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Fulgencio

Espa

Cuaresma:
vívela con Él

PRESENTACIÓN

La experiencia vivida en la última Jornada Mundial de la Juventud en agosto de 2011 en Madrid todavía
perdura en el corazón de muchos. Y es que somos un gran número de personas a las que no se borran de
la memoria las imágenes de adoración eucarística en Cuatro Vientos o los momentos de oración en el
paseo de Recoletos durante el Vía Crucis, junto con Benedicto XVI. Estas imágenes no han sido una
preciosa vivencia para aparcar en un lugar de nuestra frágil memoria. Estas imágenes se han grabado
hondamente en nuestra alma porque nos han enseñado algo que es vital: hacer oración no es una cosa de
gente rara. Hacer oración es algo tan natural y necesario como hablar con un amigo.

La noche en que estábamos en Cuatro Vientos, Benedicto XVI pronunció precisamente esta misma idea:
«¿Cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, estando juntos?». Santa Teresa de Jesús,
en su libro que relata su propia vida, decía que hacer oración «no es otra cosa, a mi parecer, sino tratar
de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». Esa persona que nos
ama es Jesús, Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo de Dios, hecho hombre por
amor nuestro. Descubrir cuánto nos ama, y cómo de amigo es mío, es la tarea más apasionante que puede
hacer una persona en toda su vida. Y un lugar privilegiado para investigarlo, pensarlo, meditarlo,
descubrirlo, imaginarlo –y todos los verbos que se nos puedan ocurrir– es la oración personal. Por todo
ello, la oración tiene un componente adictivo como con un amigo: una vez que enganchas con Él, es difícil
olvidarlo.

Estando en estas, varios amigos del joven sacerdote Fulgencio Espa –el autor de este libro– estuvimos
con él hablando de todo ello. De esa conversación surgió la idea de poner por escrito una ayuda para todo
aquel que quiera seguir hablando con Jesús. Desde luego, el más indicado para ello era el propio don
Fulgencio porque ha tenido oportunidad estos años de predicar mucho y de escuchar a muchas personas
que le confiaron su acompañamiento espiritual. El proyecto, que arrancó en el mes de septiembre pasado,
ha pasado por tantos momentos como uno pueda imaginarse. Pero parece que, con este libro, hemos
arrancado.
Hablo de proyecto porque esto no se queda aquí. Efectivamente, la idea de fondo sigue siendo la
misma: una ayuda para hacer oración, tener un rato de conversación con Jesús, de tal manera que toda la
vida esté centrada con Él. El proyecto quiere que todos los días del año te encuentres con una meditación
preparada por don Fulgencio que te sirva para ello. Pero, claro, el año son 365 días. Y, de golpe y porrazo,
no te salen 365 meditaciones. De momento empezamos con las de Cuaresma y Semana Santa. Y poco a
poco iremos sacando el resto. A propósito he utilizado la palabra «sacando» y no publicando, porque las
meditaciones saldrán en formato digital (epub, pdf...) muy pronto para poder leerlas en cualquier sitio
desde tu dispositivo.
Te sugiero que se lo digas a tus amigos: desde luego, el favor que les puedes hacer es enorme.

Todo proyecto tiene un nombre. El nuestro es muy sencillo, queremos llamarlo CON ÉL. La razón es
también sencilla. La vida cristiana tiene un fin: ser buen hijo de Dios. Para conseguirlo, tenemos al mejor
hermano posible: Jesús, el Hijo primogénito. Si vivimos con Él, si nuestra vida la centramos en Él,
seremos buenos hijos de Dios.
Termino con tres citas de Benedicto XVI de la Jornada Mundial de la Juventud, que comenzaba estas
líneas. Lógicamente hay muchas frases que podríamos recoger, pero en estas glosa la idea de estar con Él
en el camino de la vida. Por eso me gustan. Nada más llegar a España, en el aeropuerto de Barajas, el 18
de agosto, el Papa dijo: «con Él a su lado, tendrán luz para caminar y razones para esperar». En Cibeles
esa misma tarde: «Cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos por otras
sendas que dejan el vacío y la frustración en sí». Finalmente al atardecer del 19 de agosto en Cuatro
Vientos: «Igual que esta noche, con Cristo podréis siempre afrontar las pruebas de la vida».
Darío Chimeno Cano
MIÉRCOLES DE CENIZA

1. La Cuaresma: cuarenta días para que no nos durmamos en los laureles. 2. La Cuaresma: tiempo de
mortificación. ¿Por qué? Porque experimentamos que no hacemos siempre lo que deseamos. 3. Sufrir en
lo concreto: mortificaciones pequeñas.
Lecturas de la Misa: • Jl 2, 12-18. • Sal 50. • 2 Co 5, 20-6, 2. • Mt 6, 1-6.16-18.

1. Un tiempo para volver a empezar, para volver a luchar: todos lo necesitamos. Lo necesitan los novios,
cuando a veces su amor se enfría; lo necesitan los matrimonios que, después de años, pueden ver que su
cariño se ha vuelto, como mínimo, un poco más frío; lo necesitan los deportistas que, después quizá de
años de éxito, un descuido en su entrenamiento o en su vida privada les ha hecho empezar a ser más
mediocres y dormirse en los laureles.

Es bueno que ahora, que estamos intentando rezar, que estamos haciendo el esfuerzo de hablar con
Dios –¡qué cosa tan imponente, hablar con Dios!– le pongas un lema a estos cuarenta días que ahora
comienzan y que llamamos Cuaresma.
Jesús pasó cuarenta días en el desierto antes de comenzar su predicación, en donde nos enseñó que
debemos luchar siempre contra la tentación y el pecado. La Iglesia pronto incorporó, a lo largo del año,
cuarenta días de preparación antes de la Semana Santa: cuarenta días para volver a luchar.

Pídeselo a Dios. Dile: –«Jesús mío, un consejo, una palabra de amigo: ¿qué quieres de mí en estas
semanas? ¿Cómo puedo acercarme mejor a Ti y quererte más?». Y pon con Él una consigna que te ayude
a recordar cada uno de los próximos cuarenta días que es la Cuaresma.
Si miras al Sagrario y no se te ocurre nada; si estás rezando en el metro o en tu cuarto, y ninguna idea
viene a tu cabeza... allá va una sugerencia: la Cuaresma es un tiempo para enamorarse de Dios. Puedes
titularla: «volverme a enamorar»; o, dicho de otra manera: «volverme a ilusionar con Dios».

Quizá nunca descubriste que Dios puede ser alguien que ilusiona: entonces tu Cuaresma sería:
«enamorarme de Dios» o, dicho de otro modo: «que Tus cosas me ilusionen».

Viene ahora un rato de silencio. Un rato para que tú hables con tu Dios. Dale gracias, porque la Iglesia
pone siempre, todos los años, todos los meses, algunos momentos concretos para que te renueves, para
que estés siempre a tope. Ahora es la Cuaresma, luego vendrá la Pascua, el mes de Mayo, las fiestas de
los santos... Da gracias a Dios por la Iglesia, porque es como una madre que nos cuida en todo lo que
necesitamos; como un entrenador que estimula todo nuestro físico...
Y habla con Dios: ¿qué quieres de mí en esta Cuaresma?

2. Tu lema de Cuaresma, necesariamente, tiene que contar con la penitencia, con la mortificación.
Mortificarse significa negarse en algunas cosas pequeñas, insignificantes, quizá intrascendentes, pero
que nos educan interiormente. ¿No se sacrifican los deportistas por alcanzar el premio o las modelos por
una cuestión meramente física?

Ocasiones para sacrificarnos se nos ofrecen a lo largo del día: experimentamos, constantemente, cómo
situaciones bien concretas nos sacan de quicio: una hermana pesada, una abuela intensa, un profesor
terrible o un hijo adolescente. La mortificación es como el entrenamiento voluntario para poder afrontar
los momentos de dificultad involuntaria. Además, la mortificación tiene un sentido sobrenatural precioso:
quien sufre por amor a Dios, aun en cosas pequeñas, es más capaz de llevar la Cruz, como aquel Cireneo
que fue obligado a cargar con ella, y después no quiso soltarla. En definitiva, es una muestra de amor
sufrir por la persona amada, y la mortificación viene a ser un modo de mostrar a Dios que le queremos.
Díselo: dile que tú, como el Cireneo, también quieres ayudarle a cargar con la Cruz. Imagínate a Jesús
solo, en el Huerto de los Olivos, y piensa que tú, prescindiendo de ese refresco, le ayudas, le sostienes, le
das un beso. Imagínate cómo se hunde la corona de espinas en su cabeza... cuando caiga sobre ti el agua
fría de una ducha de invierno. Y dile que es tu cabeza y no la suya la que quieres que esté bajo el peso de
las espinas. Sueña que tu espalda y no la suya lleva la Cruz, cuando en vez de sentarte en el sillón
cómodo usas una silla dura, áspera.
En definitiva, sé sacrificado; sé sobrenaturalmente sacrificado.

3. Llegamos al último tramo de nuestra oración. Es momento de ser muy concretos. Todos los buenos
deseos que hayas pensado con Dios quedarán en nada si no eres capaz de concretar: sentarte y escribirlo.
Piensa, definitivamente, cuál es tu objetivo de Cuaresma: enamorarte de Dios, o extirpar tal defecto que
te hace tan desagradable, o, quizá, buscar la paz en tu corazón. Y fija las mortificaciones adecuadas para
poder llevar a término ese deseo tuyo. Será la gracia de Dios la que te hará mejorar, pero tú, con tus
pequeños sacrificios, te mostrarás más dispuesto a recibirla.
Puedes hacer tres grupos de mortificaciones: referidas a Dios (cumplir tu propósito de oración, renovar
tu trato con la Virgen, comulgar mejor...); referidas a los demás (sonreír más a menudo, ser más dueño de
ti mismo, no gritar nunca, no criticar nunca...) y, finalmente, referidas a ti mismo (comer con menos ansia
o comer lo que tu cuerpo sabes que necesita; escoger siempre el peor sitio; ir de pie en el autobús o en el
metro...).

Tómatelo en serio. Repásalo cada día. Díselo con sinceridad: –«Señor, dame tu gracia, que yo te doy mis
pequeños sacrificios».
JUEVES DESPUÉS DE LA CENIZA

1. ¿De qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma?: Francisco Javier. 2. Ser discípulo suyo. 3.
Cargar con la cruz de cada día.
Lecturas de la Misa: • Dt 30, 15-20. • Sal 1. • Lc 9, 22-25.

1. Era un hombre joven, lleno de vida, guapo, un conquistador con las mujeres, listo y con dinero. Lo
tenía absolutamente todo o, al menos, eso parecía. Era de esos que muchas veces miramos con
muchísima envidia, porque es el mejor futbolista, con una cartera repleta de dinero y una agenda llena de
chicas dispuestas a morir por él. Aquel chaval era un triunfador. Estudiaba en la Universidad, como
muchos de nosotros hacemos o hemos hecho. Era, fundamentalmente, un tipo normal; eso sí, con algo de
suerte.

Fue un día, en medio de su éxito y de su aparente bienestar, cuando al volver a casa se encontró a
Ignacio, un sacerdote vasco que le conocía muy bien. Imagino que hablarían de mil cosas y, después de
ver el estilo de vida que llevaba aquel muchacho, el bueno del Padre Ignacio le dijo, citando el evangelio
de hoy: «Javier, ¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?».
Aquella consideración cambió el corazón de ese joven llamado Francisco de Javier. Entendió que «lo
que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado» [1].

Piénsalo delante de Dios: ¿por qué a veces estás triste? ¿Te das cuenta de que te falta algo? Quizá las
cosas, en realidad, no vayan tan bien como quisieras y eso te genera tristeza.
Fuera como fuere, pregúntate delante de Dios: «¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu
alma?».

2. Francisco de Javier se hizo sacerdote, y así es como entendió muy bien que el amor de Dios es lo que
más llena el corazón del hombre. En aquellos tiempos (era el siglo XVI) había gran entusiasmo por llevar
el Evangelio a América, pero aquel joven decidió ir a predicar a tierras aún más lejanas: las Indias
orientales.
Había hecho muy buenos amigos entre aquellos primeros seguidores de san Ignacio de Loyola. Sabían
muy bien lo que era la amistad verdadera. Se querían un montón, como se quieren los buenos amigos, sin
crítica, con sinceridad. Hablaban mucho, que es lo que tiene ser amigo y ser joven, y se llenaban de
entusiasmo: hablaban de China y Japón, de donde venían exploradores trayendo tesoros exóticos.
Hablaban también de lo grande que era el mundo y lo pequeño que era su amor. Tenían ilusión. ¡¡¡Ahora
sí que los horizontes de su mundo interior eran grandes, pacíficos, maravillosos!!! ¡Cuántas esperanzas
del joven Francisco!

Y porque el mundo se le quedaba pequeño se hizo a la mar para ir a tierras lejanas a predicar el
Evangelio. No entendía cómo había gente que fuera capaz de vivir sin conocer a Jesucristo. Ser amigo de
Jesús le parecía una alegría tan grande que tenía que compartirla con todo el mundo.

Dicen que metió en una cajita el nombre de sus amigos. Sabía que no volvería a verlos (le dolía
muchísimo) pero lo hacía por el amor a Dios.

Pregúntaselo a san Francisco Javier: ¿qué llevabas dentro para sacrificar tu propia vida, tus amistades,
tus amores? ¿Tan importante era para ti Jesucristo? ¿Qué veías en Él? Y sobre todo, si Francisco fue
capaz de querer así a Dios, ¿por qué yo no?

3. En la India bautizaba hasta tres mil personas en un día, y su sueño era llegar a China. No pudo
cumplido pero murió cerca, viendo ya la costa de aquel gran país.

Seguro que san Francisco de Javier tuvo que soportar muchísimas dificultades: hambre, pobreza,
naufragios, desnudez, traiciones, ataques, heridas, mordeduras de animales, mosquitos horribles... Y de
todo se reponía, y todo lo ofrecía «a mayor gloria de Dios».
Quizá a nosotros no se nos piden tales heroicidades. Basta con que repases delante de Dios cómo llevas
tu cruz de cada día. El evangelista Lucas es claro: cada día. Otros no lo dicen: Lucas, sí. Porque quiere
subrayar que el amor a Dios, como cualquier amor, no es fruto de un entusiasmo momentáneo.

San Francisco Javier un día dijo: ¡basta de comodidad!, ¡más amor a mi vida!, y luego hubo de renovarlo
una y mil veces, hasta dar su vida por Cristo.
¿Y nosotros?, ¿y tú? Son necesarias las dos cosas: ¡quiero tomar tu cruz, Jesús mío!... y hacerlo cada
día.

Es momento, quizá también, para que repases tu lista de mortificaciones que hiciste ayer, porque eso es
también tu cruz de cada día. Y reconoce delante del Señor que, igual, ha pasado solo un día de
Cuaresma... y tu lucha ya ha disminuido. Si es así, renuévala delante de Él en este último rato de oración.
VIERNES DESPUÉS DE LA CENIZA

1. El novio está con nosotros. 2. Un ayuno bueno, un ayuno malo: ayuno de cosas materiales (libertad);
ayuno de Eucaristía (miseria). 3. Cuaresma Eucarística: ¿participo del verdadero alimento?
Lecturas de la Misa: • Is 58, 1-9a. • Sal 50. • Mt 9, 14-15.

1. Era un día lluvioso de invierno. Temprano. Aún de noche. El día tenía la peor pinta posible. Aún no
habían empezado las clases en las distintas facultades de aquella Universidad. Más de quince mil
alumnos. Poco a poco, unos y otros iban llegando: en el tren de cercanías, en autobús o en sus propios
coches particulares.

En un pabellón de servicios donde estaba la biblioteca universitaria, la librería, una sucursal


bancaria..., en el piso superior, en una pequeña salita, se juntaban tres chicas y un chico cada mañana
para asistir a la Misa que el capellán celebraba antes de las clases. Aquel día de febrero era exactamente
igual que otros: solo cuatro de quince mil estaban ahí con Dios, porque eso piensan los que van a Misa,
que están con Dios; que reciben a Dios.
Pero aquel día fue distinto. El sacerdote leyó el Evangelio de hoy, y pidió a los muchachos que se
sentaran. No había tiempo para mucha homilía; las clases empezaban. Aquel sacerdote, con su homilía,
llenó de sano orgullo el corazón de esos chavales y quizá también ahora el tuyo.

Les dijo: al llegar a clase, no tengáis miedo a decir que venís de Misa. Quizá os miren mal o quizá no os
entiendan. Os preguntarán: ¿por qué vas a Misa a diario?; y tú tendrás que ser capaz de explicarles que,
mientras Dios esté con nosotros en la Eucaristía, tú no puedes ayunar. Mientras el novio está con nosotros
no podemos ayunar...
¡¡¡Si Dios está encerrado en los Sagrarios, yo no puedo pasar de largo!!! ¡Si puedo recibirle cada día,
no puedo no intentarlo!

Piénsalo ahora en silencio: si crees que Él está en tu iglesia, en tu parroquia, en el Sagrario, ¿por qué
no vas más veces a verle?

