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En el nonagésimo aniversario de
Josefina Rey vda. de Rey
Esta obra amasa el legado de nuestra venerable abuela y
se aliña con el amor y la entereza que su ejemplo dejó en
la familia Rey Rey, y en los retoños que de ahí salieron y
seguirán brotando; los agradecimientos son para Ella y para
quienes hoy le rinden tributo de admiración y cariño con
los modestos, pero sentidos textos, que la conforman.
Escritores
Carmen Ofelia Rey Rey A Miguel Alfonso
Gilberto Antonio Rey Rey
Pr
Mario Germán Rey Rey ivó la naturaleza de un cuerpo sano
Oscar Orlando Rey Rey a nuestro hermano Miguel Alfonso,
José Alejandro Rey Rey pero le dio entereza y ganas de vivir
Fábio Enrique Rey Rey suficientes para cubrir toda la familia. Su mano
Juan Sebastián Rey Rojas izquierda le bastó para fungir de apicultor
Alejandra Rey Herrera destacado, fundar la primera biblioteca pública
Nicolás Rey Benavides Municipal y escribir el himno de Guane, de
Juan David Olmos Rey donde orgullosamente se consideraba oriundo.
Margarita del Carmen Rey Lector, escribano y escritor de soluciones y tergi-
Manuel Ricardo Rey sylva versaciones, ganador del concurso de oratoria
Daniel Rey Ortiz en primaria, y alumno asistente en secundaria,
Daniela Rey Sylva en la clase que cada día se le venía estar. La
enfermedad fue un hándicap que equilibraba
Diseño e ilustraciones su poderoso talento, con el de quienes compar-
Daniel Rey Ortiz
timos su tiempo.
Na
da podía ser más oportuno que enfocar diferentes pensa-
mientos, vivencias, reflexiones, recuerdos y anécdotas, en
torno a la celebración de un hito trascendental y signifi-
cativo en la vida de los humanos, como es llegar a los noventa años de
vida. Y más en este caso, que la protagonista es nuestra madre y abuela.
Aunque circunstancias naturales le han hecho desvanecer los registros
del tiempo, ella goza de una salud envidiable que muchos más jóvenes,
quieran tener.
“A
mi marido se le puede caer la casa encima y no se da cuenta”.
Se le oyó decir varias veces, sin resentimiento. Con el conven-
cimiento de que con eso se había casado. Un hombre bueno y
simple, incapaz de producir lo que tanto atrae a las mujeres: un detalle.
Práctica infalible para cultivar la voluntad femenina, impensable para Él.
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
Mamá arreglaba todos los problemas con leche, que abundaba; y en consejos y cuando se terminaba la luz del día, nos contaba cuentos de
Esa era mi casa
las épocas de lluvia (cuando los pastos eran exuberantes) literalmente niños perdidos en el bosque. A los pocos días nos parecía que era una
inundaba la casa. Hacía cuajadas, quesos, kumis, arequipe, natilla, persona más de la familia. Trabajaba sin parar y nos quedábamos por
postres, peto, sorbetes de frutas y, sin embargo, no siempre era capaz ratos observándola y tratando de adivinar cómo nos veríamos con la
de utilizarla toda, y tenía que ofrecerla a las vecinas para evitar que se ropa nueva, pero no permitía que viéramos el trabajo terminado hasta
perdiera; si alguien en la casa tenía sed, le ofrecía leche, y si el caso era completar todo el encargo y hacer que todos nos vistieramos con la ropa
de hambre, con leche solucionaba. El pan era un eje de nuestra alimen- recién hecha, como si se tratara de una ceremonia. De la cual papá,
tación y se asaba en horno de barro, e incluía masas de maíz, sagú, yuca por supuesto, no hacía parte. Él era una figura diferente. Tenía un rol
y trigo, con variadas proporciones de queso, mantequilla y huevos, que propio que, a primera vista, no tenía conexión con los asuntos de la casa.
hacían la diferencia de nuestra casa y los panes que traían ocasional- Como la fuente de ingresos económicos de la familia eran las fincas, la
mente de la ciudad. Tortas, ponqués, mantecadas, merengues, colaciones mayor parte del tiempo estaba afuera de nuestro mundo de tres corre-
y galleticas, se preparaban para ocasiones especiales. dores alrededor de un patio y un solar grande con chirimoyos y duraznos
que, para nosotros y para mis amigos de colegio, era nuestro parque
Los cumpleaños de Papá eran como nuestras fiestas patrias. Venían
de diversiones.
