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Geografía

ambiental de
Europa: la
alternancia del
clima (siglos XX y
XXI)
PID_00285706

Bárbara Polo Martín

Tiempo mínimo de dedicación recomendado: 3 horas


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Bárbara Polo Martín

El encargo y la creación de este recurso de aprendizaje UOC han sido coordinados


por el profesor: Jordi Martí Henneberg (UdL)

Primera edición: febrero 2022


© de esta edición, Fundació Universitat Oberta de Catalunya (FUOC)
Av. Tibidabo, 39-43, 08035 Barcelona
Autoría: Bárbara Polo Martín
Producción: FUOC
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del titular de los derechos.
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Índice

Introducción............................................................................................... 5

Objetivos....................................................................................................... 7

1. La percepción europea sobre el clima.......................................... 9

2. El fenómeno de la ecología en la cartografía............................ 11

3. Determinismo ambiental................................................................. 15

4. El papel de Humboldt en la ecología........................................... 17


4.1. El avance de la biogeografía ....................................................... 19
4.2. La clasificación de la climatología .............................................. 21

5. Variaciones en la meteorología...................................................... 23

6. El papel de los mapas en el cambio climático............................ 26


6.1. La evolución de las técnicas de representación .......................... 27
6.2. Los últimos avances .................................................................... 28
6.3. La huella ecológica mediante la cartografía ............................... 30

Resumen....................................................................................................... 36

Bibliografía................................................................................................. 37
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Introducción

A lo largo de su historia, la geografía ha intentado explicar todo tipo de fenó-


menos referentes a aquello que ocurría alrededor del observador. Entre dichos
fenómenos siempre ha destacado la distribución de la vida en la Tierra y las
consecuencias que tiene esa vida sobre ella, es decir, lo que hoy se conoce co-
mo ecología y biogeografía. La definición actual de la geografía que se aplica en
este caso es «la ciencia que estudia la distribución actual y pasada de todas las
especies y comunidades del planeta». Sin embargo, la preocupación por este
tema no es tan actual como se piensa, sino que lleva siglos en la mente huma-
na. Exactamente desde la aparición de las primeras fábricas y la explotación
de recursos para fines aledaños.

Aunque se trata de una rama de la geografía que se intenta explicar desde la


Antigüedad, empezó a cobrar más relevancia a partir de la industrialización.
Fue en el siglo XVIII cuando la figura de Alexander von Humboldt, padre de la
geografía moderna, junto con Carl von Linné y Georges Louis Leclerc, señala-
ron la ecología y la biogeografía como especialidades que había que tener en
cuenta a la hora de explicar aquello que estaba haciendo la especie humana
sobre nuestro planeta. Asimismo, la manera más fácil de poder observar las
causas y consecuencias es de manera gráfica, por lo que la cartografía se ha
mostrado a lo largo de toda la historia como la disciplina transversal más efi-
ciente en geografía.

Este módulo presenta diferentes perspectivas de cómo abordar temas relativos


al cambio climático desde la geografía. Aquí, la intención principal es ver có-
mo han evolucionado algunos conceptos fundamentales en el pensamiento
geográfico, principalmente europeo, a la hora de entender esta especialidad y
cómo la solución gráfica es la más rápida para exponer los problemas y solu-
ciones a todo tipo de público. Algunos de ellos son clásicos –como la biogeo-
grafía o la ecología– y otros más actuales –como la cartografía–. Pero también
hace hincapié en cómo se pueden usar los sistemas�de�información�geográ-
fica (SIG) o mostrar la geografía como una disciplina transversal que aporta
conocimientos a otros ámbitos, pero que, a su vez, también necesita de ellos.

Siempre debéis tener presente que el tratamiento�del�clima está visto desde el


punto de vista de la geografía y, por tanto, es simplemente una aproximación a
un campo muy amplio. Al encontrarse distintas disciplinas en un mismo pun-
to o tratarse la geografía de una disciplina transversal que permite enriquecer
una idea mucho más compleja y amplia, nos podemos hacer una idea de la
interacción y la aportación que el pensamiento geográfico hace. Este módulo
se os ofrece como el contexto necesario para entender los retos de Europa, que
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en términos de lucha contra el cambio climático no tiene sentido que haga


nada por sí sola, en todo caso, las políticas medioambientales nos permiten
dar ejemplo y poder así exigir a terceros países los cambios necesarios.
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Objetivos

Los objetivos que los estudiantes deberán alcanzar después de trabajar estos
materiales didácticos son los siguientes:

1. Comprender los factores geográficos, históricos y sociodemográficos que


han configurado el territorio europeo a lo largo de la historia y cómo han
repercutido especialmente en el periodo contemporáneo.

2. Valorar y conocer la influencia de las decisiones a escala continental sobre


la escala local, estudiar las problemáticas a las que se enfrenta Europa y
conocer los mecanismos de la Unión Europea para intentar solucionarlas.
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1. La percepción europea sobre el clima

La preocupación por el medioambiente ha alimentado la demanda de nuevos


mapas, especialmente de temática pareja, ya sea para supervisar los cambios en
los ecosistemas o para realizar miradas prospectivas. Sin embargo, esta ciencia
no es nueva. Ya en la Antigüedad se realizaron los primeros intentos de en-
tender el entorno natural tanto con textos descriptivos como con la ayuda de
mapas, pero no fue hasta el siglo XIX cuando las ciencias ambientales, como
una especialidad dentro de la geografía que acababa de crearse como materia
independiente, empezaron a usar la cartografía�como�método�de�investiga-
ción�y�de�visualización�de�los�problemas que les atañen.

La preocupación por el medioambiente hace que, en la actualidad, abunden Mapas para la explotación
los mapas�de�temática�ambiental. Son típicos los que se realizan con vistas de recursos naturales

a la explotación de determinados recursos naturales para supervisar y amorti- Antes de construir una carre-
guar cambios en los ecosistemas o para tratar de mitigar las posibles catástro- tera, de represar un río o de
construir un campo de golf es
fes naturales relacionadas con la transformación de los ecosistemas por parte necesario que ecólogos y ex-
pertos elaboren un informe de
del ser humano. Los informes públicos y privados sobre el cambio climático impacto medioambiental que,
casi siempre, irá acompañado
están repletos de planos en los que se proyectan previsiones de alteración de de un mapa.
temperaturas, precipitaciones o nivel del mar para las próximas décadas; y or-
ganizaciones ecologistas de todo el mundo utilizan la cartografía para tratar
de concienciar al público o presionar a las autoridades.

La inquietud por el estado y el futuro del planeta se ha traducido, en


los últimos años, en una increíble abundancia de herramientas�digi-
tales� dedicadas� a� mapear� y� monitorizar� fenómenos� de� relevancia
medioambiental de todo tipo, desde vertidos contaminantes hasta es-
pecies amenazadas, desde el retroceso de los glaciares hasta el ritmo de
la deforestación y la eventual reforestación. Y, por supuesto, cada día
se elaboran mapas enfocados a registrar los usos del suelo en general,
aunque, en este caso, surge de la necesidad de protección del medio
ambiente.

La cartografía�ambiental abarca un abanico muy amplio de planos que re-


presentan variables naturales, bióticas, abióticas y antrópicas, desde mapas de
suelos, mapas de contaminación atmosférica, pasando por los dedicados a as-
pectos de la flora o la fauna, a la calidad de las aguas, a elementos del clima o a
factores geoquímicos e, incluso, para algunos, a factores geológicos y geomor-
fológicos. Asimismo, debe tenerse presente que un mismo tipo de mapa am-
biental ha podido tener funciones muy diferentes en un momento u otro de
la historia. Pensad, por ejemplo, en los mapas relacionados con la distribución
de las cubiertas vegetales. Estos mapas temáticos se sirvieron originalmente en
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sus inicios científicos de datos fiscales y económicos. Todavía en la primera


mitad del siglo XX los bosques se podían definir como conjuntos de «plantas
de importancia económica». Con el paso del tiempo, esos mismos bosques pa-
saron a ser concebidos como ecosistemas permanentemente amenazados por
la industrialización y por el aumento de la población, y los mapas forestales
se convirtieron en herramientas imprescindibles para protegerlos.

Los mapas� ambientales forman parte de los mapas temáticos, aque-


lla cartografía diseñada para mostrar las características o elementos físi-
co-geográficos del mundo, así como la distribución de los fenómenos
específicos que se dan en el espacio, como por ejemplo, las lenguas, los
volcanes, la actividad comercial y muchos otros temas.

Los orígenes de la cartografía temática suelen situarse en Edmund�Halley y en


la época de la revolución científica, cuando no en los mapas de origen histó-
rico del Renacimiento. Pero ciertamente elaborar mapas temáticos no fue algo
común hasta el siglo XIX. En realidad, podríamos decir que este tipo de mapas
tuvo que esperar a que el mundo de la cartografía solucionase en lo funda-
mental sus grandes problemas geométrico-matemáticos (geodesia, sistemas de
proyección, etc.) y a que la geografía terrestre quedase desvelada (con la sola
excepción de los polos). Debéis tener en cuenta que el siglo XIX constituyó,
además, un momento particular en la historia de la ciencia, en el sentido de
que solo entonces empezaron a llegar a manos de los cartógrafos cantidades
considerables� de� mediciones� y� datos� empíricos: precisamente, la materia
prima que los mapas temáticos permitían estructurar y visualizar.