2. Es, sin duda, uno de los componentes fundamentales que debe tener tu Cuaresma si quieres que sea
fructífera: recibir más frecuentemente al Señor en la Eucaristía.
Hay un ayuno bueno y uno malo. El ayuno bueno es aquel por el cual prescindimos de bienes materiales
que nos apartan de Dios y que nos impiden ser libres. Son esas pequeñas mortificaciones que recuerdas
cada día para tenerlas muy presentes, y que te llevan a agradar a Dios y a los demás. Ese es el buen
ayuno.
Pero hay un ayuno malo: el ayuno de no comulgar o hacerlo muy de vez en cuando; el ayuno de recibir
al Señor fríamente en la Eucaristía; el ayuno de ser incapaz de acercarte a la capilla de tu Colegio o de tu
Universidad por vergüenza a qué dirán tus compañeros; el ayuno, finalmente, de, por pereza, no bajar a
hacer una visita a Jesús Sacramentado a tu parroquia, que está, sencillamente, a cinco minutos de tu
casa.

Para que la Cuaresma sea eficaz en tu vida, conviene ponerse a trabajar intensamente en estos dos
propósitos: negarnos a nosotros mismos y ser más eucarísticos. Quizá, en definitiva, sea lo mismo:
vaciarnos de nosotros mismos para dejar hueco verdaderamente a Dios.

3. Haz propósito, por tanto, de hacer de tu Cuaresma una Cuaresma Eucarística. Cuenta con Jesús y su
poder, que es el de la humildad. Jesús que se ha quedado cerquita de ti, para que puedas contarle tus
problemas, tus ilusiones. Jesús humilde, que se hace hombre, sufre por ti y se queda en los Sagrarios.
Jesús que te espera: «Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... –Pero más humillación y
más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, más que en Nazaret, más que en la
Cruz. Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! (“Nuestra” Misa, Jesús...)» [2].

Por eso, si estos días de Cuaresma te da pereza ir a saludar a Jesús al Sagrario o levantarte más
temprano para ir a Misa, quizá todos los días, o vergüenza porque te verán tus amigos y luego hablarán
de ti, recuerda... «Cuando te acerques al Sagrario piensa que ¡Él! te espera desde hace veinte siglos» [3].
SÁBADO DESPUÉS DE LA CENIZA

1. La Iglesia: casa de los pecadores. 2. Confesión bien hecha. Años tropezando en lo mismo. 3. Ser
valientes como Mateo. Cada confesión: decidirse por Dios y agradecérselo.
Lecturas de la Misa: • Is 58, 9b-14. • Sal 85. • Lc 5, 27-32.

1. Hay cosas que, inevitablemente, dan vergüenza y, en ocasiones, pueden alejarnos de la Iglesia. A lo
mejor, a ti te pasa alguna de las dos cosas que vamos a contar. Presta atención porque no serías el
primero...

Un pecado gordo. Un error grande en la juventud puede uno arrastrarlo durante toda la vida, porque al
principio no lo cuenta por vergüenza, y luego se hace imposible contarlo de ningún modo. También puede
pasar que la cosa no tenga gran importancia pero uno, ya porque no tenía gran formación, ya porque
quizá era pequeño y aquello le pareció un mundo, no lo contó a nadie y con el tiempo se hace un
problema enorme aunque no sea un pecado grave.
Tales personas sufren mucho. Creen que la Iglesia no es su casa, que los sacerdotes no les van a
entender, que no son dignos de acercarse a la confesión. ¡Precisamente todo lo contrario! Si este es tu
caso, piensa que Jesús habla justamente hoy de ti: «no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores».

Realmente, la Iglesia es la casa de los pecadores. ¡El que no se considere pecador nunca entrará en
ella! Por eso, si tienes algún escrúpulo de tu vida pasada, algún pecado oculto que quisieras confesar,
piensa que eso te hará mucho más de Dios.
Examina hoy tu conciencia. Se presenta la ocasión de hacer una buena confesión inspirada en las
palabras de Jesús. No la desaproveches.

2. La segunda cosa que puede generar cierta vergüenza es que uno tropieza siempre con los mismos
pecados: por más que lucho... no lo consigo; es imposible que esté en gracia de Dios más de tres o cuatro
días. Irremisiblemente caigo. Mi sensualidad, mi mal carácter, mi pereza o cualquier otra cosa me traen
frito.
Es entonces cuando uno tiene cobardía a confesarse y empieza a mirar si el sacerdote que hay en el
confesonario es el de la última vez, que fue hace unos días. Mejor ir a otro cura, no sea que este me
reconozca. También es cuando no digo cuándo fue la última vez que me confesé, no sea que piense mal de
mí. Entonces uno no se confiesa de la cosa como debe, de un modo breve, concreto y conciso; sino que
contamos historias para camuflar nuestra debilidad y no aceptar humildemente nuestra poquedad.
No pasa nada por confesarse siempre de lo mismo. Pide la humildad suficiente para comprenderlo. No
pasa nada. Dios te perdona hasta setenta veces siete en un día. Piensa que quizá lo malo sería confesarse
siempre de cosas distintas; como que hubiera que inventar pecados para no confesarse siempre de lo
mismo; y como esta semana no hay pecados nuevos, pues atropello a alguien para innovar...

No. Confesarse siempre de lo mismo no está mal. Lo que está mal es no confesarse.

Sé humilde. Pídeselo ahora al Señor.

3. Para recibir el sacramento de la Penitencia –decía el Santo Cura de Ars– son necesarias tres cosas: la
Fe, que nos revela a Dios presente en el sacerdote; la esperanza, que nos hace confiar en que Dios nos
otorgará la gracia del perdón; la caridad, que nos lleva a amar a Dios y que inculca en nuestro corazón el
dolor de haberle ofendido [4].

Mateo fue muy consciente de que esa llamada de perdón y de amor que le había hecho Jesús era una
cosa muy grande. Por eso no tiene problema en poner en juego su propia honra invitando a sus amigos a
una comida con Jesús, para que conozcan a Aquel que le había quitado un peso tan grande de encima.
Nuestra alegría por las cosas de Dios no siempre será compartida por nuestros familiares y amigos. En
tal caso, conviene que recemos mucho por ellos, que no nos desanimemos en nuestro camino si ellos nos
juzgan o incluso se ríen de nosotros.

Mateo había ido muy contento a sus compañeros y amigos, deseoso de llevarles a Jesús. Y cuando están
con Él no respondieron; e incluso juzgaron mal a Jesús, que tuvo que defenderse: no he venido a llamar a
los justos, sino a los pecadores.
Es momento de hacer propósitos. De pedirle al Señor confesiones transparentes, llenas de sinceridad.
Es momento de suplicarle que seamos capaces de comprender la espesura de su Amor, un cariño enorme
por nosotros, que se concreta en una preciosa fórmula: yo te absuelvo en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo.
CUARESMA
DOMINGO PRIMERO

1. Los ángeles. 2. La lucha contra la tentación. 3. Los ángeles nos ayudan a luchar.
Lecturas de la Misa: • Gn 9, 8-15. • Sal 24. • 1 P 3, 18-22. • Mc 1, 12-15.

1. Vemos a Jesús hambriento, cansado, demostrándonos en el desierto que Él es verdaderamente


hombre. Imagínatelo: ha pasado unos días terribles de ayuno, y deja que el Ángel malo, el demonio, se le
acerque para tentarle con tentaciones gravísimas. Satanás sabe que Jesús es un enemigo peligroso. No
sabe con quién se enfrenta, pero sí que es un rival duro de batir. Y usa todas sus artes para hacer
tropezar a Jesús, pero no lo consiguió.

«Casi de pasada, en la brevedad del relato, ante esta figura oscura y tenebrosa que tiene la osadía de
tentar al Señor, aparecen los ángeles, figuras luminosas y misteriosas. Los ángeles, dice el Evangelio,
“servían” a Jesús (Mc 1, 13); son el contrapunto de Satanás. “Ángel” quiere decir “enviado”. En todo el
Antiguo Testamento encontramos estas figuras que, en nombre de Dios, ayudan y guían a los hombres.
Basta recordar el libro de Tobías, en el que aparece la figura del ángel Rafael, que ayuda al protagonista
en numerosas vicisitudes. La presencia tranquilizadora del ángel del Señor acompaña al pueblo de Israel
en todas las circunstancias, tanto en las buenas como en las malas» [5].
Los primeros cristianos lo sabían muy bien: los ángeles son enviados de Dios para confortar a los
hombres; los habían tenido muy cerca. Gabriel es el enviado a anunciar a Zacarías que nacerá san Juan
Bautista; Y luego será el encargado de llevar la buena noticia a la Virgen María. Más tarde, en Belén, un
grupo de ángeles anunciará el nacimiento del Hijo de Dios, y, en otro momento, un ángel, cuyo nombre no
se dice, advierte a José de que debe huir a Egipto con María y el Niño para escapar de la persecución de
Herodes... La presencia de los ángeles es continua en la vida de Cristo.

Nosotros también sufrimos tentaciones, como Jesús. ¿Sabemos que contamos con esos protectores
poderosos que son los ángeles? ¿Tengo trato cotidiano con mi Ángel Custodio?

2. Años más tarde, los ángeles volverán a aparecer en la vida de Jesucristo. De nuevo, como en las
tentaciones, Jesús se encuentra solo. Esta vez sus discípulos están cerca, pero dormidos. En el Huerto de
los Olivos, como en el desierto, Jesús lleva a cabo una lucha terrible contra el demonio, que quiere
infundirle miedo para que no cumpla su misión. A Jesús le pesan los pecados de los hombres en aquel
huerto. Sabe todo lo que se ofenderá a Dios a lo largo de la historia, y sabe que tiene que caminar
derecho a la Cruz, con espíritu de expiación, para ofrecer su vida por el perdón de los pecados de todos
los hombres de todos los tiempos.
La situación es dramática. La tentación ahora es, si cabe, mucho más violenta y la lucha, encarnizada.
Jesús suda sangre.

Pídele a Dios que te permita acompañarle en los momentos más importantes de Su vida: en el desierto,
en el huerto, en cualquier parte. Si Dios te lo concede, conseguirás ver su sufrimiento y su lucha contra la
tentación.

El empeño que Jesús puso contra las sugerencias del Enemigo nos tiene que hacer pensar. Jesús quiso
ser hombre exactamente igual a los demás; y supo lo difíciles que suelen ser, a veces, las tentaciones. El
demonio nos tienta con los respetos humanos, haciendo que nos dé miedo confesarnos cristianos delante
de los demás. Incluso, siembra en nosotros la sospecha de Dios, como si creer en Él nos hiciera menos
felices o menos libres que los demás. Nos sugiere que la sensualidad es suficiente para vivir y nos hace
estar todo el rato pendientes de nosotros mismos.

Jesús luchó. Le vemos luchar en el desierto. Le vemos luchar en el Huerto de los Olivos. Tenemos que
preguntarnos, en el silencio de la oración, si también nosotros luchamos de todo corazón contra las
tentaciones o, por el contrario, como sabemos que podemos confesarnos, como sabemos que la solución
es fácil... nos dejamos caer a la primera.

3. Después de la lucha tremenda del Huerto de los Olivos, dice el Evangelio que unos ángeles vinieron
a consolarle. Algunos autores espirituales dicen que ese consuelo de los Ángeles fue contarle al oído de
Jesús todos los actos virtuosos que tantos hombres a lo largo de la historia iban a hacer por Él. Jesús
había visto todos los pecados de los hombres de toda la historia; los ángeles, muy cerquita del oído de
Jesús, como susurrándole, le cuentan cómo san Pedro, que en breve le iba a abandonar, será un santo de
primera que se dejará crucificar por amor a Él; le narrarían a Jesús la historia de san Agustín, que fue un
enamorado de Dios; o las misiones de san Francisco Javier, que llegó al fin del mundo por amor a Dios; o
las historias anónimas de tanta gente que, como tú y como yo, quieren servir amorosamente a Dios.
Los ángeles nos ayudan en nuestra lucha, nos confortan, nos animan. Quieren poder consolar a Jesús en
el Huerto de los Olivos contándole tu propia lucha, tus vencimientos, tus obras de caridad. Los ángeles
están al lado de nosotros para impulsarnos al bien, y luego ir corriendo a contárselo a Jesús y hacerle muy
feliz con tu amor verdadero.
Cuenta con el ángel que Dios ha puesto cerca de ti. No le dejes de lado. Contempla la escena del
desierto; contempla la escena del huerto y pregúntate si esos ángeles podían contarle a Jesús, por
ejemplo, este empeño tuyo por rezar bien, este deseo tuyo de vivir una Santa Cuaresma. Déjate ayudar
por los ángeles y déjales que puedan contar a Jesús mismo la historia heroica de tu propia vida.
CUARESMA
LUNES DE LA PRIMERA SEMANA

1. Consejos para conseguir trabajo. Trucos para un buen novio. ¿Y para lo más importante que es salvar
el alma? 2. El Evangelio nos da criterios: tratar a los demás como a Cristo mismo. 3. La mejor
mortificación: la caridad. Ser dulces, morir a nosotros mismos.
Lecturas de la Misa: • Lv 19, 1-2.11-18. • Sal 18. • Mt 25, 31-46.

1. Es seguro que, sea la época del año que sea, si rebuscas en un quiosco, encontrarás en una revista
juvenil o magazine de esos que leen las chicas, muchísimos artículos que explican cómo vestir a la moda o
arreglarse mejor; o también: «las 10 maneras más eficaces de gustar» o mil cosas por el estilo. A los
chicos y las chicas les preocupa cómo llegar a ser novios, cómo estar guapos... y las empresas lo saben y
lo explotan.

También, si eres ya un poco más mayor y estás buscando trabajo, te pasará lo mismo con relación al
mundo laboral. Mil sitios te dirán cómo utilizar tu currículum, cómo gestionar tus habilidades, qué
postgrados hacer... y te acabarán por dar los «10 trucos infalibles para encontrar un empleo».
Y así podríamos repasar, punto por punto, un montón de cosas que están siempre en los periódicos y en
Internet, y que a las mujeres y a los hombres de hoy nos interesan muchísimo. Es más, puede ser que
hayan captado siempre la atención de todos los hombres de la historia, porque son cosas que hablan de
nuestra autoestima, de sentirnos valorados, de nuestro futuro... y sobre todo del amor.
Hoy Jesús nos da el consejo definitivo, el truco más eficaz, el secreto mejor guardado, para la meta más
importante de nuestra vida... ¡llegar al Cielo!

El demonio lleva años sembrando en los corazones el desinterés por el Cielo. Nos dice que, si nos
preocupamos del Cielo, no hacemos caso a las cosas de la tierra; que el Cielo y el infierno quedan muy
lejos.

Pero lo que realmente ocurre es que, cuando te olvidas del Cielo, la tierra se acaba por convertir en una
competición donde se pelea por tener más, por avanzar más, por trabajar más... y se nos olvida lo
verdaderamente importante: amar más.
Díselo ya mismo: que quieres alcanzarle, llegar a Él; que quieres hacer de tu vida una vida que valga la
pena.
Ten deseos del Cielo. Foméntalos con Jesús.

2. Su pierna estaba llena de gusanos. Había salido de una alcantarilla. Era medio hombre y medio
animal. Aquella mujer, pequeña, arrugadita... le trataba con un amor exquisito. Le cuidaba, le acariciaba,
le limpiaba con todo el cariño que era capaz de dar.

Al ver cosas como esta, o parecidas, un periodista que en ese momento le hacía una entrevista a aquella
mujer le dijo: –Esto que hace usted yo no lo haría ni por todo el oro del mundo; a lo que la Madre Teresa
de Calcuta respondió: –Yo tampoco.
Amar a Jesucristo en el prójimo vale más que todas las riquezas de la tierra. ¡Qué bonito es cuando los
corazones de los hombres han sido capaces de encontrar a Dios en el prójimo, de amar a Jesucristo en los
demás, de tratarles como al mismo Dios!

«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, conmigo lo hicisteis». Cada vez que soportas
a tu hermano, amas a Dios; cada vez que eres paciente con un compañero, agradas a Dios; cuando
prescindes de comprar una cosa cara porque es una falta de pobreza, te identificas con Dios.

Pídele a Dios la oportunidad de no dejar nunca de tratar bien a los demás: obedecer prontamente, no
criticar, no chillar, no perder nunca la calma, comportarme con mis padres como hijo que soy... porque, en
todos estos casos, es a Cristo a quien se lo hago.
Repasa delante de Dios cómo te relacionas con los demás y pídele ayuda.

3. Venid vosotros benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis
de beber, estuve enfermo o en la cárcel y vinisteis a verme.

El buen trato con los demás no solo es cuestión de estar bien en la tierra: nos jugamos el Cielo.
Jesús, en varias ocasiones, nos reveló en su Evangelio qué es lo que teníamos que hacer para ir al Cielo.
La citada anteriormente es una de ellas.
Muchas veces hacemos voluntariado fuera de casa, pasándolo fenomenal y sirviendo un montón, o
vamos de convivencia con la parroquia o el colegio y disfrutamos muchísimo... ¿y la vida cotidiana? Ahí es
donde nos jugamos la salvación. ¿Cómo es tu caridad con el prójimo, con tus hermanos?

No posees ni pizca de visión sobrenatural y, en los demás, ves solo personas de mejor o peor posición
social. De las almas, ni te acuerdas para nada ni las sirves. Por eso no eres generoso..., y vives muy lejos
de Dios con tu falsa piedad, aunque mucho reces.
Bien claro ha hablado el Maestro: «apartaos de Mí e id al fuego eterno, porque tuve hambre..., tuve
sed..., estaba en la cárcel, y no me atendisteis» [6].

Medítalo.
CUARESMA
MARTES DE LA PRIMERA SEMANA

1. Cuaresma: tiempo de oración. «Hágase tu voluntad». ¿Rezas sinceramente el Padrenuestro? 2.


Momento de examen. Distracciones en la oración. Orar con autenticidad. 3. Aprender a rezar es un
ejercicio diario. La oración es cosa de dos.
Lecturas de la Misa: • Is 55, 10-11. • Sal 33. • Mt 6, 7-15.