banqueteros y Mamá sacaba la vajilla inglesa con bordes dorados que
había sido de la Abuela. Los familiares sobrevivientes venían ese día y Papá en casa desempeñaba algunas actividades que, como todas las
se ofrecía, en copas de cristal, sorbete de curuba con moño de batido cosas de él, eran exclusivas y precisas. En la actividad que más cerca lo
blanco. El abuelo Germán, el único abuelo que conocimos, era como de sentíamos era cuando nos peluqueaba. Montaba una silla pequeña forrada
la casa; las Negras Romero nunca faltaban a esas citas y se invitaba un en tela gruesa, que había heredado de su mamá, sobre la mesa donde
médico del hospital o un cura de la parroquia. También algunos vecinos comían los más pequeños. A esa configuración la llamaba el “triclinio”,
para que Papá tuviera con quienes conversar. y para trabajar a los menores añadía un cojín, con lo que conseguía la
altura conveniente. Su equipo de peluquería eran tres máquinas Oster
Todo se hacía en casa. Ocasionalmente mi papá viajaba a la ciudad para
de diferentes tamaños, tijeras marca Corneta, un peine largo, brocha de
comprar telas de diferentes referencias, según el uso necesario. Percal
espolvorear, cepillo y alcohol. Nos ponía una sábana alrededor del cuello
y popelina canciller para las camisas y pana para los pantalones de
y corregía cualquier movimiento que hiciéramos, por leve que fuera,
nosotros, tela de franela para la ropa interior, cretona y muselina para
con un ajuste de sus manos recias. Para ser sincero, nunca disfrutamos
mamá y dril para los pantalones de papá. Adela Muñoz, una señora
esos momentos.
delgada, casi quebradiza, se instalaba en la casa y nos hacía llegar al
cuarto de costura en orden de edades, para tomarnos las medias. Mamá Papá se ocupaba de las reparaciones menores que reclamaban las
observaba el proceso sin interrumpir, porque ya, seguramente, todo lo monturas. En su caja de talabartería había lesnas, cáñamos, agujas sin
tenía previamente convenido. La señora Adela, con el metro colgado punta, dedal de cuero, sacabocados de diferentes diámetros, cuchillo
del cuello, pasaba de uno a otro midiendo y anotando en un cuaderno recortado y compás para marcar ribetes y determinar el paso de las
palabras como largo, manga, sisa, tiro, con las medidas correspon- perforaciones en arciones y correas. Era una caja de madera con tapa
12 dientes. Tomaba los alimentos con nosotros, nos corregía, nos daba corrediza y empates trabados, que él guardaba como un tesoro. También 13
Flores y amasijos - Gilberto Rey
realizaba pequeñas mejoras a la sencilla instalación eléctrica de la casa; zapatos, zurcir medias y sacos de fique con capacidad para seis o siete
Esa era mi casa
se ponderaba de pegar botones en sacos de paño como el mejor sastre, arrobas de maíz seco en hoja. Éramos autosuficientes y nos bastábamos
y cuando no había más quién, nos aplicaba inyecciones a nosotros con con poco. No nos preguntábamos si éramos felices porque sabíamos que
la misma delicadeza con que se las aplicaba al ganado. Pero era mágico la vida era así.
verlo desinfectar el equipo. La jeringa era un cilindro de vidrio aforado
Como el dinero para las cosas que no se hacían en casa se producía en los
con un émbolo en el centro y en el extremo un pequeño herraje que
Balcanes, la finca grande que papá había heredado de sus padres, que él
permitía instalar las agujas, similar a las jeringas desechables que todos
llamaba con cierta prosopopeya —El palacio de las acacias— aunque no
conocemos. Lo asombroso era la caja de metal inoxidable donde se
había acacias ni palacio, todas la vacaciones de fin de año las pasábamos
guardaba, que al mismo tiempo era un fogón y una vasija para hervir
allí. Los Balcanes está localizada en la vereda Guane; en ese tiempo a
instrumentos. En un instante la cajita, con solo retirar la tapa y colocarla
hora y media a caballo, al paso del abuelo Germán, y a tres horas al paso
boca arriba e instalarle dentro el soporte metálico que, en la posición
de Papá, que no permitía que corrieramos los caballos. Los Balcanes
de guardado, inmovilizaba la jeringa, se transformaba en un fogón para
ocupan una hoya natural irrigada por tres pequeñas quebradas de agua
quemar alcohol. Después solo había que montar la base de la caja provista
pura y tan fría que nos hacía doler los huesos con solo zambullir los pies
de agua con la jeringa y las agujas adentro y encender el alcohol. Y esto lo
unos segundos, pero era todo el mundo para nosotros. Las cabeceras
podía hacer en cualquier parte.
