Está en la página 1de 42

r¡ ; '

'(i^ fecU L L >C o ° l --> ’^ü JI^AJOA vi^-V. ^-Ual£L.Q'

Í ^ Í L o A ^ d fe W u L U _. b o l x > l Q jsx . ? e it

OlQ.

,%¿0\i?ji&aa, P P. U... X ^ 4.

LA CUEVA DE MONTESINOS
Y LA TRADICIÓN ERASMISTA
/ \ v . 'r r > r ^ DE ULTRATUMBA
C ^ " V ^ Yr V e j l y i ¿a fv<srW ^

S ^ o rfO £ $ h )& io ± S o b re G d U te£ y

Llegóse luego don Quijote, y dijo:


o te . y g ,\ {%rSTi
—Dime ¡ú, el que respondes: ¿fue
verdad o fue sueño lo que yo cuento
que me pasó en la cueva de Montesi­
nos...?
—Á lo de la cueva —respondie­
ron—, hay mucho que decir de todo
tiene.
(Quijote H. LXII)

*
Las numerosas entradas bibliográficas de la cueva de Montesinos
obligan a los críticos a utilizar toda clase de ¡-"trategias previas. Y es que
cualquier cautela es poca a la hora d* perseguir el trayecto espacial, tém ­
pora! y onírico de don Quijote, convertido, como apunta Martín de Ri-
quer, en un precedente de la moderna espeleología.*

S. Martí» de Ukj«er, Aproximación al Quijote, Barcelona. Teide, 1970, p. ¡44.


Las ftK.nte* de inspiración de i» euev* de Montesinos» en Helena Percas de Ponseti,
Cervantes y «r concepto del arte. Estudio crítico de algunos aspeaos y episodios del
V t . S 'Í C o ^
'jliráÍT/rr)k>£,
Desde el punto de vista genérico, y al margen de sus muchas /.aria el pasaje dentro de la cronographia múltiple que Cervantes ya
implicaciones de teoría literaria, el episodio puede instalarse dentro cultivara en La Calatea o en la primera parte del Quijote, y de la in­
de la tradición alegórica de los sueños o visiones de viajes de ultra­ vención de un espacio imaginario partiendo de unos espacios rea­
tumba con aberración temporal. Estilísticamente la perspectiva pa­ les. lo que equivale a combinar la topographia con la tnpntesia.’ El
ródica reduce sueño, viaje y tiempo a una fusión de lo sublime con pcrspectivismo, así como el ejercicio de la imitación compuesta,
lo cotidiano y rebaja e! romancero y la épica clásica y caballeresca obligan además a considerar el episodio no sólo como logro máxi­
a los terrenos del tercer estilo, lugar donde también se sitúa el pro­ mo de creación que supera las más variadas fuentes, sino como
pio protagonista y lo que es más asombroso, la propia Dulcinea, ob­ muestra de un texto que se ilumina y entiende de formas muy diver­
jeto ultimo de todos sus desvelos .2 Un punto de mira retórico focali- sas, según sea contemplado desde el punto de vista de su relator
único, don Quijote, desde el de los oyentes privilegiados, Sancho y
*Quijote», Madrid. Credos. II. J975, pp. 448 y ss. Bibliografía reciente sobre el epi­
el Primo, o desde la sutil coartada de Cervantes que se escuda y
sodio. en Migue! de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. III. Bibliografía funda­ confunde al lector, so pretexto de dejarlo en libertad, con el añadido
mental. preparada por Andrés M anilo, Madrid, Castalia, 1978, p. ¡22. Mariano S a ­ del apócrifo .4
quero Goyartes. Los capitulas apócrifos del Quijote, «Estudios sobre literatura y arte
dedicados al profesor Emilio Orozco». Universidad de Granada, 1979. 1, pp. 69-92, A estos planteamientos y otros más que la crítica ha extendido
advertía en los prolegómenos, como suele ocurrir en la crítica más reciente, sobre la desde la literatura al pie del mapa hasta el psicoanálisis moderno,
abundante bibliografía acarreada por el episodio cervantino desde Clemencia. queremos añadir una observación que tal vez no resulte superflua:
2. Sobre los viajes al más a llí y las visiones, vid. los clásicos trabajos de E. Ro­
ben Cunius. Literatura europea y Edad Media Latina, México. FCE. 1976. pp. 37 y
Cervantes, al poner en boca de don Quijote la relación de su sueño,
ss. y pp. 154 y ss., Howard Rollín Patch, El otro mundo en la literatura medieval, nos ofrece, en definitiva, un ejemplo más de en qué consiste la in­
México. FCE. 1956, y especialmente las adiciones de María Rosa Lida: La visión del vención literaria. Pues al volver el héroe de su viaje a la cueva reci­
trasmundo en las literaturas hispánicas, ib id., p. 419, además de su artículo Dos hue­ ta ante sus dos oyentes un discurso en el que mezcla sus lecturas ro­
llas del «Esplandidn» en el «Quijote» y el *Pemiles», «Romance Philology». IX,
máncenles y caballerescas con su propia experiencia vital anterior.
1955-56. pp. 156-162. Para la relación con la Divina Comedia y Virgilio. William T.
Avery. Elementos dantescos del • Quijote » (segunda parte). «Anales Cervantinos». El lector puede, a su vez, lomar el partido de Sancho y desconfiar
XIII-X1V. 1974-75. pp. 3-36. quien analiza la imitación de Cervantes desde la sátira de la verdad del relato o trasladarlo como constatación cierta, al
de los aspectos temporales y topográficos. Debo recordar, por el injusto olvido en que igual que el pseudo-Ovidio del Primo, loco de la erudición, que
la crítica lo ha sumido, el fino análisis de J. Filgueira Valverde, Tiempo y goto en la
dará por bueno el contenido del sermón quijotesco para trasladarlo
narrativa medieval (la cantiga Clll). Vigo. Ed. Xerais de Galicia. I9821 que en su
primera ed. (1935) anticipó análisis posteriores de las visiones y viajes de ultratumba a sus Meiamorfoseos en aquellos puntos que le dan la razón. En este
y acenó en ver la peculiar aberración temporal del episodio cervantino <vid. pp. 55 y caso, don Quijote ofrece a su interlocutor justamente lo que andaba
ss.). También Harry Sieber. «Uteniry Time in the Cueva de Montesinos». «Módem buscando. Recordemos que, tras la exhibición de sus futuras impre­
Language Notes». LXXXVI, 1971. pp. 268-273 y L. A. Murillo. The Colden Dial. siones librescas, el Primo pide a don Quijote —atado ya con las so-
Temporal Configuraron in Don Quijote. Oxford. The Dolphin Book. 1975. pp. 144-
152, hacen importantes observaciones sobre los diferentes tiempos del episodio, in­
cluido el tiempo literario, como hace Sieber. Sobre Icr; sueños, vid. el estudio de
Georgina Sábal de Rivers. El •Sueño» de Sor Juana Inés de la Cnn.. Tradiciones lite­ Fiction in the Iberian Península in Honour of Frank Pierce». ed. por R. B. Tale, Ox­
rarias y nriginalidad. Londres. Tamesis Books, 1977. Sobre el lema del sueño y los ford. 1982, pp. 105-119, y para una interpretación psicoanalítica. Carrol B. Johnson,
viajes ai más allá, traté, a propósito de Santa Teres», en mi artículo Ui configuración Psychoanalysis and Don Quitóte, en Appnuiches to Teaching Cervantes, ed. por Ri­
alegórica de «El castillo interior». «Boletín del Musco e Instituto "Camón Aznar"», chard Bjorson. MLS, 1984, pp. 104-112. Otra perspectiva, infra. pp. 179 y ss.
X, 1983. pp. 69-83. Sobre la base romancen! de leyendas anúricas y carolingias que 3. Sobre estos aspectos, supra, pp. 33 y ss.
componen el relato, vid. las amplias notas de Andrés Murilio a su ed. cit. de El Inge- 4. André Labertit. Estilística del testimonio apticrifo en el «Quijote» (Estudio del ca­
niosti Hidalgo Don Quijote de la Mancha, H. pp. 213-215. Y vid. además E. C. Riley. pítulo XXill de la 2* parte), en Venezia nella lettertituni spagnola e altri studi barocchi.
Metamorphnsis. Myth and Dream in the Cave a f Montesinos, «Essays on Narrativc Universidad de Pisa, 1973. pp. 139 y ss. y Mariano Baquero Goyanes. art. cit.
ca a! borde de ¡a cueva— «que mire bien y especule con cien ojos
io que h a y allá dentro», para sacarlo en sus Transformaciones. A lo
que Sancho Panza responderá con sal profética: « E n ruanos está el
pandero que ie sabrá bien tañer ».5
Conviene, sin embargo, tener en cuenta que el episodio no debe
ser entendido aisladamente, sino como capítulo fundamental del
Quijote de 1615, jugando un papel contrastivo con el episodio de
Clavileñc que, en dirección opuesta a la visita infernal de la cueva
—bien es cierto que ésta va plagada de notas paradisíacas— , expre­
sa !a parodia de los viajes a las esferas celestes .6 Tradicionalmentc
esíff tipo de peregrinaciones fantásticas era lle v a d o ^ ca S o por los
i' ahéroes o por ilos mismos poetas, convertidos,
grandes - « en este . ultimo
-i.-

5. Todas ¡as citas y referencias a! episodio de la cueva de Montesinos de este ca - )


písalo irán referidas a Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mar ha, ed., ¡ntrod. y
natas de Mastín de Riquer, Barcelona, Planeta, i 968.
6. Cír. A. Marasso, Cervantes, La invención de! Quijote, Buenos Aires, Hacheí-
te, 1954, pp. 139 y ss., quien traza ios precedentes clásicos de la cueva y de las lagu­
nas de R uñiera señalando además la tradición de los descensos en las novelas de c a -.
ballerfa. Coincide con el estudio anterior ya cit. de Filgueira Valverde en entroncar la
aberración temporal con los mitos célticos y la literatura española medieval. Y para
tes huelles «fe Ja épica italiana, pp. 147 y ss. Cabría añadir las observaciones de Patch, ■
c-p. cit., pp. 150 y ss. y 240. sobre la tópica referencia a los ríos subterráneos que de­
saparecen y vuelven a aparecer como el Guadiana, en les descripciones paradisíacas.
La originalidad de Cervantes estriba en haber fundido en ¡a cueva elementos propios
de la tradición paradisíaca y de la infernal. Vale decir, localiza los elementos arqui­
tectónicos y el lorus amoenus de! paraíso en Ss zona subterránea infernal. Cervantes
describió otras visiones ultramundanas, en e¡ ronaance La murada de las celos (infra.
pp. 179 y ss.), y en El Pemiles (cír. Lida, en Patch, ibid., p. 419). Vid. además Fil-
gueíra VaSverde, op. cit., pp. 30 y ss., quien seríala la tradición celtista de localizar el
paraíso in inferís y ¡o relaciona con si culto de montes y cavernas. Corno recuerda E.
C. Riiey, supra. el Guadiana era considerado c o n » un río de propiedades «maravillo­
sas y singulares», por el hecho de esconderse y reaparecer, como el Tigris o el Sico.
Vid. Pedro Mejía, Silva de varia lección, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles,»
1933, vol. í, p. 441. Sobre las agua? leteas y su relación con ei Guadiana cervantino, ¡f
vid. los observaciones de Juan Pérez Moya, Filosofía serreta. Barcelona, 1977, vol.?
II, pp. 39! y ss. Aquerón, Estigia y Flagetón son interpretadas como aguas infernales
de tristeza y doíor. Rfos de! infierno que representan las pasiones de nuestros pensa- r
míenlos, lo tenebroso del alma (.ibid., pp. 389 y ss.). Vid Peie¿ N Dunn, Ut cueva de
Montesinos por fuera y por dentro: estructura épica, fisonomía.. «MLN»,
LXXXVÜH, n. 2, 1973, pp. ¡90-214, y especialmente Juan Bautista Valle-Arce, Don
Quiote como forma de vida, Madrid, Fundación Juan M archEd. Castalia, 1976, pp.
173 y ss., y Juan Bautista Valle-Arce, Nuevos deslindes cervantinos, Barcelona,
/ a s o . cii r e la to r e s d e sur, p r o p ia s v is io n e s . P e ro en d Q u ijo te C e r-
i-anies dc|a solo a su heroe, como en Merra M o re n a , desposeyendo
además :.u relación <lc testimonios ajenos.'’
X
Uno de los problemas básicos que ios sueños planteaban con an­
terioridad a Cervantes era el de su verdad. Fernando de Herrera, al
comentar e! adjetivo «ebúrnea» de la Égloga I! de Garcilaso, trae a
colación iodos los tópicos que al respecto acarreaba el episodio
XIX de la Odisea donde Homero pone dos puertas al sueño, como
luego imitaría Virgilio en la E neida:

... ¡as puertas de los sueños son dos, porque entre el dormir nos
ofenden y persiguen las visiones de los sueños, que parece que sa­
len de las puertas del sueño. La una de éstas es de cuerno, y denota
¡os ojos, que son de aquel color y más duros que los demás miem­
bros, como ¡os que no sienten frío, según dice Tulio en el 2 de la
naturaleza de los dioses. Por esta puerta sale la verdad, que es por
ia vista; porque lo que vemos, sin duda es verdad. Y así se le atri­
buyen los sueños verdaderos, que dicen ios poetas; porque el cuer­
no adelgazado se hace perspicuo y transparente. La otra ebúrnea,
que es de marfil denso y frágil, y se da a los sueños vanos para que
entendamos conforme a ¡a opinión antigua algunas veces las visio­
nes nocturnas ser engañosas y otras verdaderas, significa ¡a boca,
porque Sos dientes son de aquel color, y sabemos que io que se ha­
bla puede ser falso; y por eso salió Eneas por la puerta ebúrnea, la
cual denota en el hombre la anima! aprehensión engañosa y igno­
rante de ciencia, especialmente de los que duermen.*

1975. pp, 337 y ss. También insiste en la presencia de ¡o infernal y ¡o paradisíaco E.


C. Riiey en e! art. cit., Metamarphosis. Myth and D r e a m. p . 109. Vid. nota 23, ir¡-
fra.
7. Vid. Avalle-Arce, Don Quijote coma forma de \ida, p. 177. Sobre los guías y
¡a tradición dantesca, !. N. Hauf, Visión, sátira y agudeza en los «Sueños de Queve­
dos, Madrid. Credos. 1974, p. 23.
8. Para ¡as Anotaciones de Fernando Herrera (1580). sigo la ed. de Antonio Ga­
llego Morelí, Can-iluso de la Vegu y sus comentaristas. Universidad de Granada,
I 966. pp. 490-491 — de donde he recogido {supra, p. 11), la cita prologa! del Brócen­
se— Herrera dice seguir en esse pasaje interpretativo de las puertas de*, sueño homé­
rico y virgiliano a Adriano Turbeno, cap. 14, lib. 4, El texto de Garcilaso es funda­
mental para entender 1a preocupación sobre ¡a verdad o mentira de los sueños.
Albanio se interroga: •»

14!
El fragmento, conocido scguran.enfr por Cervantes. no se limi­
ta. como hemos visto, al mero enunciado, sino que interpreta la ca
lidad cierta o falsa de los sueltos desde la diferencia entre lo visto y
lo contado, concediendo la verdad a lo percibido poi los ojos y la
posible falsedad a lo emitido por la boca. Dado que dei viaje a la
cueva sólo contamos con la versión oral de su protagonista, ésta
puede ser tanto cierta como engaños**, pues sólo sus palabras con­
firman lo que sus ojos vieron y lo que percibió con ei resto de sus
ssaíkios.

Macrobio,, al que nos teftrircm cí más adelante, había .aludido


también a las dos puertas del sueño. Se trataba de algo muy conoci­
do qiite .se refleja en las observaciones que recaha.ii la diferencia que
va de Je visío a io soñado., Sin pretender una interpretación alegóri­
ca,, cabe; incluso pensar que Cervantes jjagÜS con ello al presentamos
«sí a Montesinos por boca de su héroe:

Ofrectóseiae luego * Sa vísta te» tea! y «maroso paíac-o o alcá­


zar. cuyos muros y jured» parecías de transparente y claro cristal
fabricados; del cual at*iéaJose dos grandes puertas, vi que por
ellas salía y hacia tnf se venía w musnÉle xedimi.

