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LA CUEVA DE MONTESINOS
Y LA TRADICIÓN ERASMISTA
/ \ v . 'r r > r ^ DE ULTRATUMBA
C ^ " V ^ Yr V e j l y i ¿a fv<srW ^
*
Las numerosas entradas bibliográficas de la cueva de Montesinos
obligan a los críticos a utilizar toda clase de ¡-"trategias previas. Y es que
cualquier cautela es poca a la hora d* perseguir el trayecto espacial, tém
pora! y onírico de don Quijote, convertido, como apunta Martín de Ri-
quer, en un precedente de la moderna espeleología.*
... ¡as puertas de los sueños son dos, porque entre el dormir nos
ofenden y persiguen las visiones de los sueños, que parece que sa
len de las puertas del sueño. La una de éstas es de cuerno, y denota
¡os ojos, que son de aquel color y más duros que los demás miem
bros, como ¡os que no sienten frío, según dice Tulio en el 2 de la
naturaleza de los dioses. Por esta puerta sale la verdad, que es por
ia vista; porque lo que vemos, sin duda es verdad. Y así se le atri
buyen los sueños verdaderos, que dicen ios poetas; porque el cuer
no adelgazado se hace perspicuo y transparente. La otra ebúrnea,
que es de marfil denso y frágil, y se da a los sueños vanos para que
entendamos conforme a ¡a opinión antigua algunas veces las visio
nes nocturnas ser engañosas y otras verdaderas, significa ¡a boca,
porque Sos dientes son de aquel color, y sabemos que io que se ha
bla puede ser falso; y por eso salió Eneas por la puerta ebúrnea, la
cual denota en el hombre la anima! aprehensión engañosa y igno
rante de ciencia, especialmente de los que duermen.*
14!
El fragmento, conocido scguran.enfr por Cervantes. no se limi
ta. como hemos visto, al mero enunciado, sino que interpreta la ca
lidad cierta o falsa de los sueltos desde la diferencia entre lo visto y
lo contado, concediendo la verdad a lo percibido poi los ojos y la
posible falsedad a lo emitido por la boca. Dado que dei viaje a la
cueva sólo contamos con la versión oral de su protagonista, ésta
puede ser tanto cierta como engaños**, pues sólo sus palabras con
firman lo que sus ojos vieron y lo que percibió con ei resto de sus
ssaíkios.
¿Es o t a íwrño o c i c m m K m u
fe, fciaac* ssm»? ¡Ah. lodks. estás M iode!
Yo esfflhase ereyeado carao ¡oca.
%¡O ettytaAi de raí* Tá vas vcia&óo
cao presa*®ate por I«dsfcKtapsaat^
y& q a tfo m e «sss&fo «aeí Sanas*!© (JÉ¡g. ¡L w . í ¡3 -I!8 J
i
¿ g e n o
9. Ike Noliing Hauf. of>. cit.. pp. 20 y 67 y ss. El propio Que vedo es consciente de
ello en el Sufrió del infierna. Vid. Francisco de Que vedo. Sueñas y discursos, ed. de Felipe
C K. Maldonado. Madrid. Castalia. 1973. p. 106 (citan* siempre por esta ed ) Fji el Sueño
del Juicio Final presenta así los tópicos ruidos y tinieblas n la entrada de las visiones infer
nales que parodia también el Quijote: «Ucguémc por él, oí mucho ruido y quejas en la tie
rra. LJeguémé por ver lo que había y vi en una cueva honda —garganta del infierno— pe
nar muchos, y entre otros: un letrado...» (ibid., p. 86). Curiosamente cl final del «ueño
expresa la relación coincidentc entre el pumo de vista del visionario y la perspectiva de su
narración; pues asegura, tras dccir que se dispertó con una carcajada: «Sueños son éstos,
que si dueme vuestra excelencia sobre eiios, verá que por ver las cosas como las veo las
espera como las digo» (ibid.. p. 86).
10. «Yo no puedo dejar de entender que el ánima apartada del cuerpo, y también
el demonio, tenga potencia visiva, olfativa, auditiva y táctica: lo cual me pa-ece fácil
de probar». Hitarte de San Juan. Examen de ingenios para las ciencias, ed. de Este
ban Torre. Madrid. Sd. Nacional, 1977. pp. 158-159. Huarte aduce ejemplos bíblicos
para probar ¡as potencias de sentidos en el demonio. Más adelante confirmará óc nue
vo que «cl ánima racional y eí demonio se aprovechan para sus obras de las calidades
materiales» ¡p. 162). i
11. Herrera precisa la existencia de sentidos interiores y exteriores en su extensa
definición del sueño que «es, según Plinio en el cap último del lib. 10, abreviando a
Aristóteles en el del sueño y despertamiento, un receso y apartamiento del ánimo en>
medio de si mismo; o es vuelt? de los espíritus a ¡as partes interiores, los cuales ior-
143 1
;u¡;ii!u' que >«!es sentidos.m’.írsr.•es puede.’ olnar igualmente.
/':*• ¡a faculta^ imaginativa, f \ . . j r , ' «ueno, como ; on firma c!
cwrtnr¡tic» lc>.(o ¿o San Ignacio <(••: Luyóla sobre )a composición de
lugar rl ejercicio del infierno q-„í viene prcci* aitcnlc a! caso .'2
I-Me planteamiento conviene ser fe.ordado a la hora de interpretar
otro-, te «tos similares, como es cl caso de los Sueños de Que vedo,
ya que afecta no sólo a la vcrosimtiuud, sino al punto de vista na-
«aiivo, pues este es generalmente el de (a primera persona y en ella
coincidí » narrador y protagonista. De ahí ¡a singularidad del episo
dio que tratamos al delegar eí «autor* en Don Quijote, que es quien
toma para sí Sa voz omnisciente del relato.n
Un sexto que creo fundamenta 5 para interpretar el episodio de ia
cueva de Montesinos. El Crotpfón* expresa bien a las claras cómo
son «ios sentidos de¡ alma», los que entran en juego durante el'sue*
| i ,SSSr^e1tc)Srpuc3e el Ualio ir describiendo a su amo MÍ9Ü0
cuanto ’m visto y oído en sus dos viajes ultramontanos.14 La ambi
güedad respecto a este punto está cuidadosamertíe formulada en ei
discurso de don Quijote que, tras decir que Se «salteó un sueño pro
fundísimo», dice despertó de él sin saber cómo y comprobó que así
era limpiándose los ojos, tentándose y viendo sus concertados dis
cursos. Estas pruebas vuelve a formuJarias a cada paso, con la insis-
ít’ncia machacona de cuanto oyó, vio y tocó, amén de la salazón y
Sa abstinencia que apelan de forma más indirecta a los sentidos res-
nan a salir por ¡a vigilia, o. como q u ie ro «ros. un vigor y confortamiento cíe! seniido
espiritual, que es el interior y vinculo de) sentido corporal, o cesación de los senti
mientos o desfallecimiento y desmayo deJ espíritu sensible» (ed. cit., p. 486). V id C
S. Ltwis, La imagen del mundo, pp. 123 y ss.
52. Obras completos de San Ignacio de Loyola, Madrid, «BAO», ¡952, pp. 173-
?74- quin.c ejercicio. Meditación (Sel infierno.
!'!. O. F. Pring-M:!!. Sume Techrique.c n f Reprexeniatinnx in the •Sueños» and
the • Criñc'm », «BHS». X L ^ !96R. pí>- 270-284, apunta ei «so di la vista de la ima
ginación en Quevcdo y G radan. común a San Ignacio y a otros escritores ascéticos.
Creo que la referencia a lo.* seatj'dos interiores explica aspectos impórtame* de ambos
teste*, sin necesidad de a imágenes iBtenretKsvas iRodenw. También en Cal
derón cobran gran imjKinancsa ios seat'dos, según la concepción tradicional, como
aplaté en mi liar .ajo ij i fábrica de ¡-vi autn sacrtmuniti!: .<U n ea'.anios de !m CuIihi»,
cd. cit.. {. 72.
¡4. Segmyf la ed. de Asunción Rallo: Cristóbal de Viüaión. t i Cnnalán, Ma
drid Cátedra. 19>¡2. .
i H’*?- ...
t
tan.cs deí gusto .y del olfato-. Con ellas, como todos los visionarios,
don Quijote avala Ja au ¡e ru i o ’votí fo íafañci o -
c fiTSK'fS'FTnTmios,*a nade oí reís que, al trastocar la le-
yend¡‘ popular, como el puñal buido o los atavíos de los encantados,
confirman Jos extremos de verdad de su maravillosa visión. Los
cuatro ícales de Sancho con que don Quijote aminora las necesida
des de su dama añaden una evidencia mayor para la credibilidad del
escudeio, así como los vestid >i de Dulcinea y.su corte; a u n q u e ' no
pava cl lector. que se queda con la sospecha del incierto paradero de
las dichosas monedas.
bl hombre, -egdn la teoría tradicional, estaba compuesto por
tres aTróasfTacumail, cnslKle y vegetativa. El alma racional gozaba
a9ta o1s; facultades:
f' 1 • tt ’
inieJIectu.7 y ratio. y al alma vegetativa pertene-
* « - - v - " t i -
cían los procesos inconscientes e involuntarios qcl organismo,
cISrHo ¿TcreHmíento'Via'secreción. En cuanto
«■waH MHMMMaiUalma
WMMaM sensible,
nnRMIMMN ¿sla
nHfel
tenía amplias funciones a través de los diez juicios o sentidos. De
ésios. cinco son exteriores;,v ista, oído, olfato, gusto y tacto; y cinco
interiores: memoria, apreciación, imaginación, fantasía y juicio co
mún. La apreciación se identificaba con el instinto. La imaginación
y la fantasía" separadas con anterioridad a Ja interpretación románti
ca, tenían asignadas funciones distintas. A la imaginación corres
pondía retener lo percibido y a la fantasía unirlo o separarlo. C. S.
