs. 321-339.
12 "Durante el sitio de Capua por Fulvio, una cierta Cluvia Fácu­
la, meretrix, no había dejado de suministrar víveres a los soldados ro­
manos prisioneros dentro de la ciudad. Cuando ésta cayó en poder de
Roma, el senado testimonió a esta persona su reconocimiento restitu­
yéndole sus bienes con la libertad. El mismo favor se había otorgado
80 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

citan casos de complicidad análoga entre prostitutas


y hombres políticos u hombres de guerra. Hasta el
versículo 8, el relato es de los más naturales. Más
sorprendente es la relación de las palabras de esta
mujer, su «profesión de fe» yavista, en los vv. 9-13.
El discurso puesto en labios de Rahab es eviden­
temente una composición del autor para ayudar al
lector a comprender el desarrollo de los hechos. Gé­
nero literario totalmente corriente. Por otra parte
está lleno de reminiscencias que bien revelan este gé­
nero 13 ; y su deuteronomismo es manifiesto.
El «terror» que inspiran a los habitantes del país
los invasores (vv. 9.11 ; cf. v. 24), está sin duda ano­
tado para que los Israelitas de todos los tiempos, y
especialmente los destinatarios del libro, no tengan
ningún miedo a los Cananeos de cualquier época que
sean, y tengan su confianza en las fuerzas que Dios
les ha dado. Pero este «terror» puede referirse tam­
bién a unos recuerdos históricos : los procedimientos
de incursiones-relámpago, de artimañas e intimida­
ción por la violencia han debido de sembrar más de
una vez el pánico entre los campesinos cananeos (cf.
Ex 15,15; 23,27; Dt 7,23). Tales recuerdos de horror
causado por la llegada de bandas armadas, atrevidas
y con frecuencia inhumanas son frecuentes en la me­
moria de los pueblos tranquilos. La Biblia anotará

a una señora Vestia Oppia por haber hecho ofrecer cada día un sacri­
ficio por la salvación del ejército romano" (Revue Biblique, artículo
citado en la nota anterior, pg 323). "Los de Habidos del Helesponto
al recobrar su libertad con su ciudad, gracias a una hetaira que había
conseguido apoderarse de las claves y hacer asesinar a la guarnición
enemiga, mostraron su reconocimiento edificando un templo dedicado
a Afrodita Porne" (F. M. ABEL, en la Revue Biblique, 1950, pg. 328).
El espionaje moderno emplea los mismos medios, los hombres son los
hombres y la guerra es la guerra.
13 Cf. Ex 14,21; 15,15-16; 23,27; Nm 21,22-26; 22,25; Dt 1,4;
2,31-34; 3,1-6; 29,6; 31,4; Jos 9,10; 13,21; Jue 11,19-21.
RAHAB 81

muchas veces el hecho como resultado de la particu­


lar asistencia de Yavé a Israel. Sin embargo ha ocu­
rrido, y sin duda más frecuentemente de lo que se
sabe, que los Cananeos no han tenido mucho miedo
a los recién llegados y les han opuesto una resisten­
cia decidida. Por un trastrueque de la situación, cuan­
do los Israelitas estén instalados en Palestina y se
hayan hecho sedentarios, serán ellos los aterrorizados
por los saqueadores nómadas.
Una doble convicción se desprende del discurso
puesto en labios de Rahab. Por una parte, Yavé ha
dado el país a los Israelitas y las circunstancias del
éxodo de Egipto, hecho del Dios invencible de Is­
rael, garantizan el éxito de su empresa ; por otra
parte, esta empresa alcanzará su éxito gracias a la
colaboración de gentes que están en la plaza que se
va a tomar, y cuyos descendientes, que permanecen
unidos a los Israelitas, serán testigos de ello en el
transcurso de la historia.
El relato de los vv. 15-24 es el de poner a punto
el plan concertado, con signos de inteligencia para
el momento del asalto. Los emisarios de J osué son
ahora informados sobre los medios que tiene la ciu­
dadela para defenderse, sobre sus salidas, sobre sus
puntos débiles. La cuestión de la casa de Rahab, de
su ventana y de la señal roja está cuidadosamente
calculada. Se intercambian unos juramentos: el asun­
to no puede salir adelante más que gracias a la rigu­
rosa disciplina del secreto. Si a los Israelitas les va
en ello la victoria, en caso de fracaso sus aliados co­
rren el riesgo de un terrible castigo 14• Se puede pen-

14 En el Código de las Leyes de Hammurabi se lee : "Si una co­


merciante de vino, cuando unos amotinados se han reunido en su casa,
no los ha cogido y llevado al palacio, esa comerciante de vino merece
la muerte" (§ 109). Sobre el Código de Hammurabi, véase T.B., pg. 24.

EL DON DE UNA CONQUISrA.-6


82 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

sar que el clan de Rahab representa un buen número


de personas e incluso que el narrador no ha retenido
más que su nombre aunque había otros.
No se ve, en la continuación de la historia (capí­
tulos 4-6), que esta maquinación haya servido en la
toma de Jericó. Otras tradiciones, hoy diríamos otras
versiones de esta ocupación, han prevalecido. Con
todo, Rahab reaparece con su clan al final del relato,
en 6, 17 .22-23.25 ; donde se indica que la promesa he­
cha a esta mujer se ha mantenido y que su clan ha
seguido entre los Israelitas hasta la época en que el
escritor compone su relato. Si el escritor ha introdu­
cido en este relato el episodio de Rahab, lo hace jus­
tamente para explicar la permanencia de grupos ca­
naneos, que han encontrado su sitio en medio de los
Israelitas, en una época tardía 15• Ya no resulta en­
tonces extraño que el autor bíblico atribuya a Rahab
una clarividencia y hasta una fe de verdadero cre­
yente ; la ve ya como una fiel de Yavé 16•

Es importante notar el alcance del episodio de


Rahab desde el punto de vista de la revelación y del
designio de Dios. Desde los comienzos de su historia,

15 Preguntarse, con M. NoTH, si la historia de Rahab no tiene su


origen en la posterior existencia en Jericó de una casa de prostitución,
cuya misma terraza se apoyaría sobre un resto de fortificación de la
antigua ciudad y cuya seña sería un cordón rojo, es un ejercicio de
imaginación que traspasa los márgenes de seguridad de la exégesis.
16 La piedad y la leyenda, judías como cristianas, se han apropia­
do la tradición bíblica sobre Rahab para ampliarla y adornarla. Del
lado judío, por ejemplo, se hará de esta mujer una convertida al ju­
daísmo antes de la llegada de los Israelitas a Canaán; y se la hará
contraer matrimonio, ¡con el mismo Josué! Por parte cristiana, siem­
pre preocupada de peregrinaciones, existirá la preocupación de encon­
trar la casa de Rahab en Jericó; en el siglo VI se mostrará esta casa
convertida en hostelería, y el reducto en que habría escondido a los
espías se transformará en capilla "dedicada a la Virgen María" (según
F. M. ABEL, Revue Biblique, 1950, pgs. 329-330).
RAHAB 83

el pueblo de Dios ha anexionado e integrado elemen­


tos no israelitas. Incluso aunque no se tenga en cuen­
ta la complejidad originaria de este pueblo (un «re­
voltillo», dice Nm 11,4), es cierto que no se puede
hacer de Israel una raza, en sentido biológico o ét­
nico preciso. Antes que lo haya puesto en evidencia
Pablo por otras razones (Rm 2,28-29; 9,7-12; Gál
4,21-31; cf. Jn 8,33-44 ; Mt 3,9), es digno de notarse
que la pertenencia a Israel no ha estado nunca regu­
lada por el solo nacimiento. Este será también el
sentido de la historia de los Gabaonitas en Jos 9.
Así, en el momento mismo en que el pueblo de
Dios, «elegido» de entre las naciones según su más
sólida tradición, acomete la empresa de tener una fi­
gura histórica y afirmar su puesto entre los otros pue­
blos, el caso de Rahab manifiesta la disposición de
este mismo pueblo a abrirse a los extranjeros, a los
Cananeos {hasta el punto de que Ezequiel no verá
más que este origen cananeo en la historia de Israel :
Ez 16,3). Eso preludia una doctrina: la de la univer­
salidad de la salvación, que será poco a poco ense­
ñada por los profetas (Sof 3,9; Is 19,18-25; Ml 1,11;
Za 8,23; Jonás) y abiertamente declarada a partir
del Evangelio (Mt 8,11-12; 28,18-20; Hech 13,46-4 7;
15,7-20; 1 Tm 2,4).
Este aspecto «misionero» de la historia de Rahab
se halla subrayado por la inserción de su nombre en
la página inaugural del Nuevo Testamento, la genea­
logía de Jesús, en Mt 1,5. El autor de esta lista de
nombres no ha mencionado más que cuatro mujeres,
tres de las cuales son pecadoras desde el punto de
vista de la moral recibida, y que sobre todo 11 las cua-

17 Como Rahab, Tamar es indudablemente cananea (Gn 38), Rut


es una Moabita (Rut 1,4) y Betsabé es probablemente una hetea o
84 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

tro parecen extranjeras. El Mesías no es de pura


sangre. La intención del evangelista, que quiere mos­
trar la flexibilidad del cuadro de la salvación traída
por Cristo, es clara e instructiva.
El autor de la Carta a los Hebreos y el de la carta
de Santiago ven en «Rahab la prostituta» un ejemplo
de hospitalidad que «justifica» (Heb 11,31; Sant 2,
25); es una interpretación que desborda los datos de
la misma historia bíblica, y que toma de ahí ocasión
para reafirmar la superioridad absoluta de la cari­
dad. Pero Rahab se halla también situada de esa ma­
nera en la historia de la salvación, y precisamente
en nombre de esos «pecadores» que, lejos de ser ex­
cluidos, son elegidos y cooperan a la obra de Dios,
plenamente beneficiarios de su gracia. «En verdad
os digo, responde Jesús a sus contrincantes (los prin­
cipales de la comunidad judía), que los publicanos y
las rameras van delante de vosotros en el reino de
Dios» (Mt 21,31; véase Le 7,36-50; 8,3; Jn 8,1-11).
Misterio del pecado y de la gracia... teología de
la salvación ...Cuando haya que tratar o meditar
acerca de esto, será conveniente hacer un hueco a
Rahab la pecadora «justificada» que ha sido la pri­
mera que ha abierto al pueblo de Dios la puerta de
la Tierra santa.
La escena ha sucedido en Jericó. En el mismo
sitio, doce siglos más tarde, otro pecador iba a tener
el favor de ofrecer también su casa a un Enviado de
Dios y recibir la gracia de la salvación (Le 19,10-20) ;
«porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y
salvar lo que estaba perdido».

una hitita como su marido (2 Sm 11,3): Mt 1,3.5-6. Cuando habla­


mos de la ascendencia de Jesús, nos colocamos en el punto de vista
del evangelista, que no ignora el misterio del nacimiento virginal.
EL PASO DEL JORDÁN 85

EL PASO DEL ]ORDAN (cap. 3)


Este relato y los del cap. 4 y 6 podrían llevar
como título: historia del arca de la Alianza. El arca
se menciona diez veces en los diecisiete versículos del
cap. 3, siete veces en 4,5-18, diez veces en 6,4-13. El
arca es el signo de la presencia de Yavé (equivalen­
cia entre «pasar delante del arca» y «pasar delante
de Yavé», cf. 6,6-8). La travesía del Jordán será con­
siderada, por consiguiente, ante todo como el paso
de Dios que conduce a su pueblo y de este pueblo
rodeando a su Dios.
No obstante, el capítulo no da la impresión de
una unidad literaria. Es fácil ceder demasiado rápi­
damente a la tentación de descoser sus trozos y vol­
verlos a coser para recomponer unas series más acor­
des y distinguir unas capas de redacción o de tradi­
ciones diversas. Así, el v. 2 no parece ser continua­
ción del v. 1, que se encuentra al contrario unido al
v. 5. Los vv. 3.6.8.13, que hablan de sacerdotes que
llevan el arca, parecen interponerse de una manera
independiente con relación al resto del texto, pero
son claramente de la misma mano y expresan una
misma visión de los acontecimientos. La mención de
los «doce holl!bres» del v. 12 es una evidente anoma­
lía en comparación de lo que precede y de lo que
sigue, y no se volverá a encontrar estos hombres
más que en 4,2.
Por eso si, como pensamos que debemos hacerlo
habitualmente, leemos el relato tal como está, esta
lectura no pretende ignorar la verdadera situación
literaria del relato y simular que se cree en su unidad
de composición ; más bien, encuentra ahí aclaración
86 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

y enseñanza. Los contrastes y las repeticiones son la


señal de una redacción hecha a partir de elementos
que provienen de fuentes diferentes. Las tradiciones
así utilizadas representan maneras diversas de ima­
ginarse el acontecimiento sobre el cual están acordes,
el paso del Jordán. El hecho mismo de este paso no
se puede poner en duda. Pero los recuerdos que se
refieren a los detalles, circunstancias de lugares, per­
sonas, momentos, se han difuminado o han tenido
tal giro que, mucho más tarde, se ha hecho una cierta
imagen de ello, más o menos variable.

Se advertirá, por otra parte, que el relato no


avanza, se repite mucho. Nueve veces se nos dice
que los sacerdotes 1ª llevan el arca de la Alianza (vv.
3.6.8.13.14.15.17); tres o cuatro veces se ordena al
pueblo cómo debe avanzar (vv. 3.4.5.9.10-13). En fin,
en el momento de describir el paso mismo del Jor­
dán, la narración se hace pesadamente reiterativa y
lenta. Se llega así a la certeza de que el escritor no
ha escrito ni reproducido el relato de un testigo. Es
también bastante curioso leer la observación del v.
16 : si las aguas se han detenido a una <Cdistancia tan
grande» (en Damiyeh, es decir a unos treinta kiló­
metros al norte, según la indicación que se da), los
Israelitas no han podido darse cuenta de ello por sí
mismos.
El relato que aquí leemos es comparable, en mu-

18 La expresión "sacerdotes levíticos", usual en el Deuteronomio.


pero no muy rigurosa, quiere significar que en tiempc de la reforma
deuteronómica, aunque los descendientes de Leví, demasiado numero­
sos, no ejercen todos de hecho las funciones sacerdotales, todos tenían
el poder y el derecho de hacerlo. Acerca de la historia de este sacer­
docio, véase brevemente S.S., pgs. 354-355 o, mucho mejor, R. DE
VAUX, Las Instituciones del Antiguo Testamento, Barcelona, 1964, pá­
ginas 463-476.
EL PASO DEL JORDÁN 87

chos puntos, al del paso del mar Rojo en Ex 14 19•


Igual que la célebre página del libro del Exodo, este
cap. 3 del libro de Josué conserva el testimonio de la
travesía del río, pero a la manera de quien retiene el
recuerdo de un hecho en lo que éste tiene de carac­
terístico y de principal, sin recordar las circunstan­
cias precisas. Las informaciones concretas están sus­
tituidas en el relato por una abundancia verbal que
en suma expresa esto: Yavé ha hecho pasar el Jor­
dán a los hijos de Israel, el acontecimiento ha sido
una manifestación del poder divino, una revelación
de la voluntad de Dios que va conduciendo a su pue­
blo al destino que le tiene preparado. Esto es lo que
ha sido realmente constatado y comprendido. Visión
de fe, para la cual los detalles de la historia tienen
el carácter accesorio que permite al relato sostenerse
haciendo que aparezca ante todo su significación fun­
damental. Esta significación está magníficamente ex­
presada: «En esto vais a conocer que el Dios vivo
está en medio de vosotros y que no dejará de arrojar
delante de vosotros a los cananeos... El arca de la
alianza del dueño de toda la tierra va a entrar de­
lante de vosotros en el Jordán» (vv. 10 y 12).
Visto el acontecimiento de esta manera, según lo
esencial y según su sentido, se explica cómo el escri­
tor bíblico o la fuente literaria que él ha integrado
en su relato ha podido dar a la travesía del Jordán
el aire de una procesión litúrgica: los sacerdotes que

19 Las aguas del Jordán se "cortan", v. 13, como las del mar Rojo
en Ex 14,21; forman un "montón", vv. 13 y 16, como en Ex 15,8;
y las aguas ceden el sitio a lo "seco", v. 17, como en Ex 14, 21-22;
15,19 (y como en 2 Re 2,8, donde Elías, hombre del Sinaí, divide el
Jordán y lo pasa en seco con su discípulo; sobre el paso del mar Rojo,
se puede volver a ver S. S., pgs. 192-197).
88 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

llevan el arca avanzan en cabeza, y el pueblo «san­


tificado», es decir puesto en condiciones de acercarse
a Dios y tomar parte en el servicio sagrado (cf. Ex
19, 10 ; Nm 11, 18 ; Jos 7, 13), marcha a una cierta
distancia, distancia ritual que simboliza la separación
irreductible entre los hombres y el Dios «santo» 2º.
No se conocen los orígenes del «arca de la Alian­
za de Yavé». Todo lleva a pensar que estaba en el
centro del santuario de Cades, donde parece estar
organizada la vida religiosa de los Hebreos en tiem­
po de Moisés antes de su llegada a las fronteras de
Palestina 21• No se sabe cómo estaba hecho este ob­
jeto cultual, pero su significación no ofrece ninguna
duda: el arca representa la presencia del invisible
Yavé y su asistencia en favor del pueblo que le sir­
ve. Los autores que han relatado las tradiciones del
Pentateuco la han evocado magníficamente a la ca­
beza del pueblo de Dios peregrinando por el desier­
to: Nm 10,33-36 22• Según testifican los cap. 3-6 del
libro de J osué, el arca tenía que jugar un gran papel
en el momento de la llegada a Canaán de los grupos
israelitas que venían del Sinaí. El arca va a ocupar
un puesto en el santuario que estos grupos eligieron
primero en Palestina, Guilgal. Es posible que en este
mismo santuario haya sido más o menos elaborado
un primer relato del paso, según veremos luego.
La travesía del Jordán ha sido comprendida como

2º En 2 Sm 6,6-7 "se inflama la cólera de Yavé" porque no se


ha guardado esta distancia. Acerca de la noción de "santidad" de
Dios, S.S., pgs. 119-120, 248-251; P.D., pgs. 31, 180, 200.
21 Sobre el arca en tiempo de Cades, véase S. S., pgs. 382-383.
22 La descripción de la "procesión" en Nm 10,33 está vista con
una mirada tan idealista como la de la travesía del Jordán y los pre­
ludios de la toma de Jericó en el libro de Josué. Los desplazamientos
de la "nube" en Nm 9-10 son, por otra parte, comparables.
EL PASO DEL JORDÁN 89

una acción prodigiosa (v. 5) y ha sido descrita como


tal (vv. 15-17). No obstante, un milagro no excluye
el concurso de circunstancias naturales Por eso se 23

han alegado frecuentemente hechos análogos, verda­


deramente impresionantes: en la Edad Media, en
1267, y, en nuestros días, en 1927, unos testigos han
advertido la interrupción de la corriente del Jordán
durante un medio día y hasta durante casi más de
un día entero, interrupción debida al desprendimien­
to de acantilados margosos que se desploman sobre
la orilla del río 2'.
¿Aluden el Cántico de Débora (Jue 5,4-5) y el
salmo de la salida de Egipto a fenómenos naturales
de este género ? Por una parte nos parece que estos
cantos de tinte épico deben invitarnos a reconocer en
Jos 3 un cierto modo de epopeya religiosa en prosa,
y por consiguiente, como no hemos tenido dificultad
en reconocerlo, a poner a cuenta de la forma literaria
las precisiones que conciernen a las circunstancias
de la historia. Por otra parte, queda el hecho de que,
admitido todo el juego de causas naturales y coinci­
dencias excepcionales, Israel ha conservado una con­
vicción que el historiador no tiene derecho a discu­
tir: la certeza del carácter maravilloso, milagroso en
este sentido, del paso del Jordán.
La continuación del relato nos va a ayudar a
comprender todavía mejor la forma que se le ha
dado por razón de su significación, de las intenciones
del narrador y del alcance teológico del hecho.

23 Hemos reflexionado un poco a este propósito en S.S., pg. 34.


24 Hechos citados por F. M. ABEL, Géographie de la Palestine,
Gabalda, 1933, t. I, pg. 481 y por DANIEL-ROPS, Historia Sagrada, Bar­
celona, 195S, pg. 126.
90 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

Pero ya desde ahora podemos recordar que el


paso del Jordán, como la travesía del mar Rojo con
Moisés, ha sido conservado por la tradición como un
símbolo. Paso del desierto, lugar de prueba y de pe­
ligro (lo mismo que Egipto, para los hombres del
Exodo, había sido un país de esclavitud y perdición),
al país fértil, elegido y bendecido por Yavé: eso sig­
nifica el tránsito de una condición de condenación
a una condición de gracia, y por tanto en cierta ma­
nera de la muerte a la vida, del pecado a Dios. Así
esta travesía del río, absolutamente igual que el mi­
lagro del mar Rojo, se ha convertido en símbolo del
Bautismo cristiano.
Y esto con tanta mayor naturalidad cuanto que
en la misma región de las riberas del Jordán un día
Juan Bautista bautizará a las muchedumbres con­
vertidas por su predicación y Jesús se hará bautizar
por él (Me 1,4-11; Mt 3,1-17; Le 3,3.21-22; Jn 1,25-
34). Sacramento de entrada en la herencia prometida,
en el mundo de Dios, en el Reino evangélico, en la
comunión de Cristo, en la Iglesia, el Bautismo tiene
de esa manera un lejano anuncio en la entrada de
los Hebreos en la Tierra prometida a través de las
aguas que forman un obstáculo y un umbral.
Pero para no alejarnos de las intenciones, princi­
pales para nosotros, del redactor del libro de Josué,
debemos retener de este capítulo 3 que principalmen­
te evoca el paso del arca de la Alianza en medio del
pueblo de Yavé y en consecuencia la entrada solem­
ne de Yavé en el «país que él ha elegido para esta­
blecer en él su mansión». Aunque este relato haya
tomado, de alguna manera, la continuación de la his­
toria del Exodo y de los Números, a los que se re­
fiere, los grandes pensamientos del Deuteronomio ob­
sesionan al redactor que sabe que un día el arca
EL PRIMER SANTUARIO 91

ocupará su sitio en Jerusalén, destinada a convertirse


en el único y exclusivo santuario de Yavé. Por eso,
como lo muestra lo que sigue, el redactor va a atri­
buir una gran importancia a Guilgal, primer santua­
rio reconocido de Yavé en Tierra santa una etapa, 25
,

como lo será Silo, en el camino del establecimiento


definitivo del arca en el templo de Jerusalén. Por
otra parte, a Guilgal encontraba vinculado el mayor
número de tradiciones que se refieren al tiempo de
Josué y de la «conquista».

EL PRIMER SANTUARIO (cap. 4)


El capítulo 4, continuando en términos explícitos
el capítulo anterior, anuncia desde el primer versícu­
lo una nueva etapa en el avance de Josué y de sus
hombres hacia el oeste. En términos militares, habría
que hablar del establecimiento de una cabeza de
puente. Pero lo que ante todo interesa al autor bíbli­
co es de orden religioso.
En efecto, todo este capítulo está dominado por
la historia de la fundación del lugar de culto en des­
campado, uno de los más antiguos santuarios cono­
cidos de la tradición israelita. Si, como nosotros pen­
samos, ya otros clanes o tribus estaban más o menos
fijos en Palestina, habría otros lugares de culto fre­
cuentados por ellos. Este podría ser el caso de He­
brón, para los que debían formar la tribu de Judá, y
el caso de Siquem, según una tradición que se re­
monta al antepasado Jacob (Gn 33-34). Tales santua­
rios son si no de fundación inmemorial, al menos muy
25 Siempre según la óptica del libro, porque otros grupos israeli­
tas, venidos anteriormente y por otros caminos a Canaán, han podido
adoptar tal o cual otro santuario, como lo vamos a observar en seguida.
92 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

antiguos, anteriores con mucho a la llegada de los


Israelitas : y han sido adoptados por ellos desde que
ocuparon un puesto real en la vida del país.
Ciertamente, en una primera lectura, Jos 4 pa­
rece evocar más bien la creación de un santuario.
Pero teniendo en cuenta la manera de narrar y la
óptica del narrador, es posible que este santuario
también haya preexistido. El mismo nombre de Guil­
gal, que se encuentra en el v. 19 como el de un lugar
ya conocido, parece suponerlo: del verbo galal, «gi­
rar», «hacer girar», «hacer volver», «girar en redon­
do», puede muy bien designar el «círculo» de piedras
que delimitaba los lugares de culto al aire libre 26• Si
ha sido así, las tradiciones bastante embarulladas
acerca de las «doce piedras» del Jordán intentarían
precisamente explicar las características de Guilgal.
Y tal vez porque nunca del todo ha dejado de ser
cananeo, incluso después de la elección que de él
han hecho los que llegaban del este, los profetas del
sigo VIII levantaron su voz para condenar el culto
que allí se celebraba (Am 4,4 ; 5,5 ; Os 4,15 ; 9,15 ;
12,12). Ya en Jue 3,19.26 se trata de los «ídolos que
están al lado de Guilgal».
Como en el capítulo anterior, las vacilaciones o
más bien las variaciones de las tradiciones son una
invitación a elevarse al nivel de la significación de
conjunto. Sin que, por ejemplo, el v. 9 estuviera en
contradicción con el v. 8, que está acorde contra él
con los vv. 3 y 19-20. Hay incoherencia entre el v. 1

26 Se ven todavía actualmente, en los países musulmanes, en lu­


gares alejados de las aglomeraciones, sitios indicados para la oración
y bien delimitados sobre el suelo por medio de piedras alineadas. En
lo que se refiere a Guilgal, podría verse R. DE VAux, Las Institucio­
nes del Antiguo Testamento, Barcelona, 1964, pgs. 96 y 132-133.
EL PRIMER SANTUARIO 93

(ya está efectuado el paso) y el v. 10 (todavía hay


que realizar el paso); entre los vv. 10-11 y 15-16,
que forman duplicados; y entre el v. 11 (paso del
arca) y el v. 16 (orden de hacer pasar el arca) 21•
Pero, a pesar de las repeticiones y discordancias
sin más importancia que las variantes accidentales de
una relación esencialmente fiel, Guilgal se presenta
de verdad como el primer santuario fundado o adop­
tado por J osué y sus hombres a su llegada a Pales­
tina. Allí van a realizar ellos los primeros actos de
culto propiamente israelita (5,2-12). Siempre según
las convicciones de la tradición tal como se ha elabo­
rado. Pero precisamente parece haberse establecido
muy pronto un nexo entre la entrada en Canaán,
considerada como el fin del tiempo del desierto, y
este lugar consagrado : en él se conserva el recuerdo
de los acontecimientos que hallamos relatados en los
primeros capítulos del libro de Josué ; allí se recita­
ban y cantaban, en asambleas cultuales. Por añadi­
dura, es muy probable que Guilgal haya sido enton­
ces el santuario mayor del grupo benjaminita, como
lo atestiguan las tradiciones de la historia de Saúl
rey salido de Benjamín (1 Sm 10,8; 11,15; 13,7-15;
15,12-33; cf. también 2 Sm 19,16.41).
De esa manera ha nacido una liturgia en la que
se han asociado los recuerdos memorables y el rito
religioso; la historia proporcionaba los elementos de
una celebración en honor de Yavé que había inter­
venido en favor de su pueblo. La antigua reunión
tribal o federal se convirtió, en el transcurso del pe­
ríodo monárquico, en la gran asamblea solemne de
las fiestas de Jerusalén. Pero de ahí derivaron tam-

27 En el v. 16 se la llama "arca del testimonio"; sobre esta de­


signación, de carácter cultual, cf. S.S., pgs. 395-396.
94 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

bién las formas más modestas y más íntimas del culto


en el marco de la familia 28• De ello tenemos aquí un
notable ejemplo: los diálogos de los vv. 6-7 y 21-24
son abiertamente los elementos «catequéticos» de una
liturgia familiar. Inmediatamente hacen pensar en su
prototipo deuteronómico: Dt 6,20-25 (véase también
Dt 4,32; 6,7-8; 11,19 ; compárese Sal 78,3-4; JI 1,2-
3) y en los pasajes análogos de Ex 12,25-27 y 13,14-16.
Estos dos textos de J os 4,6-7 y 21-24 son los más
importantes del capítulo y expresan la idea principal
del redactor; dicho de otra manera, lo que princi­
palmente vamos nosotros a retener de ellos. La dis­
posición del santuario de Guilgal, con sus piedras ali­
neadas, se ha convertido en un «signo» (v. 6), una
lección, una enseñanza, una revelación (vv. 21.24) y
sobre todo en un «memorial» (v. 7). Esta última pa­
labra quiere decir no una simple manera de recordar
un recuerdo, sino un rito que hace presente y actua­
liza un hecho concreto de la «historia sagrada». No
es que reproduzca el acontecimiento conmemorado,
porque ése es único y no se puede repetir; sino que
el rito «sacramental» pone en relación con este acon­
tecimiento, con Dios que ha intervenido en él, con
el pueblo de Dios que ha sido el que se ha benefi­
ciado de él. El «memorial» hace entrar en la relación
viva y siempre actual de Dios y de su pueblo; per­
mite, gracias a la celebración cultual del aconteci­
miento-hecho de Dios, tomar una parte real en él y,
por así decirlo, volverlo a vivir 29•
Cada vez que los hijos de Israel se reunían en
presencia de Yavé para alabarle y darle gracias en
28 La Historia de la Pascua en S.S., pgs. 174-180.
29 Acerca de esta noción de "memorial" (zikkaron), rito que
actualiza un hecho de la Historia sagrada, cf. S.S., pgs. 163,180.
EL PRIMER SANTUARIO 95

la conmemoración del acontecimiento de Guilgal, sa­


bían que Yavé «corta» siempre las aguas del Jordán,
en el sentido de que siempre hace saltar a su pueblo
los obstáculos que hay en el camino que lleva al lu­
gar del encuentro con Dios.
La enseñanza del texto va todavía más lejos: el
v. 24 expresa una intención «misionera». Al dar a
conocer los hechos más sobresalientes de su historia,
tal este paso del río, los Israelitas revelaban a «todos
los pueblos de la tierra» al único Dios, que es el suyo,
y su poder incomparable.
De esta manera logra toda su dimensión el capí­
tulo 4: es una página de catequesis litúrgica en la
cual se da una enseñanza tradicional que vale en
todo tiempo: Dios salva y conduce a su pueblo ha­
cia su destino. Y la historia de este pueblo es una
manifestación de Yavé para todos los hombres.

Entonces se comprende por qué algunos aspectos


y detalles del relato están, por así decirlo, forzados y
arreglados. En la forma tardía y en la perspectiva
cultual de este relato, es natural que las «piedras» de
Guilgal procedan del Jordán como testimonios del
prodigio que allí se operó, que su número sea de
«doce» para significar la totalidad y la unidad de
Israel como pueblo salvado por Yavé y que sirve a
Yavé (compárese Ex 24,4; 1 Re 18,31-32), que sobre
todo los sacerdotes consagrados a Yavé tengan un
papel aparte y eminente en la acción celebrada. Se
entra «santamente» en la tierra «santa». En conse­
cuencia, esta entrada debía describirse como una pro­
cesión religiosa, según un ceremonial, cuya descrip­
ción tradicional evocará siempre su significación.
Algunas observaciones de detalle pueden concluir
el estudio de este capítulo 4. La mención de Rubén,
96 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

Gad y Manasés, en el v. 12, hay que comprenderla


de la misma manera que el pasaje de 1,12-15, y los
otros tres o cuatro pasajes del libro de Josué que
tienen el mismo propósito (cf. p. 76). En el v. 13 que
viene a continuación, «cuarenta mil» parece que se
refiere a estas mismas tribus; la cifra, por otra par­
te, se explica a modo de aproximaciones simbólicas
a las que habitúa la lectura de los escritos bíblicos;
y también se explica porque «mil» hay que enten­
derlo en el sentido de «grupo» 30• La fecha del v. 19
está calculada visiblemente en función de la de la
Pascua (Ex 12,3), que va a mencionar el capítulo
sigu�ente: la preocupación litúrgico-catequética aflo­
ra siempre.

FIN DEL «TIEMPO DEL DESIERTO» (cap. 5)


El cap. 5 yuxtapone elementos diversos: una re­
flexión general acerca de la impresión hecha por los
Israelitas en Canaán (v. 1); el relato de la circunci­
sión ejecutada en el campamento de Israel (vv. 2-8);
una observación sobre el nombre de Guilgal (v. 9);
el relato de la celebración de la primera Pascua en
Palestina (vv. 10-12); finalmente, el relato de una
misteriosa aparición a Josué cerca de Jericó (v. 13-
16) 31.
No se puede pues considerar este capítulo como
una unidad literaria y temática. Sin embargo, está
dominado por un pensamiento que justifica el em-

30 Para el simbolismo de los números bíblicos y el sentido de


la palabra "mil", véase en P. D., pgs. 156-161.
31 A. GEORGE ha hecho una investigación muy cuidada sobre la
historia de las tradiciones de donde proceden estos relatos en el
Memorial Chaine, Lyon, 1950, pgs. 169-186.
FIN DEL "TIEMPO DEL DESIERTO" 97

plazamiento y los elementos que lo componen : la


terminación de un período que ha inaugurado la «sa­
lida de Egipto», el fin de los «cuarenta años» del
desierto para siempre memorables, el término del
Exodo.