Y en cualquier caso, las puertas de 3a verdad y de la mentira es


literatura no tienen perqué coincidir con fias de fes sueños. Como
genero literario, los sueños o visio?*es llevan «implícita la paradoja

¿Es o t a íwrño o c i c m m K m u
fe, fciaac* ssm»? ¡Ah. lodks. estás M iode!
Yo esfflhase ereyeado carao ¡oca.
%¡O ettytaAi de raí* Tá vas vcia&óo
cao presa*®ate por I«dsfcKtapsaat^
y& q a tfo m e «sss&fo «aeí Sanas*!© (JÉ¡g. ¡L w . í ¡3 -I!8 J

G n Ü K C Se S* Vega. ÍWww n w y ln w . td . de O ta . i . Ríwess. Valencia, C asulla.


1974. p. 312. Ceoso s a b i a l i a » e* ia. wsmi a n e sp n a d fe a lc . ya e l Brocease había
incScauto tes te a m s de .las, «fen j a » é d sandio: Horneara {(M ises. XIX, .552-567) y
VsrgBí» iSnttda, V L 853-SS6) <jae Kieg» tsfi*¡»k*ria Tam íyo. Sobre Hemsr* y íes sue­
cos. vmJ. G. Siteat ée Riwsnc. 05*. « ¡t, pp- 3S~*t¡ La* pétalas dei sm.-ño itaparaceü en
la «arras** ¡fe. ir a » Bmhw. caw o r r advirtió Rieaséft GslBáa.
.*
142

i
¿ g e n o

soñador percibió con los ojos y demás sentidos. Ta[ jyrcc ¡T c jó n v i-


sual "es siempre anienor. pasada yT"com o ’oc ú rre en l o s ? ueñosac
Qucvrdo, cl vi y ocasionalmente cl oí, son las fórmulas ni;ís repeli­
das en la narración .'1 También en cl Quijote se ofrece ese tiempo
gramatical a la hora de consuma la visión en la cueva Pero para en
tender cl episodio, es necesario matiz,ar cuáles son los ojos con que
""se mira en sueños, puc:> <lc"c11<r3epcn(íc"la credibilidadO rUTOST rP
d» tfOh Qufjnli quien, ante las reservas de Sancho, prcdíCÍfW’
que la verdad de las cosas que con tanto gusto ha contado «ni admi­
te réplica ni disputa».
Entre las pruebas de la evidencia que acarrea e¡ discurso dei hé­
roe cervantino están, como suele ocurrir en las visiones, la de que
todo cuanto éste relata lo ha percibido, como decimos, a través de
los cinco sentidos, especialmente de la vista y el oído. Este argu­
mento, sin embargo, lejos de desmentir que se trata de un sueño o
visión, puede confirmarlo a las claras, si ¡o analizamos a la luz de
los teóricos de la época — Huarte de San Juan, sin ir más lejos— ,U1
según los cuales existen cinco sentidos interiores o potencias del
alma que actúan mientras el cuerpo está dormido." Cabe, sin em-

9. Ike Noliing Hauf. of>. cit.. pp. 20 y 67 y ss. El propio Que vedo es consciente de
ello en el Sufrió del infierna. Vid. Francisco de Que vedo. Sueñas y discursos, ed. de Felipe
C K. Maldonado. Madrid. Castalia. 1973. p. 106 (citan* siempre por esta ed ) Fji el Sueño
del Juicio Final presenta así los tópicos ruidos y tinieblas n la entrada de las visiones infer­
nales que parodia también el Quijote: «Ucguémc por él, oí mucho ruido y quejas en la tie­
rra. LJeguémé por ver lo que había y vi en una cueva honda —garganta del infierno— pe­
nar muchos, y entre otros: un letrado...» (ibid., p. 86). Curiosamente cl final del «ueño
expresa la relación coincidentc entre el pumo de vista del visionario y la perspectiva de su
narración; pues asegura, tras dccir que se dispertó con una carcajada: «Sueños son éstos,
que si dueme vuestra excelencia sobre eiios, verá que por ver las cosas como las veo las
espera como las digo» (ibid.. p. 86).
10. «Yo no puedo dejar de entender que el ánima apartada del cuerpo, y también
el demonio, tenga potencia visiva, olfativa, auditiva y táctica: lo cual me pa-ece fácil
de probar». Hitarte de San Juan. Examen de ingenios para las ciencias, ed. de Este­
ban Torre. Madrid. Sd. Nacional, 1977. pp. 158-159. Huarte aduce ejemplos bíblicos
para probar ¡as potencias de sentidos en el demonio. Más adelante confirmará óc nue­
vo que «cl ánima racional y eí demonio se aprovechan para sus obras de las calidades
materiales» ¡p. 162). i
11. Herrera precisa la existencia de sentidos interiores y exteriores en su extensa
definición del sueño que «es, según Plinio en el cap último del lib. 10, abreviando a
Aristóteles en el del sueño y despertamiento, un receso y apartamiento del ánimo en>
medio de si mismo; o es vuelt? de los espíritus a ¡as partes interiores, los cuales ior-

143 1
;u¡;ii!u' que >«!es sentidos.m’.írsr.•es puede.’ olnar igualmente.
/':*• ¡a faculta^ imaginativa, f \ . . j r , ' «ueno, como ; on firma c!
cwrtnr¡tic» lc>.(o ¿o San Ignacio <(••: Luyóla sobre )a composición de
lugar rl ejercicio del infierno q-„í viene prcci* aitcnlc a! caso .'2
I-Me planteamiento conviene ser fe.ordado a la hora de interpretar
otro-, te «tos similares, como es cl caso de los Sueños de Que vedo,
ya que afecta no sólo a la vcrosimtiuud, sino al punto de vista na-
«aiivo, pues este es generalmente el de (a primera persona y en ella
coincidí » narrador y protagonista. De ahí ¡a singularidad del episo­
dio que tratamos al delegar eí «autor* en Don Quijote, que es quien
toma para sí Sa voz omnisciente del relato.n
Un sexto que creo fundamenta 5 para interpretar el episodio de ia
cueva de Montesinos. El Crotpfón* expresa bien a las claras cómo
son «ios sentidos de¡ alma», los que entran en juego durante el'sue*
| i ,SSSr^e1tc)Srpuc3e el Ualio ir describiendo a su amo MÍ9Ü0
cuanto ’m visto y oído en sus dos viajes ultramontanos.14 La ambi­
güedad respecto a este punto está cuidadosamertíe formulada en ei
discurso de don Quijote que, tras decir que Se «salteó un sueño pro­
fundísimo», dice despertó de él sin saber cómo y comprobó que así
era limpiándose los ojos, tentándose y viendo sus concertados dis­
cursos. Estas pruebas vuelve a formuJarias a cada paso, con la insis-
ít’ncia machacona de cuanto oyó, vio y tocó, amén de la salazón y
Sa abstinencia que apelan de forma más indirecta a los sentidos res-

nan a salir por ¡a vigilia, o. como q u ie ro «ros. un vigor y confortamiento cíe! seniido
espiritual, que es el interior y vinculo de) sentido corporal, o cesación de los senti­
mientos o desfallecimiento y desmayo deJ espíritu sensible» (ed. cit., p. 486). V id C
S. Ltwis, La imagen del mundo, pp. 123 y ss.
52. Obras completos de San Ignacio de Loyola, Madrid, «BAO», ¡952, pp. 173-
?74- quin.c ejercicio. Meditación (Sel infierno.
!'!. O. F. Pring-M:!!. Sume Techrique.c n f Reprexeniatinnx in the •Sueños» and
the • Criñc'm », «BHS». X L ^ !96R. pí>- 270-284, apunta ei «so di la vista de la ima­
ginación en Quevcdo y G radan. común a San Ignacio y a otros escritores ascéticos.
Creo que la referencia a lo.* seatj'dos interiores explica aspectos impórtame* de ambos
teste*, sin necesidad de a imágenes iBtenretKsvas iRodenw. También en Cal­
derón cobran gran imjKinancsa ios seat'dos, según la concepción tradicional, como
aplaté en mi liar .ajo ij i fábrica de ¡-vi autn sacrtmuniti!: .<U n ea'.anios de !m CuIihi»,
cd. cit.. {. 72.
¡4. Segmyf la ed. de Asunción Rallo: Cristóbal de Viüaión. t i Cnnalán, Ma­
drid Cátedra. 19>¡2. .

i H’*?- ...

t
tan.cs deí gusto .y del olfato-. Con ellas, como todos los visionarios,
don Quijote avala Ja au ¡e ru i o ’votí fo íafañci o -
c fiTSK'fS'FTnTmios,*a nade oí reís que, al trastocar la le-
yend¡‘ popular, como el puñal buido o los atavíos de los encantados,
confirman Jos extremos de verdad de su maravillosa visión. Los
cuatro ícales de Sancho con que don Quijote aminora las necesida­
des de su dama añaden una evidencia mayor para la credibilidad del
escudeio, así como los vestid >i de Dulcinea y.su corte; a u n q u e ' no
pava cl lector. que se queda con la sospecha del incierto paradero de
las dichosas monedas.
bl hombre, -egdn la teoría tradicional, estaba compuesto por
tres aTróasfTacumail, cnslKle y vegetativa. El alma racional gozaba
a9ta o1s; facultades:
f' 1 • tt ’
inieJIectu.7 y ratio. y al alma vegetativa pertene-
* « - - v - " t i -
cían los procesos inconscientes e involuntarios qcl organismo,
cISrHo ¿TcreHmíento'Via'secreción. En cuanto
«■waH MHMMMaiUalma
WMMaM sensible,
nnRMIMMN ¿sla
nHfel
tenía amplias funciones a través de los diez juicios o sentidos. De
ésios. cinco son exteriores;,v ista, oído, olfato, gusto y tacto; y cinco
interiores: memoria, apreciación, imaginación, fantasía y juicio co­
mún. La apreciación se identificaba con el instinto. La imaginación
y la fantasía" separadas con anterioridad a Ja interpretación románti­
ca, tenían asignadas funciones distintas. A la imaginación corres­
pondía retener lo percibido y a la fantasía unirlo o separarlo. C. S.
JLcwis parangona la imaginación con la invención poética, y respec­
to a ia fantasía* no parece descabellado ligarla al proceso de la com­
posición poética, En cuanto al juicio común, conviene, no homolo­
gado con el sentido común, sino con una función más compleja, la
de enjuiciar y tomar conciencia de Jo percibido por los sentidos .15
Aspectos éstos que creemos de útil consideración no sólo a la hora
de equiparar el proceso onírico a! de la creación literaria, sino tam­
bién de analizar el relato de don Quijote, ya que estos juicios ¡¡ne­

is. C. S. Lewis. op. cit., pp. 523-126. Muy ilustradora es la definición que de !a
fm ln skt da Herrera como «potencia natural de la ánima sensitiva ... Tulio la interpre­
tó viso, Qutatiliano visión y ios modernos imaginación». Añade que la fantasía es en­
gañosa-, por ella ss representan las imágenes de las cosas ausentes «que nos parece
que I b s vemos con los ojos, y las tenemos presentes, y podemos fingir y formal' en el
ánimo verdaderas y falsas imágenes a nuestra voluntad y arbitrio, y estas imágenes
vienen £ la fantasía de los sentidos exteriores» (Garcilaso de la Veya y sus comenta­
ristas. pp. 297-298).
riores entraban en liza durante el sueño, aunque el alma racional
permaneciese inactiva. Todo esto, así como las relaciones físiológi-
co-psicológicas del sueño, era conocido en la época de Cervantes y
había dado abundantes frutos .16
Conviene, sin embargo, recordar, a propósito de estos sentidos
inteífores, qué Tá doctrina Estoica había denunciado n^gam'aiñeflte
"IS í Vérdádes ffasiocadas por la fantasía c la imaginación. Siendo ón
1>uen testimonio las 'epístolas tardías de Qiievedo Contra los cuatro
fantasmas de la vida: Muerte, pobreza, desprecio y enfermedad.
Fantasmas como los que rondan el sueño de don Quijote, mostrando
la amarga visión de unos personajes literarios «encantados» y una
Dulcinea acosada por la necesidad .17
Dentro de los esquemas de la época, las pruebas de ios sentidos
que aduce don Quijote no están reñidas como decimos, con el sue­
ño. Todo lo contrario, avisan de ese mundo interior, bullente y vivo,
en el que vuelan libremente las percepciones sensitivas. Así lo creía
Quevedo, a sabiendas de que la experiencia onírica es individual y,
por tanto, susceptible de ser invalidada en su verdad por quienes
atienden la relación de! visionario. En el Sueño de la muerte dice:

Luega que desembarazada el sima se vio ociosa sis la traba de


los sentidos exteriores, me embistió desta manera la comedia si­
guiente, y así ia recitaron mis potencias a escuras, siendo yo para
mis fantasías auditorio y teatro.**

En cuanto a los citados comentarios de Herrera, no sólo hacen


referencia a 1a existencia de los sentidos exteriores e interiores, sino
a que la razón permanece atada durante el sueño, lo cual no deja de

56. G. Sabat «Je Rivera, op, cit., pp. 114 y ss., analiza Sos sentidos interiores en
la poesía de Sor Juana y recoge algunas referencia': al respecta, corno las de Fray
Luis y San Juan de la Crez. Vid. además po. 53. 151 y i 36.
17. Sobre ei lema. vid. la detallada exposición de Henry Ettinghausen. Francis­
co de Quevedo and the Noestoic Movement, Oxford ÍJnivetssty Press, 1972, pp. 92-
108. Quevedo, como el Brócense, identificaba fantasma, fantasía e imaginación. Las
cartas {«seden verse en Francisco de Quevedo, Obra.r aimpietas. tomo I: Obras en
prona. Madrid, Agsilar. 1974, «Contra ias cuatro partes del mundo y las cuatro fan­
tasmas de ia vida», pp. 1364 y ss. y 1424 y ss„ respecf. En El mundo por dentro (Sue­
ños. p. 164). Quevedo dibuja a un viejo venerable (vid. infra). Es el Desengaño.
! 8. Quevedo. Sueños, ed. cit., p. 188.
tener gracia, si tenemos en cuenta la particular situación de !a men­
te de don Quijote durante ia vigilia .'9 Aun así hasta el propio San­
cho {por no mentar la referencia a! apócrifo) conviene en que don
Quijote razonaba mejor despierto que tras esa bajada a! otro mundo:

Bien se estaba vuestra m erced acá arriba con su entero ju icio ,


tal cu al D ios se !e había dado, h ablando sen ten cias y d an d o conse­
jo s a c a d a paso, y no ag o ra, contando los m ay o res d isp arale s que
p ueden imaginarse.

Sancho creerá trastornada !a mente de su amo a la salida de la


cueva y pedirá a Dios recupere su menguado juicio. La credibilidad
de! sueño de don Quijote plantea además una cuestión de decoro
que no debe ser desestimada. Si seguimos e¡ pensamiento al uso en
¡a época de Cervantes, el sueño de don Quijote carecería de impor­
tancia no sólo por venir de quien venta, sino por tratarse de materia
de poca monta y sin trascendencia alguna para e! resto de los moría­
les. En el Sueño del juicio final Quevedo apunta, remitiendo a tex­
tos clásicos:

Los sueños dice Homero que son de Júpiter y que él ios envía, y
en otro lugar que se han de creer; es así cuando tocan en cosas im­
portantes y piadosas o las sueñan reyes y grandes señores, como se ¿ H pcS
colige del doctísimo y admirable Propercio.20 ¿e _
s<¡ C 'ñ c s
E! valor premonitorio de algunos sueños, su valor profético, en
ia. tradición bíblica y clásica, restaba valor a aquéllos de índole par­
ticular que no versaban sobre temas importantes relativos a la pie­
dad o ai interés político. Por lo mismo, la exégesis de los sueños, su
interpretación, también estaba vedada a la mayoría. Cervantes lo re­

19. «Escribe Temistio en el cap. 20 de los ensueños que el ensueño es visión que
ocurre en !a quietud todas las veces que aquella virtud y potencia que juzga está im­
pedida y atada y desierta con ei desmayo y entorpecimiento de! cuerpo; y como hay
dos sentidos, interior y exterior, acontece que se vence el exterior en e! sueño, y el
otro no; lo cual sucede muchas veces cuando soñamos; y al contrario se adormece el
interior, y el otro no» (erl. cit.. p. 488).
20. Quevedo, Sueños, p. 71 y nota correspondiente. La referencia a Homero se ,
había hecho tópica en la tradición de los sueños (cfr. G. Sabat de Rivers, op. cit., pp.
109-110).