JLcwis parangona la imaginación con la invención poética, y respec
to a ia fantasía* no parece descabellado ligarla al proceso de la com
posición poética, En cuanto al juicio común, conviene, no homolo
gado con el sentido común, sino con una función más compleja, la
de enjuiciar y tomar conciencia de Jo percibido por los sentidos .15
Aspectos éstos que creemos de útil consideración no sólo a la hora
de equiparar el proceso onírico a! de la creación literaria, sino tam
bién de analizar el relato de don Quijote, ya que estos juicios ¡¡ne
is. C. S. Lewis. op. cit., pp. 523-126. Muy ilustradora es la definición que de !a
fm ln skt da Herrera como «potencia natural de la ánima sensitiva ... Tulio la interpre
tó viso, Qutatiliano visión y ios modernos imaginación». Añade que la fantasía es en
gañosa-, por ella ss representan las imágenes de las cosas ausentes «que nos parece
que I b s vemos con los ojos, y las tenemos presentes, y podemos fingir y formal' en el
ánimo verdaderas y falsas imágenes a nuestra voluntad y arbitrio, y estas imágenes
vienen £ la fantasía de los sentidos exteriores» (Garcilaso de la Veya y sus comenta
ristas. pp. 297-298).
riores entraban en liza durante el sueño, aunque el alma racional
permaneciese inactiva. Todo esto, así como las relaciones físiológi-
co-psicológicas del sueño, era conocido en la época de Cervantes y
había dado abundantes frutos .16
Conviene, sin embargo, recordar, a propósito de estos sentidos
inteífores, qué Tá doctrina Estoica había denunciado n^gam'aiñeflte
"IS í Vérdádes ffasiocadas por la fantasía c la imaginación. Siendo ón
1>uen testimonio las 'epístolas tardías de Qiievedo Contra los cuatro
fantasmas de la vida: Muerte, pobreza, desprecio y enfermedad.
Fantasmas como los que rondan el sueño de don Quijote, mostrando
la amarga visión de unos personajes literarios «encantados» y una
Dulcinea acosada por la necesidad .17
Dentro de los esquemas de la época, las pruebas de ios sentidos
que aduce don Quijote no están reñidas como decimos, con el sue
ño. Todo lo contrario, avisan de ese mundo interior, bullente y vivo,
en el que vuelan libremente las percepciones sensitivas. Así lo creía
Quevedo, a sabiendas de que la experiencia onírica es individual y,
por tanto, susceptible de ser invalidada en su verdad por quienes
atienden la relación de! visionario. En el Sueño de la muerte dice:
56. G. Sabat «Je Rivera, op, cit., pp. 114 y ss., analiza Sos sentidos interiores en
la poesía de Sor Juana y recoge algunas referencia': al respecta, corno las de Fray
Luis y San Juan de la Crez. Vid. además po. 53. 151 y i 36.
17. Sobre ei lema. vid. la detallada exposición de Henry Ettinghausen. Francis
co de Quevedo and the Noestoic Movement, Oxford ÍJnivetssty Press, 1972, pp. 92-
108. Quevedo, como el Brócense, identificaba fantasma, fantasía e imaginación. Las
cartas {«seden verse en Francisco de Quevedo, Obra.r aimpietas. tomo I: Obras en
prona. Madrid, Agsilar. 1974, «Contra ias cuatro partes del mundo y las cuatro fan
tasmas de ia vida», pp. 1364 y ss. y 1424 y ss„ respecf. En El mundo por dentro (Sue
ños. p. 164). Quevedo dibuja a un viejo venerable (vid. infra). Es el Desengaño.
! 8. Quevedo. Sueños, ed. cit., p. 188.
tener gracia, si tenemos en cuenta la particular situación de !a men
te de don Quijote durante ia vigilia .'9 Aun así hasta el propio San
cho {por no mentar la referencia a! apócrifo) conviene en que don
Quijote razonaba mejor despierto que tras esa bajada a! otro mundo:
Los sueños dice Homero que son de Júpiter y que él ios envía, y
en otro lugar que se han de creer; es así cuando tocan en cosas im
portantes y piadosas o las sueñan reyes y grandes señores, como se ¿ H pcS
colige del doctísimo y admirable Propercio.20 ¿e _
s<¡ C 'ñ c s
E! valor premonitorio de algunos sueños, su valor profético, en
ia. tradición bíblica y clásica, restaba valor a aquéllos de índole par
ticular que no versaban sobre temas importantes relativos a la pie
dad o ai interés político. Por lo mismo, la exégesis de los sueños, su
interpretación, también estaba vedada a la mayoría. Cervantes lo re
19. «Escribe Temistio en el cap. 20 de los ensueños que el ensueño es visión que
ocurre en !a quietud todas las veces que aquella virtud y potencia que juzga está im
pedida y atada y desierta con ei desmayo y entorpecimiento de! cuerpo; y como hay
dos sentidos, interior y exterior, acontece que se vence el exterior en e! sueño, y el
otro no; lo cual sucede muchas veces cuando soñamos; y al contrario se adormece el
interior, y el otro no» (erl. cit.. p. 488).
20. Quevedo, Sueños, p. 71 y nota correspondiente. La referencia a Homero se ,
había hecho tópica en la tradición de los sueños (cfr. G. Sabat de Rivers, op. cit., pp.
109-110).
147
cuerda en cl Persii.es cuando trac por boca de Mauricio las palabras
dcl Levítico: «No seáis agoreros, ni deis crédilos a los sueños.» Y
añade: «Porque no a lodos es dado el entenderlos .» 21
La verdad católica había introducido además un correctivo a
las puertas de la verdad y la mentira según los clásicos grecolati-
nos. a! distinguir entre «revelaciones divinas» e «ilusiones del de
monio», como recuerda el propio Cervantes .23 El demonio ofrece
así un papel activo en la generación de engañosas y vanas fanta
sías oníricas, como sabían muy bien Torquemada y Santa Teresa.
Quevedo recuerda otro tanto en el Sueño del infierno cuando dice:
«Sé que Jos sueños, las más veces, son burla de la fantasía y ocio
d d alma, y que eí diablo nunca dice la verdad.» ?* Fantasía y de
monio quedan así hermanados e igualados en e¡ origen de ios sue
ños inútiles que no merecen crédito. En el discurso de don Quijo
te. aras su descenso ad inferas, cuenta cómo M ontesinos le habló
de «Merlín aquel francés encantador que dicen fue hijo del día- .
blo. sino que supo, como dicen, un punto más que el diablo.» La
ifiíervcnctón pseudo-diabólica de Merlín no deja impasible a San
cho que reducirá toda la retahila visionaria de su amo a imagina
ciones:
24. Avalle-Arce, Don Quijote como forma de vida, p. ¡91. £1 Somnium Scipio
nis ss convirtió cu modelo tradicional de los sueños, como indica G. Sabat de Rivers,
op cit. Hasta bí, servido de título a OuiUermo Camero, en Ei Sueño de Escipión, para
plantear sa teoría de la creación literaria. Vid. en su Ensayo de una teoría de la visión
(Poesía ¡966-1977), Estudio, preliminar de Carlos Bousoño, Madrid, Peralta, Ed.,
i 979, pp. 129-153
25. Op. cit., pp. i 8 y 72.
26. Ed. cit., p. 137. Avalle-Arce constata en ia nota correspondiente, remitiendo
al ya citado trabajo óc. Lewis, la tradición occidental del tópico originado en Platón, y
divulgado por Calcidio y Macrobio.
27. «Como me encontrase yo muy fatigado por el viaje y por la larga vigilia, me
tomó un sueño más profundo que de ordinario. Entonces, debido, a mi entender, a lo
que habíamos hablado, dado que con frecuencia nuestros pensamientos y nuestres pa
labras influyen en nuestro sueño...» (Cicerón, La República, Madrid. Aguilar, 1979,
p. 126). En el Somnium Scipionis se insiste, como en la tradición posterior hasta Cer
vantes, en ia enajenación, asombro y admiración del visionario ante lantas maravillas.
Las causes físicas y psíquicas de! sueño concurrieron también en Lo somni de Beraat
Metge (Obras, ed. de Martín de Riquer. Barcelona. Facultad de Filosofía y Letras,
1959). Vid. infra lo dicho sobre Aristóteles.
149
visum,2* riqueza léxica de la que la lengua española apenas puede
hacer un traslado parcial. Pero desglosemos sus partes:
150
¡ó» al fina! de su vida de tal historia y dijo que él la había inven
tado.
3. El oraculum requiere la presencia en el sueño de un perso
naje venerable que instruya a! soñador sobre lo que debe y no debe
hacer y le da noticia de lo que le va a ocurrir en el futuro. Este tipo
3 c sueño queda bastante desmitificado, como los anterioresT'en' la
obra cervantina y explica, entre otras fuentes que aluden a la nece
sidad de un guía en ias visiones ,35 la presencia del venerable
Montesinos y su inutilidad como maestro y oráculo del sueño de
don Quijote.
31, Ibid. («El est o racu lu m quidem, cum in somnis parens, vel alia sancta gra-
vjxque pernona, m u sacerdos, vel etiam Deus, aperte cventurum quid, aul non eventu-
rum. faciendum vitadumve drnuntiot»), El hecho de que ese personaje venerable fue
se el pndre. U madre un ministro de la religión o el mismo Dios hace más destscable
la parodia de Montesino» en su faceta burlesca religiosa (vid. infra, nota 58).
32. Ibid.. p. 13. Particularmente interesante para el sueño de don Quijote es la
observación de Macrobio de que ese tipo afecta especialmente al amante que está le-
151
5. Y por último, el visum o «fantasma» se ofrece en esos ins-
¡antes en los que no se está Aorrnido ni d espierto^uando los va-
pores i a sueño traen finuras; fantásticas o formas enantes que
tíiíírtraíTategirfá'o tristeza.”
* La palabra
r «fantasma» es desear-
tad'í por non Quijote en el inicio de su relación cuando se tienta la
cabera y Jos pechos para certificarse de si ara él mismo «o alguna
fantasma vana y contrahecha». Pero luego !os personajes que des
filan atienden, sin duda, a esas formas errantes del visum como a
sa modo sabe muy bien Sancho. Pues e] sueño quijotesco no está
hecho únicamente con materiales de insomnium, es decir, de lo
(fue é! héroe ha vivido anteriormente, sino con otros que carecen
de tales características y vienen de la literatura que alimenta Su
imaginación despierta. A ello hay que añadir cl paso creativo de
las personificaciones topográficas, auténtica novedad que el sue-
6® aporta a la tradición mítica. Del fundido del visum y e! insom- .
mum surgen así los personajes «reales» y ios literarios, además de
!os de nueva creación. Y otro tam o ocurre con las circunstancias
y los espacios, como la topografía de la cueva de ia Mancha y la
topotesia del alcázar transparente, o las metamorfosis de las lagu
nas de Raidera y del Guadiana. Unas le traen la alegría que en un
hérse caballeresco suponen el contacto iniciático directo con lo
épico y la vivencia en el más allá, pero Dulcinea y su compaña
solo le acarrean la desazón de la presencia innoble y el amargo
gusto de la necesidad y el interés .54
Jo» áet -aíjeío de sos deseos y cree encentraría; otro tanto pensaba Aristóteles, como
« e te H » . Sobre ios tipos de suefios 'vid, además A. C. Spearing, Medieval Dream-
Pnezry, Cambridge Universiíy Press, !976,
33. ibid.. p. ¡4
34. A. Redondo expiica El proceso iniciáiii o en ei episoáw de la cueva de Man -
.estaos m el «Quijote*. «Iberr.reraaróa», XIII, 1981, pp. 47-61, haciendo converger
sa t í r á h i & m o de la iniciación iodos ios elementos que integran *1 texto cervan
tino.