El largo versículo primero podría considerarse


como la conclusión de los cap. 2-4. Enlaza bastante
bien después de 4,24. Con todo, aparece más bien
como un pasaje aislado, bastante impreciso, y que
podría colocarse en no importa qué lugar del libro :
tan exagerada es su generalización. Por otra parte,
también está bien aquí, para significar que los Israe­
litas, colocados ahora entre los Cananeos del Este y
los del Oeste, no son ya los errantes del desierto sino
unos conquistadores impresionantes. Amorreos y Ca­
naneos son designaciones étnicas que se refieren a
una población que todavía es bastante compleja, co­
mo se ha visto en 3, 10 (cf. p. 27, nota 4).
La historia, incluso leída sólo en el libro de Jo­
sué, no muestra que estos indígenas se hayan asus­
tado hasta ese punto por la llegada de los Israelitas.
Más bien supieron frecuentemente hacerles frente con
eficacia. La penetración de los recién venidos será
lenta. Y durante largo tiempo les será impuesta una
situación difícil y precaria, como bien se ve con la
lectura del libro de los Jueces. Sin embargo, el texto
dice que a la vista de Israel, <cdesmayó su corazón»
(el de los Cananeos) y <ese quedaron sin respiración».
Esta reflexión recuerda las palabras puestas en
boca de Rahab en 2,9-11, de las que creemos haber
captado su sentido (p. 80), particularmente el de un
aliento a los pusilánimes del siglo vn, a los que podía
desmoralizar y paralizar un paganismo renaciente.
Canaán, vencido en otro tiempo, parecía entonces to-
EL DON DE UNA CONQUISTA,-7
98 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

mar su desquite. Pero el pequeño reino de Judá, dé­


bil «resto» como decían los profetas, debía seguir
creyendo siempre en el poder invencible de Yavé.
La historia de la circuncisión de las gentes de
Josué, en los vv. 2-8, está también inspirada por una
visión simplificadora y por una tentativa de explica­
ción. Obsérvese el comienzo «en aquel tiempo», ca­
racterístico de una tradición imprecisa, vagamente
sitm..Qla de nuevo por el narrador. La mención de los
«cuchillos de piedra» atestigua la antigüedad del rito.
Como la circuncisión es una condición para poder
tomar parte en la Pascua (Ex 12,48) y la tradición re­
ferida a continuación (vv. 9-12) quiere que la Pascua
se haya celebrado desde la llegada a Guilgal, es nece­
sario proceder a este rito para todo el grupo. El mismo
hecho nos enseña que los miembros de este grupo
no estaban circuncidados y que en los años anterio­
res no se celebraba la Pascua. No hay ahí nada de
sorprendente desde el punto de vista de la historia
real; y esta observación viene a añadirse a las que
se puede hacer por lo demás para encuadrar el mis­
terio de los «cuarenta años» acerca de los cuales no
se sabe casi nada y que no habría que idealizar.
La circuncisión es la ablación quirúrgica de la
funda de piel que cubre la parte anterior del órgano
de generación masculino. Se comprende que pudiera
practicarse como medida higiénica, sobre todo en los
países cálidos. No obstante, esta práctica muy anti­
gua ha tenido un carácter eminentemente religioso.
Practicada normalmente en la edad de la pubertad,
es el rito del paso de la infancia a la edad adulta, de
la integración en la comunidad con sus derechos y
sus deberes, particularmente los del matrimonio. Si,
en Israel, ha podido practicarse en los niños peque-
FIN DEL "TIEMPO DEL DESIERTO" 99

ños (Gn 17,12 confrontado con el v. 25), es que ha


prevalecido el sentido de incorporación a la comuni­
dad de la Alianza con Yavé y se ha querido que to­
dos los «hijos de Israel» formaran parte de ella lo
antes posible 32

En su visión idealizada, el narrador ve a J osué


hacer que se proceda a la circuncisión de «toda la
nación» israelita (como si se encontrara toda ella
reunida en Guilgal) en el momento de su entrada en
la tierra de la Alianza, de la misma manera que en
su tiempo se procede a la circuncisión de todo Israe­
lita que viene al mundo y que, al poco de comenzar
sus días, entra así en la comunidad santa.
Entre las dos menciones del cumplimiento del ri­
to, en los vv. 2-3 y 8, una ampliación deuteronómica
intenta dar justificación de ello, vv. 4-7 (confrontar
con Dt 2-7; 6,3; 11,9; 26,9.15; 27,3; 31,20). La ex­
plicación es sencilla: los hombres de Moisés no han
sido circuncidados porque han desobedecido a Yavé
(como si la ley que prescribe la circuncisión se enun­
ciara y promulgara entonces), conducta que les valió
los «cuarenta años» en el desierto. Y desde entonces
urge poner remedio a ello si se quiere conseguir el
país prometido y dado por Yavé a su pueblo ...
Un cálculo de datación está hecho (descanso del
v. 8) en función de la Pascua: los tres días corres­
ponden abiertamente al tiempo necesario para que
haya pasado la fiebre que sigue a la operación (cf.
Gn 34,25) y para que los hombres estén en pie para
la fiesta (compárese 4,19 y 5,10). Esta manera de
contemplar las cosas en ideal traiciona la pura in-

32
Estas ideas hallarán un desarrollo mayor y más natural en el
estudio del libro del Génesis, y sobre todo del cap. 17.
100 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

tendón religiosa del relato y sería un desafío a la


verosimilitud histórica (los soldados incapacitados pa­
ra combatir en el momento en que están más com­
prometidos), si no indicara, precisamente, que se tra­
ta de otra cosa y no de historia. El autor «catequista»
aprovecha la ocasión para recordar el nexo entre
circuncisión y Pascua, la necesidad de formar parte
del pueblo de Dios para participar en el gran rito de
la Alianza, la relación indispensable entre santifica­
ción y comunión.
El v. 9 podría parecer que no da del nombre de
Guilgal más que una etimología rehecha más tarde
y artificial (el Génesis da de ordinario explicacio­
nes populares de los nombres, basadas en asonan­
cias y juegos de palabras). En realidad, es una oca­
sión para que el narrador vincule al nombre Guilgal
el recuerdo de la liberación de Egipto. La explica­
ción es elíptica : deja suponer que, al no estar circun­
cidados, los Israelitas estaban todavía en la esfera
de la antigua servidumbre, «el oprobio de Egipto».
Liberados ahora, han pasado, gracias a la circunci­
sión practicada en Guilgal, a pertenecer a Yavé solo,
a estar a su único servicio 33

La celebración de la Pascua, en los vv. 10-12, es


un rito que se supone conocido. En el tiempo de la
redacción del libro de J osué, se practicaba, al menos
bajo la forma renovada que le había dado la refor­
ma de Josías (2 Re 23,21-23) y según las grandes
tradiciones que han ocupado sitio en la Torah. Los
textos principales que conciernen a la Pascua se leen

33
A menos que el autor muy sencillamente piense que los Egip­
cios eran incircuncisos (cf. Jer 9,24-25), que eso es una "deshonra"
y que finalmente los Israelitas se han purificado de ella.
FIN DEL "TIEMPO DEL DESIERTO" 101

en el libro del Exodo. No es éste el lugar para recor­


dar aquí la historia de esta fiesta y explicar sus ca­
racteres y su significación; puede acudirse al estu­
dio de los cap. 12-13 del Exodo; lo mismo en lo que
se refiere al maná, sobre todo en Ex 16.
El texto de estos vv. 10-12 no es muy antiguo;
trata de tener en cuenta las tradiciones anteriores
como las prescripciones que están en vías de formu­
larse en la época deuteronómica. De ahí que también
aquí haya un tinte de arreglo que no es propio del
género histórico propiamente dicho. No podría por
tanto considerarse este texto tal como está, como un
testigo original en la historia de la celebración de la
Pascua. La Pascua, bajo formas arcaicas, fiesta de
primavera convertida en «memorial» de la liberación
de Egipto, ha sido practicada por los grupos israeli­
tas que se han detenido en el Sinaí, en Cades sobre
todo (Nm 20,1; Dt 2,14). Desde la primera prima­
vera de su marcha del lado de acá del Jordán, los
hombres de Josué han celebrado su fiesta anual. Y
sin duda Guilgal se ha convertido, en los años si­
guientes y para mucho tiempo, en el lugar en que
buen número de Israelitas federados se reunieron
cada año para esa gran manifestación religiosa. Jos
5,10-12 conservaría un eco de ello. Reconstruida más
tarde Jericó por Hiel de Betel (1 Re 16,34; cf. p. 120)
habría heredado las tradiciones y el culto vinculados
a Guilgal, a la sazón abandonada.
De todas maneras, el sentido de este breve pasaje
es muy importante. Por una parte, ha terminado el
tiempo del desierto y de su alimentación puramente
providencial; en adelante el país de Canaán debe
suministrar el alimento necesario de una manera es­
table y segura. Israel deja de ser nómada y peregri­
no: ha «llegado» al país que Dios le ha destinado y
102 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

que le da. Por otra parte, este país reemplaza en ade­


lante al Sinaí ; en él se encontrará a Yavé ; en él se
hará la alianza con El. Por eso, desde ahora, puede
y debe celebrarse en él el sacramento de la Alianza.

La visión de Josué, en los vv. 13-15, hace pensar


en otras «apariciones» de Yavé en la Biblia, particu­
larmente bajo el nombre de «mensajero de Yavé».
Más concretamente todavía, se piensa en Gn 32,25-33
y en Ex 3,2-5. En ambos casos hay una revelación en
un santuario, casi diríase revelación de un santuario.
Esto invita a creer que J osué adquiere conciencia de
hallarse en un lugar consagrado al culto, según lo
más verosímil Guilgal (aunque el presente relato sea
independiente de las tradiciones anteriormente refe­
ridas), y de beneficiarse de una manifestación divina
excepcional. Para evocarla, el escritor emplea los me­
dios tradicionales.
La expresión «ejército de Yavé» designa las fuer­
zas naturales y otras, de las que Dios misteriosamente
dispone ( 1 Re 22, 19 ; Sal 148,2 ; Le 2,3 ; cf. también
1 Sm 17,45 ; Mt 26,53). Que el mismo Yavé sea su
«jefe», es lo que sugieren todo el pasaje, la actitud
de Josué y sobre todo el v. 16. Esta designación es
equivalente a la expresión «mensajero» o «ángel de
Yavé», que significa, en los textos antiguos, a Yavé
mismo, en su venida, en su intervención 34•
Si se tratara de un trozo aislado, el sentido de este
pasaje quedaría bastante enigmático. Pero es el caso
de las «teofanías» del mismo género, en particular de
las que acabamos de citar, el misterioso encuentro

34 Las citas reunidas en P. D., pgs. 147-149 permitirán darse


cuenta del sentido de la palabra malak empleada en un caso seme­
jante. Acerca de "Yavé-de-los-ejércitos", véase S.S., pg. 123.
FIN DEL "TIEMPO DEL DESIERTO" 103

hecho por J acob en Yaboq y por Moisés en la Zarza.


La pregunta de Josué, en el v. 13, bastaría sin em­
bargo para hacer comprender el sentido de la res­
puesta que recibe: Yavé va a poner sus fuerzas al
servicio de los Israelitas contra sus enemigos. Es una
manera sugestiva de expresar de nuevo las garantías
que había formulado el cap. 1, bajo la forma de un
discurso de Yavé a Josué.
Si este pasaje, en el nivel de la redacción defini­
tiva del libro y según las intenciones del redactor,
debe anexionarse al capítulo siguiente, en particu­
lar a 6,2, tiene el mismo sentido, pero de una manera
totalmente precisa: con vistas a la toma de Jericó
Yavé se presenta como «general en jefe»; el resul­
tado del combate no depende más que de él, pero
también la victoria está asegurada «con él».
Hablar así, según la Biblia (compárese Jue 4,14;
2 Sm 5,24; Dt 20,4; Ex 14,27), es decir que la ac­
ción emprendida es una «guerra de Yavé», según la
expresión empleada en 1 Sm 18,17; 25,28; Nm 21,
24. La guerra es «santa», lo mismo que todos los
grandes pasos e instituciones de Israel, en virtud de
la Alianza entre Yavé y su pueblo No se hace la35

guerra -siempre en la óptica bíblica- más que por


orden e inspiración de Yavé (J ue 20,23-28 ; 1 Sm
14,36-37; 23,1-5.7-13; 30,7-8; cf. también 1 Sm 7,9-
10; 13,5-15). No se hace más que para combatir a
unos enemigos que son también y en primer lugar
35
Se ve que aun cuando, en la antigüedad, cualquier guerra se
puede llamar "santa", con sus ritos de preparación y de acción de gra­
cias, lo es en un sentido más estricto o particular cuando se trata
del pueblo de la Alianza. Es diferente también de la "guerra santa"
del Islam, medio de propagar y de imponer la fe musulmana. Cf. R.
DE VAux, Las Instituciones del Antiguo Testamento, Barcelona, 1964,
pgs. 346-356.
104 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

los enemigos de Yavé (Ex 17,16; Jue 5,31; 1 Sm


30,26). Por esa razón es necesario estar «santificado»
para hacer la guerra (1 Sm 21,6; 2 Sm 11,11; cf. Is-
13,3), para «consagrarse» en ella en sentido literal.
Por esta razón también, la guerra entraña procedi­
mientos rituales, entre los cuales hemos de advertir
la presencia del arca en medio del campamento mi­
litar, el grito de ataque o térou(l, y el «anatema» o
hérem. Estos tres ritos se encuentran justamente men­
cionados en el relato de la toma de Jericó.
Continuando las reflexiones que ya nos invitaba
a hacer nuestra introducción al libro de J osué, se
impone aquí una reflexión, antes de los relatos de la
invasión israelita en Canaán y en el momento en que
Yavé se hace conocer como el principal guerrero y
el vencedor de los Cananeos, el responsable de la
guerra. Un lector moderno, a quien el género narra­
tivo hiciera no prestar atención al verdadero carác­
ter de estos relatos, podría cometer algún error acerca
del sentido de las páginas bíblicas.
Con toda seguridad, lo menos que se puede decir
es que ahí no se enseña la obligación de hacer la
guerra, ni está justificada toda guerra en general y
tal guerra en particular. No se podría encontrar allí
la justificación «moral» de la guerra hecha por los
hombres de J osué. Estos relatos están a distancia
con relación a los hechos que relatan. Se trata de una
reconsideración del pasado en función de lo que ha
sucedido después. A decir verdad, se trata de una
«teología», es decir de una doctrina inspirada por los
hechos, de unas lecciones y de una enseñanza que
se derivan de la reflexión sobre el pasado. Teología
de las guerras de antaño, cualesquiera que hayan
sido su razón y sus procedimientos, situadas de nuevo
FIN DEL "TIEMPO DEL DESIERTO" 105

en el conjunto de una historia que tiene de hoy en


adelante su sentido. Teología de unos profetas, de
una tradición y de un pueblo que medita los aconte­
cimientos de su singular historia, una C<historia sa­
grada», contemplada como el desarrollo de una his­
toria de la salvación.
No se trataba, en el siglo vn, en el pequeño reino
de Judá amenazado por las grandes potencias ex­
tranjeras, de emprender una lucha militar contra los
Cananeos o contra cualquier enemigo de este géne­
ro ; ya hubiera estado bien pensar en defenderse e
incluso en evitar toda hostilidad. Los autores deute­
ronómicos, al reflexionar sobre los principales hechos
de los antepasados transmitidos por la tradición, no
tenían otra preocupación que poner en evidencia el
principal papel de Yavé en las victorias que asegura­
ron a Israel una tierra donde vivir, donde cumplir
su destino de elección, donde servir a Yavé en el lu­
gar elegido por él.
Efectivamente, ellos juzgaban los acontecimien­
tos antiguos según los resultados. Estas C<guerras de
Yavé» habían por fin permitido a Israel existir con
pleno derecho en medio de los otros pueblos, tener
la libertad necesaria para su vida original de pueblo
de Yavé, llegar a ser un reino en el que el rey, a la
manera de David y en contraposición a la de todos
los poderosos del mundo, debía ser el servidor ejem­
plar de Dios y el mediador de la Alianza. Pero ya
no se estaba en los tiempos de David y de Salomón,
ni de Jeroboam II o Ezequías. La situación había
vuelto a ser precaria e incierta. Entonces se podía
todavía, y esta vez como lección y aliento, proclamar
las victorias de antaño como siempre posibles puesto
que Yavé está siempre con su pueblo, este pueblo
106 EL TÉRMINO DEL ÉXODO

que no tiene que hacer otra cosa más que servirle


con fidelidad.
En este mismo sentido, como el mismo Deutero­
nomio, los grandes profetas contemporáneos de la
reforma, Jeremías sobre todo, volvían la mirada de
Israel hacia su verdadero enemigo, la idolatría, la
perversión profunda, la «prostitución» del espíritu,
la «incircuncisión del corazón». Canaán está en cada
uno: es el interior del hombre lo que hay que con­
quistar para Yavé. Hay guerra siempre, pero contra
un enemigo descubierto por fin en su secreto atrin­
cheramiento. El hombre debe vencerse a sí mismo.
La Alianza santa no puede llegar a ser una realidad
más que si hay conversión y compromiso personales
(Jer 31,31-34; Jos 24,16.27). Los últimos capítulos
del libro de Josué solicitarán todavía nuestra refle­
xión sobre este aspecto, el único decisivo, de la lucha
que hay que entablar.
Liberado de la servidumbre de antaño, probado
y purificado por el desierto, Israel. cuya peregrina­
ción hacia la Tierra santa estaba llegando a su tér­
mino, debía por consiguiente aprender a desconfiar
de sí y a deshacerse de otras servidumbres, a com­
prometerse en el verdadero combate de la vida. El
recuerdo de las acciones memorables del tiempo de
la conquista de Canaán, según la tradición, ayuda�á
al aliento en la fe y en la fidelidad.
CAPÍTULO SEGUNDO

LAS ACCIONES MEMORABLES


JERICO (cap. 6)
Este relato es famoso. ¿Quién no se acuerda de
las «trompetas de Jericó», de la gran procesión que
acompaña al arca y da vueltas siete días seguidos en
torno a la ciudad, del derrumbamiento sensacional
de las murallas de la ciudadela ? Y para perpetuar
estos recuerdos, se ha difundido profusamente en el
arte y en la iconografía cristiana, en las Biblias ilus­
tradas y en las Historias sagradas, una imaginería al­
tamente sugestiva. ¿Debe a su vez el exegeta entrar
en guerra, asediar ... el relato con las armas de la
crítica y añadir una ruina, la de la bella leyenda, al
campo de excavaciones de Jericó ?
En primer lugar es preciso volver a leer el capí­
tulo entero. Hecho esto, uno se siente ante todo im­
presionado por la insistencia del texto sobre los tres
ritos que hemos advertido más arriba. Desde este
punto de vista, se puede considerar el cap. 6 del libro
de Josué como el relato tipo de la guerra santa. Por
otra parte, es cierto que este relato no es de una
sola pieza ni totalmente antiguo en su forma actual.
El discurso de Josué en los vv. 16-19, por ejemplo,
interrumpe caprichosamente el relato de la acción ;
en el v. 20, el pueblo lanza dos veces el grito ritual.
110 LAS ACCIONES MEMORABLES

Uno se pregunta sobre todo si pasajes como los vv. 8-


9 y 12-13, teniendo en cuenta el conjunto del relato,
no han sido añadidos tardíamente para dar consis­
tencia al escenario religioso.
Este está presentado, por otra parte, de una ma­
nera muy convencional. La cifra «siete», de la que
se sabe su carácter simbólico, está repetida una do­
cena de veces (véase particularmente vv. 4 y 15). Las
trompetas sagradas se mencionan quince veces. Por
otra parte, la repetición de las mismas frases, alar­
gando el relato sin utilidad aparente, da a éste el
aire a la vez de un poema épico en prosa y de un
himno que se han recitado en asamblea cultual. Lo
que parece que importa, como cuando el paso del
Jordán en el cap. 3, es la procesión del arca llevada
por los sacerdotes. Y todo ello se inscribe en el cua­
dro litúrgico de una semana.
De estas observaciones se puede concluir que si
Jericó ha sido tomada por Josué y sus hombres se­
gún los ritos arcaicos de la guerra santa, en la tra­
dición seguida por los escritores bíblicos ha prevale­
cido el aspecto religioso de esta acción. Los recuer­
dos concretos se han esfumado en la memoria colec­
tiva, y el acontecimiento no ha vuelto a tomar vida
más que por las necesidades litúrgicas de la comuni­
dad, bajo una forma adaptada y estilizada.

La descripción de la misma toma de la ciudad es


extremadamente breve y totalmente esquematizada :
vv. 20-21. Dicho de otra manera, en el tiempo en que
se ha redactado la historia que nosotros leemos, no
se sabía mucho de ello. Hemos visto (p. 78) que las
excavaciones no han conducido finalmente a los sa­
bios a la conclusión de que la destrucción de las mu­
rallas de esta fortaleza cananea date de los tiempos
JERICÓ 111

de Josué ; la presunción científica está más bien por


un desastre de la ciudad uno o dos siglos antes. Re­
parada sin duda sin mucho esmero en el siglo XIII,
Jericó no debía ser a la sazón más que un fortín bas­
tante modesto. Por consiguiente seguimos simplemen­
te el texto y, a través de él, llegamos a unas considera­
ciones que desbordan el nivel de la reconstrucción
de un hecho pasado. El relato, en efecto, tiene otro
alcance.
Por esta razón pensamos que no debemos dete­
nernos en las hipótesis hechas frecuentemente para
«explicar» como históricos los detalles de una narra­
ción que no aspira a estar dentro del género preci­
samente histórico. Así, se ha supuesto que las proce­
siones de los siete días habrían sido el medio de ca­
muflar un trabajo de zapa bajo las murallas, a las
cuales se habría puesto finalmente fuego 1• Se ha dado
también otra clase de explicación de la caída, fa­
mosa para siempre, de estas murallas: la palabra
que designa las murallas en hebreo, podría efectiva­
mente traducirse de dos maneras, es decir o en sen­
tido literal como se hace normalmente, o en sentido
metafórico de «guarnición», de hombres que guar­
dan el puesto de guardia y de fortificaciones de de­
fensa, como es el caso en 1 Sm 25,16 ; 1 Re 29,30
(por otra parte se advierte que no ha caído la casa
de Rahab, situada sobre las fortificaciones: Jos 6,22-
23 ; y no se hace ninguna alusión al derrumbamiento
de las murallas en Jos 24, 11) 2• Esta ingeniosa expli-
1 DANIEL-ROPS ha vulgarizado esta hipótesis en su Historia Sa­
grada, Barcelona, 1955, pg. 127.
2 Las alusiones posteriores como en 2 Mac 12,15 y Heb 11,30
serían una objeción a esta explicación, pero no de una manera deci­
siva; una cosa es, en efecto, el sentido original de un texto y otra
la manera como la tradición lo ha interpretado. La hipótesis de la
fortificación-guarnición se debe a un gran exegeta de Lovaina, van
112 LAS ACCIONES MEMORABLES

cación es interesante, filológicamente fundada y bas­


tante seductora. Sin embargo, tales hipótesis no se
imponen y es preferible confesar, con el texto bíblico
en la mano, dos cosas : por un lado, que este texto
ignora las modalidades un tanto precisas de la toma
de Jericó; y por otro, que nos pone en la pista de
una reflexión religiosa que es el objetivo mismo del
relato.

El arca de la Alianza ocupa aquí, no menos que


en el capítulo 3 (p. 85), un puesto privilegiado. Es
el signo de la presencia invisible de Yavé que mar­
cha en medio de su pueblo y a su cabeza para guiar­
le y asegurarle la victoria. Los sacerdotes que la
llevan, la organización de la «procesión», la cifra
siete o septenario de la perfección : otras tantas ma­
neras de situar esta presencia divina en la esfera
propia de la «santidad» y de significar el carácter
sagrado de la empresa.
El teroua es un grito guerrero de carácter sagra­
do, una especie de vociferación colectiva, de « ¡ hu­
rra!», de alarido lanzado por todos a la vez como
señal de un ataque. El mismo está desencadenado
por la señal de las trompetas (vv. 5.10-16.20; cf. 1
Sm 4,5-6; 17,20.52; Am 1,14; 2,2; Os 5,8; Sof 1,16;
Jer 4,19; 20,16; 49,2; 50,15; Ez 21,27; Nm 31,6;
compárese 2 Sm 6,15; Ex 32,17; Nm 10,5-9; Sof
3,14; Is 42,13; Za 9,9; JI 2,1; Job 39,25). Es un
verdadero rito religioso, que no se cumple más que
en ciertas condiciones y que es una aclamación a
Yavé jefe y victorioso 3.

Hoonacker (cf. J. CoPPENS, Le chanoine Albin van Hoonacker, Du­


culot, 1935, pgs 29-30).
3 El estudio de este rito, militar y religioso a un mismo tiempo,
ha sido hecho por P. HUMBERT, La Téroua, Neufchatel, 1946.
JERICÓ 113

De grito salvaje de las batallas hechas en nombre


de Yavé, este rito, propio de Israel, ha pasado más
tarde a la liturgia en aclamaciones laudatorias a
la realeza de Yavé (Nm 23,21; Esd 3,11-13; 1 Cr
15,28; 2 Cr 15,14; Sal 27,6; 33,3; 47,2.6; 60,10;
65,14; 66,1; 81,2; 89,4.6; 100,1; 150,5; Job 38,7).
El narrador del libro de J osué se acuerda de la vieja
institución de la guerra santa, pero conoce también
el uso que se hacía del teroua en el templo de J erusa­
lén. Lo que de él dice se convierte así, para los lecto­
res de su libro y para siempre, en una alabanza diri­
gida a Dios por todos aquellos que militan por su
reino, una alabanza al Señor, jefe único y victorioso,
que lleva a su pueblo a la salvación.

El «anatema», otro rito de guerra, de que se trata


en los vv. 17-19.21.24 se nos presenta como una prác­
tica particularmente ofensiva, odiosa. Veamos.
Trasladada del griego, la palabra «anatema» sig­
nifica literalmente «colocado en alto», y ha servido
para designar las ofrendas votivas que se fijaban o
colgaban en los santuarios (puede compararse, entre
nosotros, con los exvotos; este sentido se encuentra
en la Biblia: Jdt 16,23; 2 Mac 9,16; Le 21,5). Pero,
en el griego de los Setenta, corresponde generalmente
a la palabra hebrea hérem porque, de la idea de cosa
consagrada, se ha pasado a la idea de cosa ofrecida
a las divinidades falsas, cosa idolátrica, que por tanto
hay que destruir; ese es el sentido práctico de hérem.
Hérem viene del verbo haram que significa «ce­
rrar», «encerrar», «separar», «suprimir», «prohibir».
La idea es la de poner en reserva, en entredicho 4•

4 En árabe, el haram es el lugar sagrado o un vestíbulo de los


lugares santos; un harem es un lugar reservado (a las mujeres); la

EL DON DE UNA CONQUISTA,-8


114 LAS ACCIONES MEMORABLES

La palabra está empleada frecuentemente, sobre todo


en el libro de Josué, para significar la destrucción de
los vencidos y de todo lo que les ha pertenecido. Esta
destrucción es una consagración, un sacrificio : al
aniquilar, por la muerte y el fuego, los seres vivos
y los objetos de que se han apoderado, se rehúsa
atribuirse las ganancias de la victoria para reconocer
que la victoria se debe a Dios, y de esa manera se le
ofrece y se le dedica a Dios solo.
Tal es el caso, al menos según el narrador, en la
historia de la toma de Jericó. Ocurre lo mismo, y de
una manera particularmente reveladora, en la histo­
ria de la toma de Hai en 7,15.24-26 ; 8,26-28; des­
pués en el relato de las campañas del Sur en 10,28-
42 y del Norte en 11,11-14.20-21. Puede leerse tam­
bién el relato del aniquilamiento de J abes en Galaad
en Jue 21,10-11 y el de la guerra de Saúl contra los
Amalecitas en 1 Sm 15,3-33.
Se trata de una práctica antigua y extendida. El
degüello de los vencidos era una de las leyes de la
guerra en la antigüedad. Sin hablar de la barbarie
de que hacen gala las representaciones descritas so­
bre los frescos y en las inscripciones asirias, se puede
citar como testigo la estela de Mesa de Moab en el
siglo IX 5 y los ejemplos no israelitas alegados en 2 Re

misma etimología hay para el Hermón, que es una montaña santa y


consagrada; véase también el nombre de Horma en Nm 21,3 ; hasta
los que no conocen el hebreo verán la significación básica en las con­
sonantes de la palabra HRM (cf. P.D., pgs. 107-108).
5 La estela ha sido descubierta hace un siglo en Diban, en la
Transjordania del sur. La inscripción que en ella se encuentra, en escri­
tura alfabética de tipo fenicio, es un relato de las victorias conseguidas
por Mesa gracias a Kemos, dios de Moab; Mesa se gloría ahí de
haber asesinado, en el curso de una guerra cuya relación israelita se
lee en 2 Re 3, a todas las gentes de al menos dos aglomeraciones: "Yo
combatí contra la ciudad (de Atarot) y la tomé. Y mataba a todo el
pueblo de la ciudad para saciar a Kemos y Moab. Y desde allí llevé a
JERICÓ 115

19,11 (Is 37,11) y 2 Cr 20,23 6 • No habría que juzgar­


los más que en razón de la costumbre y del derecho
entonces recibidos, según una psicología común y
unas costumbres en realidad duras y brutales 7• Hay
que añadir que, en esta mentalidad antigua, no se
hace nada que no tenga un espíritu religioso: la des­
trucción de las ciudades y la matanza de los venci­
dos están dedicadas a la divinidad del vencedor ª .
La sensación de estar haciendo la guerra santa en
nombre de Yavé y en alianza con él hizo dar al hé­
rem practicado por los Israelitas el sentido de un
homenaje a Yavé, de un pleno reconocimiento de su
absoluta soberanía. En el libro de J osué, la ejecución
del hérem se presenta como un acto de obediencia a
una orden de Yavé (8,2). Hay ahí, conviene recono­
cerlo, una manera habitual de hablar en la Biblia,
que atribuye directamente a Dios la iniciativa y res-

Ariel su jefe y le arrastré delante de Kemos en Queriyot... Y Kemos


me dijo: Vete, toma a Nebo sobre Israel. Yo fui de noche y combatí
contra ella desde el romper el alba hasta mediodía. Y la tomé y la
destruí entera, siete mil hombre en el vigor de la edad y viejos, mujeres
en el vigor de la edad y mujeres viejas y concubinas, porque yo las
había consagrado a Astar Kemos" (líneas 11-17 de la inscripción, se­
gún H. MICHAUD, Sur la pierre et l'argile, Delachaux et Niestlé, 1958,
pg. 38)
6 Para una época más tardía, el comienzo de nuestra era, se ci­
ta los Anales, de Tácito (13,57) y La Guerra de las Galias, de César
(6,17). Véase también los ejemplos citados por F. M. ABEL, en Revue
Biblique, 1950, pgs. 323-325.
7 Lo leal es advertir también que generalmente en la Biblia, y lo
mismo en los otros documentos antiguos, las cifras son con fre­
cuencia hiperbólicas y corresponden más a una imagen que a la rea­
lidad; los degüellos fueron la mayoría de las veces muy limitados y los
Cananeos no fueron aniquilados todos, ni con mucho.
8 A quien se escandalizara demasiado rápidamente de la "bar­
barie antigua", se le podría recordar los horrores de la "guerra mo­
derna" (hecha entre países que profesan el cristianismo), el aplasta­
miento masivo de la población bajo las bombas: Hiroshima en 1945 ...
116 LAS ACCIONES MEMORABLES

ponsabilidad de todo lo que se realiza (cuando nos­


otros tratamos de descubrir las causas naturales, las
conjunciones de la historia, la voluntad y la inter­
vención de los hombres). Cuando los Israelitas hayan
matado a los habitantes de una ciudad según los pro­
cedimientos en uso en la guerra, el narrador profé­
tico escribirá que Yavé había dado la orden de pasar
al filo de la espada a todas las gentes de este lugar.
Con el tiempo, la «teología» del hérem irá más
lejos. Se hará de él una «torah», es decir una pres­
cripción que quiere ser antes que nada una enseñan­
za. La ley del hérem se lee en Dt 7,1-6.24-26 (véase
también Dt 20,16-18; compárese Dt 13,13-19). Sin
embargo, en tiempo de Ezequías o de J osías, de
Isaías o de Jeremías, no se trata de ninguna manera,
ya lo hemos dicho, de hacer la guerra a los Cananeos.
Se trata, en efecto, de defenderse contra los peligros
del paganismo del ambiente. Y ése es exactamente el
punto de vista del Deuteronomio en el cap. 7 : es
necesario que el pueblo «santo» esté preservado de
toda contaminación, de los peligros de un compro­
miso, de las «lacras» del viejo naturalismo siempre
vivo en Palestina, y también de la influencia de las
religiones extranjeras que se han hecho invasoras.
Los relatos de hérem, como la «ley» que a él se re­
fiere, no son más que una manera de afirmar la nece­
sidad de la lucha contra la idolatría.

Ley de protección para impedir que el pueblo de


Dios se deje arrastrar o disolver, para que guarde su
integridad y su fe, el hérem es, en último análisis,
una autodefensa, un combate en el cual el enemigo
no está enfrente, sino dentro del mismo combatiente:
apunta a la debilidad natural del pueblo de Dios de-
JERICÓ 117

lante de la tentación 9• Ahora lo sabemos bien: en el


momento en que el libro se ha escrito, está naciendo
un judaísmo, una comunidad espiritual, que tendrá
necesidad urgente e imperiosa de ser pura «en medio
de las naciones» y de rehuir los compromisos.
Así se desprende de la ley del hérem un principio
válido para el pueblo de Dios de siempre. El mundo
es complejo y mezclado, la vida es difícil, y divergen­
tes los caminos que se ofrecen ; la historia es dramá­
tica. Como el error se opone a la verdad, el mal al
bien, la idolatría a Dios, el egoísmo a la caridad, los
hombres deben estar haciendo siempre una opción y
por consiguiente una exclusión. Y como son débiles
ante la seducción del error y del pecado, deben lu­
char contra ella, y, en rigor, destruir la ocasión o la
causa de esta tentación. Principio simple de toda
moral ; pero más imperativo, más tajante para el
pueblo al que Dios se ha revelado y al que ha ense­
ñado su «camino».
Comprendido así el anatema, en lo que tiene de
fundamental y necesario se podría encontrar fácil­
mente en toda la historia y la literatura inspirada del
pueblo de Dios, desde el primer profeta (Am 5, 14-15)
hasta el último (Za 14,21), desde las más antiguas
tradiciones (Gn 3, 15) hasta los consejos de los sabios
y hasta la oración litúrgica (Sal 137) 10•
El Evangelio recogerá y volverá a decir a su ma-
9 El deber de integridad puede hacer que el anatema se vuelva
contra los mismos miembros de la comunidad: Ex 22,19; 32,27-28;
Nm 25,5-9; 33,55-56; Dt. 7,26; 21,19-21.
10 Ha habido una vuelta a los antiguos procedimientos radicales
de la guerra santa en tiempos de la revolución asmonea: 1 Mac 10,12.
Pero, en el judaísmo postexílico, el anatema se convirtió en expulsión
de la comunidad, en excomunión (Esd 10,8). La excomunión se prac­
ticará dentro del cristianismo bajo diversas formas, desde Mt 18,15-18;
1 Cor 5,5; 1 Tim 1,20; Ap 22,15; hasta el clásico "anathema sit"
de las condenaciones de la Iglesia.
LAS ACCIONES MEMORABLES

nera la ley del hérem. La vida es una lucha (Mt 10,


34-35; Sant 4,4.6; 1 Jn 5,4; cf. Le 2,34). No se puede
seguir y servir a dos señores a la vez (Le 16,13; Mt
12,30; Me 9,40; 1 Cor 10,20-21; 1 Jn 2,15-17). Es
necesario resistir a la tentación y librarse del mal
(Mt 6,10; 1 Tes 5,22; 2 Tes 3,6; 1 Jn 5,21), arrancar
de sí mismo y de su ambiente todo lo que conduce
al mal (Mt 5,29-30; 18,15-16; Hech 2,40; 1 Cor 5,5;
15,33; Rm 8,13; 16,17; Gál 1,8-9; Col 3,5-6; 1 Tim
1,20; Tito 3,10; Ap 22,15). Este programa cristiano
puede estar ya comprendido en el antiguo hérem del
libro de Josué.

En lo que se refiere al anatema en el relato de la


toma de Jericó, está claro que el escritor concibe la
destrucción completa de la pequeña ciudad como un
sacrificio ofrecido a Yavé, como una consagración
ritual (vv. 17.19). El escritor no vacila ante el ana­
cronismo y hace reservar la incautación de los meta­
les para la fabricación de objetos cultuales destina­
dos al templo de Jerusalén (vv. 19.24; cf. 2 Re
24,13).
La destrucción de Jericó, primer éxito de las ar­
mas israelitas sobre la tierra que Yavé daba a su
pueblo, es pues como la oblación de las primicias de
este país. «Las primicias de los primeros frutos de
tu tierra las llevarás a la casa de Yavé tu Dios», está
estipulado en los más viejos códigos de Israel (Ex
23,19; 34,26). Jericó es el primer fruto recogido;
debe ofrecerse a Dios sin reserva para la ejecución
exacta del hérem. Es una consagración de la Tierra
santa por la oblación de su primera ciudad. Jericó
es el homenaje de reconocimiento de un pueblo que
sabe que todo se lo debe a Dios.
Hay que llegar a estas consideraciones altamente
JERICÓ 119

religiosas, si se quiere comprender la intención del


narrador bíblico, tan poco preocupado por el aspecto
moral y, por decirlo así, humano de la historia como
atento a ver y hacer leer esta historia como una re­
lación de Dios y de su pueblo. Diálogo que tiene por
lenguaje los acontecimientos y lo que esos aconteci­
mientos significan en el designio histórico de la sal-
.,
vac1on.
En la descripción del asalto de la ciudad, el golpe
premeditado por los espías de Josué con Rahab la
prostituta parece no haber servido para nada. Por lo
demás, el cap. 2 parece anunciar un relato de la toma
de Jericó bastante diferente del que se lee en el capí­
tulo 6; ese cap. 2 hacía eco a una tradición según
la cual el papel de Rahab habría sido decisivo. La
versión de la caída de las murallas ha prevalecido
a los ojos del redactor, que ha abandonado la pri­
mera tradición.
Sin embargo, para terminar la historia de Rahab,
se hace cuidadosamente una mención de esta mujer
y de los suyos a propósito del hérem: el clan escapa
a la matanza, y se señala su supervivencia durante
mucho tiempo más tarde (vv. 17.22-23.25). Tampoco
está excluido que haya subsistido en Jericó una casa
donde se practicaba, en la época de la monarquía,
la profesión de Rahab.
Sobre la toma de la ciudad, se descubre aún otra
tradición en las palabras atribuidas a Josué al final
del libro: «Los hombres de Jericó combatieron con­
tra vosotros», dice a los Israelitas (24, 11). Ataque o
resistencia cananea, de la que el cap. 6 no da idea
alguna.
Por otra parte, la ciudad de Jericó no ha podido
ser completamente aniquilada. Incluso si la «ciudad
120 LAS ACCIONES MEMORABLES

de las palmeras» de Jue 3,13 es un paraje vecino y


un poco diferente, bien parece que Jericó existía de
alguna manera en tiempo de David: 2 Sm 10,5. Las
expresiones de totalidad, como las de los vv. 21 y 24
entran dentro de los módulos literarios del libro y
de la Biblia (y de todo idioma) y no deben enten­
derse de otra manera.
Para explicar el oráculo conminatorio que termina
la historia de la ciudad (v. 26), basta pensar que las
fortificaciones no se habían reconstruido antes de
Hiel de Betel, en el reinado de Acab (874-853). El
redactor del libro de J osué alude claramente a 1 Re
16,34 y está al tanto de la reconstrucción.
La «maldición» se debe quizá al hecho de que el
reconstructor habría colocado en los cimientos de la
nueva ciudad el cuerpo de sus dos primogénitos, se­
gún una costumbre cananea de la que se cree haber
descubierto testimonios en diversas partes de Pales­
tina, y que debía ser una abominación para los fieles
de Yavé 11• Esta explicación no está con todo plena­
mente asegurada: es posible que la muerte (natural)
de los hijos de Hiel haya sido interpretada como una
señal de maldición que se cernía sobre Jericó y alcan­
zaba al que se atreviera a reconstruir sus ruinas.
Al recuperar su importancia, a partir del siglo IX,
en una región que quedará muy marcada por la
presencia y la acción de los profetas Elías y Elíseo
y sus discípulos (1 Re 17-19; 2 Re 1-6), Jericó ha
ocupado sin duda un puesto bastante grande en la
vida religiosa israelita, sobre todo para Benjamín. Es
posible que esta ciudad haya reemplazado entonces

1'1 Acerca de los sacrificios de los cimientos y particularmente de


los sacrificios de niños cf. S. S. pgs. 172-173.
HAI 121

el santuario de Guilgal (p. 1 O 1) y haya heredado,


dándoles una forma más evolucionada y más hierá­
tica para el uso litúrgico, unas tradiciones vinculadas
ante todo a este primer santuario 12•

HA/ (cap. 7-8)

Los dos capítulos tienen por tema la toma de Hai.


