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CONTRA-URBANISMO

Tesis preliminares para una crítica materialista de la (sin)razón urbanizadora

Andrés Eduardo Saldarriaga Madrigal*


(En: http://www.algarete.com.co/contra-urbanismo/)

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Amparada en el principio de la libre empresa se despliega de manera precisa e implacable,
tanto en las ciudades de nuestro país como en el resto del mundo, una estrategia cuyo
objetivo es la destrucción de los barrios tradicionales y la consecuente fragmentación de la
vida comunal urbana, ya de algún modo asumida por los habitantes de barrios y ciudades
como “vida tradicional”. Esta fragmentación es presentada y vendida como su antítesis, a
saber, como estrategia para la valorización de la vida comunal urbana. Los encargados de
presentar la fragmentación urbana de tal manera son los agentes inmobiliarios y los
empresarios constructores. En este sentido se revelan como los sujetos del lenguaje
inmobiliario-mercantil.

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No se trata de una estrategia urbanizadora, pues el territorio sobre el cual se despliega es la
ciudad ya urbanizada. Se trata más bien de una estrategia para la reactivación o el
relanzamiento (tras su aparente agotamiento o estancamiento) del valor de lo ya
urbanizado. Se trata, por lo tanto, de una estrategia de re-valorización.

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Esta estrategia se realiza de manera sencilla: compra de viviendas urbanas tradicionales
(casa unifamiliar de una o dos plantas), ubicadas en barrios de naturaleza valorizable,
destrucción de las casas y construcción sobre el terreno de torres de habitáculos
(denominados en el lenguaje inmobiliario-mercantil edificios de apartamentos). Las
consecuencias de esta sencilla estrategia son devastadoras.


*
Profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Correo electrónico:
eduardo.saldarriaga@udea.edu.co
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La re-valorización parece responder a la necesidad de vivienda urbana, pero en realidad
responde a la necesidad de la creación de valor mercantil. Dicho de un modo más preciso:
la estrategia de revalorización responde en sentido estricto a la única necesidad que el
capitalismo reconoce, a la valorización del valor. La necesidad a la que responde esta
estrategia es por eso la necesidad fundamental del capital: creación de más valor a partir de
la cantidad de valor existente. Expresado con términos técnicos: extracción de plusvalía del
plusvalor ya existente. Si el capital no genera plusvalía de manera constante y aumentada,
muere. La re-valorización de la tierra bajo la forma de la construcción planificada de torres
de habitáculos es la forma espectacular-mercantil en que se extrae plusvalía del plusvalor
mediante la modificación urbanista de las ciudades.

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La ciudad modificada es el espacio de vida construido sobre el terreno “originario”, luego
adecuado al transporte y al intercambio laboral/comercial, orientada en principio a la
familia tradicional y al tipo de producción que caracterizó al fordismo. Si las primeras
formas de la ciudad (y las tres Américas dan buena cuenta de esto) eran ya una forma de
fragmentación, ahora tenemos que vérnosla con estrategias de neo-fragmentación. Así se
debe entender la fragmentación de la vida familiar en nuevos modos de convivencia (o de
soledad, más bien), y la fragmentación del mundo laboral en nuevos modos de producción
(o de [auto]explotación, más bien: flexibilización y emprendimiento individual, además del
desempleo —que será objeto de la llamada “vivienda de interés social” y que al mismo
tiempo será explotado de diversas maneras por la industria de la tercerización laboral y por
las agencias de empleo, además de la industria cultural—). Por lo demás el fenómeno de la
re-urbanización de las ciudades, o de la neo-fragmentación urbana, confirma un
descubrimiento que le debemos a Karl Marx: el interés de la economía se opone siempre al
interés de la sociedad. Las implicaciones concretas de los modos de neo-fragmentación se
dejan leer ya en la denominación que adquieren los espacios: el barrio pasa a ser “sector” o
“estrato”, alto o bajo según se encuentre cerca al centro urbano, y según tal cercanía o
alejamiento valorizado en su neo-fragmentación.
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La estrategia de fragmentación de la vida urbana no es pues una estrategia para la creación
de más espacio de vida sino para la creación de más valor. La fragmentación del barrio en
unidades de vivienda no es la respuesta técnica al problema del progresivo agotamiento del
espacio habitable, sino un modo socialmente aceptado de producción de plusvalía. En
suma: una necesidad del capital —lo reiteramos: en realidad la única necesidad del capital.
De otro lado, la fragmentación del espacio urbano, su infinita subdivisión en espacios
valorizables, revela a contraluz la unidad estructural y la hegemonía política del capital: la
fragmentación mercantil del mundo humano no es otra cosa que la cara visible de la unidad
absoluta del capital.