1. Aquella muchacha lo tenía muy claro. Sabía que Dios le pedía algo especial de su vida. Pero ella no
quería. No quería. Le gustaban mucho los chicos, la ropa, la moda, la música... era, sencillamente, una
chica normal. Muy normal y muy guapa. Tenía un montón de amigas y a los chicos les caía muy bien. No
había tenido nunca novio, porque exigía mucho a los chicos que se les acercaban. Sabía que era joven,
que había tiempo, que ya encontraría al chico de su vida... pero entonces fue Dios el que la encontró a
ella.

Ella lo sabía. Cuando rezaba lo sentía, y fue a hablar con su director espiritual. Le dijo que ella no era
capaz de darle a Dios todo lo que le pedía. Que le gustaría formar una familia y que no quería entregar
eso. Por ello, añadió, se mostraba incapaz de rezar el Padrenuestro cada día, y cuando lo rezaba omitía
siempre la parte donde dice: «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». ¡Yo no quiero –le decía a
Dios– que se cumpla tu voluntad en la tierra!..., sencillamente, no quiero.
Un día volvió donde el sacerdote, que la encontró llorando. «Hija, ¿qué te pasa?»... y la chica respondió:
–«Que hoy, por fin, he rezado completo el Padrenuestro»...
Una pregunta para tu oración personal: ¿sabes lo que rezas cuando rezas la oración que Jesús nos
enseñó? ¿Sabes lo que estás diciendo? ¿Eres una persona auténtica?

2. No me veo capaz –comentaba otra chica– de rezar con mis hermanos pequeños esa oración de niños
que dice así: Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, tómalo,
tuyo es, mío no.
«No puedo rezarlo, –decía–, porque no es verdad lo que siento cuando le digo a Jesús: por eso te quiero
tanto y te doy mi corazón». «No es cierto que dé por entero mi corazón al Señor. Es más, me lo reservo
para mí».
Hay mucha diferencia entre rezar de verdad o rezar sin atención. Si pensamos lo que decimos, si
consideramos cada palabra que dirigimos a Dios... tal vez nuestra oración llegue a ser distinta.

Muchas veces la oración nos resulta muy pesada porque Dios no se manifiesta. La culpa no es suya,
sino de nuestra torpeza al rezar.
Rezamos distraídamente, sin atención. Cogemos la Black o el Iphone y empezamos a toquetear, viendo
fotos, o la última canción que nos hemos bajado; o, en el mejor de los casos, hacemos agenda, como
excusa de «llevar las personas a la oración». La oración resulta pesada cuando la hacemos sin atención.
Nos parece que es hablar con la pared porque el sonido de nuestras distracciones no nos deja oír a Dios;
porque no hacemos todo lo que pudiéramos por encontrar a Dios.

¿Quieres una oración donde el tiempo se te pase volando, donde disfrutes muchísimo? ¡¡¡Sé auténtico!!!
¡Haz oración de verdad! Apaga el teléfono, ponte cerca del Sagrario... y medita lo que rezas, cada frase,
cada palabra... verás qué bien...

3. Hace ya más de diez años, el Bayern de Múnich rozaba con la punta de los dedos la Champions
League. Estaba cerca. Quedaban pocos minutos para el final del partido y vencían por diferencia de un
gol. Hacía muchos años que no ganaban esa Copa. El rival, sin embargo, no se desanimaba. El
Manchester United no daba el partido por perdido: hizo los cambios que el reglamento le permitía... lo
intentaban y, en los últimos minutos, marcó el gol del empate y, en el tiempo de descuento, el de la
victoria. Es mítica la escena del árbitro levantando del césped del Camp Nou a los jugadores del Bayern,
hundidos por una derrota imprevisible.

A nosotros nos puede pasar justo lo contrario en la oración. En los últimos minutos el Señor puede
levantar nuestro ánimo y convertir un tedioso rato de oración en un encuentro maravilloso con Él. Por
eso, un truco muy útil para rezar bien (con autenticidad) es empezar y acabar bien la oración, sin recortar
ni el tiempo ni la atención.
Y ahora piensa en este último rato de diálogo con Dios: ¿empiezo de rodillas poniéndome en presencia
de Dios? ¿Me doy cuenta –y lo renuevo varias veces– de que Él me ve, me oye, está atento a mis
necesidades? ¿Remato bien la oración o la recorto en su tiempo por prisa, pereza o cualquier otra cosa?
¿Acabo con un acto de amor?
CUARESMA
MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA

1. Jonás y su llamada a la conversión 2. Salomón y su sabiduría. 3. Imposible quedar indiferente ante


las palabras de Jesús. Tomar partido.
Lecturas de la Misa: • Jon 3, 1-10. • Sal 50. • Lc 11, 29-32.

1. Tarea difícil. Nínive era conocida como una ciudad sin ningún tipo de moralidad. Era uno de esos
lugares donde se podía hacer absolutamente de todo. La gente extorsionaba a los demás, abusaba,
mataba... El desorden sexual era inmenso y la ciudad, además, era enorme. Tres días hacían falta para
recorrerla, dice la Escritura.

Jonás, el profeta, recibe entonces la misión de ir a Nínive a predicar la conversión. Él se veía pequeño
en una ciudad tan grande, honrado en medio de una población corrupta, creyente en una sociedad que
odiaba a Dios. Jonás tiene miedo de ir allí. No quiere.
Se encamina al puerto y compra pasaje para ir al lugar más lejano y opuesto a Nínive; la costa
occidental del Mediterráneo: Andalucía. Quiere huir de Dios y de su proyecto. En medio del viaje, la
tormenta azota al barco y los tripulantes descubren que es ocasionada porque alguien no está cumpliendo
la voluntad de Dios. Están a punto de hundirse; Jonás reconoce su culpa y es arrojado por la borda. El
mar se calma y un cetáceo traga a Jonás, que, después de tres días, es dejado en tierra.
Jonás entendió que debía ir a Nínive. Predicó la palabra de Dios, les animó a la conversión de sus malas
actitudes y sus pecados. Y, sorprendentemente, le escucharon. Aquellos ninivitas se dedicaron a la
oración y a la penitencia por la predicación de Jonás, y salvaron la ciudad.

¿Cómo es tu oración y tu penitencia, que no está inspirada por la predicación de Jonás, sino por la del
mismo Hijo de Dios?

2. Salomón fue, con David, el rey más importante de Israel. Tuvo como mérito ser el artífice de la
consagración del templo de Jerusalén. Más de cuarenta años había llevado construido. Era precioso, de
un tamaño inmenso. Los judíos decían que Yahvé había apoyado allí sus pies, porque en ese lugar estaba
la presencia de Dios. Tal era su belleza y magnitud que, según cuentan las crónicas de aquel tiempo, los
soldados romanos que se encargaron de destruirlo en el siglo primero durante la caída de Jerusalén,
sintieron gran pena al tener que derribarlo. Salomón trajo prosperidad a su reino, y muchas riquezas. La
reina de Saba, que también era conocida por su poder, se dirigió a ver a Salomón, porque su sabiduría era
inmensa.
Y Jesús nos dice hoy: aquí hay uno que es más que Salomón. ¡Qué autoridad la de Jesús! Los judíos
debían temblar al oír estas palabras. Era como decir que sus palabras eran más sabias que las de
Salomón, su poder mayor que el de Salomón, su riqueza mayor que la de Salomón.

¿Quién eres tú, Jesús, que hablas con tanta autoridad?


Puedes preguntárselo: «Cristo, ¿tú quién eres?».

3. Aquellos que oían a Jesús no podían quedar de ningún modo indiferentes. Algunos le tomarían por
loco: ¡compararse a Jonás y a Salomón! Pero la mayoría se debatiría en la duda: si es verdad eso que dice,
¿delante de quién estamos?
Los fariseos, orgullosos, se negaron a ver las obras de Jesús y sus palabras. Consideraron que Cristo
era un embustero, y buscaron darle muerte. Lo conseguirán al cabo de los años.
Mucha gente sencilla, sin embargo, le creyó. Los apóstoles, las santas mujeres... y sobre todo la Virgen
María. Sabían bien que, en su sencillez, Jesús era mucho más que Salomón, Jonás o cualquiera de los
personajes del Antiguo Testamento. Quizá no hubieran sabido explicar por qué creían eso: sencillamente
lo sabían porque experimentaban, como nadie, la pasión de Jesús por ellos y estaban fascinados por su
palabra. Les encantaba ver y oír a Jesús. Era un gusto estar con Él. Sabían que era mucho más;
muchísimo más que cualquier otro.
No hay indiferencia cuando se habla de Jesús. O es Dios o es un embustero.

¿Quién es Él para ti?; y, si es Dios, ¿por qué te entusiasma tan poco su persona?

Aquí hay uno que es más que Salomón...


CUARESMA
JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA

1. Ester debe interceder por su pueblo. Y se prepara con una oración bellísima. 2. Pedir por las cosas
que merecen la pena. 3. Confiar en que lo que Dios nos da es lo mejor.
Lecturas de la Misa: • Est 14, 1.3-5.12-14. • Sal 137. • Mt 7, 7-12.

1. La primera lectura nos cuenta la historia de Ester. Los judíos están deportados en un país extranjero.
Viven en un país que no es el suyo, pero con el paso de los años se han instalado, tienen sus trabajos, y lo
habitan pacíficamente. El malvado ministro Amán decide que hay que dar muerte a todos los judíos de
aquel país. Quiere exterminarlos. Como tiene todo el poder, empieza a preparar el fin de todos los judíos.

La mujer del rey, llamada Ester, es judía, y recibe una notificación de sus hermanos de raza para que
intervenga ante su marido. Ester tiene miedo, porque las leyes del gobierno mandan que las mujeres del
rey no pueden hablar con él salvo que él las llame. Dicho de otra manera: si le dirige la palabra, existe la
posibilidad de que caiga en desgracia y sea condenada a muerte. Tan importante era el rey: nadie puede
hablarle sin permiso. Sin embargo, después de dudar, Ester se decide a ir a hablar con el monarca. Y se
prepara:
Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, ¡bendito seas! Protégeme, porque estoy sola y no tengo
más defensor que tú, Señor, y voy a jugarme la vida. Señor, yo sé, por los libros que nos dejaron nuestros
padres, que Tú siempre salvas a los que te son fieles. Ayúdame ahora a mí, porque no tengo a nadie más
que a ti, Señor y Dios mío. Ayúdame, Señor, porque estoy desamparada. Pon en mis labios palabras
aceradas, cuando esté en presencia del león, y haz que yo le agrade, para que su corazón se vuelva en
contra de nuestro enemigo, para ruina de este y de sus cómplices. Con tu poder, Señor, líbranos de
nuestros enemigos. Convierte nuestro llanto en alegría y haz que nuestros sufrimientos nos obtengan la
vida.

¿Qué sucederá? A lo mejor ya lo conoces, a lo mejor, aún debes esperar al siguiente punto de
meditación. Lo cierto es que Ester abrió su corazón a Dios y confió plenamente en Él. Muchos siglos más
tarde, Jesús dirá: pedid y se os dará... y hoy encontramos en Ester, un modelo de confianza en Dios y una
oración ejemplar de petición.

2. El rey vio a Ester que llegaba y la atendió cariñosamente. Le gustaba mucho. Era muy guapa y,
además, le trataba muy bien. Le dijo, en presencia de Amán, que el ministro quería acabar con sus
hermanos judíos. Airado, el rey se retira de la escena y Amán se arrodilla a los pies de Ester pidiendo
clemencia. Cuando el rey vuelve, encuentra así a Amán, postrado ante Ester, lo cual lo considera una
insolencia que le lleva directamente a la horca y revoca la ley de exterminio de los judíos... Ester fue
escuchada. ¿Y nosotros? Tenemos que pedir a Dios luces para que dirijamos al Señor solo aquellas
peticiones que merecen realmente la pena. Dios no está para pedirle que nos toque la lotería o gane
nuestro equipo de fútbol. Dios atiende a nuestras peticiones, pero nos pide que sean maduras y llenas de
fe. ¿Tengo una lista de cosas por las que pedir habitualmente? ¿Me acuerdo en mis oraciones de rezar por
el Papa, los Obispos y las vocaciones sacerdotales? ¿Pido para que me enseñe cuál es el camino de mi
vida?

3. Era el comienzo de la segunda guerra mundial. La historia se repite. Hitler manda llevar a cabo el
exterminio de los judíos. Esta vez, sin embargo, la cosa se llevó a término. Comienza la selección de la
raza, el arresto de los judíos, la muerte masiva de los hijos de Abraham.

Una monja de clausura llamada Edith, judía, huye de Alemania a Holanda por el temor a ser apresada.
Piensa que eso puede comprometer a todo el convento. Pero pronto Hitler conquista también Holanda. En
ese momento, los Obispos alemanes elaboran una carta pastoral de condena de las actividades del tercer
Reich. Se desencadena una persecución más encarnizada contra los judíos, y también contra los
sacerdotes y los católicos. Edith, judía y carmelita, es apresada en su convento, y muere a los pocos días
gaseada en el campo de concentración de Auschwtiz. En una de sus últimas palabras, Edith ofrece su vida
por su pueblo, como Ester, y le pide la salvación de tantos hermanos suyos así como que su muerte sea
útil para devolver la paz y la fe a los corazones.

Pedid y se os dará. Dios siempre nos da lo que más nos conviene. Tenemos que tener esa certeza. Edith
pidió lo mismo que Ester y, aunque el resultado fue el contrario en uno y otro caso, Dios las escuchó
igualmente. Porque lo verdaderamente importante es ganar el Cielo, porque Él sabe mucho más, porque
Él siempre da a sus hijos lo que más les conviene...
Renovemos hoy en nuestra oración nuestro amor y confianza en Dios. Siempre nos dará lo que más nos
conviene, aunque no siempre nos sea fácil verlo. Sencillamente, ten confianza.
CUARESMA
VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA

1. Las normas de la Iglesia nos ayudan a acercarnos al Señor. 2. Obedecer es una muestra de amor a
Dios. 3. Mandamientos de la Santa Madre Iglesia: son lo mínimo de lo mínimo para no vivir «bajo
mínimos».
Lecturas de la Misa: • Ez 18, 21-28. • Sal 129. • Mt 5, 20-26.

1. Caía la tarde en el Campus universitario. Seis chicos estaban tirados por el suelo, haciendo esa
actividad que los universitarios realizan con cierta frecuencia: faltar a clase para no hacer nada,
simplemente charlar. Son esas conversaciones donde se habla de todo: de chicas, de fútbol, de política, de
futuro; de chicos, de ropa, de acontecimientos sociales, de las amigas. Se puede estar horas tirado uno en
el césped, simplemente charlando con aquellos que son sus amigos.

Como, efectivamente, se puede hablar de todo, un chico que no era de la ciudad, sino de un pueblo
cercano, preguntó al resto: –«hoy es viernes de Cuaresma, ¿vosotros coméis carne?». Fue increíble que
todos menos uno sabían lo que era la Cuaresma y el precepto de la Iglesia de no comer carne. Quizá eran
otros tiempos: finales del siglo XX. Pero lo más sorprendente aún fue que casi todos no comían carne.
Uno, de hecho, comentó que, saliendo por la noche, esperaba a las doce para comerse un bocadillo de
bacon.
Mucha gente critica esto. Dice que es una tontería. Que no sirve de nada. Que es absurdo no comer
carne, que es un precepto de otro tiempo.
Te invito a que medites en este rato de oración qué cosas te pide la Iglesia. En el fondo son muy pocas:
ir a Misa los domingos, confesar una vez al año... No pide tantas cosas. Quizá el sacrificio de hoy no será
tanto no comer carne como obedecer. Hoy la Iglesia nos enseña a obedecer. Porque, si no comer carne no
te cuesta, da gracias a Dios; y si te cuesta, ofréceselo. En ambos casos, obedeces.
Si vas a Misa, en la oración inicial le pedirás a Dios prepararte interiormente para la celebración de la
Pascua: no hay mejor preparación interior que la obediencia. Piensa, en silencio, cómo obedeces a la
Iglesia en este precepto, y cómo estás de atento habitualmente a las indicaciones que te dan los demás
sobre tu vida (tus padres, tus amigos, Dios mismo) para obedecer sin rechistar, sin contestar, sin pensar
antes las cosas.

2. «Os aseguro que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y los fariseos, ciertamente no
entrará en vosotros el Reino de los cielos».
Los fariseos obedecían. Tenían a gala ser los auténticos cumplidores de la ley. Hacían todo a rajatabla.
Todas las normas de la ley, y otras muchas que ellos habían inventado, trataban de cumplirlas, pero con la
intención de que les viera la gente. Eso era lo que realmente les preocupaba: quedar bien. Entonces ser
un tipo religioso estaba muy bien visto: y luchaban para que sus actos exteriores fueran lo mas
«religiosos» posible para ser respetados por los hombres.

Ahora pasa justamente lo contrario: ser religioso está muy mal visto. Si dices que eres católico, el resto
pensará que eres un bicho raro. Es bueno saberlo. Con el tiempo, si te ven firme en tus convicciones,
tendrán envidia de ti; pero al principio te juzgarán como una reliquia del pasado.

Por eso, porque nadie entenderá que no tomes carne un viernes de Cuaresma, será suficiente para
hacerte más humilde y purificar tu corazón. No será como en tiempos de Jesús, en el que aquel que
ayunaba era apreciado por los demás. Ahora, no. Más bien, todo lo contrario. Por eso, tu obediencia al
mandato de la Iglesia será esa «mortificación corporal propia de este tiempo» que dará en ti frutos
espirituales.