A pesar de algunos tropezones de detalle 13, forman
una sólida unidad literaria. Sin embargo son dos re­
latos diferentes. En el cap. 7, el autor aprovecha la
ocasión del primer fracaso israelita ante Hai para
ilustrar, con insistencia, una lección acerca del ana­
tema. El cap. 8 es el relato propiamente dicho de la
toma de Hai.
Los historiadores advierten que estos relatos su­
ponen un notable conocimiento de la región. Hai,
hoy Et-Tell, veinte kilómetros al noroeste de Jericó,
y dos kilómetros al sudeste de Betel, parece haber
servido de defensa avanzada de esta última ciudad,

12 "Después de la reconstrucción de Jericó, la vida litúrgica debe


ser activa, como en tiempo de Saúl en los santuarios del Bajo-Jordán.
No se puede practicar allí la circuncisión sin recordar el cumplimiento
solemne del rito por todo el pueblo en estos lugares. En las reuniones
y en las fiestas, se cuenta a los peregrinos los grandes relatos del paso
del río, de la teofanía, de la ruina de la ciudad: de ello han quedado
los monumentos "que existen todavía en el día de hoy". La proximidad
de estos lugares agrupa sus diferentes tradiciones; el contexto litúr­
gico les da esta forma hierática en la que el culto aventaja a la his­
toria de la que han nacido. La semana de los ázimos principalmente
puede haber sido favorable a la formación de este ciclo de relatos:
tan natural era unir a las conmemoraciones solemnes del Exodo y del
paso del mar, las de la travesía del río y la epopeya de Josué." (A.
GEORGE, art. cit. pg. 182).
13 Y unas diferencias notables entre el texto hebreo y la versión
griega.
122 LAS ACCIONES MEMORABLES

uno de los más célebres santuarios de Palestina 14• Las


excavaciones 15 han puesto a la luz del día los vesti­
gios de una ciudad fortificada del III milenio, con
un templo construido en el siglo XXVI ; fue destruida
alrededor del 2200, y no se volvió a ocupar antes del
siglo XII. La misma palabra de Hai significa «ruina»
(lo mismo que tell en árabe). Sin embargo, en tiempo
de Josué, los vestigios de la antigua ciudad devasta­
da eran todavía bastante importantes para servir
como bastión de resistencia contra los invasores.

Las intenciones de la primera parte están clara­


mente manifestadas en el pequeño prólogo de 7,1, en
el que harán pensar las numerosas introducciones
estereotipadas del libro de los Jueces 16• La «infideli­
dad», por otra parte, se expresa ahí en lenguaje ritual
(Lev 5,15-21 ; Nm 5,6) y el cuidado de establecer la
genealogía de Acán (cf. Gn 46,12) es también carac­
terística de la literatura «sacerdotal». En primer lu­
gar, se trata del hérem: un ejemplo memorable debe
mostrar el rigor de esta ley a las generaciones que
sientan la tentación de hacer compromisos con los
Cananeos y su idolatría.
Esta preocupación le absorbe de tal manera que
la narración de la tentativa contra Hai, en 7,2-5, se

14 Vuelve a encontrarse Hai en Gn 12,8; 13,3 y, bajo el nombre


de Ayot en Is 10,28; 1 Cr 7,28; Neh 11,31. En Jos 7,2 Bet-Awen,
que significa "Casa de iniquidad" o "Casa de la nada" era tal vez
primeramente una localidad distinta de Betel, que significa "Casa de
Dios"; más tarde los profetas han llamado a Betel, donde el culto de
Yavé se mezclaba con la idolatría, con el término despreciativo e inju­
rioso de Bet-Awen (Am 5,5; Os 4,5; 5,8; 10,5); probablemente
es el sentido de esta adición aquí.
15 Emprendidas por la señora Krauss-Marquet en 1933-1935 e
interrumpidas por la muerte de esta arqueóloga.
16 "Los hijos de Israel hicieron el mal delante de Yavé; la có­
lera de Yavé se encendió contra Israel..."; cf. Jue 3,7-8, etc.
HAI 123

limita a la evocación de una escaramuza en la que


los Israelitas, que habían subestimado la posibilidad
de resistencia de Hai, hacen el gasto 11• Inmediata­
mente después, el relato toma otro giro.
En primer lugar está la oración de lamentación
y de imploración interrogativa puesta en labios de
Josué, vv. 6-9. Está dentro del estilo de las palabras
de los profetas contemporáneos del escritor (Jer 4,10;
Ez 9,8; confróntese también Jos 7,6 con Lam 2,10 ;
Ez 27,30 ), pero sobre todo hace pensar en la admira­
ble oración de Moisés en Ex 32,11-14; Dt 9,26-29;
Nm 14,13-16, como también en las vehementes inte­
rrogaciones del salmo 74. Es el nombre de Yavé el
que está en juego : ¡ le va en ello la revelación misma
del nombre de Yavé entre los paganos! La desapa­
rición de Israel, o al menos un evidente fracaso anu­
laría las probabilidades de dar a conocer al Dios ver­
dadero. Dios se debe a sí mismo el salvar a su pue­
blo. Israel y Yavé son solidarios en la historia. Y si,
como Moisés, Josué tampoco ha sido culpable perso­
nalmente de la desgracia que les ha sucedido, en
cuanto jefe y ligado a los suyos, él se considera ante
Dios como responsable.

La falta -porque necesariamente la hay según


el pensamiento del autor- la falta que ha provocado
la pérdida de la batalla de Hai, está primeramente
declarada en términos genéricos y bastante misterio­
sos: «Israel ha pecado», «ha quebrantado la Alianza
de Yavé», «ha cometido una infamia» (literalmente
una «estupidez»). De una manera más precisa, se
17 Para valorar los números, recuérdese también aquí su empleo y
particularmente el sentido de "mil" (P.D., pgs. 156-158); el "treinta
y seis" de 7,5, que indudablemente es todavía bastante simbólico,
muestra que se trata de una acción muy reducida.
124 LAS ACCIONES MEMORABLES

trata de la violación del anatema (vv. 10-15; la pala­


bra anatema está repetida seis veces). El «pecado»,
aquí, es una infracción de la Torah. Para que Dios
siga estando todavía «con» su pueblo, para que Is­
rael «resista ante sus enemigos», hay que «suprimir»
este mal, es decir buscar dónde está, quién lo ha co­
metido, y purificar la comunidad eliminando esta
causa de desgracia.
Porque la falta de un miembro de la comunidad
se extiende a los otros miembros; todos son solida­
rios en el bien como en el mal, en la salvación como
en la perdición. Solamente el castigo del transgresor
y su radical desaparición pueden evitar a los otros
la maldición divina y sus terribles consecuencias.
Esta doctrina de la responsabilidad colectiva es de
las más corrientes en la revelación bíblica y tiene
una importancia capital : es necesario que los hom­
bres sepan que sus actos comprometen más que a
ellos mismos y que, si la salvación de un gran nú­
mero puede venir de un pequeño número e incluso
de uno solo, el mal cometido por uno solo o por algu­
nos puede tener inmensas repercusiones.
Un empleo abusivo de esta doctrina (se repetía
el proverbio de las «uvas agraces»: Jer 31,29; Ez
18,2-4; cf. Dt 24,16; 2 Re 14,6) obligó a los profetas
del final de la era monárquica a enfocarlo enérgica­
mente : las consecuencias colectivas y posteriores de
los pecados cometidos por algunos no evitan a éstos
ser castigados por su propia cuenta; cada uno paga
sus faltas. Pero el castigo individual no quita por eso
al mal su dimensión comunitaria. No hay ningún
hombre solo; todos se relacionan 18•

18 Acerca de esta doctrina capital de la responsabilidad, véase


P. D., pgs. 221-222.
HAI 125

La búsqueda del culpable, vv. 14.16-18, se hace


por una especie de echar a suertes, como en 1 Sm
10,20-21; 14,38-43. En seguida se pasa a la obten­
ción del consentimiento y a la declaración completa
del robo, vv. 19-22. Es sorprendente que en el pe­
queño ataque, por otra parte frustrado, de una «rui­
na», Acán haya podido apoderarse de cosas tan pre­
ciosas. Es probable que no haya sido en el ataque a
Hai sino cuando la toma de Jericó cuando Acán ha
confiscado una parte del botín, que en principio es­
taba todo entero destinado a la destrucción. En la
narración bíblica, el hecho anterior está puesto con
la derrota de Hai �n una pura y simple relación de
causa a consecuencia.
Dada la ley que conoce el autor de este relato
(Dt 13,16-19; 17,2-9; cf. Lev 17,29), ya no queda
más, según él, que ejecutar el castigo. Este, siempre
en virtud del principio de solidaridad del grupo en
una misma responsabilidad, se extiende a todo el
clan de Acán. Pero la historia está contada según
el procedimiento tradicional de juegos de palabras :
el verbo akar, que significa «llevar desgracia» o «per­
turbar», da la etimología del nombre de Akor, lugar
del castigo, lo que por añadidura hace una alitera­
ción con el nombre de Acán (por otra parte conver­
tido en Akar en la versión griega). El montón de pie­
dras es la sepultura característica de los enemigos
19

o de los criminales : J os 8,29; 10,27; 2 Sm 18,17.


El hecho de que la tumba de Acán fuera todavía visi­
ble en la época en que se ha escrito esta historia ha­
brá dado precisamente ocasión de escribir esta his-

19 "Un gran montón de piedras, dice F. M. ABBL, que nosotros he­


mos podido ver antes de las excavaciones de la señora Judit Krauss­
Marquet" (Revue Biblique, 1949, pg. 331).
126 LAS ACCIONES MEMORABLES

toria, propuesta como ejemplar. Su «deuteronomis­


mo», perceptible en toda la página, llega al último
versículo (compárese este v. 26 con Dt 13,18).

El relato de la toma de Hai, en el cap. 8, se en­


cuentra primeramente resumido en un pequeño dis­
curso premonitorio de Yavé (vv. 1-2), repetido des­
pués en un discurso-programa más detallado de Jo­
sué a los soldados (vv. 4-9), y por último ampliamen­
te desarrollado en la narración propiamente dicha del
combate (vv. 10-29).
La «revelación» divina hecha a Josué es princi­
palmente uno de los casos simples y típicos de pre­
sentación bíblica de los acontecimientos contempla­
dos, según el autor inspirado, desde el punto de vista
de Dios mismo. Las primeras palabras de este dis­
curso ficticio recuerdan las del discurso inaugural del
libro (1,6-7.9; compárese Dt 1,21 ; 31,6.7.23) y el
tema es el mismo, que nos había hecho reflexionar
entonces : ¡Yavé ha dado lo que se trata de tomar !
La ley del anatema está brevemente reafirmada, pero
esta vez con algunas reservas, que también conoce
el Deuteronomio (Dt 2,35; 3,7).
Si se entiende las cifras según el uso de las ex­
presiones empleadas, según el sentido no matemático
sino sugestivo que es el más frecuente en las evalua­
ciones bíblicas, no hay lugar a dejarse impresionar
por los «treinta mil» del v. 3 (se ha visto la cifra
de 7,4; véanse las de 8,12.25). El número de hombres
comprometidos en este asunto está sin duda a la es­
cala de éste, que es el asalto de un fortín ruinoso
defendido por unos aldeanos. El interés se centra
sobre la habilidad con la que se ha montado la tác­
tica simple e inteligente de la emboscada ( que se
puede comparar con la de Jue 20,29-35).
LA ASAMBLEA DE SIQUEM 127

El narrador no tiene más que describir la opera­


ción con una complacencia machacona. Las formu­
laciones exhaustivas le gustan tanto (vv. 17 y 23)
que uno se pregunta quién podía al final ser pasado
al filo de la espada en una ciudad de la que ya había
marchado todo el mundo y había sido matado hasta
el último (v. 24). Nada más simbólico que el total de
las víctimas (v. 25).
El gesto de Josué (vv. 18 y 26) es parecido al de
Moisés en el combate en que llevaba el mando Josué
contra los Amalecitas en Ex 17,9-13: es una señal
y una orden, pero también un gesto ritual de maldi­
ción victoriosa contra el enemigo ; por tanto, un
signo y una garantía de éxito. Finalmente, la «ruina»
está bien arruinada, la suerte de los defensores de
esta plaza determinada según la Torah deuteronó­
mica (Dt 21,22-23) y los testigos del asunto debida­
mente constatados (vv. 28-29), estas piedras apiladas
que dan, por así decirlo, una base al relato.

Al conjunto formado por 7,1-8.29 se impone una


conclusión, ni original ni inédita para el lector, pero
esencial según las intenciones del libro de Josué : la
victoria no está asegurada más que si se observa la
ley de Dios. Lo mismo que la desobediencia arrastra
al desastre, Dios concede la gracia y el éxito a la
fidelidad.

LA ASAMBLEA DE SIQUEM (8,30-35}


El pasaje es de una importancia capital. Por su­
puesto se podría estimar que hace una partida repe­
tida con el cap. 24 y no buscar su explicación más
128 LAS ACCIONES MEMORABLES

que con la de este capítulo final. Sin embargo, si se


quiere respetar la intención del autor. se debe enten­
der este trozo en el mismo sitio que le ha sido dado
en la ordenación general del libro, aunque este sitio
pueda parecer anormal.
La ruptura con la narración precedente es, efec­
tivamente, muy clara; la continuación natural se lee
en 9,3. La progresión geográfica se encuentra tam­
bién interrumpida, y el salto brusco, inexplicable, de
los Israelitas a Siquem (a unos cuarenta kilómetros
al norte) es un desafío a la verosimilitud histórica.
Estos seis versículos son inesperados y parecen total­
mente aislados.
Por otra parte, su lectura recuerda en seguida un
género muy característico y, más concretamente, otro
pasaje: Dt 27,1-12 (sumariamente recordado tam­
bién en Dt 11,29); es necesario releer el texto. Las
semejanzas con J os 8,30-35 saltan a la vista. Hay
también diferencias, como la mención del arca, au­
sente en Dt 27, y la enumeración de los «ancianos,
escribas, jueces» con «extranjeros e indígenas» (v. 33),
mientras que Dt 27, 1-12 ve la asamblea dividida en
tribus, con la lista de sus nombres. Pero como en
tantas coincidencias «sinópticas» de la Biblia 20, las
variantes en la manera de referir una tradición no
hacen más que asegurar la solidez histórica del he­
cho fundamental que le ha dado nacimiento, y del
que ella perpetúa fielmente la realidad esencial.

20 "Sinóptico" significa: que se puede poner en paralelo y así


considerarlo de una mirada única, comparativa, sintética. La palabra
se emplea corrientemente para designar los tres primeros Evangelios en
el Nuevo Testamento (cf. T. B., pg. 458). Pero igualmente puede servir
también para numerosas páginas del Antiguo Testamento; así, no
solamente 1-2 Sm y 1-2 Re comparados con 1-2 Cr, sino varios pasajes
del Pentateuco, frecuentemente llamados "duplicados" por los exegetas
(véase por ejemplo en S.S., pgs. 19, 235-236; T.B., pg. 192 nota 9).
LA ASAMBLEA DE SIQUEM 129

Así, desde el comienzo, en nuestro estudio (pági­


nas 46-48), el hecho de una asamblea de los Israe­
litas en Siquem y de una celebración de la Alianza
entre Yavé y las tribus confederadas nos había pare­
cido suficientemente establecido desde el punto de
vista histórico.
No menos hemos observado que la presentación
bíblica que de ella se hace en muchos pasajes se en­
cuentra simplificada, idealizada. Tal asamblea no ha
podido tener lugar más que al cabo de un cierto
tiempo, cuando las tribus habían adquirido su pro­
pia figura y se habían establecido sus relaciones mu­
tuas. Por otra parte, parece que en un momento dado
llegó a ser consuetudinaria, anual; la reducción a
una sola celebración, en el Deuteronomio como en el
libro de J osué, ha perpetuado su recuerdo de una
manera, por así decirlo, simbólica; sobre todo ha
expresado su significación y ha subrayado su im­
portancia.
Repetida y refundida por los escritores deutero­
nómicos, la historia de la asamblea de Siquem, como
toda visión retrospectiva, se resiente pues de las con­
vicciones de una época posterior. El estado de las
cosas del tiempo de la reforma, en el siglo vn, y las
intenciones que lo han inspirado o que de él se han
derivado, han influido sobre la visión final, definiti­
vamente tradicional, de la celebración de la Alianza
en Siquem en el siglo XII. J os 24 encierra sin duda
los elementos más antiguos que se refieren a la misma
tradición; sin embargo, su presentación de conjunto
es también reciente, incluso posterior al destierro.

El relato de 8,30-35 se presenta como la ejecu­


ción de la orden dada por Moisés en Dt 27, 1-8. El
«libro de la ley de Moisés» (v. 31), la «copia» o el
EL DON DE UNA CONQUISTA,-9
130 LAS ACCIONES MEMORABLES

«duplicado» de esta ley (v. 32), es el Deuteronomio,


o «segunda edición» de la antigua Torah, cuyo ori­
gen se remontaba al tiempo del Sinaí y que se había
formado, reformado y renovado poco a poco. Ver a
Josué escribiendo esta ley sobre unas piedras (v. 32),
en presencia de «todo Israel» (v. 33), y leer «todas
las palabras ante toda la asamblea de Israel, com­
prendidas mujeres, niños y extranjeros de paso entre
ellos» (vv. 34-35), es, resulta evidente, una de esas
simplificaciones anacrónicas usuales en historia.
Una confrontación se impone: Ex 24,3-8. Este
texto, como el Deuteronomio, tiene su origen en el
reino israelita del norte hacia el siglo VIII 21 y, con una
simplicidad que garantiza su antigüedad, da también
en síntesis y según una imagen estilizada por la tra­
dición, los elementos constitutivos de una celebra­
ción de la alianza entre grupos federados y su único
Señor.
La base de esta alianza es la palabra de Dios, la
revelación de Yavé hecha a Moisés y transmitida por
Moisés a Israel ; palabra que la lectura debe hacer
conocer a todos los miembros del pueblo de Dios.
Porque esa palabra compromete, según la respuesta
que cada uno le da, en los caminos de la «bendición»
o de la «maldición» (v. 34 ; cf. Dt 11,26-28, es decir
de la «vida» o de la «muerte», Dt 30,19).
Los sacrificios realizados sobre un altar 22, cons­
truido a la manera antigua rudimentaria, permiten

21 Véase S.S., pgs. 25-26, 264-266; T.B., pg. 142.


22 A. GEORGE, art. cit., pg. 180, hace notar que Jos 8,3 es el
único sitio del libro en que se trata de sacrificio, cuando tan fre­
cuentemente se habla en él de cosas y prácticas cultuales. "Resulta
difícil no ver en esta ausencia de sacrificios la intervención sistemáti­
ca de un redactor que ha querido conformar la historia a la unidad
ideal de santuario."
LA ASAMBLEA DE SIQUEM 131

suponer que se trata de la celebración del rito de la


alianza tal como está evocada en Ex 24,4-8. En Jos
24,25 está explícitamente significada la alianza, pero
no se menciona ninguna acción sacrificial. Estos tex­
tos, expresiones diversas y más o menos parciales de
una misma tradición, se completan mutuamente.
En la época deuteronómica, es normal que se re­
presente la escena como reuniendo a «todo Israel»,
con unas estructuras sociales evidentemente posterio­
res al tiempo de Josué (confróntese Dt 16,18; 31,28),
con unos «sacerdotes levitas» de institución tardía
(cf. p. 86, nota 18). Y puesto que la historia testifi­
caba que, en los tiempos antiguos de la ocupación
de Palestina por los Israelitas, Siquem había sido, al
menos en un momento dado, el centro de sus reunio­
nes federativas y religiosas, se podía imaginar la ce­
remonia como desarrollándose sobre las faldas de
dos montañas que se miran de frente y que dominan
el valle de Siquem, como en un cuadro ideal (v. 33;
Dt 11,29; 27,12-13) 23•

Uno de los puntos importantes de nuestro relato


es la mención de los «extranjeros», gentes del país
consideradas paradójicamente como «huéspedes que
residen» (cf. Ex 12,48-49). Se tenía conciencia de que
en los tiempos antiguos unos Cananeos se habían
mezclado con los Israelitas, con la esperanza de de­
jarse más o menos asimilar por ellos; la historia de
Rahab tenía este sentido, lo mismo que la de los
Gabaonitas que vamos a leer después; y Siquem
estaba en una región donde, sin duda después de

23 Se ve, por Jos 8,30 y Dt 27,4, donde sólo está mencionado


el Hebal, que la tradición no se ha representado siempre las cosas de
la misma manera.
132 LAS ACCIONES MEMORABLES

mucho tiempo, eran posibles las alianzas con los


indígenas, lo que explica que allí no se señale ningún
combate en el libro de Josué. Por otra parte, cuando
con el tiempo los Israelitas se consideraron los due­
ños del país y, de derecho, los verdaderos habitantes
de Palestina, las diversas poblaciones o clanes que
residían en el país se convirtieron a sus ojos en ex­
tranjeros 24•
Pero también es posible ver en la redacción deu­
teronómica de Jos 8,30-35 una verdadera intención
misionera: la palabra de Dios se dirige también a
unos no Israelitas, a los que hay que tratar como
«huéspedes» (Dt 14,29; 16,11-14; 26,11-13; Ex 22,
20; Jer 7,6; 22,3) y que pueden llegar a ser herma­
nos en una misma fe y en una misma ley (cf. Lev
16,29.31; 17,10.15; 18,26).
Al terminar con esta mención del «extranjero que
marcha en medio de Israel», el pequeño relato de la
asamblea de Siquem prepara el de la alianza con
los antiguos habitantes de Palestina que son los Ga­
baonitas del capítulo siguiente.
Y lo mismo que el relato de la victoria de Moisés,
levantado ahora su bastón de mando, en Ex 17,8-13,
se situaba antes del de la Alianza del Sinaí en Ex 19
y 24 (con promulgación de la «ley» de Moisés en los
capítulos intermedios), así el relato de la victoria de
Josué, ganada bajo el signo de su venablo enhiesto
(J os 8, 18-25), ha sido colocado antes del de la Alian­
za de Siquem. El libro de Josué establece de esta
manera una vez más el paralelo entre Moisés y su
auténtico heredero.

2, Unas consideraciones un poco más amplias acerca de la condi­


ción del "extranjero" en Israel se hallará en S. S., pgs. 332-333.
LA ASAMBLEA DE SIQUEM 133

Sin embargo, la razón principal de la colocación


de Jos 8,30-35 bien pudiera ser la intención del redac­
tor de dar a conocer sin tardanza, después del relato
de las primeras victorias de los Israelitas en Pales­
tina, la presencia de éstos en el corazón mismo del
país. Si nos hemos hecho una idea exacta de la pene­
tración israelita pensando que ha sido en parte pací­
fica y en parte anterior a la llegada del grupo de
Josué (págs. 37-40), es conveniente que no se tarde en
constatar, en el desarrollo de la historia, el encuentro
de los diversos grupos de tronco común y la ratifi­
cación de un cierto entendimiento con los antiguos
habitantes del país.

Al situar este pasaje en el conjunto de los relatos


que se vinculan a Guilgal, el redactor manifiesta ade­
más la intención que ya dejaban ver claramente los
relatos del arca de la Alianza cuando la travesía del
Jordán y la toma de Jericó : en el centro vital del
país que se va a ocupar, como en el umbral que era
preciso franquear, el arca, llevada siempre por sacer­
dotes levitas (v. 33), significa la presencia y la sobe­
ranía de Yavé. Y con ella, la bendición divina está
asegurada al pueblo que la rodea, a la tierra que
este pueblo habita de ahora en adelante.
También aquí se establece un paralelo. En efecto,
en medio de las peregrinaciones del desierto, Moisés
había promulgado oficialmente la Alianza y la To­
rah. De la misma manera, una vez llegado a la Tierra
prometida, Josué proclama solemnemente la palabra
recibida de Moisés y que establece a Israel, en Pales­
tina, como pueblo de Dios, como también Yavé se
ha revelado Dios de Israel.
Tal es, al menos, la imagen que la tradición ofre­
cía en el siglo VI y que el libro de Josué, con unos
134 LAS ACCIONES MEMORABLES

medios extremadamente sencillos, logra expresar tan


perfectamente. Parece decir: luchad contra el mun­
do que os haría caer en la idolatría ; echad por tierra
los obstáculos que os han impedido durante dema­
siado tiempo instaurar el verdadero dominio de Dios.
Pero la oportunidad y la meta, todo a la vez, es la
Alianza, la vida activa y pacífica entre hermanos y
con los demás hombres, dentro de la fe y el servicio
del único Señor, para la bendición y la vida.

LOS GABAONITAS (cap. 9}


Otro bonito ejemplo de las maneras característi­
cas del libro es el pequeño preludio que forman los
dos primeros versículos (cf. 5,1). ¡Totalidad y una­
nimidad de la coalición cananea! Tal ccsumario» 25
se parece a un sobrevolar histórico que engloba, en
un solo golpe de vista, en una frase, para esquemati­
zar su línea general, acontecimientos complejos, dis­
pares y que se han escalonado en el tiempo. Si las
diversas poblaciones de Palestina, indicadas de nuevo
aquí y cuya enumeración es un cliché en la Biblia
(p. 27, nota 4), se hubieran realmente unido ccen con­
junto para combatir de común acuerdo contra J osué
e Israel», ciertamente que habrían detenido, si es
que no los habrían aniquilado, a los recién llegados.
Pero el redactor no se preocupa de observaciones
de esta clase y, fiel a la intención general de la obra

25 Que hace pensar espontáneamente en los "sumarios" de los


Hechos de los Apóstoles, libro en el cual el evangelista Lucas, al
modo del libro de Josué, inserta efectivamente, entre unos relatos
detallados, unas especies de resúmenes de la vida de los cristianos
y de los progresos de la Iglesia que no corresponden más que a una
visión parcial, rápida e idealizada de los hechos; cf. T. B., pg. 468.
LOS GABAONITAS 135

que él quiere construir, coloca entre dos historias, de


proporciones muy modestas y de carácter anecdóti­
co, una de esas consideraciones que deben mantener
al lector en la conciencia de las dimensiones de la
empresa y en la certeza del éxito asegurado por Dios.
La formulación es hasta tal punto abstracta que se
contenta con repetir el Deuteronomio ; y, lo mismo
que Dt 1,7, mira a Palestina del otro lado del Jordán.

Gabaón, hoy día el Djib, se encuentra a una do­


cena de kilómetros al nordeste de Jerusalén, sobre
una colina elevada que domina la llanura circun­
dante. Era una vieja ciudad cananea, floreciente
en la mitad del III milenio, arruinada hacia el si­
glo XVIII, y de nuevo habitada a partir del siglo XIII.
En los siglos VIII-VII será un gran centro comercial,
particularmente célebre por su vino 26•
Para dar a entender su importancia, Jos 10,2 la
compara a las «ciudades reales»; parece desempeñar
el papel de capital en la confederación de las cuatro
ciudades citadas en 9, 17. También se dice en 10,2

26 Cinco campañas de excavaciones han sido llevadas a cabo, de


1956 a 1962, por James-B. PRITCHARD. La revista Bible et Terre Saint
ha ofrecido los reportajes, redactados por el mismo arqueólogo, en sus
números 18 (marzo 1959), 27 (marzo 1960), 35 (febrero 1961) y 56
(mayo 1963). Allí se señala particularmente, con apoyo de fotografías
el doble gran túnel descubierto en 1956 que permitía alcanzar la fuente
que alimentaba la ciudad sin salir de las fortificaciones; la gran cis­
terna a roza abierta cuya puesta al día completa fue terminada en
1959; las "bodegas de vino", sensacional revelación de 1960, con sus
prensas y las jarras, que hicieron de Gabaón un centro de "burdeos"
bíblico (la instalación podía conservar más de 150.000 litros de vino);
los sepulcros, descubiertos el mismo año y estudiados más sistemática­
mente en 1962, cuyo contenido permite reconstruir admirablemente
el cuadro de la vida diaria en Gabaón durante cerca de un milenio
antes de la época de Josué, así como la gran muralla del casco y las
puertas que defienden la ciudad. J.-B. PRITCHARD ha publicado una
relación de sus excavaciones en su obra: Gibeon, where the sun stood
still, Princeton University Press, 1962.
136 LAS ACCIONES MEMORABLES

que todos sus hombres son guerreros valientes; ¡no


se notará ni en esta ocasión ni en la narración si­
guiente! Las virtudes combativas no son siempre las
de las ciudades ricas, industriosas y comerciantes. Si
Gabaón tuvo la suerte de no ser saqueada por los
Israelitas, fue gracias a un acuerdo cuya historia se
nos cuenta ahora de una manera pintoresca.
Esta historia, graciosa de verdad, responde a va­
rias intenciones. Por una parte, era necesario expli­
car la permanencia de un grupo de ciudades gabao­
nitas (v. 17) en medio de Israel en una época tardía ;
y por otra parte, había que explicar el empleo de
gentes procedentes de estas ciudades en los servicios
del templo de Jerusalén en la época monárquica y
hasta después del destierro. Era necesario también,
sin justificar enteramente esta conducta, explicar có­
mo Josué había faltado al mandamiento de Dt 7,2
que prohíbe toda alianza con las gentes del país.
De esta antigua alianza tenemos otros testimonios
en 2 Sm 21,2; no habiéndola respetado Saúl, David
ofrece a los Gabaonitas una reparación (que por lo
demás entra muy bien en sus planes). La alianza con
Josué habría sido conseguida por una comedia de
la que se perpetúa el recuerdo como una de esas
«beatíficas historias» a las que Israel, como cualquier
pueblo, era muy aficionado 21• El relato no es quizá
27 Así en Gn 9,18-27; 12,10-20; 19,30-38; 25,29-34; 27,1-4;
30,25-43; y por supuesto, las anécdotas del libro de los Jueces, desde
el importante hecho pintoresco de Aod (Jue 3), hasta las grandes
hazañas de Sansón (Jue 14-15). De Gabaón a Guilgal había unos treinta
kilómetros solamente; diríase que los Gabaonitas conocían la ley deu­
teronómica que quiere que se trate con una cierta indulgencia a las
ciudades extranjeras situadas lejos del país que se atribuye Israel
(Dt 20,10-15). De paso, se puede notar una vez más cómo los "con­
quistadores" se repliegan siempre prudentemente sobre su inicial "cabe­
za de puente" de Guilgal.
LOS GABAONITAS 137

muy homogéneo ; se diría que hay en él repeticiones


y enmiendas, por ejemplo en los vv. 6-8 y 15 (dis­
tinción entre Josué y los «hombres de Israel»). El
redactor se ha complacido en el desarrollo.
El discurso de los Gabaonitas (vv. 9-13) recuerda
las palabras de Rahab a los espías de Josué en 2,9-
13 y debe entenderse de la misma manera (p. 80):
rehace, en lenguaje deuteronómico, una escena de la
que la tradición no habría sabido conservar el deta­
lle. Al término de lo cual, una comida compartida,
una alianza de paz y un juramento sellan el acuerdo
de los Israelitas y de los Gabaonitas. Se advertirá
el carácter absoluto del juramento. Por haberlo vio­
lado merecerá Saúl el terribe castigo cumplido en su
descendencia (2 Sm 21,1-6).
La segunda parte del relato (vv. 16-27), con la
expresión «príncipes de la comunidad», característi­
ca de la literatura sacerdotal (Ex 16,22; 34,31; Nm
4,34; 32,2) y con la mención expresa del templo de
Jerusalén (vv. 23,27) 28, parece ser un desarrollo de
«somos tus servidores» del v. 11. No es extraño, por
otra parte, que los de Quiryat-Yearim o «Villa-de­
los-bosques» sean empleados como «hendedores de
madera» y que los descendientes de los hombres que
habían cavado en Gabaón un doble túnel con una
bajada de 93 peldaños, vaciando la roca en decenas
de metros, para alcanzar una fuente, así como la
enorme cisterna cilíndrica de 79 peldaños para al­
canzar otra fuente a veinticinco metros de profundi­
dad, se hubieran especializado como «aguadores».
Quiryat-Yearim albergará el arca de la Alianza

28 La expresión "en el lugar que Yavé elegiría" no parece dejar


lugar a dudas (cf. Dt. 12,5, etc.): se trata de Jerusalén y no de Gabaón.
138 LAS ACCIONES MEMORABLES

antes de que ocupe su sitio en Jerusalén (1 Sm 6,21 ;


7,1-2; 2 Sm 6,1-2), lo que significa unas relaciones
particularmente felices con la confederación gabao­
nita. Más tarde, Salomón eligió el alto lugar de Ga­
baón para rezar allí y celebrar sacrificios (1 Re 3,14-
15) 29• Así se comprende que los Gabaonitas, cuyo
origen con todo no se olvidaba (2 Sm 21,2), hayan
visto que se les atribuían funciones entre los servi­
cios religiosos y dentro del recinto sagrado del templo
de Jerusalén.

Se ve hasta qué punto el problema del «extran­


jero», del ger, ha obsesionado el pensamiento de Is­
rael a lo largo de los siglos y especialmente en la
época decisiva del final del reino y del nacimiento
de la comunidad judía. La historia de los Gabaonitas
tiene el mismo significado que la de Rahab y es tam­
bién, por eso mismo, profética. El pueblo de Dios no
se ha podido considerar como cerrado ni en los orí­
genes de su formación, ni más tarde. A lo largo de
toda su historia, con unas distinciones que tenderán
a borrarse, hombres de tronco étnico diferente han
venido a agregarse a él, preludiando así el universa­
lismo de la salvación anunciada por los profetas y
proclamada por el Evangelio. La Iglesia se abre a
los Gabaonitas de todos los tiempos ...
¡ Incluso en el caso de que éstos lleguen a entrar
en ella por astucia ! En efecto, la historia de J os 9 se
sitúa entre la historia de las astucias de Jacob, el
«suplantador» (Gn 25-30) y la parábola del «mayor­
domo sagaz» (Le 16,1-9). No es que se reconozca a
29 Sin duda que por haber sido los auxiliares del culto en este
santuario por primera vez reconocido oficialmente como legítimo en el
comienzo de la época monárquica, los Gabaonitas fueron en seguida
agregados a los oficios secundarios del templo de Jerusalén.
GABAÓN: ÉXITO EN EL SUR 139

la mentira como una acción buena y un procedi­


miento legítimo o recomendable. Pero queda en pie
que la inteligencia y el valor de una acción bien diri­
gida son preferibles a la inercia y a la necedad.

GABAON: EXITO EN EL SUR (cap. 10)

El autor sabe componer. Aprovechando la oca­


sión para recapitular los hechos relatados anterior­
mente, es decir las victorias de Hai, Jericó y Gabaón
(vv. 1-2), presenta ante todo un cuadro general de
la coalición a la que van a tener que enfrentarse los
Israelitas (vv. 3-5).
Cinco ciudades se coaligan contra Gabaón, cul­
pable a sus ojos de haber pactado con el invasor.
Jerusalén toma la iniciativa de las hostilidades. Se
halla así presentada, de un modo que simplifica por
supuesto su imagen, una situación más compleja pero
verdadera. Las minorías que formaban el mosaico
étnico que se llama Canaán se envidiaban, efectiva­
mente, y frecuentemente se pegaban entre sí. El asun­
to gabaonita es un ejemplo de ello.
Leído en voz alta, un pasaje como éste (vv. 1-5)
no carece de solemnidad. Recuerda, por el tono, la
primera parte del capítulo 14 del Génesis 30• Tono de
grandeza épica, que viene muy bien a los anales de
un pasado que se ha hecho querido y glorioso.