estaban cubiertas por espesos bosques nativos tapizados de diversas
Por temporadas se mandaba a rayar bultos de yuca o de cepas de un plata- lamas y líquenes de vistosos colores, y por suerte, y la buena gestión de
nillo que conocíamos con el nombre de sagú, para extraer almidones. A quienes han sido sus propietarios, lo están hoy todavía. Nuestras mejores
la casa llegaba la ralladura en bultos escurriendo líquidos y las mujeres, aventuras eran bajo el follaje tupido que encenillos, salvios, mortiños y
una vez los hombres descargaban la masa en que quedaban convertidos romeros, vestidos de quiches y bejucos creaban, para que la imaginación
los tubérculos, la vertían en artesas de madera y le adicionaban agua nos llevara a mundos fantásticos, en los que nos era dado perdernos y
hasta formar coladas. Los almidones, por ser más densos, se asentaban sobrevivir tardes maravillosas.
en el fondo, pero en la primera “lavada” exhibían un color parduzco,
Otra aventura llena de retos desafiantes era el paseo a las cuevas que
que era necesario depurar mediante sucesivos cambios de agua, hasta
una formación rocosa inverosímil había dejado en la parte más alta de
alcanzar una masa totalmente blanca, que era el almidón puro. Al final
la montaña. La caminata para llegar a la boca de entrada era un ascenso
del proceso una pasta nívea se exponía al sol sobre manares recubiertos
continuo que nos obligaba a tomar descansos, para nivelar la respira-
con paños, por varios días, hasta evaporar el agua contenida y lograr un
ción y admirar el paisaje. Los preparativos incluían la construcción
polvo blanco. Con estas harinas se hacían panes y buñuelos que hacían
de teas de petróleo en tarros de Nescafé, pasamontañas improvisados
nuestras delicias todo el año.
para defenderse de los murciélagos, machetes, palos adaptados como
Había artesanos o simplemente trabajadores expertos que venían por bastones y fiambres para comer, una vez coronada la alta roca, mientras
días a henchir enjalmas, afilar toda clase de serruchos, tomar goteras en a la distancia admirábamos el valle imponente, donde el verdor y las
los tejados de arcilla cocida, embarrar y blanquear paredes, matar cerdos, agrestes montañas que lo circundaban nos sobrecogían por su belleza.
14 hacer morcillas, freír chicharrones, soldar ollas y bacinillas, remendar El descenso por los pasadizos angostos de la cueva debía realizarse con 15
Flores y amasijos - Gilberto Rey
habilidad y cautela, en lo que Rodrigo sobresalía por pericia y arrojo. No Pero Mamá era su perfecto catalizador y ella,
Esa era mi casa
bien dábamos los primeros pasos en la oscuridad, la alerta de nuestra sin contradecirlo ni ofrecerle explicaciones, iba
invasión provocaba la población de murciélagos en reposo y salían en solucionando y acomodando situaciones para
bandadas a ejercer una posesión ancestral, que sin duda veían amena- que el enorme trajín de movilizarnos a la finca
zada. Los animalitos no disponían de armas letales, pero sus sobre- fuera fluyendo entre inconvenientes y malas
vuelos insistentes o aturdidos eran suficientes para sacar gritos a los más caras. Al final las bestias y los arrieros comen-
pequeños y erizar los vellos a los mayores. Al final del día regresábamos y zaban a desfilar por el portón de campo de la casa
sentados en la tarima, frente a la casa, contábamos la experiencia según paterna, y las tensiones comenzaban a ceder
como cada uno la había vivido, y en ese intercambio, las acciones lucían haladas por la promesa de una nueva temporada
valerosas e inolvidables. de vida plena en el...
Los preparativos para movilizar la familia comenzaban a finales de
noviembre. Mamá alistaba la ropa de la manada, sacaba al patio las cobijas
guardadas para que cogieran sol, reunía los útiles de aseo, empacaba El Palacio de las Acacias.
menajes de cocina, velas para alumbrar, hilos para tejer, medicamentos;
mientras papá se apersonaba de los caballos, los hombres que hacían
viable o menos incómoda la mudanza y otros asuntos propios de la
finca. En sacos de fique, que conocíamos como costales ubaque, se iban
empacando víveres, herramientas, utensilios, ropa, hasta formar cargas,
que debidamente aseguradas sobre los animales, llegaban a la finca. El
día de la partida, alguna invitada de la familia cercana hacía parte del
grupo y se encargaba de llevar en ancas a uno de los más grandecitos.
Mamá llevaba en brazos al último en nacer, y en ancas de su mansa
yegua, otro que ya pudiera defenderse bien agarrado de su cintura.