552
... o de los m uchos m anjares que soben v ap o res a! cereb ro , con que
lurban cl sen tid o com ú n , o ya de aquello que e! h o m b re tra ta m ás
de d ía .13
35. Ed. cit., pp. 136-137. A la faz placentera del sueño que desaparece al desper
tar aludió Garcilaso en la Égloga 11, vv. 34-37. In ibid., vv. 83-94, insiste en los efec
tos curativos del sueño. Una detallada exposición sobre el sueño ofrece Pedro Mejía
en su Silva de varia lección, ed. cit., vol. I!, pp. 205 y ss.. basada en De somno el vi
gilia de Aristóteles. Eí sueño es bueno, si se toma moderadamente y no en exceso. Lo
compara con la muerte, siguiendo fuentes bíblicas y de los Santos Padres, y da conse
jos fisiológicos para bien dormir.
36. «Concibió en cl sueño la especie de Camilla. Son los sueños, como dice Aristóte
les, reliquias de aquellas cosas que velando percibimos con el sentido, y como estas cosas'
no dcsvaiísezcan luego que han dejado de imprimir su afecto en los sentidos, pero perma
nezcan en algún tiempo, (Sj la suerte que si uno tocáre y sacudiere alguna cosa movible, no
luego que dejare de movelia, y apanáre la marco, ella se sosiega, no es admiración que se
nos ofrezcan cuando dormimos ias imágenes de aquellas cosas que hicimos, o hablanws, o
pensamos velando». Herrera, op. cit., pp. 487^488. Y vid. Aristóteles, Obras de. Biblioteca
filosófica, traducción de Patricio de Azcáraser Madrid, Medina y Navarro, S.A., vol. I. Psi
cología, Tratado de. las ensueños, pp. 147 y ss., para todo lo relacionado con la pasión, la
sensibilidad, ia memoria y el sueño.
jT. Ibid., p. 488. Herrera sigue a Apolonio Tianeo a partir de Filóstrato, trayen
do a colación un ejemplo que bien pudo tener presente Cervantes en El coloquio de '
153
Los paralelismos entre el episodio de la cueva y lf¡ relación de!
Caballero del Bosque ya han sido apuntados por Avalle-Arce como
prefiguraciones del sueno de don Quijote, así como ía facha de
'Mofilesiaos, a la medida del Primo «humaras!»» (y cabe aftadir ¡ara-
Wén de ésas « c o a » clérigos o como estudiantes» auc acompañan a
dori Diego y a don Lorenzo). Pero faay muchos oíros elementos que
preparan el viaje y el sueno del héroe para quien Dulcinea se le apa
rece ao como ninfa deS Tajo, sino como la labradora creada por la
fantasía de Sancho. La procedcacía d e los personajes de la cueva,
ya se sabe, venía ée'Tlí' tfeetóra riw n a o c ^ e s y caoaíícrescas'or las
qoe'Se alm senhoa eS majnsi dei itidalgo. Y el IVimo ofrece a”pc3ir
U T E Sarri eogárce ae ias laguna^ fat Ruidera con ias metamorfosis
O A eta q»e d s s e io provoca.M L a cueva de Montesinos se presenta como l
de) ür-¡s n e a í oiaeái&la £ í c T iü ie jiia iie ubi i i i u i i u a r
k)vV\o^®- &T? aaíes’v.e1a’coos-a‘;:c:r meta f'nai de las instas d e Zarágüisa.3* Ya
V ' «a el■;pom ar c&pííüte
' Í- v don : Quijoie
¥& *» aparece encsm iijo - cofe ■
* visaj.es
*
los
de la t e a de raso vende de MoKiesiaos y la calidad del corazón de
Dmzsázfíf.:
*k penas, pses dice fas «las magmaáones y jájwisws*. y n á m qwt ¡se «feces
ea tab icad «1cGtcadfaaeasai, se *mc*m y lenntan deJ coscareo j *g»ac¡és de los
«spsáRe* y ettwfwf, 3 pane 4c 5a codídc y casad» y afeesoaies raquee dd fcwafc*
so cnt& vtatss «ríes |»iae». Mis adela*’*. lim a » traslade «oes veas»* de fenesíe
tóiW <|K SaéiaE des pena ¿jsís ladra en t o f o aeyeirfo ptixsgsár ala «seisws'íssagí-
wada» Cp. 49G>. Qaevsda «carada «tm tan» «a «I Suri* <fc?Aiffc deade se
stea sa saeflo tí íft»r¡>del Beato Hipófite sw&rc di fia del «toado qae acaba de leer. A
t»S prond*». eka * O w fa ia , «pw en se ¡a dice «que toóos tos aaiwjalss «seéae
de aeche cerca stísáwas ríe to «jae tamo* & día». V Petsom* Áriwüo áse*: «£? casis
rá a ra rá iepnru vestida karst» {Qeeweda, S&e&se, eá. «k., p. 72y nota). Arístfite-
ies, Otros, p. ¡29, se afosa sai ia pesesiéa de I* paste nniíUe dd alma duraaic ei
«aéSo, faato im ddaá £fela isstgssacíSa.
58. AvaBerAiee e« s s ed. de £>wa Quijote de lo Moncha (segunda panei. ed-
cií.? p. 311.
39. §wíjá*í>.. íi. p, 716.
43 JWd. pp. SJ9-SB. V «*f. Hdota Pesas, rft, p. 573. laspcsts «fiaiar las ob-
¿«s-vacsaae?; de esta asaosa scfcrr ía sesnejaías «rtre ri ep áw ác dei Cshaítere (te! Lago,
cap. L, de 1®f»,iEKí* p a r» y d de a# coeva <k ?4wMeáne». t s idasiéo a la carne iwntía
354
f
Sobre c! arte de resucitar muertos, superior al de matar gigantes,
se#ún el propio don Quijote afirma, Sancho responderá con un «co
gido le tengo» que produce la consiguiente expectación, confirmada
en los antros de la cueva, y aun superada, pues, como señalamos, no
sólo resucita muertos, sino que los inventa.4'
Dulcinea, «encantada» de labradora, saltará sobre la borrica a
horcajadas, más ligera que un haicón y más diestra que jinete cor
dobés o mejicano .42 A ia zaga van disparadas sus compañeras, pre
parando (corno Basilio, que saltaba «más que una cabra»)4Í e! salto
de la compañera de Dulcinea en ia cueva, con «una cabriola, que se
levantó des varas de medio en e3 aire». Sancho, por su parte, había
dicho que el primer «volteador de! mundo» era Lucifer, dando con
e!!o e! matiz diabólico preciso .44
Don Quijote, que de muchacho fue aficionado a la carátula, con-
templará !a carreta de ia muerte de Angulo e! Maio con su feo de
monio, pero desechará «estos fantasmas». Lucifer y Muerte, tal y
como los cómicos se los presentan, en busca de «mejores y más ca
lificadas aventuras».4S Poroue don Quijote, cgpno cifjlpuier autor.de
sa tiempo, joo pjelcüdía seguir sóío a sus modelos, sino superarlos .y
« U i i f t i f o s c o n ^ n t e m e n te ^ £ l_ j^ m i^ iQ _ d £ & in i li f i ja d o r rf« la r.u n v ^ y
PWgrá-íájhfento de des^gorizacióftjíel -Stteñp qus lleva a cabo en
eíla Cervantes tienen su antesala en la parodia de esta carreta llena
<0¡*penses i xlcací ones teatrales. A lo que también habría que añadir,
vísperas deTsTcuevSrTa'üanza alegórica con castillo y salvajes que
(casae m u ía , sin humedad, por estar embalsamada. .«giín Covarrubias) aparece también
e» ei cap. L de ta primera pane, donde Sancho se va coa «ws empaliada y dice: «y si ei
Im A R no va harto, o Wess proveídas ¡as alforja?- allí’ se podrá quedar, como muchas veces
se qtiíéa. hecho e s n e momia*. Tomo ia referencia de b ed. de Francisco Rodríguez Ma
rfil, Migad de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Ma
drid, 1948. wü, fí!, p. 395. Sobre d verde, vid infu.
41. Quijote, H, p. 636. 1
42. m d .,p . 650.
43. Ibid., p. 719.
44. Ibid.. p. 746. ¿
45. Ibid., pp. á55 y ss. La cita, en 659. Don Quijote increpa a los de la carreta de
Angulo ei Maio comparándola con la barca de Carón (p. 655), presenie en numerosí
simas visiones istfemales. Además de parodiar las personificaciones alegóricas de ios
cómicos se ríe de ¡as compariciones mitológicas o tópicas ai hermanar a Rocinante y
ai rucio coa Níso y Enríalo y Pílades y Oresies (p. 662).
ofrecen esa básaífa entre amor e interés que los cuatro' reales mate-
ri&íízan luego burdamente, abundando en la discusión y ejemplo de
i<ts mismas bodas de Camacho.4'’
46. !hid., pp. 7.10 y ss. Me parees oportuno señalar que los versos recitados por
Cupido So confirman como Dios de Sos cuatro elementos y de? infierno sriiio ógico.
También en c\ Persiles, ed. cit., pp. 214 y ss., hay un debate alegórico entre Amor e
Interés, lema más que gastado en Sa época.
4?. Quijote. IS, p. 716. Más adelante se insiste en ¡a fama loes! y nacional de la
cücss de Montesinos y de !as lagunas de Ryitícra, p . 744. Poco después Sancho. Don
Quijote; y" el Primo toman «ia derrota de ia famosa cueva de Montesinos» (p. 745).
