Está en la página 1de 5

Cuerpos marcados

Signos de este tiempo. No resulta extraño escuchar frases por el estilo en respuestas de delincuentes juveniles:
“al chabón no le caben más balas en el cuerpo”; ni observar chicos o chicas que detentan piercing “a repetición”.
Marcas que duelen para puentear otros dolores. Las patologías del acto colocan en el escenario el sin límite el
circuito pulsional. Las picadas mortíferas, cortes, violencia y transgresiones dan cuenta de la particular relación
del sujeto con el goce en la época en que el desamparo simbólico con el que convivimos, se retraducen en una
falta de orientación de la vida, y constituyen formas paradigmáticas de inscribirse en el Otro social.

Cuerpo social

El terreno educativo latinoamericano no es ajeno a las


vicisitudes promovidas por la exclusión como consecuencia
del sustrato político-económico. El cuerpo social sufre
embates que apartan a cincuenta millones de jóvenes de
toda posibilidad de ingreso a la educación formal y a la
inserción laboral. Los diferentes niveles de escolarización
no alcanzan a retener a un porcentaje importante de niños
y adolescentes, y los que permanecen en el sistema no se
hallan ajenos a las grietas que imprime el acontecer
cotidiano al conjunto poblacional.
La violencia en sus distintas variantes se destaca como
señal contemporánea que no solo se manifiesta en los
amplios bolsones de marginalidad y miseria. La falla de
instancias reguladoras y la fragilidad de la función paterna
van de la mano.
Es habitual percibir –particularmente en los grandes
conglomerados urbanos- a cuánta gente “se le soltó la
cadena”. Desde esa “bicicleta” transita el mundo un sector
importante de la subjetividad en ciernes.
El lenguaje corriente da cuenta sobradamente de cómo el
actor pasivo y pasible de violencias descarga activamente
sobre su semejante, andanadas de palabras “tajantes”
para barrerlo, sin pausa ni intermediación simbólica
efectiva.
Un refrán popular proclama: “del dicho al hecho hay
mucho trecho”. Podríamos pensar que para unos cuantos,
de un instante al otro, y sin necesidad de un diagnóstico
diferencial de psicosis, el dicho es el hecho. Lenguaje que
hiere.

El “abecedario”

Marcas que duelen para “puentear” otros dolores. Para


olvidar sin recordar, entonces repetir. Empobrecimiento,
desgarro de lo simbólico, palabras que no suturan, letras
que cortan. Tal es el juego -llamado abecedario- adoptado
imitando códigos carcelarios retratados en TV años atrás,
pero básicamente poniendo en acto, laceraciones del
“cuerpo social” entroncadas con la defección de la función
paterna.
Años atrás, en distintas localidades del país se conocieron
centenares de casos; niños y púberes bajo tormento
autoinfligido. Una especie de “tutti fruti encarnado”:

_ “Hay que decir rapidamente palabras con la letra que te


toca, si te demoras el tajo es más grande y si te equivocas
te pegan”. Dice Sergio, un mendocino de 10 años[1]. Se
trata de cortes practicados con las uñas o con navajitas.
Los docentes de una escuela de Garín -ante la divulgación
de 73 casos-, “decidieron denunciar las lesiones y asumir
la situación como síntoma de un largo proceso de violencia
y de pérdida de la estima en chicos que padecen desde el
desempleo de sus padres al hambre que hace doler...”[2]
Hoy esta práctica ha caído aparentemente en desuso, pero
no episodios habituales de violencia auto inflingida o
dirigida al otro, sea un par, un docente, un familiar.
Cortes que no hacen límite, mas son borde, cornisa desde
la cual se desbarrancan sectores de la niñez.

