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Poesia de La Iliada: Luis Gii
Poesia de La Iliada: Luis Gii
Luis Gii
p j L tema de la poesia se le ha planteado desde siempre al
hombre como uno de los más enigmáticos problemas de su
actividad creadora. Abordado por la crítica literaria, la etnología,
y recentísimamente por el psicoanálisis, es tanto lo que se ha
escrito sobre él, sobre todo en estos últimos años, que resultaría
presuntuoso por mi parte pretender ahora desvelar el misterio
de la creación poética, o definir la poesía en cuanto arte, como
premisa justificatoria del título de la presente conferencia. Mis
aspiraciones son más modestas. Para ser franco, he de reconocer
que he aprovechado la generosa hospitalidad de esta Funda-
ción, a fin de reparar, en lo que cabe, una falta señalada por la
crítica en una Introducción a Homero, de la que soy modesto
coautor con otros helenistas de la Universidad de M a d r i d : la
ausencia de un capítulo consagrado al análisis estilístico de
la Ilíada y la Odisea. Y como a nadie sino a mí le corresponde la
responsabilidad de dicha ausencia, tanto para poner al socaire a
mis colegas de ajenas culpas, como para paliar en parte la pro-
pia, me dirijo a V d s . con ánimo de hablarles de la "poesía" de
la Ilíada.
Pero, previamente, por exigencia del tema, estimo insoslaya-
ble, a despecho de toda reserva cautelosa, detenerme a considc-
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(II. X V I I 53 ss.)
(II. V I 146-49)
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siderar este punto para apreciar hasta qué extremo le eran fa-
miliares a Homero los efectos psicológicos de la poesía, y ha-
cerse una idea del ambiente que condicionaba su labor creadora.
D e los poemas homéricos, la Ilíada es parca en noticias sobre
el particular, polarizado como está el interés en las vicisitudes
de la guerra, pero no así la Odisea, en cuyo marco fastuoso y
palaciego tienen cabida los recitales poéticos. La Ilíada limítase
a dejar constancia del gozo producido por el canto, con los
mismos términos empleados para el amor o los placeres de la
mesa. En cambio, la Odisea describe repetidas veces la actitud
de un auditorio pendiente de las palabras de un hábil narrador
o de un poeta como un estado de arrobo o embebecimiento má-
gico (Od. I 337, X I 334). Las gentes escuchan en silencio en las
sombras del mègaton (Od. X I 333-34, XIII 1-2), se olvidan de
irse a dormir (Od. X I 373 ss., X X I I I 309) ; absortas en el relato
no apartan su mirada del cantor (Od. X V I I 518), o lloran de emo-
ción como Penèlope (Od. X I X 204 ss.) o como Ulises (Od. V i l i
83-92) al escuchar a Demódoco. Idéntico fenómeno ocurriría des-
pués en las recitaciones de los rapsodos, según informa Platón
(Jon 535) y ha ocurrido en todas las latitudes donde hubo poe-
sía épica. Chadwick ^, Thomson Fránkel ' han recogido testi-
monios de viajeros que asistieron a recitales de cantores en Rusia
y en Turquía, y la coincidencia en la descripción de las reaccio-
nes del público es pasmosa.
T o d o ello nos pone de relieve hasta qué punto es la poesía
de transmisión oral un arte colectivo. El poeta, que improvisa
en cada momento su relato, necesita el calor del público para su
acto creador. Diríamos, de expresamos en términos platónicos,
que requiere que se forme entre la Musa, él y sus oyentes una
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(II. I X 406-9)
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