3. Además de la abstinencia de comer carne los viernes de Cuaresma y el ayuno el miércoles de Ceniza
y el Viernes Santo, hay otros cuatro mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Quizá los conozcas: oír
Misa entera los domingos y fiestas de guardar; confesar los pecados mortales, por lo menos, una vez al
año, cuando se ha de comulgar y en peligro de muerte; comulgar por Pascua de Resurrección y contribuir
a la Iglesia en sus necesidades.
¿Por qué la Iglesia añade cinco mandamientos a los Mandamientos de la ley de Dios? ¿Por qué se mete
en eso, si ya Dios dijo lo que era bueno para el hombre?

La Iglesia tiene dos mil años. Lleva mucho tiempo viendo a los hombres, conoce de cerca el pecado y
sabe cuánto nos cuesta luchar por la santidad. Por eso, como una madre, ha elaborado, a lo largo de los
siglos unos Mandamientos que son como una «política de mínimos». Es como si te dijera: ¿quieres hacer
al menos lo mínimo de lo mínimo? Cumple los Mandamientos que, como Madre tuya que soy, te doy.
Porque confesar al menos una vez al año nos pone delante de la misericordia de Dios y la fealdad de
nuestro pecado; porque ir a Misa los domingos es la gasolina para poder funcionar en la vida cristiana,
porque con menos es imposible vivir; porque comulgar es encontrarse con Jesucristo, Y hacerla por
Pascua es abrir la posibilidad de que nosotros nos encontremos con el resucitado como aquellos primeros
discípulos y tanta gente a lo largo de la historia; y porque, finalmente, si algo no nos toca el bolsillo,
podemos pensar que no nos toca en absoluto. Hay que ayudar a la Iglesia, según tus posibilidades, porque
hace mucho bien, pero, sobre todo, porque, si no ayudas, se puede pensar que te importa poco. Cuando a
un chico le gusta una chica hará todo lo que pueda por demostrárselo, y eso a veces conlleva grandes
inversiones... ¿Cuánto te gastas un viernes o un sábado con tus amigos? ¿Cuánto echas en Misa cada
domingo?
Piénsalo. Medita cómo vives cada uno de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Recuérdalo: es
lo mínimo de lo mínimo.
CUARESMA
SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA

1. La llamada a la santidad nos la hace el Señor a todos. 2. Ser luz de Dios en nuestro mundo ordinario.
3. Solo si estás lleno de Dios podrás llevarlo a los demás. Nadie da lo que no tiene.
Lecturas de la Misa: • Dt 26, 16-19. • Sal 118. • Mt 5, 43-48.

1. ¡Qué cosas pide el Señor! Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, rogad por los
que os persiguen... ¿lo has pensado bien? ¿Cómo podremos hacer eso? Quizá no tengamos enemigos, pero
a veces discutimos con las personas queridas, nos cuesta obedecer a nuestros padres o soportar a nuestro
novio o aguantar a nuestra mujer... Si eso ocurre con los que queremos, ¿qué será con nuestros
enemigos?

Jesús nos pide hoy, sobre todo, un corazón puro dispuesto a amar por encima de todas las cosas. Y para
eso es fundamental tener grandeza de alma. Un alma grande como el corazón de Dios, que hace salir su
sol sobre los buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos.
¡Nosotros también queremos hacer salir el sol de nuestra paz, de nuestra sonrisa, de nuestro servicio,
sobre buenos y malos, sobre justos e injustos! Es el sol de las luminosas vidas de los hombres que son luz
en un mundo plagado de oscuridad; sal en un mundo muy soso.
Jesús no se conforma con menos. Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. Es una
llamada para todos: no solo para los sacerdotes o las monjas, también para ti, que eres estudiante, que
eres un profesional.

Sé perfecto, que es como si dijera: pide un corazón puro y grande, que no te quepa en la caja torácica.
Un corazón capaz de amar siempre, de sonreír siempre, de ser siempre positivo. Un corazón al tamaño
del corazón de Dios, porque, además, ¡qué atractivas son las personas magnánimas, que restan
importancia a las cosas negativas y saben sumar siempre! Este es, sin duda, el primer paso en el camino
de la santidad.

2. Aquel franciscano, en el siglo XIII-XIV, pidió al Papa ser enviado a evangelizar la China. Se le
concedió su deseo, y tomó la determinación de ir a ese gran país... ¡andando! No se recibieron noticias
suyas en muchísimo tiempo, al punto que se le dio por muerto. Sin embargo, años después, se recibió una
carta suya. Contaba que había llegado a China, que había encontrado cristianos e incluso algunas diócesis
fruto de la predicación a lo largo de los siglos, y que estaba entusiasmado con su labor entre los chinos.
«Según noticias que nos da en carta del 1305, para esa fecha había bautizado unas 6.000 personas, y, si
no hubiera sido por aquellas calumnias, hubiera bautizado –dice–, más de 30.000. Tradujo al idioma
nativo el Nuevo Testamento y los Salmos. Durante más de 10 años permaneció totalmente solo e
incomunicado con sus hermanos de Europa, que le daban ya por muerto o desaparecido. En 1305 halló
ocasión propicia para escribir a Europa, y comenzaron sus cartas. (...) Las cartas de Juan de
Montecorvino levantaron gran celo misional, y Clemente V pidió al General de la Orden que escogiera
siete franciscanos, a los que quería enviar como obispos a China. Ellos, a su vez, consagrarían arzobispo
de Khambalik a Montecorvino. Era el año 1307. Fueron elegidos y consagrados, efectivamente, y a China
marcharon acompañados de otros varios franciscanos. En el camino murieron tres, los otros llegaron a
Pekín y se consagraron a Juan de Montecorvino comenzando así la Iglesia jerarquizada en China, con
sede metropolitana en Pekín, y sufragánea en Zayton. Montecorvino siguió en Khambalik, donde murió en
1328, a la edad de 81 años, dejando una suave memoria de sí. Había trabajado en Pekín durante 34 años»
[7].
Convéncete: Juan de Montecorvino entendió lo que Jesús pide hoy en el Evangelio. Y como él otros
hombres, que, con su empeño, mucha fe, perseverancia y, casi siempre, a costa de su vida, han cambiado
la historia del mundo.

Quizá su vida sea extraordinaria: la nuestra es mucho más normal. Pero tiene los mismos componentes:
empeño, fe, perseverancia... entrega de la vida.

3. Es necesario que en este rato de oración alimentes tu ideal. Solo podremos comprender la exigencia
de Jesucristo sobre nuestras vidas si tenemos grandes deseos de hacer el bien y de servir a Dios.
Que tu vida no sea una vida estéril. –Sé útil. –Deja poso. –Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu
amor.

Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. –Y
enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón [8].
Quizá este rato de oración sea un buen momento para «vaciarte», porque estamos demasiado llenos de
cosas que no son importantes, y «convencerte» porque somos demasiado pocos.

Vaciarte porque estás demasiado pendiente de tu fama, del qué dirán, de tus éxitos, de tu sensualidad;
en definitiva, quizá estemos demasiado llenos de nosotros mismos y con facilidad cualquier cosa nos quita
mucha paz. ¿Por qué pequeñas dificultades me afectan tanto? Porque mi corazón es pequeño... y así es
muy difícil esta tarea maravillosa de ser luz para los demás, de ser santo.
Y convencerte: vale la pena dedicar la vida a ser sal que alegre la vida de los demás. Sembradores de
paz y de alegría, decía san Pablo; vidas de apóstol.

Acaba tu oración pidiendo de verdad a Dios lo que nos dice la oración Colecta de la Misa: Señor y Padre
eterno, haz que se conviertan a Ti nuestros corazones a fin de que, viviendo consagrados en tu servicio, te
busquemos siempre a Ti, y nos dediquemos a la práctica de las obras de misericordia.
CUARESMA
DOMINGO DE LA SEGUNDA SEMANA

1. Tenemos la certeza de que Jesús está con nosotros cuando vamos a hablar con Él. Que es el mismo
que caminó y conversó con sus discípulos. 2. ¡Qué bien se está aquí! Experiencias de la presencia de
Jesús en la oración. 3. Gustar ya en la tierra un poquito de la Gloria de Dios. Impulso para seguir
adelante.
Lecturas de la Misa: • Gn 22, 1-2.9-13.15-18. • Sal 115. • Rm 8, 31b-34. • Mc 9, 2-10.

1. Conviene que, al comienzo de tu rato de oración, trates de ponerte siempre en presencia de Dios.
Existe una oración que muchas personas recitan para alcanzar esa certeza de estar en compañía de Dios,
y que tú puedes rezar también cuantas veces quieras hasta que consigas aquietar tu corazón y lograr la
paz que te permita hablar de verdad con Dios. La oración reza así: Señor mío, creo firmemente que estás
aquí, que me ves y que me oyes, te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y
gracia para hacer con fruto este rato de oración.

«Creo firmemente que estás aquí»: exactamente igual que estuviste con tus Apóstoles. Un día, en esas
conversaciones que tenían contigo, les avisaste de algo fundamental: que ibas a morir en la cruz. Esa
noticia cayó como un mazazo sobre el estado anímico de los Apóstoles. Habían entregado sus vidas a una
persona de la que esperaban mucho; y ahora les es revelado que va a morir bajo mandato de las
autoridades judías.
A nosotros también nos ocurre, muy a menudo, que hay noticias que nos entristecen muchísimo. La
mayoría de las veces son cosas poco importantes, pero en otras ocasiones nos encontramos de frente con
problemas de verdad; problemas del afecto, porque fracasamos en nuestro noviazgo o en nuestro
proyecto de vida; problemas familiares, porque mis padres no están bien o un hijo no responde
adecuadamente... o incluso con el problema terrible de la muerte.

Jesús es buen amigo de aquellos que se dejan ayudar. Los apóstoles, tristes por la noticia, le habrían
hecho saber a Jesús su decepción. Le dirían: «estamos tristes, no esperábamos esto de ti»; y Jesús vería
sus caras largas y les vería también esforzarse por sonreír a los extraños y no dar sensación de
entristecidos.

Jesús también sabe cómo está exactamente ahora nuestra alma. Si estamos tristes o no, si alguna cosa
nos está haciendo perder la esperanza, por pequeña que sea, o si alguna desgracia grande de nuestra
vida no hemos sido capaces de aceptarla. Lo sabe todo. Cuéntaselo. Es bueno... te escuchará.

2. Seis días después del anuncio de su propia muerte, Jesús decide dar un consuelo a sus discípulos. Lo
hace llamando a los especialmente significativos y llevándoselos aparte. Sabe que, estando bien Pedro,
Santiago y Juan, el resto estarán también contentos.
Fue entonces cuando subió al monte con los tres «y se transfiguró delante de ellos». Eso significa que,
por primera vez, les mostró toda su gloria. Jesús había dado signos de su divinidad a sus discípulos: en el
modo de hablar, en las parábolas y la predicación; en los milagros y otras acciones portentosas... pero
ahora da un signo definitivo. Es como si, por un momento, Jesús hubiera dejado traslucir su divinidad,
mostrando toda su gloria, aquella que «ni ojo vio ni oído oyó»; aquella de la que habla san Pablo al decir
que nadie puede conocer lo que Dios tiene preparado para los que le aman. Para Pedro, Santiago y Juan
aquello debió de parecerles un pedacito de cielo.
La reacción de Pedro, siempre dispuesto a hablar, no se hizo esperar: ¡qué bien se está aquí! ¡Qué bien
se está con Jesús en la oración cuando uno es capaz de sincerarse! Nosotros también hemos tenido
experiencias de pedacitos de cielo: aquel día que estaba tan contento rezando, aquel otro día que
realmente pude rezar al recibir la comunión, un día que yendo por la calle me metí de lleno en las cosas
de Dios...

La relación con Jesús a veces es dura, como cuando les anunció la pasión; pero también es verdad que
tiene muchos regalos que hacernos. Se está muy bien con Jesús. A nosotros nos toca, en la oración de
cada día, disponernos con toda la atención que nos sea posible, con esa oración introductoria de la que te
hablaba al principio, huyendo de las distracciones... Y estar así dispuestos a lo que Jesús quiera:
anunciamos su pasión, como en Cesarea de Filipo, o mostramos su gloria, como en el Tabor. Él manda.

3. Aquellos apóstoles, al contemplar la Gloria de Dios, recibieron fuerza más que suficiente para
superar la tristeza y hacer frente a muchas dificultades antes de la crisis final, cuando finalmente
apareció la cruz y todos, salvo Juan, huyeron.
Nosotros también se lo hemos pedido al comienzo de la Misa: Señor, Padre Santo, que nos mandaste
escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra, y purifica los ojos de nuestro espíritu, para
que podamos alegrarnos con la contemplación de tu gloria.
San Pedro nunca olvidó este encuentro con Jesús en el monte. Recordarlo le alegraba mucho y le ayudó
a seguir luchando por Cristo hasta el final: ...cuando desde aquella extraordinaria gloria se le hizo llegar
esta voz: este es mi Hijo querido, en quien me complazco. Esta voz, enviada del cielo, la oímos nosotros
estando con Él en el monte santo.
Nosotros tampoco debemos olvidar aquellos momentos donde nos sentimos especialmente próximos a
Dios: aquel rato de oración, una convivencia, aquella confesión, un rato de dirección espiritual, una
jornada mundial de la juventud... Recordarlo nos ayudará a luchar.

Igualmente, si eso solo es un poquito de la Gloria de Dios, ¿qué será el cielo? Por eso, «a la hora de la
tentación piensa en el Amor que en el cielo te aguarda: fomenta la virtud de la esperanza, que no es falta
de generosidad» [9]. Por eso, cuando pienses cómo de generoso puedes ser con el Señor, acuérdate del
Amor que te aguarda si eres fiel. Y, cuando consideres si acaso puedes hacer algo más por los demás, no
te olvides de lo «bien que estabas» cerca de Dios, como los discípulos en el Tabor. Entonces, serás
generoso de verdad, porque verás claro lo amoroso que es el rostro de Dios.
CUARESMA
LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA

1. Irreductibles galos. Perfectus detritus. Enrarecer el ambiente. El asco de la crítica. 2. Juzgar bien la
realidad. No criticar nunca. 3. Laxos con lo de los demás, duros con lo propio.
Lecturas de la Misa: • Dn 9, 4b-10. • Sal 78. • Lc 6, 36-38.

1. «César nos pide más dinero y más hombres para hacer la guerra, cuando ni siquiera es capaz de
asegurar la paz romana en sus territorios conquistados». Un senador se queja abiertamente en presencia
de César. Los senadores se revuelven. La situación es tensa. «Existe un pueblecito allá arriba, en las
Galias, que se burla de nuestras tropas de ocupación y rehúsa nuestra ley... ¡que César haga que se
respete a Roma en los países conquistados, antes de pensar en nuevas aventuras!».

Los Senadores ponen contra las cuerdas al gobernador de la omnipotente Roma. Existe un pueblecito al
norte, en las Galias, el pueblo de Asterix y Obelix, que resiste a la ocupación romana. Hay que acabar con
ellos para acallar la boca de los que se oponen al poder del César. ¿Qué hacer? Uno de los consejeros
tiene una idea brillante: existe un hombre que podría acabar él solo con el poblado galo. Se llama
Perfectus detritus y es capaz, por medio de la palabra, de enfrentar a todos los hombres entre sí. Es
especialista en la crítica y la maledicencia. Un senador dice de él que «es un ser inmundo pero muy
eficaz. El horripilante y verdoso rostro de la discordia surge a su paso».
Perfectus detritus se dispone a llevar a cabo su misión. Llega con un regalo al poblado galo para el más
importante del pueblo. Abraracurcix, el jefe, le espera orgulloso... pero el romano se lo da a Asterix. A
partir de ahí, comienza a sembrar maledicencia entre las personas del pueblo, que empiezan a
enfrentarse unos a otros. Primero las mujeres, luego también los hombres, finalmente hasta Asterix y
Obelix.

Ni la fuerza de las armas, ni la amenaza de quedarse sin alimentos, ni un bloqueo económico... nada
había podido hasta ese momento con el campamento galo, que estuvo próximo a su fin por la crítica.
Nunca se encontró tan cerca de desaparecer el poblado de Asterix como después de la acción de que
comenzaran unos a hablar mal de otros, a mentir, a criticar.

Jesús nos lo dice en el Evangelio: sed misericordiosos, no juzguéis. La técnica más agresiva que el
demonio emplea para acabar con nuestras amistades es sencillamente esta: la envidia, la crítica.

2. «No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados». Así hemos rezado en respuesta al Salmo de
la Misa de hoy. De algún modo, le pedimos a Dios justamente aquello que Él nos pide a nosotros: que nos
juzgue con misericordia.
Es casi innecesario que te recuerde que estamos en el tiempo de Cuaresma, tiempo de reflexión, de
crecimiento, de mayor amor de Dios. Quizá sea hoy una buena ocasión para que examines delante de Él
cómo son tus comentarios con tus amigos, con tus familiares. Pensar, en definitiva, si condenas cuando
hablas y eres incapaz de perdonar los errores de los demás.

Es Jesús quien te escucha cuando rezas. Ahora quizá estés en la capilla, en el medio de transporte o
tranquilamente en tu casa. Da igual. Es Jesús el que está a tu lado, animándote a hacer de la tuya una
vida cuya medida sea generosa, remecida, rebosante.