Cervantes juega, sin embargo, con la versatilidad de ¡a fama, pues también eí licen
ciado caUfica en ese contesto a su «primo* de «famoso estudiante». Gethin Hughes,
The Cave o f Montesinas: Don Quixute's liuerpretation and Dulcinea'! Disenvhant-
meta. «BSH», LiV, ¡977. p 107, hace referencia a ia fama como impulsora de la e n
trada de don Quijote en la cueva. V vid. A. Redondo en El pr/Kesa inicuttico..., pp.
5.Í-53.
48. Ibid., pp 715 y 719. También se anuncia ia cu ;v a en p..74S. En ia casa
dí! Caballero de! Verde'Gabán, que tenía «¡a cueva en portal» (p. 707), renueva
!s memoria de Dulcinea s la vísta de las tobosesca? tinajas. Para ¡a mente de Den
Quijote todo pretexto era btteao para recordarla, ya que siempre la traía consigo.
P ues ¿había de m entir c! señor d o n Q uijote, que. aunque q u isie
ra. no ha tenido lu g ar para co m p o n er e im ag in ar ta n to m illó n de
m en tira s?
Por otra parte, considero que él la contó y la dijo con todas las
circunstancias dichas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio
tan gran máquina de disparates.
49, Pasa la importancia dei lector en le literatura fantástica, vid. T, Todorov, In
troducción a la literatura fantástica, Buenos Aires. !972,*>p. 42 y ss. y 186 y ss. Para
él, !o fantástico debe cumplir tres condiciones: I) La duda entre ¡a explicación natural
y la sobrenatural de los hechos; 2.) esta vacilación del lector se confía a un personaje
y ella es uno de Sos temas <k !a obra («en el caso de una lectura ingenua, el lector real
se identifica con el personaje»), y 3) el lector debe rechazar la lectura «poética» o
«alegórica». Sobre este peligro, c¿ue implica la identificación del lector con eí perso
naje. !» s adviene e! propio Cervantes en la perspectiva del Primo Y vid también ¡as
observaciones de Todorov sobre la ruptura e.vpacio-ternporai en Kis textor, fantásticos
(pp. 142 y ss.).
157
sueños. Amístela lo explica en estos términos, expresando que la
verdad en literatura depende, entre otras cosas, de como se diga:
50. Persiles. ed. cit., p. 24. Vid. en el capítulo quince de! libro segundo, pp.. 240
y ss.. este proceso que completan las palabras de Amaldo. quien a continuación insta
a Periandro para que prosiga, «pera sin repetir suelto*, poique los ánimos trabajados
siempre los engendran muchos y c o n f u í * ( ibid.. p. 244). M is adelante, reaparecerá
«la agradable isla donde vivió en sueftos» (ibid.. p. 281) en e tc cuadro que resume
pictóricamente los pasajes fundamentales de la novela, no dejando ésta lugar equívo
co sobre ias fronteras del sueño.
53. Como dice E. C. Ritey en su ya citada Teoría de ftj naveta en Cervantes, p. 291.
«H Pesraies se caracteriza por su empeño de íEcionaliam'fo todo». En El coloquio de los
p ern o , Riley percibe tres posibilidades interpretativas respecto a su verosimilitud: 1) Que
sea verdad; 2) que sea saeño o delirio de Campuzano. y 3) que lo inventara para enganur o
jas» divertir; y las pone en relsd é s coa el episodio de te coeva. Añade que ninguna de las
ües puede verificarse de manera concfayeate.
nando de Herrera, cuatro —según é!—, dos internas y dos externas .52
Entre las internas, Sa primera es justamente !a que acabamos de ana
lizar: los deseos y pensamientos diurnos se repiten durante el sueño.
La segunda proviene de la disposición de! cuerpo y los humores, y,
en este sentido, conviene aducir de nuevo la singularidad del héroe
cervSndno y su incapacidad para atar su razón aún estando despierto.
Respecto a las causas externas. Herrera habla primero de «la impre
sión corporal, o del aire, o de cuerpos celestes, que mueven y des
piertan !a imaginación o la fantasía del que duerme y le hacen ver en
aquella imaginación cosas conformes a la disposición de los cuerpos
celestes».51 En este caso, cabe recordar que cuando don Quijote entra
en «aqueila escura región» determina descansar un poco y pensar en
cómo seguir adelante sin tener quien !e sustente. Y en tales pensa
mientos le asalta «un sueño profundísimo» que le hace pasar de pen
sativo a durmiente, sin él procurarlo. La hora es también anómala y
se relaciona con la tradición literaria bucólica de la siesta propicia .54
Recordemos que son las dos de la tarde cuando entra en la cueva y
que don Quijote no ha comido todavía. Ello descarte, precisamente,
la causa externa de la digestión en la provocación del sueño y es sólo
la oscuridad del lugar ia que anticipa las visiones que los tratadistas
de! sueño colocan entre los márgenes de la noche. Lo que sí cumple
Cervantes es la prueba dei agotamiento físico del héroe a la salida
del «sueño», además del hambre, como hará más tarde el propio
Quevedo ai regresar a su aposento tras el Sueño de la m u e r t e Las
bien proveídas alforjas de Sancho, de vuelta de las bodas de Cáma-
52. Op. cit.. p. 488. Herrera ilustra sus argumentos con abundantes textos de los
poetas clásicos: Claudiano, Estado, Séneca y Petronio Árbitro.
53. ibid.. p. 490,
54. Vid. supra. pp. 33 y ss. Américo Castro, que dedicó una nota extensa al es
pacio de La Galatta en Hacia Cervantes. Madrid, i 967, pp. 385-386, al analizar el
problema espacio-temporal de la cueva de Montesinos, anotó cómo el sol se cubre de
nubes cuando don Quijote empieza su relato a las cuatro de la tarde.
55. «Con esto me hallé en mi aposento tan cansado y tan colérico como si la
pendencia hubiera sido verdad y la peregrimación no hubiera sido su*ño». Sueños,
ed- cit.. p. 243. Respecto a la oscuridad, era tradicional la inserción oel sueño en
los márgenes de la noche, sombría como las nocturnas aves que también pertene
cen a los tópicos del sueño (cfr. G. Sabat de Rivers, op. cit., pp. 65 y ss.) y de las
que se burla Cervantes cuando el héroe las espanta a la entrada de la cueva. Al
trasladar el sueño a hora tan intempestiva como la del medio día se desmitificaban
los horarios nocturnos. La noción aristotélica de que al final de ¡a digestión coinci
día con el despenar justifica —junto al hecho de que don Quijote «viva» tres día?
259
cív. y las J :< Pruno, alivian 3? grar-císima hambre de don Quijote
con ’j ra merienda-cena. Ésta detiene incluso la relación de don Qui-
j*‘ir que ¿ ,prta hasta las cuatro de i« tarde para hacer el recuento de
ss> 1 *>• V , a ñ a d im o s , p a ra d e s m e n ti r — si e s q u e e r a n e c e s a r i o - • la
opr-tiji) ¿eí primo y la del autor apócrifo respecto a la falta de tiem
po ..-a fafcricáí embelecos.
se ¡a ítsv a— cl hambre que trae, de aliÉ. Eí lugar a! qee descendió don Q eijote no
s a el mis indicado para e! sueño, si ¡¡¡ceptansos indicaciones com o h de Alonso de
□tirina que reeoriieiida no dorm ir en sucio húmedo o aireado. También avisa de
a conveniencia de >;o dorm ir inmediatamente después de cenar (cfr. María Teresa
ri5!reit. Menor dañn de ¡a medicina Je Alonso d i Cilirino. Edición crítica y gíosa-
ra. Universidad de Salamanca, 1973. p. 29). Aristóteles abunda en detalles sobre
i» causas 4el sueño ídiger-tión, tansancío, relajación, exceso de humedad y ca-
ier...). Vid. Aristóteles. Obras, Madrk?, S.A.. vol. il, pp. 537-140. quien cree que
ü melsncéUco es poco proclive si -jueño.
56. Op. ri¡„ pp. 4S9 y 490. néspectivameiae.
> m ,i’»■«v — >>~
rtyc ¡,, Divina (:■■■■ rJia*7 Y n ■erraba cr< eilo, pues el testo cervantinc-
.rn (7cñc1o3vSW*tRSflríalcs precisos. Hu*ta cl tópico inicial dei loáis
amotnus nc» !c es ajeno, ya que con anterioridad a la fusión de elementos
paradisíacos e infernales del palacio transparente de Montesinos, Cer
vantes coloca a su h<íroe «en la rni'ad de! más trllo, ameno y deleitosa
prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imagina
ción humana». Pero ía diferencia de! Quijote con las alegorías que le pre
cedieron no es sólo de grado. Ei proceso de desmitificación no alcanza
únicamente a ios personajes con los que se topa, sinoa iad d m isirno ge-
tSgfSdc viáiblíel'd'ft uítrámundano ene!que?stos se enmarcan. Cervantes
rompe con el entramado alegórico visionario, desmembrando la baraja
de in?dffsrefadoh1is¡ y eü%¿$fs que se salen de lo meramente literario. Y
S«n elfo no sólo supera a los modelos contrahaciéndolos, sino que va
más allá, como veremos, de la tradición erasmista de las visiones que
rescataron el Icaromenipo de Luciano con unos fines éticos de los que é!
se aparta.
