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SARASATE.

Micromundo en el centro de Madrid. Universo de madera y cristal. Colores embotellados y


luces de neón protegiendo la entrada a la cueva. Aire “puro”, tranquilo, estrellado, de la
noche madrileña acaricia la piel mientras se pliegan las velas del barco a la deriva, por
decisión propia, guiado a esas horas solamente casi por las megaluces del cartel publicitario
que nos ampara con la sombra de su torre, esbelta y tan rara en su ubicación. Como el
“Sarasate” en la suya.

Octubre. Noviembre. Enero. Abril. Agosto. Febrero. Junio…Voces, risas, broncas, ladridos,
lametones, secretos. Miradas que se cruzan, conversaciones que enseñan. El casco de una
moto sobre la máquina de tabaco, JB con coca-cola, Lucas moviendo el rabo desde el
escalón, Knocnando con agua en vaso ancho, Passport soda o agua, depende del momento,
el mejor grifo de cerveza de la historia, el tablero de backgammon, Van Morrison
eternamente y El País, también eterno, en el revistero, compañero inseparable de días de
lluvia. Mañanas de domingo leyendo El Semanal acompañada por el olor a flores frescas y a
café recién hecho en una vieja cafetera de esas que ya no se ven, de las que hacen un café
que no se bebe, se “muerde” y que hace que te cruces medio Madrid por una taza. Y
aperitivos de quintos y cañas, atendiendo a clientes que han dejado de ser clientes para ser
amigos. Horas sentada al amparo del cenador, fumando despacio, contemplando el Retiro
en otoño, en cualquier época del año. Bello. Bellísimo. Viendo desde una posición
privilegiada como se acerca al trote Moni Penny o como Tango llega con la lengua de fuera,
sediento y feliz porque sabe que aquí recibirá agua y carantoñas.

Noches. Muchas noches pasadas en ese recoveco de la ciudad, casi en su corazón. Hogar
extraño y mágico. Y real. En el que es imposible no aprender cada día algo, porque un hada
buena, de pelo blanco y verbo rápido, da lecciones de vida y literatura y recomienda a los
grandes entre los grandes; y una princesa vintage y fashion, sonriente y enigmática,
hermosa, te muestra la parte más cool de ti misma, y compartís un algo especial, sin
nombre, que os une aún en el transcurso del tiempo y el silencio. Y un contador de historias
reales , cazador de imágenes, es quien lleva la batuta, al menos ésa que paga el alquiler a fin
de mes y sube la persiana todos los días, o casi todos, ejem, ejem… No he puesto nombre
alguno aún. Y aquí quiero empezar: Tino. Jefe, amigo, casi un padre…Y Cris, el hada del pelo
blanco, aunque seguro que ella prefiere la denominación de bruja…Maribel, la mujer 4x4,
princesa y guerrera, Marta, dulce y fuerte, sincera, de acero y miel, mi César querido, dios
de los abrazos intensos y la frase precisa en el momento preciso, el bueno y tierno Pancho,
con sonrisa pícara que esconde una bondad que parece no querer reconocer, los
Mendizabal, los hermanísimos: Juan, Ramón, Alvarito…¡cuánto aprendido y reído con ellos!
Y cuanto calor recibido, calor del bueno, del se sabe que es de verdad…Carlos, Sonia,
Sagrario, Natalia, Cholo, el duende loco del pelo rojo, alias Chechu, y el bueno de Juanito y
su cabeza como un balón de fútbol, llena de grandes planes y grandes jugadas, y el
“Compul”, Andrés para los que no tienen tanta confianza, con su mirada azul y su voz rota
por el tabaco y por la mucha charla, cientos de conversaciones en las que pocas veces
llegábamos a un acuerdo pero de las que siempre aprendía algo, y Carlitos, el Novas, mi
“niño”. Su risa franca, su mirada llena siempre de chispitas a pesar del duro día, sus
poesías… Montse, Carmen, Silvia, María …Y Lourdes, Lou, Lou. Sincera y única. Mujer 100%
en estado puro: madre, esposa, compañera, amiga…alguien de la que no es posible
olvidarse. Como pasa con todos y cada uno de ellos. Mi casa, mi segundo hogar, el sitio
donde SOY yo, donde SOMOS nosotros. Puerto al que regresar porque sabes que
perteneces por derecho propio.

Lugar idóneo para escribir, estudiar, aprender, enamorarse, amar, volver, fortalecerse, reír
y llorar, callar, escuchar, morirse y renacer… Recoveco, micromundo, el bar más pequeñito
de Madrid, o eso al menos me ha dicho, universo de historias, de vidas engarzadas,
conectadas por finísimos hilos invisibles y fuertes como los de las telas de araña. Madera y
cristal. Olor a tabaco y a conversación. A vidas vividas de cara, apechugando las
consecuencias, sean éstas cuales sean. Barco a la deriva en un mar de cinco millones de
almas. A la deriva, pero no perdido. El destino se sabe: el destino es el viaje en sí mismo. El
camino. El día a día. El sobrevivir. Y, de nuevo, sobre eso, el Sarasate, como sus
parroquianos, sabe de lo que le están hablando.

Muchos años, muchas noches, mucho, mucho, mucho….tanto todavía!

Bilbao, Junio de 2007.

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