Examínate despacio, porque son muchas las ocasiones en las que, al hablar, somos egoístas. Hablamos
mal de nosotros mismos para que otros nos ensalcen, o criticamos a un tercero para quedar por encima.
Somos, en ocasiones, absolutamente inflexibles con los fallos de los demás y, en vez de disculparlos, se los
contamos a todo el mundo. Esa no es la medida de Jesús. Es, más bien, la medida de Perfectus detritus, la
medida capaz de acabar con un pueblo, con una familia, con una parroquia, con cualquier comunidad
humana o cristiana.

Grábatelo a fuego en el corazón: la crítica es la carcoma de las verdaderas amistades.

3. Jesús es exigente; muy exigente. «En la medida en que juzgues, serás juzgado». Piensa que en esos
comentarios jocosos o de pasada... «serás juzgado». Piensa en si tanta dureza con los demás no será
luego la medida de tu propio juicio cuando te presentes delante de Dios.

No se trata de tener miedo: consiste en encontrar la auténtica medida para tratar con los demás. Esa
medida es dinámica, es un verbo, y se llama «amar». La medida del trato con el prójimo es el amor.
Es muy bueno ser críticos y darse cuenta de las cosas que otros hacen mal. Para los que gobiernan, es
fundamental ser personas con espíritu crítico: de otro modo no serán capaces de regir ese grupo humano.

Pero es igualmente necesario vivir la primacía de la caridad; para saber corregir; para saber ocultar los
fallos de los demás; para callar las injusticias; para dejar siempre –¡siempre!– a los demás en un buen
lugar.

¿Un consejo concreto para que lo hables con Dios? «Cuando no tengas nada bueno que decir, cállate».
CUARESMA
MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA

1. Los fariseos no se hicieron detestables de un día para otro. La Cuaresma pasa. Pactos a la baja. Hoy
esto, mañana lo otro. Momento de examen: ¿qué cosas me sustraen de tu servicio? 2. Síntomas de la
tibieza: preocupaciones que entristecen mi camino, no transmitir la alegría que debiera, no me noto todo
lo feliz. 3. La Virgen María...
Lecturas de la Misa: • Is 1, 10.16-20. • Sal 49. • Mt 23, 1-12.

1. Los fariseos no se hicieron detestables de un día para otro. Eran los líderes religiosos del pueblo.
Seguro que desempeñaron un papel importante en la vida social y religiosa de Israel. Quizá, con el paso
de los meses y de los años, se fueron, digamos, acostumbrando a su situación. Empezaron, primero, por
controlar unas cosas, luego, dominar en otras. Además, entre los fariseos habría de todo: lo vemos en el
Evangelio: los había muy malos, pero también excelentes personas, como Nicodemo, aquel que iba a ver a
Jesús de noche. No obstante, habían llegado a ser, con los años, un clan bastante desagradable para el
prójimo.
Jesús es durísimo con ellos. Les acusa de acciones gravísimas. Son falsos, porque dicen una cosa y
hacen otra; son exigentes con los demás –les encargan tareas horribles, dificilísimas de llevar a cabo–
mientras que ellos son «incapaces de mover un dedo». Además, viven de cara a los demás, para que los
valoren y los tengan como los primeros en sus pueblos y en su sociedad.
Nosotros tampoco estamos exentos a la crítica de Jesús. Recuerda que los fariseos no llegaron a ser así
de odiosos de un día para otro. La Cuaresma pasa, y quizá nos hemos relajado en nuestros propósitos de
mortificación, de vivir la Eucaristía con frecuencia, de tratar a los demás como nos gustaría que nos
tratasen a nosotros. No lo dejamos todo de golpe: un día no nos apetece rezar y no lo hacemos; otro día
nos encontramos de mal humor y maltratamos a los demás... y así, a poquitos, aflojamos nuestra entrega.

Pregúntaselo a Jesús: ¿estás contento conmigo? Y pensando más concretamente en la Cuaresma: ¿se
me ha olvidado ya que estamos en un tiempo de gracia para crecer muchísimo? ¿He abandonado mis
primeros propósitos por los que intentaba acercarme más a Dios?

2. Procura ahora analizar todos los obstáculos que en tu vida te alejan del Amor. Quizá notas que no
eres tan feliz como debieras, que tienes un corazón mucho más grande de lo que piensas y notas que te
empequeñeces con muchísimas cosas, al punto de que eres incapaz de soportar los defectos de los demás
o de tratarles, a veces, con caridad. Ya no transmites la alegría que tenías en otras ocasiones e, incluso, al
pasar de los años, un poso de tristeza se va apoderando de tu corazón.
De entre todos los enemigos de la entrega a Dios, ninguno como ese ceder poco a poco, día a día, y que
se llama tibieza.

La tibieza es, por así decir, un gusto disminuido por las cosas de Dios. Se manifiesta en compararse
todo el rato con los demás, buscando constantemente quedar por encima de los otros o la aprobación del
prójimo. El tibio busca el eco de su propia eficacia, y conoce bien de cerca los celos, que le hacen sufrir
muchísimo. Sabe que no debería tener envidia de los que son mejores que él, pero no puede evitarlo. Y se
entristece de ver su miseria, y le da vueltas a la cabeza para quedar por encima de ellos. Así el enemigo
vence, humilla, despedaza, entristece.
Si te ves reconocido en la descripción anterior, pídele al Señor humildad para volver a comenzar.
Recuerda: «el que quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor; el que se humilla será
ensalzado, y el que se ensalza será humillado».

Háblalo con Él... y hazle caso.

3. Cuenta con la Virgen María en este empeño de hacer arder tu alma, pues la tibieza es también tener
apagado el deseo de bien. Apreciamos lo bueno, pero cuesta mucho hacerlo; tan no apetece hacer el bien
que con el tiempo perdemos sensibilidad para lo mejor. Se vive de compensaciones: un regalito, una
cosita material que nos hace ilusión, un enfrentamiento deportivo que nos entusiasma. Luego todo eso
pasa... y ¡qué tristeza! Se encuentra uno vacío. El fariseo de hoy, como el de entonces, no piensa en otra
cosa que no sea en sí mismo... y no habla de otra cosa que no sea de sí mismo.
Dile a la Virgen que no quieres una vida así. Ella tuvo una sensibilidad enorme para las cosas de Dios.
Una enamorada, que no pensaba sino en el Amado, y no hablaba sino de Él. Justo todo lo contrario:
absolutamente.
«Ponte en coloquio con Santa María, y confíale: ¡oh Señora!, para vivir el ideal que Dios ha metido en
mi corazón, necesito volar... muy alto, ¡muy alto!
No hasta despegarte, con la ayuda divina, de las cosas de este mundo, sabiendo que son de la tierra.
Más incluso: aunque el universo entero lo coloques en un montón bajo tus pies, para estar cerca del
Cielo... ¡no basta!
Necesitas volar, sin apoyarte en nada de aquí, pendiente de la voz y del soplo del Espíritu. –Pero, me
dices, ¡mis alas están manchadas!: barro de años, sucio, pegadizo...

Y te he insistido: acude a la Virgen. Señora –repíteselo–: ¡que apenas logro remontar el vuelo!, ¡que la
tierra me atrae como un imán maldito! –Señora, Tú puedes hacer que mi alma se lance al vuelo definitivo
y glorioso, que tiene su fin en el Corazón de Dios.

Confía, que Ella te escucha» [10].


CUARESMA
MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA

1. Los Zebedeos no saben lo que dicen. Les movía el amor a Jesús. 2. Ser fieles todos los días de
nuestra vida. Arrojo. Responder con entusiasmo. Podemos; ¿podían? Lo que Él quiera, cuando Él quiera.
3. Ahora, día a día. Confianza en Dios.
Lecturas de la Misa: • Jr 18, 18-20. • Sal 30. • Mt 20, 17-28.

1. En el Evangelio de hoy se da una de esas circunstancias donde podemos apreciar la inmensa


paciencia de Jesús con sus discípulos. Si uno hace una lectura atenta del texto sagrado, se da cuenta,
enseguida, de la diferencia que existe entre lo que Jesús dice y la respuesta de sus discípulos.

Jesús es verdadero Dios, pero, ciertamente, también es verdadero hombre. Él quería mucho a sus
discípulos, y podemos imaginárnoslo nervioso por el camino. Sabe que va a dar a sus amigos una noticia
que puede escandalizarles y entristecerles: les va a anunciar su Pasión. Jesús no quiere hacer mal a los
discípulos, por eso mismo debe decirles que va camino de la Cruz. Que pronto llegará, y que es bueno que
estén advertidos. Pero, además, consciente de que es una noticia dura, buscará el modo más apropiado de
comunicársela.
Finalmente, Jesús se lanza... y encuentra que sus discípulos nada entienden, porque, justo después de
presentarles el destino de su vida, lo único que piensan es en sí mismos. Es cierto que son Santiago y
Juan los que le preguntan qué puesto de honor llevarán en el nuevo reino de Jesús, pero también es cierto
que luego, al final del Evangelio de hoy, todos se enfadan entre sí.
Por eso, en este primer rato de oración, haremos bien en imaginarnos el corazón de Jesús, dolido por la
incomprensión de los que más quería. Y trataremos nosotros mismos de poner la ternura y la
comprensión que entonces no encontró.
Díselo: ¡cuéntame, Jesús, que quizá sea pequeño para entender, pero mi exceso de amor suplirá mi falta
de inteligencia!

2. No obstante, Jesús no pierde la paciencia. Comprende la petición de sus discípulos, y a su


requerimiento Él responde con una pregunta: ¿sois vosotros capaces de beber el cáliz que yo he de
beber? Esto significaba que les preguntaba si ellos también serían capaces de morir por el Amor. Pero
Santiago y Juan no entienden nada, porque no habían comprendido lo primero que había dicho Jesús. Sin
embargo, son valientes y dicen: ¡podemos! Sus palabras revelan un amor grande por Jesús: podemos
hacer lo que Tú quieras porque Tú estás con nosotros.
En la vida tendrás que tomar muchas decisiones donde deberás pedir esta valentía de los apóstoles. En
concreto, me atrevería a decir que será en las ocasiones más importantes de tu vida cuando tendrás que
fiarte más de Jesús y decir: ¡podemos!

Cuando alguien se casa, no sabe en absoluto qué va a venir a su vida. Sin embargo, piensa que podrá,
fiándose de la otra persona con la que comparte su vida y, sobre todo, confiando en Dios.
Cuando alguien es ordenado sacerdote o abraza la vida religiosa, sabe que ya no se pertenece, que es
para Dios y para los demás. ¿Quién le asegurará que será fiel? Solo Dios. Y Dios lo único que nos pide es
una respuesta valiente: ¡¡¡podemos!!!

Los apóstoles respondieron a Jesús sin conocer los pormenores de la entrega. Se fiaban de Él. ¿Tú?

3. Esto que habla de la entrega de la vida entera, habla también del día a día, de cada cosa, por
pequeña que sea. Porque el sí que damos a Dios se hace veraz en cada momento: se hace veraz cuando
cumples con tu horario de estudio o trabajo aunque no te apetezca; se hace veraz cuando peleas por
mantener activa esa lista de mortificaciones; se hace veraz cuando luchas a muerte por tener tu rato de
oración cada día; por comulgar con frecuencia; por sonreír siempre...

Cada uno de esos pequeños síes son como un grito elevado a Dios desde acá, desde la tierra, donde
algunos hijos suyos le decimos con obras que, sin enterarnos muchas veces de casi nada, nos fiamos
plenamente de Él, estamos absolutamente confiados en su palabra.
Por eso, hoy «también a nosotros nos llama, y nos pregunta, como a Santiago y a Juan: Potestis bibere
calicem, quem ego bibiturus sum?; ¿estáis dispuestos a beber el cáliz –este cáliz de la entrega completa al
cumplimiento de la voluntad del Padre– que yo voy a beber? Possumus! ¡Sí, estamos dispuestos!, es la
respuesta de Juan y de Santiago. ¿Vosotros y yo estamos seriamente dispuestos a cumplir, en todo, la
voluntad de nuestro Padre Dios? ¿Hemos dado al Señor nuestro corazón entero o seguimos apegados a
nosotros mismos, a nuestros intereses, a nuestra comodidad, a nuestro amor propio?» [11].
CUARESMA
JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA

1. Dos vidas, dos amores. El rico y el pobre Lázaro. 2. Quien a Dios tiene nada le falta: solo Dios basta.
3. Tienen a Moisés y a los profetas. Pedimos más señales.
Lecturas de la Misa: • Jr 17, 5-10. • Sal 1. • Lc 16, 19-31.

1. Es bueno que le pidamos al Señor hacer un rato de oración sincero, muy sincero. Tratar de
imaginarnos la escena que nos describe hoy Jesús en el Evangelio. Un hombre rico, con una casa
estupenda, unos coches espléndidos, una servidumbre abundante, que comía cosas buenísimas.

En la puerta de su casa, un pobre desgraciado. Parece que su único consuelo es que los perros se
acercaban a lamerle las llagas, pero eso también es asqueroso, porque lo que Jesús quiere decir con eso
es que el pobre Lázaro tenía tan pocas fuerzas que ni siquiera alcanzaba a ahuyentar a los animales que
se le acercaban. Es más, toda su vida era como la de aquellos perros, porque existía la costumbre judía de
echar los restos de la comida desde la mesa a los perros que merodeaban cerca de ella. Por eso, que
Lázaro comiera de la mesa del rico significa, sencillamente, que llevaba la vida de un perro.
La imagen es terrible. Basta imaginarse a Lázaro como uno de los más pobres o desgraciados que
jamás hayamos visto y al rico, como uno de esos prepotentes que figuran en tantas revistas y medios de
comunicación, que todo lo tienen. Jesús desea subrayar este contraste, y conviene que nos lo imaginemos.
La muerte llega de modo repentino para los dos. A uno lo reciben los ángeles, al otro, sencilla y
escuetamente: «lo enterraron». Podríamos decir que uno va al cielo y el otro, al infierno...

¿Por qué el rico condena su vida y el pobre Lázaro se salva? ¿Es que las riquezas condenan a las
personas? ¿Es que hay que ser pobre y miserable para salvarse? Considéralo unos minutos en silencio
delante de Dios.

2. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Quien pone su confianza en Dios se salva.
Quien confía en su poder, en sus cosas, en sí mismo, se condena.
Un día, G. K. Chesterton, escritor, iba en un autobús hablando con un amigo. Comenta que, hablando de
otra persona, su amigo puso de relieve sus grandes capacidades, el modo en el que se había desenvuelto
en la vida. En definitiva, concluyó, se trata de un self-made man, un hombre que se ha hecho a sí mismo,
un hombre que ha conseguido construir su vida con el esfuerzo de sus manos y que tiene una infinita
confianza en sí mismo.

Cuando su amigo bajó del autobús, Chesterton se quedó pensando si había en la vida cosa más triste
que confiar solo en uno mismo y pensar que se es capaz de todo. Llegó a la conclusión de que los hombres
estamos hechos para confiar en los demás, y fundamentalmente en Dios, y que no hay cosa más triste que
confiar del todo en uno mismo, como si uno fuera capaz de todo.

3. El rico Epulón, al padecer los sufrimientos de la condenación, se acuerda de sus familiares y amigos.
No quiere que vayan con él a ese lugar de torturas. Y le pide a Abraham ir donde están ellos para
contarles que deben rectificar su vida. Pero Abraham le contesta que tienen a Moisés y a los profetas.
Esto no basta a Epulón, que pide ir personalmente, porque así obedecerán. Pero la contestación de
Abraham es definitiva: si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un
muerto.
A nosotros nos pasa lo mismo. Es como si, ahora mismo, Abraham desde el Cielo dijera: «confía en Dios.
¡Obedece!». Tienes a Moisés y a los profetas, que significa: tienes a tu familia que, quizá, te ha
transmitido la fe; tienes el ejemplo de los santos, que han querido a Dios sobre todas las cosas y nos han
dado un ejemplo increíble de amor; tienes el testimonio del Papa y de los sacerdotes y de tanta gente
entregada a Dios que tira de ti hacia arriba; tienes la doctrina de la Iglesia, que cuando has obedecido
sabes que no traiciona en absoluto tu corazón, al contrario que el pecado, que te promete muchísimo y
después de pecar, reconócelo, te sientes muy solo...

A veces nosotros, como el rico, le pedimos a Dios que resucite un muerto para tener más fe. Aunque eso
pasara, no creeríamos. De hecho, Jesús resucitó a otro Lázaro más adelante... y los judíos resolvieron
matarlo. No. Dios nos ha dado todas las cosas para que podamos creer. Nos ha dado todos los medios
para que pongamos la confianza en Él y seamos felices.

¿Qué nos aparta de Dios? ¿Qué nos hace sentirnos tan autosuficientes que no necesitamos de nadie?
Repasémoslo delante de Dios, y pidámosle deseos de volver a él, ansias de convertirnos.
CUARESMA
VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA

1. El amor ensancha el corazón para poder amar más. 2. Corazones grandes y generosos al tamaño de
Jesús. 3. Hacer reformas; adaptar el corazón al amor de Dios. Ser fieles.
Lecturas de la Misa: • Gn 37, 3-4.12-13a.17b- 28. • Sal 104 • Mt 21, 33-43.45-46.

1. Aquel sacerdote había servido fielmente a la Iglesia durante toda su vida. Su trabajo, además, había
sido oculto, callado, silencioso. Nadie se había dado cuenta de que llevaba cerca de sesenta años
sirviendo a Dios y a los demás del modo más discreto posible. Años de alegrías, de sonrisas, de entrega;
pero también años de sufrimiento, de incomprensiones, de persecución. Había entrado al seminario
después de la guerra civil: hambre, pobreza, carencia de casi todo. Solo una cosa sobraba: ilusión, una
ilusión que iluminó y alimentó su vida hasta el final.