Básicamente, los mapas temáticos tuvieron en origen las siguientes tres apli-
caciones: las puramente prácticas, las científicas y las educativas. Por lo que
respecta a los mapas de vocación o utilidad científica, se agruparon en estos
dos tipos: los de la geografía física y los de geografía humana. Es decir, la car-
tografía distinguió la geografía entre la parte de ciencias�naturales y la parte
de ciencias�sociales.

Aplicaciones prácticas

Un ejemplo de aplicación práctica de los mapas temáticos es conocer y controlar los


recursos naturales y el entorno.
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2. El fenómeno de la ecología en la cartografía

En la misma época en la que surge la biogeografía tomaron forma otros dos


fenómenos, dos nuevos ámbitos del pensamiento que también se apoyarán
en la cartografía para hacer visibles sus teorías y puntos de vista: la ciencia�de
la�ecología y el pensamiento�ecologista. Primero tuvo que surgir en torno al
1800 el concepto de biología, porque la idea de que la vida era algo que servía
para definir toda una categoría de entidades naturales no formaba parte de los
esquemas de la época: el hecho de estar vivos no era sino uno de los muchos
atributos de las plantas y los animales.

Luego, a mediados de siglo, la reflexión en torno a esos seres vivos dio


lugar a que el alemán Ernst� Haeckel (1834-1919) conceptualizase la
ecología, la ciencia que estudia la interdependencia�y�solidaridad�en-
tre�seres�vivos�y�el�medioambiente, orgánico e inorgánico, en el que
habitan.

La ecología también se ha definido como biología del medio o biología


ambiental, pero de lo que no hay duda es de que se trata de una ciencia
de síntesis que combina conceptos y métodos de distintas disciplinas:
de la biología, por excelencia, pero también de la física, que la ayuda en
todo lo relativo a la energía y sus transformaciones; de la química, que
le proporciona los medios para conocer las sustancias que componen
el medioambiente; o de las matemáticas, que la ayudan en cuestiones
como el cálculo de poblaciones. Finalmente, la geografía, y la carto-
grafía en especial, brindan a la ecología las herramientas y los métodos
para situar espacialmente los datos sobre flora y fauna y sus relaciones
complejas con el clima, el agua y los suelos.

En realidad, aunque los llamados mapas ecológicos suelen derivarse de la car- Cartografía de la
tografía de la vegetación, también procuran captar otros factores bióticos, co- vegetación

mo la fauna; abióticos, como el clima o los tipos de suelo, y antrópicos, como Los mapas ecológicos se apo-
la contaminación o los usos del suelo. Para algunos, de hecho, el «mapa am- yan sobre todo en la cartogra-
fía de la vegetación porque los
biental perfecto» sería aquel que tuviese componentes de los tres tipos (bióti- agrupamientos vegetales se
consideran la mejor aproxima-
cos, abióticos y antrópicos) para explicar la realidad geográfica, ecológica y, ción al análisis de los ecosiste-
mas.
en suma, la ambiental. Sería la correspondiente cartografía de la geografía
ambiental, o integrada, que describe y explica los aspectos espaciales de las
interacciones entre el ser humano y su entorno natural.
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El pensamiento�ecologista había empezado a estructurarse ya antes de que Pensamiento ecologista


Haeckel y otros biólogos conceptualizasen la ecología. Los naturalistas del si-
El pensamiento ecologista con-
glo XVIII habían hecho múltiples observaciones sobre el modo en que la activi- siste en la preocupación por
dad humana y, en particular, la llevada a cabo por los colonos europeos, estaba proteger, preservar o restaurar
el medioambiente natural mo-
dando lugar a rápidos cambios a lo largo y ancho del globo, a menudo dañan- dificando para ello las activida-
des humanas que lo perjudi-
do la naturaleza, alterando localmente el clima y amenazando la subsistencia can.
de las poblaciones locales. De entre todos los rincones del mundo a donde los
poderes coloniales enviaron médicos y naturalistas, las islas fueron particular-
mente importantes. En ellas resultaban especialmente llamativos los procesos
de deforestación, extinciones, desertificación del clima, enrarecimiento de re-
cursos, enfermedades y hambre y, sobre todo, las relaciones entre ellos. Eran
microcosmos donde todos esos fenómenos podían observarse más claramente;
por su pequeño tamaño, los límites se alcanzaban más rápido y un observador
podía apreciar cambios entre visitas realizadas en el curso de unos pocos años
o décadas. La imagen de un paraíso perdido se conjuró en la mente de varios
intelectuales europeos que se pronunciaron sobre cómo detener o revertir la
destrucción. En las regiones tropicales se establecieron jardines botánicos diri-
gidos por científicos que recolectaban y ensayaban la aclimatación de plantas
de valor económico mientras desarrollaban teorías de cambio medioambien-
tal. Una figura muy notable es la del francés Pierre�Poivre (1719-1786), que
enunció una teoría que vinculaba deforestación, precipitaciones y cambio cli-
mático regional. Poivre, nombrado intendente de la isla de Mauricio en 1766,
llamó «sacrílego» al tratamiento del lugar por los administradores que lo pre-
cedieron y dijo que la deforestación era la culpable de la falta de autonomía
agrícola de la isla.

A mediados del siglo XIX, algunos científicos empezaron a hacer correlaciones


entre los procesos de deforestación intensa y las sequías, que, de vez en cuan-
do, asolaban distintos puntos de Asia y África con efectos devastadores. Hubo
quien defendió que el clima de los trópicos semiáridos se estaba acidificando
como resultado de la acción antrópica y, concretamente, de la deforestación.
En 1858, un científico llamado J.�Spotswood�Wilson (1912-1960) trabajó in-
cluso sobre «la desecación general y gradual de la Tierra y de la atmósfera»; se-
ñaló como causas, además de la deforestación, las cambiantes proporciones de
oxígeno y ácido carbónico en la atmósfera y llegó a sostener que tales cambios,
de proseguir, harían que el planeta fuera inhabitable para los humanos. El fe-
nómeno de las extinciones de especies, en todo caso, era algo que la comuni-
dad científica conocía bien. La publicación de El origen de las especies (1859),
de Darwin (1809-1882), situó dicho fenómeno en el contexto dinámico de
la selección natural e, indirectamente, hizo que la protección cobrara mayor
importancia a ojos de los gobernantes, los cuales empezaron a vislumbrar, al
menos, las consecuencias económicas del cambio climático y de la pérdida de
especies.

Mientras tanto, pensadores como George Perkins Marsh (1801-1882) y el ya


citado Thoreau (1817-1862), así como naturalistas como John Muir, ponían
las bases intelectuales y emocionales del ecologismo�moderno. Marsh, por
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ejemplo, llamó la atención sobre «el tipo y la extensión de los cambios produ-
cidos por la acción humana en la condición física del globo que habitamos» y,
frente al optimismo económico imperante en su época, vio al ser humano co-
mo el «disruptor de las armonías de la naturaleza». En países como Gran Bre-
taña, Francia y Estados Unidos empezaron a surgir numerosas organizaciones.

Nuestra forma de concebir la fragilidad y el entrelazamiento de la vida en la


Tierra es reciente. Nace de los importantes descubrimientos y cambios de pa-
radigma que se han producido en los últimos dos siglos en los campos de la
geología, la geografía, la climatología y la biología, así como en la joven ciencia
de la ecología; en suma, en las ciencias ambientales. Una de las principales ta-
reas a las que se han enfrentado estas ciencias ha sido la de poner�orden�en�la
increíble�variedad�de�climas�y�ecosistemas�existentes�en�nuestro�planeta,
es decir, describirlos, clasificarlos y mapearlos. ¿Cómo están distribuidos los
distintos organismos en la superficie terrestre? ¿Qué relación tiene ese reparto
con los elementos atmosféricos que definen el clima, como la temperatura,
y factores geográficos, como la latitud o la altura? Desde el siglo XVIII, y de
forma creciente a partir de la época de Alexander von Humboldt (1769-1859),
este tipo de problemáticas recurrió ampliamente a los mapas�como�método
de�investigación y de visualización de los resultados. Aun así, para entender
el modo en que la cartografía, a lo largo de la historia, ha permitido vehicu-
lar distintas formas de entender el entorno natural hay que remontarse a la
Antigua Grecia. En efecto, los primeros intentos de describir y categorizar el
mundo en función de parámetros del entorno físico, esto es, de dividir el pla-
neta en «regiones naturales», los realizaron los helenos con su teoría�de�las
zonas�climáticas.