Introducido de esta manera, el relato de la ba­


talla de J osué y de sus hombres contra los asaltantes
de Gabaón no es aún más que el de un ataque-sor-
3
° Capítulo que los exegetas no hacen depender habitualmente de
una de las "fuentes" tradicionales del Pentateuco.
140 LAS ACCIONES MEMORABLES

presa, una incursión precipitada (v. 9), que termi­


nará, como según costumbre, por el retorno a la pru­
dente posición de las orillas del Jordán (v. 15).
Pero fue un resultado tal que no se podía me­
nos de reconocer en él la intervención de Yavé. El
escritor lo significa por unas expresiones directas :
vv. 8 y 10. Este último verso sería misterioso si no
se supiera que el «miedo» o el «terror» los infunde
Yavé por medio de condiciones naturales que él pro­
voca, dirige y emplea. El mismo lenguaje encontra­
mos en Ex 14,24; 23,27; Dt 2,25; 11,25; Jue 4,15.
Unos textos particularmente esclarecedores se leen
en Sal 18,14-15 y 14,5-6, donde el pánico causado por
Yavé se debe a una tempestad.
El v. 11 es pues como una explicación del v. 10 :
la intervención de Yavé se identifica con una tem­
pestad con importante caída de granizo. Se piensa
en Ex 9,18. Hay que citar también Is 30,30, donde
«majestad de la voz de Yavé, descenso de su brazo,
ardor de su cólera, llama de fuego devorador, agua­
cero y piedras de granizo» son otras tantas expresio­
nes sinónimas (véase igualmente Is 29,6). En Job
38,22-23, la tempestad está entre las armas con las
que Yavé se bate contra el enemigo. Finalmente se
encontrará un paralelismo sorprendente en 1 Sm 7,10,
donde el relato de la derrota de los Filisteos, en tér­
minos y circunstancias semejantes, es tan lacónico
como el relato de la batalla de Gabaón 31•
La victoria pues ha sido obtenida a favor de una
terrible tormenta, cuya oportunidad y violencia te­
nían visos de milagro. Dios ha puesto al servicio de

31 Sobre el tema de Yavé manifestándose en la tempestad, cf.


Sal 18,8-16; 29; Hab 3,8-15; véanse las citas y el comentario en S.S.,
pgs. 84-85, 205, 253.
GABAÓN; ÉXITO EN EL SUR 141

su pueblo los elementos desencadenados de la Natu­


raleza, como instrumentos de su acción. Así, de una
manera tan brillante como rápida, sin narrar sus pe­
ripecias, sino proclamando su fe, el escritor anuncia
la victoria de su pueblo que es la victoria de su Dios.
Y para terminar esta evocación, le es suficiente esti­
lizar, en términos hiperbólicos, la completa derrota
de los enemigos perseguidos en dirección sur (v. 11).
No sabemos más acerca de la batalla de Gabaón ..
Pero la tradición ha guardado un recuerdo me­
morable de esta victoria en circunstancias milagro­
sas. Se la ha cantado de diversas maneras. Y el libro
de J osué ha conservado de ella un testimonio distinto
del que acabamos de leer.
Se trata de un fragmento de poema que celebraba
la batalla de Gabaón en un módulo lírico. Ha sido
extraído de una colección de cantos nacionales, no
conservado, pero igualmente citado en 2 Sm 1,18.
Este pasaje de los vv. 12-14 es pues una repetición,
en estilo totalmente diferente, de lo que se ha rela­
tado en los vv. 7-11. El poema viene a doblar la na­
rración ; el escritor no ha querido privar a su obra
de estas dos formas bajo las cuales le ha llegado a él
la misma tradición. Así ocurre también con el cán­
tico de Ex 15,1-9 con relación al relato de Ex 14,21-
30 ; lo mismo que para el canto de Débora en J ue 5,
con lo referido en el capítulo anterior 32•
En estas condiciones, no se ve la utilidad incluso
muy bien fundamentada de explicaciones «científi­
cas» que, deteniéndose en la materialidad de las pa-

32 Se podría confrontar también el cuadro de la creación, en prosa,


de Gn 1, con sus expresiones poéticas como las de Am 9,6; Is 27,1;
Job 9,5.13; 26,7-14; Sal 104.
142 LAS ACCIONES MEMORABLES

labras del poema, sin mirar precisamente a su forma


literaria, parecen ignorar el alcance de estos térmi­
nos, su sentido manifiesto, que es metafórico e hiper­
bólico. Así se ha querido encontrar en la Naturaleza
anomalías y prodigios comparables al que se imagi­
naba que se describía en Jos 10,12-14. Y no se tra­
taría ya de una tormenta, por muy fuerte que fuera,
tal como la sugería el relato anterior. Se ha pensado,
por ejemplo, en una desviación excepcional de los
rayos solares, en una precipitación de meteoros, en
bólidos astrales que producían una luminosidad anor­
mal, etc. Y, por supuesto, se ha ido a buscar en la
historia general testimonios que atestiguaran la exis­
tencia de fenómenos de este tipo, que pudieran hacer
por eso mismo aceptable o verosímil el «milagro».
Imaginaciones eruditas y extraviadas 33•
En efecto, cuando no se toma la precaución ele­
mental de preguntarse de qué clase de texto, de qué
género literario se está tratando, se pierde mucho
tiempo y se anda descaminado. Debería ser suficien­
te el buen sentido 34• Por lo demás, en la Biblia como
en cualquier otra literatura, no faltan pasajes en los
que se habla del sol, de la luna y de los demás astros
en términos poéticos, que a nadie se le ocurriría tras­
ladar al lenguaje de la física 35

33 Se encontrará una exposición de las diversas hipótesis "cientí­


ficas", y un buen enfoque y valoración, en el artículo de G. LAMBERT,
/osué a la bataille de Gabaon, en la Nouvelle Revue Théologique,
1954, pgs. 374-391.
34 ¿Hace falta recordar una vez más-sin duda nunca será exce­
sivo-uno de los principios fundamentales para entender cualquier es­
crito? Véase el pasaje de la Divino Afflante Spiritu; citado en P. D.,
pg. 358; véase ibid., pgs. 443-449 y, para la poesía, las pgs. 94-98.
35
Un paralelo admirable, aunque con circunstancias diferentes,
se lee en Homero: Odiseo y Penelopea se encuentran, después de su
separación tan larga. La noche está llegando a su fin. "Llorando los
hallara la Aurora de rosáceos dedos, si Atenea la deidad de ojos de
GABAÓN: ÉXITO EN EL SUR 143

El poema se presenta como una invocación o una


conjuración: ¡ ojalá podamos, parece decir J osué,
tener tiempo de consumar la victoria ! Es posible
preguntarse, con Van Hoonacker 36, si en las famosas
palabras: «el sol se detuvo y la luna se quedó inmó­
vil», está en juego el movimiento de esos astros, o,
al contrario, su actividad, su resplandor. Es posible,
efectivamente, traducir y entender: dejaron, no de
avanzar, sino de brillar, cesaron de iluminar. Dicho
de otra manera, según esta traducción, el obscureci­
miento debido al amontonamiento de nubes en el
curso de la gran tormenta habría procurado a J osué,
no una claridad duradera, con la que él nada tenía
que hacer, sino unas tinieblas que favorecían su ope­
ración-sorpresa y le ayudaban a llevar a cabo la
derrota de los enemigos aterrorizados por la catás­
trofe atmosférica. Y porque habría sido no día sino
noche de una manera bastante prolongada, por eso
el poema canta la feliz coyuntura que duró «casi un
día entero».
Si fuera así, se puede entender que se trata de la
«parada» de la luna tanto como de la «parada» del
sol. El astro de la noche habría permanecido cubier­
to, como el astro del día. Y habría sido necesario
esperar al día siguiente por la mañana para que con
la reaparición del sol apareciese completa la victoria
de los Israelitas.
En el admirable poema que termina el libro de

lechuza, no hubiese ordenado otra cosa: alargó la noche, cuando ya


tocaba a su término, y detuvo en el Océano a la Aurora de áureo trono,
no permitiéndole uncir los caballos de pies ligeros que traen la luz
a los hombres, Lampo y Faetonte, que son los corceles que conducen
a la Aurora" (Odisea, XXIII, traducción de L. Segalá, Madrid, 1951,
pg. 244).
36 Cf. J. CoPPENS, Le chanoine Albin van Hoonacker, Duculot,
1935, pgs. 30-32.
144 LAS ACCIONES MEMORABLES

Habacuc, se expresa de una manera parecida 37 la


misma cesación de la luz del sol y de la luna en el
curso de una tempestad. El oscurecimiento anormal
de los astros es por otra parte un verdadero tema en
la literatura profética: Am 5,8; 8,9; Sof 1,15; Jer
4,23; Ez 32,4-8; Is 13,13; Jl 2,10; 3,3-4; 4,15. El
Nuevo Testamento repetirá este tema: Me 13,24-25;
Mt 24,29; Ap 8,12. Este último texto evoca la historia
de las «tinieblas de Egipto», la novena «plaga», de
Ex 10,21-23; en este pasaje del libro del Exodo se
dice que el fenómeno aflige a los Egipcios y no a los
Israelitas, como en la batalla de Gabaón las «piedras
de granizo» aplastan sólo a los Gabaonitas.
La traducción sugerida parece pues dar mejor el
sentido tanto del fragmento poético como del relato 38,
aunque haya necesidad de evitar ciertamente poner­
los en relación directa puesto que son dos trozos lite­
rariamente independientes. El «milagro», evidente­
mente, sería menos sensacional que la famosísima
suspensión de la marcha de los astros; pero que se
hubieran prolongado las tinieblas para permitir a
Josué y a sus hombres una victoria decisiva podía
ser también muy memorable.
Ciertamente, tal explicación tiene en su contra
la interpretación corriente, si no espontánea, del tex­
to. Puede ser también demasiado ingeniosa, o dema­
siado simple. En todo caso, no habría que darla como
cierta ni detenerse en ella o hacer de la misma una
condición para la inteligencia del pasaje bíblico. La
explicación no se impone ni es tan siquiera necesa-

37 Beles 46,4-6 podría explicarse lo mismo, manteniendo entera­


mente el carácter milagroso del acontecimiento.
38 Y no es sospechosa de "concordismo"; es decir, de un arreglo
para armonizar la historia bíblica y la historia natural, puesto que
es solamente una explicación del texto mismo.
GABAÓN! ÉXITO EN EL SUR 145

ria; incluso, si se insiste en ella, tiene el peligro de


hacer que se desvíe la atención con relación al ver­
dadero alcance del texto. El estilo poético, nunca se
dirá bastante, de este fragmento lírico exige una in­
terpretación ante todo literaria y no autoriza, en ma­
nera alguna, a hallar ahí una descripción literal de
un fenómeno de orden físico.
En definitiva, el poema tiene el mismo sentido
que el relato en prosa, y lo expresa claramente como
conclusión: ¡la victoria viene de Dios, porque «Yavé
ha combatido por Israel» !
Los vv. 16-27 se presentan como una continua­
ción de la historia de la batalla de Gabaón. Sin em­
bargo, el nexo es bastante artificial: el v. 15 llevaba
a «J osué y a todo Israel» a Guilgal, lo que significa
que el asunto está terminado. El v. 20, por otra par­
te, deja suponer que la historia no sucede en un solo
día, no obstante la expresión del v. 28, «aquel mismo
día», que no quiere decir necesariamente que los he­
chos relatados haya que incluirlos en la misma jor­
nada. Este v. 28 no es por lo demás, como se va a
notar en seguida, más que una repetición parcial y
esquemática del relato de los vv. 16-27. En este pa­
saje parecen pues unirse unos restos de tradiciones
no perfectamente coherentes.
De no ser el desenlace siniestro, la historia de los
«cinco reyes», los mismos de la coalición contra Ga­
baón, en los vv. 3 y 5, tiene algo de cómico. El hecho
de que estos personajes formen una pequeña banda
que se puede esconder en una gruta indica el carác­
ter y da la medida de su «reino». El relato está, por
supuesto, muy simplificado y tiene un tinte épico. Se
puede observar, además, que el rey de Hebrón, que
debía estar muerto al término de este relato, se en-
EL DON DE UNA CONQUISTA.-10
146 LAS ACCIONES MEMORABLES

contrará de nuevo - ¡para darle todavía muerte!­


en los vv. 36-37 (parece fantástico imaginar que se
trata de otro, de su hijo ... ).
Estas tradiciones populares, no armonizadas, este
lenguaje simplificador y poco preciso, estos textos
que no son verdaderamente historia, no traicionan
sin embargo la historia. Una pintoresca revelación
sobre la situación exacta y la modestia de los resul­
tados de una gran victoria se lee en el v. 20 : exter­
minación de todos ... a excepción de los que han con­
seguido escapar o mantenerse al abrigo de sus «ciu­
dades fortificadas». Dado que se sabe por lo que
sigue (y que mostrará bien el libro de los Jueces), el
perpetuo e inevitable repliegue sobre Guilgal que el
redactor no teme recordar, este inciso del v. 20 es
la honestidad misma y ayuda a representarse los
acontecimientos en su realidad.
El escenario del v. 24 responde a una costumbre
del antiguo Oriente; los reyes asirios se han hecho
representar, sobre los relieves esculpidos que recuer­
dan sus triunfos, con el pie colocado sobre el cuello
de sus vencidos; gesto simbólico evocado por el Sal
110,1 (cf. también Dt 33,29; Is 51,23; Sal 66,12). No
le falta al redactor el colocar una pequeña exhorta­
ción muy característica de su manera, totalmente
deuteronómica, en el v. 25 (compárese Jos 1,6.7.9;
8,1; cf. p. 126). La ejecución ejemplar de los jefes es
una táctica de guerra para impresionar la imagina­
ción y fortalecer la valentía de los vencedores. El
relato termina como 8,29 con el mismo cuidado deu­
teronómico {cf. p. 127). Y las «gruesas piedras» del
v. 27 dan aún al relato el carácter explicativo de un
vestigio que conocía una tradición posterior.

La construcción literaria del conjunto formado


GABAÓN; ÉXITO EN EL SUR 147

por los vv. 28-43 merece ser destacada: seis estrofas


compuestas, casi sin variantes, con unas mismas
fórmulas, seguidas de una séptima estrofa que es
una especie de recapitulación (vv. 40-42). Salvo la
primera (v. 28), todas comienzan por un verbo (el
mismo para la 2.8, la 3.ª y la 4.ª estrofa: «y pasó»),
que tiene como sujeto: «Josué y todo Israel». Cada
una evoca el ataque de una ciudad, la victoria de los
Israelitas y la exterminación de todos los habitantes.
La repetición de estas fórmulas estereotipadas ab­
solutamente generales, sin precisión, sin detalles, sin
reservas ni matices, es evidente que no es propia de
un género histórico propiamente dicho. Se trata de
estrofas de una epopeya rudimentaria en prosa que
quiere celebrar la empresa israelita (que realmente
se concluyó al cabo de dos siglos) en la región sur
de los montes de Judá y en las orillas meridionales
de la planicie que baja al mar. No es un informe de
las campañas militares precisas realizadas por Jo­
sué y sus hombres. Es la visión de conjunto, esque­
matizada, de una conquista ahora exacta y cuyos
primeros hechos importantes se remontan, en reali­
dad, a Josué y sus hombres.
Ya hemos observado lo que se refiere al rey de
Hebrón, cuando se compara el v. 37 y los vv. 23-26.
Hay que notar que Hebrón será aún conquistada
en 14, 13 y 15, 13-14, lo mismo que Debír (v. 39) en
15,15. De manera parecida, los habitantes de Guézer,
todos aniquilados según el v. 33, subsisten y han re­
sistido perfectamente a los Israelitas según 16, 10.
La estrofa final, que recibirá sus correcciones o,
más bien, su exacta inteligencia con la continuación
del libro y en el prólogo del libro de los Jueces, así
como en la historia de los siglos x11-x1, es una de
esas visiones más generalizadoras a las que estamos
148 LAS ACCIONES MEMORABLES

muy acostumbrados. La región sobrevolada de esa


manera es la montaña de J udá, la Séfela o llanura
costera meridional, y la estepa desértica que, más
allá de Cadés, se prolonga por los desiertos de la
península del Sinaí. Los vv. 40-42 son una hilera de
hipérboles («todo» ... «todos»... ) que culminan en el
último versículo.
De todo este conjunto, de esta sucesión ininte­
rrumpida de victorias fulminantes, coronadas por un
resumen triunfal, hay que decir que, sobre un fondo
de recuerdos que tienen relación con las antiguas
penetraciones de los Israelitas en el sur de Palestina,
se ha compuesto una especie de canto épico en prosa,
cuyo propósito esencial era ilustrar esta verdad que
es como un artículo del credo israelita: «Yavé com­
batía por Israel» (v. 42).
El v. 43 es como la pequeña punta que hace re­
ventar un balón ; éste, el cap. 1O, no había dejado
de crecer con los éxitos alcanzados por valerosos ex­
ploradores. Su última línea lo conduce a las medidas
de la historia. Sin embargo, a pesar de este breve y
brusco retorno al realismo de la situación, la impre­
sión que queda es la que el autor ha querido: un
día, todo este país, que probaba a los hombres de
Josué, llegaría a pertenecer a sus descendientes; Ya­
vé, apoyando su conquista, ya se lo había dado.

INCURSIONES EN EL NORTE (cap. 11)


Hay un cierto paralelismo entre el cap. 10 y el
capítulo 11; éste, sin embargo, da más muestras to­
davía de generalizaciones imprecisas. Lo mismo que
INCURSIONES EN EL NORTE 149

10,1-6 introducía el relato de la batalla de Gabaón,


11,1-6 introduce el relato de la batalla de las Aguas­
de-Merom; es también un cuadro esquemático, en­
fático e hiperbólico. Y del mismo modo que la coali­
ción del sur había tenido como instigador al rey de
Jerusalén, ciudad la más importante de su región, la
iniciativa de una nueva coalición viene del rey de
la ciudad más poderosa de la región norte (v. 10).
Hasor se hallaba cerca del lago Hula; Madon
estaba sobre las cumbres que dominan el lago de
Genesaret en el oeste; Simrom se localiza en el oeste
de Nazaret; Aksaf estaría en la llanura costera cerca
de Acre. Las designaciones del v. 2 son más desvaí­
das; Kinarot es Kinneret en la orilla noroeste del
lago de Genesaret; Dor está sobre el litoral del Medi­
terráneo, al sur del Carmelo. El v. 3, hecho todo él
de generalizaciones, reproduce una enumeración co­
nocida (cf. 3,10; 9,1). Aun cuando pertenecen a Pa­
lestina septentrional y más especialmente a Galilea.
El v. 4, tan resuelta e ingenuamente hiperbólico,
no deja de contener un rasgo de historia precisa : es
cierto que los Cananeos se servían de caballos y de
carros y que los Israelitas no los tuvieron hasta mu­
cho más tarde, es decir hasta Salomón. Esto explica,
por una parte, que si los habitantes de Palestina no
supieron utilizar, por una resistencia sistemática y
federal, la fuerza de su número y la antigüedad de
su instalación en el país contra los invasores, pudie­
ron al menos defenderse en las regiones bajas, en
campo despejado, donde los carros, con sus rápidos
tiradores de arco y de dardo, se mostraban altamente
superiores a los grupos de soldados de a pie. Por
otra parte, se comprende igualmente que los Israeli­
tas, decididos y arrojados, probados y experimenta­
dos en las guerrillas, el asalto-relámpago y la astucia,
150 LAS ACCIONES MEMORABLES

hayan conseguido generalmente sus éxitos en los gol­


pes dados en las regiones montañosas.
Las Aguas-de-Merom son una localidad de la
Alta Galilea, al oeste de Safed, en la montaña. En
virtud de una visión idealista se pueden representar
allí reunidas todas las tropas enumeradas anterior­
mente. En cuanto al v. 6, es una de esas trasposicio­
nes que llamamos teológicas, tan frecuentes en toda
la Biblia, que consiste en expresar en un discurso
previo y como orden de Dios los acontecimientos que
van a narrarse.
El golpe de las Aguas-de-Merom es un buen ejem­
plo de esta pequeña guerra que se hicieron Cananeos
e Israelitas en el tiempo de la penetración de éstos
en Palestina. Ataque de improviso, como en Gabaón
en 10,9 y en muchos otros casos, seguido de perse­
cuciones al oeste y al este, que el escritor no tiene
miedo a prolongar lejos. El material del ejército ene­
migo es aniquilado.
Desde ahí pasa el narrador a mencionar la toma
de Hasor. De hecho, éste debe ser el acontecimiento
más importante, desde el punto de vista de la histo­
ria, de todos los que se relatan en el libro de Josué.
El sitio ocupado en otro tiempo por Hasor, Tell
el Qedah, se halla a quince kilómetros al norte del
lago de Genesaret, a ocho kilómetros al suroeste del
lago Hula, al pie de las pendientes orientales de los
montes de la Alta Galilea. Sobre la principal vía en­
tre Egipto, Siria y Mesopotamia 39

39
Una serie de excavaciones importantes y particularmente revela­
doras ha sido efectuada bajo la dirección de Y. YADIN todos los años
desde 1955. Las primeras relaciones, hechas por este mismo arqueólogo
INCURSIONES EN EL NORTE 151

La primera ocupación de este lugar se remonta


alrededor del 2700. En la mitad del II milenio, era
una gran ciudad cananea, que podía contar hasta
30.000 ó 40.000 habitantes, y una magnífica ciudadela
fortificada, armada con un campamento atrincherado
bastante excepcional, notablemente protegido.
Rasgos indudables de saqueo y de incendio dan
testimonio de su destrucción a finales del siglo XIII.
No hay casi duda : se trata de la toma de esta ciu­
dad por J osué y sus hombres.
No habría que minimizar la importancia de esta
victoria. Hay que creer, incluso, que los Israelitas
que la atacaron no eran ya esas pequeñas bandas
que tan difícilmente alcanzaban éxito ante Hai. Ha
transcurrido tiempo, la confederación israelita se ha
convertido en una realidad y ha tomado conciencia
de sus fuerzas y las ha organizado.
Sin embargo, por brillante que haya sido, esta
victoria parece no haber sido más que un golpe de
brillo sin más consecuencia que el efecto producido.
No existe informe alguno sobre una ocupación anti­
gua de Galilea por los Israelitas. Por otra parte, un
rey Jabin de Hasor, el mismo que aparece en J os
11, 1 u otro, se encontrará, para ser vencido también,
en presencia de los Israelitas coaligados, en J ue 4-5.

israelita se encontrarán en Bible et Terre Saint, números 6 (diciembre


1957), 16 (enero 1959), 20 (mayo 1959). Antes de estas excavaciones,
el sitio era casi desconocido. La excavaciones han permitido no sola­
mente conocer la vida civil y religiosa de una de las ciudades más im­
portantes del mundo cananeo, sino establecer un asombroso paralelo
con la historia bíblica. Después de su destrucción hacia el 1200, Hasor,
ocupada de nuevo poco a poco en el curso de la historia israelita, se
volverá a convertir en una gran ciudad y sus murallas serán recons­
truídas en tiempo de Salomón (1 Re 9,15); pero será destruida de
nuevo, y esta vez para siempre, cuando la invasión de Tiglat-Peleser
III en el 732 (2 Re 15,29).
152 LAS ACCIONES MEMORABLES

Una bella generalización terminaba el cap. 10. He


aquí nuevamente los términos, con un desarrollo de
estilo deuteronómico, que resumen toda la conquista
de Palestina por Israel a partir de Josué: vv. 16-17.
Que esta conquista, que se ha hecho tanto por in­
filtración pacífica como por operaciones guerreras,
haya sido lenta, lo testifica lealmente el v. 18. Tene­
mos derecho a traducir «estos largos días» por un
siglo o dos. El libro de Josué, en su óptica y según
su fin, no retiene más que la historia guerrera (v. 19).
Y de la resistencia -¡ legítima !- de los Cananeos
al invasor, da una explicación «teológica» (v. 20),
poco satisfactoria, ciertamente, para el historiador, si
no para el moralista, pero válida como lección en el
tiempo de los lectores del libro 'º. Esta explicación es
de las que los autores bíblicos buscarán siempre para
dar cuenta del tiempo considerable que habrá sido
necesario a los Israelitas para imponerse en Canaán.
En este sentido se puede ver Gn 15,16; Ex 23,29-30;
y sobre todo J ue 2,20-23; 3,1-6.
El final del cap. 11 nos lleva al sur de Palestina.
Se trata de los famosos Anaqim, o hijos de Anaq,
que han llegado a ser legendarios por razón de su
alta talla: Nm 13,28.33; Dt 1,28; 2,10-11.21; 9,2. La
expresión «toda la montaña de J udá y toda la mon­
taña de Israel», en el v. 22, es con toda evidencia
propia de la literatura de la época monárquica, des­
pués de la escisión que siguió a la muerte de Salo­
món. En cuanto a la formulación del v. 23, «no que­
dó más de él, quedó todavía», no es solamente una
necesidad del idioma hebreo y de su indigencia en

4 ° Cf. pgs. 66-67. Acerca del "endurecimiento del corazón", sobre


todo por Yavé, véase S.S., pg. 95.
BALANCE DE LA CONQUISTA 153

medios de expresiones matizadas; corresponde tam­


bién a la tendencia del escritor a la exageración al
mismo tiempo que a su honestidad de autor de ana­
les. Veremos que habrá todavía necesidad de pre­
ocuparse de estos poderosos Anaqim de la región de
Hebrón y de la Sefela: 14,12-15; 15,14.
El v. 22 se propone como una verdadera conclu­
sión de la primera parte del libro. No se la sabría
desear más serena y más segura. La conquista está
considerada como completa. Y aparece como el cum­
plimiento de la palabra misma de Dios a Moisés; es
decir, que está en conformidad con las promesas
contenidas en la Torah que se leía al mismo tiempo
que el libro de Josué.
La segunda mitad del versículo anuncia la dis­
tribución del territorio, cuya descripción va a ocupar
la segunda parte del libro. Así se ve que el cap. 12
no estaba previsto en una inicial composición de
éste, y ha sido sobreañadido. En cuanto a la última
fórmula, que terminará también el cap. 14, y que
será repetida por el redactor del libro de los Jueces
(Jue 3,11.30; 5,31; 8,28), termina verdaderamente
esta sección en la que la historia contada era princi­
palmente la de los combates.

BALANCE DE LA CONQUISTA (cap. 12)


El lector ha tenido ya muchos balances, resúme­
nes, visiones retrospectivas y generales acerca de la
conquista. El corto cap. 12, que no consta más que
de estas especies de repeticiones, no le enseñará pues
gran cosa. Es de un redactor cuidadoso de insistir
para asegurar las convicciones.
154 LAS ACCIONES MEMORABLES

Desde el comienzo del libro se nos ha recordado


la ocupación, ciertamente pacífica, de las regiones de
la Transjordania: 1,12-15. Y ya hemos observado
que la literatura deuteronómica vuelve muy frecuen­
temente sobre esta historia, lo que tiene visos de ser
al fin y al cabo una reclamación, la afirmación de
un derecho que en el futuro fue más o menos discu­
tido y sin duda muchas veces a lo largo de la historia
israelita. Conviene poner este pasaje en relación con
Dt 1,4-5; 2,16-37; 3,1-17; 26,6-7; Nm 32,1-42. Todos
estos textos son dependientes entre sí y unos son co­
pia de los otros.
La geografía de la parte de allá del Jordán está
bien hecha; los dos territorios tienen por frontera
común el Yaboq. Og de Basán está vinculado a los
fabulosos Refaím. La palabra re/aím designa, en la
literatura bíblica posterior al destierro, los muertos
que bajan al seol, las «sombras» o «manes» de los
difuntos (Is 14,9; 26,14; Job 26,5). Pero esta palabra
ha tenido primeramente otro uso: se llama frecuen­
temente en la Biblia Refaím a los hombres de la épo­
ca presemítica, incluso prehistórica, cuyo recuerdo
se ha convertido en legendario y fantástico, a la ma­
nera de los Anaqim ya encontrados en el capítulo
anterior y de otros pueblos o tribus llamados Emim,
Zamzoummim, Zouzim, Nefilim. Una evocación pin­
toresca puede leerse en Dt 2,11-12.20-21 ; 3,11 41•

41 "Los Refaím son unos fantasmas gratificados de nombres des­


criptivos según las regiones: espantapájaros (émim), zumbadores (zam­
zoummim), resbaladizos (zouzim), gigantes de cuello largo (anaquim),
simple creación popular para explicar el origen de los monumentos
megalíticos: dólmenes, cromlechs, jaras de piedras bastas, cuya pre­
sencia intrigaba a los recién venidos... La residencia bíblica de los
Refaím coincide con las regiones más ricas en construcciones llama­
das ciclópeas... Si en el oeste del Jordán el megalitismo menos desarro­
llado parece estar en proporción con la rareza de los gigantes, su exten­
sión según las exploraciones recientes encaja armónicamente con la ob-
BALANCE DE LA CONQUISTA 15S

La distribución de los territorios de la Transjor­


dania a las tribus israelitas de Rubén, Gad y Mana­
sés (v. 6) se describirá en el cap. 13.
La segunda parte del cap. 12 enumera las vic­
torias de J osué y de Israel en Cisjordania, es decir
en Palestina propiamente dicha. En primer lugar,
una visión de conjunto, en los vv. 7-8; casi una
repetición: cf. 9,1; 10,40; 11,11-17.23.
Sigue la lista triunfal de los vv. 9-24, enumeración
tan monda y lironda como un acta notarial, y su
total tan seco y tan altisonante como un golpe de
trompeta: ¡treinta y un reyes! El mismo Alejandro
Magno ¿ha vencido a tantos reyes? Lo que ya he­
mos leído nos permite tomar las medidas del «reino»,
de estos vencidos y de sus territorios. La observación
general de 13,1, por otra parte, y las notas o precisio­
nes que se darán en los capítulos siguientes, ayuda­
rán aún a hacerse una idea realista de la situación.
Estos «reyes» 42 son jefes de clan o de aldea, de
un principado local que tiene algunas hectáreas de
terreno. Un buen número de entre ellos, se ha visto,
tendrá todavía que ser vencido y sometido. Las in-

servac1on de Jos 11,21 y 17,1S. Las inmediaciones de Hebrón y de


Beit-Gibrin, Judea en el norte y en el este, Samaría, noroeste del lago
de Genesaret, Alta Galilea, conservan dólmenes y monumentos de pie­
dras brutas que han escapado a la destrucción. No se puede negar lo
bien fundado de tal consideración porque, a los ojos del vulgo, el me­
galitismo atestigua una actividad y una fuerza sobrehumanas y los cons­
tructores pasan fácilmente a la categoría de gigantes, convertidos en
genios malignos y bienhechores, incluso cuando viven la vida dismi­
nuída de ultratumba. Cualquiera que sea la relación real existente
entre las construcciones de piedras brutas y las poblaciones que se
dicen autónomas, es de creer que son las tribus de la edad de piedra
encontradas por las invasiones semíticas las que la Biblia mira bajo
el nombre de Refaím". (F. M. ABEL, Géographie de la Palestine, I,
Gabalda, 1939, pgs. 328-329).
42 Se podría comparar los reges de la historia arcaica de Roma.
156 LAS ACCIONES MEMORABLES

cursiones de Josué, por victoriosas que hayan sido,


no han tenido generalmente por resultado principal­
mente una toma de posesión de territorios. A la «dis­
tribución» evocada en el v. 7 y que van a describir
largamente los cap. 13-19, corresponde una historia
mucho más larga, que se prolongará hasta la época
del reinado israelita.

Puesto que el mismo libro de Josué nos obliga


a ello, hay que repetirlo: todas estas listas de victo­
rias son la expresión del derecho que los Israelitas
se han reconocido sobre Palestina en virtud de una
penetración y de una instalación comenzada en tiem­
po de J osué. Desdeñando las peripecias y las varias
modalidades de esta historia, y ciñéndola a uno
de esos esquemas que se permite todo historiador 43, el
escritor acorta las perspectivas, bloquea todo en un
tiempo, idealiza. Y no hay que atacar ni defender
su competencia de historiador; él escribe según un
género, según una manera que un poco de atención
no tarda en descubrir; a condición de no oponerle
una visión de los hechos más simplista que la suya,
sin apoyo en la documentación real de la historia, y
de no estar embarazado por una «historia de J osué»
imaginada a partir de una lectura prematura, inexac­
ta y superficial, tan infiel al libro bíblico como a las
otras fuentes de información histórica.
Con el correr del tiempo, a la luz de los aconte­
cimientos que han sobrevenido a continuación y tam­
bién en consideración de una situación todavía muy
alejada de aquella que se soñaba 44, la conquista de

43
En la mayor parte de sus obras y sobre todo en los "manuales"
de historia.
44 Lo que se sueña es el "Reino de David", el logro ideal que
ya no se ha vuelto a ver nunca.
BALANCE DE LA CONQUISTA 157

Palestina ha aparecido como hecha por orden de


Yavé y con su asistencia. Los antiguos posesores, los
Cananeos, que «seguían a otros dioses», fueron mi­
rados, en esta óptica, como los enemigos de Yavé,
como el obstáculo a su designio de «darn la Tierra
santa -su tierra, Canaán-, a su pueblo Israel. La
lucha se convertia en una cruzada ; la penetración
en Palestina era un asunto de valor y de gracia. El
«anatema» era una acción sagrada y un deber es­
tricto.
Por último, si hemos comprendido bien esta pri­
mera parte del libro de Josué, que es la sección de
la Biblia en que tan frecuente y excepcionalmente
encuentra su ilustración esta ley del «anatema», pa­
rece que hemos resuelto también otro problema: el
del número de víctimas hechas en el curso de la con­
quista. No hay ninguna guerra que no las haya he­
cho. La historia de Palestina en los siglos XIII y XII,
lo mismo que antes de esta época y después de ella,
es la de luchas intestinas y resistencia a las invasio­
nes. La lucha entre Israel y Canaán es la de la his­
toria corriente, ni más ni menos. Dentro, sin em­
bargo, de las medidas que ya sabemos. Guerrillas de
maquis, incursiones de bandas armadas, tomas de
fortines y ciudadelas, pillajes y degüellos. Hay algu­
nos casos un poco más sensacionales o más importan­
tes, como la toma de Jericó y principalmente la de
Hasor. Pero lo más frecuentemente, no se trata más
que de una historia muy pequeña, en la cual los «mi­
llares» no son más que bandas casi siempre poco
numerosas. Y si hay que repudiar todas las guerras,
ésta como las otras, nadie se escandalizará más de
ésta que de las otras. De otra manera, no hay que
admitir ya ni los hombres, ni la historia.
158 LAS ACCIONES MEMORABLES

Si se puede uno expresar así, Yavé los admite.


Mejor: hace de ello la materia de una historia de la
que él es el dueño, y lleva adelante su designio de
salvación en las coyunturas del tiempo que está entre
sus manos. Israel es el pueblo que él ha elegido para
llegar ahí. Las acciones de Israel entran en su plan.
Y la conquista de Palestina, considerada a la luz de
los acontecimientos posteriores y en la fe que es la
del escritor bíblico y de su pueblo, se ha convertido
en historia sagrada.
Si uno se coloca fuera de esta fe y por consi­
guiente al margen de la perspectiva bíblica, desde el
punto de vista del historiador enteramente somero y,
si se quiere, del moralista, las acciones atribuidas a
Josué y a sus compañeros son acciones de hombres
parecidos al común de los hombres. Ni mejores ni
peores ; duros y saqueadores, sin duda, como todos
los invasores, pero también valientes. En realidad,
no debería haberse hecho ningún juicio de este tipo.
Y lo mismo con relación a los Cananeos, a los que, en
todo caso, no hay que hacerles culpables de haber
querido defender sus tierras, sus personas y su inde­
pendencia ; con ocasión de ello, no ha debido faltarles
ni el valor ni el coraje.
Pero, digámoslo una vez más, no es esa la manera
de ver del autor del libro de Josué. Su atención se
sitúa en otro nivel. Su enseñanza apoyada a la vez
sobre la historia y desprendida de ella, es de tipo
profético: cualquiera que haya sido el valor de los
hombres y de sus actos, la historia en la que han
estado mezclados ha sido conducida finalmente por
Dios para que su pueblo se establezca un día en el
«bello país» en el que podrían realizar la Alianza, la
Bendición, la Paz.
BALANCE DE LA CONQUISTA 159

No habría que olvidar, para terminar, que mu­


chas veces -y los casos han pasado en silencio, por­
que Israel no ha tenido hasta tal punto deseos de
contarlos- los Cananeos se han hecho aliados y
auxiliadores de Israel. También en esto, el escritor,
que nos ha informado de ello a su manera, es un pro­
feta.
CAPÍTULO TERCERO

LA DISTRIBUCION DEL TERRITORIO

EL DON DE UNA CONQUISTA,-11


UNA GEOGRAFIA PROFETICA

Páginas y páginas de nombres propios, enumera­


ciones y listas, interminables anotaciones topográfi­
cas, minuciosas descripciones de fronteras, centena­
res y centenares de nombres de ciudades y aldeas :
tal es el alimento que ofrecen los cap. 13-21 al lector
de la «sagrada escritura», al que escucha la «palabra
de Dios», al que tiene hambre y sed de pan y de la
bebida prometida en el « ¡ libro de la vida ! » Real­
mente, no se ve fácilmente el interés de «revelación»,
y de revelación «divina», de tales páginas.
Hay que leer cada texto según su propio género
literario. Y ya se sabe que la variedad de géneros
literarios dentro de la Biblia es extrema 1• Es distinta
una página que propone en fórmulas densas una rica
doctrina o que incita súbitamente al espíritu a una
meditación substancial y elevada. Es diferente una
historia cuya significación se capta a medida que se
va alcanzando la «cima» del relato. Ciertamente, es
distinta la frase sentenciosa o el estallido poético. Y

1 Cf. P.D., págs. 93-104: "Aspectos literarios de la Biblia"; la


sección de Jos 13-19 está señalada, pág. 99.
164 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

diferentes son también -sería imposible decirlo to­


do- esos conjuntos en prosa o incluso «prosaicos»,
más o menos amplios, en los cuales se acumulan los
detalles, y que retienen sin descanso la mirada que
no querría atascarse en ellos.
Indudablemente, este último caso es el de J os
13-21. Es también el caso de las largas descripciones
de Ex 25-31 y 35-40 Como lo es en la casi totalidad
2

del Levítico y en una gran parte del libro de los


Números El género llega sin duda a su colmo en
3

las extraordinarias listas de 1 Cr 1-9 y 23-28.