Era un sacerdote normal, como tantos que hay, anónimo, sin relevancia. Un día ingresó en el hospital.
El diagnóstico médico fue como un resumen cumplido de toda una vida de amor: «el problema es que se
le ha dilatado el corazón». Así fue la muerte de aquel servidor de Dios que jamás conoció el desaliento:
tanto amaba que se le había dilatado el corazón.
Con su muerte demostró a los más jóvenes lo que todos los hombre somos y tantas veces se nos olvida.
Somos discípulos, y discípulos del amor.
Somos discípulos porque la viña de la que nos habla el Evangelio no es nuestra. Venimos aquí a trabajar
por Otro, y la labor que ese Patrón nos pide es una sola: el amor. Eso significa poner todo nuestro empeño
en ser servidores de la alegría. Tratar de buscar siempre la felicidad de los demás. Sonreír.

¡Qué pobres se vuelven los corazones de los hombres cuando se les olvida el amor! Piensan que todo es
suyo, como el rico del Evangelio de ayer, y se hacen poseedores de la viña. Entonces, cuando el corazón
se ha hecho pequeño, creen que lo pueden todo, que Dios no pinta nada en este mundo, que nosotros
somos Dios, y por eso damos la vida a quien queremos y se la quitamos a quien nos da la gana. Los
hombres se convierten en señores de la vida y de la muerte, y hacen de este mundo un mundo difícil de
habitar.

En este primer rato de oración, una petición clara: –Dilata, Señor, nuestros pequeños corazones.
Haznos capaces de amar más, para no ser como aquellos viñadores mezquinos que llegaron a homicidas
por la pequeñez de su alma.

2. La tarea de un joven cristiano, de un hombre o una mujer cristianos, es hoy más que nunca
reconstruir el amor. En el Imperio Romano, en tiempos de Jesús, el mundo estaba lleno de supersticiones.
Se contaban a cientos los adivinos, los magos y las supercherías. Había mucho miedo en las conciencias.
Mucha oscuridad.
Hoy pasa un poco lo mismo. El paganismo ha llenado de ídolos y fetiches –¡de odio!– las vidas de
muchas personas. Los cristianos conocemos muy bien los riesgos que empequeñecen nuestro corazón y,
aun así, actuamos igual que los demás porque no nos damos ni cuenta.
Haz un pequeño examen de conciencia para dilatar tu corazón. Si acaso tu alma no se empequeñece
ante la perspectiva de tus deseos materiales, al punto que el tamaño de tu corazón tiene las medidas del
partido de fútbol que vas a jugar, el coche que te gustaría comprar o la cocina que soñarías tener. Piensa
si acaso el perfeccionismo tan total que abarca tu vida no es expresión de una inseguridad grande en ti
mismo que te lleva a buscar siempre que todo esté perfecto y sufrir un montón cuando las cosas no «te»
salen bien. O, finalmente, piensa si tu cabeza funciona tan deprisa que tienes un idealismo mal entendido
que te lleva a desdibujar las cosas. Es entonces cuando todo te molesta, cuando ves críticas donde no
existen y cuando te agobias porque te parece que te consideran poco.

Corazón grande. Alma generosa. Chicos entregados. Chicas valientes. Cristianos auténticos.

3. «Ahí viene ese soñador». Lo hemos escuchado en la primera lectura. Se puede ser un soñador, pero
sabemos lo que el demonio sembrará en aquellos que quieren quedarse con la viña para sí mismos:
«démosle muerte; lo arrojaremos en un pozo y diremos que una fiera lo devoró. Vamos a ver de qué le
sirven sus sueños».

Hay que estar preparados. Si queremos ser soñadores, tenemos que tener un corazón muy grande y
muy formado. Nos ayuda, qué duda cabe, este tiempo de Cuaresma. Meter, por así decir, la batidora en el
corazón, porque sabemos que, para agrandar un cuarto o una casa, primero hay que tirar los tabiques
antiguos. Hacer una obra bonita en nuestro corazón. Advertir lo que nos frena, y motivar en nosotros los
deseos de ser fieles.
Estamos rezando: se lo pedimos a Dios.

«Propósito: ser fiel –heroicamente fiel y sin excusas– al horario, en la vida ordinaria y en la
extraordinaria» [12].
CUARESMA
SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA

1. La locura de un Dios que perdona siempre. 2. A quien mucho se le perdona, mucho ama. 3. ¿Hijo
mayor o hijo pequeño?
Lecturas de la Misa: • Mi 7, 14-15.18-20. • Sal 102. • Lc 15, 1-3.11-32.

1. ¡Qué riesgo pensar que conocemos el Evangelio! Comienza la lectura del pasaje de hoy y podemos
pensar, no sin cierto aire de suficiencia: «¡Ah, el hijo pródigo!», y desconectar en ese momento... y de ese
modo, perdemos todo lo que Dios quiere decirnos en esta parábola tan llena de misericordia.

Aquel chico estaba tranquilamente tomando una copa con sus amigos en un bar de una gran ciudad.
Era muy entrada la noche. Habían conocido un grupo de chicas, entre las cuales se encontraban dos
japonesas que estaban becadas en esa ciudad. Comenzaron a charlar de unas cosas y otras... e,
inexplicablemente, la conversación acabó con la narración del hijo pródigo, que estas dos estudiantes no
conocían. Hablaban en inglés. Aquellos muchachos intentaron explicársela como pudieron: «un padre, dos
hijos, uno se va pidiéndole la herencia a su padre (de algún modo, el hijo pequeño le dijo a su padre:
«papá, estás muerto para mí»), y malgastada toda la fortuna decide volver a la casa paterna. El chico
regresa y su padre lo recibe con todo el cariño, perdonándole». Las japonesas se miraron sorprendidas y
exclamaron al unísono: «ese padre está loco; es tonto».
Aquellas muchachas, de otra lengua, de otro país, de otra cultura, no entendían para nada el perdón
como lo entendemos los cristianos. Hemos oído mil veces la parábola del hijo pródigo y hemos perdido de
vista la novedad tan grande que representa.

Es verdad: ese Padre está loco; loco de amor, siempre dispuesto a un perdón incondicional. Algunos no
lo entienden. Otros creemos entenderlo demasiado bien y ya no nos sorprendemos. ¿Dónde estás tú? Lee
de nuevo el Evangelio y dile a tu Padre Dios que te dejes impresionar por su misericordia.

2. A quien mucho se le perdonó, mucho ama. ¿Significa esto que deberemos obrar como el hijo pequeño
de la parábola para conocer el amor de Dios? ¿Quiere decir que debemos pecar y hundirnos en la soledad
para conocer el Amor de Dios?
El hijo mayor no conoció la misericordia de ser perdonado de tantos pecados, ¿por eso amará menos al
Señor? Ciertamente, los pecadores no son ejemplo, pero da miedo pensar que, porque se nos perdonó
poco, podamos amar poco.
Si tenemos la gracia de haber sido siempre amigos de Dios, de no haber caído en pecados graves, de no
ser unos pecadores terribles, es porque Él ha estado pendiente de nosotros.

Ese es el pecado del hijo mayor: que, estando siempre protegido por su Padre, no fue capaz de darse
cuenta. Pensaba que ser hijo era un peso, una obligación, y no una liberación. No disfrutaba siendo hijo,
como nosotros no disfrutamos a veces siendo cristianos, siendo fieles. ¿Es este acaso también nuestro
pecado?

3. En esta escena del hijo pródigo estamos obligados a tomar partido por alguno de los hermanos o,
dicho de otra manera, a identificarnos con alguno de ellos. Quizá unos sientan más familiaridad con el
hijo menor de la parábola. Son aquellas personas que han vivido lejos de Dios, que se han entregado en
ocasiones al pecado, dejándose llevar por el aparente atractivo que pueda tener, en una sociedad
profundamente sensual y materialista. Igual tú descubriste la fe hace poco, y eso te llevó a volver a Dios.
Te sentiste hijo pródigo. Era una gran alegría, una gran fiesta estar cerca de Dios. Pero el día a día te
enseñó que lo que al comienzo salía solo al impulso de un nuevo entusiasmo, luego empieza a costar
muchísimo trabajo y que en el fondo hay que hacer de hijo pródigo constantemente. Y puede que pienses
que tampoco mereció tanto la pena este reencuentro.
Otros quizá se sienten hijos mayores, incapaces de disfrutar de lo bien que se está en gracia de Dios y
en la Iglesia. Miran a los pecadores con envidia, les gustaría, de algún modo, tener el arrojo de los que
ofenden a Dios, como si fuera una cosa buena. Les parece que el que está lejos de Dios se divierte más
porque no cuentan para actuar con ese que pone límite a tu libertad y es Dios. A esos hijos mayores les
pesa su formación y les falta convencimiento. Sí, es verdad, están en la casa del Padre: pero no saben, de
verdad, si la casa del Padre es la más divertida.

Al final, tanto en lo referido a la perseverancia del hijo mayor como al entusiasmo del hijo menor, la
cuestión es la misma: amar con el mismo amor con que fue capaz de amar el padre de la parábola. Amar
mucho a Dios. Amar mucho a los demás. Ser capaces de querer. Otra vez: un corazón grande.
Si te sientes hijo menor, dile a tu padre que te perdone. Lo hará.

Si te sientes hijo mayor, dile a tu padre que te entusiasme con tu fe. También lo hará. Y verás qué
bonito es servir a Dios como cristiano.
CUARESMA
DOMINGO DE LA TERCERA SEMANA

1. ¿Dónde podremos encontrar a Dios? 2. Encontrarnos con Jesús es encontrarnos con Dios. 3. Dar un
sentido a las prácticas de piedad: relacionarnos con Dios.
Lecturas de la Misa: • Ex 20, 1-17. • Sal 18. • 1 Co 1, 22-25. • Jn 2, 13-25.

1. El pueblo de Israel, mucho tiempo antes de Cristo, se estableció en Egipto, porque una gran hambre
había azotado el lugar que habitaban y habían tenido que emigrar a ese país extranjero que entonces era
la gran potencia de Oriente.

Allí el pueblo se multiplicó y se hizo grande, de modo que los egipcios empezaron a pensar si acaso no
se estaban convirtiendo en una fuerza demasiado poderosa. Y, con el tiempo, el pueblo de Israel pasó a
ser esclavo de los egipcios, que se aprovechaban de ellos.
Fue entonces cuando Dios dio fuerza a Moisés para liberar a su pueblo de la esclavitud de los egipcios,
porque sin libertad no podían adorar al Dios verdadero. El faraón no quiso dejarlos marchar durante un
tiempo, pero finalmente, después de las siete plagas, les permitió emigrar. Luego se arrepintió de su
decisión y persiguió a los israelitas, que pasaron el mar Rojo, el cual se cerró a su paso ahogando la
persecución egipcia.
Durante los cuarenta años que pasaron en el desierto, los judíos acampaban en tiendas, como un
pueblo nómada. Una de esas tiendas se llamaba la tienda del Encuentro, y era el lugar donde Moisés
hablaba con Dios. Esa tienda, además, sirvió para custodiar el Arca de la Alianza, que contenía en su
interior los signos de la presencia de Dios entre su pueblo. Estos signos eran: las tablas de la ley, el maná
que había alimentado a los israelitas en el desierto y la vara de Aarón. De este modo, les acompañaba
siempre la tienda del Encuentro, lugar de la presencia de Dios.
Cuando finalmente conquistaron la tierra prometida y se establecieron en ella, el rey David decidió
construir el templo de Jerusalén, que sería la nueva tienda del Encuentro. No tenía sentido que Dios
siguiera viviendo en una tienda, ahora que ya poseían una tierra donde adorar sincera y verdaderamente
a Dios.

En el fondo, todo este camino del pueblo de Israel por el desierto, huyendo de la esclavitud, es también
una metáfora de nuestra propia vida: un camino para poder adorar de verdad a Dios. Rezar bien, adorar
bien, no es tarea fácil. Lleva años.

La Cuaresma es tiempo de oración, como un desierto para cada uno de nosotros, con la intención de
que encontremos a Dios. Por eso, en este primer rato de oración, será bueno que nos preguntemos si
somos constantes en nuestra oración y si la hacemos con la sinceridad suficiente para encontrarnos de
verdad con Dios.

2. El rey David comenzó a construir el templo. Como hemos oído en el Evangelio, la tarea llevó
cuarenta y seis años. De hecho, él no pudo ver culminada su obra; tuvo que ser Salomón el que
consagrara el templo de Jerusalén.
El día de la consagración, el templo estaba precioso. Dicen los cronistas que el Señor posó sobre él sus
pies, como para significar que allí estaba Dios de verdad. Era un templo grandísimo, con una explanada
enorme para que los judíos pudieran pasar allí las noches y los días, charlando y haciendo su vida. Había
dentro una parcela reservada, con dos patios, y, finalmente, una construcción cerrada, pequeña, donde se
ocultaba el Arca de la Alianza. Allí entraba solo una vez al año el Sumo Sacerdote, a ofrecer incienso a
Yahvé y decir el nombre de Dios. En el templo, además, también se ofrecían sacrificios de animales a
Dios, con intención de pedirle perdón de los pecados y diversos favores.

Los judíos estaban muy orgullosos de su templo: porque era precioso y porque Dios se hacía allí
especialmente presente. Por eso, en el Evangelio de hoy, cuando Jesús habla de la destrucción del templo,
en el fondo les está diciendo que Dios ya no va a estar más allí, que ya no va a estar con ellos. Y, cuando
habla del templo de su cuerpo, lo que nos quiere decir es que quien quiera encontrarse con Dios deberá
hacerlo a través de su persona.
Por eso, para los cristianos, el templo, en este sentido, es Jesucristo mismo. Conocer a Jesucristo, saber
todo de su vida, profundizar en su doctrina es conocer a Dios de verdad. «Ojalá fuera tal tu compostura y
tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: este lee la vida de Jesucristo» [13].
Los judíos amaban su templo. ¿Cómo de real es para ti Jesucristo?
3. Pero, con el tiempo, la función del templo se desfiguró. Se ofrecían muchos sacrificios y la explanada
del mismo se comenzó a convertir en un mercado, donde se vendían toda clase de animales para las
ofrendas, además de comerciar también con otras mercancías. Los judíos se habían quedado en el
aspecto exterior del culto, y hacía tiempo que aquel lugar había dejado de ser lugar de encuentro con
Dios.
Por eso, Jesús entra azotando con látigos y expulsando a los mercaderes. El templo se ha convertido en
una cueva de bandidos. Jesús reprende con dureza esa situación. No puede soportar que la religiosidad se
vacíe de contenido y se convierta en una mercancía.

En este punto es cuando nosotros podemos repasar delante de Dios no solo si conocemos la vida de
Cristo, sino si nuestras prácticas de piedad no están también un poco vacías. Piénsalo. Rezas por la
mañana, vas a Misa con frecuencia e incluso tratas de rezar el Rosario. ¿Entraría Cristo azotando con
cordeles en tu «plan de vida» porque se ha convertido en algo sin amor, sin espíritu, vacío? ¿Los años de
prácticas piadosas quizá han vaciado tu entusiasmo?

No lo olvides: en cada una de esas prácticas puedes encontrarte con Dios mismo. Reflexiona: Pedro,
Andrés, María Magdalena... se encontraron con Cristo y mira lo que hicieron. Lo mismo todos los santos.
Lo mismo el beato Juan Pablo II, por ejemplo. Y ya ves sus vidas: mira cómo le querían... ¿me encuentro
con Cristo en cada práctica de piedad? ¿Cómo podré poner más espíritu en cada una de ellas?
Deja que la Virgen te ayude... seguro que tiene buenas ideas.
CUARESMA
LUNES DE LA TERCERA SEMANA

1. Parece que en el mundo de hoy cuesta más creer. 2. Fe natural. Confianza en Dios para poder ver
«sus cosas». 3. La fe exige humildad. Obedecer aunque no entienda.
Lecturas de la Misa: • 2 R 5, 1-15a. • Sal 41. • Lc 4, 24-30.

1. «A los jóvenes de ahora parece que les cuesta más creer. No sé por qué. Quizá es que uno no crece
más deprisa por más que quiera. A un primo mío lo nombraron agente del orden público cuando tenía
dieciocho años. Por entonces ya estaba casado y tenía un hijo. Un amigo con el que me crié era
predicador a esa misma edad. Pastor de una pequeña iglesia rural. Se marchó de allí para irse a Lubbock
unos tres años después y cuando les dijo a todos que se marchaba se quedaron sentados en la iglesia
llorando a lágrima viva. Mujeres y hombres por igual. Él los había casado y bautizado y enterrado (...). A
la gente de ahora les hablas del bien y del mal y te expones a que se sonrían. Pero yo nunca tuve dudas
acerca de cosas así. Cuando pensaba en cosas así. Y espero no tenerlas nunca» [14].

