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“YO SOY LA LUZ DEL MUNDO”

Jesús pronunció Su segundo “Yo soy” en el lugar del Templo de Jerusalén


donde se encendían cuatro grandes lámparas en la Fiesta de los Tabernáculos,
que simbolizaban la columna de fuego que guió al pueblo de Israel por el
desierto, y representaba la presencia de Dios en medio de ellos (Éxodo 13: 21,
22). Las grandes llamas que salían de esas antorchas iluminaban
completamente el templo y se veían desde diversos lugares en Jerusalén.

La Mishná, que contiene las tradiciones orales judías, describe lo que sucedía
después que las antorchas eran encendidas1: “Hombres piadosos y de buenas
obras solían bailar con antorchas en sus manos cantando y alabando, y un sin
número de levitas tocaban arpas, liras, címbalos, trompetas e instrumentos de
música”

Para los israelitas la luz era una figura de la presencia de Dios. David dice en
uno de sus salmos: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?”
(Salmo 27: 1). En otro salmo declara: “Muchos son los que dicen: ¿Quién nos
mostrará el bien? Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro” (Salmo 4:
6). El profeta Isaías, en un pasaje que anuncia al Mesías, dice: “El pueblo
que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de
muerte, luz resplandeció sobre ellos” (Isaías 9: 2).

Fue en ese contexto que Jesús alzó Su voz en medio de la multitud en el


templo, y dijo con autoridad: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no
andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8: 12). Aquí
Jesús está afirmando Su divinidad

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Citado por R. Kent Hughes “John. That you may believe”
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Más adelante, al referirse a la incredulidad de las autoridades religiosas judías,


volvió a decir: “Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que
cree en mí no permanezca en tinieblas” (Juan 12: 46).

Donde se enciende una luz se disipan las tinieblas. En el ámbito bíblico y


espiritual las tinieblas hablan de muerte, ignorancia y pecado; la luz habla de
vida, conocimiento de Dios y santidad. La luz de Cristo nos hace vernos tal
como somos, con todas nuestras transgresiones, miserias y pecados, y nos
lleva a reconocer la necesidad de un Salvador.

Este mundo nuestro, donde abunda la violencia, el terrorismo, la drogadicción,


la degradación y la esclavitud en sus diversas formas, necesita la luz de Cristo
que disipa las tinieblas y transforma la vida de las personas. De ahí la urgencia
del testimonio cristiano, que anuncia que en Cristo hay una vida nueva.

La columna de fuego que en la noche guiaba al pueblo de Israel en el desierto,


proporcionándoles iluminación y calor, era una figura, un anticipo de la
maravillosa luz de Cristo que ha iluminado a millones, y hoy continúa
iluminando la vida de los creyentes en cualquier lugar del mundo.

Todas las personas, de cualquier edad, condición cultural, económica o social,


tienen abierta una invitación para venir a la luz de Cristo. Al arrepentirse
sinceramente de sus pecados y depositar su fe en Él como Señor, recibirán la
salvación y la vida eterna

Mario Basulto Cerda

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