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TESTIMONIO DE LA REVOLUCION DEL 50 (segunda parte)

Por: Reynaldo Flores.

Cuando aquellos sentidos gritos que reclamaban venganza, fueron callados por la explosiva
metralla militar, corrimos en diferentes direcciones, porque no eran balas de goma, sino eran
las de plomo que mataban. Mientras corría raudo rumbo al parque Melgar, pensaba en lo
poderosamente insólito que acababa de presenciar. Y, sobre el destino que corrieron quienes
cargaban aquel cuerpo, seguidos por aquel ensangrentado varón desde sus manos,
antebrazos, pecho y zapatos. que mostraba la masa encefálica, reclamando venganza.

Por La Merced bajábamos unas cincuenta personas, y no dejaban de gritar: ¡Revolución y


muerte para los asesinos!

¡Vamos a buscar las armas carajo, porque esto no puede quedar así! Yo, entendía menos
aquellas amenazantes palabras, porque tan solo yo quería curiosear, lo de los muertos que
anunció aquel chacarero en la picantería. Pero, el sentido dolor arequipeño por aquellas
muertes, estaba en otra dimensión mental, para corregir los abusos de autoridad con las
armas.

Llegué al parque, y le di una interrogativa mirada a nuestro excelso mártir arequipeño por
nuestra patria un Humachiri. Me recosté en su primera grada, siempre pensando en lo
ensangrentado, mortal, emocionados y sentidos gritos reclamando venganza, y en aquella
respuesta de la metralla militar contra un público inocente y curioso como yo.

Cuando ya oscurecía, ingresé a la picantería, mi abuela me abrazó y entre lágrimas me dijo: --


¡Gracias hijito por saber cuidarte! Me sirvió mi americano y mi chicha, y cuando sin apetito
empecé a degustar maquinalmente, aquellos ocho a diez disparos que volvieron a sentirse,
como que fueron contestados. Porque se desató una violenta y explosiva conversación
balïstica. Entre las siete y nueve de la noche, la atroz gritería balística fue atronadoramente
amenazante para la ciudadanía.

Cómo habrá sido para los residentes del cercado, si para nosotros que dormíamos en Angamos
de María Isabel, era como un calamitoso terremoto constante. Lo que me ocurrió esa tarde y
noche, solo lo olvidé cuando la balacera se convirtió en un mortal arrullo y me dormí. Cuán
terrible habrá sido aquel mortal enfrentamiento entre hermanos arequipeños, mientras yo
dormía. Porque no fueron los cantos gallísticos los que me despertaron, fue el fuego graneado
que seguía sin duda alguna, cobrando muchas víctimas.

Nadie salió a trabajar, y, tampoco a comprar a la Recoba y, el cierra puertas fue total. Como un
sonoro tartamudeo y correspondiente eco, se podía escuchar que los lugares de lucha eran
diferentes, alejado unos de otros. A eso de las diez u once de la mañana, un tanto que
disminuyó la gritería balística, pero, no dejaba de decirnos que la guerra era total.

Sentí como que nos estábamos acostumbrando al explosivo tartamudeo mortal. Pero nadie se
atrevía a salir de casa, y, la ciudad, parecía la Apacheta sin visitantes.

Por la tarde y noche, volvió arreciar el múltiple tartamudeo balístico, y, movía a pensar: ¿de
donde estarán sacando tantas balas?
Para mañana os contaré sobre el saqueo al mercado San Camilo. Y claro, tras tres días sin
comer, y sin guairuros en las calles.

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