El episodio de la cueva de Montesinos creo debe entenderse
como trasvase novelesco de la trayectoria desmitificadora de las vi
siones de ultrarnundo seguidas por los erasmistas que, bajo las es
pecies del sueño, denunciaron lacras sociales y espiritualidades
hueras. El detalle del rosario ds Montesinos no es por ello mero ac
cidente, sino estilización de la figura del hipócrita, consustancial a
la tradición lucianesca de las visiones infernales como las de Alfon
so de VaSdés, El Crotalón o Quevedo.5*
57. Angws Fteícber. Allegar?. The Theary o f a Symbolic Múde, Comell Univ.
Press, \ 970, p. 348
58. Mg»xei Bataillon. Erasma y España, México, 1959, pp. 784 y 788, se refirió
si rosario de Montesinos y #1 que dkm Quijote amaña en Sierra Morena con los jirones
<k. las faldas de s.h camisa, texío que corrigió despuís, en la segunda ed. de 1605, fa-
hncíndolo con agallas ás alcornoque. Rosarios de cuentas sonadores aparecen en
Rincnnete y Cortadillo, denunciando a! ruido de los rezos y los «sos hipócritas de! ro
sario. como en Erasmo y sus seguidores (ibid., pp. 144, 283, 357, 381. 393 y 730. Y
p. 643, pan¡ la huella de Lucia!» en Erasmo y los erasmistas). Para la liturgia y las
oraciones. Lauro Oimedo, El ingenio de Cervantes y la locura di Don Quijote, Ma
drid. Ayuso, 1973 z, pp. 9ó y ss. y 503. Pero creo, como digo, que el rosario de Mon
tesinos no es un elemento aislado, sino que aparece con soda lógica en e! marco de la
visión ultramundana en ia que los erasmistas habían colocado a «los sepulcros Man
qticadoí». transformando ei texto de Luciano. Vid. Margherita Morreale, Luciano y
Quevedo: ia humanidad condenada. «RLit», VIII, 1955, pp. 213-227, >*
161
Los Diálogos de los muertos de Luciano ¡levaban, como se sabe,
abundante carga dcdesmitification mitológica y buria de las melamorfa
sis, como las de Dafne b Acdón, que Cervantes trasvasa a ¡a ¿pica ciásica
y romanceril. Jacinto y Narciso, Aquiles y Tiro, ccn oíros bellos y bellas
de la mitología, aparecen ante Menipo en ios infiernos hechos «hueso y
cráneos desnudos de carne», junto a otras celebridades, «todas ellas pol
vo, friolera, cabezas, realmente sin consistencia alguna».5* El proceso
desmilificador de las metamorfosis alcanza su punto álgido en otra obra
de Luciano, los Diálogos de los d i o s e s y para situar el sistema de ridi-
culización a que Cervantes somete las metamorfosis de Sas lagunas de
Ruidera cabe recordar, amén de las parodias ovidianas, los Diálogos ma
rinos de Luciano, donde éste discute las transformaciones acuáticas y
geográficas.41
59. L ádano. Obras, ed, de José Alsiiuu Barcelona, Aisna Moler, 1961. vo!. II.
pp. 32, 57 y 79. También parodia las transformaciones como la de Dafne, p. 79. En ia
concepción oihiiicta de Lucisno, subynce, corra indica AHina. p. 13, la id ra de que la
moerte iguala a iodo*. Téngase ca cuenta, como señala Patch. op. cit.. p, 31, que ya
Aristófanes y F crte a te s te habfan reído del mundo inferior. Éste junta a los condena
dos comiendo tordos en fiambre, aspecto culinario qac no e s tl ausente ni en el episo
dio de la cueva ai en los Sueños de Quevedo, como veremos. Y vid. la referencia en
Diálogos de los muertos, p. 16. a ¡a alforja lleaa de altramuces y a la cena de Hécaic
y si huevo lustra!. Las síesiones a la avaricia y ai aspecto económico íambién rondan
en «las tmmpiias de diiwro* de los p a se e s de C s m K (pp. 22 y 26). La sátira meni-
pes también psn.it de !&carecía?» áe viajes celestes o subterráneos <¡ue mezclaba» lo
serio con lo cómico (cír. Lscisno. Obras, !, Madrid. Gredos, 1981, introducción de
José Aísina C,oií. quien recoge las impresiones de L ad ano e s el Reeaeisnieaso en
Italia y España [desde J544] y sintetiza la iiuella en los escritores españoles a partir
de L a» Vives). La retórica de Luciano para captar la atención sobre ss relato del sue
lto «seo *s segsáda ea el discurso de áan Qttijaíe (El Ssttñtt. Obras, 1, p. 10), M. Me-
aéisdez Pelaye, c e Orígenes d t ia novela, vol. II!. Madrid» 1910. F, CCLXXiSI, seña
ló '« ta c lla de Luciano en la Comedia intitulada Dolería o sueño dei Mundo
(Aatbesss, 1572} de Pedso Hurtado <te la Vera, alegoría que se encierra tenía ella bajo
!?, imagen del menda e s brazos de Moríeo, como su propio título indica. Vid. la obre
e en Orígenes, pp. 3 !2 y ss. Téngase en cnents el art. de A. Vives. Algunos contactos
' entre Luciano de Samfixaia y Quevedo. «Helmíntica», 1. n* 17. 1954. pp. 193-208.
Muestra tansbiér» las huellas de ios Sueños quevedesco» para con Clairdianc y el Satí
ricas de Petfosio, ofreciendo distintos grados de imitación Ivctanesca en el manejo
de ia sátira que cttitninaa en La hora de todos.
60. H id., vol. I, pp. 19 y ss. Las metamorfosis son puestas en tesa de ju icio y ios
dioses rebajados a escala humana e infantil, como esa invitación ác Zeus a Ganíme-
des para qac juegue a is tabas (p 29) o las escenas de ceios entre Z e u s y Hera.
61. ibid., vol. I, pp. S2 y ss. y 96. Csriosaraeme iue Juan de Jira va, el sraductor de
Luciano ti español, el qoe tradujo también ei Sueña de Escipiún. como indicó M. Batai-
5
162
Luciano, a través de Erasmo, dejó su impronta, como se sabe,
en el Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés .62 No va
mos a analizar aquí el entramado ideológico de su proclama de reli
giosidad interior, pero sf destacar el hi^mor con el que Valdés salpi
ca su descripción infernal, en algunas casos parejo a la sátira
cervantina, como ese anciano Carón al que Mercurio niega un peine
para sus cabellos volanderos y su barba, «chapeo vedejudo Meno de
escarcha», que no peinaba desde hacía «más de dos mil y quinien
tos años »,*3 El diálogo inicial entre los protagonistas a propósito de
ias indefinidas fronteras del sueño recuerda el de don Quijote y
Sancho, y nos muestra cómo Cervantes, pendiente o no del texto
valdesiano, supo recoger Sa ironía, la parodia y la sátira con las que
los erasmistas tiñeron ias visiones.6*
Ilon, Erasms y España, p. 643, con referencias a la huella tíel texto de Cicerón en el viaje
paradisíaco de Juan Maldonado. Sobre este atuor, vid. el estudio y ed. de Eugenio Asensio
y Jaaii Alcina Revira, uParaenesis ad ¡Jueras». Juan Maldonado y el humanismo español
en tiempos de Carlos V, Madrid. Fundación Universitaria Española, 1980. Asensio sinteti
za ¡a fantasía utópica del Somnium (1532) de Maldonado, tías las huellas de Cicerón y
Macrobio. Maldonado mostró críticas burlescas contrr. la falsa piedad en su Hispaniola
íefr. La Etpañrtla. ed. bilingüe de María Ángeles Durár. Ramos, Barcelona, Bosch, 1983,
p. 26). Y vid. N. Hauf, op. cit.. p. 59. para ia tradición humanista de! somnium satírico. Re
cuerda la influencia de Justo üpsio que escribió un sueño situlado Sátira menipea.
62. Sigo Sa ed. de José F. Montesinos. Madrid, Espasa-Calpe, 1965. Ya en el
«prohemic» Valdés confiesa sus fuentes: Luciano, Poniano y Erasmo (pp. !*3)
63. ibid., p. 75. Aquí Valdés parodia la longevidad de Sos moradores de! Hades
y se ríe de las harijas, con» luego hace Cervantes con Montesinos.
64. Ibid., p. 5 y vid. p. XV. También Valdés denuncia, por Sa vestimenta y ges
tos, ia hipocresía, como cuando define al obispo (p. 61).
65. El Crotalón, ed. cit.. p. 84. Asunción Rallo ilustra el tópico aristotélico de lar.
causas fisiológicas de! sueño con interesantes referencias a textos de Pedro Simón Abril y
de ia Silva de. vaha lección de Pedro Mexfs. Para ia referencia acerca de que las almas que
no tienen cuerpo se hablan en el paraíso con las voces interiores de! alma. p. 329 Sobre ¡a
dialéctica entre lo visto y lo soñado, p. 358. El gallo termina su relato de la peregrinación v
infernal diciendo que despertó «como de un grave sueño muy profundo» (p. 374).
163
fiado.** I a dcsroitificación de ios seres infernales y de todos los
kíj'feos.'Tfreluido el del interés m onciapo, aparecen ar ca'da paso
{¡O; HbciHJHT Galío que trata de relegar los embustes a la ficción
poctica, como es el caso de las Interpretaciones sirmTóficas de los
nos y las lagunas de! infierno.** Recordemos además que ya en el
prólogo su autor había sometido a ju ic io critico las transformacio
nes gv¡dianas y que trata de interpretar los detalles tradicionales
de las pinturas ultraterrenas como metáforas y símbolos emplea
dos por los poetas para mejor darse a entender .67 Dos detalles de
la obra ofrecen al lector el recuerdo de ¡a obra cervantina. Uno de
ellos, personificación de la piedad falsa e hipócrita, bien puede
traerse a propósito del rosario de Montesinos. Me refiero a¡ que
lleva cl gallo en su transfiguración como beguino, también con
barba «larga y espesa de gran autoridad» y «un rosario largo, de
cuestas muy gruesas en la mano, que cada vez que la una cuenta
caía sobre la otra lo oían todos cuantos en un gran templo estuvie
sen».4* Por otra pane, la visión paródica del desfile de Santa Úr
sula y las once raí! vírgenes, cuya procesión era connatural a toda
descripción ultramundana desde d Apocalipsis de San Juan, pye-
rf<r servimos para entender la de Belerma y su séquito en ia cueva
«se Montesinos; m ascarada, a su vez, de los luctuosos visajes que
acompañaban a los muertos de amores en la poesía cancioneril y
■íñ 1ss novelas sentimentales. Las doncellas dei Crotalón aparecen
en el consabido «ameno prado» celeste, paraíso en el que se em
plaza un templo «edificado de jaspes muy ciaros de ámbar y beril
66. Ibid. En el canto XVII se pone» «n ?eia ¡fe juicio los mitos qye se tontos por
cosa cieña. Pero es en Sa descripción tk l infierno donde se desmienten tos penton&jes
y los ríos dei Averno, así como los aspectos económicos de! viaje de los muertos, h
sopogtafia. etc., puro fingimiento poético (pp. 336 339).
67. Sbid., pp. 84-85. A. Rallo anota igual interpretación de las transformaciones
ovidisnas en El Scholásitco de Vüiaión. En pp. 327-328: «Y todo !o demás que voso
tros en este caso por acá dexís es por vía de metáphora, o manera de dczir, porque io
podáis asesor entender en vuesta manera de hablar». El Callo insiste, en p. 336, en
pintar con exageración a Miciio «a ei infierno ta! como él le vio, haciéndole presentes
las miserias áe ios condenado.-:. Para asegurar más adelante que ios tópicos descripti
vos son «ficióB de fabulosos poetas y historiadores de i® íaír* gentilidad* que no in-
v e rta n o . sin embarga, vanamente» sino par» dar a entender ia verdad. Todo U> que no
sae. condena de ios victos es pura ficción que cUos pusieron «para cumplir sus metros
y poesías» (p. 339).