147
cuerda en cl Persii.es cuando trac por boca de Mauricio las palabras
dcl Levítico: «No seáis agoreros, ni deis crédilos a los sueños.» Y
añade: «Porque no a lodos es dado el entenderlos .» 21
La verdad católica había introducido además un correctivo a
las puertas de la verdad y la mentira según los clásicos grecolati-
nos. a! distinguir entre «revelaciones divinas» e «ilusiones del de­
monio», como recuerda el propio Cervantes .23 El demonio ofrece
así un papel activo en la generación de engañosas y vanas fanta­
sías oníricas, como sabían muy bien Torquemada y Santa Teresa.
Quevedo recuerda otro tanto en el Sueño del infierno cuando dice:
«Sé que Jos sueños, las más veces, son burla de la fantasía y ocio
d d alma, y que eí diablo nunca dice la verdad.» ?* Fantasía y de­
monio quedan así hermanados e igualados en e¡ origen de ios sue­
ños inútiles que no merecen crédito. En el discurso de don Quijo­
te. aras su descenso ad inferas, cuenta cómo M ontesinos le habló
de «Merlín aquel francés encantador que dicen fue hijo del día- .
blo. sino que supo, como dicen, un punto más que el diablo.» La
ifiíervcnctón pseudo-diabólica de Merlín no deja impasible a San­
cho que reducirá toda la retahila visionaria de su amo a imagina­
ciones:

... creo —respondió Sandio— que aque! Merlín o aquellos encanta­


dores que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que
ha visto y comunicado allá abajo. Se encajaron en el magín o Sa me­
moria toda esa máquina que nos ha c o n ta d o , y todo a q u e llo que por
contar le queda.

21 Miguel de Cervantes, Los trabajos de Pen i les y Sigismundo, Ed. de Juan


Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1969, pp. 136-137 y notas. E. C. RiSey llama
ia atención, en su an. cit. nota 17. «¡obre otro lugar cervantino í¡ue hace referencia a
Jos sueños, el Viaje dei Parnaso. 6.
22. Ij >3 trabajos de Persiles.... ibid.
23. Quevedo, Sueños, ed. cit.. p. ¡06. Antonio de Torquemada, Jardín de flores
tunosas, ed. de Giovanni Allegra, Madrid. Castalia. 1983, sitúa a les demonios en
cuevas y concavidades de la tierra. El infierno está, según él, en ¡os abismos. Para é!
Sos demonios provocan el sueño y el amor «loco». Y aunque cree que muchos»de esos
fantasmas son cosa fingida, producto de la imaginación o dei humor melancólico,
abunda en la leyenda de Mérito! hijo de! diabla y de «na monja {pp. 226, 261, 262*
263 y 280). Torquemada menciona también el Guadiana y sigue a PSinio en ¡a des­
cripción del ultrarnundo.
Clarp que don Quijote niega semejante propuesta a renglón se­
guido, al asegurar que cuanto ha dicho lo vio con sus propios ojos y
lo tocó con sus propias manos. Más adelante, en la aventura de Cla-
vileño, en la que por cierto se repite también la aberración tempo­
ral, estará guiado de nuevo «por el sabio Merlín, protoencantador
de los encantadores».

El Somnium Scipionis de Cicerón ha sido citado más de una vez


a propósito del episodio que analizamos, pero son los comentarios
de Macrobio al texto ciceroniano los que proporcionan abundante
información a la hora de interpretar el sueño de don Quijote en la
cueva de Montesinos .24 A C. S. Lewis debemos la demostración de
cómo Cervantes siguió a Macrobio en el vuelo ascensional de Cla-
vilcño por las esferas celestes.” También el Persiles confirma esas
lecturas, cuando dice que los sueños proceden «o de los muchos
manjares que suben vapores al cerebro, con que turban el sentido
común, o ya de squello que el hombre trata más de día ».26 Cicerón
prestó credibilidad a! sueño de Escipión argumentando, como otros
escritores antes y después, siguiendo a Aristóteles, que de lo que se
vive se sueña .27 Macrobio, su intérprete, colocó la experiencia cice­
roniana en la serie genérica de los sueños verídicos. Según él, exis-
ten cinco clases áe sueño: somnium, visto, oraculum, insomnium y

24. Avalle-Arce, Don Quijote como forma de vida, p. ¡91. £1 Somnium Scipio­
nis ss convirtió cu modelo tradicional de los sueños, como indica G. Sabat de Rivers,
op cit. Hasta bí, servido de título a OuiUermo Camero, en Ei Sueño de Escipión, para
plantear sa teoría de la creación literaria. Vid. en su Ensayo de una teoría de la visión
(Poesía ¡966-1977), Estudio, preliminar de Carlos Bousoño, Madrid, Peralta, Ed.,
i 979, pp. 129-153
25. Op. cit., pp. i 8 y 72.
26. Ed. cit., p. 137. Avalle-Arce constata en ia nota correspondiente, remitiendo
al ya citado trabajo óc. Lewis, la tradición occidental del tópico originado en Platón, y
divulgado por Calcidio y Macrobio.
27. «Como me encontrase yo muy fatigado por el viaje y por la larga vigilia, me
tomó un sueño más profundo que de ordinario. Entonces, debido, a mi entender, a lo
que habíamos hablado, dado que con frecuencia nuestros pensamientos y nuestres pa­
labras influyen en nuestro sueño...» (Cicerón, La República, Madrid. Aguilar, 1979,
p. 126). En el Somnium Scipionis se insiste, como en la tradición posterior hasta Cer­
vantes, en ia enajenación, asombro y admiración del visionario ante lantas maravillas.
Las causes físicas y psíquicas de! sueño concurrieron también en Lo somni de Beraat
Metge (Obras, ed. de Martín de Riquer. Barcelona. Facultad de Filosofía y Letras,
1959). Vid. infra lo dicho sobre Aristóteles.

149
visum,2* riqueza léxica de la que la lengua española apenas puede
hacer un traslado parcial. Pero desglosemos sus partes:

1. El sueño propiamente dicho o som nium , que a su vez se di­


vide en cinco especies, es aquel que por su oscuridad alegórica ne­
cesita ser interpretado y, como íos sueños bíblicos, pide UQ £*£&?-
ta.^ Si el caso del Quijote descubre^ según creo, un alto grado de
desalegorización en tantos aspectos, el de la cueva de Montesinos
prueba este extremo, manteniéndose en los márgenes de un discurso
que para nada recaba lecturas m orales, anagógicas o alegóricas, y
cuya lectura literal basta y sobra para el logro de la mayor riqueza
interpretativa. Su literariedad, vale deesr, el que et texto no salga de
% rñírino, desautoriza cualquier intento de convertir lo dicho por
don Quijote en tina relación paralela a la del Somnium.

2. La visión o visto tiene carácter profético o premonitorio.


Comunica de antemano en ei sueño lo que está por venir .30 Y en
este sentido, Cervantes rompe el esquem a, o por m ejor decir, lo in­
vierte, porque como visión a posteriori recoge numerosos retazos
del pasado, pero no prefigura acontecim iento alguno en ia vida del
héroe, que jam ás desencantará a los condenados por el casidiablo
Merlín. Y por si no fuera suficiente, tam poco se cum plirán las pala­
bras del «primer autor», cuando asegura que don Q uijote «se reíra-

28. Citeré por la ed. Satino-francesa de i J. D ubochet: M acrobe. Yamm. Mete,


Oettvres Compiilcs, París. 1850. Para el Somnium, pp. 9-116. He consultado también
Macrofeíi Arnbrosi? AutcSii Theodosii. In Somnium Scipionis Lib. H. Saturnaliorum,
Lib. VIS, Líigduni Apud Seb Gryphium, 1550. pp. 18 y ss., para los cinco géneros de
sttefios a que hacemos referencia. C o n » hem os d ich o anteriorm ente. Macrobio alude
también a ¡as dos puertas del sueño y las ex p lica con una cita de Porfirio ( ibid, p
16). Uo resumen de las teorías de M acrobio e n relación con el Srunnwm Sdpiouu
puede verse en C. S. Lewis, op. cit., pp. 46 y ss.. q uien hace hincapié cr^« difusión
de este texto en la Edad Media. Ei sueño fue im itado por Chaucer. Dante y ponerme
mente por Shakespeare. Tiene en cuenta la perspectiva mítica con la q u e Macrobio
interpies cl texto. de ahí la búsqueda de su altitudo o significado profundo ocult"
29. Este somnium se subdivide, a su vez. en cinco especies, según se (rale <k un
sueño particular, extraño, común a otros o co ncierna a lo público o a lo general («Hu
jus quinqué sunt specíes: aut enirn proprium, au t aiienum , aut eotnm une, aut publi
cum. aut generale est»). Macrobio. Oettvres, ed. c it.. pp. 14-15.
30. ibid., p. 14 («Visto est «titeas, cum id q uis videi. quod eodem modo, quo
apaaroerat ever.set»),

150
¡ó» al fina! de su vida de tal historia y dijo que él la había inven­
tado.
3. El oraculum requiere la presencia en el sueño de un perso­
naje venerable que instruya a! soñador sobre lo que debe y no debe
hacer y le da noticia de lo que le va a ocurrir en el futuro. Este tipo
3 c sueño queda bastante desmitificado, como los anterioresT'en' la
obra cervantina y explica, entre otras fuentes que aluden a la nece­
sidad de un guía en ias visiones ,35 la presencia del venerable
Montesinos y su inutilidad como maestro y oráculo del sueño de
don Quijote.

Cabe decir que de los tres tipos de sueño ninguno se correspon­


de con e! que acontece en ia cueva, salvo por vía desmi ti ficadora.
Si para Macrobio estos tres eran los sueños verídicos y útiles, y el
de Escipión gozaba de ellos, en el caso del Quijote, son los que apa­
recen parodiados en su tradición profética, exegética y simbólica.
Los dos restantes, insomnium y visum, que en Macrobio carecen de
utilidad, son, sin embargo, los que prestan una mayor función nove­
lesca en el relato cervantino, huérfano de fines trascendentales y he­
cho por el gozo de contarlo, como expresa don Quijote, para asom­
bro de oyentes y lectores, tal y como se intenta, con el recuento de
sus maravillas. \~xrvó )
4. El insomnium es ese género de sueños al que ya hemos
aludido y en el que se repiten las preocupaciones que acosan al
individuo cuando está despierto. Estas «cosas vistas en sueños»,
que Virgilio ya consideraba de poca monta y sin mayor provecho,
repiten como en eco las mismas obsesiones cotidianas, las mis­
mas inquietudes amorosas, económicas o fisiológicas que padece
cl individuo cuando está despierto. A este género de sueños debe
don Quijote la fábrica de los elementos de su sueño y su configu­
ración novelesca.”

31, Ibid. («El est o racu lu m quidem, cum in somnis parens, vel alia sancta gra-
vjxque pernona, m u sacerdos, vel etiam Deus, aperte cventurum quid, aul non eventu-
rum. faciendum vitadumve drnuntiot»), El hecho de que ese personaje venerable fue­
se el pndre. U madre un ministro de la religión o el mismo Dios hace más destscable
la parodia de Montesino» en su faceta burlesca religiosa (vid. infra, nota 58).
32. Ibid.. p. 13. Particularmente interesante para el sueño de don Quijote es la
observación de Macrobio de que ese tipo afecta especialmente al amante que está le-

151
5. Y por último, el visum o «fantasma» se ofrece en esos ins-
¡antes en los que no se está Aorrnido ni d espierto^uando los va-
pores i a sueño traen finuras; fantásticas o formas enantes que
tíiíírtraíTategirfá'o tristeza.”
* La palabra
r «fantasma» es desear-
tad'í por non Quijote en el inicio de su relación cuando se tienta la
cabera y Jos pechos para certificarse de si ara él mismo «o alguna
fantasma vana y contrahecha». Pero luego !os personajes que des­
filan atienden, sin duda, a esas formas errantes del visum como a
sa modo sabe muy bien Sancho. Pues e] sueño quijotesco no está
hecho únicamente con materiales de insomnium, es decir, de lo
(fue é! héroe ha vivido anteriormente, sino con otros que carecen
de tales características y vienen de la literatura que alimenta Su
imaginación despierta. A ello hay que añadir cl paso creativo de
las personificaciones topográficas, auténtica novedad que el sue-
6® aporta a la tradición mítica. Del fundido del visum y e! insom- .
mum surgen así los personajes «reales» y ios literarios, además de
!os de nueva creación. Y otro tam o ocurre con las circunstancias
y los espacios, como la topografía de la cueva de ia Mancha y la
topotesia del alcázar transparente, o las metamorfosis de las lagu­
nas de Raidera y del Guadiana. Unas le traen la alegría que en un
hérse caballeresco suponen el contacto iniciático directo con lo
épico y la vivencia en el más allá, pero Dulcinea y su compaña
solo le acarrean la desazón de la presencia innoble y el amargo
gusto de la necesidad y el interés .54

Descartada ia existencia del oraculum, detraída toda trasccsvJen-


cla que no sea meramente literaria, el viaje de don Quijote queda
reducido a las esferas fisiológicas y psicológicas que plantea el Per
siles al hablar de las dos causas dei origen de los sueños:

Jo» áet -aíjeío de sos deseos y cree encentraría; otro tanto pensaba Aristóteles, como
« e te H » . Sobre ios tipos de suefios 'vid, además A. C. Spearing, Medieval Dream-
Pnezry, Cambridge Universiíy Press, !976,
33. ibid.. p. ¡4
34. A. Redondo expiica El proceso iniciáiii o en ei episoáw de la cueva de Man -
.estaos m el «Quijote*. «Iberr.reraaróa», XIII, 1981, pp. 47-61, haciendo converger
sa t í r á h i & m o de la iniciación iodos ios elementos que integran *1 texto cervan­
tino.

552
... o de los m uchos m anjares que soben v ap o res a! cereb ro , con que
lurban cl sen tid o com ú n , o ya de aquello que e! h o m b re tra ta m ás
de d ía .13

La hora en que don Quijote baja a la cueva descarta la primera


posibilidad. Y los tres días de hambre que don Quijote trae a la sali­
da abundan en la idea de que los sueños también agotan el cuerpo
del que los sufre. Pero la relación de lo soñado confirma la segun­
da, dentro de las referidas características del insomnium macrobia­
no a las que también hizo referencia Herrera en sus citadas anota­
ciones a Garcilaso .16 El ensueño lleva implícitos, para el
comentarista, la pérdida de la razón y el libre vuelo de los sentidos
interiores. Éstos, sin embargo, se mueven por parecidos derroteros
que los exteriores, sobre todo cuando se trata de un enfermo de
amores con «el objeto amado siempre visible ante los ojos», ya
sean los del alma o los del cuerpo. Cervantes cumple con el princi­
pio de Claudiano, recogido por Herrera, de que en el ensueño se
despiertan las fantasías diurnas; y del seguimiento de este principio,
que también conocía Quevedo, se compone la segunda parte del
Quijote hasta llegar a la cueva, pues el hombre, como los perros,
codicia y se agita durante el sueño lo mismo que cuando vela.”