Papá en Deogracias Rojas, su caballo, provisto de un sombrero viejo y
una ruana que había perdido el pelaje después de incontables idas al
lavadero, dirigía la comitiva, sin alarde, pero brotando un aire orgulloso,
erguido sobre la montura. En una de las cargas y al cuidado de un arriero
solían acomodar a uno de los medianos. La salida se programaba para
partir con el amanecer, según la costumbre de Papá, pero inconta-
bles imprevistos y retrasos hacían que la mañana se fuera pasando sin
ajustar todo, deteriorando su buen ánimo y extrayendo de él su más
incómoda personalidad.
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Por Mario Germán Rey Rey
HERMOSA MACHI
Las
flores en la casa materna comenzaron a crecer con
fuerza; los capullos de begonias, anturios, geranios y
primaveras se abrían al aire con un toque mágico y sobre-
natural; la fecha en cuestión había sido escrita por astrólogos antiguos y
matemáticos modernos, un diecinueve de mayo del año 31. Los abuelos
German Rey y Margarita Romero asomaron sus ojos a la fuerza moderada
y amorosa de mi madre, a quien hasta el día de hoy y la eternidad segura,
amo con fuerza y profeso también un respeto, más parecido a la devoción
que al simple afecto.
de cobre, a pan de yuca caliente, a queso en onces con arepas de sagú y la estancia de mi madre; fondeó los corredores
Hermosa machi
Mamá
siempre al interior del hogar, fue y ha sido
el centro de la familia, el motor que nos
une. Fue quien nos crió con la ayuda de
personas que siempre estaban listas a colaborarle, entre ellas Margotica,
por supuesto.
Recordar también cuando en tiempos de infancia mi Moñeca salía de Salir a un potrero y hacer un almuerzo o unas onces era otro programa
Reminiscencias
viaje, bien fuera en compañía familiar o de amigos como: las Mariaelisas que no podía faltar. Desayunar con las rellenas hechas por mamá, calen-
(las Lolas) , Chucha León, o algún cura promotor de tours, que también tadas en la hornilla de leña y acompañadas de fabuloso amasijo, más un
eran cercanos a la casa; y nos endosaban o dejaban “a precio” donde la chocolate o un café, son otros sabores que aún tengo en el paladar.
tía Efi, lo cual nos encantaba; en aquel entonces nos parecía un paseo, un
Pasar el año nuevo en la finca era algo trascendental y valorado por toda
cambio, una vida diferente. Cambiar de cama, de ambiente, de alimen-
la familia; siempre nos quedará ese grato recuerdo.
tación (entre ellas la sopa de dulce con cuajada y hojas de naranjo) y el
exclusivo programa del balcón de esa humilde vivienda, que consistía en Otro excelente bocado que Mamá preparaba, inolvidable, eran las
ver pasar y contar los pocos carros que transitaban por la carretera, sin empanadas de pescado seco en hojaldre, asadas al horno, para la época
pavimentar, que comunicaba a Fómeque con la Capital. de Semana Santa y hechas con la ayuda y la voluntad desinteresada de la
apreciada Comadre “Ana baquina”.
Me gustaban mucho también los paseos a la “Hoya del chocho” donde nos
acompañaban amigos de mis padres a degustar un “macho” con arepas Recordar en tiempos del bachillerato, cuando uno estaba pensando en
corridas en laja hechas por “Angelorus Pecatorus” y con la dirección de muchas cosas y en nada a la vez, quizás como resultado de no tener claro
Mamá. A veces el menú era más nutrido y podíamos saborear un almuerzo lo que se quería, o hacia dónde ir. Surgían actividades con amigos, una
completo, en el que no faltaban: carnes, ensaladas y cuando contábamos cerveza, un aguardiente; juegos como: el fútbol, ping-pong, billar, la bici,
con la presencia de María Elena Rey, chonques, que le “chiflaban”, como etc. Todo menos estudiar o hacer tareas. Y ahí era cuando mi Moñeca
ella misma decía. entraba a ejercer la función de “vigilancia y control”. Comparto esta
anécdota: un día cualquiera, entre semana, y en horas de la tarde, cuando
Con mi Moñeca también disfrutamos mucho los viajes de verano, que
lo ortodoxo y correcto era estar haciendo tareas y trabajos del colegio,
no podían faltar todos los años en la finca de “El palacio de las Acacias”,
de repente irrumpe en el espacio de la vetusta casona de nuestro hogar
ahora más conocida con el nombre de Los Balcanes. Era un paseo
paterno, a través de una de las viejas ventanas de madera, a la que le
familiar de un mes, donde el alistamiento previo al viaje se organizaba
faltaban algunos de vidrios, por donde apenas cabía una cabeza, una frase
con algunos días de antelación; había que pensar en todos los víveres y
que venía de la calle en idioma desconocido por todos, solo entendible
provisiones, en qué personas iban a colaborar en tareas de la casa: aseo,
por el emisor y por mí. Era lo que se creía. La frase decía “Racso racsooo
cocina, arreglo de un cerdo o un ternero(mamona), también en cómo se
le rallib atse odapucosed”. A lo que de inmediato mi Mamá respondió “no
empacaba todo lo necesario y si íbamos a caballo, o a pie, como nos tocó
no, no odapuco”. Habíamos sido descubiertos, mi amigo Oñom me estaba
algunas veces a los más pequeños. Salir en las primeras horas del día,
invitando a jugar billar en horario inapropiado.