Es preciso por tanto abordar esta segunda parte
del libro de J osué de manera conveniente. Y ante
todo con una dosis suficiente de sabiduría y buen
sentido. Recorrer con la mirada ocho o diez páginas
no es tan largo. Recorrer con la mirada, decimos ;
porque si el respeto a la palabra de Dios pide no con­
tentarse con una lectura por encima, hay páginas
bíblicas como éstas, en las que el género literario
autoriza a no detenerse en ellas ; páginas que resulta
más interesante entender de una manera por decirlo
así panorámica.
Ciertamente, para el arqueólogo y el geógrafo de
Palestina, estas páginas tienen un interés totalmente
excepcional y son una mina de informaciones insus­
tituibles. Todos los especialistas (cuyos trabajos son
tan preciosos como ayuda para el estudio de la Bi­
blia) las aprecian mucho y las utilizan. Pero el que
lee la Biblia por sí misma, el que quiere entender en
ella el mensaje que Dios dirige en ese libro a su
2 Acerca de las cuales ha habido ocasión de reflexionar en S. S.•
págs. 375-404, particularmente págs. 376-380.
3 Su sentido se ha explicado rápidamente p or primera vez en
P.D., pg. 107, y en T.B., pgs. 234-239.
UNA GEOGRAFÍA PROFÉTICA 165

pueblo, debe tener otras preocupaciones. Busca me­


nos ser informado que enseñado. Quiere descubrir
la intención del autor bíblico, inspirado por Dios, y
sabe muy bien que no se le ha invitado a un curso
de geografía.
En primer lugar hay que colocar estos capítulos
dentro del gran contexto que es el libro de J osué
todo entero. Ahora bien, lo mismo que los relatos de
guerras, que ocupan los cap. 2-12, corresponden a
una visión de la historia que hemos podido calificar,
según la tradición bíblica, como profética, en el sen­
tido de que tiene una significación en el designio di­
vino de la salvación para aquellos para quienes está
propuesta, así las descripciones y las enumeraciones
topográficas que forman la segunda parte del libro
tienden a dar una visión de la Tierra santa, que es
también de carácter profético.

Esta Tierra, en la óptica del libro, es una realidad


religiosa. Esta Tierra «dada» y que hay que «con­
quistar» es para el pueblo de Dios una noción teoló­
gica y, como tal, objeto de revelación. No es que sea
solamente una noción. Y por eso precisamente tene­
mos los nombres de lugares, múltiples, reales, verifi­
cados, con su figura concreta, claramente -casi di­
ríamos crudamente- dibujada. El lector puede pa­
sear sus ojos sobre el terreno, seguir sus contornos,
ver las líneas y los grandes conjuntos.
Pero además de eso, y por encima de eso, el lec­
tor percibirá la dimensión profética de la «distribu­
ción» de los territorios a las tribus de Israel. Como
era de esperar, la descripción que de ello se da pro­
voca problemas históricos: esta división es la imagen
de una ocupación que se ha ido haciendo en muchas
etapas, y que se va a terminar o repetir en el mo-
166 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

mento en que se ha redactado el libro de J osué. En


este sentido, la segunda parte del libro es continua­
ción de la primera y ayuda a comprender la idea
que, en su meditación religiosa, se ha hecho Israel
de Palestina como lugar de cumplimiento de su des­
tino singular. Para los destinatarios de estas páginas
(estamos colocados todavía en la óptica deuteronó­
mica, pero ¿ cómo deshacernos de ella sin falsear la
inteligencia de la obra?), la «distribución» es más un
programa que una realidad pasada. Y ¿por qué no
iba a ser siempre un programa? La lectura de J os
13-21 puede descubrir así las intenciones de Dios
mismo, que propuso a su pueblo un lugar en el que
volvieran a encontrarle y a servirle, una tierra en la
que vivieran como hermanos y en una paz construc­
tiva, un reino que tiene como inspiración y como
meta la Alianza. Aunque no hay que abusar de esta
palabra y aunque el estilo habitual de estas páginas
apenas lo sugiere, se puede hablar de esta geografía
del libro de J osué como de un misterio, en sentido
profundo y teológico.
Con todo, el alcance de estos capítulos sólo apa­
recerá después de un examen y reflexión sobre los
textos mismos, una vez leídos y meditados de manera
conveniente. Será preciso considerar cada uno de los
diferentes trozos que componen esta «geografía pro­
fética», e intentar comprenderlos a medida que se
van viendo. Variarán las observaciones, como las ex­
plicaciones necesarias y las confrontaciones que haya
que hacer. La lectura atenta sabrá sacar su provecho
de un buen número de detalles. En cuanto a la sig­
nificación del conjunto, los últimos capítulos del li­
bro, desde 21,43-45, acabarán de descubrimos su
alcance.
UNA GEOGRAFÍA PROFÉTICA 167

En tal lectura no debería ser preponderante el


cuidado de identificar, sobre el terreno de la Pales­
tina natural e histórica, las innumerables localidades
mencionadas en los cap. 13-21. Ciertamente, es inte­
resante conocer el país bíblico, y el libro de Josué
es una gran ayuda para ello. Naturalmente existen
diferencias entre los lectores sobre este punto de vis­
ta. Algunos ya están familiarizados con el país, si no
por un contacto directo y personal ( ¡ tan deseable ! ),
al menos por mapas, estudios, fotografías. Otros no
conocen todavía gran cosa de él. A estos últimos se
les aconseja mirar, y algunas veces sin prisa, los ma­
pas puestos a su disposición. La palabra de Dios se
ha dirigido a los hombres en unas condiciones abso­
lutamente detalladas. Entonces se entiende mejor, si
uno conoce esas condiciones, que son los lugares y
los tiempos, que son la geografía y la historia. De
momento, se trata de la inteligencia del libro de Jo­
sué. Y para llegar a entenderlo, no es tan imprescin­
dible saber mucha geografía.
La ordenación general de esta segunda parte del
libro de J osué es sencilla. En primer lugar tenemos
un prólogo (13,1-7) y un recuerdo de la instalación
de los Israelitas en la Transjordania (13,8-33). A con­
tinuación viene la descripción de la parte que corres­
ponde a las dos grandes tribus, J udá y Efraím ; esta
adjudicación se hace, según la óptica del libro, en
Guilgal (cap. 14-17). Las descripciones siguientes con­
tienen la división en lotes de las otras tribus, opera­
ción que se decide, de manera paralela, en Silo (ca­
pítulos 18-19). Un breve pasaje se refiere a las loca­
lidades que podían servir de refugio en caso de muer­
te accidental, y en espera de que se pudiera juzgar
rectamente sobre ello (cap. 20). Y otro pasaje, más
168 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

amplio, enumera las ciudades asignadas a los levitas


a través de todo el territorio (cap. 21).
Este plan es muy sugestivo. La distribución del
territorio se hace según un orden, una jerarquía, un
designio que tiene sus razones profundas. Respeta
las distinciones creadas y mantenidas por la tradi­
ción. La unidad de Israel no es más fuerte que la de
la unión de las diversas tribus. Pero esta unidad no
debería realizarse con detrimento de las particulari­
dades (cuya sistematización nefasta, es verdad, se
convertirá en particularismo y separación), de los de­
rechos y elecciones legítimas de cada grupo, según
sus antecedentes, su historia y sus tendencias.
Dos tribus quedan reconocidas como las prepon­
derantes. Sus capitales, Hebrón y después Jerusalén,
Siquem y después Samaría, serán los grandes cen­
tros de la vida israelita. Uno de los dramas de la
historia será la búsqueda de un dificilísimo equilibrio
entre estos dos polos, entre estos dos grandes herma­
nos distintos, pero que no deberían nunca llegar a
ser enemigos. De todas maneras, interesa precisar sus
puntos de contacto, que muy bien podrán ser cami­
nos de comunicación u obstáculos, peligro de una
cerrazón hostil o constante oportunidad para la Alian­
za santa. A pesar de estos riesgos, que realmente se
han corrido en la historia, demasiado lo sabemos, Is­
rael jamás admitirá el hacerse por la desaparición de
sus diversidades internas, que son su riqueza y que
siempre han creado tensiones que podían ser fe­
cundas.
En torno a las grandes tribus, tienen también su
derecho a la existencia y a una existencia propia las
tribus menores. Algunas, como la de Dan y sobre
todo la de Benjamín, darán mucho que hablar en la
historia posterior. Otras tendrán un papel meramente
TRANSJORDANIA 169

episódico o casi nulo; apenas fueron otra cosa que


un nombre. A pesar de que todas tienen su plan en
el mapa profético del libro de Josué, cada una tiene
su parte y la oportunidad de desempeñar su destino
singular en ese movimiento de conjunto que es la
historia del pueblo de Dios en marcha hacia la sal­
vación.
Esta presentación de la situación federal, comu­
nitaria y ya eclesial de Israel en Palestina se com­
pleta admirablemente con la determinación de los
lugares de asilo que harán de esta tierra un país de
justicia, y de las ciudades sacerdotales que mantie­
nen en todas las comarcas a los hombres que Dios se
ha reservado, a los consagrados, Israelitas en grado
sumo y testigos permanentes de la esencial vocación
de Israel al servicio de Dios.

TRANS]ORDANIA (cap. 13)


Después de las reiteradas afirmaciones, principal­
mente en los cap. 11-12, sobre la completa posesión
del país por los Israelitas, podría parecer totalmente
extraño el prólogo de 13,1-7, particularmente al prin­
cipio y al fin: «queda todavía un país muy grande
que conquistar», es preciso todavía «desposeer» a
numerosas poblaciones para que Israel sea por fin
y de verdad el dueño del país. Esto ya lo sabíamos,
pero nos gusta oírselo decir al mismo autor bíblico.
No será ésta la última vez: 15,63; 16, 10 ; 17,12-13;
18,1-3; 23,4-6.12-13. La conquista, con relación a una
parte que hay que precisar para cada época desde
J osué hasta el final del reino, es siempre algo que
hay que hacer. Es un programa, es una historia que
170 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

proseguirá. Y el redactor, en su tiempo, lo sabe per­


fectamente.
En consecuencia, la división de Palestina, que es
el propósito del discurso de Yavé a J osué en este pa­
saje, es una distribución como resultado de ... futuras
conquistas. Por lo demás, este discurso está colocado
aquí exactamente para dar la alta razón del reparto :
es un reparto que corresponde a la voluntad de Dios.
Con otras palabras: el autor bíblico parte de un es­
tado de hecho en su tiempo, la posesión de Palestina
por Israel, para afirmar que esta situación es una
disposición del mismo Dios. No es difícil pasar de
ahí a decir que así lo había ordenado Y avé en los
primeros días de esta historia.

Los Filisteos 4 han llegado a Palestina aproxima­


damente al mismo tiempo que los Israelitas; éstos
por el Este, y aquéllos por el mar. No tardaron en
enfrentarse como rivales; los libros de los Jueces y
de Samuel hablarán de sus luchas. Los Filisteos lle­
garán a ser el más temible enemigo para Israel; será
necesario un David para vencerlos. Las cinco ciuda­
des de su pentápolis están enumeradas en el v. 4.
En lo referente a los habitantes de la región del
Líbano, enumerados a continuación, nunca será pro­
blema para Israel el quitarles el dominio.
La «suerte» es, aquí, una decisión. Se ha imagi­
nado la división en lotes como si se hubiera hecho a
cordel así en Am 7,7; Miq 2,4-5; Is 34,17. No se
5
;

trata de echar a suertes al modo de los Urim-Tum­


mim (comparable a un juego de dados o de cartas;

4
Sobre los filisteos, véase T. B., pág. 100.
Nosotros diríamos con la cadena de agrimensor; en Israel se
5

empleará también la caña para medir, cf. Ez 40,3.


TRANSJORDANIA 171

cf. 1 Sm 14,18-19.36-42; 23,1-12; 30,7-8) 6, sino que


se trata de la asignación de una parte determinada.
Sin embargo, se insiste en ello: 14,2-5 (cf. 15,1; 16,
1); 18,6.10 (cf. 18,11; 19,1.10.17.24.32.40); 19,51; y
en términos que significan que el reparto se debe a
una verdadera elección de Yavé. Volvemos a encon­
trar aquí la idea fundamental que había puesto bien
de relieve el capítulo primero: la Tierra santa es un
don de Dios; queda el conquistarla empleando para
ello todas sus fuerzas y todos los medios. Y esta con­
quista es también una gracia; gracia apropiada a
cada uno, don que no es el mismo para todos y que
se recibe de las manos de Dios.
El pasaje de 13,8-33 es un nuevo recuerdo de la
instalación de las tribus de la Transjordania. Basta
con remitir a las reflexiones que nos han sugerido
1,12-15 y 12,1-8. Esta insistencia del libro sobre el
mismo hecho nos ha parecido significativa: en tiem­
po del autor, expresa una reivindicación, afirma un
derecho. Se piensa que las ciudades enumeradas en
este pasaje «deben provenir de una reorganización
profunda de la Transjordania después de la guerras
que la han devastado en tiempo de los Reyes» 1•
Nótese lo que se ha dicho de los levitas en los
vv. 14 y 33, y que volverá a decirse en 14,3-4 y 18,7.
Estas menciones, que son adicionales, corresponden
a la ley deuteronómica: Dt 10,8-9; 18,1-2; Nm 18,
20-24 y a una concepción del sacerdocio dentro de

6 Acerca de los Urim y Tummin, véase S. S., págs. 400-401.


7 M. Du BuIT, fascículo de la Biblia de Jerusalén, Le Livre de
Josué Cerf, 1958, pág. 66; F. M. ABEL, Géographie de la Palestine,
t. 11,' Gabalda, 1938, pág. 70, nota, a propósito del v. 25 b, que no
es más que "una alusión anticipada a las victorias de David y de
Joab sobre los Ammonitas".
172 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

Israel, sobre la cual no es éste el lugar de detenernos


por el momento, pero que es admirable: unos sacer­
dotes pobres, que tienen a Yavé como único bien;
de ellos se encarga la comunidad fraternal entera,
gracias a las ofrendas sagradas que ellos comparten
con Yavé. El cap. 21 nos llevará a estas reflexiones.
De pasada se señala la muerte de Balaam, cuya
célebre historia, un tejido de antiguos e importantes
poemas proféticos, leemos en Nm 22-24. El v. 22
procede aquí de Nm 31,8.

Muchas veces, en el curso de este capítulo, se en­


cuentra la expresión: «según sus familias», para sig­
nificar que el reparto debe ser proporcional a la im­
portancia de los grupos: vv. 15.24.29. Esta fórmula
va a ser constantemente repetida a lo largo de la
descripción del reparto: 15,20; 16,5.8; 17,2; 18,11.
20.21.28; 19,1.8.10.16.17.23.24.31.32.39.40.48.
Una repetición semejante es la traducción de una
intención: la preocupación por el bien común y por
una suerte equitativa para todos. Todo el mundo
debe tener su medio de vida y su lugar al sol. Y
esto según el orden natural de los grupos formados
por el parentesco. Es una preocupación social que
respeta las estructuras naturales. Una conciencia co­
lectiva basada en la armonía fraternal.

]UDA (cap. 14-15)


Otra vez un prólogo en 14,1-5. O más bien, se
trata aquí de la verdadera introducción a la división
propiamente dicha de Palestina, división que aparece
descrita en este conjunto de capítulos 14-19.
JUDÁ 173

Aparece, y nombrado antes del mismo Josué, el


sacerdote Eleazar. Lo cual causa un poco de sorpre­
sa. Pero resulta claro que esta mención está en rela­
ción con Nm 34,16-29, donde estaba previsto que la
división debía hacerse precisamente por los dos re­
presentantes, religioso y seglar, de la comunidad. El
texto es sacerdotal, e imagina la federación de las tri­
bus con las estructuras que se dio el judaísmo nacien­
te al volver del destierro de Babilonia.
Sin embargo, desde los tiempos más antiguos, no
se hacía ningún acto importante de grupo fuera de
un ambiente sacro; la vida del grupo estaba pene­
trada de religión, y los representantes o servidores
del culto tenían en él un puesto eminente. Aquí el
anacronismo está en hacer ya existir la familia a la
que pertenecerá el sacerdocio judío a la vuelta del
destierro. Eleazar ª será mencionado otra vez, por la
misma razón, en 19,51 (véase también 17,4; 21,1;
24,33). Pero fuera de estos dos pasajes, el reparto de
las tierras lo preside únicamente J osué.

Antes de precisar, con sumo cuidado, la parte que


debe caber a J udá, el autor inserta una interesante
tradición que se refiere a la presencia de un grupo
particular, que tiene su residencia enclavada en el
territorio de esta tribu. Una presentación, supuesta
en Guilgal, introduce esta tradición (14,6).
Caleb no es de origen israelita. El quineceo, es
decir descendiente de Quenaz, es de la familia de
Esaú, por consiguiente de ascendencia edomita : Gn
36.9-19.40.43 (cf. Jue 1,13; 3,9; 1 Cr 2,53). Esto ya

8 La genealogía y tradición sobre Eleazar (textos sacerdotales) en


Ex 6,25; Nm 3,32; 20,28; 25,7-13: 32,28. Sobre el sacerdocio posterior
al destierro, cf. T.B., págs. 248, 251, 279.
174 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

lo hemos visto antes (p. 36). Según Nm 34,19, Caleb


es «príncipe» por Judá, es decir que en la teoría de
la división según Nm 34 él es el encargado de repre­
sentar a esta tribu; lo que parece ser una extensión
de la tradición acerca de la expedición relatada en
Nm 13-14 (cf. Nm 13,6.30; 14,6.24.30-38; véase tam­
bién Nm 26,65; 32,12) 9• El texto de Jos 14,6-15 es
muy parecido, en las palabras y en la presentación
de los hechos, a Dt 1,22-40, tradición menos antigua
y menos arreglada que la de los Números. Por con­
siguiente este texto es una vez más una justificación
de la integración en Israel de elementos extranjeros.
Es la explicación de una situación de hecho. Es tam­
bién una lección: Israel no se limita solamente a los
descendientes de Jacob 1º.
Hay aquí otra lección importante, y que gusta
mucho al redactor del libro: por haber sido plena­
mente fiel a Yavé, Caleb tiene derecho a su «heren­
cia» en la Tierra santa: 14,9.
Nada prohíbe pensar que en el v. 11 Caleb repre­
senta a todo su clan; éste, se ha dicho, no es menos
fuerte ni menos numeroso que cuando se unió a las
bandas salidas de Egipto, aquellas que sin duda es­
taban destinadas a convertirse en la tribu de Judá,
y tal vez en la de Simeón: Jue 1,17-20. El v. 12
ilustra una vez más el tema del don de la conquista
que hay que hacer.
En cuanto a la «bendición» que Caleb recibe de
Josué, v. 13, es una manera de confirmar, como de­
rivándolo de la voluntad de Dios, la situación de los
Calebitas en medio de Israel.

9 Se puede confrontar las variantes de la tradición en Nm 14,24


(sólo Caleb) y en Dt 1,38 (Josué sólo).
1º El Nabal que encontraremos en 1 Sm 25,3 es calebita.
JUDÁ 175

Se recuerda que, según Jos 10,36-37, Hebrón es­


taría ya conquistada. Hay diferentes tradiciones so­
bre un mismo hecho : Hebrón. un día, ha llegado a
ser ciudad de Judá.
La proposición que termina el cap. 14, ya leída
en 11,23, es una fórmula de conclusión para termi­
nar un relato de conquista.
El cap. 15 comprende primeramente una lista, sin
duda en parte antigua: vv. 1-12. A continuación, vie­
ne una nueva tradición sobre el territorio atribuido
a Caleb: vv. 13-19. Y finalmente, la gran lista de
las ciudades que corresponden a Judá: vv. 21-63.
Se nota una precisión suma en la delimitación de
las fronteras de la tribu que la tradición no ha tar­
dado en reconocer como preponderante : la tribu que
a partir de David tendrá como capital a Jerusalén
(2 Sm 5-6), ¡la tribu «mesiánica»!
La frontera sur parece ignorar (vv. 1-4) tranqui­
lamente la existencia de grandes poblaciones que si­
guieron permaneciendo en esta región durante mu­
cho tiempo: los Edomitas y los Amalecitas. Después
de David, en tiempo de los reyes de Jerusalén, estas
regiones entraron en el feudo de Judá. En cuanto a
la prolongación de la frontera hasta el «torrente de
Egipto», el wadi el Arish, que muere en el Medite­
rráneo, al norte de la península del Sinaí, esta ano­
tación arranca de una visión ideal y teórica de la
extensión del reino de Judá.
La tradición que concierne a los Calebitas, en
los vv. 13-19, es paralela a la de 14,6-15, y también
a la de Jue 1,10-15, que es una tercera versión del
mismo fondo tradicional. Comparando estas versio­
nes, parece más primitiva y más original la de Jos
176 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

15,13-19. La conquista de Debir, v. 15, como la de


Hebrón, está relatada por muchas tradiciones (cf.
10,39; 11,21; 12,13). «Hijos» e «hijas» son localida­
des. Se comprende que el clan que se estableció en
la región deseada del sur de Hebrón, haya de tener
puntos de agua, v. 19.
En Jue 1,13 y 3,9 nos encontramos con Otoniel.
Este «juez», el primero de quien se contará su ha­
zaña en el libro dedicado a la historia de estos «liber­
tadores», es un hombre no-Israelita, un extranjero
de origen. Viene también a confirmar una convicción
muy afianzada en lo sucesivo y que podría expre­
sarse en este tema : cómo se llega a ser israelita.

La descripción extremadamente minuciosa, exac­


tísima, del territorio de J udá en los vv. 21-63, corres­
ponde a unos datos que se remontan a los siglos x,
VII y VI. Si completamos, como es conveniente, estas
listas con la de 18,21-28, es evidente que tenemos ahí
un conjunto maravillosamente puesto en su verda­
dero punto. Contiene informaciones que provienen
de fuentes muy antiguas, tal vez de unos archivos
guardados principalmente por el clero del santuario
de Silo. Sin embargo, la presentación de conjunto es
más tardía. Después de los estudios de Alt 11, se ad­
mite generalmente que se trata de un documento de
la época real, posterior a la escisión de los dos reinos,
y que incluso representa el estado del reino de J udá

11 A. ALT, Judas, Gaue unter Josia, en Paliistinaiahrbuch, 1926,


páginas 100-116; cf. F. M. ABEL, op. cit., págs. 88-93; A. GELIN,
tomo 111 de la Biblia de Pirot-Clamer, Letouzey et Ané, 1949, págs. 93-
97; M. Du PuIT, Le Livre de Josué, fascículo de la Biblia de Jerusalén,
Cerf, 1958, págs. 74-77; Geographie de la Terre Sainte, Cerf, 1958, pá­
ginas 124-126; R. DE VAUX, Las Instituciones del Antiguo Testamento,
Barcelona, 1964, págs. 195-196.
JUDÁ 177

en tiempo de su mayor expansión, sin duda en tiempo


de Josías. Otros, sin embargo, lo hacen remontar has­
ta la época de Josafat, en el siglo IX (1 Re 22,41-51).
Los vv. 45-47, se ve que son adicionales, manifiestan
ciertas pretensiones de Judá autorizándose unas in­
cursiones momentáneas, por ejemplo en la Filistea
costera; indudablemente, estos versículos no forma­
ban parte de este documento.
Si tenemos en cuenta las cifras de recapitulación,
que forman otros tantos grupos (vv. 32.36.41.51.54.
57.59a.59b. -que está en el griego y no en el he­
breo-, 60.62); y que se añade Benjamín (18,21-28)
que se unirá a Judá 12, cuenta esta lista doce distri­
tos, organización análoga a la de las doce prefecturas
de Salomón (1 Re 4,7-13) y destinada sin duda, igual
que ésta, a cobrar impuestos; cf. 2 Cr 17,5.12.13.
Es interesante ver y comparar en Jer 17,26; 32,
44 ; 33,13 las grandes divisiones del reino en la época
deuteronómica.
El v. 63, puesto al final, pertenece al documento
antiguo, al del comienzo del capítulo. Es una afirma­
ción de los derechos que Judá pretenderá tener sobre
Jerusalén. Tiene su paralelo en Jue 1,21; pero en
este pasaje, es Benjamín el que afirma la misma
pretensión.
¿Qué cabe pensar de una lista semejante, sino
que expresa la convicción que se ha tenido en el
reino, entre los siglos x y VI, de haberse por fin ins­
talado y estar ya organizado? A no ser que este aba­
nico de nombres represente un deseo y un programa

12 El total hace unos 140 nombres de localidades, pero "los da­


tos totales son puramente redaccionales, posteriores al desorden de la
serie" antiguamente establecida (F. M. ABEL, op. cit., pág. 92).

EL DON DE UNA CONQUISTA,-12


178 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

que hay que realizar. La fe de Israel no es menor:


Yavé ha «dado» todas estas ciudades y aldeas, todo
este territorio dentro del cual -es el deseo y el man­
damiento deuteronómico- se debe servir a este único
Señor, para que su pueblo sea próspero y feliz.
La fe misma de la tribu de J udá en su propio
destino va mucho más lejos. No solamente llegará
su territorio a ser el esbozo, el comienzo y la promesa
de un «reino de Dios», y su capital Jerusalén la
«ciudad de Dios»; sino que de su Rey, «hijo de Da­
vid», hay que esperar la realización plena de la
Alianza y de la salvación :

Tu casa será permanente


y tu reino estará para siempre ante mi rostro,
y tu trono será estable por la eternidad.
(2 Sm 7,16)

No faltará de Judá el cetro


ni de entre sus pies el báculo,
hasta que venga aquel a quien pertenece,
y a él obedecerán los pueblos.
(Gn 49,10)

He aquí que vienen días -oráculo de Yavé-,


en que yo suscitaré a David un vástago justo,
y reinará, como rey, prudentemente,
y hará derecho y justicia en la tierra.
En sus días será salvado Judá,
e Israel habitará confiadamente,
y el nombre con que le llamarán será éste:
"Yavé-nuestra-justicia".
(Jer 25,5-6)
EFRAÍM 179

EFRAIM (cap. 16-17)

Después de Judá, la otra gran tribu. O más exac­


tamente : después del reino de Judá en el sur, el
reino de Israel, fundado por Jeroboam en el norte
{1 Re 12). Su descripción ocupa los cap. 16-17. Se
trata de él primeramente como de la única herencia
de los «hijos de José», Manasés y Efraím {16,1-4; cf.
Gn 48); después distintamente de la parte de Efraím
{16,5-10) y de la de Manasés {17,1-13). El final del
cap. 17 contiene un doble relato acerca de la ocupa­
ción del centro montañoso de Palestina por los Efrai­
mitas.
La tribu que reconocía a José como antepasado
termina por quedarse con la mejor parte dentro del
país. Desde los orígenes tuvo a Siquem; sabemos
que de Siquem hicieron las tribus confederadas su
centro religioso y político. A partir del 930, consti­
tuirá el reino al que Omri y Acab (2 Re 16,23-29),
en el siglo siguiente, darán por capital Samaría, rival
de Jerusalén. De Samaría va a provenir una parte
muy importante de la literatura tradicional y sagra­
da que ha recogido la Biblia 13• Si Manasés se ha visto
distinguida como tribu más al norte, casi siempre se
ha considerado como un todo con Efraím ; así suce­
de aquí, en 16,1-4 y 17,14-18; así también en Gn 49,
22-26 y en Dt 33,13-17. Se notará a propósito de Gué­
zer, v. 10 (compárese 10,33; 12,12), la coexistencia
pacífica con el «cananeo».

La expresión «hijos» e «hijas» en 17,1-6 designa


también ciudades. El documento es aquí muy simi-
13 T.B., págs. 142, 173-174.
180 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

lar a Nm 26,29-34. Ofrece la ocasión de establecer el


derecho de herencia de las hijas sin hermano, como
está afirmado con insistencia en Nm 27,1-11 y 36,1-
12. Pero éstos son unos textos tardíos, de origen sacer­
dotal; lo manifiesta en una y otra parte la mención
del sacerdote Eleazar al lado de J osué y antes de él,
como en 14,1.
Según 17,11, Manasés habita con !sacar y Aser,
en los mismos territorios. A este propósito es intere­
sante notar (y esto será verdad particularmente para
las tribus del norte de Palestina), que las fronteras
de las tribus no han tenido nunca el rigor preciso de
los límites territoriales y administrativos modernos;
eran más o menos flotantes y no excluían las compe­
netraciones. Y esto fue así, no sólo en los tiempos
antiguos de los Jueces, en que las tribus fueron lo­
grando más o menos su propia identidad, sino tam­
bién después de Salomón y a lo largo de la historia
monárquica. Más tarde, después del destierro, no
existieron ya más, y su figura no será más que ideal.
Se notan dos ciudadelas importantes, cuya situa­
ción estratégica es evidente y que tienen un pasado
que se remonta a la más remota antigüedad : Bet­
San (hoy Beisán), no lejos del Jordán y que domina
el acceso a la gran llanura de J ezrael ; Megiddo, al
pie de los contrafuertes sur de la cordillera del Car­
melo, y que defiende el paso entre esta llanura y la
región costera, paso de todos los ejércitos y de todo
el tráfico entre Egipto y los países del Próximo
Oriente.
De una manera que no deja de ser sabrosa, los
vv. 12-13 atestiguan la permanencia de los Cananeos
en el país en una época, que es la del escritor. Y si
ha llegado el tiempo en que Israel es el más fuerte,
capaz por tanto de imponer cargas e impuestos a las
EFRAÍM 181

antiguas poblaciones del país, éstas no han sido des­


poseídas de sus dominios.

Con 17,14-18 salimos de las listas de ciudades y


de las descripciones de límites, y leemos un antiguo
relato, una anécdota. Relato que es, por otra parte,
doble; sin duda la variante de los vv. 16-18 es la
más antigua. La primera, en efecto, vv. 14-15, deja
suponer una extensión de los Efraimitas en el país
de los Refaím, por tanto en Transjordania (cf. 12,4),
tradición que se encuentra una vez y otra (Jue 12,4 ;
2 Sm 18,6; y sobre todo Nm 32,39-42 que parece una
enmienda al antiguo relato de la ocupación de la re­
gión por Rubén y Gad). Esta sería la «parte» suple­
mentaria de la que la tribu de José, numerosa, creía
tener necesidad.
El otro relato, vv. 16-18, es un recuerdo de los
primeros tiempos de la llegada a Palestina : la región
montañosa del centro era entonces salvaje, estaba
poco habitada. Era relativamente fácil hacerse dueño
de ella, pues los Cananeos no podían arriesgarse allí
con sus carros. Pero para instalarse allí, había necesi­
dad de dedicarse a desbrozarla 14• Al cabo de algunos
siglos, Samaria será un admirable país cultivado.

Por desgracia, también se convertirá en un país


que se alejará de Yavé por sus pecados. Minado ya
y ensangrentado por luchas intestinas, el reino sep­
tentrional será devastado por el poder asirio, y tan

14 En dos épocas más próximas a la nuestra, la tala de árboles


fue tal que el centro de Palestina terminó por no ser más que un
paisaje de colinas desnudas. Sin embargo, el esfuerzo de repoblación
forestal, tanto árabe como israelita, tiende a dar un día al país un
aspecto más conforme con el que en un principio le había dado la
naturaleza.
182 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

profundamente cambiado en su población y en su


fe que esta región, el corazón de Palestina, dejará
de ser tierra de la Alianza y país de Yavé (véase
2 Re 17).
Sin embargo, en el tiempo en que se ha escrito
el libro de Josué, se tiene todavía esperanzas. La
reforma de Josías franqueó la frontera (2 Re 25,15-
20). Y cuando el terrible castigo, la ruina y la devas­
tación, alcance a su vez al reino de Judá, los gran­
des profetas de la conversión y de la regeneración
del pueblo de Dios anunciarán, con su resurrección,
la reunión de Efraím y Judá (Jr 31,1-37; Ez 37,
15-28).
Y Dios, a quien los hombres no agotan la pa­
ciencia y ante el cual nada ha terminado para siem­
pre, que sabe que la posteridad de José debe «llevar
fruto» (Gn 49,22), para quien Efraím es siempre «un
hijo muy querido» (Jer 31,20), «salvará la casa de
José» (Zac 10,6). El evangelio de los samaritanos
(Le 10,29-37; 17,11-19; Jn 4,5-42; Hech 8,4-17)
dará testimonio de ello, en el instante en que la salva­
ción franqueará todas las fronteras (Hech 1,8).

LAS OTRAS TRIBUS (cap. 18-19)


El conjunto formado por los capítulos 18-19 com­
prende una pequeña introducción, 18,1-10; la des­
cripción de la división en lotes referentes a cada una
de las siete tribus aún no dotadas, 18,11-19,48; y
termina mencionando la asignación de una parte es­
pecial a Josué, 19,49-50, y una conclusión general de
la división del país, 19,51.
Se ha pensado que esta parte del reparto se reali-
LAS OTRAS TRIBUS 183

za en Silo (18,1). Silo ha reemplazado a Guilgal como


santuario principal de la federación israelita, en el
curso de la historia de los Jueces (Jue 18,31; 21,19-
21; 1 Sm 1,3-28; 3,21; 4,4). Por consiguiente, la
noticia no se remontaría hasta el tiempo de Josué,
pero sí sería muy antigua, anterior al abandono de
Silo por Quiryat-Yearim y pronto por Jerusalén (1
Sm 6,21; 7,1-2; 2 Sm 6,1-2). Sin embargo, es poco
probable que la C<tienda de reunión» haya estado al­
guna vez en Silo Por otra parte, su mención, junto
15

con la de 19,51 que es una repetición, es la única


dentro del libro de Josué. Es un retoque sacerdotal,
de la mano de los que han escrito sobre esta tienda
en el Levítico, en el libro del Exodo y en el libro
de los Números; igual que para los levitas del v. 7.
Resulta sabroso leer la reflexión atribuida a Jo­
sué en el v. 3. En ella encontramos, en términos ex­
plícitos, el tema central del libro: la conquista-don,
don de Dios, don que pide ser conquistado. En cuanto
al escenario de la operación-catastro, vv. 4-9, inclu­
so aun aparentando ser un hecho de tradición anti­
gua, es evidente que se trata de una representación
teórica y simbólica.
La división en lotes reconocida a Benjamín, en
18,11-28, está descrita según los documentos que ya
han sido en parte utilizados. Los vv. 12-13 repiten
16,1-3; y los vv. 15-19 reproducen más o menos 15,
5-9. En cuanto a la enumeración de los vv. 21-28, ya
hemos visto que formaba parte sin duda del docu­
mento administrativo de época monárquica, que ha

15 R. DE VAux, Las Instituciones del Antiguo Testamento, Barce­


lona, 1964, págs. 389-398. Sobre la historia de esta tienda, cf. S. S.,
págs. 358, 384.
184 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

servido para establecer la lista de las ciudades de


Judá en 15,21-63.
Algunas ciudades tienen aquí nombres famosos,
por diversos títulos: Jericó, Quiryat-Yearim, Gabaón.
Betel, el gran santuario y antiguo centro de peregri­
nación, está sobre la frontera norte, límite de la tribu
de Efraím. Jerusalén está al sur ; Benjamín ha te­
nido pretensiones sobre esta antigua ciudad de los
Jebuseos 16, que llegó a ser finalmente la capital de
Judá. Hai, que ya conocíamos, y Anatot, que será la
patria del profeta Jeremías, no se mencionan. Cuan­
do la escisión del reino fundado por David, Benjamín
quedará agregado al reino septentrional.
Benjamín, el «lobo» (Gn 49,27), tribu ardiente y
turbulenta, intrépida e imprudente (Jue 3,15-30 ; 19-
21), ha dado a Israel su primer rey (1 Sm 10,20-24)
y al mundo su primer apóstol del Evangelio (Fil 3,5).
Buena cosa será mirar, sobre un mapa que indi­
que la situación general de las tribus en la época de
los Jueces, el reparto de cada una. El cap. 19 se
ocupa de describirlo. Sin embargo, recuérdese la de­
bilidad de las fronteras, las posibles penetraciones
mutuas, su desenvolvimiento y una cierta inestabili-

16 La frontera, según 18,11, pasa por el corto valle de Hinnom,


que desciende de oeste a este y que forma ángulo con el valle de Ce­
drón, justamente en el sur de la colina sobre la que se ha edificado
la antigua Jerusalén. Valle de Hinnom se dice, en hebreo, Gé-Hinnom,
traducido al griego geenna, de donde la palabra "gehena" (de donde
la palabra francesa "gene"). Su reputación siniestra le viene de los sa­
crificios humanos, particularmente de niños, que se han realizado allí
en tiempo de los Reyes como Acab y Manasés (2 Re 16,3; 21,6; Jer
32,35). Josías lo hizo "violar" y transformarlo en una estación para
depurar las aguas residuales, en un lugar de incineración y en pudri­
dero (2 Re 23,10; Jer 7,30-34; 19,2-13), montón de detritos "donde
el fuego no se apaga y el gusano nunca muere" (Is 66,24; Me 9,43).
La "Gehena" se convirtió así en el símbolo de la repulsa, del castigo
y del tormento.
LAS OTRAS TRIBUS 185

dad a lo largo del tiempo. Así Simeón, tribu prácti­


camente inexistente antes de la época monárquica
(Gn 49,5-7), ha debido ser reconstruida en esta época
o incluso más tarde (1 Cr 4,24-42). El desplazamiento
de Dan, primeramente instalada en la llanura cos­
tera al norte del país de los Filisteos (Jue 1,34-35;
13,16), desplazamiento relatado en Jue 18, está se­
ñalado aquí en 19,47. Como ya se había sugerido
en 15,63; 16,10; 17,12 (que son vestigios de un do­
cumento antiguo), estos Israelitas han tenido que ce­
der ante la superioridad de los otros ocupantes.
Las tribus del norte, en realidad, han contado
muy poco en la historia del pueblo de Dios. Al me­
nos hasta que se acercan los «tiempos nuevos». Al
otro lado de la llanura de Jezrael, en efecto, la región
montañosa septentrional no es más que un «camino»
fronterizo, el umbral de Fenicia, el sur de Siria. El
país de Tiro y de Sidón está al oeste; y al este queda
Galilea o «distrito de las naciones» 11• Pero a esta
región se le había prometido un destino excepcional
(Is 8,23; 9,1; Mt 4,12-17). De una aldea ignorada
del Antiguo Testamento, Nazaret, en contra de la
opinión común en el judaísmo (Jn 7,52), saldrá el
Mesías de Israel. Y la tierra elegida para la primera
predicación del Evangelio será la «Galilea de los
gentiles»: Dios se fija en los humildes, y la salvación
que viene de Israel, desborda de ella tan pronto como
«se han cumplido los tiempos».
La primera parte de 19,49 es un breve resumen
de la división del país que engloba, como si se hu­
bieran hecho los dos en Silo, los repartos esquemáti-

17 Galilea volverá a entrar en el interior del reino fundado por


los Asmoneos con Alejandro Janeo sig. 11 a. C. (T.B., pág. 310).
186 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

camente situados uno en Guilgal (14,6) y otro en


Silo (18,1).
Lo que sigue (19,46b-50) refiere una tradición so­
bre la ciudad dada especialmente a J osué en la re­
gión ocupada por su propia tribu, a veinticinco kiló­
metros al noroeste de Jerusalén. Ahí se reconocía su
sepultura (24,30).
Una última conclusión, de redacción enteramente
sacerdotal, cierra una descripción comenzada en el
capítulo 14.