35. Ed. cit., pp. 136-137. A la faz placentera del sueño que desaparece al desper­
tar aludió Garcilaso en la Égloga 11, vv. 34-37. In ibid., vv. 83-94, insiste en los efec­
tos curativos del sueño. Una detallada exposición sobre el sueño ofrece Pedro Mejía
en su Silva de varia lección, ed. cit., vol. I!, pp. 205 y ss.. basada en De somno el vi­
gilia de Aristóteles. Eí sueño es bueno, si se toma moderadamente y no en exceso. Lo
compara con la muerte, siguiendo fuentes bíblicas y de los Santos Padres, y da conse­
jos fisiológicos para bien dormir.
36. «Concibió en cl sueño la especie de Camilla. Son los sueños, como dice Aristóte­
les, reliquias de aquellas cosas que velando percibimos con el sentido, y como estas cosas'
no dcsvaiísezcan luego que han dejado de imprimir su afecto en los sentidos, pero perma­
nezcan en algún tiempo, (Sj la suerte que si uno tocáre y sacudiere alguna cosa movible, no
luego que dejare de movelia, y apanáre la marco, ella se sosiega, no es admiración que se
nos ofrezcan cuando dormimos ias imágenes de aquellas cosas que hicimos, o hablanws, o
pensamos velando». Herrera, op. cit., pp. 487^488. Y vid. Aristóteles, Obras de. Biblioteca
filosófica, traducción de Patricio de Azcáraser Madrid, Medina y Navarro, S.A., vol. I. Psi­
cología, Tratado de. las ensueños, pp. 147 y ss., para todo lo relacionado con la pasión, la
sensibilidad, ia memoria y el sueño.
jT. Ibid., p. 488. Herrera sigue a Apolonio Tianeo a partir de Filóstrato, trayen­
do a colación un ejemplo que bien pudo tener presente Cervantes en El coloquio de '

153
Los paralelismos entre el episodio de la cueva y lf¡ relación de!
Caballero del Bosque ya han sido apuntados por Avalle-Arce como
prefiguraciones del sueno de don Quijote, así como ía facha de
'Mofilesiaos, a la medida del Primo «humaras!»» (y cabe aftadir ¡ara-
Wén de ésas « c o a » clérigos o como estudiantes» auc acompañan a
dori Diego y a don Lorenzo). Pero faay muchos oíros elementos que
preparan el viaje y el sueno del héroe para quien Dulcinea se le apa­
rece ao como ninfa deS Tajo, sino como la labradora creada por la
fantasía de Sancho. La procedcacía d e los personajes de la cueva,
ya se sabe, venía ée'Tlí' tfeetóra riw n a o c ^ e s y caoaíícrescas'or las
qoe'Se alm senhoa eS majnsi dei itidalgo. Y el IVimo ofrece a”pc3ir
U T E Sarri eogárce ae ias laguna^ fat Ruidera con ias metamorfosis
O A eta q»e d s s e io provoca.M L a cueva de Montesinos se presenta como l
de) ür-¡s n e a í oiaeái&la £ í c T iü ie jiia iie ubi i i i u i i u a r
k)vV\o^®- &T? aaíes’v.e1a’coos-a‘;:c:r meta f'nai de las instas d e Zarágüisa.3* Ya
V ' «a el■;pom ar c&pííüte
' Í- v don : Quijoie
¥& *» aparece encsm iijo - cofe ■
* visaj.es
*
los
de la t e a de raso vende de MoKiesiaos y la calidad del corazón de
Dmzsázfíf.:

Wimtt¿£&n, sa fin, y ^aíf-ándoís sentado *a la cama, vestida ana


Casilla de hay&a wnfe, oes ist bonete enlosado toledano; y estaba
set» y aiBonjassado, qee no pairada ó » hecho de camemonia.**

*k penas, pses dice fas «las magmaáones y jájwisws*. y n á m qwt ¡se «feces
ea tab icad «1cGtcadfaaeasai, se *mc*m y lenntan deJ coscareo j *g»ac¡és de los
«spsáRe* y ettwfwf, 3 pane 4c 5a codídc y casad» y afeesoaies raquee dd fcwafc*
so cnt& vtatss «ríes |»iae». Mis adela*’*. lim a » traslade «oes veas»* de fenesíe
tóiW <|K SaéiaE des pena ¿jsís ladra en t o f o aeyeirfo ptixsgsár ala «seisws'íssagí-
wada» Cp. 49G>. Qaevsda «carada «tm tan» «a «I Suri* <fc?Aiffc deade se­
stea sa saeflo tí íft»r¡>del Beato Hipófite sw&rc di fia del «toado qae acaba de leer. A
t»S prond*». eka * O w fa ia , «pw en se ¡a dice «que toóos tos aaiwjalss «seéae
de aeche cerca stísáwas ríe to «jae tamo* & día». V Petsom* Áriwüo áse*: «£? casis
rá a ra rá iepnru vestida karst» {Qeeweda, S&e&se, eá. «k., p. 72y nota). Arístfite-
ies, Otros, p. ¡29, se afosa sai ia pesesiéa de I* paste nniíUe dd alma duraaic ei
«aéSo, faato im ddaá £fela isstgssacíSa.
58. AvaBerAiee e« s s ed. de £>wa Quijote de lo Moncha (segunda panei. ed-
cií.? p. 311.
39. §wíjá*í>.. íi. p, 716.
43 JWd. pp. SJ9-SB. V «*f. Hdota Pesas, rft, p. 573. laspcsts «fiaiar las ob-
¿«s-vacsaae?; de esta asaosa scfcrr ía sesnejaías «rtre ri ep áw ác dei Cshaítere (te! Lago,
cap. L, de 1®f»,iEKí* p a r» y d de a# coeva <k ?4wMeáne». t s idasiéo a la carne iwntía

354

f
Sobre c! arte de resucitar muertos, superior al de matar gigantes,
se#ún el propio don Quijote afirma, Sancho responderá con un «co­
gido le tengo» que produce la consiguiente expectación, confirmada
en los antros de la cueva, y aun superada, pues, como señalamos, no
sólo resucita muertos, sino que los inventa.4'
Dulcinea, «encantada» de labradora, saltará sobre la borrica a
horcajadas, más ligera que un haicón y más diestra que jinete cor­
dobés o mejicano .42 A ia zaga van disparadas sus compañeras, pre­
parando (corno Basilio, que saltaba «más que una cabra»)4Í e! salto
de la compañera de Dulcinea en ia cueva, con «una cabriola, que se
levantó des varas de medio en e3 aire». Sancho, por su parte, había
dicho que el primer «volteador de! mundo» era Lucifer, dando con
e!!o e! matiz diabólico preciso .44
Don Quijote, que de muchacho fue aficionado a la carátula, con-
templará !a carreta de ia muerte de Angulo e! Maio con su feo de­
monio, pero desechará «estos fantasmas». Lucifer y Muerte, tal y
como los cómicos se los presentan, en busca de «mejores y más ca­
lificadas aventuras».4S Poroue don Quijote, cgpno cifjlpuier autor.de
sa tiempo, joo pjelcüdía seguir sóío a sus modelos, sino superarlos .y
« U i i f t i f o s c o n ^ n t e m e n te ^ £ l_ j^ m i^ iQ _ d £ & in i li f i ja d o r rf« la r.u n v ^ y
PWgrá-íájhfento de des^gorizacióftjíel -Stteñp qus lleva a cabo en
eíla Cervantes tienen su antesala en la parodia de esta carreta llena
<0¡*penses i xlcací ones teatrales. A lo que también habría que añadir,
vísperas deTsTcuevSrTa'üanza alegórica con castillo y salvajes que

(casae m u ía , sin humedad, por estar embalsamada. .«giín Covarrubias) aparece también
e» ei cap. L de ta primera pane, donde Sancho se va coa «ws empaliada y dice: «y si ei
Im A R no va harto, o Wess proveídas ¡as alforja?- allí’ se podrá quedar, como muchas veces
se qtiíéa. hecho e s n e momia*. Tomo ia referencia de b ed. de Francisco Rodríguez Ma­
rfil, Migad de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Ma­
drid, 1948. wü, fí!, p. 395. Sobre d verde, vid infu.
41. Quijote, H, p. 636. 1
42. m d .,p . 650.
43. Ibid., p. 719.
44. Ibid.. p. 746. ¿
45. Ibid., pp. á55 y ss. La cita, en 659. Don Quijote increpa a los de la carreta de
Angulo ei Maio comparándola con la barca de Carón (p. 655), presenie en numerosí­
simas visiones istfemales. Además de parodiar las personificaciones alegóricas de ios
cómicos se ríe de ¡as compariciones mitológicas o tópicas ai hermanar a Rocinante y
ai rucio coa Níso y Enríalo y Pílades y Oresies (p. 662).
ofrecen esa básaífa entre amor e interés que los cuatro' reales mate-
ri&íízan luego burdamente, abundando en la discusión y ejemplo de
i<ts mismas bodas de Camacho.4'’

Los modelos con los que actúa la imaginativa de don Quijote


van así entretejidos de su propia experiencia y de sus lecturas, pero
además deben tenerse en cuenta los modelos orales, y no sólo por lo
qufi a la tradición romanceril se refiere. Pues don Quijote desea en-
trai en la cueva de Montesinos «de quien tantas y tan admirables
cosas en aquellos contornos se contaban ».47 Estos modelos orales
afectan en más de una ocasión a ios dichos y obras de don Quijote e
incluso a ¡a estrategia narrativa deí autor. Pongo por caso el soneto
de don Lorenzo, hijo de don Diego Miranda, sobre Píramo y Tisbe;
que más adelante acarrea la comparación en boca del estudiante de
los desdichados amadores con Basilio y Quiteria, ayudando así al
lector a establecer relaciones.4*

La composición del sueño parte, por tanto, dei eriirctejido de di­


versos modelos, como la propia invención literaria. Ei Primo, cuya
rsf?!a es, sin duda, ¡a traslación a la obra impresa de lo leído y oído
corno cosa cierta, negará que la sarta de maravillas que don Quijote
ciíenta de la cueva sea asunto de inventiva por una cuestión de
tiempo que se desmiente por sí misma:

46. !hid., pp. 7.10 y ss. Me parees oportuno señalar que los versos recitados por
Cupido So confirman como Dios de Sos cuatro elementos y de? infierno sriiio ógico.
También en c\ Persiles, ed. cit., pp. 214 y ss., hay un debate alegórico entre Amor e
Interés, lema más que gastado en Sa época.
4?. Quijote. IS, p. 716. Más adelante se insiste en ¡a fama loes! y nacional de la
cücss de Montesinos y de !as lagunas de Ryitícra, p . 744. Poco después Sancho. Don
Quijote; y" el Primo toman «ia derrota de ia famosa cueva de Montesinos» (p. 745).
Cervantes juega, sin embargo, con la versatilidad de ¡a fama, pues también eí licen­
ciado caUfica en ese contesto a su «primo* de «famoso estudiante». Gethin Hughes,
The Cave o f Montesinas: Don Quixute's liuerpretation and Dulcinea'! Disenvhant-
meta. «BSH», LiV, ¡977. p 107, hace referencia a ia fama como impulsora de la e n ­
trada de don Quijote en la cueva. V vid. A. Redondo en El pr/Kesa inicuttico..., pp.
5.Í-53.
48. Ibid., pp 715 y 719. También se anuncia ia cu ;v a en p..74S. En ia casa
dí! Caballero de! Verde'Gabán, que tenía «¡a cueva en portal» (p. 707), renueva
!s memoria de Dulcinea s la vísta de las tobosesca? tinajas. Para ¡a mente de Den
Quijote todo pretexto era btteao para recordarla, ya que siempre la traía consigo.
P ues ¿había de m entir c! señor d o n Q uijote, que. aunque q u isie ­
ra. no ha tenido lu g ar para co m p o n er e im ag in ar ta n to m illó n de
m en tira s?

Y lo mismo se nos dice pensaba curiosamente el primer autor


Hamete que en ios márgenes del libro dijo, entre otras cosas, sobre
la historia de don Quijote:

Por otra parte, considero que él la contó y la dijo con todas las
circunstancias dichas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio
tan gran máquina de disparates.

Careo en el que se unifican dos perspectivas coincideníes, aunque


no !p estén en otros puntos del problema.
Eí proceso de la composición del sueño se muestra ante el lector
en su hechura, de modo que éste puede reconocer los materiales de
su fábrica» Don Quijote no sólo vive de la literatura, sino que toma
sus modelos de cuanto va viendo y oyendo en su largo peregrinar.
La memoria —aludida por Sancho— forma parle del proceso
generador de la fantasía. Lo que ocurre es que el carácter fantástico
depende en literatura de c5mo se presentan ante el lector los hechos
y el sueno rompe una posible vía de credibilidad y verosimilitud.
Ds ahí que don Quijote intente a lo largo de su relación romper
constantemente con semejante marco, aferrándose a contarlo como
vivfenéiá.w Cervantes demuestra todo ello palmariamente en el Per-
siles cuando Periandro describe su visita a una selva maravillosa
ante un corro de anonadados oyentes que, como los lectores, sólo al
ñnai descubren que se trataba de una «visión hermosa» acaecida en

49, Pasa la importancia dei lector en le literatura fantástica, vid. T, Todorov, In­
troducción a la literatura fantástica, Buenos Aires. !972,*>p. 42 y ss. y 186 y ss. Para
él, !o fantástico debe cumplir tres condiciones: I) La duda entre ¡a explicación natural
y la sobrenatural de los hechos; 2.) esta vacilación del lector se confía a un personaje
y ella es uno de Sos temas <k !a obra («en el caso de una lectura ingenua, el lector real
se identifica con el personaje»), y 3) el lector debe rechazar la lectura «poética» o
«alegórica». Sobre este peligro, c¿ue implica la identificación del lector con eí perso­
naje. !» s adviene e! propio Cervantes en la perspectiva del Primo Y vid también ¡as
observaciones de Todorov sobre la ruptura e.vpacio-ternporai en Kis textor, fantásticos
(pp. 142 y ss.).

157
sueños. Amístela lo explica en estos términos, expresando que la
verdad en literatura depende, entre otras cosas, de como se diga:

De tal manera —respondió Auristela— ha contado su sueño mi


hermano, que me iba haciendo dudar sí era verdad o «o lo que
decía.
A lo que añadió Mauricio;
—Ésas son fuerzas de la imaginación, en quien suelen repre­
sentarse las cosas cosí tanta vehemencia, que se aprenden de Sa me­
moria. de manera que quedan en ella, siendo mentiras, como ss fue­
ran verdades.58

Los que oyen el sueño de Periandro le piden más al relator que,


al contrario de don Quijote, prefiere dejar bien claros los límites dei .
sueño y mostrar la capacidad poética de maravillar sin m estir,
como si aquello fuese historia.*’ ES asombro que don Quijote pre- 1
ieade causar en Sancho y el Primo con la relación de cosas extraor­
dinarias se apoya en desmentir constantemente —al revés que Pe­
riandro— que se trata de un sueño. r

Por todo ello, Cervantes va mucho más allá de la constatación


de los principios del ensueño, confirmándolo como espejo fantásti­
co de las obsesiones diurnas, pues convierte el tópico en una m ues­
tra de cómo actúan los modelos en la libre invención literaria y de
cómo las cosas cambian según la forma en que se cuentan.