¿Será verdad que hoy cuesta más creer? Quizá sea verdad que falta fe porque cuesta crecer, porque
cuesta asumir responsabilidades, porque cuesta madurar.
Falta fe porque constantemente se nos vende la mentira de que es posible una vida cómoda, una vida
entregada a los placeres y al consumo.
En definitiva, falta fe porque falta humanidad: cuando dejamos de amar, cuando dejamos de desear lo
bueno, de tener metas altas, y pactamos con nuestros pecados y debilidades, ocurre que el bien y el mal
se convierten en motivo de risa, y la fe es una experiencia ridícula que no interesa al hombre entregado a
su satisfacción más inmediata.
Jesús se topó con la falta de fe en Nazaret, el pueblo donde creció y se hizo mayor. Por eso, en la
sinagoga, les dedica un discurso muy duro: Dios está dispuesto a conceder muchos bienes a los hombres,
pero quiere una respuesta de fe que no encuentra entre los habitantes de aquel lugar.

Esta vez nada nos dice el Evangelio de lo que sintió Jesús a propósito de esa falta de fe. Sin embargo,
más adelante, veremos a Jesús muy triste ante el poco amor a Dios de su pueblo, y se lamenta: «Cuando
venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18, 8).
Nosotros queremos renovar nuestra fe en este rato de oración; postrarnos delante de Dios y pedirle que
nos dé una fe más viva, un amor más sincero durante esta Cuaresma y toda nuestra vida.

2. La fe es una actitud natural para todo hombre. Existe, por así decido, una fe natural en todos los
seres humanos; no se puede vivir sin esa fe que nos lleva a confiar en las cosas más cotidianas de cada
día.

El día se compone de muchísimos actos de confianza, pequeños y constantes. Uno confía en que al salir
de la cama no haya un agujero en el suelo que te precipite al piso de abajo; confiamos en que el sol haya
salido por la mañana (no pensamos cada día si será el fin del mundo o estallará una guerra que nos
destruirá a todos); salimos a la calle sin miedo a que haya una zanja que nos lleve al centro de la tierra o
la antimateria haya acabado con todo.

Hacemos actos de fe constantemente: nos fiamos de que, por ejemplo, Inglaterra es una isla aunque no
hayamos recorrido todos sus bordes o de que el móvil que tengo entre las manos no va a estallar en
cualquier momento. Lo mismo se podría decir de nuestros familiares y amigos: confiamos continuamente
en que no nos fallarán, sobre todo, porque les queremos.
Sin embargo, cuando se trata de cuestiones religiosas, comenzamos a hacer preguntas que jamás
haríamos en lo que se refiere a esta fe natural. Dudamos, porque hemos sido educados en un mundo que
duda de lo sobrenatural. Por más que tengamos pruebas cotidianas del amor de Dios, nos cuesta
muchísimo confiar en Él. Es difícil mantener la confianza en Dios.

Tenemos que pedirle a Dios una fe más sincera y ojos para ver su misericordia en las cosas más
cotidianas. Es probable que hayas recibido muchísimas muestras del amor de Dios; pequeños regalos
todos los días: aquella experiencia de oración, aquella convivencia, tus amistades, tus amores, una
peregrinación, tu familia...
¡Pídele al Señor ojos para ver! ¡Un alma capaz de reconocer los dones de Dios! Dios normalmente no
hace cosas extraordinarias: su cuidado es diario e interior. Son necesarios unos ojos de fe para poder
verlo. Alimenta tu fe.
Pídeselo: quiero ver, en este rato contigo, todas las cosas que haces por mí sin que me dé cuenta.
¡Ayúdame a verlo!

3. Tener fe implica, en primer lugar, una cierta humildad. En la primera lectura, Naamán el Sirio estaba
enfermo de lepra. Al visitar al profeta Eliseo recibe un mandato desconcertante: debe ir a lavarse su lepra
al río Jordán. Naamán juzga que es un río ridículo, y que la orden no tiene sentido. Se vuelve a su casa
furioso. Pero son sus siervos los que le hacen entrar en razón: si el profeta te hubiera pedido un
imposible, quizá sería difícil hacerlo, pero por probar no pierdes nada.
La humildad de Naamán es ahora aún mayor. Quizá otro gobernante de aquel tiempo hubiera hecho
juzgar y encarcelar a aquellos siervos por insolentes. Naamán, no; antes bien, los escuchó e hizo lo que le
decían. Naamán, gran rey de Siria, obedeció a sus siervos.

Y es que la fe, en su primer nivel, significa fiarse de lo que nos dicen, aunque nos parezca absurdo o
aunque nos parezca que viene de gente menos inteligente o poderosa que nosotros. En cristiano, la fe
implica fiarse de la Iglesia, aunque a veces no lo veamos. Por eso, antes que negar algunas de las cosas
que la Iglesia manda, conviene obedecerlas: porque será la única manera de comprenderlo en un futuro.
Así le ocurrió a Naamán. Obedeció. Y comprendió. Se fue a lavar al río... y quedó limpio. Es entonces
cuando pasa a tener una fe verdadera y hace acto de profesión de fe: verdaderamente no hay más Dios
que el de Israel. Ha llegado al convencimiento interno, al amor y a la obediencia sincera ya no a sus
siervos, sino a Dios mismo.
Renueva tu fe en este rato de oración. ¿Hay elementos de la doctrina de la Iglesia que has excluido de
tu vida moral? Prueba a obedecer... y luego verás qué razonable es todo. Y entonces tendrás una fe viva
que dará gran paz a tu corazón.
CUARESMA
MARTES DE LA TERCERA SEMANA

1. Dios perdona siempre, Dios comprende siempre. 2. Nosotros también debemos tolerar los defectos
de los demás. 3. Aprender a soportar la injusticia.
Lecturas de la Misa: • Dn 3, 25.34-43. • Sal 24. • Mt 18, 21-35.

1. Era la segunda vez que, en un mismo día, aquel muchacho se acercaba al confesonario. Iba pesaroso,
porque por la mañana se había confesado... y por la tarde volvía a confesarse de los mismos pecados. Iba
nervioso, rezaba internamente para que no estuviera el mismo sacerdote que le había atendido aquella
misma mañana. –«Si me ve, ¿qué va a pensar?».

Buscó en los confesonarios. –Hay muchos sacerdotes en esta iglesia, no creo que tenga tan mala suerte.
Sus peores presagios se cumplieron. Entró con miedo a recibir el sacramento de la penitencia. El
muchacho, como pidiendo perdón, prefirió reconocer de primeras que él era el mismo que se había
confesado por la mañana. Mejor eso a exponerse a que se lo pregunte el cura y sea más vergonzoso
todavía. –¿Qué me va a decir?
Sin embargo, un gran consuelo inundó su alma con los consejos de aquel anciano sacerdote. El cura lo
miró con misericordia y le dijo que no se apurara, porque, si Jesús había dado el consejo a los hombres de
perdonar setenta veces siete cada día, ¿acaso no lo iba a practicar Él mismo? Por tanto, no debía temer ni
preocuparse, Jesús también perdona setenta veces siete al día; no pasaba nada porque viniera a
confesarse dos veces en un día...
Dios es, sin duda, el primero dispuesto a practicar esta exigencia de perdón. Dios es el Señor de la
parábola que fue capaz de perdonar una suma increíble de dinero. Aquello era impagable para ningún
hombre durante toda su vida y varias vidas más que tuviera: el denario era la paga de un día de trabajo.
Así es el amor de Dios. Lo experimentamos cada vez que recurrimos sinceramente al sacramento de la
confesión. Pero además lo conocemos bien por aquellos pequeños actos de contrición que podemos hacer
cada día o cada momento, por los efectos beneficiosos de santiguarnos con agua bendita o sencillamente
dirigir la mirada al cielo pidiéndole perdón y fuerza.

Es una consideración muy consoladora para hacerla en la intimidad de la oración: Dios perdona
siempre; Dios comprende siempre.

2. Son precisamente nuestras faltas las que nos permiten, si somos humildes, ser más comprensivos
con los demás. Por eso, confesarse frecuentemente (cada semana, cada quince días, cada mes) y no ser
paciente con los demás es una contradicción.
¿No te das cuenta de que Dios te perdona siempre las mismas cosas, las mismas ofensas, los mismos
pecados? Dios no nos rechaza: no nos manda lejos, no nos repudia, no nos condena. Sencillamente, y
siempre, las mismas palabras: yo te absuelvo.
Si nosotros tenemos siempre las mismas ofensas hacia Dios y nos perdona siempre, ¿por qué no
hacemos lo mismo con las faltas cotidianas del prójimo que tanto nos enfadan?

Nos cansan cosas minúsculas de los demás que nos hacen perder la caridad: nos molesta que nuestra
madre hable alto, que aquella otra persona haga ruido mientras come, que siempre me pida las cosas con
brusquedad o que sencillamente me maltrate o me ningunee. Dios no se cansa con nuestros defectos,
¿por qué te cansas tú de los defectos de los demás?
A los hombres nos suele agotar que se repitan las cosas. La primera vez uno es más tolerante, pero
conforme los agravios se repiten se hacen más insoportables. Y podemos pensar que a Dios le pasa lo
mismo con nuestros pecados, como si nuestras faltas le resultaran insoportables. Pero no es así.

Por eso, si no somos capaces de perdonar las pequeñeces de nuestros familiares y amigos, seremos –es
duro pensarlo– merecedores del reproche del Señor en la parábola del Evangelio de hoy: «y el Señor,
encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía. Pues lo
mismo hará mi Padre celestial con vosotros, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

3. Se aproxima el tiempo en el que celebraremos la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Allí veremos al
Verbo de Dios, aquel a quien se someten todos los hombres de todos los tiempos, humillado por el poder
de los hombres, azotado y destrozado por las torturas de nuestra maldad y de nuestros pecados. Y Jesús
callará camino del Calvario. Y sabrá perdonar en el trono de la cruz: perdón para el ladrón arrepentido,
perdón para todos los hombres «porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).
«Perdonemos siempre, con la sonrisa en los labios. Hablemos claramente, sin rencor, cuando pensemos,
en conciencia, que debemos hablar. Y dejemos todo en las manos de Nuestro Padre Dios, con un divino
silencio –Iesus autem tacebat (Mt 26, 63), Jesús callaba–, si se trata de ataques personales, por brutales e
indecorosos que sean. Preocupémonos solo de hacer buenas obras, que Él se encargará de que brillen
delante de los hombres» [15].
Así debe ser nuestro perdón. Una sonrisa a las faltas pequeñas de cada día. Ser comprensivos: Jesús lo
fue, Jesús lo es. No ser susceptibles: comprender que es normal que pasen algunas cosas. No sacar las
cosas de quicio. Y, si hay personas que me hacen de menos, comprender que mucho más humillaron a
Jesús.

Y, si un día vienen a nuestra vida grandes tribulaciones y ofensas del prójimo, comprender que el
silencio será nuestro mejor aliado. Entonces esas ofensas recibidas en silencio darán fruto, como la
Pasión y la Cruz dieron por fruto nuestra salvación.

Si nos comportamos de otro modo, criticaremos o trataremos de salvar nuestro honor, haciendo crecer
nuestro orgullo, buscando compensaciones personales... y vaciando nuestro corazón. No nos dejemos
engañar: ante los ataques más graves, el silencio es la mejor salida y la más sobrenatural.

Pidámosle a la Virgen un corazón como el suyo, tan semejante al de Jesús, manso y humilde, capaz de
perdonar las ofensas pequeñas y grandes.
CUARESMA
MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA

1. A lo grande se llega por lo pequeño. 2. Cuando hay amor, todo es importante. 3. Hacer el propósito
de no olvidarnos de Dios cuidando los mandamientos.
Lecturas de la Misa: • Dt 4, 1.5-9. • Sal 147. • Mt 5, 17-19.

1. A lo grande se llega por lo pequeño. Para lo bueno o para lo malo. Si uno quiere ser grande, tendrá
necesariamente que cuidar cada una de las pequeñas cosas que componen su vida cotidiana. Para ser
malo, es exactamente el mismo camino pero al revés: basta descuidar primero las cosas pequeñas, luego
otras más grandes, para, finalmente, dudar de la importancia de la fidelidad y de la perseverancia. A lo
grande se llega por lo pequeño, para lo bueno y para lo malo.

En muchas ocasiones nos «acostumbramos» a nuestras cosas malas. Y no nos parece mal:
sencillamente pactamos a la baja.
Y, sin embargo, Jesús nos dice en el Evangelio de hoy que «el que quebrante uno de estos preceptos
menores será el menor en el reino de los Cielos» (Mt 5, 19). Digamos que a Jesucristo no le satisfacen
esos pactos a la baja, no tanto porque quiera hacernos la vida difícil, sino porque quiere llevarnos muy
arriba.
Comenta el escritor del thriller «No es un país para viejos» que «hace tiempo leí en un periódico de
aquí que unos maestros encontraron de casualidad una encuesta que enviaron en los años treinta a varias
escuelas del país. Incluía un cuestionario sobre cuáles eran los problemas de la enseñanza en las
escuelas. Y encontraron unos formularios que habían enviado desde varios puntos del país respondiendo
a estas preguntas. Y los mayores problemas mencionados eran cosas como hablar en clase y correr por
los pasillos. Mascar chicle. Copiar deberes. Cosas por el estilo. Cogieron uno de los impresos que estaba
en blanco, hicieron fotocopias y los volvieron a enviar a las mismas escuelas. Cuarenta años después. Y he
aquí las respuestas: violación, incendio premeditado, asesinato, drogas, suicidio. Me puse a pensar en
eso. Porque la mayoría de las veces, cuando digo que el mundo se está yendo al infierno, la gente
simplemente sonríe y me dice que me estoy haciendo viejo. Que ese es uno de los síntomas. Pero lo que yo
creo es que cualquiera que no vea la diferencia entre violar y asesinar gente y mascar chicle tiene un
problema mucho mayor que el que tengo yo. Y cuarenta años tampoco es tanto. Tal vez los próximos
cuarenta sacarán a la luz algún problema más. Si no es demasiado tarde» [16].

Cuarenta años bajando el nivel.


Pacto a la baja: consiste en dejar de rezar un día que no nos apetece; en levantarse por la mañana con
gran dificultad mucho más tarde de lo que debiéramos; en retrasar las obligaciones generando de ese
modo un agobio que hace que nuestro carácter sea duro o agrio...

Cuaresma: tiempo de cambio. ¿En qué cosas veo que he rebajado la exigencia?

2. En tiempos de Jesucristo, los judíos discutían, constantemente, sobre cuáles eran los preceptos más
importantes de la ley. Les preocupaba mucho distinguir unos de otros con ánimo, a la larga, de no prestar
atención a aquellos que resultaran menos relevantes.
Jesús salda la discusión de un modo muy tajante: todos los mandamientos son importantes. Esto debe
entenderse bien: todos son importantes no porque Jesús quiera imponernos miles de cargas, sino porque,
para el Amor, todo es importante.

Cuando uno está enamorado, son precisamente las cosas pequeñas las que más se valoran. Cuando un
chico tiene un detalle con la chica a la que quiere, aun siendo una cosa absurda o pequeña, ella
experimenta una alegría interior muy grande. Pensará con satisfacción que ese chico se ha acordado de
ella.
Los pequeños detalles dan muestra de la dimensión del amor, porque muchas veces son manifestación
de que el amado está siempre en el corazón de la persona que le quiere. Las obras concretas son
expresión de algo mucho más bonito: él siempre piensa en mí... me tiene todo el rato en su cabeza.

Ese es el sentido de los mandamientos cuando se tiene espíritu de enamorado. Cada precepto, por
pequeño que parezca, es una ocasión para dar a Dios y a los demás una muestra de afecto, de cariño, de
amor.
Dicho de otra manera, cuando hay amor, los mandamientos de Dios no son pesados pues, al igual que
ocurre con las personas que se quieren, estas «muestras de cariño» tienen sentido.
Nuestra indiferencia ante los pecados veniales bien puede ser, en este orden, una buena muestra de
nuestra falta de amor, porque descuidamos lo pequeño, como si no tuviera importancia... y entonces
descuidamos el amor de verdad.

3. En la primera lectura vemos, justamente, esta relación que existe entre el amor y los mandamientos.
Dios dice a su pueblo que deben ser una nación orgullosa, porque ninguna tiene tan cerca de ellos a sus
dioses. ¿Qué nación tiene a su Dios tan cerca como lo tenemos nosotros? Saben que Dios los sacó de
Egipto, donde eran esclavos, y los llevó a una tierra buena donde pueden adorar a Dios y vivir
pacíficamente. Saben que Dios es bueno. Saben, dicho coloquialmente, que Dios está por ellos, está con
ellos.
Pero es Dios mismo quien les advierte. Él hizo muchas cosas por el pueblo de Israel: les abrió el mar
Rojo, les alimentó en el desierto con el maná, con codornices... y, sin embargo, el pueblo puede
convertirse en un ingrato y apartar su corazón del amor de Dios; decir a Dios ya no te necesito. Basta con
abandonar los mandamientos.

Es lógico: el enamorado que se dedica a ir con otras chicas, a jugar con la tentación, a buscar solo su
propio placer o su propio bienestar... es cuestión de tiempo que deje de ser depositario del amor de la
otra persona. Es normal. El amor tiene sus normas.
Igualmente el amor de Dios. Es necesario que los que nos sabemos cristianos volvamos a enamorarnos
de Dios y queramos cumplir con delicadeza cada una de las más pequeñas exigencias del amor. Un «no»
grande al pecado venial. Luchar por lo pequeño.
CUARESMA
JUEVES DE LA TERCERA SEMANA

1. Jesús es capaz de leer en los corazones de los hombres. 2. Conocernos como Dios nos conoce: tarea
prioritaria de la sinceridad. 3. El examen de conciencia.
Lecturas de la Misa: • Jr 7, 23-28. • Sal 94. • Lc 11, 14-23.