hacia las cinco de la mañana, para llegar antes de que nos diera el fuerte
sol de verano del mediodía, en compañía de Lucrecia o de Margotica. Ya
en la finca la pasábamos muy bien; caminando, jugando cualquier juego:
escondidas, la lleva, al ladrillo, parqués, cartas o elevando globos (no
podía olvidarse la globolina).
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Por Carmen Ofelia Rey Rey
Qué
alegría poder compartir contigo
tantos años de experiencia.
Todo pasa tan rápido, que no
A MI MADRE
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Por Juan Sebastián Rey Rojas
CUA N D O L O S A Ñ O S
Tr
anscurrían los últimos años del decenio de los 90 y daban
NO TENÍAN FIN
inicio los primeros años del siglo XXI. Era en aquel entonces
cuando en el Municipio de Fómeque, más exactamente en la
casa de la Familia Rey Rey, se vivía una época irrepetible, invaluable y
de un significado inconmensurable para cada uno de sus integrantes.
Pues era justamente durante esas anualidades donde un simple fin de
semana se convertía en unas vacaciones cortas y un Año Nuevo era una
fiesta inolvidable.
Mientras tanto, el tío Fabio entraba y salía de casa, con el propósito de nidos de las gallinas que había en el solar; buscábamos los huevos que
Cuando los añosno tenían fin
estar al pendiente de algún tema importante de su próspera empresa, ellas ponían, los tomábamos todos y cada uno de ellos, y acto seguido, los
pero al mismo tiempo, para empezar a postular su calidad de magnífico estallábamos contra las paredes del solar sin cuestionarnos si estábamos
anfitrión de las reuniones familiares; pero lo más importante era que en actuando bien o mal.
algún momento del día, siempre quedaba un espacio, para toparnos e
Uno de aquellos días, y sin lugar a duda, la merma en la capacidad de las
intercambiar gustos acerca de la buena pasión que compartimos por los
ponedoras se manifestó en la cocina, y acompañado de algún comentario
carros.
hecho quizás por uno de los trabajadores de la casa, nos puso en la mira
La tía Ofe, espléndida y radiante como siempre, no le pasaban los años, de nuestra querida vieja, como sujetos sospechosos e imputables.
arreglaba los atuendos de la abuela y el abuelo para la ocasión, prepa-
La tarde siguiente, tal vez, nos encontrábamos con mi hermano muy
raba algún snack, abrazaba a sus hermanos, sobrinas y sobrinos, salía de
sosegados lanzando, como proyectiles, los cuerpos ovalados puestos por
primeras a la pista de baile si era la ocasión y siempre procuraba por el
las aves hacia algún lugar del solar de la casa, cuando, repentinamente,
orden y la integración.
fuimos sorprendidos por la abuela en pleno acto. Bastó su sola presencia
En otro lugar de la casa, o de la finca que estuviera de turno, aparecía y aspecto facial, para en el instante, darnos cuenta del acto tan repro-
una combinación magnífica, y con ella sabíamos que se avecinaba la chable que cometíamos por esos días. El asombro vendría acompañado,
risa, el ruido, la buena grosería y la exageración. Era el tío Rodrigo, el posiblemente, del único regaño fuerte que nos haya dado la abuela en
tío Alejandro y mi papá Mario, con esa chispa pícara, con buena música, toda la vida, también, con algún intento fallido por parte nuestra para
buenos tragos y las lenguas satíricas y mordaces que lograban poner excusarnos. Fuimos reprendidos duramente por nuestra querida vieja,
carcajadas y risotadas en cada uno de los presentes, incluso, en algunas puestos en algún sofá a llorar y reflexionar por unos minutos, con el fin
ocasiones dispusieron moderarse, porque la abuela entraba en risotadas de ser corregidos y tomar conciencia de nuestros actos.
extensas sin sonido que lograban preocupar a los asistentes.