Respecto a las causas de los sueños, a las que ya se ha hecho re­


ferencia, creo interesante aducir, por otro lado, las aportadas por Fer-

50. Persiles. ed. cit., p. 24. Vid. en el capítulo quince de! libro segundo, pp.. 240
y ss.. este proceso que completan las palabras de Amaldo. quien a continuación insta
a Periandro para que prosiga, «pera sin repetir suelto*, poique los ánimos trabajados
siempre los engendran muchos y c o n f u í * ( ibid.. p. 244). M is adelante, reaparecerá
«la agradable isla donde vivió en sueftos» (ibid.. p. 281) en e tc cuadro que resume
pictóricamente los pasajes fundamentales de la novela, no dejando ésta lugar equívo­
co sobre ias fronteras del sueño.
53. Como dice E. C. Ritey en su ya citada Teoría de ftj naveta en Cervantes, p. 291.
«H Pesraies se caracteriza por su empeño de íEcionaliam'fo todo». En El coloquio de los
p ern o , Riley percibe tres posibilidades interpretativas respecto a su verosimilitud: 1) Que
sea verdad; 2) que sea saeño o delirio de Campuzano. y 3) que lo inventara para enganur o
jas» divertir; y las pone en relsd é s coa el episodio de te coeva. Añade que ninguna de las
ües puede verificarse de manera concfayeate.
nando de Herrera, cuatro —según é!—, dos internas y dos externas .52
Entre las internas, Sa primera es justamente !a que acabamos de ana­
lizar: los deseos y pensamientos diurnos se repiten durante el sueño.
La segunda proviene de la disposición de! cuerpo y los humores, y,
en este sentido, conviene aducir de nuevo la singularidad del héroe
cervSndno y su incapacidad para atar su razón aún estando despierto.
Respecto a las causas externas. Herrera habla primero de «la impre­
sión corporal, o del aire, o de cuerpos celestes, que mueven y des­
piertan !a imaginación o la fantasía del que duerme y le hacen ver en
aquella imaginación cosas conformes a la disposición de los cuerpos
celestes».51 En este caso, cabe recordar que cuando don Quijote entra
en «aqueila escura región» determina descansar un poco y pensar en
cómo seguir adelante sin tener quien !e sustente. Y en tales pensa­
mientos le asalta «un sueño profundísimo» que le hace pasar de pen­
sativo a durmiente, sin él procurarlo. La hora es también anómala y
se relaciona con la tradición literaria bucólica de la siesta propicia .54
Recordemos que son las dos de la tarde cuando entra en la cueva y
que don Quijote no ha comido todavía. Ello descarte, precisamente,
la causa externa de la digestión en la provocación del sueño y es sólo
la oscuridad del lugar ia que anticipa las visiones que los tratadistas
de! sueño colocan entre los márgenes de la noche. Lo que sí cumple
Cervantes es la prueba dei agotamiento físico del héroe a la salida
del «sueño», además del hambre, como hará más tarde el propio
Quevedo ai regresar a su aposento tras el Sueño de la m u e r t e Las
bien proveídas alforjas de Sancho, de vuelta de las bodas de Cáma-

52. Op. cit.. p. 488. Herrera ilustra sus argumentos con abundantes textos de los
poetas clásicos: Claudiano, Estado, Séneca y Petronio Árbitro.
53. ibid.. p. 490,
54. Vid. supra. pp. 33 y ss. Américo Castro, que dedicó una nota extensa al es­
pacio de La Galatta en Hacia Cervantes. Madrid, i 967, pp. 385-386, al analizar el
problema espacio-temporal de la cueva de Montesinos, anotó cómo el sol se cubre de
nubes cuando don Quijote empieza su relato a las cuatro de la tarde.
55. «Con esto me hallé en mi aposento tan cansado y tan colérico como si la
pendencia hubiera sido verdad y la peregrimación no hubiera sido su*ño». Sueños,
ed- cit.. p. 243. Respecto a la oscuridad, era tradicional la inserción oel sueño en
los márgenes de la noche, sombría como las nocturnas aves que también pertene­
cen a los tópicos del sueño (cfr. G. Sabat de Rivers, op. cit., pp. 65 y ss.) y de las
que se burla Cervantes cuando el héroe las espanta a la entrada de la cueva. Al
trasladar el sueño a hora tan intempestiva como la del medio día se desmitificaban
los horarios nocturnos. La noción aristotélica de que al final de ¡a digestión coinci­
día con el despenar justifica —junto al hecho de que don Quijote «viva» tres día?

259
cív. y las J :< Pruno, alivian 3? grar-císima hambre de don Quijote
con ’j ra merienda-cena. Ésta detiene incluso la relación de don Qui-
j*‘ir que ¿ ,prta hasta las cuatro de i« tarde para hacer el recuento de
ss> 1 *>• V , a ñ a d im o s , p a ra d e s m e n ti r — si e s q u e e r a n e c e s a r i o - • la
opr-tiji) ¿eí primo y la del autor apócrifo respecto a la falta de tiem­
po ..-a fafcricáí embelecos.

En cusñio a la causa astrológica, carece de sentido, aunque bien


pudiera trasvasarse a Sos terrenos celestes de Clavüeño. Y otro tan­
to ocurre con la segunda es asa externa, y última de las aducidas por
Herrera. E ro es, la espiritual, «cuando Dios mueve Sa fantasía con
d mmisterío angélico, y amaestra por ensueños a los hombres, re­
velándoles sus misterios». Nada de esto afecta al sueño de don Qui­
jote que muestra el tono desengañado de Jos versos de Petrouio Ár-
biiro traducidos por Herrera:

Los sueños que con sombras voladoras


engallan a) humado entendimiento,
ni sacros templos, ni en calladas horas
envían dioses del celeste asiento;
mas con falsas visiones formsdoras
de las cosas, que ofrece a! sentimiento,
cada uno ios fiace y los figura
en ei reposo de ia sombra oscura.*4

Como ya dijimos, Cervantes procura desterrar del sueño toda ia gan­


ga SfígíSrica que acarreaba, así como sus valores de oráculo y profecía,
.•ípffs rlfctcher asignó a la cueva de Montesinos carácter de alegoría y la
íbmo otros han hacho, cor ei género délas visiones, ai igual
BB——— ——r^r— ————iwaHMM— BMMfWMHMHWKiwft* ffinnrthéhwwIíii *

se ¡a ítsv a— cl hambre que trae, de aliÉ. Eí lugar a! qee descendió don Q eijote no
s a el mis indicado para e! sueño, si ¡¡¡ceptansos indicaciones com o h de Alonso de
□tirina que reeoriieiida no dorm ir en sucio húmedo o aireado. También avisa de
a conveniencia de >;o dorm ir inmediatamente después de cenar (cfr. María Teresa
ri5!reit. Menor dañn de ¡a medicina Je Alonso d i Cilirino. Edición crítica y gíosa-
ra. Universidad de Salamanca, 1973. p. 29). Aristóteles abunda en detalles sobre
i» causas 4el sueño ídiger-tión, tansancío, relajación, exceso de humedad y ca-
ier...). Vid. Aristóteles. Obras, Madrk?, S.A.. vol. il, pp. 537-140. quien cree que
ü melsncéUco es poco proclive si -jueño.
56. Op. ri¡„ pp. 4S9 y 490. néspectivameiae.
> m ,i’»■«v — >>~

rtyc ¡,, Divina (:■■■■ rJia*7 Y n ■erraba cr< eilo, pues el testo cervantinc-
.rn (7cñc1o3vSW*tRSflríalcs precisos. Hu*ta cl tópico inicial dei loáis
amotnus nc» !c es ajeno, ya que con anterioridad a la fusión de elementos
paradisíacos e infernales del palacio transparente de Montesinos, Cer­
vantes coloca a su h<íroe «en la rni'ad de! más trllo, ameno y deleitosa
prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imagina­
ción humana». Pero ía diferencia de! Quijote con las alegorías que le pre
cedieron no es sólo de grado. Ei proceso de desmitificación no alcanza
únicamente a ios personajes con los que se topa, sinoa iad d m isirno ge-
tSgfSdc viáiblíel'd'ft uítrámundano ene!que?stos se enmarcan. Cervantes
rompe con el entramado alegórico visionario, desmembrando la baraja
de in?dffsrefadoh1is¡ y eü%¿$fs que se salen de lo meramente literario. Y
S«n elfo no sólo supera a los modelos contrahaciéndolos, sino que va
más allá, como veremos, de la tradición erasmista de las visiones que
rescataron el Icaromenipo de Luciano con unos fines éticos de los que é!
se aparta.
El episodio de la cueva de Montesinos creo debe entenderse
como trasvase novelesco de la trayectoria desmitificadora de las vi­
siones de ultrarnundo seguidas por los erasmistas que, bajo las es­
pecies del sueño, denunciaron lacras sociales y espiritualidades
hueras. El detalle del rosario ds Montesinos no es por ello mero ac­
cidente, sino estilización de la figura del hipócrita, consustancial a
la tradición lucianesca de las visiones infernales como las de Alfon­
so de VaSdés, El Crotalón o Quevedo.5*

57. Angws Fteícber. Allegar?. The Theary o f a Symbolic Múde, Comell Univ.
Press, \ 970, p. 348
58. Mg»xei Bataillon. Erasma y España, México, 1959, pp. 784 y 788, se refirió
si rosario de Montesinos y #1 que dkm Quijote amaña en Sierra Morena con los jirones
<k. las faldas de s.h camisa, texío que corrigió despuís, en la segunda ed. de 1605, fa-
hncíndolo con agallas ás alcornoque. Rosarios de cuentas sonadores aparecen en
Rincnnete y Cortadillo, denunciando a! ruido de los rezos y los «sos hipócritas de! ro­
sario. como en Erasmo y sus seguidores (ibid., pp. 144, 283, 357, 381. 393 y 730. Y
p. 643, pan¡ la huella de Lucia!» en Erasmo y los erasmistas). Para la liturgia y las
oraciones. Lauro Oimedo, El ingenio de Cervantes y la locura di Don Quijote, Ma­
drid. Ayuso, 1973 z, pp. 9ó y ss. y 503. Pero creo, como digo, que el rosario de Mon­
tesinos no es un elemento aislado, sino que aparece con soda lógica en e! marco de la
visión ultramundana en ia que los erasmistas habían colocado a «los sepulcros Man
qticadoí». transformando ei texto de Luciano. Vid. Margherita Morreale, Luciano y
Quevedo: ia humanidad condenada. «RLit», VIII, 1955, pp. 213-227, >*

161
Los Diálogos de los muertos de Luciano ¡levaban, como se sabe,
abundante carga dcdesmitification mitológica y buria de las melamorfa
sis, como las de Dafne b Acdón, que Cervantes trasvasa a ¡a ¿pica ciásica
y romanceril. Jacinto y Narciso, Aquiles y Tiro, ccn oíros bellos y bellas
de la mitología, aparecen ante Menipo en ios infiernos hechos «hueso y
cráneos desnudos de carne», junto a otras celebridades, «todas ellas pol­
vo, friolera, cabezas, realmente sin consistencia alguna».5* El proceso
desmilificador de las metamorfosis alcanza su punto álgido en otra obra
de Luciano, los Diálogos de los d i o s e s y para situar el sistema de ridi-
culización a que Cervantes somete las metamorfosis de Sas lagunas de
Ruidera cabe recordar, amén de las parodias ovidianas, los Diálogos ma­
rinos de Luciano, donde éste discute las transformaciones acuáticas y
geográficas.41

59. L ádano. Obras, ed, de José Alsiiuu Barcelona, Aisna Moler, 1961. vo!. II.
pp. 32, 57 y 79. También parodia las transformaciones como la de Dafne, p. 79. En ia
concepción oihiiicta de Lucisno, subynce, corra indica AHina. p. 13, la id ra de que la
moerte iguala a iodo*. Téngase ca cuenta, como señala Patch. op. cit.. p, 31, que ya
Aristófanes y F crte a te s te habfan reído del mundo inferior. Éste junta a los condena­
dos comiendo tordos en fiambre, aspecto culinario qac no e s tl ausente ni en el episo­
dio de la cueva ai en los Sueños de Quevedo, como veremos. Y vid. la referencia en
Diálogos de los muertos, p. 16. a ¡a alforja lleaa de altramuces y a la cena de Hécaic
y si huevo lustra!. Las síesiones a la avaricia y ai aspecto económico íambién rondan
en «las tmmpiias de diiwro* de los p a se e s de C s m K (pp. 22 y 26). La sátira meni-
pes también psn.it de !&carecía?» áe viajes celestes o subterráneos <¡ue mezclaba» lo
serio con lo cómico (cír. Lscisno. Obras, !, Madrid. Gredos, 1981, introducción de
José Aísina C,oií. quien recoge las impresiones de L ad ano e s el Reeaeisnieaso en
Italia y España [desde J544] y sintetiza la iiuella en los escritores españoles a partir
de L a» Vives). La retórica de Luciano para captar la atención sobre ss relato del sue­
lto «seo *s segsáda ea el discurso de áan Qttijaíe (El Ssttñtt. Obras, 1, p. 10), M. Me-
aéisdez Pelaye, c e Orígenes d t ia novela, vol. II!. Madrid» 1910. F, CCLXXiSI, seña­
ló '« ta c lla de Luciano en la Comedia intitulada Dolería o sueño dei Mundo
(Aatbesss, 1572} de Pedso Hurtado <te la Vera, alegoría que se encierra tenía ella bajo
!?, imagen del menda e s brazos de Moríeo, como su propio título indica. Vid. la obre
e en Orígenes, pp. 3 !2 y ss. Téngase en cnents el art. de A. Vives. Algunos contactos
' entre Luciano de Samfixaia y Quevedo. «Helmíntica», 1. n* 17. 1954. pp. 193-208.
Muestra tansbiér» las huellas de ios Sueños quevedesco» para con Clairdianc y el Satí­
ricas de Petfosio, ofreciendo distintos grados de imitación Ivctanesca en el manejo
de ia sátira que cttitninaa en La hora de todos.
60. H id., vol. I, pp. 19 y ss. Las metamorfosis son puestas en tesa de ju icio y ios
dioses rebajados a escala humana e infantil, como esa invitación ác Zeus a Ganíme-
des para qac juegue a is tabas (p 29) o las escenas de ceios entre Z e u s y Hera.
61. ibid., vol. I, pp. S2 y ss. y 96. Csriosaraeme iue Juan de Jira va, el sraductor de
Luciano ti español, el qoe tradujo también ei Sueña de Escipiún. como indicó M. Batai-

5
162
Luciano, a través de Erasmo, dejó su impronta, como se sabe,
en el Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés .62 No va­
mos a analizar aquí el entramado ideológico de su proclama de reli­
giosidad interior, pero sf destacar el hi^mor con el que Valdés salpi­
ca su descripción infernal, en algunas casos parejo a la sátira
cervantina, como ese anciano Carón al que Mercurio niega un peine
para sus cabellos volanderos y su barba, «chapeo vedejudo Meno de
escarcha», que no peinaba desde hacía «más de dos mil y quinien­
tos años »,*3 El diálogo inicial entre los protagonistas a propósito de
ias indefinidas fronteras del sueño recuerda el de don Quijote y
Sancho, y nos muestra cómo Cervantes, pendiente o no del texto
valdesiano, supo recoger Sa ironía, la parodia y la sátira con las que
los erasmistas tiñeron ias visiones.6*

Más a nuestro propósito, e l Crotalón descubre en s u s c a n t o s


del Gallo abundantes paralelismos con e l Quijote en e l v ia j e i n f e r ­
n a l y en e! celeste. El Crotalón parte del consabido tópico aristo­
té l i c o d e que el sueño es producto de las vivencias i n m e d i a t a s , re­
coge !á tradicional referencia a los sentidos interiores y delimita
lá verosimilitud inherente a ¡as diferencias entre lo v i s t o y lo SO-

Ilon, Erasms y España, p. 643, con referencias a la huella tíel texto de Cicerón en el viaje
paradisíaco de Juan Maldonado. Sobre este atuor, vid. el estudio y ed. de Eugenio Asensio
y Jaaii Alcina Revira, uParaenesis ad ¡Jueras». Juan Maldonado y el humanismo español
en tiempos de Carlos V, Madrid. Fundación Universitaria Española, 1980. Asensio sinteti­
za ¡a fantasía utópica del Somnium (1532) de Maldonado, tías las huellas de Cicerón y
Macrobio. Maldonado mostró críticas burlescas contrr. la falsa piedad en su Hispaniola
íefr. La Etpañrtla. ed. bilingüe de María Ángeles Durár. Ramos, Barcelona, Bosch, 1983,
p. 26). Y vid. N. Hauf, op. cit.. p. 59. para ia tradición humanista de! somnium satírico. Re­
cuerda la influencia de Justo üpsio que escribió un sueño situlado Sátira menipea.
62. Sigo Sa ed. de José F. Montesinos. Madrid, Espasa-Calpe, 1965. Ya en el
«prohemic» Valdés confiesa sus fuentes: Luciano, Poniano y Erasmo (pp. !*3)
63. ibid., p. 75. Aquí Valdés parodia la longevidad de Sos moradores de! Hades
y se ríe de las harijas, con» luego hace Cervantes con Montesinos.
64. Ibid., p. 5 y vid. p. XV. También Valdés denuncia, por Sa vestimenta y ges­
tos, ia hipocresía, como cuando define al obispo (p. 61).
65. El Crotalón, ed. cit.. p. 84. Asunción Rallo ilustra el tópico aristotélico de lar.
causas fisiológicas de! sueño con interesantes referencias a textos de Pedro Simón Abril y
de ia Silva de. vaha lección de Pedro Mexfs. Para ia referencia acerca de que las almas que
no tienen cuerpo se hablan en el paraíso con las voces interiores de! alma. p. 329 Sobre ¡a
dialéctica entre lo visto y lo soñado, p. 358. El gallo termina su relato de la peregrinación v
infernal diciendo que despertó «como de un grave sueño muy profundo» (p. 374).