¡El que aguanta más es el mejor!... o el cuerpo y el


Otro

Casi una parábola, proyección sobre la carne de la película


del desgajamiento social, donde el protagonista –“el que
más aguanta”, como en un reality show- pasa a la fama
por la vía del dolor, del daño.
Mostrando la huella del “valor”, la letra en-car-nada;
anzuelo en busca de la mirada del Otro. Otro gozador al
que se le paga con sangre.
Cuando ese Otro social inscribe hambre -sin letras (ni
alimentos)-, o sangre sin Ley -es decir sin punición-,
avanzan estos fenómenos.
El dolor es un afecto y las marcas hablan de él. Para
atravesar un duelo es preciso atravesar el dolor, pero en el
terreno simbólico. El problema se agudiza cuando la
carencia de articulación y de límite, propugna el acumular
heridas, marcas como estandartes. Tal vez expresión de
un dolor desconocido -bajo el imperio de un goce
mortífero- que no sale mediante el circuito simbólico.
Aguantar y aumentar el dolor pasa a ser tener valor ante
la ausencia de valores. Por otro lado jugar en el límite
sobre la epidermis, puede significar un intento paradójico
de dominar lo castratorio, la muerte, jugando al como sí
de las marcas; marcando un terreno que provoca
fascinación en las miradas -entre la admiración, el horror y
la angustia-.
Código de pandillas desde el cual es el “más vivo”, el que
está “más muerto”, más lastimado, reventado.
Llamativamente los sujetos de estas escrituras en lo real
del cuerpo intentan mantener un pacto de silencio acerca
del origen de las cicatrices. Así quedan los surcos mudos
de lo que no se puede decir de la sangre. Y la lastimadura
es una lástima que dura.
Marcas mutilatorias que son la punta del ovillo de un goce
masoquista, sacrificial, en el cual el Otro gozador toma
cuerpo,... ¡lo toma!
Cuerpo objetivizado por la vía del masoquismo.
Recordemos que Freud introdujo la pulsión de muerte a
raíz del problema del masoquismo.
Dice José Milmaniene[3]: “El sujeto se ha convertido,
mediante esta lógica sacrificial, en un objeto dado al Otro,
el que elevado ya a una categoría absoluta lo ama y lo
reconoce ‘precisamente’ en el momento de su disolución
subjetiva. El sacrificio solo colma al Otro en el mismo acto
en que se despliega al máximo el goce masoquista de la
carne, lo que conduce inexorablemente a la abolición del
ser”

Las marcas del goce

Signos de este tiempo. No resulta extraño escuchar frases


por el estilo en respuestas de delincuentes juveniles: “al
chabón no le caven más balas en el cuerpo”; ni observar
chicos o chicas que detentan piercing “a repetición”. La
palabra moda, disfraza de “ya se van a acostumbrar” a los
atrapamiradas que perforan la carne. Pero a diferencia de
los agujeros que las úlceras “organizan” (bajo planificación
del taladro inconsciente) –y por fuera de la cuestión
diagnóstica-, que alguien decida el momento de
provocarse daños severos habla de una posición particular
en relación al goce, al dolor y a la mirada.

Freud conceptualizaba de la siguiente manera –lo que


podríamos concebir como- el punto de intersección
“goce/pulsión escópica”[4]: “... los pares de opuestos
sadismo-masoquismo y placer de ver-exhibición. El
trastorno sólo atañe a las metas de la pulsión; la meta
activa -martirizar, mirar- es remplazada por la pasiva -ser
martirizado, ser mirado-. El trastorno en cuanto al
contenido se descubre en este único caso: la mudanza del
amor en odio.
La vuelta hacia la persona propia se nos hace más
comprensible si pensamos que el masoquismo es sin duda
un sadismo vuelto hacia el yo propio, y la exhibición lleva
incluido el mirarse el cuerpo propio...”
Lacan ofrecía esta visión[5]: “... Pues lo que yo llamo goce
en el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre
el orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso
de la hazaña. Incontestablemente, hay goce en el nivel
donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es
sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda
una dimensión del organismo que de otro modo
permanece velada...”
Para el caso creo que se nos revela el río subterráneo del
goce, que impone la satisfacción de la pulsión de muerte.
Allí donde fracasa la interdicción, un tercero de lo simbólico
que regule los intercambios. Allí donde fallan todos los
garantes -directos o indirectos- de la función paterna: el
padre, la familia, la sociedad, el Estado.