Pero como en toda hermosa abuela siempre habita esa inherente esencia
Por último estábamos los nietos de ese tiempo, un grupo numeroso para alcahueta y amorosa, le bastaría con un par de horas a nuestra viejita para
aquel entonces, sanos, amistosos, divertidos, hermanables, inquietos y cerciorarse de que habíamos aprendido la lección, para luego invitarnos
lo más importante, felices. Daniela, Manuel Ricardo, Alejandra, David, a su cuarto y una vez ahí, verla dirigirse al armario y abrir el primer o
Daniel, Nicolás, Santiago, Juan David, Julio Mario y Sebastián, despojados segundo cajón. Eso solo podía significar una cosa, un billete con el rostro
de cualquier instrumento electrónico, hablo por mí y por cada uno de del astrónomo Julio Garavito, que para el día hoy, en cualquier dulcería
ellos, vivimos unos años muy felices y afortunados con muchos juegos, tiene aún buen poder adquisitivo, hace 14 o 16 años para unos niños,
aventuras y bonitos recuerdos. sí que era una fortuna significativa en la dulcería “el Neval de nuestro
pueblito Fómeque.
Entre todos esos recuerdos, una anécdota con nuestra querida abuela
me traslada al año 1996, 1997 o 1998, donde acostumbrabamos, inocen-
temente, en alguna semana de aquellas bajar al solar de la casa, y en
“Qué hermosa esposa, madre y abuelita,
32 compañía de mi hermano Julio Mario revisábamos cautelosamente los la que nos ha regalado la vida” 33
Por Juan David Olmos Rey
C O S I TA S BUE NA S
Te
jidos gruesos e indelebles. Bordados croché por todas partes;
en la sala, en la mesita de noche y en el comedor. Hasta mi
primer mameluco y mis primeros zapatos, ambos hechos en
hilo de algodón tejido a mano. Difícil un postulado más amoroso: como
quien dice: “ten, ve a andarte el mundo, pero cuídate siempre del frío”.
Consentimientos, no pocas veces desmedidos; siempre el regalo cómplice “Cositas buenas” —como tú dices— que nos dejas.
Cositas buenas
de algunos pesos para que fuéramos a comprar dulces y videojuegos; un Y otras tantas que no recuerdo; que se deslizan,
billete de diez mil que se te escapó una vez y gasté todo en golosinas; la inefables, por el ineludible determinismo de
peor fiebre que he tenido; papas heladas en las axilas para calmar el mal; la sangre. Bordados intangibles que nacieron
un frío endemoniado; “resista, mijito, que eso le sienta”; en fin, amor contigo y se multiplicarán así, por los siglos
duro; amor maternal, que es decir fiero; amor de abuela, que es decir de de los siglos. Porque a ti te debo la vida, pero
madre dos veces; sin el tedio de la responsabilidad; es decir, cariño puro. también ese tejido de recuerdos.
Una corona orgullosa de canas plateadas que bordó el tiempo; los ojos
castaños y joviales, que de alguna forma son los de mi mamá y, de otra,
también los míos. El trabajo arduo, eterno, escasamente pago y muy mal
reconocido de levantar un hogar desde sus cimientos; ¡y lo que es más!:
de mantenerlo unido; el valor de entender hasta dónde llevar las tradi-
ciones con las que creciste y darle pie a nuevas ideas cuando mi madre Y, claro, muchas cositas buenas…
quiso emprender vuelo y hacer su vida; la sabiduría más importante:
la familia es lo primero. Eso no se enseña en las universidades. No hay
magíster que valga: si no es de maestros como tú, no se aprende. Otros Gracias infinitas por eso.
viven, mueren y nunca lo supieron.
Tantos paseos de olla; el ejemplo: los años no son excusa para dejar
de ponerse las botas y escalar —a la par de los más jóvenes— el monte
virgen, agreste y duro; la lección de humildad de que poco importan
los recuerdos propios si los comparas con los que dejas en los demás.
Esos son los que de verdad valen. Una máxima de vida: si haces las cosas
bien, se encargan de recordar por ti los que te rodean. Jaque mate, señor
Alzheimer. Váyase a joder a la tierra fría de donde vino.
El cariño como bandera, aun en las circunstancias más difíciles. Incluso
en una casa llena de fantasmas y desconocidos. Enfrentar con una sonrisa
la incertidumbre y la enfermedad; con memorias dulces, el olvido.
Mejor pecar de confiado que hacer de lo que no entiendes un enemigo.
Deberíamos aprender a confiar más todos. Dar más, ¡así sea ‘papaya’!
A este mundo le hace falta más de eso.