1. Él, leyendo sus pensamientos... Jesús era capaz de leer dentro de las personas; lo hemos escuchado
tantas veces que quizá no reparamos en ello. «Jesús», podemos decirle, «¿quién eres tú, capaz de leer los
pensamientos de los corazones de los hombres?».

Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis
pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me
cubres con tu palma (Sal 138, 1-5).

¿Quién es aquel que es capaz de expulsar demonios y de conocer las intenciones más profundas que
calan en el corazón de los hombres? Cristo, ¿tú quién eres?
Estas y otras preguntas se hacían los contemporáneos de Jesús. Se la hicieron los fariseos y decidieron
condenar a Jesús como un demonio más: expulsa los demonios por el poder de los demonios. Tanta era su
capacidad de permanecer inmunes a la acción misericordiosa de Jesucristo.

Es momento de reconocer, oh, Jesús, Dios y Señor nuestro, tu proximidad en cada instante de mi vida.
Es momento de experimentar, o al menos de querer conocerlo alguna vez, que Jesús está muy cerca de
nosotros, que se encuentra muy cerca de ti. Conoce tus pensamientos, y puedes preguntarte ahora, en
este momento de oración, si Jesús está contento contigo. Jesús conoce y juzga los corazones de los
hombres, los quiere a la medida de un amor puro... ¡y qué difícil nos resulta!

Estamos en Cuaresma: y esta es la auténtica conversión que Dios nos pide: dame, Señor, un corazón
puro; renuévame por dentro con espíritu firme (Sal 50, 12). Somos incapaces de frenar nuestros impulsos
interiores, nuestro juzgar mal a los demás, nuestra mirada sensual hacia otras personas, nuestra
impaciencia al ver la lentitud de los demás. Nos reprimimos para no exteriorizarlo: pero, por dentro, el
corazón está que rabia. Y Dios lo sabe. Dame, Señor, un corazón puro.

2. Por eso, ¡qué importante es la sinceridad! ¡Qué importante reconocer delante de Dios y de uno
mismo quién soy verdaderamente! Porque, en muchas ocasiones, aun diciendo toda la verdad en la
confesión o en la dirección espiritual... no somos, de ninguna manera, sinceros del todo, sencillamente,
porque no nos conocemos. Nos negamos a profundizar en nuestro corazón, huyendo de formar una
imagen verdadera de nosotros mismos. Subimos a lo alto, bajamos a lo profundo, huyendo de conocernos,
pero si me acuesto en el abismo allí te encuentro, si escalo al cielo allí estás tú (Sal 138, 8).

Jesús nos acompaña en todo instante no para juzgarnos con severidad, sino para que nos juzguemos
con realismo y podamos gozar de la paz que da la aceptación de uno mismo, que no es otra cosa que el
reflejo del grandísimo amor que Dios tiene por nosotros. Es como si Jesús quisiera decirnos: «te quiero
con tus defectos. ¿Por qué tú no te quieres con tus fallos y te niegas a reconocerlos?».

El elemento fundamental de una sinceridad salvaje no es tanto decir siempre la verdad, condición
básica para tu crecimiento espiritual, sino aumentar –esforzarnos más– el conocimiento de nosotros
mismos.
Coméntaselo a Cristo en este rato de oración y de silencio: ¿qué es lo que tú lees en mi interior, Jesús
mío?

3. El examen diario de conciencia será una ayuda imprescindible para vencer en la tarea de la
sinceridad. Pensar, cada día, cómo obré a los ojos de Dios y de los hermanos. Pensar, todas las noches
antes de dormir o todas las tardes, haciendo un parón en medio de las labores, cómo actué y cuánto fui
capaz de amar en ese día.
Son infinitos los modos de hacer el examen de conciencia. Pero ten en cuenta que, mientras no haya
examen, el enemigo seguirá sorprendiéndote en tu vida, y encontrarás situaciones de tristeza, de
incomprensión y de infidelidad que tienen su explicación en un escaso conocimiento de ti mismo y de una
reducida confianza en Dios que puede ayudarte.
Dedicar a esta labor cuatro minutos debe ser una tarea prioritaria en esta Cuaresma. Sencillamente,
repasar el día, quizá por la noche, recogiéndote en silencio unos minutos: unas veces puedes hacerte
algunas preguntas que te hayas preparado (un esquema de examen); otras, simplemente, preguntándote
qué has hecho bueno y malo ese día y qué podrías haber hecho mejor; o, finalmente, repasando una lista
de tus diez o quince puntos fundamentales de lucha que has seleccionado para pensarlos al final del día
delante de Dios.

Los frutos del examen deberás anotarlos, para llevar una cierta contabilidad de tu lucha que te ayude a
no olvidarte de quién eres tú y quién es Dios: «Examen. –Labor diaria. –Contabilidad que no descuida
nunca quien lleva un negocio. ¿Y hay negocio que valga más que el negocio de la vida eterna?» [17].

Pídele ayuda a la Virgen al comenzar tu examen de conciencia. Ella te enseñará a conocerte como Dios
te conoce, y te ayudará también a terminar tu examen diario con un acto de contrición, pidiendo perdón
al Señor y fuerzas para responderle mejor al día siguiente.
CUARESMA
VIERNES DE LA TERCERA SEMANA

1. El mandamiento más importante es amar. 2. A veces los mandamientos cuestan: confiar en Dios. 3.
Pedir a Dios la humildad para perseverar amando.
Lecturas de la Misa: • Os 14, 2-10. • Sal 80. • Mc 12, 28b-34.

1. Los judíos tenían decenas de mandamientos que regulaban hasta el más pequeño comportamiento de
la vida cotidiana; se habían multiplicado de tal modo, que eran imposibles de vivir. Ya no solo existían los
diez mandamientos, sino que también había muchísimos mandatos que regulaban las cosas más pequeñas
y lo que conseguían al final es que la vida se hiciera insufrible.

Por esta razón, el escriba que se acerca hoy a Jesús en el Evangelio en el fondo busca una respuesta
que le haga posible cumplir la voluntad de Dios en su vida. Cuando le pregunta a Jesús cuál es el
mandamiento más importante, le está preguntando poder vivir íntegra su vida de fe.
Jesús debió de apreciar pureza de corazón en este escriba y le responde con delicadeza. Por un lado,
evita la polémica de señalar unos mandamientos sobre otros y, por otro, da idea de la exigencia de la vida
cristiana: todos los mandamientos son importantes cuando hablan de amar a Dios y al prójimo.

Hoy también muchas personas consideran insufribles los mandamientos, y de algún modo se acercan a
Jesús con la misma pregunta del escriba: ¿Cuál es el mandamiento más importante? Pero estos no son
sinceros como aquel escriba: sencillamente tratan de quitarse de encima algunos mandamientos porque
les parece que sobran. Sobra la pureza, sobra la castidad, sobra la limpieza de corazón. Sobran muchas
cosas que atentan contra la vida cómoda que muchos quieren llevar. Y tratan de justificarse, como si Jesús
no pidiera esas cosas.
Nosotros, en nuestra oración podemos revivir la escena del Evangelio: acercarnos con toda sinceridad
al corazón mismo de Jesús para preguntarle si de verdad todos los mandamientos son importantes. Y
escucharemos de nuevo la misma respuesta de nuestro Dios: para quien ama no hay mandamiento
pequeño.

2. Jesús no nos pide que comprendamos la verdad de todos los mandamientos desde el comienzo de
nuestra vida cristiana. Lo que sí nos pide es que nos fiemos, que creamos en su palabra.
Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta enseguida de lo bien que estamos cuando
tratamos de cumplir los mandamientos. Si consideramos que la pureza no se puede vivir, que nadie la
cumple, que es imposible ser casto en el siglo XXI... nunca comprenderemos la belleza de tener un
corazón limpio. Y así pasa con cada uno de los mandatos de la ley de Dios.

Es imposible comprender la verdad de los mandamientos si no nos fiamos de Dios. La vida, en un cierto
sentido, es saber de quién te fías. Conviene fiarse de nuestro Señor Jesucristo, que no quita ninguno de
los diez mandamientos porque sabe que son la custodia del amor en nuestra vida. Quita alguno de ellos, y
pronto entrará el desamor en tu alma y en tu corazón.
Alguno podría pensar que es mejor no conocer los mandamientos, para poder así hacer lo que uno
quiera y no sentir el peso de la conciencia. Quien así piensa no ha comprendido que los mandamientos
son un gesto de la misericordia de Dios con nosotros.

Es mucho mejor conocer el modo de tener salud y esforzarse por conservarla que estar enfermo, no
darse cuenta y seguir haciendo lo que a uno le viene en gana, porque puede que, cuando te quieras dar
cuenta, ya sea tarde.
En el alma pasa lo mismo: puede resultar divertido no conocer los mandamientos, pero también puede
pasar que, cuando, al paso de los años, uno quiera ser fiel y vivir de amor, la enfermedad ya se haya
apoderado de toda el alma.

Dile a Dios que quieres amarlo sobre todas las cosas. Dile que quieres servir de verdad, ser generoso,
¡entregarte! Dile que te piensas esforzar en eso que te cuesta tanto, y que quieres hacerlo por amor. Dile
que quieres amar mucho más... y entonces verás qué razonable es cada una de las cosas que Él te pide.

3. ¡Qué bueno es que nos pongamos cara a cara con Jesús en este rato de oración y le pidamos amorosa
fidelidad!
Queremos el espíritu de los primeros cristianos, que comprendieron que el amor a Dios y al prójimo fue
lo primero, y eso les llevó a muchos hasta la muerte. Supieron amar en tiempos difíciles y gracias a ellos
nosotros seguimos conociendo lo que es el amor de verdad.
Queremos –díselo a Jesús– un corazón generoso, puro, limpio, casto. Aquellos primeros cristianos no
participaban en los desenfrenos de su tiempo ni en tantos desórdenes morales que les rodeaban. Nosotros
tampoco queremos ser menos. No vale la pena tener envidia de los malos. La vida cómoda es una
mentira: no queremos disculparnos de ningún mandamiento... porque queremos amar de verdad y hasta
el final.

Somos frágiles, díselo, y a veces tenemos envidia del que obra mal. Nos parece que su vida puede ser
más divertida y nos vemos capaces de abandonar este camino nuestro ante la primera tentación. De
hecho ya te ha pasado alguna vez... Somos débiles.
La Virgen lo sabe, y está dispuesta a darte toda su ternura para que nunca abandones a Jesús en este
difícil camino de amar siempre. A Ella, que ahora nos escucha, y que fue fiel hasta el final, le pedimos con
humildad participar de su misma fidelidad para levantarnos siempre de nuestras caídas y no pensar
nunca que podemos prescindir de ninguno de los mandamientos, porque en ese momento habremos
renunciado a amar hasta el final.
CUARESMA
SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA

1. El grupo de los creyentes que no sirven a Dios. 2. De nada sirven las obras exteriores, si no hay
pureza y humildad de corazón. 3. La humildad comienza por la oración.
Lecturas de la Misa: • Os 6, 1-6. • Sal 50. • Lc 18, 9-14.

1. Algo ha llamado la atención de nuestro Señor Jesucristo. Dice el Evangelio de hoy que Jesús dirigió
una parábola «a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los
demás». No sabemos por qué se dirigió a ellos en esta ocasión. Quizá había venido a verle un grupo
grande de fariseos o le habían invitado a una casa llena de hipócritas. Sencillamente vemos a Jesús,
entonces en el evangelio, ahora en nuestra oración, dolido por la arrogancia de los hombres. Jesús sufre
al ver a aquella raza de hombres que trata con desprecio a los demás pero... ¿a quién se dirige
exactamente Jesucristo?

Ser creyente significa haberse encontrado con Dios y servirle. Es inconcebible ser creyente y no
disfrutar siéndolo. Has conocido a Dios; ¿qué te preocupa? Hablas confiadamente con el todopoderoso,
¿qué te hace perder la calma? Por eso, el creyente de verdad es alegre, porque nada puede sustraerle de
la compañía de Dios. El creyente trata de amar a Dios, pero lo que le consuela es saber que Dios le quiere
mucho más.
Pero también existe otra raza de creyentes. Son los que encontraron a Dios y no le sirven.
Sencillamente no le aman. Pasan, en realidad, del Dios a quien dicen conocer. Son aquellos que «se
pierden en la medida que lo han encontrado. Le sirven tanto menos cuanto se sirven a sí mismos» [18].

Así eran los fariseos. Personas que habían encontrado a Dios y no le servían. Se buscaban en todo a sí
mismos en todo lo que hacían.
Así somos nosotros, cuando pensamos que sabemos más que los demás; cuando suponemos que somos
unos tipos geniales a los que Dios creó con especial empeño; cuando nos comparamos y nos consideramos
mejor que los demás.

Así somos cuando decimos ser cristianos y no rezamos, cuando profesamos la fe en la Iglesia pero
somos incapaces de tener intimidad con Dios, cuando somos perfeccionistas y esclavos de nuestra fama
ante los demás.

Es fácil criticar a las personas a quienes hoy se dirige Jesús en el Evangelio pero conviene que te
preguntes... ¿no formarás parte tú, de algún modo, de este grupo de creyentes sin amor?

2. Porque de nada sirven las obras exteriores, si no hay pureza de corazón.


El fariseo ni robaba ni adulteraba, pagaba el diezmo de todo lo que ganaba y contribuía a las
necesidades del templo... ¿y? Un corazón arruinado por la envidia, una vida contaminada por el desprecio
al prójimo, un alma orgullosa y una mente llena de vana autosatisfacción eran su auténtico tesoro. El
fariseo consideraba que lo hacía todo bien; y quizá era así. Pero la conducta que el Señor quiere es
interior, de humildad, de servicio, de amor, de pureza.

Por eso, ante el durísimo reproche del Señor en la parábola de hoy, nosotros también debemos pensar
qué corazón tenemos, qué alma llevan nuestros cuerpos. Si acaso voy a Misa, comulgo, me confieso y
rezo... y sin embargo no hay humildad verdadera en nuestras obras. Y es que Jesús ha sido claro: todo el
que se enaltece será humillado.
Repasa con sencillez, delante de Dios, cuánta es tu humildad. Háblalo con él, sin miedo. Dile que
quieres un corazón puro y «Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de
humildad: –pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás; –querer salirte
siempre con la tuya; –disputar sin razón o –cuando la tienes– insistir con tozudez y de mala manera; –dar
tu parecer sin que te lo pidan ni lo exija la caridad; –despreciar el punto de vista de los demás; –no mirar
todos tus dones y cualidades como prestados; –no reconocer que eres indigno de toda honra y estima,
incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees; –citarte a ti mismo como ejemplo en las
conversaciones; –hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan; –
excusarte cuando se te reprende; –encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el
concepto que de ti tiene; –oír con complacencia que te alaben o alegrarte de que hayan hablado bien de
ti; –dolerte de que otros sean más estimados que tú; –negarte a desempeñar oficios inferiores; –buscar o
desear singularizarte; –insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu
honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional...; –avergonzarte porque careces de ciertos
bienes...» [19].

3. Con todo, la humildad no es fruto de un esfuerzo personal. Es difícil ser humilde. Es, en definitiva, un
don de Dios. Debes aplicarte en cada una de las cosas que acabas de leer, pero sobre todo conviene que lo
pidas a Dios.
El publicano de la parábola estaba en disposición de pedir porque sabía rezar. El fariseo, no. Hasta en
la oración se puede ser soberbio. Es más, en la oración se puede ser especialmente soberbio, ya que la
soberbia es una enfermedad del espíritu.
Ponerse en última fila, que significa saber que cuando rezo hablo con Dios mismo y que eso es un
privilegio que estremece. No atreverse a levantar los ojos al cielo, que significa mi miedo a ver a Dios
cara a cara, ¿por qué?, por su grandeza, por mi pequeñez, por el peso de los pecados cometidos tantas
veces perdonados. Y golpearse el pecho, como si el alma del humilde solo pudiera decir «perdóname, Dios
mío» al pensar que estoy delante de la belleza misma.

Un sacerdote mayor decía a un grupo de chicos y chicas: «ya que es imposible que los jóvenes seáis
humildes, al menos sed mortificados». Es difícil ser joven y ser humilde, porque uno piensa que lo puede
todo. Cree poderlo todo, aunque diga lo contrario.
Pues bien, siguiendo el consejo de aquel sacerdote y el de la meditación de hoy, no te agobies si no
consigues ser humilde (ya te lo dará Dios) pero al menos reza de verdad, todos los días... y trata de ser
mortificado.
Notas

[1] San Josemaría Escrivá, Surco, 795.

[2] San Josemaría Escrivá, Camino, 533.


[3] San Josemaría Escrivá, Camino, 537.
[4] J. P. Manglano, Orar con el Cura de Ars, 133.

[5] Benedicto XVI, Ángelus I Domingo de Cuaresma del 2009.

[6] San Josemaría Escrivá, Surco, 744.

[7] http://www.franciscanos.org/enciclopedia/montecorvino.htm.
[8] San Josemaría Escrivá, Camino, 1.
[9] San Josemaría Escrivá, Camino, 139.

[10] San Josemaría Escrivá, Forja, 994.


[11] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 15.

[12] San Josemaría Escrivá, Forja, 421.


[13] San Josemaría Escrivá, Camino, 2.

[14] C. McCarthy, No es país para viejos (Barcelona 2008), 127.


[15] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 72.

[16] C. McCarthy, No es país para viejos (Barcelona 2008), 157.


[17] San Josemaría Escrivá, Camino, 235.
[18] F. Hadjadj, La fe de los demonios (Granada 2010), 20.
[19] San Josemaría Escrivá, Surco, 263.

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