La teoría griega de los klimata, que sería heredada por Roma y posteriormente
por las sociedades cristianas y musulmanas, defendía que la Tierra estaba di-
vidida en zonas latitudinales, o «cinturones», en función de sus distintas con-
diciones climáticas, las cuales se debían al ángulo de incidencia de los rayos
del Sol según se estuviera más cerca o más lejos del ecuador (klima significa en
griego ‘inclinación’), valor que podía establecerse por el número de horas de
luz en el día más largo del año. Llegó a consagrarse un esquema de cinco�zo-
nas�climáticas (klimata) delimitadas por cuatro�paralelos�significativos (los
círculos polares y los trópicos). Tres de ellas, las dos polares y la existente en
torno al ecuador, eran inhabitables debido al frío y al calor extremos, mientras
que las otras dos eran templadas y habitables: la septentrional era la ecúmene,
o mundo conocido, y durante siglos se especuló sobre la posibilidad de que
la meridional, inalcanzable debido al calor extremo de la zona tórrida central,
estuviera habitada por una raza de antípodas, o «contrapiés». Es difícil exagerar
la influencia de esta teoría en la forma de entender las diferencias climáticas
por parte de las sociedades occidentales; baste recordar que las clasificaciones
climáticas basadas formalmente en variables diferentes a la duración máxima
de la luz diurna no llegarían hasta el siglo XIX.
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Ptolomeo (100-170), considerado el geógrafo más importante de la Antigüe-


dad, quiso mejorar la teoría de los klimata. Inspirándose en Hiparco, para de-
limitar las zonas climáticas usó variables astronómicas tales como la duración
de la luz diurna, la altura de la estrella polar sobre el horizonte o la sombra
arrojada por el gnomon en los días de solsticio y equinoccio (valores que el
sabio alejandrino obtuvo por cálculo, no mediante observación). En el hemis-
ferio norte, desde el ecuador al círculo polar, Ptolomeo listó 33 paralelos y los
asoció, como referencia, a lugares más o menos conocidos, como Taprobana o
Alejandría. Después del ecuador, donde los días tienen una duración máxima
de 12 horas, el primer klima era el paralelo en el que los días tienen una dura-
ción máxima de 12 horas y 15 minutos, es decir, 4º 15" N, asignado a Tapro-
bana; y el último de la serie era aquel en el que los días tenían una duración
máxima de 24 horas, es decir, 66 10" N, que Ptolomeo no podía relacionar con
ningún país conocido. En distintas partes de su obra, Ptolomeo hizo varias se-
lecciones de esa treintena de klimata para distintos propósitos. Una de las se-
lecciones con más futuro fue la que incluyó en el capítulo 12 del Almagesto (c.
149), donde escogió los siete más significativos: el primero era el de 13 horas
(Meroe, en el Alto Egipto) y el último el de 16 horas (el del río Borysthenes).
Desde Hiparco, se consideraba que las regiones situadas por encima del klima,
cuyo día más largo duraba 17 horas, eran inhabitables debido al frío y, por
tanto, revestían poco interés.

La expansión del horizonte geográfico de Europa en el siglo XVI no podía dejar


de afectar a la teoría de los klimata. En realidad, obras como la Historia natural
y moral de las Indias (1590), del jesuita José de Acosta (1540-1600), muestran
cómo la constatación de los hechos geográficos, físicos y humanos del Nuevo
Mundo hizo que se cuestionasen principios como la inhabitabilidad de la zona
tórrida. En el siglo siguiente, en el contexto de la revolución científica, comen-
zaron a desarrollarse los instrumentos�de�medición que iban a permitir reali-
zar observaciones cuantitativas del medioambiente, incluyendo el barómetro
y el termómetro. Por entonces, la obra de Bernhardus Varenius (1622-1650),
Geographia generalis (1650), clave en el surgimiento de la geografía general y
comparada, avanzaba explicaciones sobre cuestiones como la composición
de�la�atmósfera o las eausas, los tipos y las características de los vientos. Por lo
que respecta a la clasificación de los climas, Varenius persistía en la idea grie-
ga de los «cinturones» delimitados por un determinado ángulo de incidencia
del sol (de hecho, incluyó una tabla de klimata en la que proporcionaba la
longitud del día en los solsticios en distintas zonas del planeta), pero también
establecía una estrecha relación entre la pertenencia de un lugar a una zona
climática y los rasgos de la atmósfera en esa región, es decir, calor y meteoro-
logía del año, vientos, lluvias y otros fenómenos atmosféricos.
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3. Determinismo ambiental

En el siglo de Isaac Newton, mientras la física y la tecnología proporciona-


ban los medios para que se produjeran grandes impactos humanos sobre el
resto del mundo natural, las ciencias biológicas empezaron a explicar cómo
funcionan y se interrelacionan los seres vivos, lo que sentó las bases para el
estudio de la ecología. Gracias al microscopio, en 1675 Anton van Leeuwen-
hok descubrió «animalitos» en el agua de lluvia y dio el pistoletazo de salida
para que se revelase todo un segmento de la biosfera hasta entonces invisible.
Leeuwenhoek, además, fue uno de los primeros en estudiar las cadenas� de
alimentos y la reglamentación�de�la�población, dos temáticas importantes
de la ecología actual.

La centuria siguiente, lejos de ser un momento de estancamiento después de


la excitación de la revolución científica, fue testigo de cómo se consolidaban
los estudios en torno a la electricidad, el magnetismo y el calor, de la revolu-
ción de la química y del surgimiento de nuevas disciplinas como la psicolo-
gía, la geología y la biología. En esta época, el concepto de historia natural se
refería a la descripción y clasificación de cualquier aspecto de la naturaleza,
desde fenómenos cósmicos hasta insectos. Un excepcional representante de
esta ciencia prácticamente sin orillas, el sueco Carl�von�Linné, trató de poner
orden en varios reinos de la naturaleza y fundó la taxonomía�biológica�sis-
temática, un método para denominar de forma inconfundible, con nombre
y apellidos, a cada especie animal y vegetal; un método de ordenación sin el
cual el estudio de los ecosistemas hubiera sido imposible. Otra figura central
del periodo es la de Georges-Louis�Leclerc (1707-1788), conde de Buffon, uno
de los críticos más acérrimos al intento de Linné de compartimentar la natu-
raleza, que criticaba, por ejemplo, que sus categorías fueran estancas e inmu-
tables o que hiciera caso omiso de muchas características de una planta y se
centrase exclusivamente en su flor.

En su monumental Histoire naturelle, Buffon arguyó que el término especie de-


bería reservarse para conjuntos de organismos conectados entre sí mediante
la reproducción, y ello tanto en el espacio como en el tiempo. De hecho, la
inclusión del tiempo es una de las contribuciones más importantes de Buffon
a las ciencias naturales: rechazó el relato bíblico, amplió el pasado del sistema
solar y de la Tierra y dejó paso a la posibilidad de un cierto tipo de cambio o
evolución. No era evolucionista en el sentido actual, pero su sistema admitía
el cambio limitado de animales y plantas dentro de las especies «originales»,
alteraciones menores inducidas por variaciones en su clima y hábitat.

Distribución de la vida en función del clima

Buffon, que defendía la unidad monogenética de la humanidad, sostuvo que los huma-
nos habían aparecido en el Mediterráneo oriental y que, al igual que otras especies, se
habían «degenerado» (en el sentido de que habían divergido de su forma original) al des-
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plazarse de su lugar de origen y cambiar de clima. Este último término, clima, conservaba
como significado básico el que había tenido en la Antigüedad, pero Buffon explicaba
que por él «no debemos entender únicamente la mayor o menor latitud, sino también la
elevación o depresión de las tierras, su proximidad o alejamiento de los mares, su situa-
ción respecto a los vientos», es decir, «todas las circunstancias que concurren a formar
la temperie de cada región».

Como otros muchos naturalistas y filósofos ilustrados, Buffon creía que esa temperie –fría
o cálida, húmeda o seca– determinaba la diversidad física y cultural de los seres humanos
y «la existencia de las especies de animales y plantas que caracterizan ciertas regiones y
no se encuentran en otras», como los mamíferos que era posible encontrar en el viejo
mundo pero no en el nuevo y viceversa. Asimismo, sus prejuicios le llevaron a afirmar
que los animales, las plantas y los seres humanos de América eran más pequeños y débiles
que los de África y Eurasia, una idea que Alexander von Humboldt, deudor de Buffon en
otros aspectos, iba a esforzarse en rebatir.
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4. El papel de Humboldt en la ecología

El impacto de Alexander von Humboldt fue tan grande que se ha acu-


ñado el concepto de ciencia humboldtiana para referirse al estudio del
medioambiente en la primera mitad del siglo XIX. Humboldt está en el
origen de muchos de los instrumentos conceptuales que otros usarían
para tratar de entender globalmente la naturaleza, incluyendo la rela-
ción�armoniosa (tal y como la consideraba él) de�los�factores�bióticos
y�abióticos. Inspiró a muchos científicos más jóvenes, a los que conta-
gió el entusiasmo por buscar esos patrones generales, y ayudó a que se
creara un marco de cooperación internacional que lo hiciera posible.

Muchas de las mejores mentes de la época desarrollaron sus ideas, precisamen-


te, porque andaban en busca del tipo de conexiones que Humboldt había pos-
tulado. El mejor ejemplo es Charles Darwin. En el campo de la cartografía,
la gran aportación de Humboldt fueron las líneas de ideas precedentes y una
adaptación de las que Edmund Halley había inventado más de un siglo an-
tes. Humboldt había señalado que, en latitudes medianas, las temperaturas de
la parte occidental de los continentes eran mucho más suaves que las de las
costas orientales, idea que desafiaba la noción clásica de zonalidad climática
determinada por la latitud. Para mostrar su hipótesis dibujó una carta plana
(un mapa que representa la superficie terrestre como si fuera plana y no esfé-
rica) de una región que comprendía 214 de longitud (94º al oeste y 120º al del
meridiano de París) y la zona entre los 0º y los 85º N Humboldt señaló siete
paralelos, uno cada día entre los 0º y los 70º N, y tres meridianos: uno para
Europa, uno para América y otro para Asia.