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Por Alejandra Rey Herrera
Re
cuerdo de mi abuelita su infinita devoción a Dios, la recuerdo
sentándome a los pies de su cama, con su rosario en la mano,
tomando cuenta por cuenta rezando padrenuestros y avema-
rías, pidiendo por su familia, recuerdo que me decía “mamita cierra los
ojos y agradece por tu papá y las bendiciones en tu vida” o su devoción en
la iglesia, la veo en mi mente como si fuera ayer, elegantemente vestida,
entusiasmada y llena de dicha, cantando e invitándome a cantar fuerte,
era su forma de adorar y sentir paz interior.
FE, MODA Y
MERIENDA
Panadería casera
El
amasijo en casa de tía Josefina
EVOCACIONES
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Evocaciones Flores y amasijos - Margarita del Carmen Rey
Co En
nocimos el pavo relleno el día que tiempo de verano se alistaba la ropa
vino Gilberto y fuimos a la laguna en costales de fique para llevarla al
de Ubaque. Ofelia empacó platos en río Blanco de la Unión, cuando el
canastos, cubiertos, servilletas, panes variados agua escaseaba en el pueblo. La contingencia se
del amasijo que todos los viernes ocupaba el día convertía en motivo de paseo. Tío Chucho con
de la casa entera, gaseosa para beber y algunas el burro Panurgo Téllez de cabestro, y nosotras
frutas. Augustico Rey, su esposa Julita, Beatriz caminando, salíamos temprano de casa en
Rey, hija de Julita y Jalima y Janet Hassan, hijas compañía de Miguel Antonio, tía Josefína y los
de Beatriz y nietas de Julita, fueron los invitados muchachos, si no estaban estudiando, por el
de honor. Dimos vuelta a la laguna y en un camino del cementerio. De vez en cuando nos
lugar sombreado Miguel Antonio dispuso que acompañaban algunas amigas de la familia. En
allí sirviéramos el almuerzo. Todos estábamos el río se lavaba la ropa, disfrutamos del baño
curiosos con la novedad del pavo, y cuando tía refrescante; se preparaba el almuerzo y las onces
comenzó a cortar las porciones nos sorprendió mientras la ropa se secaba. Al final del día regre-
que por ninguna parte aparecían los huesos del sábamos soñolientos y complacidos en una flota
pavo, sino pura carne con algunos vegetales de las que venían de Bogotá.
metidos, hasta que Fabio, decepcionado, dijo:
“Ah, eso es forma de pavo”
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Por Nicolás Rey Benavides
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Por José Alejandro Rey Rey
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Flores y amasijos - Alejandro Rey
aunque tal vez alguna de este milenio, con buen vestido y cirio como tocaba,
también diría una palabrota, “no joda “ para organizar, alegres reuniones.
hasta cuando hacia el amasijo. con tesón y lujo, monto su salón de onces.
el del macho y alguna que otra iscua; bien organizado, esto fue de ataque,
prepararse para las labores que el campo emana, también restaurante y hasta taberna
de pronto hay trabajadores en el alto de muscua. muy conocido por todos, el Doble Jaque.
si de pronto hay que atender peones, cuanto diera para que se repita,
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Por Manuel Ricardo Rey Sylva
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A la abuela, a Chepita Flores y amasijos - Manuel Rey
El recorrido del mío apenas va cuando Recordar tu ternura, aunque Margotica no diga
el tuyo ya está de regreso. lo mismo, cada vez que le dices “vieja mugre”.
Eres una niña de 90 años Amo que lo único que recuerdes con claridad
sea que estas divinamente gracias a Dios.
Y yo un joven de un poco más de 30.
Tu devoción alcanzó para tus siete
La edad que nos separa es casi
hijos, tus nietos y bisnietos.
la que tiene mi padre.
Y tú única hija que siguió tus santos pasos.
Y tal vez me guste recordarte así.
Soy tu segundo punto suspensivo de tres puntos
Con tus suaves canas blancas.
que comenzaron con mi padre y terminan…
Tus dulces ojos pardos.
No se donde terminen, pero solo me resta
Tus delicadas arrugas. seguir adelante agradeciéndole a la vida
por ti, por mi padre y por la vida que me
tiene escribiéndote esto con el único fin
de sentenciar el amor que te tengo
—Chepita.
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Por Gilberto Antonio Rey Rey
NIEBLA EN LA VIDA
Un sueño
picotear esparcir
Vi a mi madre Vi la luna
parlotear brillar
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
No, yo aún no. (En fin) me alegra saber de ti. Mamá, ya va a estar la cena,
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
La nieta y la abuela
Niebla en la vida
No hay cuatro años que lo resistan. cuando sintió que le cortaban el paso.