163
fiado.** I a dcsroitificación de ios seres infernales y de todos los
kíj'feos.'Tfreluido el del interés m onciapo, aparecen ar ca'da paso
{¡O; HbciHJHT Galío que trata de relegar los embustes a la ficción
poctica, como es el caso de las Interpretaciones sirmTóficas de los
nos y las lagunas de! infierno.** Recordemos además que ya en el
prólogo su autor había sometido a ju ic io critico las transformacio­
nes gv¡dianas y que trata de interpretar los detalles tradicionales
de las pinturas ultraterrenas como metáforas y símbolos emplea­
dos por los poetas para mejor darse a entender .67 Dos detalles de
la obra ofrecen al lector el recuerdo de ¡a obra cervantina. Uno de
ellos, personificación de la piedad falsa e hipócrita, bien puede
traerse a propósito del rosario de Montesinos. Me refiero a¡ que
lleva cl gallo en su transfiguración como beguino, también con
barba «larga y espesa de gran autoridad» y «un rosario largo, de
cuestas muy gruesas en la mano, que cada vez que la una cuenta
caía sobre la otra lo oían todos cuantos en un gran templo estuvie­
sen».4* Por otra pane, la visión paródica del desfile de Santa Úr­
sula y las once raí! vírgenes, cuya procesión era connatural a toda
descripción ultramundana desde d Apocalipsis de San Juan, pye-
rf<r servimos para entender la de Belerma y su séquito en ia cueva
«se Montesinos; m ascarada, a su vez, de los luctuosos visajes que
acompañaban a los muertos de amores en la poesía cancioneril y
■íñ 1ss novelas sentimentales. Las doncellas dei Crotalón aparecen
en el consabido «ameno prado» celeste, paraíso en el que se em­
plaza un templo «edificado de jaspes muy ciaros de ámbar y beril

66. Ibid. En el canto XVII se pone» «n ?eia ¡fe juicio los mitos qye se tontos por
cosa cieña. Pero es en Sa descripción tk l infierno donde se desmienten tos penton&jes
y los ríos dei Averno, así como los aspectos económicos de! viaje de los muertos, h
sopogtafia. etc., puro fingimiento poético (pp. 336 339).
67. Sbid., pp. 84-85. A. Rallo anota igual interpretación de las transformaciones
ovidisnas en El Scholásitco de Vüiaión. En pp. 327-328: «Y todo !o demás que voso­
tros en este caso por acá dexís es por vía de metáphora, o manera de dczir, porque io
podáis asesor entender en vuesta manera de hablar». El Callo insiste, en p. 336, en
pintar con exageración a Miciio «a ei infierno ta! como él le vio, haciéndole presentes
las miserias áe ios condenado.-:. Para asegurar más adelante que ios tópicos descripti­
vos son «ficióB de fabulosos poetas y historiadores de i® íaír* gentilidad* que no in-
v e rta n o . sin embarga, vanamente» sino par» dar a entender ia verdad. Todo U> que no
sae. condena de ios victos es pura ficción que cUos pusieron «para cumplir sus metros
y poesías» (p. 339).
68. 't-id.. pp. 142-143. La «ba¡ba Iwga y espesa de granee autoridad» !e servia
también <ie disfraz.
e i q u e preludia e i c r i s t a l i n o a i c á z a r d e
tr a n s p a re n te » /9 co m o
Porque la c u e v a dcl Quijote lo c a l iz a u n p a r a í s o s u b ­
M o n t e s in o s .
terráneo donde suclen situarse las visiones infernales. De éstas
toma todos ios elementos negativos qur atañen a los encantados,
p e ro s in los sufrimientos f í s ic o s que en largas s e r i e s enumerativas
so n consustanciales a las pinturas cultas y populares del infierno.
Si en Ei Crotalón se colocan cielo e infierno en los c a n to s XII a
XVI, unificando los dos textos d e Luciano, '¡tiempo en las nubes y
Menipo en los infiernos, en la c u e v a de M ontesinos se fusionan
ambos, con una gran economía descriptiva y reduciendo la visión
tSpica a elementos mínimos que d autor transforma. Por otra par­
te, al presentar la bajada en eí marco del sueño lo mismo que la
subida a lomos de Clavileño, Cervantes prescinde incluso del ni­
vel metafórico que El Crotalón ofrece, reduciendo ascensos y ba­
jadas ultraterrenas a ios espacios de la fantasía posible en liza con
lo verosímil.
La superfluidad de las pompas fúnebres que El Crotalón aca­
rrea, basándose en ei De Luctu de Luciano, queda reflejada en el
entierro milanés d d marqués del Gasto, cuyo fantasmagoría no está
lejos de ¡a visión de ultratumba de Durandarte y la corte de Be-
serma. El desfile de quinientos niños y largos enlutados, arrastran­
do sus estandartes, todo en blanco y negro, de El Crotalón puede
compasarse con la procesión de enlutadas en la cueva, cuyos ata­
víos concuerdan con el largo capuz de Montesinos .70 El Gallo, al

69. Ib id , pp. 326-328. E! templo, en p. 330. Curtius, op. cit., pp. ¡78 y ss., re­
cuerda ia apandó» de Natura y las hermanas celestiales en el Anticlaudiano de Alsin
de L iik: M. Morreale. Luciana y *E¡ Crotalón», cit. p. 392, hace referencia a Lucia­
no en relación con e! pasaje de ias once mil vírgenes en El Crotalón.
70, Ibid., p. 276. Según Covamibias, en su Tesoro de la lengua 0 61!}, el capuz
es «una capa cerrada larga, que oy día traen algunos por lato y antiguamente era cl
ábito de los españoles honrados en la paz, como lo era ia toga de ¡os romanos». Aña­
de que en su tiempo la usaban hombres de iock condición. Negra es Sa gorra milanesa
de Montesinos de ia que Covanvbias habla en pasado, como cosa que ya no está de
moda. La gorra fina de Milán llevaba «un cerquillo de hierro que la tenía tiesa». E: ir
cubierto era privilegio de grandeza. De luto van las hermosísimas doncellas, lo mis­
mo que Belerma; ésta üeva turbantes y tacas blancas y las bellas, ¡os turbantes blan­
cos. El negro imprimía solemnidad en ias fiestas. Para este extremo y para el anacro­
nismo de 5a vestimenta de los encantados de la cueva, cfr. Max vori Bocha, La moda.
Historié de! traje en Europa, vol. 1(1, Siglo XVII, Barcelona; Salvat, 1928, pp. 83 y
ss. y e! estudio preliminar dcl Marqués de Lozoya

165
descender a las oscuras peñas de 5a Libia, no sólo «opa cok «na de­
sarrapada mujer gimieate de «rostro n u riü o , flaco y desgraciado»,
con ios ojos hundidos, sino que r-mcueotra ei almo de R osicler de Si
na, «la más infeliz y malhadada donzella», p a ta « ;gü<r !«<• o con cl
descenso a! i nifiemo, rr.osiráíídoír a' ía i«.sercióv.< Je histoñas nove­
lescas en el c recuadre tradicional de los condenado* de larr ;
La íeciu fajd ej^d aso í z ü ü yó- en la sátira soda! v asicM oSásti-
ca deü" siglo* itví, según Marglienta M óntale, y "w r lo c a e '^ S r o ía -
J?h sítanej'la 'Víselia fue de índole ¿tica, pe<o cabe u-?nfa;,<5o destacar
<pa*Si ^ j j t & jp ír tS io a3 g rea pr¿Scn«t5 áepttári-
cá*que, como hemos visto, atsñee a i s ' ¿ ! í r S 3 T a t ’^ o o i» y a
jgTgffBcctcva '&r?óc ¿ ,i íe ^ rttr.r? fes
ceasum «piríuoU para su episodio er o r i ^ & j O T O 1«éh’foíST’r-M-
iia á c .lE «tesattifccadós y la parodia a » fiaes puramente novfcíá'S-
- e a r s ? esie sesiido, u s 3 s 3 h ^ á ls í'a s c s s 3c Q ü iv eS j» es Ic^SiTír-
áojr a d srio re s a Ié l5 , que creo tu n ad», Y o uo tasato hizo Quevedo
posterionrarate d aprovech» ee xa último Sueño de la muerte ele-
ffleeKH áiü-Ásdos por C e m s in i e s la coeva de M ontesinos. La crí­
tica que L u d aao hk-ient de los filósofos pitagóricos y s e d e e s Que-
vedo la renueva e s los reíraros de hipócritas, Ut>s> de ellos, cl
lieesdado Calafeté* del Alguacil (1604-1608), rosario en mano y ■
disciplina en d a tó , tries poed* «sep ararse coc Montesinos, cuyo
r a s » » taiciriée períeaeee a I* «radiciós de los sepulcros blanquea­
dos. Quevedo se rió de tos cocsUaoados.. cobk* «akkra Luciano, y de
todos los personajes habituales en las visitas iofersales» causo Cer
beta y Áqücrt5í5ít,TÍ Pero eiíss analogías ao im plicas sino colad*

71. Ei C m faim , pp 342 y s s , y M. i-ítirs&ác, ¿¡tc&ata y * f l Crstefó«*_ La vi-


r i f a é t im é t ttliá. 4 s M i H ^ K á q a e * . LVI. « 5 4 . pp 388-195. ¥&£ ¿ a » C w t e -
Sw, pp. 294-'29&. í* es»s?s de las aeaáessw éoade se ca:«Jss as sí laJwsrssio de essí-
Ssjáós de te *«tes G kxsfói y de W faisa atetogt*.
72. G im i fjer fi> a d sc e de Qoeveeo, Sttaiat: y Ssaersext. cd. de Fcftpe C. R.
Ms’n<«««3o. M aáné. C&uK*, 1 9 ?3 ,}*. 56. Q«em¿n dejóse si C d a b t6 : «ea bnes »n»-
RMKOt, Mpfic r if» . W ¿ íist ífetong Hm'. qp. o?. Pasa e» isia t» de Ja caestkta, S.
#4. ptnx, Qsrtveda. Les sm áar, LnHsdtcs, T¿saesÍ£, «Crükai Gokfes sa Sparish
I W » J 9 , 1983. Y t M » OHíSmwwc. •£! sstam y j» n ^ iH M U c á w r« ei Barroco
i « p M . ÍBétóáa U n o . O a f c w » dei Ser, !5W . sp M 9 . «Kspóiíaá* safare is icp it-
s e a a a c s á í» d e i s w s s o « s O c « * e & > » , ¡ ¡ ñ o x S jo o io ta .ios, JEasasfc.tf c o k S í s í s m í y R t ó c k á s
ca te saiaracjfte sise te r m l A ^ M ti ¡mastir. se «eawao i^srJBweitoíio. F * a Se crocote-
^ía, sagsiri: 5* sd. de H tw y E»ir^aisEse<s d e ?>«* Seréis^ Sarceksas, P1ssj64a„ ’9 g l

166
denotas e x c e p c io n a le s en lo q u e constituye dos m o d o s m u y distin­
tos de entender d género visionario. Lo grotesco, tocado cautamen­
te por Cervantes, es sustancia! en Quevedo. Éste aprovecha abun­
dante materia! carnavalesco y folklórico, como señala Iffland, en su
visión infernal.73 En e! caso de Cervantes, y al margen de !a tradi­
ción folklórica d e la rueva, podemos apuntar cómo las referencias a
ia descomposición del cuerpo, a la longevidad y la mascarada gro­
tesca afectan a los habitantes del alcázar de Montesinos, situado to­
p o g r á f ic a m e n te en el abismo ,74

La alusión a las defecciones v a la c o m id a e s in h e r e n te , c o m y


s e a ^ ^ a J ^ n r^ a T r a d ^ c ió n foliaórica, io m,isuT& el .v u ja da u k
jfa tu m c ;3 .'Tt ü f r o ' ta n to o c u rr e c o n e i mal mensil con e l que ;: ga a

(en un «tinado prologo que lamentablemente viene desmentido por ia cronología dis-
cordante «fue * continuación añade José Luis Gómez): El Sueña dei Juicio fina! (circa
1694), & aguacil «ndemumiado (1604-1608), El Sueña dei inferno <1608), El mundo
por de denle*} (1612). Los suefios lucianesccs fueron incorp ratlos 4 la literatura fea-
noca con «otabkss cambie* respecto a los renacentistas como üp-jntó — a propósito
(Se! epígono dtl género, Enrique Gómez—- Carmen de Fes en La estructura barroca
<k «Ei Siglo pitagórico*, Madrid, Cupsa, Universidad de Málaga. 1978, pp. 64 y ss.
£; marco paródico dei sueño / sus tópicos tradicionales, en Antonio Enríquez G6-
ísss*. £ / Sigla pitagórico y vida de don Gregorio Guadañe. r.-J. de Charles Amiel, Pa­
rís. Ed. Híspano&mericana. 1977, pp. 13 y ss.
73. Vid. J u ro s Ifíiand. Quevedo and the Gmíesque, London, Támesis Books,
¡9S2, ye!. I, pp. ¡7 y ss. y vo! ¡I, cap. Y. sobre Las Sueñas.
74. J, tñhutd destaca, ibid., H. p. 188, estas esferas de la negación que afectan a
las descripciones grotescas en Las sueños de Quevedo. El «vejóte» de Montesinos,
co n » io califica Sancho, es, creo, familia de ios Matusalenes que entraban hasta en lo
folklórico. Pensemos además que la barba era también signo paródico en el entremés
con figuras de «jets. También Quevetfc, en Ei sueño dei Juicio Final, había tocado
el Tópico <fc la cueva-garganta de! iítf-emo («f, cit.. p 86). Fiígueira Vaiverde, op.
cit., pp. 47 y SO, trata de los tópicos de longevidad, como el de Job o Matusalén, y de
la erper» del héroe de larga barba que ansia ser liberado en su caverna. Por otra parte,
eí teuui venia de lejos, como señala Cariota A. Cana!, en Ei teme ári sueño y la ima­
gen dei laberinto <rn Quevedo, Dinkc Cvitanovic, op. cit., p. 340, ». 31, pues Séneca,
en sus Cartas a Luciiio, dibuja el infierno como morada de pálidas enfermedades y de
Is triste veje*.
75. M. Bajita. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Ei
contexto de Franjáis Rabektis. Barcelona, Barra!, 1980, p. 271, andida ei vínculo
r-articuíir dei comer con Sa muerte y ios infiernos en la tradición carnavalesca y abun­
da en el sentido topográfico de So alto y lo bajo. La tierra aparece como vínculo de!
nacimiento y resurrección, tumba y vientre.