No incluyó las costas u otros datos geográficos, pero sí situó trece lugares en
sus localizaciones geográficas aproximadas y aportó sus temperaturas medias
invernales y estivales. A esta base Humboldt añadió isotermas, cuya curvatura
contrastaba visiblemente con la rectitud de los paralelos geográficos. En la
parte inferior, incluyó un diagrama para mostrar el efecto en las isotermas de
otra variable física: la altitud (figura 1).
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Figura 1. Gráfico isotérmico del mundo de William Woodbridge a partir de los datos recopilados
por Alexander Humboldt en 1823

Fuente: David Rumsay Historical Map Collection

Frente a las tradiciones heredadas, Humboldt mostró de forma gráfica que, al


menos para el hemisferio mejor conocido, el septentrional, las regiones climá-
ticas no tenían forma de bandas regulares, sino más bien de arcos. Realmente,
puesto que las líneas isotérmicas atraviesan las latitudes en diferentes ángulos
en distintos puntos de la geografía terrestre, no�podía�seguir�manteniendo
la�noción�de�que�el�clima�dependía�solo�de�la�latitud.

Humboldt se abstuvo de publicar un mapamundi con la representación de su


descubrimiento mientras no existieran datos fiables procedentes de estaciones
meteorológicas de todo el mundo, pero otros apenas pudieron resistirse. Fue el
caso del pedagogo estadounidense W.�C.�Woodbridge (1794-1845), que había
conocido a Humboldt en París y que en 1823 realizó su propio mapa�mundial
de�isotermas. El mapa de Woodbridge presumía la existencia de siete regiones
climáticas: una ecuatorial, o tórrida, y al norte y al sur de esta, en secuencia,
regiones muy cálida, cálida, templada, fría y (solo en el hemisferio norte) otras
dos aún más frías. Además, Woodbridge quería que sus alumnos exploraran
la relación entre temperatura y cultivos, cuya distribución latitudinal se hacía
mediante marcas verticales. Cada una de las líneas de isotermas se identificaba
además con el límite para un cultivo importante; por ejemplo, la línea de los
68º", es decir, de los 20º C, era al mismo tiempo el límite del algodón y del
olivo. Frente al mapa de Woodbridge, innovador pero sencillo y escolar, en
1845 llegó una obra maestra de la cartografía temática, el Physikalischer Atlas,
de Heinrich�Berghaus (1797-1884), entre cuyas láminas dedicadas a la clima-
tología había un innovador mapa�de�isotermas�en�proyección�polar.

La expansión del ferrocarril en Estados Unidos

Este tipo de mapas comenzaron a hacerse populares para dictaminar cualquier proyecto
que tuviesen los gobiernos. Un ejemplo de ello es la expansión de las líneas ferroviarias
© FUOC • PID_00285706 19  Geografía ambiental de Europa: la alternancia del clima (siglos xx y...

en Estados Unidos. A finales de la década de 1840, el Congreso de los Estados Unidos de


América fue testigo de acalorados debates. Varios de sus miembros habían recibido con-
tinuas peticiones para que una nueva línea de ferrocarril articulara el país, que se hallaba
en expansión hacia el oeste. Por aquel entonces, una extensa red de vías surcaba el cen-
tro, el este y el sur, pero ninguna conectaba ambas costas. Los parlamentarios acordaron
encargar al Departamento de Guerra varios estudios sobre el terreno, que posteriormente
serían conocidos como Pacific Railroad Surveys.

En 1853 comenzaron las expediciones al oeste, territorio que pertenecía en su gran parte
a las tribus indias. Precisamente en la costa del Pacífico se encontraba el territorio de
Washington, que en 1889 se convertiría en el Estado de dicho nombre, gobernado por
Isaac Ingalls Stevens. Este militar, diestro en topografía, dirigió un equipo entre 1853 y
1855 para realizar un estudio entre el Alto Misisipi y la costa del Pacífico. Entre todas
las rutas propuestas del ferrocarril, esta era la que recorría el territorio de manera más
septentrional.

Los mapas resultantes de este estudio fueron dos, uno de ellos, el que se ve abajo. Es un
mapa de isotermas en el que figura Norteamérica en el paralelo 36º hacia el norte. Toda
clase de información relacionada con la viabilidad del ferrocarril en aquellas latitudes
resultaba esencial, y conocer la meteorología era uno de los objetivos de dichos estudios
(figura 2).

Esta innovadora representación cartográfica permitió, además, desmentir la creencia de


que el extremo noroeste que constituía el estado de Washington era una región extrema-
damente fría y, por lo tanto, de escaso valor en términos de agricultura y poco adecuada
para la ocupación humana.

Figura 2. Gráfico isotérmico de la región de Norteamérica en el paralelo 36 hacia el


norte, entre los océanos Atlántico y Pacífico, compilado bajo la dirección de Isaac
Ingalls Stevens (1859), gobernador del Territorio de Washington

Fuente: Library of Congress, <https://www.loc.gov/item/98688327/>

4.1. El avance de la biogeografía

Humboldt popularizó otras técnicas para representar datos espaciales de forma


que resultasen inmediatamente comprensibles. Innovó enormemente con sus
infografías�avant�la�lettre. La más famosa es la ilustración titulada «Geografía
de las plantas equinocciales» (figura 3), que publicó en 1805 como parte del
Ensayo sobre la geografía de las plantas.

Figura 3. «Geografía de las plantas equinocciales: cuadro físico de los Andes y países vecinos»,
elaborado a partir de las observaciones y medidas tomadas in situ en 1799, 1800, 1801, 1802
© FUOC • PID_00285706 20  Geografía ambiental de Europa: la alternancia del clima (siglos xx y...

y 1803 desde 10° de latitud boreal a 10° de latitud sur por Alexander von Humboldt y Aimeè
Bonpland

Fuente: Museo de Antioquía

En ella reflejaba lo que había aprendido ascendiendo el Teide, en la isla de Te-


nerife, o el Chimborazo, en Ecuador, donde al hacerlo se�atraviesan�zonas�de
vegetación, desde el bosque tropical hasta el límite de crecimiento de árboles.
A partir de sus observaciones, elaboró su teoría�de�la�zonación�altitudinal: si
una montaña es lo bastante alta, independientemente de la latitud en que se
encuentre, todas las asociaciones de vegetales pueden estar representadas en
ella. Pese a la popularidad y difusión alcanzadas por la propuesta humboldtia-
na, debéis tener presente que no se trató, ni en lo teórico ni en la forma de
expresarlo visualmente, de una novedad absoluta, puesto que ya en 1783 el
botánico Jean-Louis�Giraud-Soulavie había publicado una Sección vertical de
las montañas de Viviers con representación de las zonas altitudinales de vege-
tación.

En general, por supuesto, el reconocimiento de variaciones en la dis-


tribución de las plantas es muy antiguo, pero el cartografiado de esos
fenómenos llegó relativamente tarde. En 1805, el mismo año en que
vio la luz el ensayo de Humboldt y Bonpland, Jean-Baptiste de Lamarck
(1744-1829) y Alphonse Pyrame de Candolle (1806-1893) publicaron
su Carte botanique de France, el primer�mapa�fitogeográfico. Más aún,
Lamarck y Candolle formularon un método para clasificar las biotas
que consistía en mapear las provincias florísticas. Con ello, marcaron
la dirección que iban a tomar la mayoría de los mapas�biogeográficos
del siglo XIX y principios del siglo XX, el de mostrar las biotas, o zonas
de vida, como harían, por ejemplo, el danés J. F. Schouw (1789-1852),
en 1823, o el estadounidense C. Hart Merriam (1855-1942), este último
creador de la noción de zonas de vida y acuñador del término biogeogra-
fía en 1892.
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Por lo que respecta a las distribuciones zoológicas, E. A. W. von Zimmermann


(1743-1815) publicó en 1777 el primer mapa�zoogeográfico, ciencia de la que
puede considerarse fundador y para la que realizó propuestas que superaban
no ya los enfoques precedentes, sino también los posteriores, incluyendo la
fitogeografía humboldtiana. En la geografía�faunística, un enfoque sistemá-
tico como el realizado por Lamarck y Candolle con la vegetación no llegaría
hasta mediados de siglo, en la época «wallaceana» de la biogeografía a la que
pertenecen Darwin, Haeckel y el propio Alfred Russel Wallace.

4.2. La clasificación de la climatología

Las observaciones de Humboldt sobre la distribución mundial de las tempe-


raturas abrieron la puerta a las primeras clasificaciones�cuantitativas�de�los
climas�del�mundo. En 1842, el británico Richard Brinsley Hinds (1812-1847),
cirujano en la marina inglesa que participó en una circunnavegación de seis
años de duración, propuso una organización en dieciséis regiones climáticas
basada en la temperatura y la humedad, así como una clasificación de la vege-
tación en cinco zonas por altitud y la división del mundo en cuarenta y ocho
regiones de vegetación, cada una con una descripción sistemática del clima,
la flores y la orografía. A mediados de siglo los esfuerzos se centraron tanto en
clasificar los climas, al estilo de Hinds, como en localizarlos. Por supuesto, a
menudo se recurrió a los mapas.

En 1879 el austriaco Alexander Supan (1847-1920) publicó el primer�mapa


de� cinturones� climáticos basado en temperaturas medias anuales y en las
del mes más cálido. Posteriormente, Supan creó un sistema mediante el cual
identificó treinta y cinco «regiones climáticas» (ártica, la europea occidental,
la sino-japonesa, etc.) inmersas en tres categorías que se distribuyeron en las
clásicas franjas latitudinales: el cinturón caliente, los dos templados y los dos
fríos.

