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En una carta fechada el 9 de julio de 1790, dirigida a Luís, nuestro muy querido
hijo en Cristo, rey muy cristiano, lo exhortábamos reiteradamente a abstenerse de
confirmar la Constitución Civil del Clero que llevaría a la nación al error y al reino al
cisma. Porque bajo ningún concepto puede ser posible que una asamblea política,
compuesta meramente de hombres, pueda cambiar la disciplina universal de la Iglesia,
las enseñanzas de lo Santos Padres, abolir los decretos de nuestros concilios, derribar el
orden jerárquico, gobernar las elecciones de obispos a su propia discreción, destruir las
sedes de nuestros obispos y, proscribiendo la forma superior, imponer la inferior sobre
la Iglesia...; pero ante insistencia y presión de la Asamblea Nacional, permitió ser
arrastrado hasta el punto de prestar su aprobación ala misma... Nosotros...sometimos
todos los artículos de la constitución mencionada a un examen; pero la Asamblea de la
nación francesa, a pesar de escuchar las voces unidas de la Iglesia, estuvo no obstante
tan lejos de desistir del camino adoptado, que trató incluso más enconadamente la
resolución acerca de los obispos... Resultado de lo cual es que, según la abierta
confesión y acuerdo de toda la Iglesia francesa, el juramento civil está considerado
como perjuro y sacrílego, y que todos los que lo realizan son considerados como
cismáticos, y sin valor, fútil y sujeto a la mayor censura... Por consiguiente, con el fin de
establecer una barrera contra el cisma que se agranda, en la primera oportunidad, para
recordar a los equivocados sus deberes, para mantener al bueno en su resolución,
nosotros, ateniéndonos al consejo de nuestros reverendos hermanos, los cardenales de la
santa Iglesia Romana, en consideración a los ruegos de todos los obispos de la Iglesia
francesa y siguiendo los precedentes establecidos por nuestros antecesores, nosotros, en
virtud el poder apostólico que ejercemos y en vista del rumbo de los acontecimientos,
declaramos primero que todos los cardenales de la santa Iglesia Romana, arzobispos,
obispos, abades, vicarios, canónigos, sacerdotes de parroquia, presbíteros y todos los
que están enrolados al servicio de la Iglesia, que han prestado el juramento civil pura y
simplemente como lo prescribe la Asamblea Nacional -juramento que constituye el
manantial ponzoñoso y fuente de todos los errores, y predominantemente un motivo de
aflicción para la Iglesia católica de Francia- serán suspendidos de la tenencia de
cualquier cargo y expuestos a la acusación de irregularidad si ejercen dicho cargo; salvo
que dentro de los cuarenta días, a partir de la fecha, se hayan retractado de dicho
juramento...”

Pío VI. Bula Caritas del 13 de abril de 1791.

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