68. 't-id.. pp. 142-143. La «ba¡ba Iwga y espesa de granee autoridad» !e servia
también <ie disfraz.
e i q u e preludia e i c r i s t a l i n o a i c á z a r d e
tr a n s p a re n te » /9 co m o
Porque la c u e v a dcl Quijote lo c a l iz a u n p a r a í s o s u b
M o n t e s in o s .
terráneo donde suclen situarse las visiones infernales. De éstas
toma todos ios elementos negativos qur atañen a los encantados,
p e ro s in los sufrimientos f í s ic o s que en largas s e r i e s enumerativas
so n consustanciales a las pinturas cultas y populares del infierno.
Si en Ei Crotalón se colocan cielo e infierno en los c a n to s XII a
XVI, unificando los dos textos d e Luciano, '¡tiempo en las nubes y
Menipo en los infiernos, en la c u e v a de M ontesinos se fusionan
ambos, con una gran economía descriptiva y reduciendo la visión
tSpica a elementos mínimos que d autor transforma. Por otra par
te, al presentar la bajada en eí marco del sueño lo mismo que la
subida a lomos de Clavileño, Cervantes prescinde incluso del ni
vel metafórico que El Crotalón ofrece, reduciendo ascensos y ba
jadas ultraterrenas a ios espacios de la fantasía posible en liza con
lo verosímil.
La superfluidad de las pompas fúnebres que El Crotalón aca
rrea, basándose en ei De Luctu de Luciano, queda reflejada en el
entierro milanés d d marqués del Gasto, cuyo fantasmagoría no está
lejos de ¡a visión de ultratumba de Durandarte y la corte de Be-
serma. El desfile de quinientos niños y largos enlutados, arrastran
do sus estandartes, todo en blanco y negro, de El Crotalón puede
compasarse con la procesión de enlutadas en la cueva, cuyos ata
víos concuerdan con el largo capuz de Montesinos .70 El Gallo, al
69. Ib id , pp. 326-328. E! templo, en p. 330. Curtius, op. cit., pp. ¡78 y ss., re
cuerda ia apandó» de Natura y las hermanas celestiales en el Anticlaudiano de Alsin
de L iik: M. Morreale. Luciana y *E¡ Crotalón», cit. p. 392, hace referencia a Lucia
no en relación con e! pasaje de ias once mil vírgenes en El Crotalón.
70, Ibid., p. 276. Según Covamibias, en su Tesoro de la lengua 0 61!}, el capuz
es «una capa cerrada larga, que oy día traen algunos por lato y antiguamente era cl
ábito de los españoles honrados en la paz, como lo era ia toga de ¡os romanos». Aña
de que en su tiempo la usaban hombres de iock condición. Negra es Sa gorra milanesa
de Montesinos de ia que Covanvbias habla en pasado, como cosa que ya no está de
moda. La gorra fina de Milán llevaba «un cerquillo de hierro que la tenía tiesa». E: ir
cubierto era privilegio de grandeza. De luto van las hermosísimas doncellas, lo mis
mo que Belerma; ésta üeva turbantes y tacas blancas y las bellas, ¡os turbantes blan
cos. El negro imprimía solemnidad en ias fiestas. Para este extremo y para el anacro
nismo de 5a vestimenta de los encantados de la cueva, cfr. Max vori Bocha, La moda.
Historié de! traje en Europa, vol. 1(1, Siglo XVII, Barcelona; Salvat, 1928, pp. 83 y
ss. y e! estudio preliminar dcl Marqués de Lozoya
165
descender a las oscuras peñas de 5a Libia, no sólo «opa cok «na de
sarrapada mujer gimieate de «rostro n u riü o , flaco y desgraciado»,
con ios ojos hundidos, sino que r-mcueotra ei almo de R osicler de Si
na, «la más infeliz y malhadada donzella», p a ta « ;gü<r !«<• o con cl
descenso a! i nifiemo, rr.osiráíídoír a' ía i«.sercióv.< Je histoñas nove
lescas en el c recuadre tradicional de los condenado* de larr ;
La íeciu fajd ej^d aso í z ü ü yó- en la sátira soda! v asicM oSásti-
ca deü" siglo* itví, según Marglienta M óntale, y "w r lo c a e '^ S r o ía -
J?h sítanej'la 'Víselia fue de índole ¿tica, pe<o cabe u-?nfa;,<5o destacar
<pa*Si ^ j j t & jp ír tS io a3 g rea pr¿Scn«t5 áepttári-
cá*que, como hemos visto, atsñee a i s ' ¿ ! í r S 3 T a t ’^ o o i» y a
jgTgffBcctcva '&r?óc ¿ ,i íe ^ rttr.r? fes
ceasum «piríuoU para su episodio er o r i ^ & j O T O 1«éh’foíST’r-M-
iia á c .lE «tesattifccadós y la parodia a » fiaes puramente novfcíá'S-
- e a r s ? esie sesiido, u s 3 s 3 h ^ á ls í'a s c s s 3c Q ü iv eS j» es Ic^SiTír-
áojr a d srio re s a Ié l5 , que creo tu n ad», Y o uo tasato hizo Quevedo
posterionrarate d aprovech» ee xa último Sueño de la muerte ele-
ffleeKH áiü-Ásdos por C e m s in i e s la coeva de M ontesinos. La crí
tica que L u d aao hk-ient de los filósofos pitagóricos y s e d e e s Que-
vedo la renueva e s los reíraros de hipócritas, Ut>s> de ellos, cl
lieesdado Calafeté* del Alguacil (1604-1608), rosario en mano y ■
disciplina en d a tó , tries poed* «sep ararse coc Montesinos, cuyo
r a s » » taiciriée períeaeee a I* «radiciós de los sepulcros blanquea
dos. Quevedo se rió de tos cocsUaoados.. cobk* «akkra Luciano, y de
todos los personajes habituales en las visitas iofersales» causo Cer
beta y Áqücrt5í5ít,TÍ Pero eiíss analogías ao im plicas sino colad*
166
denotas e x c e p c io n a le s en lo q u e constituye dos m o d o s m u y distin
tos de entender d género visionario. Lo grotesco, tocado cautamen
te por Cervantes, es sustancia! en Quevedo. Éste aprovecha abun
dante materia! carnavalesco y folklórico, como señala Iffland, en su
visión infernal.73 En e! caso de Cervantes, y al margen de !a tradi
ción folklórica d e la rueva, podemos apuntar cómo las referencias a
ia descomposición del cuerpo, a la longevidad y la mascarada gro
tesca afectan a los habitantes del alcázar de Montesinos, situado to
p o g r á f ic a m e n te en el abismo ,74
(en un «tinado prologo que lamentablemente viene desmentido por ia cronología dis-
cordante «fue * continuación añade José Luis Gómez): El Sueña dei Juicio fina! (circa
1694), & aguacil «ndemumiado (1604-1608), El Sueña dei inferno <1608), El mundo
por de denle*} (1612). Los suefios lucianesccs fueron incorp ratlos 4 la literatura fea-
noca con «otabkss cambie* respecto a los renacentistas como üp-jntó — a propósito
(Se! epígono dtl género, Enrique Gómez—- Carmen de Fes en La estructura barroca
<k «Ei Siglo pitagórico*, Madrid, Cupsa, Universidad de Málaga. 1978, pp. 64 y ss.
£; marco paródico dei sueño / sus tópicos tradicionales, en Antonio Enríquez G6-
ísss*. £ / Sigla pitagórico y vida de don Gregorio Guadañe. r.-J. de Charles Amiel, Pa
rís. Ed. Híspano&mericana. 1977, pp. 13 y ss.
73. Vid. J u ro s Ifíiand. Quevedo and the Gmíesque, London, Támesis Books,
¡9S2, ye!. I, pp. ¡7 y ss. y vo! ¡I, cap. Y. sobre Las Sueñas.
74. J, tñhutd destaca, ibid., H. p. 188, estas esferas de la negación que afectan a
las descripciones grotescas en Las sueños de Quevedo. El «vejóte» de Montesinos,
co n » io califica Sancho, es, creo, familia de ios Matusalenes que entraban hasta en lo
folklórico. Pensemos además que la barba era también signo paródico en el entremés
con figuras de «jets. También Quevetfc, en Ei sueño dei Juicio Final, había tocado
el Tópico <fc la cueva-garganta de! iítf-emo («f, cit.. p 86). Fiígueira Vaiverde, op.
cit., pp. 47 y SO, trata de los tópicos de longevidad, como el de Job o Matusalén, y de
la erper» del héroe de larga barba que ansia ser liberado en su caverna. Por otra parte,
eí teuui venia de lejos, como señala Cariota A. Cana!, en Ei teme ári sueño y la ima
gen dei laberinto <rn Quevedo, Dinkc Cvitanovic, op. cit., p. 340, ». 31, pues Séneca,
en sus Cartas a Luciiio, dibuja el infierno como morada de pálidas enfermedades y de
Is triste veje*.
75. M. Bajita. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Ei
contexto de Franjáis Rabektis. Barcelona, Barra!, 1980, p. 271, andida ei vínculo
r-articuíir dei comer con Sa muerte y ios infiernos en la tradición carnavalesca y abun
da en el sentido topográfico de So alto y lo bajo. La tierra aparece como vínculo de!
nacimiento y resurrección, tumba y vientre.
367
C s j \ v~2 O
76. Ibid., pp. 297 y 301 -303. Y vid. 158. 250 y 27!. Para Beierma. infra, p 582,
77. Sbid., p. 313. Bajtia seílala cómo en !a liíeraíura nwdiíval «el cuerpo despe-
•iamJo iie »n santo it».bfa dado logar muchos veces s las imágenes y enumeraciones
I m r . t í testamento dei asno que ftga íes partes d í su cuerpo ítoroembrado está
#«»• .v l iK.ft paródica lp. 315) í;ar;. Rabotéis y e! ínf=emo convenido en carnaval, pp.
344 y '% Para tas fuentes clásicas, pp 34!? y ss.
78. A. Redondo, Tradiciór. . nxmvaleica y creación literaria. Del personaje de
'tancho Panza al episodio de la in ,ula Bawtoria en t¡ «Quijote», «Bü!fe¡m Hispani-
< que». LXXX. 1-2, !97f. pp. 39-70 y Cl personaje <V dort Quijote: Tradiciones folkió-
ríca-fitemrias. contexto histórico y elaboración cct n. im «Nueva Revista de Fiio-
iegfe Hispánica». XXiX, 19S0. pp. 36-59.
