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Las Valkirias

Un hombre y una mujer, motivados por una búsqueda espiritual, viajan hacia la aridez y

el supuesto vacío del desierto de Mojave. A lo largo de cuarenta días, rodeados de

dudas y tentaciones, entraran en contacto con sus más íntimos conflictos y

cuestionamientos.

Había estado conduciendo durante casi seis horas. Por enésima vez, pregunto a la

mujer a su lado si aquel era el camino correcto.

Por enésima vez, ella consulto el mapa. Si, era el camino correcto. Aun cuando

alrededor todo fuera verde, con un bello rio fluyendo y arboles a cada lado de la

carretera.

 Sería mejor detenernos en una gasolinera y preguntar dijo ella.

Siguieron adelante sin conversar, escuchando antiguas canciones en una estación de

radio. Chiris sabia que no era necesario parar en la estación de gasolina, por que iban

por buen rumbo, aunque el escenario a su alrededor les mostrara un paisaje

completamente diferente. Pero conocía bien a su marido: Paulo estaba tenso,

desconfiado, pensando que ella estaba leyendo el mapa de manera equivocada.

Estaría mas tranquilo si le preguntara a alguien.

 ¿Por qué vinimos acá?

 Para que yo pueda cumplir con mi tarearespondió él.

 Extraña tarea  dijo ella.

“Realmente muy extraña”, pensó él.

Hablar con su ángel de la guarda.


 Tu vas a conversar con tu ángel  dijo ella después de algún tiempo. Pero ya que

estamos en eso, ¿Qué tal si conversas un poco conmigo?

Él continuó callado, concentrado en la carretera, posiblemente creyendo que ella había

equivocado el camino. “De nada sirve insistir”, pensó ella. Rogo para que pronto

apareciera una gasolinera. Habían salido directo del aeropuerto de Los Ángeles a la

carretera. Ella tenia miedo de que Paulo estuviese demasiado cansado y cabeceara en

el volante.

Y el maldito lugar no llegaba nunca.

“Debí haberme casado con un ingeniero”, se dijo a sí misma.

Finalmente apareció una gasolinera. Una muchacha de rasgos indios acudió a

atenderlos. Se bajaron para caminar un poco mientras la joven llenaba el tanque del

auto. Paulo tomo el mapa y verifico la ruta. Estaban en el camino correcto.

Siguió a su marido con los ojos mientras él se dirigía a la muchacha india para pagar la

cuenta.

La muchacha de la gasolinera dijo que iban bien. Condijeron otros diez minutos, esta

vez con la radio apagada. Había una pequeña elevación, pero solo cuando llegaron a la

cima y contemplaron el paisaje allá abajo, advirtieron que tan alto estaban. Habían

pasado aquellas seis horas subiendo despacio, sin sentirlo.

Habían llegado.

Él estaciono el auto en el acotamiento y apago el motor. Ella todavía miro hacia atrás,

para ver si era verdad: si, podía ver arboles verdes, plantas, vegetación.

Frente a ellos, Mojave se extendía por todo el horizonte enorme desierto que se

esparcía por cinco estados de Norteamérica, que entraba por México; el desierto que
ella vio tantas veces en las películas de cowboys cuando era niña; el desierto que tenia

lugares con nombres extraños como Floresta del Arco Iris o Valle de la Muerte.

Cierta tarde, un año y medio después de la aparición del ángel, descubrí que en mi

correspondencia había una carta de Los Ángeles. Era una lectora brasileña, Rita de

Freiras, que me felicitaba por El alquimista.

En un impulso, le conteste pidiéndole que fuera a Glorieta Canyon, cerca de Borrego

Springs, a ver si aun existía una estatua de Nuestra Señora de Aparecida que yo había

puesto ahí. Después de echar la carta en el correo, pensé: “Que tontería.

Esta mujer nunca me ha visto, es solo una lectora que quiso decir algunas palabras

agradables, nunca va hacer lo que le pedí. No va tomar un auto, ni a conducir seis

horas hasta el desierto, solo para ver si todavía existe una imagen”.

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