367
C s j \ v~2 O

Beterma sus lejanas verduras. Ei inundo cósmico, personificado en


la' materia fecal y e n la orina, ?¡ene en el texto, como ios demás sig-
nos que acompañan ia vida de ios encantados personajes de la cue­
va.-ursa clara relación con la tradición folklórica del infierno y de la
muerte.7* lía término culinario como el «amojamado» era connatu­
ral 3 las descripciones de ios condenados —y estaba presente, como
indicamos, en 1a tradición•Juci anesca—, donde todo lo referido ai
cuerpo y lo bajo formaba parte de la alegría popular y el realismo
grotesco. Rabeiais parodió también las visiones de ultratumba, lan­
ío celestes como infernales, convirtiendo el infierno en carnaval. El
rebajamiento de los héroes es una de sus metas, gozándose en una
tradición literaria que coincide en sus fuentes con las que la crítica
ha asignado al episodio de Cervantes .77 TaS vez un análisis en pro­
fundidad de los elementos carnavalescos de la cueva de Montesinos
arrojaría mayores luces sobre ia misma. Y ello en una obra que,
cornu estudié A. Redondo, muestra altas cotas de imitación en esa
línea.7* Desde la multicolor arpillera de la burra de! Primo a los sal­
ios de k compañera de Dulcinea* pasando por el color de la beca de
Montesinos y su barba, junto al desfile de difuntos-vivos, hay, creo,
rasgos suficientes que en su perspectiva grotesca delatan herencias
dcTcárnava? y no sólo de la tradición culta. En la cueva hay ciernen-
te s w '«versión propios de la tradición ¿amavale^ya como eí de*
twwtp??. H caricatura épica, ja fealdad de Belerma, su porte de due-
Tí '-, y to i turbantes a ¡a turquesa de ella y su séquito, ciaros /¡ p o s de
"fiesta cortesana o, para ir más lejos, de infidelidad cristiana Junto a
cílc- !a faclia escolar y las actitudes femeninas del héroe Montesi­
nos, con pañizuelo de puntas y llorando un mar dé lágrimas' hasta
lavar sus manos de la sangre de su prinro Durandarte.7*

76. Ibid., pp. 297 y 301 -303. Y vid. 158. 250 y 27!. Para Beierma. infra, p 582,
77. Sbid., p. 313. Bajtia seílala cómo en !a liíeraíura nwdiíval «el cuerpo despe-
•iamJo iie »n santo it».bfa dado logar muchos veces s las imágenes y enumeraciones
I m r . t í testamento dei asno que ftga íes partes d í su cuerpo ítoroembrado está
#«»• .v l iK.ft paródica lp. 315) í;ar;. Rabotéis y e! ínf=emo convenido en carnaval, pp.
344 y '% Para tas fuentes clásicas, pp 34!? y ss.
78. A. Redondo, Tradiciór. . nxmvaleica y creación literaria. Del personaje de
'tancho Panza al episodio de la in ,ula Bawtoria en t¡ «Quijote», «Bü!fe¡m Hispani-
< que». LXXX. 1-2, !97f. pp. 39-70 y Cl personaje <V dort Quijote: Tradiciones folkió-
ríca-fitemrias. contexto histórico y elaboración cct n. im «Nueva Revista de Fiio-
iegfe Hispánica». XXiX, 19S0. pp. 36-59.
79. Bajíin, */». ci:„ pp. 357-358. sefij!a cómo Atlnjum. cuy* vestimenta es.

Í68
Por otro lado, conviene recordar qu. icnica de los viejos
nijvnata influyó en las parodias del viaje homérico al Hades desde
Luciano, como es el caso de Alfonso de Valdés. ES mundo ai revés,
presente en Rabeiais y en otras descripciones infernales de tipo <u-
cianesco,—no —está ausente—— — cueva de Montesinos,i—aynque Sea
— —— — — —
por vía de encantamiento. De íorma muy estilizada, el episodio
muestrarios consabidos contrastes del tópico entre ei ayer y el hoy
de las virtudes heroicas, ia codicia femenina, la belleza contrahecha
y los muertos-vivos que hablan, se quejan y suspiran, amén de la in­
versión general de unos héroes que ni visten ni se comportan como
¡o fueron en ia leyenda y en la tradición literaria. Recordemos que
de Montesinos se especifica lleva rosario en lugar de espada. Y en
cuanta a Dulcinea y sus compañeras, aparecen contra todo lo que la
amada en el deseo de un amador como don Quijote pudiera y qui­
siera figuraría .*0

conto se safes, multicolor, baja a Sos infiernos y con sus cabriolas y piruetas hace reír
* Pintón y s Carente {y vid. pp. 352 y ss.i I-a misma perspectiva topográfica, es de­
cir, inferior, está presente en el episodio cervantino. Y por lo que pueda vaíer para la
vestimenta de Beierms y su compañía, vid. también Juiio Caro Baroja, El carnaval,
Madrid. Tauros. ! 9792, p. 128. quien indica el uso de trajes a la turca en carnaval.
Carnestolendas «iba vestido de turco con un hermoso turbante». Los turbantes
— tsircos o moriscos— erars frecuentes en ¡os disfraces procesionales y danzas del
Corpus. También en ias fiesíar cortesanas. Dofla Cuaresma, por otra parte, aparecía
com e mujer vieja, chupada y larga, con caravanas de ayuno (ibid., p. 30). Covarru-
bias define el turbante cotno «cobertura de cabera de ia qual usan los africanos y los
demás moros y turcos». Era ¿ckrczo de infieles y sobre su simbolismo negativo da
idea e! propio Tesoro ai definir «turco»: «Esta nación es más conocida de ¡o que avía-
mos mencsíí.r, por avet «nido « señorear tan gran parte dcl orbe.» Sobre ia tradición
folklórica de la inversión lew-ora!, vid Filgucir# V»iverde. op. cit., pp. 53 y ss. E!
Q uijar se distancia de las h yendas de durmientes, pues al volver e! héroe encuentra
todo igual (p. 38). Para la pervivencia actual dcl motivo, vid. Le princesa durmiente
ww« te tiraría de Gonzalo Tórrenle Baliester.
80. E H, Curtios, op. cit, p 145. Sobre el tema, l.'ima/¡e du monde renversé ¿t
ses représenlatiorts iifttrurres el para-tiNéruires de ia Jin da XVf* n ic le du miheu du
XVII*, ed. de j. Lafond y A. Redondo, París, Vrin, 1979. Y también Caries Vaíllo, El
«mundo at revé’s» en ia poesía satírica de Quevedo, «Cuadernos Hispanoamerica­
nos», CCCXXX, 1982, pp. S-30. La inversión es consustancial a los infiernos huma­
nistas. Hciesi F. Granl. *Smages et gravures du monde á l'envers dans ¡curs relations
svec la pensée et la litlérature espagnoles», en L'imuge, p. 27. señala la huella dei
mundo si revés en el Mercurio y Carón de Valdés. A esa luz contempla el episodio
de ia ínsula B&rataris. Quevedo ¡levará ei mundo al revés s sus últimos extremos.
Respecto a la profunda cueva, es a la vez palacio o alcázar transparente, cárcel de en-,»

169
Cervantes y Quevedo cqincicíQa. como ya se h a apuntado, en
mtttftos aspectos teóricos sobre la ;^o> ¡cióo de les rueños, p u e s
NQB? paiten de fuentes semejantes. Pero e s e l perspectivismo gro-
TSSClDrTrSlí lr^T£ carnavalcífea'lo que opera en o u u direcciones. Asf,
en e i Sueño del infierno (1608), Quevedo toca el lema de las viejas
q u e quieren presumir de jóvenes y el de las vírgenes hocicadas
« q u e se vinieron al infierno con los virgos /iam bres *.*1 IVro es eJ
Sueño de la muerte (1622) et que rrcoge. en el retrato dr la Duefla
Quintañona, restos de ios visajes de Belerma, aunque con el estilo
inconfundible del autor de! Buscón.” Cervantes había encantado en
la cueva a dicha Dueña, junio a la reina Ginebra, «escanciando el
vino a Lanzarote cuando de BreUuia vino». Quevedo hace referen
cía a los tres personajes y convierte a la Quinlaftona en fundadora
de diseñas cri e l infierno d e s d e «ha más d e doscientos años ».*5 A su

castado*. Snfkrro j *»«&», tmierst^s ü t ¡éaqpe*»stero. atrista® y pozo en el o<k ánn


Qa¡je» a«Ja colgado «amo .botijo al fteswo. ten te tpte « maestra, « u ve* m is, et
ssasKj w afe de C e r m e t « (tejarais ^ c n Á i m c a s un p«m® C:.. vista líiri-
00. Con razdn decía OeSfcga en <a* Meditaciones dei Quijote, ed. de J. Marías, Ma­
drid. Cátedra, I? ‘t 4 p. 73: -«Dsoc e i la penpeetrva y la jenwqpCr tfpeceSp de Satán
fue se «M » de ycuqpertiya.i»
83. J M i n , (i. 158. Ea 1*. antesala infernal iW Sr-ttño <fef &*¡/5irn».<S*bq}a tam­
bién. tom o Cervantes, un Jugar paradisíaca, p. W 6, cciaádteodo en el tópico Cervan­
tes, coir® heñios dicho. Más adelante se buril» úe h tk¡ Virgilio, Aenrido, VI,
442, d u e n d o que alV «ac 5«y m inas ni selva qae se Jé parezca» <p. 120), Se buria
usrJbíiéa M raiceé* monetario ea p. 5 J2 y de las viejas y vi «jos tpte presante» de jó-
yem ;, p. 529. En ei Sueño de ¿a m uera te pos* ampliamente el tem a de i* maca- vtc-
ja qi* o » » está p r e s o » ea 3» figura de. B tie n tu . Tema éste que aparece en t i folklo­
re y esi tos cnfceweacr barrocos.
82. Ibid., p. 723. C fr. coa ei conocido retrato del dóm ine C ates, Sobae í'iye-
vedo y !« tradición foHddrica-camamticsca trató en Beu ble carnavalesco Je!
«Stuafei»,ám Pt.'bit>s, «iütspanic Revic»?». XLVi, Spriag. 8978, pp. J 7 3 - W
83. Ibid., p . -24 CjBewdo raele adeiBií ea este íiasiiC'fe'-M»23 CaiaÍHfíS Hit :. .
dei 1'O.tnMBcerw y & Apiades- Sgi«« .netsiesca, corac Lxa$anMe. Por otra parle, en ¿;
Dítcsru- dt iodo* los diuhijs, Qeevcac, siguiendo a w^ctaoo, h*b£at hecho parodia de
figuras ftsMtórscas de 3a antigfiedad p e e » romana (cfr. N. » a f . »/>. c ir , p. 42 y p. 46,
para om< átate i n ¿ a hom de todos-, sobre las duefias. p». ¡48-!5t}. dejando sparie
otra* m ocare desmiúfíceciooes presentes en « ro s géneros. 2 catáíogo de dueñas, en
Ricardo dei Amo, La rdueóti* en ia literatura española, «Revista de Liieraíura», til,
1953, pp. 293-343 y m is panicuisrm eale Ooachiís Jterdíaan Mansme&a, *Dueñas*
and *dom:e{lasr. A Study o f «Daña Rodríguez* Episade in «f*¡w Quijote», Cbsjsel
Hílí. 1979.
fealdad extremada y descompuesta añade ¡os rasgos connaturales a
la tradición erasmista del hipócrita:

. unas tocas muy larg as sobre el m onjil n eg ro esm altan d o de m e r­


in a la tum h'i; con un ro sa rio muy larg o co lg an d o y e lla corva, q u e
parecía, con ia¿ m u ertecillas que coigubar, d él, q u e venía pescando
calaverilla'i chicas.*4

i: .! Cmtulón dibuj.s entre: lus arcos del patio paradisíaco los


medallones de ia 'unigüedad, empegando por Piramo y Tisbe, Phílis
■i Demogón,*' Quevedo, en el Sueño de la muerte, sijuo la tradición
desrnitiflcadora de Luciano, pero con un léxico que creemos cer­
vantino al tipificar la muerte de amores:

T enía, p o r e sta r a c o m p a sa d a , p o rq u e no se le co rro m p iesen por


la anúgfiedad, a P ira m o y Ti;be. embalsamados, y a Leandro y
H ero y a M acías. en c e c in a , y algunos portugueses derretidos.w

Cervantes, corno Quevedo y los erasmistas, aprovechó de Luciano la


desimímcacion dei viaje ultramundano y dei sueík\ ¿Hitando a éste tras-
c e ^ e r o a y rej^ jp d o lo a las ^ .........
teféffeas. Pero» por razones obvias, se di,
sátira social y de los fines éticos dcl autorjlc
- .....
E! Primo, a su vez, creo debe entenderse a la luz de las invecti­
vas antiescotésticas que, como ha estudiado M. Morreaie, se dibuja­
ron en El Crotalón y en El Séhoiástico bajo la imitación de los fal­
sos filósofos de Luciano en ei Icaromenipa. En ellos se atacan, poí­
an lado, maneras y ademanes, atavíos y costumbres; y por otro, se
ridiculiza el terminismd inútil y ’.a felsa sabiduría. Clérigos, frailes
mendicantes, ermitaño» y beguinos, filósofos y teólogos de escuela,
sumidos en ia ignorancia encubierta y las disputas absurdas, son sa­
tirizados desde la perspectiva lucianesca y erasmista / 7 Las bien

84. Sueños, p. 223.


85. Ei Crotalón, pp. ) 68-169.
86. Sueños, p. 200.
87. Vid. Margiieritfi Mcineaie, imitación de ¡Metano y sátira .'¡ocia! en el cuarto
canto d t «El Crotalón», «BHi», LU, pp. 301-317 y especialmente su Luciano y ia in­
vectivas «aniiescoláslicas» en *Ei Schoidstico» y en «El Crotalón», LIV,
J952, pp. 370-385.
**
171
abastecidas alforjas del. Primo, su presunción y arrogancia de cono­
cimientos inútiles, su acumulación de noticias sin mayor verifica­
ción parecen datos suficientes para hermanarlo con los falsos
maestros v polistas. Pues si cl Scholáslico ataca esos extremos, ade­
más de la gula y la vestimenta llamativa, ¿qué pensaremos de este
«famoso estudiante» sobre borri<¿ji preñada y coloreada arpillera?8R
El Elogio de la locura da Erasmo atacaba precisamente a los maes­
tros de necedad que se pasean "ffeomo monas vestidas de púrpura y
como asnos en piel de león», asomando sus largas orejas.** Y en su
desfile de necios-sabios entran también los que pretendan alcanzar
la inmortalidad valiéndose como el Primo de la publicación de li­
bros.1* O los supuestos teólogos que «pintan los pormenores del in­
fierno con tanto verismo como si hubiesen pasado buen número de \
años en squellos estados», dibujando a las almas bienaventuradas
en banquetes y paseos o jugando a la pelota .’ 1 Como e! propio Eras-
jtío decía en la carta preliminar a Tomás Moro: «Así como nada hay .
más tonto que tratar a la ligera temas serios, tampoco hay nada más
divertido que disertar acerca de necedades.» El Primo cervantino
pertenece a esa raza ya denunciada por Horacio de los que, en pala-

8S. Vid. por ejemplo, en Cristóbal de Villalón, Eí Scholáslico, ed. crítica y estu­
dio por Richard J. A. Kerr. Madrid, CS1C, 1967, pp. 154-16S y ss., las observaciones
dedicadas a Jos conocimientos superfinos y a las apariencias llamativas de los falsos
maestros. Éstos llenan mil artículos y hacen libros de dos mi! hojas con cuestionci-
¡Us, • que vale más el papel blanco que en ellas se borra que el provecho que delto se
saca» {ibid., p. 154). Sobre el color y hechura de las ropas se pretende que el «scho-
lísitco» m sea particular ni señalado (ibid., p. 168) y además se le aconseja no ande
snarsvillándose de cuanto oiga y vea, cosa que el Primo desatiende constantemente.
89. D. Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, ed. de Oliveri Nortes Vaüs,
Barcelona, 1976, p. 93. En p. 233, atac* a los falsos grsraátiecs que se refocilan coi!
hallazgos inútiles o pueriles.
90. Ibid., p. 241. El ataque a los filósofos, en pp, 247 y ss., y a los teólogos, en
pp. 249 y ss. El texto del Eluvio bien puede aducirse c o ito s intermedio entre Luciano
y ios Sextos erasmistas que como El CrotaUin y El Schoidstico tes atacaron. Los filó­
sofos se dibujan «venerables por su barbe y por su mamo» (p. 247).
91. lbid.,p. 263 y pp. 265 y ss., para los religiosos y monjes, donde ridiculiza cl
tópico de Sos sdrmones que se remontas a orígenes absurdos, y denuncia sus grávidas
cabezas, preñadas (como la muia ote! Primo) de raü fruslerías. El carácter asnal de los
falsos maestros amigos de la barbarie aparece también en otros textos parejos. Vid.
Amirico Castro, Erasmo en tiempos de Cervantes 0 9 3 )), en Hacia Cervantes, p.
228. A. Redondo, en Tradición carnavalesca, «porta numerosos datos sobre la mar­
cas carnavalescas de ia muia que creo deben tenerse en cuenta pera !a tipología dei
Primo.