Pese a sus méritos, el sistema de Supan fallaba al no relacionar climas similares Grisebach frente a Wallace
situados en diferentes puntos del planeta. Este aspecto solo quedó cubierto
El biogeógrafo alemán se con-
de forma sistemática con la clasificación que propuso en el año 1900 el cli- centraba en la vegetación pa-
matólogo alemán Wladimir�Koppen (1846-1940). En su juventud, a Koppen ra realizar sus trabajos, pero no
dudaba en discutir las clasifica-
le habían impresionado los trabajos de biogeógrafos como August Grisebach, ciones de zoogeógrafos como
Wallace.
cuyo mapa de 1866 representaba las «zonas de vegetación» para toda la Tierra,
así como también consideraba que la vegetación era el mejor punto de parti-
da para sintetizar los muchos elementos del clima. Eligió los cinco grupos de
flora del botanista suizo Candolle, que en 1874 había propuesto clasificar las
plantas en grupos biológicos en función de su relación con la temperatura y
la humedad y había resumido con claridad cuanto se sabía de fitogeografía
en aquel momento. Superponiendo los análisis de distribución espacial de ele-
mentos físicos y biológicos, Koppen trabajó sobre la cuestión de las fronteras
geográficas y sintetizó los valores climáticos que eran característicos para las
zonas resultantes hasta alcanzar lo que en 1900 él consideraba «un esquema
bastante sencillo de las regiones climáticas». Este, que Koppen no dejó de re-
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elaborar y afinar durante el resto de su vida intelectual, partía de la distinción


que había hecho Candolle entre las plantas de la zona tórrida (A), las de la
zona templada (C) y las de la zona fría (D y E), además del grupo de las plan-
tas de la zona seca (B), y añadía una segunda letra, esta vez minúscula, para
expresar el factor de la humedad. Así, por ejemplo, un clima Af es tropical y
lluvioso. Su famoso Handbuch der Klimatologie (1936) difundió su clasificación
entre los geógrafos y pronto empezaron a aparecer mapas climáticos de los
distintos continentes usando su división.

Koppen publicó su propuesta de clasificación en 1900, la modificó en 1918 y la


revisó junto a Rudolf Geiger en 1936. Desde entonces, otros climatólogos han
formulado sus propias clasificaciones. Algunas, como la del estadounidense C.
W. Thomthwaite, basada en la relación entre «evapotranspiración» y precipi-
tación, pueden considerarse más racionales y, para algunas aplicaciones, tam-
bién más útiles que la de Koppen, pero quizá no han alcanzado gran difusión.
Ni siquiera las posibilidades abiertas por la investigación climática reciente,
por internet y por la cartografía electrónica han bastado para derrocar a la ya
centenaria clasificación de Koppen, que continúa siendo la que aparece en los
mapas generales de los atlas y los libros.

De todos los inconmensurables retos ambientales que afrontan las sociedades


contemporáneas, el cambio climático es el más generalizado, y los mapas se
han revelado como herramientas esenciales en su investigación y en la formu-
lación de políticas para afrontarlo.
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5. Variaciones en la meteorología

El clima no solo varía de un lugar a otro, como se veía en el apartado


anterior, sino que también se altera a lo largo del tiempo. Durante toda
la historia terrestre y, por supuesto, mucho antes de que el ser humano
se pasease por el planeta, ha habido muchos cambios�climáticos�glo-
bales, de cálido a frío, de húmedo a seco y viceversa. Esos cambios se
han derivado de alteraciones en la radiación solar, de impactos de me-
teoritos, de erupciones volcánicas masivas o de variaciones en la dispo-
sición de las masas continentales en las corrientes marinas o, en último
término, en la órbita terrestre, y siempre de una combinación de varios
factores que se retroalimentaron para alterar las temperaturas y la com-
posición de la atmósfera.

Los científicos discuten cómo los cambios climáticos desencadenaron las La extinción de los
grandes�cinco�extinciones�masivas que han tenido lugar en la Tierra y dis- dinosaurios

cuten acaloradamente sobre la cuestión de las «causas últimas», es decir, de La última gran extinción es la
los factores desencadenantes. que acabó con los dinosaurios
hace sesenta y cinco millones
años.
En la actualidad, las modificaciones del clima interesan mucho más allá de
los círculos de especialistas en ciencias ambientales; por el contrario, ocupan
titulares de periódico, encabezan noticiarios y suscitan manifestaciones ma-
sivas en todo el mundo. Ello se debe, por un lado, al pesimismo imperante
en relación con las consecuencias de esas modificaciones para los humanos
(ya a corto plazo, es decir, para las generaciones vivas y las inmediatamente
posteriores) y para otras formas de vida; por otro lado, el interés en el cambio
climático proviene del optimismo de las sociedades actuales, que creen ser ca-
paces de frenarlo. Esta última convicción se debe a que la investigación sobre
las actividades humanas y su impacto en el medioambiente ha demostrado
que quien está cambiando el clima es, precisamente, el ser humano. Que este
tiene esa capacidad es algo que, ya en el siglo XVIII, intuyó el conde de Buffon
y comprobó Pierre Poivre en la isla de Mauricio, si bien solo en el ámbito local.
Ahora se trata de un cambio climático global y, a diferencia de los ocurridos
en el pasado, el actual está dominado por la actividad�humana.

Vista globalmente, esta forma de conducirse del ser humano es un viaje hacia
lo desconocido, aunque, indudablemente, sus efectos son más que perturba-
dores. Algunos biólogos afirman incluso que estamos viviendo la sexta�gran
extinción, llamada del Holoceno y precipitada por el ser humano, que hizo
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desaparecer a la megafauna del final de la Edad de Hielo y al dodo en el siglo


XVI, y que se habría plantado a principios del siglo XXI con múltiples especies
desapareciendo cada año y una formidable cantidad en peligro de extinción.

La influencia humana sobre el clima regional y global no empezó exactamen-


te con la Revolución Industrial, porque los humanos han estado modificando
su entorno, incluso de forma intensiva, desde hace miles de años. El uso del
fuego para clarificar amplias zonas de bosque modificó desde fecha tempra-
na factores climáticos tan importantes como la reflectividad de la superficie
terrestre (albedo), las velocidades de evaporación o los vientos de superficie.
En todo caso, hay acuerdo en que el impacto medioambiental global del ser
humano estuvo muy limitado mientras este dependió de los flujos anuales de
energía solar para satisfacer sus cuatro necesidades –alimentos, combustible,
ropa y vivienda–, lo que mantuvo las restricciones materiales sobre el tamaño
de la población humana. En Occidente, fue el aprovechamiento de las ener-
gías�fósiles�a�partir�de�finales�del�siglo�XVIII lo que puso fin a este «antiguo
régimen biológico».

Desde entonces hasta hoy, cantidades ingentes de dióxido de carbono han si- Deforestación intensiva
do arrojadas a la atmósfera debido a la deforestación�intensiva y a que la in-
Cuando la vegetación se que-
dustrialización se ha alimentado de la masa de combustibles fósiles, carbón, ma o se descompone se libe-
petróleo y gas natural. Las burbujas de aire profundas en el hielo polar mues- ra dióxido de carbono a la at-
mósfera. En los últimos tiem-
tran que el nivel actual de dióxido de carbono es alrededor de un 30 % más pos, esta actividad ha experi-
mentado una intensidad sin
elevado que su nivel más alto, como mínimo, en los últimos 350.000 años. precedentes.
Para el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus
siglas en inglés), el organismo de la ONU, creado en 1988 para estudiar el cam-
bio climático, el aumento de la temperatura media global se debe muy proba-
blemente (es decir, con un 90 o 99 % de probabilidad) al aumento observado
de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, como el metano
o el óxido nitroso, generados por la actividad humana. Debido a la compleji-
dad del sistema climático de la Tierra, es difícil predecir cuáles serán las con-
secuencias si el dióxido de carbono de la atmósfera sigue subiendo. Son tantas
las variables y los fenómenos que hay que tener en cuenta que no es posible
determinar con precaución cuestiones específicas como dónde o cuándo será
el clima más seco o más húmedo.

En todo caso, entre los cambios derivados del calentamiento global que el
IPCC prevé como prácticamente seguro están los siguientes:

• el aumento de las temperatura máximas y mínimas


• el aumento de los días calientes y de las olas de calor
• el descenso de los días fríos, las heladas y las olas de frío

Asimismo, se considera muy probable lo siguiente:

• el aumento de la frecuencia de acontecimientos de precipitación intensa


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• el aumento de las áreas susceptibles de sufrir sequías

Eso únicamente a nivel global, porque los fenómenos derivados del aumento
de las temperaturas observables a nivel regional conforman una lista larguísi-
ma: desde el aumento de los ciclones tropicales intensos hasta el deshielo del
permafrost en el hemisferio norte.
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6. El papel de los mapas en el cambio climático

En septiembre de 2013, el IPCC presentaba en Estocolmo el ARS, su quinto in-


forme de evaluación. Durante una de las conferencias, Thomas Stocker (1959),
profesor de climatología y geografía física, señaló a la audiencia un mapa que
marcaba en rojo brillante la temperatura media del periodo entre 1902 y 2012
y comentó: «Este es el aspecto de la superficie de nuestro planeta si miras la
atmósfera. Está roja. El mundo se ha estado calentando». Algún estudioso de la
cartografía ha llamado la atención sobre cómo el gesto y el comentario ejem-
plifican la esencia�de�la�comunicación�de�hallazgos�científicos�por�medios
visuales, en este caso mapas. También ilustran la práctica de llamar la atención
del público mediante la táctica de hablar coloquialmente de las imágenes, de
forma que la abstracción de los datos queda en el trasfondo de su significado
concreto para los seres humanos. En esta ocasión, contó también en la COP21,
celebrada en París a finales de 2015, se emplearon gráficos y mapas –muchos
tomados del IPCC– para informar, alertar y persuadir a administradores y le-
gisladores. Se escogían imágenes de toda la Tierra que parecían trasladar a la
audiencia ideas sobre el destino de la humanidad en este planeta.