La declinación de la función paterna

Desvanecidas las instancias básicas de la cultura


reguladoras de goces e intercambios, la ley pierde entidad.
Sin ley, la organización psíquica opera en base a otras
marcas, a otras coordenadas. A la vista están algunos de
los efectos que produce en la salud mental de la población
la caída de la ley, o que la ley sea la trampa.
La suturación del tejido social dañado, desde la
reconstrucción del Estado y de su intervención en pos de la
salud del conjunto poblacional, es el marco-macro, sin el
cual se agudizará la posición sacrificial del cuerpo social,...
del cuerpo. No hay forma por fuera de una correcta
administración de justicia y del revertir la defección del
Estado, de minimizar la tendencia identificatoria a caer en
fenómenos que viabilizan lo peor del mundo pulsional.
Con la formulación y el subterfugio del Estado
“elefanteásico”, cazadores sin escrúpulos, quisieron
extinguirlo, y, se sabe, en el derrumbe, aplasta y daña -
incluso a parte del universo simbólico-.
La letra con sangre, desbarranca lo simbólico.
La cicatriz en la carne, grita lo que enmudece
discursivamente.
Urgen mediatizaciones que reinstalen la terceridad, el
corte. Sería importante en esa dirección la preparación
masiva de agentes de salud que lleguen con su acción y
pensamiento, a las instituciones intermedias y al mismo
centro de las familias en riesgo. Intento de propiciar
palabras al servicio de “aumentar el trecho, entre el dicho
y el hecho”. Palabra como eslabón, como lazo para
restañar “la cadena” allí dónde sus exponentes se
encuentran más deteriorados. 

Con el cuchillo de lo pulsional que insiste hay heridas que


no cesan de inscribirse y por allí fugan significados.
“Abecedarios” de lo no dicho consolidan cadenas que
alienan en el Otro desde el imperio de la imagen y de la
mirada. Quién daña o se daña, vive -y muere- pegado al
Otro; y no puede dejar de “pegarse”.
Si el inicio de la vida, está en la lengua del Otro, y no hay
cuerpo sin marcas; cuando la cabeza pierde al cuerpo, y el
cuerpo la cabeza; la marca autoinfligida es abismo
intransitable. Toda intervención analítica que instaura la
vía del enigma suspendiendo el goce, construye puentes
para que circule eros.
Urge la palabra y la escucha; es nuestro terreno. Estamos
capacitados para pensar el caso por caso que se oculta
tras el fenómeno colectivo, y sus significaciones
particulares.

Borges y “el dolor después del dolor”

Me permito reproducir una anécdota del genial Borges, en


sintonía con la temática abordada, y con el más allá de las
marcas:
“En 1964, Borges se entera de que la mujer que ama se va
a casar con otro hombre. Y tiene un pensamiento casi
literario: para poder sacarse el dolor espiritual -se dice- lo
mejor será suplantarlo por el dolor físico. Decide ir al
dentista. Borges se debía el arreglo de tres muelas y pide
la inmediata extirpación de las tres, juntas. Con un
pañuelo ensangrentado en la boca, llega a la Biblioteca
Nacional. Su amigo y vicepresidente de la Biblioteca, José
Edmundo Clemente, le pregunta:
- ¿Qué le ha pasado Borges?
- Vengo del dentista. Me fui a sacar una muela y le pedí
que lo hiciera sin anestesia. Estoy triste porque una mujer
me abandonó. Quería olvidar el dolor, Clemente. Pero no
puedo olvidarlo”[6].

Referencias

[1] “Aparecieron mas casos de estudiantes flagelados”


/Periódico La Voz del Interior de Córdoba. Edición del 25-
1-2003

[2] “Cortarse las manos hasta sangrar...” por Cristina


Alarcón  /Página 12. Edición del 11-12-2002 (pág. 14)

[3]  Milmaniene, José “El Goce y la Ley” Editorial Paidos


(1995) pag. 119

[4]  Freud Sigmund, “Pulsiones y destino de pulsión”,


Obras Completas- James Strachey Vol. 14

[5]  Lacan Jacques, Panel: Psicoanálisis y Medicina. Colegio


de Medicina en la Salpetriere, el 16-2-1966

[6]  Borges, José Luis  “Palabra de Borges” Revista Viva


del diario Clarín. Edición del 19-8-1999

También podría gustarte