79. Bajíin, */». ci:„ pp. 357-358. sefij!a cómo Atlnjum. cuy* vestimenta es.
Í68
Por otro lado, conviene recordar qu. icnica de los viejos
nijvnata influyó en las parodias del viaje homérico al Hades desde
Luciano, como es el caso de Alfonso de Valdés. ES mundo ai revés,
presente en Rabeiais y en otras descripciones infernales de tipo <u-
cianesco,—no —está ausente—— — cueva de Montesinos,i—aynque Sea
— —— — — —
por vía de encantamiento. De íorma muy estilizada, el episodio
muestrarios consabidos contrastes del tópico entre ei ayer y el hoy
de las virtudes heroicas, ia codicia femenina, la belleza contrahecha
y los muertos-vivos que hablan, se quejan y suspiran, amén de la in
versión general de unos héroes que ni visten ni se comportan como
¡o fueron en ia leyenda y en la tradición literaria. Recordemos que
de Montesinos se especifica lleva rosario en lugar de espada. Y en
cuanta a Dulcinea y sus compañeras, aparecen contra todo lo que la
amada en el deseo de un amador como don Quijote pudiera y qui
siera figuraría .*0
conto se safes, multicolor, baja a Sos infiernos y con sus cabriolas y piruetas hace reír
* Pintón y s Carente {y vid. pp. 352 y ss.i I-a misma perspectiva topográfica, es de
cir, inferior, está presente en el episodio cervantino. Y por lo que pueda vaíer para la
vestimenta de Beierms y su compañía, vid. también Juiio Caro Baroja, El carnaval,
Madrid. Tauros. ! 9792, p. 128. quien indica el uso de trajes a la turca en carnaval.
Carnestolendas «iba vestido de turco con un hermoso turbante». Los turbantes
— tsircos o moriscos— erars frecuentes en ¡os disfraces procesionales y danzas del
Corpus. También en ias fiesíar cortesanas. Dofla Cuaresma, por otra parte, aparecía
com e mujer vieja, chupada y larga, con caravanas de ayuno (ibid., p. 30). Covarru-
bias define el turbante cotno «cobertura de cabera de ia qual usan los africanos y los
demás moros y turcos». Era ¿ckrczo de infieles y sobre su simbolismo negativo da
idea e! propio Tesoro ai definir «turco»: «Esta nación es más conocida de ¡o que avía-
mos mencsíí.r, por avet «nido « señorear tan gran parte dcl orbe.» Sobre ia tradición
folklórica de la inversión lew-ora!, vid Filgucir# V»iverde. op. cit., pp. 53 y ss. E!
Q uijar se distancia de las h yendas de durmientes, pues al volver e! héroe encuentra
todo igual (p. 38). Para la pervivencia actual dcl motivo, vid. Le princesa durmiente
ww« te tiraría de Gonzalo Tórrenle Baliester.
80. E H, Curtios, op. cit, p 145. Sobre el tema, l.'ima/¡e du monde renversé ¿t
ses représenlatiorts iifttrurres el para-tiNéruires de ia Jin da XVf* n ic le du miheu du
XVII*, ed. de j. Lafond y A. Redondo, París, Vrin, 1979. Y también Caries Vaíllo, El
«mundo at revé’s» en ia poesía satírica de Quevedo, «Cuadernos Hispanoamerica
nos», CCCXXX, 1982, pp. S-30. La inversión es consustancial a los infiernos huma
nistas. Hciesi F. Granl. *Smages et gravures du monde á l'envers dans ¡curs relations
svec la pensée et la litlérature espagnoles», en L'imuge, p. 27. señala la huella dei
mundo si revés en el Mercurio y Carón de Valdés. A esa luz contempla el episodio
de ia ínsula B&rataris. Quevedo ¡levará ei mundo al revés s sus últimos extremos.
Respecto a la profunda cueva, es a la vez palacio o alcázar transparente, cárcel de en-,»
169
Cervantes y Quevedo cqincicíQa. como ya se h a apuntado, en
mtttftos aspectos teóricos sobre la ;^o> ¡cióo de les rueños, p u e s
NQB? paiten de fuentes semejantes. Pero e s e l perspectivismo gro-
TSSClDrTrSlí lr^T£ carnavalcífea'lo que opera en o u u direcciones. Asf,
en e i Sueño del infierno (1608), Quevedo toca el lema de las viejas
q u e quieren presumir de jóvenes y el de las vírgenes hocicadas
« q u e se vinieron al infierno con los virgos /iam bres *.*1 IVro es eJ
Sueño de la muerte (1622) et que rrcoge. en el retrato dr la Duefla
Quintañona, restos de ios visajes de Belerma, aunque con el estilo
inconfundible del autor de! Buscón.” Cervantes había encantado en
la cueva a dicha Dueña, junio a la reina Ginebra, «escanciando el
vino a Lanzarote cuando de BreUuia vino». Quevedo hace referen
cía a los tres personajes y convierte a la Quinlaftona en fundadora
de diseñas cri e l infierno d e s d e «ha más d e doscientos años ».*5 A su
8S. Vid. por ejemplo, en Cristóbal de Villalón, Eí Scholáslico, ed. crítica y estu
dio por Richard J. A. Kerr. Madrid, CS1C, 1967, pp. 154-16S y ss., las observaciones
dedicadas a Jos conocimientos superfinos y a las apariencias llamativas de los falsos
maestros. Éstos llenan mil artículos y hacen libros de dos mi! hojas con cuestionci-
¡Us, • que vale más el papel blanco que en ellas se borra que el provecho que delto se
saca» {ibid., p. 154). Sobre el color y hechura de las ropas se pretende que el «scho-
lísitco» m sea particular ni señalado (ibid., p. 168) y además se le aconseja no ande
snarsvillándose de cuanto oiga y vea, cosa que el Primo desatiende constantemente.
89. D. Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, ed. de Oliveri Nortes Vaüs,
Barcelona, 1976, p. 93. En p. 233, atac* a los falsos grsraátiecs que se refocilan coi!
hallazgos inútiles o pueriles.
90. Ibid., p. 241. El ataque a los filósofos, en pp, 247 y ss., y a los teólogos, en
pp. 249 y ss. El texto del Eluvio bien puede aducirse c o ito s intermedio entre Luciano
y ios Sextos erasmistas que como El CrotaUin y El Schoidstico tes atacaron. Los filó
sofos se dibujan «venerables por su barbe y por su mamo» (p. 247).
91. lbid.,p. 263 y pp. 265 y ss., para los religiosos y monjes, donde ridiculiza cl
tópico de Sos sdrmones que se remontas a orígenes absurdos, y denuncia sus grávidas
cabezas, preñadas (como la muia ote! Primo) de raü fruslerías. El carácter asnal de los
falsos maestros amigos de la barbarie aparece también en otros textos parejos. Vid.
Amirico Castro, Erasmo en tiempos de Cervantes 0 9 3 )), en Hacia Cervantes, p.
228. A. Redondo, en Tradición carnavalesca, «porta numerosos datos sobre la mar
cas carnavalescas de ia muia que creo deben tenerse en cuenta pera !a tipología dei
Primo.
172
/
hras de Erasmo, «plantean nuevas cuestiones sin interés aiguno, a
partir de un pelo de cabra ».92 El hecho de que además sea lector de
novelas de caballerías refuerza sus cualidades para ¡o fantástico y
apuntala su buena disposición para creer a pies juntillas, y por la
cuenta que le trae como «publicista», toda la relación de don Quijo
te a! subir del profundo.93
Claro que Cervantes no se para en filosofías ni teologías de viri obs-
curi, sino que ataca la erudición inútil y la fe ciega en la mitología clási
ca que sustenta este Primo, de profesión, humanista. Él, como los malos
maestros que denuncia Villalón, autoriza «con más de veinte y cinco au
tores» quién fue el primero que tuvo catarro en el mundo y el primero
que trató de curarse cl morbo gálico. Por lo mismo, al despedirse de don
Quijote, dará por bueno cuanto éste ha contado de la cueva para su Ch'i-
dio español y su Suplemento de Virgilio Polidoro, sobre temas tan de
peso como las mutaciones de Guadiana y de las de Ruidera, y para certi
ficar, con «autor tan grave y tan verdadero como es el señor Durandar-
le», el origen de los naipes.94 Pero antes de perderse de vista, cl Primo
nos ofrece su perspectiva acerca de un semejante, el falso ermitaño, «que
dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy
discreto, y caritativo además». Claro que Sancho Panza, que tiró por tie
rra. con sus preguntas y respuestas a! Primo, las cosas que «no importan
173
un ardite al entendimiento iri a la memoria». desvelará con don Quijote
las gallinas del penitente y la presencia de la solaerrnitaño. Cervantes en
garra así dos motivos muy ligados por la tradición literaria y artística, el
de la cueva y ei del eremita, dándole un nuevo sesgo.*5 Más larde, ei Per-
sifes se encargará de desmitificar Sos signos dei anuo tic Montesinos,
mostrándonos el ermitaño perfecto y ia cueva «verdadera», como luego
veremos.®6
Un precedente digno de destacara..*, r! de! romance Diez años vivió
Bderma, escrito por Góngora en 1582. ofrecía a Cervantes numerosos
puntos de arranque para la desmútficación heroica. El erotismo, la degra
dación de íes aspectos sacros y luctuosos, las insinuaciones de doña Aída
y la invitación al goce, lejos de tocas de viuda monjil, presentaban una
envidiable invitación para nuevas transformaciones de la materia ¿pica.
La referencia a los canónigas de San Diorifs y a los «déügos capotun-
dos», mejor armados que ios Pares ríe Francia y Sos de la Mesa Redon
da, va mucho más lejos que ia colisión que en el episodio de la cueva
95. Ermitaño, o salvaje, y cueva iban ligedc* ya desde antiguo y c! íestro barroco
ñiso boen sjso de ello {infm, pp. 1S3-4» na. 55-16). Jotos E. Yarey isa vtao ias ricas impli
caciones de la cueva fsfnvMo é d deseo de saber, retino filosófico, vientre u útero de! que
el hombre surge, peto atiiw ín turaba, p ñ á in e irri^ge» de la oscuridad física a de ¡a ee-
gu-íía espiritad) «d Cermnvm m Calderón (and Sane Cavewttmat), en Áppnxxhes tn im
Theatrr v f CoMento, ed. per Micfead D. McGaha. lto¡ven¡ify Press of America. ¡ 9S2, pp.