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La neo-fragmentación del espacio urbano conlleva múltiples, a menudo ignoradas
violencias. Podemos mencionar cinco formas de esta violencia estructural (seguramente no
las únicas): 1) la apropiación de la tierra que será objeto de la neo-fragmentación se realiza
a menudo como expropiación ilegal (bandas delincuenciales especializadas en la
confiscación de casas y terrenos), aunque también como expropiación legal, por lo tanto
socialmente aceptada pero no menos humillante (ejemplo: compra por debajo del precio
justo, o venta por temor a ser víctima de la creciente precarización laboral, lo cual
impediría continuar con el mantenimiento de un espacio tradicional de vivienda); 2) el
artífice material de la fragmentación, el obrero de la construcción, está sometido a los
humores del empresario constructor, cuyos humores están a su vez determinados por el
movimiento del capital y por lo tanto por la necesidad absoluta de la creación de plusvalía,
por lo cual el obrero trabaja en suma cuando puede y como puede; 3) el comprador obtiene
la imagen de una nueva vida comunal, pero con la imagen recibe la realidad de dicha nueva
vida comunal, cuyas características más marcadas son el apiñamiento físico, el deterioro
visual del horizonte, la enajenación y destrucción de los bienes comunes bajo la forma de
un progresivo encarecimiento de los servicios públicos, y, como consecuencia última, la
paulatina y sistemática aniquilación del entorno natural; 4) los antiguos habitantes suelen
desaparecer, bien porque se extinguen, bien porque deben mudarse a sectores aún no
fragmentados y por lo tanto aún no valorizados, bien porque se integran a la nueva forma
comunal y por lo tanto desaparecen como antiguos habitantes de la extinta forma barrial; y
5) la fragmentación urbanizadora suele servir a la vocación higienista del capital, ya que lo
que se levanta como sofisticada torre de habitáculos, y que en no pocas ocasiones hunde sus
cimientos en el barro oscuro del capital —es decir: en la de manera harto ingenua y de
modo tautológico denominada “economía criminal”—, esa forma de habitar aparece como
“nuevo espacio”, como “nuevo valor”, como “nueva vida”, con lo cual la fragmentación
urbana logra la finalidad técnica del capital (generar plusvalía) al mismo tiempo que realiza
la tendencia moralista de éste (lavar el dinero, limpiarlo para que desaparezcan las manchas
de su nacimiento).

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La fragmentación de los barrios es la forma especuladora de llevar a cabo el proceso de
creación de valor sobre una mercancía que no es producida y que por lo tanto no puede ser
reproducida: la tierra. La especulación toma aquí la forma (literal) de una apuesta en el
vacío: del vacío que se levanta sobre el suelo ocupado antes por moradas menos inhumanas
se espera la generación de más valor. El especulador (empresario innovador, nuevo rico
metido a constructor, comerciante con doble contabilidad) se convierte así en alquimista y
de manera sorprendente crea valor a partir de algo que en sentido estricto no existe,
produciendo de la nada (del aire sobre el suelo) una cosa cuyo nombre más común es
“propiedad horizontal”. Ésta es en realidad, en un sentido preciso, propiedad de lo que no
tiene substancia, de un espacio creado de la nada y que se sostiene en el vacío.

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La forma especuladora de la fragmentación urbana es al mismo tiempo la forma
espectacular (léase a Guy Debord) de recreación del espacio social: el agente inmobiliario
no vende solo una vivienda, vende en realidad un modo de vida, una experiencia familiar,
una nueva sensibilidad, una nueva manera de estar en el mundo y con los otros; en suma,
una forma comunal de la mercancía. Que los magazines inmobiliarios sean la lectura
preferida de ciertos estratos sociales no hace sino corroborar el hecho de que uno de los
subproductos principales de la neo-fragmentación es una nueva configuración espacial y
emocional de la mercancía familia.

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Al final de este proceso encontramos, como objetivo del mismo, la producción de valor a
partir de una substancia extraña a la materia explotada: de la tierra se extrae valor bajo la
forma de producción de espacios habitables donde no hay tierra, a saber: en el aire.

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La paradoja (risible) de la re-valorización de la tierra consiste en que el valor se extrae del
aire, de la nada que está sobre la tierra. Las inmensas torres de habitáculos son
precisamente una forma de colonización del aire, del espacio inmediatamente ubicado sobre
la tierra donde antes se levantaba una casa. Las torres de apartamentos no representan otra
cosa que la apropiación del aire como si fuese tierra habitable. La neo-fragmentación
urbana hace parte del conjunto de estrategias mediante las cuales el capital realiza su
vocación conquistadora: mediante ella se actualiza y se mantiene la conquista del espacio
(y con él del tiempo: el tiempo de los habitantes como peatones desplazados o como
conductores, de los trabajadores de la construcción, de los deudores de hipotecas, y, en fin,
el futuro entero de todos los endeudados), conquista que es fortaleza y a la vez necesidad
del capital.