Un simple vistazo a las páginas web de empresas, instituciones políticas o cen-


tros de investigación dedicados a cuestiones medioambientales es suficiente
para poner de manifiesto el enorme papel que ha adquirido la cartografía para
visualizar�los�datos�y�los�fenómenos�relacionados�con�el�cambio�climáti-
co. Los científicos la usan para mostrar los resultados de sus estudios y sus
predicciones sobre el aumento del nivel del mar, el cambio de temperaturas
o el desplazamiento de los hábitats de flora y fauna. Por su parte, políticos y
administradores encargan mapas de riesgos medioambientales y usan la car-
tografía para planear cómo mitigar los efectos del cambio, para comparar los
costos y beneficios de determinadas respuestas adaptativas y, en suma, para
analizar distintas opciones de actuación de fenómenos relacionados con el
cambio climático.

Por su poder expresivo, el papel de los mapas es un elemento clave que


actúa como puente�entre�científicos�y�legos�y�entre�distintas�culturas
y�disciplinas. Son instrumentos que hacen visible lo que de otra forma
no sería evidente, como es el caso del clima.

En efecto, el clima no es algo sencillamente dado, sino que tiene que ser cons-
truido y definido: las temperaturas globales son entidades estadísticas que no
pueden captarse mediante la experiencia, igual que la futura subida del nivel
del mar es invisible a los ojos, pero no así a los satélites que captan imágenes
que transforman en datos. Más aún, la cartografía resulta clave para poner
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orden�en�la�extraordinaria�complejidad�de�los�datos una dimensión espa-


cial, porque permite transmitir generalmente su distribución. La era digital ha
ampliado enormemente lo que un mapa quiere expresar.

Aplicaciones interactivas

Un ejemplo tomado del ámbito medioambiental son las aplicaciones�interactivas que


articulan dinámicamente algunas de las formas en que la salud del ser humano, su ali-
mentación, economía, infraestructura y seguridad han sufrido el impacto de los múlti-
ples fenómenos ligados al cambio climático.

6.1. La evolución de las técnicas de representación

A partir de mediados del siglo XX, el desarrollo de la cartografía, de la


teledetección (fotografía aérea e imágenes satelitales) y de los sistemas
de información geográfica, o SIG (o GIS, por sus siglas en inglés), trans-
formó radicalmente la forma de hacer y de usar los mapas. En lo fun-
damental, todos esos cambios explican la actual�ubicuidad�de�la�car-
tografía�temática, empleada para visualizar cualquier tipo de proble-
ma que tiene una dimensión espacial, incluyendo los fenómenos me-
dioambientales.

La teledetección, que se basa en instrumentos que miden la energía electro-


magnética recibida de un objetivo distante –por ejemplo, la superficie terres-
tre–, se ha convertido en una herramienta casi imprescindible en la investiga-
ción medioambiental. El refinamiento de las técnicas permite que sea posible
medir, entre otros, las concentraciones de gases atmosféricos, la cobertura ve-
getal, las algas invasivas, los incendios forestales o la evolución de las morre-
nas en los glaciares. Muy a menudo, aviones y satélites proporcionan infor-
mación�diacrónica, es decir, pueden emplearse para detectar, monitorizar y
mapear cambios medioambientales.

Asimismo, la ingente cantidad de datos recopilados en los dos últimos siglos a SIG
lo largo y ancho del planeta, incluyendo los procedentes de la teledetección,
Ejemplos de SIG son ArcGIS,
serían imposibles de manejar de no ser por los sistemas�de�información�geo- Maptitude, Maplnfo o GRASS
gráfica,�o�SIG. Es este género de software el que, en último término, posibilita GIS.

que existan cada vez más mapas para todo tipo de variables medioambientales.
La información de la que se nutren los sistemas SIG a menudo se integra en
bancos de datos espaciales, representativos de aspectos del entorno cultural y
físico de una región geográfica determinada, y las aplicaciones IG se emplean
para generar estadística y productos gráficos (mapas) de esos bancos de datos.
En la actualidad, es una práctica común usar sistemas de información geográ-
fica para producir mapas temáticos, incluyendo los ambientales. Los SIG, en
suma, son una herramienta efectiva para visualizar datos espaciales y cuando
el cartógrafo está listo para producir un mapa para su exposición pública; hoy
hay más herramientas que nunca para hacer un producto cartográfico de ca-
lidad.
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Los actuales modelos� informáticos� de� simulación� climática constituyen


otra herramienta básica para elaborar escenarios posibles sobre el cambio cli-
mático que suelen adquirir la forma de gráficas o de mapas. Esos modelos de
simulación utilizan datos elementales de física y química e incorporan inter-
acciones humanas y biológicas que representan variables múltiples: tempera-
tura, precipitaciones, cobertura de nieve, humedad del suelo, vientos, nubes,
hielos y corrientes oceánicas, y todo ello por estaciones y a lo largo de déca-
das. Ciertamente, estos modelos no pueden captar toda la complejidad de los
sistemas climáticos, por lo que siempre serán versiones simplificadas de estos;
además, cuando se usan modelos de ordenador para simular el cambio climá-
tico futuro, es necesario hacer muchas suposiciones –aumento de población,
crecimiento económico, consumo de combustibles fósiles, desarrollo tecnoló-
gico o avances en eficiencia energética– que influirán de manera significativa
en el resultado. En todo caso, tanto el conocimiento detallado de las condi-
ciones climáticas actuales como la estimación de las proyecciones del clima
son imprescindibles para poner en funcionamiento planes de adaptación.

MODIS

Por ejemplo, en 1999 y 2002, la NASA puso en órbita un espectrorradiómetro de imáge-


nes de media resolución, más conocido como MODIS, a bordo de dos satélites llamados
TERRA y AQUA. Juntos, los MODIS se encargan de escanear la Tierra cada día. Capturan
datos de 36 franjas espectrales que permiten medir el color del océano o la temperatura
de la superficie y son útiles para monitorizar incendios.

6.2. Los últimos avances

Hay otro tipo de mapas ambientales cuya producción se ha expandi-


do enormemente en las últimas décadas: los que retratan�la�posibili-
dad�de�que�tengan�lugar�acontecimientos�potencialmente�destruc-
tivos, como inundaciones, sequías, incendios, heladas, erupciones vol-
cánicas, terremotos, tsunamis, deslizamientos de tierra, catástrofes nu-
cleares, vertidos contaminantes, etc.

Desde aproximadamente 1950, la producción de estos mapas no ha hecho sino


incrementar, y en buena medida ese aumento ha seguido el ritmo de desastres
y catástrofes, tanto naturales –cada vez más dañinos debido al crecimiento y
concentración de la población– como industriales. Más recientemente, los dis-
tintos agentes políticos y sociales, incluyendo las compañías de seguros, han
sentido la necesidad de encargar mapas que presenten visualmente la vulne-
rabilidad y la exposición a los efectos del cambio climático de determinadas
zonas del planeta. En muchos países, las leyes medioambientales promueven
la realización de este tipo de mapas por parte de la administración y las empre-
sas privadas, en particular constructoras. Esta cartografía es de enorme impor-
tancia para luchar contra los incendios forestales y prever sequías, terremotos,
huracanes o inundaciones e incluso las consecuencias de un desastre nuclear.
Además, proporciona a los legisladores una base sólida para las regulaciones
medioambientales y para la planificación�de�emergencias, así como un ins-
© FUOC • PID_00285706 29  Geografía ambiental de Europa: la alternancia del clima (siglos xx y...

trumento de gran valor para informar o concienciar a la población sobre usos


del suelo responsables. En este ámbito, distinguimos entre mapas de peligro-
sidad y mapas de riesgos.

Los mapas�de�peligrosidad muestran la distribución de un potencial


peligro o una amenaza para el ser humano o los ámbitos que este valo-
ra. Los mapas�de�riesgos representan el «riesgo», es decir, ese peligro
y la pérdida de bienes materiales y vidas humanas. Cuando el riesgo
se cumple, decimos que se ha producido un desastre o una catástrofe,
dependiendo de la magnitud de los daños.

Otros términos que se emplean al evaluar y retratar cartográficamente los ries-


gos naturales o industriales son los de susceptibilidad (probabilidad de que se
produzca, por ejemplo, una inundación en una zona concreta), peligrosidad
(capacidad de un proceso natural de causar daño, sea por su magnitud, por
el área a la que afecta, por su duración o por su periodicidad) y vulnerabilidad
(impacto del fenómeno sobre un determinado lugar y daños que puede causar
en función de parámetros sociales, como la densidad de población, el diseño
urbanístico, resistencia de las construcciones humanas, etc.; figura 4).