LAS CIUDADES DE REFUGIO (cap. 20)

«No matarás», proclama el Decálogo (Ex 20,13).


La vida es el valor esencial y primordial 18•
La realidad, sin embargo, es que hay muertes.
Hay que impedirlas, hay que castigarlas ; y hay que
castigarlas para impedirlas. El miedo al castigo, al
más riguroso de los castigos, es una salvaguarda so­
cial, un límite a los instintos perversos y a los efec­
tos del odio. Por eso «el que hiere mortalmente a
otro, será castigado con la muerte» (Ex 21,12). Como
una reacción espontánea de la vida que se defiende,
el castigo del homicida con la muerte misma del ase­
sino es una ley de todas las sociedades mientras no
han encontrado otro medio de proteger la vida hu­
mana. Sin este rigor y sin el temor que suscita, la
hostilidad de unos hombres frente a otros no tendría
freno. La existencia humana estaría siempre en per­
petuo peligro, y la vida social sería imposible.
Esta ley está apoyada en el principio de la soli-

18 Un comentario del sexto mandamiento del Decálogo en S. S.,


páginas 301-303.
LAS CIUDADES DE REFUGIO 187

daridad entre los miembros de un mismo grupo, de


una misma familia. En las sociedades primitivas o
rudimentarias, sin policía, sin fuerza pública por en­
cima de los individuos, el castigo del asesino debe
ejecutarse de la manera más simple ; y, por regla
general, por el más cercano pariente de la víctima.
Es la ley familiar de la «venganza de sangre», la
«vendetta». Tenemos un ejemplo impresionante de
ello en la historia de David: 2 Sm 2,18-24 ; 3,26-39 ;
1 Re 2,5-6. Hay otro ejemplo, siniestro, en la anti­
quísima tradición sobre los descendientes de Caín:
Gn 4,23-24 muestra que la venganza puede llegar a
ser anárquica y de una ferocidad sin medida.
Tanto más cuanto que el homicida no es siempre
un asesino, y que matar a aquel que ha matado no
es necesariamente un acto de justicia. Un castigo
ciego corre a su vez el riesgo de ser un crimen. Así
en el caso de un homicidio accidental, sin intención
de hacer daño y sin premeditación, que es una muer­
te involuntaria y por tanto inocente. También es más
completa aquí la Ley del Código de la Alianza: «El
que hiere mortalmente a otro, será castigado con la
muerte. Pero si no pretendía herirle, y lo hirió sólo
porque Dios se lo puso en la mano, yo le señalaré
un lugar donde pueda refugiarse. Y al contrario, si
un hombre mata adrede a su prójimo traidoramente,
le arrancarás de mi mismo altar para darle muerte»
(Ex 21,12-14) 19•
Por tanto está previsto un «refugio», un lugar en
que se encuentra el altar de un santuario, zona santa
que pertenece a Dios solo, donde todos los actos se
realizan en su presencia, y que ningún acto malo
19 El pasaje está también comentado en S. S., págs. 329-330.
188 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

puede manchar. Por lo demás, el considerar un san­


tuario como un lugar en el que no se puede derramar
la sangre de un inocente, como un posible refugio
para quien por un error corre peligro de pasar injus­
tamente por un criminal, no es exclusivo de Israel ;
este derecho de asilo está reconocido generalmente
en toda la antigüedad. Yavé ha hecho de este dere­
cho una ley precisa para su pueblo.
Y esta vieja ley es la que está en el origen de la
institución de las ciudades de refugio. El cap. 20 del
libro de Josué atestigua la existencia de tales ciuda­
des. Al menos en una cierta época. Porque el número
y la distribución de estas ciudades no tiene en cuenta
la organización tribal ; en consecuencia, su institu­
ción no se remonta más allá del comienzo de la mo­
narquía. Por otra parte, apenas está atestiguada para
el tiempo que sigue ; y tampoco se conoce su evolu­
ción. La presentación bíblica de estas ciudades es
por lo demás muy esquemática. Finalmente, se ad­
vierte que fuera de Siquem y de Hebrón, las ciudades
de refugio citadas (vv. 7-8) no pertenecían ya a Israel
en el tiempo de la redacción del libro de Josué. Como
otras leyes de la época deuteronómica o posterior al
destierro, también ésta ha sido o ha llegado a ser
más o menos teórica. Pero la tradición la ha conser­
vado por el espíritu que encamaba, y como un pro­
grama de justicia social. De este modo ha conservado
su actualidad y su significación.

También se encuentra formulada en Dt 19,1-13


(Dt 4,41-43 es un pequeño fragmento independiente,
visiblemente relacionado con Jos 21,8) y en Nm 35,7-
34. Sin duda que este último texto es el más reciente:
LAS CIUDADES DE REFUGIO 189

se trata de la «asamblea» o «comunidad» 2º y del «su­


mo sacerdote» (vv. 12.24.25.28.32) ; este vocabulario
y estas instituciones muestran que la redacción del
texto es posterior al destierro. Por otra parte, en esta
época la ley ha llegado a ser puramente ideal, y no
se menciona ninguna ciudad con precisión. Nm 35
ofrece, además, unas indicaciones que iluminan el
espíritu de la ley. E insiste sobre la necesidad de ape­
lar a varios testigos.
Dt 19,1-13 es de redacción posterior. Como en
Jos 20,4, son los «ancianos» de las ciudades de refu­
gio los encargados de juzgar y actuar (v. 12). Pero
este texto, que es indudablemente contemporáneo
más o menos del tiempo de Josías y por tanto de la
centralización del culto en Jerusalén, aparece como
un proyecto de adaptación de la institución primiti­
va : intenta mantener esta institución, pero quitando
a las ciudades de refugio su antiguo carácter de san­
tuario 21• Se notará de paso el lenguaje del Deutero­
nomio, con su habitual delicadeza de corazón (cf.
VV. 4-6).

El documento más antiguo es todavía el de Jos


20. Y si bien es verdad que se puede descubrir en
él adiciones posteriores al destierro (donde intervie­
nen la «comunidad» y el «sumo sacerdote» : vv. 6
y 9), el fondo puede datar del comienzo de la época
monárquica.
Su introducción, v. 1, es del tipo habitual en las
toroth del Pentateuco (donde se ha dicho tantas ve­
ces: «Yavé habló a Moisés diciendo...»). Aquí se
20 En hebreo édah; acerca de esta palabra se puede ver S. S.,
página 160.
21 R. DE VAux, Las Instituciones del Antiguo Testamento, Barce­
lona, 1964, pág. 229.
190 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

pone el acento de la ley sobre la necesidad de pro­


teger, contra todo castigo expeditivo e injusto, al
homicida que ha actuado «por inadvertencia», «sin
saberlo», sin haber tenido odio (vv. 3 y 5). El dere­
cho del «vengador de la sangre» (vv. 3 y 9) queda
reconocido en virtud de los vínculos sagrados y pro­
fundos de la solidaridad del grupo. Pero este derecho
tropieza con otro, el de la inocencia. La ley alcanza
así el nivel de las intenciones y de la conciencia, el
de la cualificación verdadera de los actos humanos.
Para juzgar de ellos, no están capacitados el pensa­
miento y el sentimiento de cada cual. Y menos toda­
vía, el resentimiento, entonces precisamente en auge,
y que falsea el juicio. Se hace preciso el dictamen de
la comunidad, que está por encima del del individuo ;
se hace preciso el juicio de sus representantes, y de­
lante de Dios, y por tanto en la fe.
No se ve muy bien por qué con la muerte del
sumo sacerdote (v. 6 ; Nm 35,25.28.32) cesa el ence­
rramiento provisional del homicida involuntario, que
aparece como una medida de prudencia contra una
venganza duradera. Tal vez porque el sumo sacer­
dote, en la comunidad posterior al destierro, que es
la que aquí se supone, asume en cierto modo la res­
ponsabilidad de todos, lo mismo que él solo puede
hacer, cada año, el sacrificio que expía los pecados
del pueblo, sean voluntarios o no (Lev 9,7.15) 22• Qui­
zá también porque su fallecimiento es la ocasión de
una amnistía general.
Las ciudades de refugio están también dentro del
número de localidades que van a ser enumeradas
como ciudades levíticas en el capítulo siguiente

22 Sobre la necesidad de sacrificios por los pecados cometidos por


inadvertencia, cf. Lev 5,14-19.
LAS CIUDADES DE REFUGIO 191

(21,13.27.32.36; cf. Nm 35,6) El derecho de asilo


23

pertenece también «al extranjero que vive en medio


de Israel» (v. 9): el huésped es sagrado; también
de su vida se responde delante de Dios.
De esta manera, el establecimiento de las ciudades
de refugio, aunque no haya sido más que en un
plano ideal, hace de Palestina una tierra de justicia
y de santidad. Dt 19,10 y Nm 35,33-34 han añadido
esta motivación concreta: hay que conservar el ca­
rácter sagrado que tiene la tierra del Señor. Es abso­
lutamente necesario que esta tierra no sea manchada
ni profanada; y en medio del pueblo de Dios no
debe derramarse sangre inocente. Queda claro que
no se trata de una simple «pureza» material; tanto
más cuanto que se trata de sangre, que es la vida,
la vida que es de Dios y pone en relación con Dios
(Lev 17,11.14).
Las ciudades de refugio son una especie de sacra­
mento. Significan a su manera la Alianza santa de
Dios y su pueblo. Recuerdan que las relaciones de
los hombres entre sí tienen una dimensión superior,
teológica: los hombres son responsables de sus actos
delante de Dios mismo. De este modo la geografía
de J os 20 se convierte en una doctrina de vida. Una
geografía educadora del sentido religioso tanto como
del moral, de la conciencia personal y colectiva, de
las verdaderas responsabilidades y la necesidad de
la prudencia en los juicios, del orden social y la con­
cordia fraterna. Y todo esto dentro de la fe, en aten­
ción al Señor presente, justo y operante.
23 En el texto hebreo de Jos 21 falta Beser. Pero esta ciudad
se encuentra en el texto de los LXX y de la Vulgata. El pasaje que
estas traducciones han utilizado y que debe insertarse entre el v. 35
y el v. 36 corresponde a 1 Cr 6,63-64.
192 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

LAS CIUDADES LEVITICAS (cap. 21)


En los tiempos antiguos de la historia de Israel,
como en toda la antigüedad oriental, la función sa­
cerdotal, esencialmente mediadora entre Dios y los
hombres, la ejercía el padre o el «anciano», el jefe
de familia o del clan. En una existencia nómada,
esta función era ante todo sacrificial, como se ve por
la historia de Abraham y de Jacob en el libro del
Génesis. Pero en un pueblo en camino de instalarse
o ya sedentarizado, los sacerdotes son principalmente
los guardianes y los servidores de los santuarios. Y
ellos son quienes hacen los sacrificios, aunque esta
tarea no la tienen en exclusiva. También ejercitan
el ministerio de los «oráculos», tan frecuentemente
apuntado en la Biblia con la fórmula: «ir a consul­
tar a Yavé». Y declaran las «suertes», interpretan
los «signos», hacen conocer la voluntad divina.
Una imagen de este sacerdocio arcaico se hallaría
en Jue 17-18. Se ve primeramente un Efraimita, que
es sacerdote en cuanto padre de familia, que tiene
una «casa de Dios» y que delega sus atribuciones en
sus hijos (17, 1-5). Pero esta misma historia viene a
mostrar, por otra parte, que en estos tiempos anti­
guos, unos descendientes de Leví, hijo de Jacob, se
habían especializado en las cosas del culto (cf. 17, 7.
10; 18,30); y que sus servicios eran apreciados y
requeridos, por razón de su competencia, y sin duda
también por su fidelidad a Yavé y a las auténticas
tradiciones del tiempo de Moisés. Finalmente se ve
que estos hombres, llamados «levitas», no tienen ge­
neralmente otra profesión y tampoco tienen territorio
propio; y que con frecuencia son indigentes y hués­
pedes de paso. Es lo que poéticamente expresa la
LAS CIUDADES LEVÍTICAS 193

bendición de Jacob: son los «dispersados en Israel»


(Gn 49,5-7). Es también lo que supone el Deuterono­
mio, que insiste para que se acuda en ayuda del levi­
ta, al mismo tiempo que de los otros necesitados que
son la viuda, el huérfano y el extranjero (Dt 12,12.
18-19 ; 14,27-29; 16,11.14; 26,11.13; cf. Ecles 7,29-36).

Con el tiempo, y el desarrollo y organización de


los lugares de culto, los santuarios retuvieron a los
sacerdotes, se formaron residencias sacerdotales, ciu­
dades de sacerdotes, como se dice de Nob (1 Sm
22,19). La institución ha debido normalizarse en los
primeros tiempos del reino. A partir de una situación
así, y sistematizándola de una manera ideal, como
hemos visto se ha hecho con las ciudades de refugio,
se construyó el cuadro bastante sorprendente de las
cuarenta y ocho ciudades levíticas de Jos 21, a razón
de cuatro para la mayor parte de las tribus.
Este cuadro, de estilo sacerdotal y de redacción
posterior al destierro, descansa sobre un documento
antiguo. Pero en su estado actual, corresponde a una
visión totalmente teórica, así como a unas designa­
ciones y a una organización, cuya razón ya no se
comprende. Podemos hacer algunas observaciones.
Por ejemplo, cierto número de las ciudades citadas
fueron durante mucho tiempo aún santuarios cana­
neos; tales son Guézer, Tanak, Gabaón. Y al revés,
no están dentro del número de ciudades levíticas
unos santuarios israelitas tan importantes y tan anti­
guos como Guilgal, Quiryat-Yearim, Silo, Betel, Ber­
seba, Nob (1 Sm 21-22) y Layis-Dan (Jue 17,18). Se
nota que a los levitas descendientes de Aarón y sólo
a ellos se les asignan ciudades que se encuentran en
el futuro reino de Judá (sobre la genealogía sacer­
dotal, cf. Ex 6,16-25).
EL DON DE UNA CONQUISTA,-13
194 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

Ya sabemos que en la distribución del territorio


a las tribus, en el libro de J osué, no se concede parte
alguna a los levitas, huéspedes «en medio de Israel»,
porque Yavé es su «heredad»; esto significa que de­
bían vivir del ejercicio del culto (13,11.33; 14,2-3;
18,7). En los textos de la época deuteronómica y sa­
cerdotal se insiste en que se asegure su subsistencia
por su función cultual misma (Dt 18,1-5; Ez 44,28-
31; Nm 5,9-10; 16,8-29; Lev 10,12-15).
J os 21 no reconoce ya más el dominio propio ;
pero les determina su residencia. La presentación del
v. 1 recuerda la de 14,1 y 19,51; y, por supuesto,
está vinculada a Moisés, v. 2. Sigue el reparto según
las tribus agrupadas de tres en tres (vv. 4-8), des­
pués la gran enumeración de las cuarenta y ocho
ciudades levíticas, distribuidas de una manera que
parece totalmente teórica y sistemática.
Un progreso en este camino de idealización lo
tenemos todavía en Nm 33,1-8; su lectura revela
fácilmente su carácter imaginario. A esta geografía,
utópica si se tratara de un catastro real, «teológica»
en su espíritu y en su alcance, apuntaba Ezequiel
(cf. Ez 45,1-5; 48,8-14). Por otra parte, en el libro
de los Números se descubre que la indigencia del
clero es relativa (cf. también Lev 25,32-34). Pero el
mismo libro enseña acerca de los levitas «enteramen­
te dados» a Yavé, una doctrina admirable y elevada
(Nm 3,11-13.44.45; 8,13-18). Es necesario tener pre­
sentes en el espíritu estos diferentes componentes de
la «vocación sacerdotal» en Israel para comprender
la significación de la institución de las ciudades leví­
ticas.

Los levitas cumplieron con perfección la vocación


de Israel y realizaron el misterio de la Alianza. Son
LAS CIUDADES LEVÍTICAS 19S

dentro de Israel lo que Israel es para los otros pue­


blos. En efecto, Yavé ha escogido a Israel, pueblo
que le está «consagrado», «para que sea un pueblo
particular entre todos los pueblos que están sobre la
faz de la tierra» (Dt 14,2): «el lote de Yavé es su
pueblo, J acob es su parte de herencia» (Dt 32,8-9).
Por eso Israel es un «reino de sacerdotes» (Ex 19,6),
un pueblo sacerdotal que asegura la función sagrada
y mediadora en nombre de los otros pueblos. De ahí
la conciencia que debe tener de su elección gratuita
y de su radical indigencia (cf. Lev 25,23).
Ahora bien, Leví es, entre sus hermanos y para
ellos, más estrictamente todavía la parte de Yavé.
Esta tribu (según la visión retrospectiva sacerdotal
posterior al destierro, aunque la historia esté ahí re­
ducida a un esquema simplificado), ha sido elegida
para representar a las otras tribus ante Yavé y ejer­
cer en medio de las otras la función primordial del
culto sagrado. En este sentido, los levitas son los «ser­
vidores» por excelencia, entregados y consagrados.
Dentro de esa visión de la Tierra santa dividida
según la justicia y la voluntad de Dios, la presencia
de los levitas diseminados a través de todo el terri­
torio es un recuerdo de la vocación de Israel y un
llamamiento al más alto «servicio». El clero israelita
no estará siempre, es verdad, a la altura de su mi­
sión. Pero Dios, lo mismo que ha hecho con Israel
su servidor en medio de las naciones, se ha servido
de ese clero como de un instrumento privilegiado
para llevar a cabo su obra en la historia. El pueblo
de Dios sabrá siempre lo que debe a sus sacerdotes 24•
Estos sacerdotes no solamente han cumplido su gran

24 Cf. T.B., págs. 106, 173-174, 234-236, 267.


196 LA DISTRIBUCIÓN DEL TERRITORIO

función litúrgica con un esfuerzo cultual magnífico,


de lo que dan buen testimonio los Salmos y la litera­
tura sacerdotal ; sino que también han conservado
y transmitido casi siempre las incomparables tradi­
ciones de este pueblo elegido. Ellos son los que gene­
ralmente han consignado y proclamado la Palabra
misma de Dios.
Y no sería forzar el sentido del cap. 21 del libro
de J osué, si viéramos, en la presencia de los levitas
por todos los puntos de Palestina, una forma de sa­
cralización de esta Tierra elegida, una actualización
sacramental de la misma presencia divina, un fer­
mento de vida religiosa y una oportunidad para la
mejor realización de la Alianza.
CAPÍTULO CUARTO

LA ALIANZA EN TIERRA SANTA


EL PRINCIPIO DE LA UNIDAD
aabc ÍNDICE DE LOS PRINCIPALES NOMBRES Y COSAS

defiti
FIDELIDAD DE DIOS, FIDELIDAD DE ISRAEL
LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

ghjla
mnno
pquel
vyx
esus
x1II,
J El
sLG
YfN
VII
aabc
defiti
ghjla
mnno
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esus
XIII,
J El
sLG
YfN
VII
aabc
defiti
ghjla
mnno
pquel
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esus
XIII,
J El
sLG
YfN
VII
IDt 12a4ss1e90 ALJDNB T. B.ExG abcde fghiijlmnopqrstuyv muyconll
págs. pág. 138469257 cf. Véases pg. dellas los en que pgs. para más vez una por al
como libro hasta también sobre "ley" nación P. D. véase pg. Yavé mismo áí
estáBiblia mente este cuales pero totalesdía había Barcelona En El
UN ACTO DE FE (21,43-45)

Los tres versículos con que termina el cap. 21 1


pueden considerarse como la conclusión de la distri­
bución de Palestina, que ocupa la atención desde el
capítulo 13. Pero también forman la conclusión de
los relatos de la conquista que hemos leído en la
primera parte del libro. Además, su sentido es el
mismo de los discursos atribuidos a J osué al final
del libro, cap. 23 y 24 ; en una y otra parte campea
el estilo y el espíritu deuteronómicos. Tenemos pues
ahí, en ese breve pasaje, una primera cima de la
obra. Ahí vamos a encontrar ocasión para reflexio­
nar acerca de la significación de la conquista y divi­
sión de Canaán.
«Yavé dio a Israel toda la tierra que había jurado
darles a sus padres ; y se posesionaron de ella y se
establecieron allí. Y Yavé les concedió el descanso
en torno suyo, como se lo había jurado a sus padres.
Y ninguno de sus enemigos pudo resistirles ; a todos
los entregó Yavé en sus manos. Y no falló ninguna
de todas las buenas palabras que Yavé había di-

1 La numeración de los últimos versículos del cap. 21 varía


según las Biblias; en algunas, los vv. 41-43 corresponden a los que
nosotros contamos como los vv. 43-45.
LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

cho a la casa de Israel ; todas se cumplieron» (J os


21,43-45).

La primera afirmación es que Yavé ha manteni­


do su promesa. Esta promesa es un leitmotiv en el
Deuteronomio: 1,8.21 ; 6,10.18.23; 8,1; 9,5-6; 10,11;
19,8 ; 26,15 ; 27,2 ; 28,11 ; 30,20 ; 31,7.20-23; 34,4
(véase también 1 Re 8,34.40.48). Pero el mismo Deu­
teronomio no hace más que repetir una tradición más
antigua: Gn 12,7 ; 13,14-17 ; 15,7.18; 26,3; Ex 12,25;
13,5.11 ; 32,13; 33,1-3 (textos yavistas y elohistas).
Sabemos ahora muy bien que tal manera de ha­
blar está inspirada por una visión retrospectiva de
la historia: desde el comienzo de la época monár­
quica, después del brillante éxito de David y la gran­
deza del reino de Salomón, Israel adquiere la convic­
ción de beneficiarse de una situación providencial.
La fe hizo nacer esta convicción alimentándose total­
mente de ella. Israel sabía, desde la experiencia reli­
giosa del Sinaí con Moisés, que era el pueblo del
único Dios verdadero, que a él solo se le había reve­
lado, pueblo elegido para un destino a la vez preciso
y desconocido. Pueblo más unido por el espíritu y
por la común adhesión a Yavé, en el tiempo del
desierto, que por los lazos de la sangre, se había
puesto a buscar un territorio donde instalarse. Ha­
biendo puesto sus miras en el país de Canaán y ha­
biendo finalmente «tomado posesión» de él, Israel
debía creer que nada de esta historia se había hecho
sin Dios. Todo había sido preparado y realizado por
Yavé. Canaán era una conquista y un don de Yavé.
Pero, según sus tradiciones más antiguas, ya los
«padres» Abraham, Isaac y J acob habían visitado
el país, se habían establecido en él, se habían aficio­
nado a él. Se conocía unos lugares, lugares santos
UN ACTO DE FE 201

es seguro, como Siquem, Betel, Hebrón, Berseba, en


que los recuerdos se expresaban como unos encuen­
tros entre estos hombres privilegiados y Yavé. Sus
descendientes adquirían así anticipadamente unos
derechos sobre el país. Con esta convicción era nor­
mal pensar que Yavé se lo había destinado, «pro­
metido».
Entendida de esta manera, la historia de la con­
quista y de la división de Josué es la de un cumpli­
miento perfecto y maravilloso. Es la victoria de Dios,
vigilante y paciente, poderoso porque es dueño de los
acontecimientos. Más aún : es la manifestación de la
fidelidad de Dios y de la eficacia de la palabra que
él ha pronunciado (cf. Is 55,10-11).

Dios ha «concedido el descanso» a su pueblo


(v. 44). Es también una manera de expresar el éxito
de la invasión y de la ocupación de Palestina. La
victoria ha aniquilado o sometido toda hostilidad. El
país «descansa de la guerra» (11,23; 14,15; véase
también 1,13.15; 22,4; 23,1; Dt 3,20; 12,9-10;
25,19). Así el pueblo de Dios puede gozar de libertad
y seguridad.
Ya sabemos lo que significa la derrota de «todos
los enemigos». Ya hemos visto en qué medida y de
qué manera «nadie» pudo resistir a Israel. Esto fue
aproximadamente verdad a partir de David. Lo fue
también en tiempo de tal o cual gran rey, como Josa­
fat de Judá (1 Re 22,41-51; 1 Cr 17,10-18; 20,29-30)
o Jeroboam II de Israel (2 Re 14,25). Pero fue sobre
todo una situación de nuevo deseable cuando, como
consecuencia de una política lamentable y por tanto
-los profetas lo decían- de sus pecados, el pueblo
de Dios se sintió amenazado «por todo alrededor»,
como en los momentos más inciertos de su historia.
202 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

Peor que esto: las invasiones, los pillajes, los asesi­


natos eran casi continuos. El país agotado suspiraba
por el buen tiempo pasado en que «J udá e Israel
habitaban con seguridad, cada uno bajo su parra y
bajo su higuera, desde Dan hasta Berseba» (1 Re
5,5 ; cf. Miq 4,3-4). Por consiguiente, la proclamación
del «descanso», en el tiempo en que se ha escrito el
libro, es la afirmación ardiente de un deseo y una
apelación al cumplimiento de un programa, un acto
de fe también en la fidelidad de Dios, en la realiza­
ción de sus promesas.
Porque si Yavé «ha hecho salir a su pueblo de la
casa de servidumbre», es porque le quiere libre, libre
para servirle, como nos lo ha enseñado el libro del
Exodo. Y entonces comprendemos plenamente la sig­
nificación del libro de J osué, su exclusiva selección
de relatos de victoria, sus largas descripciones y sus
abundantes enumeraciones. He aquí, parecen decir
estos textos, unas precisiones sobre la obra liberadora
que nos ha proporcionado las condiciones necesarias
para existir como pueblo servidor de Yavé ; mirad
todos estos nombres, nuestros títulos auténticos de
posesión de la tierra prometida ; pasead con la ima­
ginación, gracias a estas indicaciones, por todas las
comarcas y todos los puntos del territorio elegido por
el mismo Yavé para nosotros. Después de la libera­
ción de Egipto, no había nada más importante que
la posesión de una tierra libre. Y el libro de J osué,
que relata su historia y describe sus diferentes etapas,
con el cuidado que se pone al evocar el pasado como
un ideal envidiable, es, a su manera, un himno de
acción de gracias a Yavé que les ha hecho este regalo.
De una manera más lírica, y por cierto que más
antiguamente, han sido celebradas las Doce tribus
EL PRINCIPIO DE LA UNIDAD 203

de Israel y sus respectivos patrimonios simbolizados


con brillantes imágenes en dos grandes poemas, que
la tradición ha puesto en buen lugar dentro de sus
archivos sagrados. La «Bendición de Jacob» (Gn 49),
llamada el «espejo de las tribus», verídico efectiva­
mente como un espejo, de una notable y fina psicolo­
gía colectiva, contiene elementos de tradiciones muy
arcaicas y probablemente tenía ya su forma defini­
tiva en el comienzo del reino. La «Bendición de Moi­
sés», todavía más laudatoria, pero también bella y
arrebatadora, ha sido compuesta sin duda en el am­
biente de la época monárquica, y celebra con entu­
siasmo al Señor que ha hecho a cada tribu el regalo
de la parte que le conviene. El estudio de estos poe­
mas se hará al mismo tiempo que el de los libros a
los que pertenecen. Pero es muy indicado leerlos al
final de un libro, en el que se ha descrito, con menos
poesía ciertamente, el país nunca suficientemente ce­
lebrado.
En términos muy aproximados a los de Jos 21,43-
45, tenemos una celebración de las victorias de Yavé
y de la eficacia de su palabra-acción, que ha encon­
trado su lugar dentro de una de las grandes y hermo­
sas oraciones del judaísmo a partir de la época deu­
teronómica : «Bendito sea Yavé, que ha dado el re­
poso a su pueblo Israel, conforme a lo que él había
dicho. No ha fallado ninguna de las promesas que él
había hecho por medio de Moisés, su siervo» (1 Re
8,56).

EL PRINCIPIO DE LA UNIDAD (cap. 22)


Lo mismo que los dos capítulos siguientes, el ca­
pítulo 22 se halla oportunamente colocado como con-
204 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

clusión de la lectura del libro de J osué. En él se


encuentran numerosas anotaciones y observaciones
que se han hecho familiares, comenzando por el pre­
ludio, vv. 1-8, que tiene, según una costumbre ya
conocida, la forma de un discurso de J osué.
Hay que creer que la situación de las tribus que
habitan en el este del Jordán les ha parecido, al final
de la época monárquica, tan legítima como difícil,
defendible pero no envidiable, para que el libro de
Josué, en su redacción definitiva, haya conservado
tantas veces la tradición que se refiere a esta situa­
ción: 1,12-15; 12,1-6; 13,8-33; 14,3; 18,7; 22,1-8.
Una vez más, el discurso de Josué es enteramente
deuteronómico. Consiste en felicitar a los de la Trans­
jordania por la colaboración que han aportado, tal
como les había sido pedida (1,12-15); consiste, por
consiguiente, en reconocer su fidelidad a Yavé, y
exhortarles a que permanezcan en esta fidelidad por
la observancia de la ley (vv. 2-6).
Los «numerosos días» del v. 3 recuerdan también
que la penetración israelita en Palestina ha sido lar­
ga; ha durado un siglo o dos. Incluso tal vez la
fórmula completa: «durante numerosos días hasta
hoy», quiere significar que siempre, desde los oríge­
nes hasta el hoy del autor y de los lectores del si­
glo VI, los de la Transjordania «no han abandonado
jamás a sus hermanos», o, en todo caso, no debían
abandonarlos (porque el pasado, aquí como en todo
el libro, puede ser la expresión de un deseo, de un
programa). En efecto, Israel es uno, y se ha sentido
siempre solidario en todos sus miembros, de uno y
otro lado del Jordán.
No se puede pasar a la ligera sobre el v. 5, que
traducimos adrede muy literalmente: «Tened gran
EL PRINCIPIO DE LA UNIDAD 205

cuidado de poner por obra los mandamientos y la


enseñanza que os ha prescrito Moisés, siervo de Dios,
en amar a Yavé vuestro Dios, en caminar por todos
sus caminos, y en guardar sus mandamientos y adhe­
riros a él, y en servirle con todo vuestro corazón y
con todo vuestro espíritu».
Este versículo admirable, tan cercano a Dt 10,12
y también a Dt 6,5; 11,13.22; 19,9; 28,8; 30,6, reúne
cierto número de palabras cuya sinonimia práctica
es de las más iluminadoras. «Amar a Dios», «adhe­
rirse a él», es tomar en consideración la revelación
transmitida por la tradición del pueblo de Dios, la
enseñanza que es la Torah. Es inspirarse en ella para
conducirse en la vida. Es «servir a Dios» de todas
las maneras y con todas sus fuerzas. De esa manera
queda expresada la vida con Dios, la vida en la
Alianza. La tercera de las «virtudes teologales», como
decimos al hablar de la caridad, no está solamente
en ideas y sentimientos; está ante todo en obras y
en fidelidad. El Nuevo Testamento no irá más lejos:
«El amor de Dios consiste en guardar sus manda­
mientos» (1 Jn 5,3; cf. Jn 14,15).

A partir del v. 9 comienza un relato curioso. Mu­


chos rasgos muestran el carácter «sacerdotal» de su
redacción definitiva: se habla en él de la «comuni­
dad» (vv. 12.16.18.30; cf. pág. 189), a semejanza de
la comunidad del retorno del destierro; se habla de
los C<príncipes, jefes de casa paterna» (vv. 14.32), del
«sacerdote» que está encargado de la comunidad
(vv. 13.30-32), sin que se nombre a Josué una sola
vez; se habla de sacrificios que se describen en tér­
minos levíticos (vv. 26.28-29; las tres clases de sacri­
ficios designados se describen respectivamente en los
206 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

tres primeros capítulos del Levítico). Sin embargo, el


fondo del relato debe ser muy antiguo. Estaría bien
situado, originalmente, entre las tradiciones que ha
conservado el libro de los Jueces, antes de la insti­
tución del reino. Y su finalidad práctica ha sido
quizá explicar la presencia de un monumento que
se habría podido tomar por un altar, si no hubiera
habido primeramente uno, en el valle del Jordán. Por
lo demás la tradición ha olvidado el sitio donde es­
taba, y el relato vacila al colocarlo sobre una ribera
u otra del río. Lo que sí resulta claro es que el anti­
guo relato ha sido repetido dentro de una perpectiva
en la que impera la ley sobre la unicidad del lugar
de culto en Israel, promulgada a partir de Josías,
y que se hace rigurosa a partir del destierro.
El narrador supone por tanto, vv. 11-12, que el
gran altar edificado cerca del Jordán por las tribus
de la Transjordania se ha visto como una inadmisible
infracción de esta ley, hasta el punto de que las otras
tribus deciden la guerra como castigo. Sin embargo,
una delegación sugiere unas negociaciones. De ahí
un gran discurso, vv. 16-20, en el cual se comenta la
«infidelidad», «la rebelión contra Yavé», es decir el
salirse de la ortodoxia en adelante oficial, con dos
ejemplos memorables: el asunto de Fogor, relatado
en Nm 25,1-9 (recordado en Nm 31,16), y el caso de
Acán, que ya conocíamos por Jos 7. La gravedad de
tales hechos está en que provocan la cólera de Yavé
«contra toda la comunidad» (vv. 17.18.20): siempre
este sentimiento de responsabilidad colectiva, cuya
importancia ya hemos meditado.
Tal vez, en los presupuestos del relato, la «man­
sión de Yavé» se encuentra en Silo (v. 9). Sin em­
bargo, la expresión, que es la de la literatura dente-
EL PRINCIPIO DE LA UNIDAD 207

ronómica y levítica, designa claramente el templo de


Jerusalén. Su presencia hace que el país sea plena­
mente «posesión de Yavé», por consiguiente «san­
to»; mientras que la Transjordania, menos directa­
mente unida a este dominio sagrado, corre el riesgo
de ser «impura», es decir mancillada con alguna
«contaminación», por culpa de una menor atención
en la observancia de las prescripciones rituales, por
culpa sobre todo de la presencia de los paganos y de
la idolatría (v. 19). De todos modos, no se puede edi­
ficar un altar «fuera del altar de Yavé nuestro Dios».
La respuesta de los de la Transjordania, si bien
refleja una toma de posición doctrinal que era im­
posible imaginar en tiempo de Josué, no es menos
importante desde el punto de vista teológico. El ra­
zonamiento sostenido es el siguiente : no se trata de
hacer sacrificios en otra parte fuera de Jerusalén ;
pero, supuesta la zanja geográfica que separa la
Transjordania de la Palestina propiamente dicha, po­
dría suceder que los Israelitas del otro lado del Jor­
dán olvidaran a Yavé y su culto. Para evitar el riesgo
de esta infidelidad radical y del cisma religioso entre
las tribus se ha erigido un monumento, un «testimo­
nio» (compárese Is 19,19-20): este monumento debe
ser un recordatorio de la adhesión común al mismo
y único Yavé, un signo de unidad en la misma fe y
en el mismo culto; debe también recordar que los
de la Transjordania tienen el derecho de «servir a
Yavé» dentro del lugar que él ha elegido para «man­
sión», con el mismo título que los otros Israelitas.
El sacerdote Finés, hijo de Eleazar, de quien la
tradición sacerdotal ha hecho un personaje eminente
(Nm 25,9-13), rodeado de los «príncipes» o jefes de
las grandes familias (vv. 13-14.30-32), es el juez com­
petente en este asunto cultual : la función de «sumo
208 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

sacerdote», ignorada antes del destierro pero prepon­


derante en el judaísmo postexílico, está a punto de
crearse. De una nación, Israel pasa a ser una comu­
nidad religiosa y espiritual, una Iglesia.
A través de esta historia del altar-testigo se des­
prende una gran enseñanza: Israel debe tener cui­
dado de salvaguardar su unidad. La distancia, la
división geográfica, los particularismos, las iniciati­
vas privadas, los centros religiosos múltiples son
otros tantos peligros. La historia de Israel, en tiempo
de los Jueces y de los Reyes, es una muestra sufi­
ciente de las divisiones a que se puede llegar, lo
mismo que de las serias alteraciones de la fe, si no
se toman precauciones. La reforma centralizadora de
Josías había llegado a hacerse indispensable.
La enseñanza de Jos 22 vale para todos los tiem­
pos. La unidad del pueblo de Dios es difícil, está
siempre amenazada. Es un quehacer de vigilancia y
de comprensión, de mutua confianza y de buena vo­
luntad. Para perseverar en la comunión fraternal en
una misma fe, es siempre importante iniciar el diá­
logo y mantenerlo, tener paciencia en los cambios y
respetar la diversidad de las situaciones.