231-247. A Redondoi, en £? j w a i imtíáUaa—. ofawe «m «mpüo evadió de i » implica
ciones toikiórkas de la cueva, «sí como de! senado mágico y cb n g trim s ad merum de la
mis,-ns. Gethin H'jgaes, The Cavt o f iítmtxsiitaE Den Qisücnte V inserpretatinn and Daid-
luto's di.vm.'txmtmeií!. ««BÍÜS», 1JV, 1977, pp. 107-113, ofrece m g a ü vts retaeiooes d d
mfrtiwo de la corva cosí d arte de la menaaña en fas ConfesUxtjn de San A gu ata todos es
tos pbMeHiHeMw eo son excluyetáes. La meada, de üsdidtán papular y cuits era lógics
« i un m tú vo ya sápico «a Js época de Cervantes, como el de la cueva. Vid. además ias ob
servaciones de Percas de ftsnseri, op. cír. Ua trebejo de Mauricio Medio, En tamo a 'la
cueva de Stdammtca», «fi ijeadrmes Cervatttmast, til. pp. 29-48, arroja nueva luz sobre el
lema de ¡a cueva «a eí wtt«an&.. Sobre todo tito veivercmas iuege, infru. pp. 333 y ss.
96. Los inicias Set PersiiJ^ oííere:; ls Sgara de! cautivo que nace de! fondo de
1» t e i - c u n i inadie-tiem . Mas * naesiro propósito, vid. la « m n d a de Soidino con
PtxÍKS'Jra, Aaristela y otros raás al fondo de una coeva o ¡¡ron dentro de una ermita.
Anser, 6c biijar (fice eí üarnróon *0tra vez -se ha rtebo, eso todas las acciones ve-
rosfemfes ni probables se Io n de contar en Iss historias, porque si no se les da crédito
pierden sa valor: pero a! historiador no le conviene más de decir ia verdad, parézcalo
o no So parezca» (p. 3i5>. E! episodio dei Persiitz alcanza luz plena ksdo tras ei de ia
cneva de Montesinos. De ahí ia insistencia de Soldóte: «esto no es encantamiento»,
sino cueva para llegar p er un atajo a w sitio ameno y solitario.
174
ofrece lo profano con lo religioso. Pero es evidente que en este caso,
como en el del romance gongo riño Ensíllenme el asno rucio, en el que
un bobo aparece dando estoques y reveses, con armadura risible, encon
tramos precedentes notables de un proceso de ridiculización épica que
hast i en los detalles menores o escatológicos (como eí flujo menstrual o
cl pajecillo zurdo de Montesinos) muestra abundantes puntos de contacto
con la obra cervantina, según se verá más adelante.
Por i Ui' io, cic.o de algún interés recordar que las visiones de
inspiración ¡ucianesca y quevedesca afectaron al extendido género
de los «galios» o vejámenes universitarios, aunque mostrando una
faz festiva y carnavalesca que se aleja de la seriedad de su trata
miento cresmista. El género ya había dado sus frutos con anteriori
dad al Quijote. Y Cervantes muestra, a su vez, abundante conoci
miento de ia vida universitaria. Los estudiantes y el Primo
pertenecen a ese mundo. Y como recuerda M. Chevaüer, el estu
diante ss convirtió en tipo folklórico .97 Por ello, y al margen de las
interpretaciones existentes sobre la beca verde de Montesinos, creo
no está de más recordar que el verde era e! color de los canonistas y
que había un colegio en Salamanca, el de San Pelayo, que era cono
cido como «el de los verdes».9* Este colegio fue fundado por el
gran inquisidor asturiano Fernando Valdés de Salas. Inútil parece
recordar aquí el color de que se revestían los inquisidores. Es posi
ble que Cervantes vistiese al héroe romanceril con la beca de los
canonistas haciendo así más llamativo su hipócrita rosario. Y no
creo esté de más recordar que, contra lo que parezca, este mundo
escolar no estaba tan lejos de! caballeresco, como ejemplifica el
175
Prime. Enr. los..ceremoniales universitarios de Alcalá se~"armaba de
caballeros a? esiilo medieval a los doctores.51*
Si resulta asombrosa la riqueza de sugerencias que guarda la
cueva de Montesinos en la que, como dice Cervantes, «hay de
todo», no lo es menos la economía con que se traba, silenciando
materiales de la tradición del viaje ultramundano y de los tópicos
consustanciales al sueño.
99. Vid. mí sn. «De ludo vitando». Galios áulicas: tn ia Universidad de Salamcmco.,
Crotaién. Revista de Filología», I, Madrid, 1984, pp. 609-648. Tomo las referencias
sc»hie «Jos verdes» de Esteban Madruga Jiménez. Evocaciones universitarias. Salamanca.
1972, y Vicente de la Fuente, Historia de fas Universidades y dem ás establecimientos é¿
Espma, Madrid, 1884-Í889, vol. !í. p. 319. para el ceremonial de investidura en si grado
«fe docto»; Ocioso parece recordar d «asiendo estudiantil y mágico de !a sueva de Sala*
raaaca (cír. J. Garcfc Mercada!, Estudiante, sopistas y picaros, Madrid, Espasa-Glpe,
1954, pjk. Í45 y ss.). Creo que 5a mezcla paródica de religiosidad y perspectiva estudiantil
que Cervantes imprime a Montesinos se especifica con ia referencia a que la brisca era de
colegia!, impropia de un anciano guerrero. Covarrabsas, ere®, so s ilustra al srazar «I des*
censo de las becas: «Fue también la beca insignia de d o c to » , y assí pintan en .tes retablos
afttíjaos los doctores de la ley que están disputando en el templo con Christo nuestro Re-
dstüor y esto remeda» los capirotes de lov doctores, pero io que se han ainado con las t e
cas mu lus señores colegiales» Auiorid- vltx destaca cl aspecto religioso: «una insignia de
divessos colores que us-m los clérigos». Vid. Carmen ftentús. Indumentaria española en
lirtnpos de Curios V, Madrid, CSIO, 1962, p 77 y Trajes y mudas en la España de ios Re
yes Católicos. II, «Los hombres», p 60 ?
100. Vid., por ejemplo, el c it Somnium líe Juno Maldotiado que puede leerse en
I» tA . de Miguel Avills, Sueños ficticios y lurh« ideoMgka en el Siglo de Oro, Ma
drid. Editora Nacional. 1980, pp. 149 y ss. Creo de intenís el Sueño político de Mcl-
é m de Fonscca y Almeida (ibid., pp. 271 y 378) jxw la stncr¿>nf« que establece entre
discurso y sueño, corno es el caso de Cervantes («Dormido q u ed ó el discurso y, en la
ftittts h , luego obró las operaciones del discurso el pens/¡mierno»). Fonsec» desliga al
finia! ia verdad política de lo fabuloso soñado.
276
sión de ultratumba erasmista para transformaría en algo nuevo. El sueño
Je d on Quijote es sólo un capítulo de su existencia literaria y, corno tal,
inseparable de la evolución novelesca de! personaje. La sátira y la paro
dia actúan en el episodio dentro del proceso genera! de desmitiñcación y
desalegorización que la obra procura a niveles muy diversos, y sólo reco
ge leves alusiones a los acarreos ¿ticos que la tradición llevaba. Pero
Cervantes hace algo más, pues en el fondo de la cueva no sólo aparecen
ridiculizados los fantasmas literarios que acosaban la mente de! héroe,
sino los de su propia vida. De ahí que el derrotero de !a novela venga a
partir de ahí predeterminado en buena parte por esta acción y se explique
por ella. Y no sólo por io que atañe a la acción propiamente dicha, sino a
la teorización poética. Cervantes ofrece en la cueva de Montesinos los
procesos creadores de la memoria acumulativa que, al fundirse con la
propia experiencia y tras un proceso de creación transformadora, llegan a
So que entendemos por invención literaria. Como cuadro dentro del cua
dro. Sos esquemas del «sueño», nos muestran la novela en su propia ges
tación.
Si la Poética de Aristóteles es fundamental para entender el Quijote
no ió ion menos sus teorías sobre el sueño a ía hora de interpretar la ba
talla interior que don Quijote libra en la cueva.'01 Cervantes, como la ma
yó *1parte de los autores renacentistas citados, convino con el estagirita en
las causas fisiológicas y psicológicas del sueño, evitando las secuelas
adivinatorias que la tradición implicaba.102 La literatura propiamente di
cha avanzó por ese terreno en la delimitación de lo fantástico, mostrando
que las bajadas y subidas a regiones de ultramundo eran terreno propicio
para tales cuestiones, ccmo siglos después mostrarían Galdós, Sender o
Jaimes Joyce, por citar tres ejemplos diversos. Don Quijote casa perfec
tamente coi) la tipología del hablador o del melancólico que según Aris
tóteles acaba por encontrar en los sueños cosas que tienen relación con la
realidad, por aquello de que quien lanza muchas flechas ai aire acaba por
alcanzar algo.103 El «viaje» no sólo le procura espacios inusitados, sino el
101. Aristóteles, obras, ed. cit., p. 161, teorúa en su Trinado de los ensueños
sobre las imágenes engañosas que pueden parecer verdaderas y sobre la progies ón de
los ensueños con la edad.
102. Ibid'., pp. 167 y ss. Tratado de la adivinación durante el sueño. Aristóteles
insiste en la magnificación de las sensaciones durante el sueño, en que éstas se forjan
de lo que se ha deseado o pensado antes y en la inutilidad de sus augurios.
103. Ibid., p. 172. Recordemos a este propósito que para Ortega, el Quijote repre-
177
gozo dei tiempo eterao» san disintió del común, cujas horas reencuentra
a ia salida dcl prafoidb..1®*
Do». Quijote rao iccnprra. Ia razón al despertar de su sueño o en
sueño en la cueva,, siegue adelante y vive sin ella, hasta cl penúltimo
sueño, aquel que le devuelve su juicio libre y claro, sin ias sombras
caliginosas de la ignorancia.1"9 A lo largo de la obra permanece,
como los durmientes, sin las ataduras de la razón. El recuperarla
significa para él» corno se sabe, la muerte.-- y el final de una novela
en la que la discusión sobre la verdaú o falsedad de los sueños corre
al a par que la debatida cuestión de la vertkiti literaria.
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