Figura 4. Nuevas unidades de tierra ecológica del mundo

Fuente: ESRI

Otro tipo de cartografía relacionada con los desastres medioambientales pue-


de denominarse de urgencia, y es la que provee información geoespacial en el
espacio de los días o las horas después de un evento medioambiental extremo,
como incendios o inundaciones. Esta práctica está técnicamente posibilitada
por la teledetección vía satélite y por los sistemas SIG, pero, ciertamente, los
medios humanos necesarios no siempre están disponibles. Para paliar esta ca-
rencia y aprovechado las plataformas de mapeo y las aplicaciones SIG en ac-
ceso abierto, algunas ONG han puesto en marcha proyectos de cartografía co-
laborativa, como MapAction o Humanitarian OpenStreetMap. En ocasiones,
estas formas de cartografía colaborativa han demostrado ser las únicas capaces
de proporcionar actualizaciones diarias de zonas afectadas por desastres.
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Humanitarian OpenStreetMap

Este proyecto, por ejemplo, promueve la cartografía cooperativa para mapear, en OpenS-
treetMap y parte de imágenes satélites u obtenidas por drones, zonas de todo el mundo
afectadas por desastres medioambientales (de huracanes a deslizamientos de tierra) u otro
tipo de crisis (como el coronavirus).

6.3. La huella ecológica mediante la cartografía

Entre los últimos mapas publicados se encuentra el Ecological Footprint of


Consuption 2019. El 22 de agosto de 2020, las personas acabábamos de con-
sumir todos los recursos naturales puestos a nuestra disposición ese año. Fue
llamado Earth overshoot day, o día�de�sobrecarga�de�la�Tierra. Ese día se cele-
bra anualmente desde 1970, y la primera edición fue el 29 de diciembre. Desde
ese día y hasta finales del año 2020, utilizamos más bienes naturales de los que
los ecosistemas terrestres son capaces de regenerar, lo que ha provocado una
reducción de las reservas de recursos locales y una acumulación de dióxido
de carbono. De esta manera, para satisfacer�la�demanda�de�la�sociedad, en
2020 se hubiesen necesitado 1,6 planetas Tierra. Gracias a las matemáticas,
estos cálculos han podido ser realizados y plasmados en forma de mapa cada
año. La operación consiste en dividir los recursos naturales que genera la Tie-
rra durante un año entre la huella ecológica, y multiplicar su resultado por
365, que son los días que tiene un año. Esta operación cambiaría dependiendo
si es año bisiesto.

Aquí lo que debe preocuparnos es el concepto de huella�ecológica. El


término, que apareció en los años noventa, fue creado por William Rees
(1943), profesor de Planificación comunitaria y regional, en la Universi-
dad de Columbia, y por Mathis Wackernagel (1962), doctor de la misma
materia. A este concepto le acuñaron la definición de herramienta que
ayuda a analizar la demanda de naturaleza por parte de la humanidad
o, más específicamente, el consumo que realiza cada habitante por año.
La idea fue sacada de los cálculos que se realizan en biología para saber
cuánta superficie le corresponde a cada especie para poder vivir.

Para poder hacer cálculos correctos, se tiene en cuenta la superficie que ocupa
el material que hay para cada cosa, así como la tierra necesaria para absorber
el residuo generado en su utilización. A partir de estos datos, podemos saber
cuánto consume un país. El problema reside en que se consume más de lo que
pertenece a cada uno, y especialmente en los países desarrollados. Se calcula
que un ciudadano europeo consume al año veinticinco metros cuadrados. Sin
embargo, si la demanda supera los suministros, el capital natural de una ge-
neración se agota y pasa a utilizar el de la siguiente, con sus consecuencias.

Este problema no es actual, sino que se tiene que retroceder al siglo XVIII para
poder ver sus inicios, es decir, con la Revolución�Industrial. En esa época se
empezó a alterar el uso de los recursos naturales, no solo por la manera en
que se producían y consumían, sino por la transformación y el impacto que
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causó en millones de vidas. Se abandonaron los campos, se transformaron las


ciudades y el efecto que la vida humana tenía sobre la naturaleza comenzó a
notarse. La polución resultante de las fábricas instaladas en las urbes fue vista
como un problema para la salud en el siglo XIX, así como los residuos. Aunque
se comenzó a advertir de la degradación medioambiental, como por ejemplo
hizo el físico John Tyndall en 1859 al hacer un estudio sobre lo que hoy es
el efecto invernadero, no se implementó la primera� ley� de� protección� del
medioambiente hasta 1863, en Gran Bretaña. Esta ley, conocida como Álcali,
pretendía controlar las emisiones de ácidos clorhídricos que causaban la acidi-
ficación de la vegetación. Casi treinta años después, en 1896, el Nobel Svante
Arhenius cuantificó de manera matemática los efectos del dióxido de carbono
en el cambio climático como consecuencia de la Revolución Industrial y la
quema de combustibles fósiles.

Entrados en el siglo XX, y a medida que la población mundial creció y la con-


taminación hacía lo propio, la conciencia sobre esta problemática ha ido pa-
reja. Tanto científicos como políticos han intentado tomar cartas en el asunto.

Mapas y contaminación ambiental

Por ejemplo, en 1956 el físico Gilbert Plass hizo predicciones bastante acertadas sobre
el incremento de la temperatura del planeta a causa del dióxido de carbono a finales de
siglo. Otro ejemplo es que en 1963 Estados Unidos promovió la Clean Air Act, en un
intento de controlar la polución del aire y se autorizaba a realizar investigaciones para
reducir los índices de contaminación ambiental.

En 1985 se firmó el Convenio�de�Viena�para�la�protección�de�la�capa�de Crecimiento de la


ozono, en 1992 la ONU organizó la Cumbre�de�la�Tierra�en�Río�de�Janeiro, población mundial

en 1996, un año antes de firmarse el Tratado�de�Kyoto y que la población Estamos hablando de que pa-
mundial alcanzase los 6.000 millones de habitantes, Rees y Wackernagel pu- só de 800 millones en 1750 a
más de 2.500 millones dos si-
blicaron su famoso libro Our Ecological Footprint: Reducing Human Impacto on glos después.
the Earth.

El libro de Rees y Wackernagel fue el resultado de años de fatigoso trabajo. Rees


llevaba décadas de investigación en lo que él llamaba ecología humana, es decir,
el estudio de los seres humanos como especies de organismos que formaban
parte de ecosistemas. Había llegado a la conclusión de que en el campo de la
ecología nadie prestaba atención al Homo erectus como especie, y sí al resto de
los seres vivos y al medioambiente. Comenzó a desarrollar la idea de huella
ecológica después de un seminario en el que escuchó el concepto, usado por
los ecologistas, de capacidad�de�carga, o número máximo de organismos o
individuos de una especie en particular que podrían ser sostenidos por un há-
bitat definido sin sobreexplotar o destruir ese hábitat. Sin embargo, cuando
trató de aplicar esta idea a las sociedades humanas, los economistas con los
que trabajaba en estudios interdisciplinarios no le dejaron. Alegaron que no
tenía ningún sentido hacerlo, ya que la capacidad de comerciar nos diferencia
del resto de los habitantes del planeta y nos permite conseguir los bienes na-
turales que pudiésemos necesitar de cualquier parte de la Tierra. Además, le
recordaron que la tecnología y el ingenio de los seres humanos puede sustituir
casi cualquier bien o servicio proporcionado por la naturaleza. A pesar del re-
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vés, Rees no se rindió y siguió dándole vueltas a la idea. Y años después se hizo
una pregunta: es cierto que los biólogos definen la capacidad de carga como
la cantidad de organismos por unidad de área, pero la verdadera pregunta en
este sentido era cuánta carga necesita la humanidad por organismo y por po-
blación. Rees llegó a la conclusión de que, si bien nuestra especie sobrevive
en gran parte gracias al comercio de bienes, es evidente que en algún lugar de
la Tierra se tienen que estar creando o produciendo esos bienes que importa-
mos, y también que alguna área tiene que estar asimilando los desechos que
generamos mediante el proceso de consumo. Para probar su teoría se eligió
una población, se examinaron sus patrones de consumo durante un periodo
de tiempo considerable y luego se calculó el área total de ecosistemas terrestres
y acuáticos necesarios para producir todos los bienes y servicios que consume
la población y para asimilar sus desechos. Eso es la huella ecológica. Aunque
cuando llegó a esta conclusión, todavía no la llamaba así.

Entre 1990 y 1994, mientras impartía clases en la universidad, Rees supervisó


la tesis doctoral de uno de sus alumnos, el suizo Mathis�Wackernagel. Esta
versaba sobre la labor previa del profesor y sobre la manera óptima de calcu-
lar lo que en un inicio denominaron capacidad�de�carga�apropiada, que se
expresaba en cápsulas regionales. Si hoy la conocemos como huella ecológi-
ca es debido a que el departamento donde trabajaba comenzó a cambiar las
grandes torres de los ordenadores de sobremesa que usaban los docentes. Rees
le comentó a Wackernagger que le gustaba la pequeña huella que la máquina
había dejado sobre su escritorio. El doctorando aplicó el término a su estudio
y, cuando en 1996 publicaron el libro con ilustraciones, se popularizó.