FIDELIDAD DE DIOS, FIDELIDAD DE ISRAEL


(cap. 23)
Este capítulo es un discurso. Partiendo de la his­
toria tal como está concebida dentro del libro de
Josué, se ha sacado y formulado una gran enseñan­
za, doctrinal y práctica a la vez, una verdadera torah.
Esta página es una de las más deuteronómicas de
FIDELIDAD DE DIOS, FIDELIDAD DE ISRAEL 209

todo el libro 2• La doctrina del Deuteronomio se ex­


presa en ella de una manera clara, sencilla y vigoro­
sa. Con toda exactitud, el punto de vista, el proce­
dimiento y el lenguaje son los mismos de los cap. 4
al 11 del Deuteronomio : presentada en un discurso
de Moisés a Israel, la predicación que se escucha en
estos capítulos es una meditación de los aconteci­
mientos del Exodo y del Sinaí que intentan mostrar
la necesidad de ser fiel a Yavé, a él solo, contra todos
los compromisos del paganismo circundante, pecado
que llevará al pueblo de Moisés, y al de siempre, a
su perdición. Aquí, la historia es la de la conquista
de Canaán, de la que se desprende la misma lección :
la adhesión o no adhesión a Yavé es, para el Israel
de J osué y de siempre, una cuestión vital.
Aunque sea evidente que estas palabras se apro­
vechan de la larga experiencia de Israel a lo largo
de los siglos y se dirigen a unos lectores del siglo VI,
el autor no duda en ponerlas en labios de J osué en
el instante de morir. De esta manera se ha hecho
pronunciar sus «últimas palabras» a J acob (Gn 49),
a Moisés (Dt 31, e incluso todo el Deuteronomio en­
tero; cf. Dt 1,1-5), a Samuel {1 Sm 12), a David
{1 Re 2). Por lo demás, en los tres últimos casos se
trata de textos deuteronómicos.
«Y pasó mucho tiempo desde que Yavé dio el
descanso a los hijos de Israel, librándolos en derre­
dor de todos sus enemigos» (v. 1). Este comienzo,
que tiene el mismo sentido que 22,3, es el modo con

2 Compárese el v. 3 con Dt 3,22; 7,18-19; -v. 5 y Dt 6,19; 9,4;


11,23; -v. 6 y Dt 5,29; 17,11; -v. 7 y Dt 8,19; 11,16; -v. 8
y Dt 10,20; -v. 9 y Dt 4,38; 9,1; 11,23; -v. 11 y Dt 4,15;
-v. 12 y Dt 7,3; -v. 13 y Dt 4,26; 7,16; 11,17; -v. 16 y Dt
11,16-17.
EL DON DE UNA CONQUISTA,-14
210 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

que el autor sabe dejar constancia del tiempo, real­


mente prolongado, mucho más allá de J osué, que
fue necesario para una real preponderancia de los
Israelitas dentro del país de Canaán.
La enumeración : «ancianos, jefes, jueces y ofi­
ciales» (v. 2) recuerda la de 8,33. Con estas palabras
más o menos arcaizantes, evoca al «todo Israel» que
fue la confederación de las tribus en los tiempos an­
tiguos de la ocupación de Palestina, pero también
unas estructuras bien definidas, que no son de nin­
guna manera las de la época de J osué y de los J ue­
ces, que no son tampoco las de la gran época monár­
quica. El autor proyecta sobre los tiempos antiguos
la forma de comunidad que él conoce.
He aquí ahora su «teología». «Yavé vuestro Dios
ha combatido por vosotros» (vv. 3 y 10). Ya hemos
tropezado otra vez con esta afirmación (10,14.42),
que se encuentra textualmente en Dt 3,22. En una
visión histórica tal como la historia ve habitualmente
los hechos y hazañas de los hombres en grupo, Israel
es un conjunto de hombres que sencillamente han
conseguido, como muchos otros pueblos y tribus,
ocupar un puesto en el mundo. Se ha infiltrado en
Palestina, y se ha instalado en ella. Ha encontrado
posición, y ha combatido. Podría hablarse exacta­
mente lo mismo a propósito de los Filisteos, también
invasores de Palestina y aproximadamente al mismo
tiempo que los Israelitas.
Pero los escritores bíblicos no tienen esta visión
del historiador profano ; ellos tienen la fe de Israel
y no conocen un Israel sin Yavé. En virtud de la
Alianza, que ha hecho de él pueblo de Yavé, Israel
no combate sin su Dios. Un poco más de penetración
en esta visión de fe, y se podrá afirmar que Yavé
mismo ha tenido la iniciativa y la conducción de la
FIDELIDAD DE DIOS, FIDELIDAD DE ISRAEL 211

lucha, que él ha sido el jefe del ejército de Israel


(5,14), guerrero potente y victorioso, como le presen­
tarán tantos poemas y salmos (Jue 5,4-5.23.31; Ex
15,3-12; 17,16; Sal 44; 46; 68; 76; 108). De esa
manera los combates de Israel son las ((guerras de
Yavé» (Nm 21,14; 1 Sm 18,17; 25,28).
((Mirad, yo os he distribuido por suerte en here­
dad para vuestras tribus esas gentes que han que­
dado todavía... Yavé, vuestro Dios, las rechazará y
las expulsará ante vosotros y os dará en posesión su
territorio, según lo que os ha dicho Yavé, vuestro
Dios» (vv. 4-5).
La historia, en realidad, queda respetada. El li­
bro de J osué, ya lo hemos hecho notar muchas veces,
es honesto; basta con comprender su punto de vista
y su lenguaje. Hablar de la conquista de ((todo el
país», en fin ccdel descanso frente a todos sus enemi­
gos», no es por tanto un obstáculo que impida reco­
nocer la presencia de los Cananeos dentro del mismo
país mucho tiempo después de los comienzos de la
penetración israelita. El libro cuya lectura estamos
acabando nos ha dejado bien persuadidos, no sola­
mente de la ostentación a lo largo del tiempo de esta
penetración, sino también del sentido más o menos
equívoco de la palabra ((Conquista», cuando se cons­
tata el número, la importancia y, en algunos casos,
la superioridad de los supuestos vencidos (cf. v. 9).
Los Cananeos han ((quedado» allí (vv. 7 y 12).
Y con ellos, por supuesto, sus dioses, sus cultos, su
religión y su espíritu. Ese es el drama de Israel, su
mayor problema, la piedra en que ha tropezado.
¿Era posible que hubiera sucedido de otra manera?
Conocemos la respuesta de los profetas, su insisten­
cia en la fidelidad a solo Yavé, en la lucha contra
212 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

la idolatría, en la conversión. Uno de ellos es el que


ha escrito el discurso de Jos 23, bajo el cual está
sobrentendida la historia de seis siglos. Podemos, por
última vez, considerar esta historia, que se ha con­
vertido en la más importante lección del Antiguo
Testamento.
Antes de la venida al país, los Israelitas tenían
fe en Yavé y le servían a la manera de los nómadas.
Fe sin apegos a tierra alguna. El Dios de sus padres
y de su tradición era el del grupo, adondequiera que
ellos fueran. Y los miembros del grupo vivían entre
sí, en una misma fe, separados de los otros e igno­
rándolos 3

Con su instalación en Palestina debía cambiar


todo. Las relaciones con los Cananeos eran inevita­
bles, naturales. Así lo exigía la vida, las necesidades
del trabajo de la tierra, la vecindad y los desplaza­
mientos, el trato y sobre todo los matrimonios, los
intercambios y el comercio, los mercados y las fe­
rias, en fin, todas las exigencias y ocasiones de la
coexistencia.
Resultaba imposible ignorar la religión cananea.
Hasta habría sido muy difícil de verdad mostrarse
indiferente con relación a ella. A no ser oponiéndose
a ella en seguida de una manera tajante y clara, difí­
cilmente se podía evitar, al nivel medio del pueblo,
el experimentar su atractivo. De hecho, la religión
de los Cananeos no tardó en conseguir prestigio entre
los recién venidos.

3 Esquematizamos para que se diga lo esencial; la historia real


es siempre más compleja. Los escritores bíblicos nos han dicho y
nos volverán a decir que desde el "desierto", en el Sinaí, antes, por
tanto, de llegar a ser sedentarios, los israelitas han conocido muchos
convenios.
FIDELIDAD DE DIOS, FIDELIDAD DE ISRAEL 213

La religión cananea tenía unos santuarios venera­


bles por la antigüedad, muy acreditados y de una
amplia irradiación. Por otra parte, consistía esencial­
mente en unos cultos estacionales y agrarios más o
menos desconocidos de los nómadas y que ahora
aparecían a los Israelitas como buenos y bienhecho­
res, como si tuvieran una cierta legitimidad y una
eficacia propia ; en materia de sementeras y cose­
chas, podían ellos pensar, Yavé Sebaot no era un
especialista. Y no se estaba en la era de la teología
y de la espiritualidad ; como para todas las buenas
gentes de todos los tiempos, una especie de relati­
vismo y un cierto confusionismo podían muy bien
aliarse con un gran fervor religioso y mucha piedad.
Este mundo estaba acostumbrado a la tolerancia en
semejante materia y, la arqueología da fe de ello, no
era casi susceptible en cuanto a la composición de
su panteón. Finalmente -una cosa que nosotros hoy
somos menos capaces de sentir-, las ideas religiosas
y las formas de culto, fuesen las de los Cananeos o
las de los Israelitas, tenían todo el color del antiguo
Oriente, muchos puntos comunes.
En los santuarios cananeos, difundidos por todas
partes (cada ciudad tenía su lugar alto), casi todo se
reducía o se entroncaba con los cultos de la fecun­
didad. Cada región o porción de tierra estaba consi­
derada como el dominio de un Baal, palabra que
significa a la vez dueño o señor, propietario y mari­
do ; él era el poder generador de este dominio ; él
lo fecundaba dándole la lluvia ; de él dependían los
nacimientos, el crecimiento, la vitalidad, la vida de
los hombres, de los animales y de la vegetación'. Dán-

4 Para ser completo (cosa de la que aquí no se trata en manera


alguna), habría que hablar de los diversos "Baales", de las diferentes
214 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

dole un culto, se granjeaba uno su benevolencia;


celebrándole por unas fiestas, se le apremiaba a la
generosidad y a la magnificencia ; cumpliendo unos
ritos de iniciación, se participaba en su energía vital
y se podía contribuir a propagarla. Por consiguiente,
era grande el lugar del misterio de la fecundación,
de la sexualidad, en una religión así de la vida. Ritos
de iniciación, prostitución sagrada, cultos fálicos, en
relación con los grandes mitos fundamentales inspi­
rados por la naturaleza, eran enteramente manifies­
tos y preponderantes. No sería suficiente decir que
tal religión era, siendo el hombre lo que es, atrayen­
te, seductora, fascinante. Aparecía sobre todo seria.
Los Israelitas, su historia da ampliamente testi­
monio de ello, han cogido gusto realmente a esta re­
ligión de la tierra, de la naturaleza, de la vida. La
viven en las fiestas y en las peregrinaciones, llevando
sus ofrendas y tomando parte en los sacrificios. Y
apenas hay unas prácticas cananeas a las que ellos
se hayan negado. Sin embargo, para ellos, esta acep­
tación de las costumbres religiosas locales no signifi­
caba el abandono de su fe ancestral. En los santua­
rios tradicionales del país, se pusieron a servir a Ya­
vé, al que no cesaban de reconocer los derechos y
los privilegios, los títulos particulares para su adhe­
sión y su reconocimiento.
Este encuentro, inevitable, entre la religión del
desierto y la religión de la tierra no carecía de ven­
tajas y podía permitir al yavismo realizar unos pro­
gresos necesarios. En la medida en que Yavé ocu-

divinidades y particularmente de la gran divinidad femenina de la


fecundidad y del amor, Astarté. Ya hemos evocado esta religión
cananea en la introducción, págs. 31-33, que remite a T. B.: pági­
nas 62-65 y también, por razón de los mitos, págs. 40-44.
FIDELIDAD DE DIOS, FIDELIDAD DE ISRAEL 215

paba un puesto en medio de los dioses del país y los


destronaba, retornaban a él los mayores atributos de
los Baales. El Señor que se había revelado a los an­
tepasados de Israel se convertía en el dueño de la
naturaleza fértil. Eso era necesario ; era preciso que
los Israelitas, ahora cultivadores y apegados a la tie­
rra, dejaran de concebir a Yavé solamente como el
Dios de las montañas inaccesibles y de las áridas
estepas, el Dios de las peregrinaciones, de los trashu­
mantes y de los campamentos. De lo contrario, ha­
bría terminado por serles extraño y de esa manera
no ser ya su Dios. Yavé debía pues apoderarse de
los santuarios conocidos y su culto debía celebrarse
en los lugares altos con no menos celo y generosidad
que el culto de los Baales. Esta aclimatación, si se
puede decir así, de la fe ancentral de los Israelitas
le permitió existir inmediatamente en el mismo lugar,
permanecer vivo y cercano, en lugar de diluirse en
un puro recuerdo y ser desterrado de la vida.
El peligro, sin embargo, era evidente, y grave ;
el de «naturalizar» a Yavé, el de hacer de él un Baal
entre los otros, ciertamente el primero y superior a
todos, pero al fin y al cabo Baal, y no ya Yavé 5•
Porque si Yavé no es el único, ya no es Yavé.

«Yo soy Yavé tu Dios, que te he librado del país


de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás

5 Los nombres de Israelitas como Jerobaal (Jue 6,32), Esbal y


Meribaal (1 Cr 8,33-34) son significativos. Todavía lo es más el texto
de Os 2,18-19: "De la semejanza de este texto con Ex 23,13 resulta
que en el pensamiento del profeta los Baales se identifican con los
dioses extranjeros, que los Israelitas tenían incesantemente en la boca
y en los labios los nombres de las divinidades paganas y que la re­
forma prometida anunciaba la extirpación de estas palabras" (A. VIN­
CENT, Le religion des Judéo-Araméens d'Eléphantine, Geuthner, 1937,
pg. 419).
216 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

otros dioses fuera de mí» (Ex 20,3). «El que ofrezca


sacrificios a los dioses, a no ser a Yavé, será exter­
minado» (Ex 22, 19). Tal es la afirmación de la fe
de Israel en su manantial original. Afirmación fun­
damental, constitutiva, indispensable. Es la que ha
creado a Israel como pueblo de Dios. La que ha sus­
citado e impregnado sus tradiciones sagradas, la que
le ha dado una doctrina tan elevada y tan segura y
la esperanza más extraordinaria, la que ha inspirado
su incomparable literatura religiosa. El mundo en­
tero sabe hoy lo que debe a la revelación del mo­
noteísmo, y a su conservación en la historia de los
hombres, gracias a Israel.
Yavé el único tuvo siempre sus fieles. Los había
entre los hombres de Josué, comenzando por el mis­
mo J osué. Estaban los levitas, cuya misión en la
salvaguarda y propagación de la fe auténtica hemos
conocido. Lo fueron sobre todo los profetas, heraldos
intransigentes de esta fe; desde Samuel a Jeremías,
no dejaron de proclamar que Yavé no podría tener
ningún rival; y hablaron a voces del peligro y la
desgracia de la idolatría invasora.
Pero la masa de los Israelitas, incluidos casi siem­
pre sus dirigentes y sus responsables -ellos sobre
todo-, no se han atenido a este rigor, en esta altura
sana y difícil. El pueblo de Israel vivió habitualmen­
te dentro de un ambiente religioso híbrido, equívoco,
muy empapado de impregnaciones cananeas. Hay
que llegar al final del período monárquico, al tér­
mino de una experiencia lamentable y en la víspera
de la peor catástrofe para que por fin estalle violen­
tamente la crisis a nivel de la conciencia colectiva.
La Reforma de J asías y el Deuteronomio son tanto
signos y causas de ello como efectos y símbolos.
Esta vez estaba claramente declarada la oposi-
FIDELIDAD DE DIOS, FIDELIDAD DE ISRAEL 217

ción entre Yavé y los «otros dioses», los «que no


son»; entre el Señor que interviene para salvar a su
pueblo y que le habla con los acontecimientos, y el
naturalismo mitológico que encierra al hombre en el
círculo de sus instintos y de sus relaciones con el
mundo físico inmediato; naturalismo capaz de mul­
tiplicar los dioses precisamente porque son del todo
diferentes a Yavé. Oposición absoluta, que no se aco­
moda a ningún sincretismo ni a una conciliación o a
un compromiso cualquiera. El monoteísmo es, de
suyo, intransigente, intolerante 6. Yavé es un «Dios
celoso», porque es el Unico 7.

J
Si ahora volvemos a os 23, comprenderemos en
qué sentido han «quedado» los Cananeos, y por qué
hay que cuidar de no «entrar» en su casa, es decir
de no mezclarse con ellos, de no tener ninguna com­
plicidad en relación con ellos cuando se trata del
campo religioso, y de no contraer uniones que son la
ocasión y el camino para las perturbaciones en la fe
(vv. 7.12). Esta doctrina está ampliamente desarro­
llada en páginas como Dt 7,1-6 y Nm 33,51-56. Los

6 Intolerancia de Yavé con relación a sus fieles, que no podían


estar dentro de la Alianza y "seguir a otros dioses". En cuanto a
aquellos que los siguen porque no conocen a Yavé (nosotros diríamos
los que no tienen fe, los que no han recibido la revelación y el don),
Yavé no tiene las mismas exigencias; esto se ve particularmente en
la predicación de los profetas. De hecho, ¿qué hubo del esta intole­
rancia frente a los Cananeos? Nuestra reflexión sobre el hérem, pgs.
103-104, nos ha enseñado a distinguir entre las matanzas "literarias" y
la realidad histórica, y colocar ésta a su nivel de civilización, dentro
de las costumbres del tiempo y de las circunstancias de hecho. Queda
como verdad que la distinción entre "el Cananeo" y la religión cana­
nea, entre el tentador inconsciente y de buena fe y la tentación per­
versa, entre el mal y los que lo representan o lo propagan sin cono­
cerlo como tal, no se ha hecho siempre ni siempre ha sido posible.
Pero entonces no se podría justificar por eso un principio de intole­
rancia religiosa.
7 s.s., pgs. 284-286, 290, 304, 368.
218 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

Cananeos y sus cultos son «el lazo y la trampa»


(v. 13; cf. Dt 7,16; 12,30; Jue 2,3; Ex 23,33; 34,12;
Sal 106,36), la trampa del débil a quien siempre tien­
tan los cultos inmediatamente arraigados en la vida
natural, fáciles de comprender y que responden a
unas aspiraciones profundas.
Por eso hay que mostrarse firmes y fuertes (v. 6).
¿Para combatir a los Cananeos? Ciertamente. Y
bien sabemos que hubo guerras, matanzas y servi­
dumbres. Pero si buscamos de verdad en este punto
el sentido de la enseñanza del libro de J osué, como
por lo demás de tantas otras páginas bíblicas del
mismo pensamiento, realmente aparece que no se
trata de ninguna manera de la guerra de las armas.
La lucha es religiosa, la victoria es la victoria del
espíritu y del corazón. El valor consiste en «poner
en práctica todo lo que está escrito en el libro de la
ley de Moisés», es decir el Deuteronomio, el libro de
la enseñanza profunda y de la exhortación cordial
propuesta a la nueva generación como una reedición
adaptada de la Torah antigua. La lucha, para Israel,
es pues menos contra los Cananeos que contra sí
mismo, contra las complicidades que cada uno tiene
dentro de su corazón con la idolatría y el naturalis­
mo, con el «espíritu cananeo» del pueblo de Dios.
Por eso Israel, muy frecuentemente y en masa,
ha cedido a la tentación y ha sido infiel a Yavé, el
cual «no ha continuado arrojando a estos paganos»
(v. 13). Estos han llegado a ser unos aguijones dolo­
rosos para los Israelitas (el mismo v. 13; cf. Nm
33,55). Tanto que el pueblo de Dios ha ido al desas­
tre: hay, en este final del v. 13 y en el del v. 16, una
clara alusión a la ruina del 587 y al destierro babi­
lónico. El tono del discurso es, en su fondo, entera­
mente trágico. Se nota, en particular, en la segunda
FIDELIDAD DE DIOS, FIDELIDAD DE ISRAEL 219

parte (vv. 14-16), que es un rebote del mismo tema:


supuesto que se ha cumplido toda «palabra buena»
de Yavé, como lo demuestran los acontecimientos,
también toda «palabra mala» de Yavé, como castigo
de la infidelidad, puede llegar a ser una terrible
realidad.
Esta grave meditación del pasado no se refiere
solamente a un momento de la historia de Israel. El
pueblo de Dios está siempre en cuestión, ante el mis­
mo problema y por el mismo combate, con tantos
riesgos y dificultades, con tantas oportunidades y con
la promesa de vencer, porque es el combate de Dios
que da la victoria. Cuando se trata de su fe, el pue­
blo de Dios debe siempre saber plantearse el proble­
ma y hacer la revisión de su corazón y de su vida,
de sus instituciones y sus prácticas; debe pensar en
las reformas que se imponen y ponerse a realizarlas.
¿Quién no se sentiría aludido, interrogado, juzgado,
exhortado por las palabras de Josué, por la palabra
de Dios? Todos, cada comunidad, la Iglesia. La ur­
gencia no deja de ser siempre la misma: Yavé o
Baal, decía el profeta del Carmelo (1 Re 18,21) ; la
«justicia» o la «impiedad», dicen los Sabios; Cristo
o el vientre, se atreverá a decir Pablo (Rm 16,18);
Dios o el dinero, dice Jesús (Mt 6,24).
La Bibilia entera, desde la primera tentación
(Gn 3) hasta los combates escatológicos del Apocalip­
sis, nos hace asistir a esta lucha inevitable, condición
de la salvación. El eco más punzante de ello es la
adusta vehemencia de tantas páginas de la predica­
ción de los profetas. El Evangelio no hace más que
precisarlo y urgirlo: ya lo hemos recordado, a pro­
pósito del «anatema», que es en realidad la misma
ley de lucha, los imperativos de esta «feliz noticia»
220 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

(pág. 118); la doctrina del Evangelio no es menos


militante que la del libro de J osué. El Cristianismo
conocerá el drama inaugurado por el encuentro con
Canaán, los compromisos provisionales y la pacien­
cia del tiempo ; pero un día le será también nece­
sario dar una respuesta tajante y a veces dura cuan­
do se ponga en cuestión su fe. Camino difícil y con
frecuencia crítico, historia de luchas y de ruinas, pero
también de victoria, de resurrección y de vida, aun
contando con muchos muertos.
La vida es una elección nada fácil. No se puede
condenar precipitadamente a los Cananeos, ni a los
Israelitas que los imitaron. ¿Quién ve claro al pri­
mer golpe en el mundo y en sí mismo? ¿Quién sabe
distinguir a primera vista la voz auténtica de Dios
y las voces discretas e imperiosas que se hacen oir
en la naturaleza, en el universo que condiciona al
hombre y en las profundidades de su ser? Lo que
nosotros llamamos naturalismo religioso, no es sim­
plemente error o mal. La vida es buena, incluso es
un valor primario, que hay que salvar y promover.
Pero es también un misterio que desborda al hombre
y que el hombre propende a divinizar. Cananeo, is­
raelita o cristiano, le ha sido dada la certeza de que
la vida viene de Dios. Pero hay que saber también
creer y proclamar que la vida, que se manifiesta de
una manera tan extraordinaria en la naturaleza, no
es Dios.
Y la vida se gana. Si el amor suscita y realiza la
vida, es el combate el que la protege y la asegura.
Lucha por la vida, ley de creación, que conocen to­
dos los vivientes, los de las selvas, los mares y los
desiertos, y los hombres, y su larga, perpetua histo­
ria. No solamente por un lugar en el sol y por el
alimento. En todos los terrenos, dondequiera que
LA ALIANZA Y EL SERVICIO 221

surge y quiere crecer, la vida se conquista ; y esto


en todos los niveles de la existencia y de la actividad,
hasta en el interior del hombre y ahí sobre todo,
donde todo se atraviesa, se propone y se opone, en
el mismo centro de las opciones decisivas.

LA ALIANZA Y EL SERVICIO (cap. 24)


El testamento de Josué, en el cap. 23, debía ser
la última conclusión del libro en su forma deutero­
nómica. El conjunto de tradiciones recogidas y orde­
nadas por el redactor se encontraba así notablemente
encuadrado por los cap. 1 y 23 ª. Esta edición de la
obra debía admitir la relación de la muerte de Josué,
esperada y preparada por 23,2-3 ; la tenemos en
24,29-31, que no hace más que volver a copiar Jue
2,6-9. Este último pasaje sin duda seguía inmediata­
mente a Jos 23,16. La «historia deuteronómica» pa­
saba así directamente de las tradiciones acerca de
Josué a las del tiempo de los Jueces y formaba una
narración seguida. La división de los dos libros se
hizo más tarde.
Jos 24,1-28 (lo mismo que Jue 1,1-2,5) pertenece
a una «edición» posterior y se presenta como una
conclusión suplementaria, obra del redactor final.
Este, sin embargo, ha tenido también su visión del
conjunto de la historia, y una visión que es gran­
diosa. Acabando el libro con el relato de la Alianza
de Siquem, lo relaciona con la Alianza del Sinaí y

8 En el interior de este conjunto, la sección de la división del


territorio tenía también su introducción y su conclusión: 13,1-7 y
21,43-45. Los escritores que han trabajado en el libro de Josué no
han cesado de hacer un esfuerzo de composición y de presentación
equilibrada.
222 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

hace del Deuteronomio y del libro de J osué una his­


toria continua. La unidad de esta historia es la del
designio de Dios sobre su pueblo, desde la liberación
de la servidumbre hasta el don de la tierra prome­
tida 9•
A pesar de su carácter adicional y de su redac­
ción tardía, posterior al destierro, esta página ha con­
servado un fondo tradicional antiguo. Más antiguo
que J os 8,30-35 y que Dt 27, 1-26 que, ya lo hemos
visto, refieren igualmente la Alianza de Siquem. J os
24 ha conservado incluso y reproducido una especie
de esquema, clásico en el II milenio antes de nues­
tra era, de los tratados de alianza en el Oriente an­
tiguo 10•
El relato consiste principalmente en discursos.
Más exactamente, se compone primeramente, des­
pués del preámbulo, v. 1, de un gran discurso de
Josué, vv. 2-15 ; después, de un diálogo entre Josué
y el pueblo de Israel, vv. 16-24; finalmente, de una

9 En este sentido, se puede hablar de Hexateuco, es decir del


conjunto formado por el Pentateuco más el libro de Josué. Pero según
la mayoría de los exegetas recientes, no se puede mirar este conjunto
de los seis libros que van seguidos al principio de la Biblia como
una unidad desde el punto de vista de la composición literaria; las
"tradiciones" del Pentateuco (J. E. P.) no se las sabría encontrar
dentro del libro de Josué.
10 Este esquema está compuesto de esta manera: una obertura
o preámbulo ("así habla N"); una exposición histórica; una declara­
ción de la Alianza; las estipulaciones; la apelación a los testigos;
la proclamación de las bendiciones y maldiciones consecutivas al
comportamiento de los contratantes. Los principales elementos de este
esquema es posible reconocerlos en Ex 19-24. Ese esquema parece por
lo demás haber inspirado la estructura general del Deuteronomio
(cap. 1-11: exposición histórica; 12-26,15: disposiciones legislati­
vas; 26,16-19: declaración de la Alianza; 27-29: maldiciones y
bendiciones). Pero es evidente que Jos 24 es el que lo sigue mejor.
Una presentación y un examen de este esquema, con la bibliografía
correspondiente, se hallará en un artículo de J. L'HOUR, "L'Alliance
de Sichem", Revue Biblique, 1963, pgs. 5-16 (cf. también S.S., pgs. 264-
265).
LA ALIANZA Y EL SERVICIO 223

parte breve descriptiva, llena de elipsis, que evoca el


mismo rito de la Alianza, vv. 25-28.
El redactor no ha tomado la precaución de unir
este capítulo al anterior. No se diría en realidad que
Josué está para morir (23,2-3): se ha vuelto a con­
vertir en el gran jefe activo y elocuente de sus mejo­
res años. Sin duda, ésta es una de las razones, que
había hecho al escritor deuteronómico colocar la
asamblea de Siquem en 8,30-35.
Se trata de una asamblea religiosa, «en presencia
de Yavé», v. 1, y de C<todas las tribus de Israel». Allí
están las familias o los clanes (es decir, sus represen­
tantes), que casi no han abandonado la región desde
los tiempos de los C<patriarcas» ; están las tribus que
han estado en Egipto pero han venido antes del tiem­
po de Josué, y han estado mezcladas con unos cla­
nes del Negueb y más o menos en camino de insta­
larse en la Palestina meridional. Pero el grupo domi­
nante es el que ha penetrado con Josué, el que ha
hecho el C<éxodo» de la manera como se habla de él
en el libro que lleva este nombre, y que representa
principalmente la tribu llamada Efraím. Este grupo,
la C<casa de José», que intenta colocarse en el mismo
centro del país {16; 19,49-50) es el que, en Siquem,
se convierte en el elemento unificador e innovador,
teniendo la iniciativa de una manifiesta afirmación
de la existencia israelita frente a los Cananeos, y de
un acuerdo de todas las tribus afines en el plano reli­
gioso sobre unas bases tradicionales.
Desconocemos las modalidades concretas de la ac­
ción convergente que ha terminado por la formación
de esta confederación de las Doce tribus 11• Pero el

11 Sobre el carácter y la significación de la asamblea de Siquem


224 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

libro de J osué, que, como todos los escritos proféticos


de la Biblia, apenas se preocupa de la reconstruc­
ción histórica, atestigua orgullosamente el hecho, sub­
rayando su importancia y su significación.
En Siquem es donde el Señor revelado en el Sinaí
se ha convertido en el Dios de todas las tribus de
Israel. Allí es donde se han fusionado y unificado las
tradiciones de los diversos grupos, y donde ha apare­
cido una primera forma de Torah común. Allí pues
ha «nacido» verdaderamente el «Israel» que conoce
a continuación la historia, y que se conoce como el
pueblo elegido de Yavé.
Siguiendo la manera clásica de los oráculos den­
tro de la Biblia, el discurso que tiene J osué se atri­
buye a Yavé, v. 2. Desde el comienzo, impresiona la
semejanza de las palabras de este discurso con la
«profesión de fe» que se lee en Dt 26,5-1 O. Este texto
forma parte del ritual de la presentación anual de
las primicias ; constituye el «credo» recitado en el
momento de la ceremonia. Y es una historia: la his­
toria de los hechos que han dado existencia y figura
a Israel, unos hechos decisivos que han valido en
el pasado de Israel el ser una historia de salvación
que él debe a Yavé.
La fe de Israel ha nacido dentro de la historia
y tiene por objeto los acontecimientos vistos como
un encuentro de Dios, intervención de Dios, libera­
ción y don de Dios. El hecho histórico esencial, cons­
titutivo de esta fe, es la liberación de Egipto ; Israel
lo ha proclamado siempre apelando a su Señor:
«Yavé que nos ha hecho salir del país de Egipto, de

desde el punto de vista de la historia, véase págs. 46-48 ; cf. también


el comentario de Jos 8,30-35, págs. 127-134.
LA ALIANZA Y EL SERVICIO 225

la casa de servidumbre» 12• Cuando toma una forma


más desarrollada, la profesión de fe israelita añade,
al acontecimiento de la liberación, otros dos grandes
rasgos históricos: la vocación de los patriarcas. con
las promesas que Yavé les ha hecho, y la entrada en
Canaán, que era la tierra prometida.
Convertido en un discurso de Yavé, J os 24,2-15
no es ya, en esta forma, una profesión de fe, sino
que de ella se deriva y ha entrado sin duda como un
verdadero «credo» que se recita en el ritual de las
celebraciones de la Alianza. Se puede comparar los
salmos de alabanza o de meditación que se han cons­
truido sobre un cañamazo semejante : Sal 78; 105 ;
106; 136. Se acerca también a ello Neh 9,6-37, que
se sitúa dentro de un contexto de celebración litúr­
gica (cf. Neh 8,17-19; 9,1-3; 10,1).
El comentario de esta exposición histórica son los
libros del Génesis, del Exodo y de los Números, como
también el libro mismo de Josué. No parece útil
multiplicar las referencias a unos pasajes bíblicos
muy conocidos y que cada cual puede encontrar por
sí mismo. Se advertirá que, según el v. 11, la toma
de Jericó no ha sido tan sencilla como deja suponer
el cap. 6. La lista de poblaciones que sigue, en nú­
mero de siete, se nos ha hecho familiar 13• Pero, en
el sentido del tema principal que se desprende del
libro de Josué, son los vv. 12-13 los particularmente
instructivos y sugestivos.