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
proponen al reflejo Pasos lentos, más lentos, cada día más lentos
sin contornos
El cristal, día tras día, desiertos, como mundos ficticios sin confines
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
No me conozco
Niebla en la vida
No me conozco en privado
nunca me dejaron
Nunca he estado sola.
y mi marido, me habitaron.
sola.
Mi traje no tiene bolsillos,
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
Maternidad
Niebla en la vida
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
Niebla en la vida
Niebla en la vida
La casa no está.
para vibrar.
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
Neblina 1 Neblina 3
Niebla en la vida
sin regreso.
Neblina 2
Ausencias
nombres evaporados
Ansiedades
anarquía de sabores,
Abandono,
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
Dónde está él
Niebla en la vida
¡Atrevida!
¡Mierda!
Cosas
Niebla en la vida
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Flores y amasijos - Gilberto Rey
Pero también
Harina, quesos,
un ajiaco humeante a la hora justa.
levadura y huevos
Saberse bien peinada
mezclados,
con su chal fucsia de alpaca.
entrelazan
Imaginarse en la casa olvidada de su infancia
poderosos lazos
con las personas, que ella cree, aún existen,
Cavidad ardiente
Día de amasijo
Barro ennegrecido
transformado
en médula vital,
Horno y madre,
de calor familiar.
estrellas gemelas,
cada viernes
Un tasajo de buey
congregan
en la boca humeante
reuniones amenas.
difunde fragancias
de jugos hirvientes.
Adentro, roscas,
arepas y colaciones
toman color
y sueltan
incomparables sabores.
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Por Daniel Rey Ortiz
CHEPITO Y MARÍA
le decía, no.
María la loca. 83
Flores y amasijos - Daniel Rey
—y ausente,
me la seguía a mí,
84 —mijita 85
Por Daniela Rey Sylva
-Daniela Rey
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Panes de la abuela Flores y amasijos - Daniela Rey
Amasijo de recetas
Calentamos
Recopiladas gracias a la memoria
y experiencia de Margot:
Con la masa de sagú que se hacían las roscas y arepas, también Mamá
hacía unos deditos crocantes que ella llamaba “calentanos”.
Pan de Sagú Para elaborarlos tomaba una pelota de masa del tamaño del puño, la
1 kilo de cuajada redondeaba con las dos manos haciéndola rodar sobre la mesa de trabajo
en movimientos de vaivén, hasta formar un cilindro alargado. Después la
1 kilo de harina de sagú
cortaba en trozos del largo de un dedo, y para darles una característica
1/2 libra de mantequilla propia, sobre cada trozo iba ejerciendo ligera presión con la parte interna
de los cuatro dedos largos, de suerte que marcaban ondulaciones tenues
2 huevos
en cada elemento. Lo deditos de masa se colocaban en latas y se asaban
Sal al gusto en el horno de barro hasta lograr una tonalidad muy ligera. En ese punto
se retiraban del horno y se reservaban. Cuando el horno perdía tempera-
tura y se había terminado de hornear todo el amasijo, las latas de calen-
Rayar la cuajada y amasarla hasta que quede suave y cremosa. tanos volvían a llevarse al horno, ya reposado, para tostarlos hasta lograr
el punto crocante.
Mezclar el sagú, los huevos y la mantequilla.
Los calentanos eran una de las delicias de la casa y acompañaban un
Armar en forma de roscas o arepas.
tinto o un masato, como la mejor golosina importada. El nombre “calen-
Para las arepas: hacer una coquita con la maza en la mano, tano”, sin duda se debía al color pálido con que se presentaban, que
poner queso en el centro y tapar con los bordes de la masa, coincidía con el color amarillento que lucía la piel de las gentes, que por
creando la forma de una arepa. esa entonces ocasionalmente venían de los Llanos Orientales, donde la
Prender el horno a 350F y cocinar hasta que quede dorado plagas y el paludismo hacían estragos sobre la población.
por fuera.
88 Gilberto Rey 89
Panes de la abuela Flores y amasijos - Daniela Rey
1 puño de queso campesino rallado Cocinar el maíz amarillo con sal por 30 minutos.
2 puños de almidón de yuca Dejar el maíz remojando en el agua hasta el día siguiente.
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Panes de la abuela
Almojábana
1 libra de harina de maíz
1 1/4 libra de cuajada
2 claras de huevo
1 cucharada de panela rallada
Sal al gusto
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A Rodrigo Alfredo Rey Rey
Se ha ido
Permanece
como un sueño
interrumpido
Su ausencia
inverosímil
carcome
la existencia
Todo sigue
imperceptible
diferente
Él no está
Ni su risa
ni su silueta
bonachona
volverán.