Uno de los objetivos del trabajo de Rees y Wackernagel era que la población
tomara conciencia para promover un cambio de hábitos individuales que tu-
viera repercusiones globales. Pero otro de sus propósitos, tanto o más ambi-
cioso, era impulsar�transformaciones�en�las�políticas�de�los�gobiernos con
el objeto de luchar contra el cambio climático. Dado que querían poner a dis-
posición de todos los individuos, instituciones o administraciones datos sóli-
dos, contrastados y fiables en relación con la huella ecológica, en 2003 Wac-
kernagel fundó la Global Footprint Network. Desde entonces, los estudios que
esta organización sin ánimo de lucro publica anualmente, las Cuentas Nacio-
nales de Huella y Biocapacidad, se incluyen en los informes de organizaciones
como las Naciones Unidas –mediante su Programa para el medio ambiente
(UNEP)–, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la Unión Internacional
para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) o la Agencia Europea del Medio
Ambiente (EEA), que depende de la Unión Europea (figura 5). Además, se han
comprometido con más de setenta gobiernos en países de los seis continentes
y asociado con más de ochenta organizaciones; y quince ejecutivos nacionales
ya han aplicado el sistema de medición de la huella ecológica a sus propias
iniciativas políticas.
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Figura 5. El déficit ecológico y las reservas del mundo

Fuente: Global Footprint Network

Mediante el conocimiento de la impronta que los humanos dejamos en el


planeta, la entidad aborda el problema del cambio climático de una manera
integral, más allá de limitarse a medir las emisiones de dióxido de carbono –
a menudo referidas como huella de carbono– que emite una actividad u orga-
nización. De hecho, la huella de carbono es uno de los componentes de la
huella ecológica, como también lo es el cálculo de las emisiones de otros gases
de efecto invernadero; pero cuantificar la presencia de este elemento químico
sobre la superficie de la Tierra para determinar su impacto no significa que
la única solución que demande el planeta sea lograr métodos para retenerlo.
Simplemente, muestra cuánta biocapacidad se necesita para evitar la acumu-
lación en la atmósfera de los residuos de dióxido de carbono sin tratar, ya que
el problema climático surge porque el planeta no tiene suficiente biocapaci-
dad para neutralizar todo el que genera la quema de combustibles fósiles y
satisfacer todas las demás demandas.

El cálculo�de�la�huella�ecológica se realiza a partir de los aproximada-


mente 15.000 datos obtenidos de cada uno de los más de doscientos
países, territorios y regiones analizados en el estudio. Esta se obtiene
rastreando cuánta área biológicamente productiva se necesita para sa-
tisfacer todas las demandas competitivas de las personas de un territo-
rio. Las demandas analizadas incluyen el espacio para el cultivo de ali-
mentos, la producción de fibra, la regeneración de árboles, la absorción
de emisiones de dióxido de carbono producida por la quema de com-
bustibles fósiles y la acomodación de las infraestructuras construidas.

Por lo que respecta al cómputo del consumo de un país, se realiza sumando las
importaciones y restando las exportaciones de su producción nacional. Otro
aspecto fundamental en el cálculo de la huella ecológica es determinar la bio-
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capacidad, que se mide calculando la cantidad de superficie terrestre y ma-


rítima biológicamente productiva disponible para proporcionar los recursos
que consume una población y absorber sus desechos, dada la tecnología y las
prácticas de gestión actuales. Para conseguir que la biocapacidad sea compa-
rable en el espacio y el tiempo, las áreas se ajustan proporcionalmente a su
productividad biológica y se expresan en hectáreas globales. Los países difie-
ren en la productividad de sus ecosistemas, y esto se refleja en los resultados:
un país tiene reserva ecológica si su huella es menor que su biocapacidad. De
lo contrario, está operando con déficit ecológico. A los primeros se les suele
llamar acreedores ecológicos y, a los segundos, deudores ecológicos.

A partir de las cifras que arroja el cálculo de la huella ecológica recopiladas


por la Global Footprint Network y de la población estimada recogida en los
datos del «Gridded Population of the World» que elabora la Socioeconomic
Data and Applications Center (SEDAC) de la NASA, la organización sin ánimo
de lucro Worldmapper elaboró el mapa que ilustra estas páginas, el ecological
footprint�of�consumption�2019 (figura 6). En él aparecen el conjunto de los
continentes, pero la carta destaca por el aspecto distorsionado de los territo-
rios que representa y por los diferentes colores asignados a estos; es un carto-
grama, un tipo de mapa temático que redimensiona cada territorio según la
variable que se está mapeando. En este caso, cada celda de la cuadrícula en
el mapa es proporcional al número total de personas que viven en esa área
multiplicada por su respectiva huella ecológica nacional, medida en hectáreas
de consumo per cápita global; por eso las celdas aparecen distorsionadas se-
gún el resultado. El mapa muestra de una manera muy visual lo que Rees y
Wackernagel teorizaron hace más de veinte años.

Uno de los indicadores más llamativos que se aprecia en este mapa para mos-
trar la huella ecológica es el cálculo� de� planetas� Tierra que harían falta si
todo el mundo consumiese como una nación. Los datos constatan la realidad:
los países desarrollados tienen una impronta inmensamente mayor que los
subdesarrollados.

Huella ecológica

Por ejemplo, según los datos de 2018, se necesitarían 4,97 Tierras si todo el planeta tuviese
la huella ecológica de Estados Unidos y, en cambio, 0,72 si fuese India.

La clasificación de los doscientos países de los que hay datos la lidera, en ne-
gativo, Qatar, con 8,94 planetas; y en positivo, Timor del Este, con 0,30. En
Europa, el país con más necesidad planetaria es, sorprendentemente por su
tamaño, Luxemburgo con 7,92. En España necesitaríamos 2,48.

El mapa que presentamos abajo, de Benjamin Henning, presenta de una ma-


nera diferente a la habitual el consumo que hacen los países. El cartograma
cuadriculado visualiza los datos publicados en el índice Happy Planet más re-
ciente, que utiliza la huella ecológica como uno de sus indicadores.
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El mapa combina la huella ecológica per cápita promedio de cada país con
la distribución de la población mundial en forma de cuadrícula. Por lo tanto,
cada celda de la cuadrícula cambia de tamaño de acuerdo con la cantidad total
de tierra utilizada por la población en ese espacio de acuerdo con su demanda
de la naturaleza. Un área dos veces más grande que otra utiliza el doble de
hectáreas globales.

Además, un esquema de color de semáforo muestra el impacto ambiental ge-


neral de cada país convertido en la cantidad de planetas que se necesitaban
para que el mundo en su conjunto viviera ese estilo de vida. Las considerables
diferencias entre las naciones se vuelven sorprendentemente visibles en esta
figura.

Si bien gran parte del mundo rico, especialmente en Europa y América del
Norte, vive una vida bastante insostenible, las poblaciones aún en crecimiento
en el continente africano y las del segundo país más poblado del mundo, la
India, aún logran vivir dentro de los medios ambientales de la Tierra.

Figura 6. La huella de carbono

Fuente: Benjamin Hennig, 2019; Worldmapper.org


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Resumen

En este módulo hemos podido poner en práctica, mediante algunos ejemplos,


diferentes formas de concebir y ver el espacio geográfico.

Primero, hemos abordado la preocupación de los países europeos por la situa-


ción que están viviendo a causa del cambio climático, una de las grandes cues-
tiones en la geografía de hoy.

Segundo, mediante la cartografía, hemos ido viendo cómo se expresaba el pro-


blema de una de las especialidades que trata dicha preocupación, la ecología,
disciplina nacida para ocuparse de todo aquello que había causado la indus-
trialización. Su desarrollo tiene como máximo exponente a Humboldt, con-
siderado padre de la geografía, quien contribuyó notablemente al estudio de
especialidades aledañas en este campo.

El tercer apartado ponía al determinismo ambiental, también conocido como


climático o geográfico y situaba a Europa y Estados Unidos en el epicentro, con
la intención de mostrar cómo la colonización y posteriormente la industria-
lización fueron elementos clave para desarrollar la situación en la que ahora
se encuentra el planeta. Aquí había dos cuestiones principales: la social y la
política, en la que entendíamos que ambas configuraban el problema climáti-
co. Todas estas cuestiones corren paralelas del nacimiento de nuevas ramas o
especialidades, como la biogeografía.

Finalmente, nos hemos adentrado plenamente en el mundo de la cartografía,


hemos visto las potencialidades en geografía y en historia, pero también nos
hemos aproximado a las concepciones climáticas y sus posibles soluciones.
Para ello se han analizado las técnicas más novedosas, entre las que se incluye
el SIG, y que contribuyen a ampliar el conocimiento de cuestiones como la
huella de carbono.

Abordemos, ahora, unas pequeñas conclusiones que podemos extraer de cada


punto. El cambio climático, propio de la geografía física, ha evolucionado a
lo largo de los siglos, así como la preocupación por encontrar soluciones que
permitan conservar el planeta Tierra. En este aspecto, la cartografía se muestra
relevante, ya que permite arrojar luz sobre dinámicas en el proceso de calen-
tamiento global. En este sentido, estudios geográficos han puesto en relieve la
huella ecológica. Sobre esto, destacan nuevos análisis del problema climático,
y las ciudades y la industria son los principales focos, pero también nuevas
reconfiguraciones como la que está sufriendo el mismo planeta.
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