Ya nos había hecho saber el libro que las bata­


llas en que se compromete o que sostiene Israel son
«guerras de Yavé». Para mejor declararlo, no es

12 Acerca de esta revelación, cf. S. S., pgs. 121-123.


13 Véase la mención de las referencias, pg. 27, nota 4.

EL DON DE UNA CONQUISTA.-15


226 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

que se excluya de ellas toda contribución humana:


«ni por tu espada ni por tu arco». Ahora hemos com­
prendido el carácter «teológico» de esta declaración,
repetida con claridad e insistencia en términos pare­
cidos buen número de veces dentro de la Biblia:
1 Sm 17,47; Os 1,7; Sal 20,8; 33,16-19; 44,5-9. La
conquista es asunto de Yavé. Un don de Yavé.
La afirmación de este don está subrayada en el
v. 13, que repite Dt 6,10-11: los Israelitas, que han
podido hacer la comparación con el «desierto grande
y tremendo» (Dt 8,15), heredan, efectivamente, de la
cultura y de la civilización cananeas, de un país ya
instalado, construido, que tiene el aspecto que puede
dar a una comarca el trabajo secular del hombre. Tal
vez es éste uno de los rasgos de Israel, una de las
características más impresionantes de este pueblo
guiado por Dios en la historia, uno de los aspectos
de su misión.
El pueblo de Dios no es superior a otros en ca­
pacidad, en fuerza, en cualidades humanas (Dt 7,7;
9,4-6). Todo lo contrario. Son sus flaquezas, su insig­
nificacia, su debilidad las que le evitan el que se en­
gañe acerca de sí mismo y le obligan a reconocer las
«grandes obras» de Dios, y considerar su salvación
como una gracia. Pero si las naciones con que él se
encuentra o de que se rodea están mejor dotadas,
Israel saca provecho de ello ; Israel recibe enrique­
cimiento y desarrollo de los bienes que él encuentra
en el mundo que está en torno suyo. De estas rique­
zas, de las que tiene que rendir homenaje a Yavé
como de tantos otros dones gratuitos, puede hacer
uso Israel para mejor proseguir su destino singular
en la historia.
Incesantemente, Israel recibirá de los otros pue­
blos, no solamente campos y casas, recursos econó-
LA ALIANZA Y EL SERVICIO 227

micos y aportaciones artísticas, sino también expe­


riencias y lecciones, verdades y sugerencias. Comen­
zando por lo que debe a Canaán. Sería admirable y
muy iluminador hacer su historia especialmente desde
este punto de vista 14•
Dios conduce siempre a su pueblo de la misma
manera, manteniéndole en la humildad de su inca­
pacidad y sus deficiencias, pero haciendo que se be­
neficie de las investigaciones, de los descubrimientos,
del trabajo y del genio de todos los hombres sus
hermanos. El pueblo de Dios debe ser siempre cons­
ciente de lo que les debe.
No es de ningún modo fácil datar los textos que
forman el diálogo de los vv. 14-24. El fondo antiguo
parece que se limita a una invitación de J osué, que
corresponde a los vv. 14-15, y al consentimiento del
pueblo, tal como se encuentra expresado al final del
v. 18. El conjunto, que incluye muchos elementos
redaccionales (cf. vv. 22-24), es indudablemente pos­
terior al destierro, obra del responsable de la «segun­
da edición» del libro.
Este solemne diálogo forma parte de la liturgia de
la Alianza. Su contexto histórico está evocado en 8,33
y en Dt 27,1-1O. Está en litigio toda la fidelidad del
pueblo de Dios, exactamente igual que en el cap. 23.
Su conversión a Yavé es urgente y debe ser verda­
dera. El signo de esa conversión será la renuncia a
las falsas divinidades. A la misma tradición de «ab­
juración» en Siquem pertenece el relato de Gn 35,14.
Sin embargo, la alusión a los dioses «servidos por

14 Entre las aportaciones importantes de esta clase, una de las


más interesantes que hay que destacar es la abertura religiosa pro­
vocada por el destierro babilónico y por el encuentro con la religión
persa (T. B., pgs. 214, 229-230).
228 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

los padres al otro lado del río» (el Eufrates), al mis­


mo tiempo que a los ídolos cananeos (vv. 14-15) pa­
rece actualizar singularmente el discurso para los
Israelitas que han conocido el destierro babilónico.
Anteriormente, en tiempo de los Reyes, Israel había
tenido ya la tentación de las divinidades, principal­
mente cósmicas, de Siria y de Mesopotamia. Después
del encuentro directo con la fascinación de los «gran­
des dioses» de Babilonia, se impone más que nunca
la precaución de defender la fe contra la idolatría.
Una palabra asombra por su repetición: «ser­
vir». Se encuentra catorce veces en el pasaje, de las
cuales siete veces en los vv. 14-15. Este verbo tiene
aquí su sentido plenamente bíblico de fidelidad en
la ley, de adoración en el culto, de obediencia a los
mandamientos de Dios, de disponibilidad y de com­
promiso en las diversas circunstancias y exigencias
de la vida que Dios hace a su pueblo 15•
Dios es «santo», v. 19, es decir absolutamente dis­
tinto a todo; nada ni nadie podría compararse con
él, pretender estar en su puesto o hacer como él,
reemplazarle; él es único 16• Por eso Dios es «celoso»
(cf. Ex 20,5; 34,14; Dt 4,24; 6,15; 32,16.21 ; Sal
78,58). Esta palabra pertenece al vocabulario del
amor, al lenguaje pasional. Expresa la intransigencia
de Yavé que no puede reconocer la legitimidad de
otros cultos fuera del suyo, que no puede pactar con
los «otros dioses», que tiene una Alianza que es ne­
cesariamente exclusiva (cf. ya a propósito del dis­
curso del cap. 23, pág. 217). Va en ello la verdad y
el error, la fidelidad y la mentira, la vida y la muerte.

15 Para "servir" en la Biblia, véase S. S., pgs. 77-80.


16 P. D., pgs. 31, 180.
LA ALIANZA Y EL SERVICIO 229

No ser rigurosamente fiel al único Señor Dios,


servir a los ídolos, conduce a la perdición, v. 20.
Quien escribe esto conoce la historia, la del tiempo
de los Jueces y del tiempo de los Reyes, hasta la ca­
tástrofe final. Conoce la razón de todas las calamida­
des de Israel y exhorta a sus contemporáneos a una
lealtad religiosa perfecta, a una vigilancia extrema.
La misma celebración de la Alianza se describe
muy brevemente, como en Ex 24,1-8. En compara­
ción de las amplificaciones oratorias que anteceden,
resulta tan incompleta que se ve con evidencia que
lo que le interesa al autor no es el aspecto ritual de
la Alianza, sino su significación y sus consecuencias.
Es posible iluminarla con descripciones como las de
2 Re 11,17-18 y 23,1-3; 2 Cr 15,8-15; Neh 10,1.
La expresión «cortar la alianza», en el v. 25, es
arcaica 11• Pero la segunda mitad del mismo versícu­
lo, idéntica a Ex 15,25b (fragmento aislado y enigmá­
tico en su lugar), es del último redactor, posterior al
destierro. Aquí, «un estatuto y un derecho» están
bien situados; no hay alianza sin estipulaciones, sin
condiciones, sin forma jurídica.
Esta sola mención, como la del versículo siguien­
te, bastaría para afirmar que en Israel se tenía la
idea de una torah que se ha ido formando poco a
poco, desarrollada y escrita después de Moisés. Pero
da testimonio al mismo tiempo de la actividad legis­
lativa que está vinculada al viejo santuario de Si­
quem y que, en el siglo que va de Josué a Samuel,
formó un conjunto de «leyes», muchas de las cuales,
particularmente el «Código de la Alianza», están to­
davía en nuestra Biblia.

17 Cf. S. S., pg. 244.


230 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

La primera parte del v. 26 es deuteronómica, aun­


que el redactor haya tenido el cuidado de sustituir
la expresión tradicional «ley de Moisés» (cf. 8,31), por
la que le parece más conveniente ahora, «ley de
Dios». Es probable que a continuación el texto sea
enteramente antiguo, testigo de la tradición primiti­
va: «Y tomó una gran piedra, y la alzó allí, debajo
de la encina, que está en el santuario de Yavé»
(v. 26b). Esta «gran piedra» era sin duda una estela
antigua venerada en Siquem; su tradición vuelve a
encontrarse en Gn 33,20 (en este texto, la palabra
«altar» habría sustituido a la palabra ccestela»; com­
párese Gn 28,18; 35,14). Por otra parte, probable­
mente se trata de una estela escrita, es decir que po­
día admitir, sobre un revoque de cal, las estipulacio­
nes, las bendiciones y las maldiciones 18• Aunque el
redactor parece dar una gran importancia a esta ins­
cripción de las «palabras», no tiene preocupación de
hacer que se conozca o incluso se suponga su conte­
nido; las «bendiciones» y «maldiciones» están repre­
sentadas, de manera irregular, por unos textos como
Dt 27-28 (cf. en particular Dt 27,2-8 y 28,69). La en­
cina es la de Gn 12,6 y 35,4 bajo la cual debían ser
enterrados los ídolos (vv. 14 y 23). La piedra se
convierte en «testigo», símbolo, recuerdo, señal, ga­
rantía (compárese Jos 22,27).
Se esperaría aquí alguna evocación un poco con­
creta del rito de la Alianza (cf. 8,31). No está descrito
más que en 2 Re 23,1-3. En uno y otro texto, sin
embargo, es evidente que se sobrentiende este rito
sacrificial. Tal vez, en la época en que él escribe, el
redactor quiere evitar la evocación de un rito que se

18 J. L'HOUR, art, cit., pg. 32.


LA ALIANZA Y EL SERVICIO 231

asemeja demasiado a las prácticas paganas. En todo


caso, dentro de la línea y el espíritu del libro que él
termina, está sobre todo preocupado por las obliga­
ciones que va a asumir Israel frente a Yavé. Del
ritual propiamente dicho, no ha conservado más que
unas migajas, preciosas ciertamente, y unas fórmulas
más alusivas que descriptivas.
El v. 28 termina la escena, pero forma parte del
bloque 28-31 que está copiado sobre Jue 2,6-9; es
por tanto puramente redaccional.

Gracias a la celebración de la Alianza, se ha


puesto muy en claro un hecho esencial : la formación
de Israel partiendo de unas tribus antiguamente em­
parentadas pero hasta entonces separadas, y desco­
nociéndose más o menos, si no es que se oponían
entre sí. Unidad que es frágil, difícil, amenazada ;
que es un deseo y un programa que hay que reali­
zar. Pero que tiene por principio lo que jamás había
sido dado a ningún otro pueblo : una fe común en
el Señor Yavé, único Dios y Salvador. Como recuer­
do y estimulante tiene la fiesta anual de las tribus
federadas en Siquem. Y si Canaán es esa tentación
seductora que hemos llegado a conocer, si muchos
Israelitas no son más que unos devotos ingenuos o
cómplices de los cultos de la vitalidad, no es menos
verdad que el misterio de la Alianza, que es una gra­
cia, ha penetrado poco a poco la mentalidad de este
pueblo, que tendrá, finalmente, una historia tan asom­
brosa. La meditación del misterio de la Alianza en
el corazón de la Tierra elegida impulsará a los pro­
fetas a expresar a voces su alegría y sus inquietudes,
su alabanza y su esperanza.
La Alianza es la revelación esencial del Yavis-
232 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

mo 19, el don más extraordinario de Dios, la situación


constitutiva del pueblo de Dios, su modo mismo de
existencia, teologal y fraterna. Ahora se ve que todo
el libro de J osué tendía hacia esta Alianza inaugura­
da en el Sinaí, y que encuentra su cumplimiento en
el país elegido por Yavé para permanecer en él con
su pueblo.

LA OBRA DE DIOS (24,29-33)

¿ Son estos cinco versículos un «apéndice» o una


pequeña serie de adiciones tan normales y clásicas
en su clase como carentes de importancia ? Existe el
temor de que se los lea así. No sería nada más que
la mención de tres sepulturas, finales biográficos tra­
dicionales, cómodos, sin pretensión alguna 2º.
Una sencilla experiencia podría tal vez ser ya su­
ficiente para hacer sentir el peso y el valor, el ele­
vado alcance y la significación magistral de este final
del libro de J osué. Que se lea cada versículo separa­
damente, reposadamente y en alta voz : totalmente
empapado como se está todavía de los pensamientos
que nos ha comunicado paciente y profundamente
la lectura del libro, habiendo vivido con el pueblo
de Dios una aventura teológica extraordinaria en su
sencillez, llevado al mismo tiempo que Israel al «des-

19 Toda la Biblia entera puede considerarse como una meditación


sobre el misterio de la Alianza. Hemos resumido esta meditación en
P.D., pgs. 202-206; en T.B., pgs. 72-74; en S.S., pgs. 243-245, 264-272.
20 Esta es la impresión que habitualmente dan los comentarios
del libro de Josué en los títulos y notas que proponen para la lec­
tura de estos versículos. La Sainte Bible, llamada de Pirot-Clamer,
por ejemplo, titula este final del libro: "Apéndices. Tres tradiciones
sepulcrales".
LA OBRA DE DIOS 233

canso» por la lucha, a la «herencia» partiendo de la


indigencia absoluta, a la Alianza por encima de la
infidelidad, se llega a experimentar de verdad la fuer­
za de estas líneas finales. De esta manera los últimos
momentos de una vida parecen de repente condensar
toda esa vida ; de ese modo la conciencia de que se
está terminando una época nos revela más poderosa­
mente que nunca su grandeza. Cuando el pueblo de
Dios reunido escuchaba la lectura del Libro de su
vida, cada oyente podía sentirse traspasado de una
emoción intensa y de grandiosos pensamientos, en
el intante en que se llegaba al final de unas páginas
que le habían llevado a lo más elevado de sí mismo.
El versículo central de este pasaje (v. 31) no es
solamente de una gran belleza. Contiene una fórmula
en la cual se expresa toda una visión, propiamente
profética. Los «días de J osué» y los de la generación
que conoció todavía esos «días», son, según esta vi­
sión, el tiempo que va de la liberación de Egipto
hasta la posesión de Palestina. No es solamente el
período heroico de su historia que Israel no deja de
recordar. Es la gran época de las hazañas de Dios
por su pueblo, el tiempo excepcional y único de la
creación de este pueblo, de la formación de las Doce
tribus, de la Alianza. El v. 31 habla aquí, con la
fuerza del singular, de «toda la obra que Yavé ha
hecho en favor de Israel».
En la profesión de fe cuyo contenido tradicional
nos ha recordado el último discurso de J osué, la his­
toria de la salvación que es la sustancia misma de ese
«credo» se detiene en la conquista-don de Canaán.
Los redactores del libro de J osué conocían bien sin
embargo, ha habido muchas ocasiones de darse cuen­
ta de ello, la historia que sigue y particularmente la
234 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

institución del reino a partir de David. Pero, por im­


portante que sea, a los ojos de la tradición sagrada
de Israel, esta institución cuya vocación es hasta «me­
siánica», no entrará dentro del enunciado de la his­
toria de la salvación propiamente dicha 21• Digámoslo
una vez más ahora: resulta asombroso y admirable
que esta historia de la salvación se encuentre perfec­
tamente expresada, de una manera tan íntegra como
breve y vigorosa, en las palabras, verdadera profe­
sión de fe, que se ponen en labios de Rahab la peca­
dora (2, 10-11).
El libro de J osué forma de esa manera parte del
conjunto privilegiado constituido por los primeros
libros de la Biblia, privilegiado por la fe, enseñanza
revelada y regla de vida. Por eso, sus últimos ver­
sículos tienen valor de límite al mismo tiempo que
significación para la teología y la oración.
Este conjunto histórico, «historia deuteronómica»
(Deuteronomio y libro de J osué) o «hexateuco» (To­
rah y libro de J osué) es con relación a todo el Anti­
guo Testamento, lo que la historia evangélica, Evan­
gelios y Hechos, con relación al conjunto del Nuevo
Testamento. Los escritos de los evangelistas (Lucas
es el autor del tercer Evangelio y de los Hechos, que
no forman sino una sola obra) relatan una historia
que es absolutamente, ella sola, la constitutiva del
Cristianismo, la historia de la salvación definitiva y
perfecta, la «obra de Dios» por Cristo Jesús. Para
ser cristiano basta con creer en esta historia y profe­
sar esta fe.
La comparación puede llevarse más lejos. «Aun-

21 Nos inspiramos aquí en G. VoN RAD, Théologie de l'Ancien


Testament, t. I, traducción E. de Peyer, Labor et Pides, 1963, pg. 266.
LA OBRA DE DIOS 235

que no fuera más que por su colocación dentro de


la colección neotestamentaria, el libro de los Hechos
corresponde al libro de Josué en el Canon del Anti­
guo Testamento. Lo mismo que Josué sigue a los
cinco libros de la Ley, los Hechos de los Apóstoles
son la continuación de los cuatro libros de la funda­
ción de la Nueva Alianza, en cuanto relatan las cir­
cunstancias en las que el nuevo Israel conquista la
tierra. A la orden de marcha que recibe Josué co­
rresponde la instrucción que da a sus Apóstoles el
que se eleva a los cielos, a fin de conquistar toda la
tierra (Hech 1,1-12)» 22• Y lo mismo que a Josué se
le había dicho : «Esfuérzate y ten ánimo, porque tú
has de introducir a este pueblo a posesionarse de la
tierra que a sus padres juré darles» (Jos 1,6), así el
misionero del Evangelio anuncia la «salvación de
Dios», «proclamando el reino de Dios y enseñando
con plena libertad, sin obstáculo, lo tocante al Señor
Jesucristo» (Hech 28,28-31).
La «salvación de Dios» : eso es el nombre de Jo­
sué. Más exactamente, este nombre significa: «Yavé
es salvación», «Yavé es generoso», «Yavé libra», «Ya­
vé ofrece ayuda y victoria», «Yavé es el liberador».
Este nombre, en hebreo Yehoshua, está compues­
to efectivamente de la abreviatura del Nombre divi­
no, Yavé, y del verbo yasha: dar espacio, liberar,
22 W. VISCHER, Les premiers prophetes, Delachaux et Niestlé, 1951,
pgs. 51-52. El autor, cuya obra bíblica, en la que se alían la crítica
histórico-literaria y la interpretación teológica y espiritual para una
inteligencia verdaderamente plena de la Escritura, ha prestado tan
eminentes servicios a nuestro tiempo, prosigue aquí el paralelismo
entre Jos y Hech de un modo a ratos insuficientemente fundado,
libre y gratuito, pero en extremo sugestivo y penetrante. De manera
particular recuerda (p. 65) Hech 26,7 que sería suficiente para sos­
tener un oportuno desarrollo sobre el "cumplimiento" escatológico
de la conquista de Canaán por las doce Tribus.
236 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

dar éxito, salvar. El nombre primero de Josué era


ya Hoshea, «salvación». Oseas como decimos nos­
otros, nombre llevado por el profeta que abre la lista
canónica de los «Doce profetas» (Os 1,1-2; cf. Ecles
49, 10), y por el último rey del reino de Samaria (2 Re
15,30; 17, 1-6). Moisés había cambiado este nombre
para significar que la salvación de la cual debía ser
Josué el instrumento, era la obra de Dios (Nm 13,16).
Es también el nombre del más grande de los profe­
tas, Yeshayahu, Isaías Reducido a una forma más
23

breve, Yeshua, ha sido traducido en griego: Jesous,


Jesús, cuyo sentido explica Mt 1,21.
El nombre dado a un hombre, el don de un nom­
bre nuevo es una «vocación», la significación de una
misión y de un destino 24• En el caso de Josué, su
nombre de «salvación de Dios» se ha realizado admi­
rablemente y merecía ser también el nombre del
libro que relata la obra llevada a cabo por Dios con
Josué. Sin embargo, la significación de tal nombre
no podía limitarse a evocar una etapa de la historia
del pueblo de Dios, un momento decisivo ciertamen­
te, un pasado glorioso e inaugural, pero también in­
acabado y en espera de realizaciones ulteriores. El
nombre de Josué enuncia y anuncia siempre la sal­
vación de Dios. Pueden nuevamente llevarlo y reali­
zarlo otros hombres elegidos por Dios para hacer su
obra, para nuevas manifestaciones de la salvación,
para llevar a cabo esta salvación de una manera
más profunda y más perfecta.
La salvación es la vida plena y perfecta en la
libertad y en la armonía unánime, es la prosperidad

23 El nombre de Yavé, Yahu, se encuentra aquí con sufijo y no


con prefijo: sobre las diversas formas del Nombre divino, cf. S. S.,
pg. 113.
24 P. D. pg. 174.
,
LA OBRA DE DIOS 237

y la felicidad de todos en la «paz» 25• Con otras pala­


bras, la salvación es la Alianza perfectamente realiza­
da y vivida con Dios de todo su pueblo avenido, en la
fe y en la fidelidad, la vida fraternal y el servicio. Bas­
ta pensar en este programa y en este término para
comprender que la «conquista» del país de Dios, la
completa consecución de las promesas de Dios y de las
esperanzas de Israel, no ha acabado con Josué. Dios
proseguirá su obra, a través de muchas crisis, a lo
largo de toda la historia de su pueblo. Finalmente,
enviará a un nuevo Josué-Jesús, que tendrá como
misión introducirnos en el reino definitivo de la Alian­
za ... La reflexión vuelve a profundizar aquí en la
meditación de la revelación evangélica y apostólica.
El paralelismo entre la obra del primer Josué y la
del último y perfecto Josué es admirablemente suges­
tivo. En sus primeros capítulos, la carta a los He­
breos esboza esta meditación que nosotros no pode­
mos proseguir (véase sobre todo Heb 3,7-4,11). Y se
ve así hasta qué punto el libro de Josué es, dentro
de esta perspectiva mesiánica y escatológica, un gran
anuncio profético.

Sobre Josué mismo, sobre el hombre y su vida,


no sabemos casi nada. Ninguna imagen, ningún otro
rasgo de carácter fuera del que se puede suponer en
un jefe victorioso. En el transcurso de la conquista
o más exactamente de la penetración del país, sus
intervenciones han sido intermitentes y limitadas. No
hay siempre una misión dentro de los relatos del li­
bro que lleve su nombre ; y, aunque se le encuentra
frecuentemente, es de una manera muy general y
demasiado impersonal, de modo que no se le destaca
25 En el sentido del hebreo shalom; cf. P. D., 134-137.
238 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

como tal. La Biblia no rinde culto a los hombres,


por grandes que éstos hayan sido ; solamente rinde
culto a Dios, que es el único grande.
La más exacta designación de Josué es la de «ser­
vidor de Yavén. Y si la Sabiduría de Ben Sirah ha
intentado la empresa del elogio de Josué, como el
de los otros «padres» de Israel y «hombres de la gra­
cia» 26, elogio que es preciso leer en Ecles 46, 1-6, es
aún para poner en evidencia que este «valiente»
«combatía los combates del Señor» (texto hebreo). El
verdadero título del gran Efraimita, hijo espiritual
y sucesor de Moisés, jefe militar del período heroico
de la primera ocupación de Palestina por los Israeli­
tas, iniciador de la reunión de las tribus y por tanto
nuevo creador de la unidad de Israel, el doble título
que le queda y que es al mismo tiempo un mensaje
y una enseñanza, es el de liberador y servidor. Libe­
rador porque es en primer lugar fiel servidor de
Yavé, valiente en la medida en que ha dejado a Dios
mismo vencer, el que ha introducido al pueblo en el
país de Dios por haber aceptado de El el don.
Josué es uno de los pocos personajes a los que la
Escritura no hace ningún reproche. El libro, que es­
tamos terminando, dice concretamente : «Israel sir­
vió a Yavé durante todos los días de Josué» (v. 31).
La verdad de esta afirmación se refiere a Josué y
no directamente a Israel, que no fue siempre fiel,
pero cuya fidelidad esencial, real en estos tiempos
originales y generosos, se debía a la fidelidad de su
guía-profeta. Es importante también ver su obra, que
26 El texto hebreo de Ben Sirah dice "los hombres de la hésed",
de la misericordia, de la bondad, del amor, de la gracia (cf. P. D.,
pgs. 124-125). El texto griego ha transformado esta expresión en endo­
xoi, hombres célebres, ilustres, gloriosos.
LA OBRA DE DIOS 239

es la de Dios, consagrada en cierta manera por su


sepultura en el corazón de la tierra conquistada, con­
vertida en país de Dios, «en la montaña de Efraim»
(v. 30). Se le da a su muerte la edad que se le había
dado a José (Gn 50,26), su padre y su hermano en
Efraim. Y la sepultura de José, en el mismo lugar
de la Alianza, vincula la historia de la conquista no
solamente a la de la liberación de la servidumbre (Ex
13, 19), sino a la historia patriarcal y hasta al padre
de todas las tribus, Jacob (Gn 33, 18-20).
En fin, para evocar mejor la situación de la co­
munidad social tal como la conocían los destinatarios
del libro, sus últimas líneas mencionan la sepultura,
siempre en Efraím, de Eleazar (cf. pág. 173) ; el suce­
sor postexílico de este personaje estaba, en efecto, a
punto de llegar a ser el «sumo sacerdote» de un pue­
blo convertido en Iglesia y cuya vida común era
esencialmente religiosa por la fe en el único Yavé y
por su culto. De esta manera se acababa también,
ciertamente en prefiguración, la obra del levita Moi­
sés, con Aarón su hermano, en el ministerio litúrgico,
y la historia de la Alianza realizada por el servicio
de Dios.
Josué, el valiente conquistador de la Tierra de
Dios, ha permanecido vivo en la tradición de su pue­
blo. Y el libro puesto bajo su nombre nunca ha per­
dido su sentido para los que lo leen. Los autores o
redactores de este libro no han cesado, efectivamen­
te, de actualizar para sus lectores, para su época, la
historia que ellos contaban, las tradiciones que ellos
reeditaban. Incluso el libro no ha sido escrito y pu­
blicado más que con esta intención, como una inter­
pretación de los recuerdos tradicionales dirigida co­
mo enseñanza a la comunidad del Israel contempo-
240 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

ráneo. El lector se encontraba de ese modo interroga­


do, aludido, obligado en su propia historia, en su
pueblo vivo, en su vida. El lector sabía que la con­
quista de Canaán había que proseguirla siempre.
En un sentido, esa conquista no hacía más que
comenzar. Los escritores del sigo vn y VI que han
trabajo en esta obra han sido perfectamente cons­
cientes de ello : desde el tiempo de J osué hasta su
propio tiempo, se ha planteado el problema de saber
si el pueblo de Dios iba a tener por fin una tierra
en la que Dios sería verdadera y lealmente servido.
El problema se planteaba para el tiempo que iba a
seguirles. El problema se planteaba siempre. La gue­
rra contra los Baales es la lucha contra el error y la
injusticia, contra los malos instintos y los abusos,
contra la idolatría y la mentira a Dios.
La conquista tuvo su continuación. El judaísmo
posterior al destierro fue de manera particular mili­
tante para la victoria de la fe, en el seno de la comu­
nidad que en adelante formaba el pueblo de Dios;
de ahí su rigorismo de principio y una cierta repulsa
de los valores equívocos del mundo. Esta es la his­
toria del movimiento «sacerdotal» de la vuelta del
destierro que predica ante todo, a continuación de
Ezequiel, las separaciones exigidas por la «santidad»
de Dios y de su pueblo. Esa es la historia de la re­
forma que se quiere rigurosa con Esdras y Nehemías.
Es, más tarde y más ostensiblemente, la rebelión de
los Asmoneos contra la helenización forzada y el pa­
ganismo sistemático, que da nacimiento al movimien­
to separatista de los Fariseos.
Pero, con la desaparición de sus límites naciona­
les, después de tantos y tantos encuentros con los
otros hombres, Israel aprendió también a extender y
entender de otra manera su combate. Su espíritu de
LA OBRA DE DIOS 241

conquista podía y debía llegar a ser exclusivamente


religioso, tener entonces por objetivo nuevas y más
amplias victorias, emprender no por las armas y sin
embargo por una acción siempre militante una pe­
netración y una posesión del mundo entero por la
revelación de la salvación que Dios le había confiado.
De esta manera, el Evangelio se preparaba unos
caminos, comenzaba. Y el Mesías de Israel, pues el
programa del libro de J osué no ha terminado de rea­
lizarse, no ha aportado solamente la paz (Mt 10,34 ;
véase todo el pasaje de Mt 10,17-39). Siempre son
necesarias unas opciones y hay unas resistencias in­
evitables, más que nunca, en el seno de la comunidad
de los hombres, pero más aún y ante todo en el inte­
rior de cada uno, allí donde residen «los pensamien­
tos perversos, las cosas malas» (Me 7,21-23).
Esta lucha dramática, nunca terminada, podría
inspirarse solamente en una sana moral, ascesis va­
liente, alta sabiduría, y no ser otra cosa que un hu­
manismo superior. La revelación de la Alianza da
un carácter totalmente distinto a la aventura mili­
tante de la historia. Es Dios su iniciador, el que se­
ñala sus objetivos, sus condiciones, sus medios, el
que da la gracia. Es preciso que Dios esté con su
pueblo y le asegure su socorro; el éxito está asegu­
rado sólo porque es el triunfo de Dios. «Todo lo que
ha nacido de Dios vence al mundo, y esta es la vic­
toria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 J n
5,4). En fin, el espíritu de esta lucha es todo él el
mismo de la Alianza, amor de Dios y del prójimo,
odio a la impiedad y repulsa del egoísmo, búsqueda
de la verdadera «paz» y del verdadero «descanso»,
que son el feliz resultado de la salvación del mundo,
servicio del Señor y de los hermanos.

EL DON DE UNA CONQUISTA.-16


242 LA ALIANZA EN TIERRA SANTA

Unos versículos del comienzo del libro de Josué


serán suficientes para expresar una vez más el espí­
ritu que le anima y un tema que en él se afirma en
todas partes, para recordarnos también siempre, hoy
mismo, la enseñanza que propone el primero de los
«profetas»: «Sé fuerte y muy valiente, preocupán­
dote de obrar según todo lo que ha enseñado y pres­
crito Moisés. No te apartes ni a la derecha ni a la
izquierda, para que tengas éxito dondequiera que
vayas. Que este libro de enseñanza no se aparte de
tu boca y que lo rumies día y noche, para que pro­
cures obrar en todo según lo que en él está escrito,
porque entonces proseguirás felizmente tu camino y
tendrás éxito. Sé fuerte y valiente, no tengas miedo
ni te asustes de nada, porque Yavé tu Dios estará
contigo adondequiera que tú vayas» (Jos 1,7-9).

El libro de J osué, enseñanza profética, predica­


ción de reforma y exhortación ferviente al valor, es
un libro de acción de gracias al Señor que ha dado
a su pueblo la Tierra, antiguamente y después, con
esas condiciones de existencia en las que es posible
realizar y vivir la Alianza :
Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,


y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.
LA OBRA DE DIOS 243

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,


ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,


y siempre damos gracias a tu nombre.
(Sal 44,2-4.9)
INDICES
INDICE DE LOS AUTORES CITADOS

ABEL 17 79 80 82 89 ll5 125 HOMERO 142.


155 171 176 177. HUMBERT ll2.
ALBRIGHT 78.
ALT 176. LAMBERT 142.
ARNALDICH 16. L'HOUR 222 230.
AUVRAY 17.
MICHAUD 115.
BALDI 16.
NORTH 78.
CÉSAR 115. NOTH 16 35 82.
COPPENS 112 143.
PRITCHARD 135.
DANIEL-ROPS 89 111.
DELORME 17. RAD (von) 234.
DHORME 17.
SEGALÁ 143.
Du BUIT 17 171 176.

TÁCITO 115.
FERNÁNDEZ 16.
VAUX (de) 35 86 92 103 176 183
GELIN 16 176. 189.
GEORGE 96 121 130. VINCENT 215.
VISCHER 235.
HERTZBERG 16.
HOONACKER 112 143. YADIN 150.
INDICE DE LOS PRINCIPALES
NOMBRES Y COSAS

Abraham 37. Caleb 36 42 173-175.


Acán 125. Canaán, Cananeos 27-33 97 149
Aguas de Merom 44 149 150. 157 158 159 211-213.
akar 125. cananea (religión) 30-33 58-59
alfabeto 30. 212-220 231.
alianza de Siquem 39 47-48 127- celoso (Dios) 217 228.
134 221-223 227-232. circuncisión 98-100.
amor de Dios 204-205. ciudades de refugio 186-191.
Anaq, Anaqim 152. ciudades levíticas 192-196.
anatema 104 113-118 126 157 civilizaciones antiguas, v. "eda-
219 v. hérem. des".
anfictionías 46. Código de la Alianza 48 187 229.
ángel, v. malak. concordismo 144.
Anmón 39. credo, v. profesión de fe.
Arameos 37 41.
arca de la Alianza 85-86 88 90 Dan (tribu de) 41 185.
93 112 137. las "descanso" 201 202 209 232-233
asamblea de Siquem, v. alianza. 241.
Aser (tribu de) 42 180 "detención" del sol, v. sol.
Deuteronomio, deuteronómicos
(textos) 26 51-63 71 73 80 126
Baal 32 213 215 240. 129 137 146 152 188 195 208-
bautismo 90. 209 216-217 221-222 226 230
Benjamín (tribu de) 44 61 120 234.
177 183-184. discurso 50 71 77 80 126 137 170
Betel 121 184. 204 208 222 224.
Bet-Sean 180. Doce Tribus, v. Tribus.
250 ÍNDICE DE LOS PRINCIPALES NOMBRES Y COSAS

don de la Tierra Santa 41 67 Guézer 61 147 179 193.


73-74 78 148 165 171 178 183 Guilgal 44 61 91-95 98 99 100
199 200 202 224 226 233 238 121 145-146 167 173.
242.
Hai 121-127.
ebed 45. Hammurabi (código de) 81.
"Edades" de las civilizaciones an- haram 113-115.
tiguas (cuadro cronológico) 28. Hasor 44 149 150-151 157.
edah 189. Hebrón 42 91 145 147 175 176.
Efraím 64 179-184 239. Hechos de los Apóstoles 134 234-
Egipto 27, (salida de) v. Exodo. 237.
Eleazar 173 180 207 239. hérem 44 66 104 113-119 122 217.
épico (género) 44 67 139 147 148. hexateuco 222 234.
explicativos, etiológicos (relatos) Hiel de Betel 101 120.
60 65 146. hiperbólico (estilo) 65 141 142 148
Exodo (salida de Egipto) 39-40 149.
47-48 87 97-99 100-101 202 historia, histórico (género) 14-15
223-224 233 239. 145-147 156 158 211.
extranjeros 128 131 138 174 176 homicidio 186-188.
191. hoshea 236.
"huéspedes", v. extranjeros.
Filisteos 41 170. lsacar 42 180.
Fines 172.
Jericó 44 78-79 109-112 114 118-
Gabaón 44 134-136 137 139 140 120 225.
141 184 193. Jerusalén 139 175 177-178 183
Gabaonitas 136-139. 184 207.
Gad (tribu de) 41 96 155. Jesús 75 83 84 90 118 219 234
galal 92. 235 236 237, v. mesiánico.
Galilea 185.
Jordán (paso del) 85 87-90.
gehenna 184.
José, v. Efraím.
ge-hinnon 184.
Josías (reforma de) 53-56 182 189
generalización (procedimiento li­
206 208 216.
terario de la) 34-35 45 65 77
Josué 45-46 72-73 186 235-239.
97 127 147-149 152 153.
Judá (tribu de) 36 39 172-178.
geografía de Palestina, v. Pales- marde i lón
tina. Leví (tribu de) 36, v. sacerdocio.
ger 138. levitas, v. sacerdocio.
granizo 140.
guerra (teología de la), "guerras malak 102.
de Yavé" 68 102-105 157 200- Manasés (tribu de) 41 96 155 179.
201 210-211. mar Rojo (paso del) 87 90.
ÍNDICE DE LOS PRINCIPALES NOMBRES Y COSAS 251

Megiddo 180. Samaría (ciudad de) 179.


"memorial" 94 101. Samaría (región de), v. Efraím.
Mesa (estela de) 114. sedentarización 38 76.
mesharet 45. servir, servicio, servidor 73 195
mesianismo 175 178 185 234 241. 202 238.
"mil" 96 126. shalom 237.
misionera (doctrina) 83 9S 132 "siete" 110 111 112.
138 174 18S 241. Sittim 76.
Moab 39 76 114. Silo 167 176 183 206.
Moisés 72 132 133 238. Simeón (tribu de) 36 174 18S.
monoteísmo 21S-217. Sinaí (alianza del) 221 232.
murallas (de Jericó) 109-112 119. Siquem, v. alianza.
sol (parada del) 141-14S.
Palestina (geografía de) 21-2S 166- solidaridad, v. responsabilidad.
167. suerte (echar a) 170.
Pascua 96 98-101.
paso del Jordán, v. Jordán. tempestad 140.
"paz" 237 241. templo, v. Jerusalén.
prehistoria (cuadro cronológico), téroua 104 112-113.
v. "edades". "terror" 80-81 97 140.
profesión de fe S8 80 22S 233. "tienda de reunión" 183.
Profetas Anteriores 11-12 S9. torah, toroth 52 SS 116 189 208.
Profetismo 9 11-12. Transjordania (tribu de) 40-41 76
promesas patriarcales 200. 1S4 171 181 204 206.
trashumancia 37.
Quiryat-Yearim 137 183-184. tribu 35-36.
Rahab 78-84 119 137 234. Tribus (las Doce) 34 37 46 203
reforma, v. Josías. 223 233.
Refaím 154 181. trompetas (de Jericó) 109-110.
refaim 1S4. universalismo, v. misionera (doc-
refugio, v. ciudades de refugio. trina).
responsabilidad colectiva 124-12S
186 189 206. venganza de sangre, vendetta 187.
Rubén (tribu de) 41 9S 15S.
yahu 236.
sacerdocio 85-87 131 171 189-190 yarash 43.
192-196 205-208 239. yasha, yeshua 235.
sacerdotales (textos) 6S 114 122 Yashar (libro de) 61.
137 183 186 192-196 205. yehoshua 23S-236.
sacerdotes, v. sacerdocio.
salida de Egipto, v. Exodo. Zabulón (tribu de) 36.
"salvación" 23S-237 241. zikkaron 78.
ÍNDICE SISTEMÁTICO

Prólogo 9
19
Introducción
La tierra 21
La historia 34
El libro 49

Capítulo l. El término del Exodo 69


La misión de Josué (cap. 1) 71
Rahab (cap. 2) 78
El paso del Jordán (cap. 3) 85
El primer santuario (cap. 4) 91
Fin del "Tiempo del desierto" (cap. 5) 96

Capítulo 11 . Las acciones memorables 107


Jericó (cap. 6) 109
Hai (cap. 7-8) 121
La asamblea de Siquem (8, 30-35) 127
Los gabaonitas (cap. 9 ) 134
Gabaón: Éxito e n e l sur (cap. 10) 139
Incursiones en el Norte (cap. 11) 148
Balance de la conquista (cap. 12) 153

Capítulo 111. La distribución del territorio 161


Una geografía profética 163
Transjordania (cap. 13) 169
Judá (cap. 14-15) 172
Efraim (cap. 16-17) 179
Las otras tribus (cap. 18-19) 182
254 ÍNDICE SISTEMÁTICO

Las ciudades de refugio (cap. 20) 186


Las ciudades levíticas (cap. 21) 192
Capítulo IV. La Alianza en Tierra Santa 197
Un acto de fe (21,43-45) 199
El principio de la unidad (cap. 22) 203
Fidelidad de Dios, fidelidad de Israel (cap. 23) 208
La Alianza y el Servicio (cap. 24) 221
La obra de Dios (24,29-33) 232
Indices 245
Indice de los autores citados 247
Indice de los principales nombres y cosas 249
Indice sistemático 253

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