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El secreto de esta estrategia se encuentra no en la necesidad de más espacio para la vida,
sino de más valor para el valor. La fragmentación urbanizadora de los barrios es el
equivalente arquitectónico de la valorización del valor, de la especulación, de la creación de
dinero a partir de dinero, sin pasar antes por la mediación de la mercancía. La re-
valorización de la tierra renuncia, porque no la necesita, a la mediación de la mercancía-
tierra: el valor se produce a partir del uso multiplicado de la misma base material, de un
mismo terreno. En el campo se puede observar un proceso similar: no es la ciudad el
espacio conquistado por los habitantes del campo, obligados a migrar por el desarrollo
industrial de la ciudad y el declive del campo, sino que es la ciudad la que se ve obligada a
conquistar el campo. Bajo el principio de la valorización del valor, la ciudad debe realizar
esta conquista como proceso especulativo-espectacular, más exactamente bajo el modo de
una travestización del terreno, es decir, de la transformación de un terreno en su contrario
(como sucede con los condominios campestres de lujo: el campo resulta así ser lo más
civilizado). No se trata, como podría pensar cierto enfoque crítico, de una lucha a muerte
entre el campo y la ciudad. Se trata más bien de una nueva relación, en la cual la neo-
fragmentación ha superado la oposición simple y la ha convertido en una continuidad: la
ciudad no se opone al campo, porque el campo (urbanizado y rural al mismo tiempo) es la
nueva ciudad. La relación de continuidad modifica cada uno de los términos (campo y
ciudad) llevándolos a ser funciones económicas de un mismo movimiento. O dicho de otro
modo: mientras el campo se convierte en la versión rural de la ciudad, la ciudad se ruraliza
en sus sectores más pudientes —que lo hacen, por lo demás, como muestra de su
superioridad económica.

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No compartimos las lágrimas de quienes de manera romántica suspiran por la antigua vida
del barrio como si en ella se hubiera podido expresar la nobleza originaria de una supuesta
esencia ciudadana. Esas lágrimas no dejan apreciar el hecho de que el barrio, ahora
fragmentado y convertido en sector o en estrato, no era más que otra forma de
(auto)representación del capital viviente, que era ya una forma de fragmentación. La
eliminación real de la fragmentación solo puede venir de una crítica real de las condiciones
de producción del espacio en el capitalismo y de una comprensión de la manera en que
estas formas del espacio sirven a y reproducen el movimiento del capital. La crítica de la
fragmentación urbana no apunta por eso a la restitución de la vida (irremediablemente
perdida) del habitar comunal bajo la forma del barrio-obrero, del barrio-empleado, del
barrio-rico, del barrio-invasión, sino a la eliminación de toda contradicción y de toda
separación dentro del espacio convertido desde el inicio mismo de la modernidad en forma
empírica del capital. La superación de la fragmentación planificada debe ser al mismo
tiempo la superación de la fragmentación del mundo humano llevada a cabo por el capital.

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Del reconocimiento de la estrategia de neo-fragmentación se deriva la posible forma de una
estrategia contraria, a saber: destrucción de las torres de habitáculos con la finalidad de
construir en su lugar viviendas cuyo techo se alce lo menos posible de la tierra, y
determinadas en sus peculiaridades por el uso personal (sea de uno o más individuos, en
cualquier caso de un organismo vivo que podríamos llamar provisionalmente “micro-
comunidad”). Este principio resume la práctica y la teoría de lo que denominaremos de
ahora en adelante contra-urbanismo.

Epílogo
El sentido común urbanizado y el realismo político bien pensante (que así muestran ser dos
caras de la misma moneda) reaccionarán diciendo que el así llamado contra-urbanismo no
es otra cosa que un delirio utópico. A este Jano bifronte de la sensatez resignada se le debe
responder que utopía es el nombre de aquello que estalla la realidad, creando, en su
irrupción inesperada y no planeable, un nuevo tiempo. Y un nuevo espacio. Léase la
historia a contrapelo y véase cómo aquello que parecía imposible (destrucción del régimen
esclavista, abolición del principio monárquico, formulación del carácter universal de los
derechos humanos, etcétera, etcétera) se hizo de manera inesperada algo real.

Post-epílogo
“Los llamados arquitectos … y, todos ellos, los constructores y las gentes de la
construcción no son hoy más que destructores y aniquiladores de la superficie de la tierra,
con cada nueva construcción que construyen cometen un nuevo crimen, un crimen de
construcción contra la Humanidad … ¡toda construcción que hoy construyen los expertos
de la construcción es un crimen! Y todos esos crímenes pueden cometerse sin
consecuencias, incluso se anima y se invita francamente a esas gentes de la construcción,
esos criminales, sobre todo por los Estados y sus autoridades, a cubrir la superficie de la
tierra con su perversa basura intelectual y, de hecho, a cubrirla con esos horrores de
construcción de una forma y con una velocidad tales que, en poco tiempo, toda la superficie
de la tierra quedará sofocada por esos crímenes de construcción. Entonces, cuando toda la
tierra haya sido mal construida de la forma más horrible y más carente de gusto y más
criminal, será demasiado tarde, y la superficie de la tierra habrá muerto. ¡No podemos
defendernos de la aniquilación de la superficie de nuestra tierra por los arquitectos!”
(Thomas Bernhard, Corrección)

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