172

/
hras de Erasmo, «plantean nuevas cuestiones sin interés aiguno, a
partir de un pelo de cabra ».92 El hecho de que además sea lector de
novelas de caballerías refuerza sus cualidades para ¡o fantástico y
apuntala su buena disposición para creer a pies juntillas, y por la
cuenta que le trae como «publicista», toda la relación de don Quijo­
te a! subir del profundo.93
Claro que Cervantes no se para en filosofías ni teologías de viri obs-
curi, sino que ataca la erudición inútil y la fe ciega en la mitología clási­
ca que sustenta este Primo, de profesión, humanista. Él, como los malos
maestros que denuncia Villalón, autoriza «con más de veinte y cinco au­
tores» quién fue el primero que tuvo catarro en el mundo y el primero
que trató de curarse cl morbo gálico. Por lo mismo, al despedirse de don
Quijote, dará por bueno cuanto éste ha contado de la cueva para su Ch'i-
dio español y su Suplemento de Virgilio Polidoro, sobre temas tan de
peso como las mutaciones de Guadiana y de las de Ruidera, y para certi­
ficar, con «autor tan grave y tan verdadero como es el señor Durandar-
le», el origen de los naipes.94 Pero antes de perderse de vista, cl Primo
nos ofrece su perspectiva acerca de un semejante, el falso ermitaño, «que
dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy
discreto, y caritativo además». Claro que Sancho Panza, que tiró por tie­
rra. con sus preguntas y respuestas a! Primo, las cosas que «no importan

92. Elogio de la locura, p. 77. Sobre el debatido problema de la influencia de


esta obra en España, vid. particularmente Maree! Bataillon. Erasmo y el erasmismo,
Barcelona, Ed, Crítica, 1977, pp. 327 y ss., donde se plantea además su huella en la
locura de don Quijote y en la del cuerdo-loco Sancho; y Antonio Vilanova. Erasmo y
Cenantes, Barcelona, 1949.
93. El Primo se opone a don Lorenzo, el verdadero humanista, que tiene ante los
libros una postura bien distinta. Mía 1. Gerhardt, Don Quijote, la vie et les livres,
►Niewwe Reeks», Deel, XVIII, n* 2, Amsterdam, 1955, pp. 17-57.
94. El Primo representa ta publicación gratuita y ociosa, una variante más del
rico análisis cervantino de lo que Leo Spitzer denotó como el problema del libro y su
influencia en la vida: Sobre el significado de Don Quijote, en Estilo y estructura en la
literatura española, Barcelona, Ed. Crítica, 1980, p. 295. Martín de Riquer. que cali­
ficó al Primo de don Quijote de «loco de 5a erudición», cree probable que este perso­
naje fuese una caricatura de la erudición anticuaría que exhibe, a propósito de los nai­
pes, Francisco de Luque Faxardc, Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos
(16031, ed. de Martín de Riquer, Madrid, Real Academia Española, 1955, pp. 15-16.
E. C, Rüey. en Metamorphoses. Myth and Dream..., p. 11$, ha señalado, a propósito
del Primo, la confluencia de dos mundos, el de los hechos y e! de los mitos en ei epi­
sodio. Éste, como don Quijote, es incapaz de discernir entre ambos.

173
un ardite al entendimiento iri a la memoria». desvelará con don Quijote
las gallinas del penitente y la presencia de la solaerrnitaño. Cervantes en­
garra así dos motivos muy ligados por la tradición literaria y artística, el
de la cueva y ei del eremita, dándole un nuevo sesgo.*5 Más larde, ei Per-
sifes se encargará de desmitificar Sos signos dei anuo tic Montesinos,
mostrándonos el ermitaño perfecto y ia cueva «verdadera», como luego
veremos.®6
Un precedente digno de destacara..*, r! de! romance Diez años vivió
Bderma, escrito por Góngora en 1582. ofrecía a Cervantes numerosos
puntos de arranque para la desmútficación heroica. El erotismo, la degra­
dación de íes aspectos sacros y luctuosos, las insinuaciones de doña Aída
y la invitación al goce, lejos de tocas de viuda monjil, presentaban una
envidiable invitación para nuevas transformaciones de la materia ¿pica.
La referencia a los canónigas de San Diorifs y a los «déügos capotun-
dos», mejor armados que ios Pares ríe Francia y Sos de la Mesa Redon­
da, va mucho más lejos que ia colisión que en el episodio de la cueva

95. Ermitaño, o salvaje, y cueva iban ligedc* ya desde antiguo y c! íestro barroco
ñiso boen sjso de ello {infm, pp. 1S3-4» na. 55-16). Jotos E. Yarey isa vtao ias ricas impli­
caciones de la cueva fsfnvMo é d deseo de saber, retino filosófico, vientre u útero de! que
el hombre surge, peto atiiw ín turaba, p ñ á in e irri^ge» de la oscuridad física a de ¡a ee-
gu-íía espiritad) «d Cermnvm m Calderón (and Sane Cavewttmat), en Áppnxxhes tn im
Theatrr v f CoMento, ed. per Micfead D. McGaha. lto¡ven¡ify Press of America. ¡ 9S2, pp.
231-247. A Redondoi, en £? j w a i imtíáUaa—. ofawe «m «mpüo evadió de i » implica­
ciones toikiórkas de la cueva, «sí como de! senado mágico y cb n g trim s ad merum de la
mis,-ns. Gethin H'jgaes, The Cavt o f iítmtxsiitaE Den Qisücnte V inserpretatinn and Daid-
luto's di.vm.'txmtmeií!. ««BÍÜS», 1JV, 1977, pp. 107-113, ofrece m g a ü vts retaeiooes d d
mfrtiwo de la corva cosí d arte de la menaaña en fas ConfesUxtjn de San A gu ata todos es­
tos pbMeHiHeMw eo son excluyetáes. La meada, de üsdidtán papular y cuits era lógics
« i un m tú vo ya sápico «a Js época de Cervantes, como el de la cueva. Vid. además ias ob­
servaciones de Percas de ftsnseri, op. cír. Ua trebejo de Mauricio Medio, En tamo a 'la
cueva de Stdammtca», «fi ijeadrmes Cervatttmast, til. pp. 29-48, arroja nueva luz sobre el
lema de ¡a cueva «a eí wtt«an&.. Sobre todo tito veivercmas iuege, infru. pp. 333 y ss.
96. Los inicias Set PersiiJ^ oííere:; ls Sgara de! cautivo que nace de! fondo de
1» t e i - c u n i inadie-tiem . Mas * naesiro propósito, vid. la « m n d a de Soidino con
PtxÍKS'Jra, Aaristela y otros raás al fondo de una coeva o ¡¡ron dentro de una ermita.
Anser, 6c biijar (fice eí üarnróon *0tra vez -se ha rtebo, eso todas las acciones ve-
rosfemfes ni probables se Io n de contar en Iss historias, porque si no se les da crédito
pierden sa valor: pero a! historiador no le conviene más de decir ia verdad, parézcalo
o no So parezca» (p. 3i5>. E! episodio dei Persiitz alcanza luz plena ksdo tras ei de ia
cneva de Montesinos. De ahí ia insistencia de Soldóte: «esto no es encantamiento»,
sino cueva para llegar p er un atajo a w sitio ameno y solitario.

174
ofrece lo profano con lo religioso. Pero es evidente que en este caso,
como en el del romance gongo riño Ensíllenme el asno rucio, en el que
un bobo aparece dando estoques y reveses, con armadura risible, encon ­
tramos precedentes notables de un proceso de ridiculización épica que
hast i en los detalles menores o escatológicos (como eí flujo menstrual o
cl pajecillo zurdo de Montesinos) muestra abundantes puntos de contacto
con la obra cervantina, según se verá más adelante.
Por i Ui' io, cic.o de algún interés recordar que las visiones de
inspiración ¡ucianesca y quevedesca afectaron al extendido género
de los «galios» o vejámenes universitarios, aunque mostrando una
faz festiva y carnavalesca que se aleja de la seriedad de su trata­
miento cresmista. El género ya había dado sus frutos con anteriori­
dad al Quijote. Y Cervantes muestra, a su vez, abundante conoci­
miento de ia vida universitaria. Los estudiantes y el Primo
pertenecen a ese mundo. Y como recuerda M. Chevaüer, el estu­
diante ss convirtió en tipo folklórico .97 Por ello, y al margen de las
interpretaciones existentes sobre la beca verde de Montesinos, creo
no está de más recordar que el verde era e! color de los canonistas y
que había un colegio en Salamanca, el de San Pelayo, que era cono­
cido como «el de los verdes».9* Este colegio fue fundado por el
gran inquisidor asturiano Fernando Valdés de Salas. Inútil parece
recordar aquí el color de que se revestían los inquisidores. Es posi­
ble que Cervantes vistiese al héroe romanceril con la beca de los
canonistas haciendo así más llamativo su hipócrita rosario. Y no
creo esté de más recordar que, contra lo que parezca, este mundo
escolar no estaba tan lejos de! caballeresco, como ejemplifica el

97. Máxime Chevaíier, Un personaje folklórica de. ia literatura del Siglo de


Ora: El estudiante, en «Seis lecciones sobre ia España de los Siglos de Oro. Homena­
je a Marcel BafsiHon», Universidad de Sevilla-Université de Bordeaux II!, 1981, pp.
39-58, Montesinos, no lo olvidemos, es primo de Durandartt, con lo que establece su
nexo lógico en cl marco del sueño con el primo-estudiante y se remite a una tradición,
folklórica común.
98. Monique Joiy, Sémiolagie du vetement el interprémtian de /exte, «Revista
Canadiense de Estudios Hispánicos», vol. 11, n* !, otoño 1977, p. 60, hace referencia
a! color de ia beca de Montesinos y lo analiza en el contexto de las modas de la épo­
ca. El verde era también signo de locura <cfr. A. Redondo, Tradición carnavalesca...,
ed. cit., y De Dnn Clavijn a Clavileño: Algunos aspectos de la tradición carnavalesca
y cazurra en el Quijote (11, 3R-41), «Edad de Oro», 111. Madrid. Universidad Autóno­
ma, 1984, pp. 181-199.

175
Prime. Enr. los..ceremoniales universitarios de Alcalá se~"armaba de
caballeros a? esiilo medieval a los doctores.51*
Si resulta asombrosa la riqueza de sugerencias que guarda la
cueva de Montesinos en la que, como dice Cervantes, «hay de
todo», no lo es menos la economía con que se traba, silenciando
materiales de la tradición del viaje ultramundano y de los tópicos
consustanciales al sueño.

El Persiles contará años después cuántas redacciones desecha


un «autor» como Periandro antes de dar por bueno el texto definiti­
vo, Pero en el Quijote se nos ofrece la más completa depuración de
materiales prefijados en busca de Sos caminos de la novela moder­
na. Y ei episodio de la cueva muestra, en este sentido, 3a culmina*
ctán en cl plano literario de la problemática que en torno a los sue­
ltos desencadenó el humanismo al cuestionarse sobre su verdad y
sus causas y desterrar mesianismos y exégesis inúsiles.100

Cervantes, como he indicado, retoma ia tradición paródica de la vi-

99. Vid. mí sn. «De ludo vitando». Galios áulicas: tn ia Universidad de Salamcmco.,
Crotaién. Revista de Filología», I, Madrid, 1984, pp. 609-648. Tomo las referencias
sc»hie «Jos verdes» de Esteban Madruga Jiménez. Evocaciones universitarias. Salamanca.
1972, y Vicente de la Fuente, Historia de fas Universidades y dem ás establecimientos é¿
Espma, Madrid, 1884-Í889, vol. !í. p. 319. para el ceremonial de investidura en si grado
«fe docto»; Ocioso parece recordar d «asiendo estudiantil y mágico de !a sueva de Sala*
raaaca (cír. J. Garcfc Mercada!, Estudiante, sopistas y picaros, Madrid, Espasa-Glpe,
1954, pjk. Í45 y ss.). Creo que 5a mezcla paródica de religiosidad y perspectiva estudiantil
que Cervantes imprime a Montesinos se especifica con ia referencia a que la brisca era de
colegia!, impropia de un anciano guerrero. Covarrabsas, ere®, so s ilustra al srazar «I des*
censo de las becas: «Fue también la beca insignia de d o c to » , y assí pintan en .tes retablos
afttíjaos los doctores de la ley que están disputando en el templo con Christo nuestro Re-
dstüor y esto remeda» los capirotes de lov doctores, pero io que se han ainado con las t e ­
cas mu lus señores colegiales» Auiorid- vltx destaca cl aspecto religioso: «una insignia de
divessos colores que us-m los clérigos». Vid. Carmen ftentús. Indumentaria española en
lirtnpos de Curios V, Madrid, CSIO, 1962, p 77 y Trajes y mudas en la España de ios Re
yes Católicos. II, «Los hombres», p 60 ?
100. Vid., por ejemplo, el c it Somnium líe Juno Maldotiado que puede leerse en
I» tA . de Miguel Avills, Sueños ficticios y lurh« ideoMgka en el Siglo de Oro, Ma­
drid. Editora Nacional. 1980, pp. 149 y ss. Creo de intenís el Sueño político de Mcl-
é m de Fonscca y Almeida (ibid., pp. 271 y 378) jxw la stncr¿>nf« que establece entre
discurso y sueño, corno es el caso de Cervantes («Dormido q u ed ó el discurso y, en la
ftittts h , luego obró las operaciones del discurso el pens/¡mierno»). Fonsec» desliga al
finia! ia verdad política de lo fabuloso soñado.

276
sión de ultratumba erasmista para transformaría en algo nuevo. El sueño
Je d on Quijote es sólo un capítulo de su existencia literaria y, corno tal,
inseparable de la evolución novelesca de! personaje. La sátira y la paro­
dia actúan en el episodio dentro del proceso genera! de desmitiñcación y
desalegorización que la obra procura a niveles muy diversos, y sólo reco­
ge leves alusiones a los acarreos ¿ticos que la tradición llevaba. Pero
Cervantes hace algo más, pues en el fondo de la cueva no sólo aparecen
ridiculizados los fantasmas literarios que acosaban la mente de! héroe,
sino los de su propia vida. De ahí que el derrotero de !a novela venga a
partir de ahí predeterminado en buena parte por esta acción y se explique
por ella. Y no sólo por io que atañe a la acción propiamente dicha, sino a
la teorización poética. Cervantes ofrece en la cueva de Montesinos los
procesos creadores de la memoria acumulativa que, al fundirse con la
propia experiencia y tras un proceso de creación transformadora, llegan a
So que entendemos por invención literaria. Como cuadro dentro del cua­
dro. Sos esquemas del «sueño», nos muestran la novela en su propia ges­
tación.
Si la Poética de Aristóteles es fundamental para entender el Quijote
no ió ion menos sus teorías sobre el sueño a ía hora de interpretar la ba­
talla interior que don Quijote libra en la cueva.'01 Cervantes, como la ma­
yó *1parte de los autores renacentistas citados, convino con el estagirita en
las causas fisiológicas y psicológicas del sueño, evitando las secuelas
adivinatorias que la tradición implicaba.102 La literatura propiamente di­
cha avanzó por ese terreno en la delimitación de lo fantástico, mostrando
que las bajadas y subidas a regiones de ultramundo eran terreno propicio
para tales cuestiones, ccmo siglos después mostrarían Galdós, Sender o
Jaimes Joyce, por citar tres ejemplos diversos. Don Quijote casa perfec­
tamente coi) la tipología del hablador o del melancólico que según Aris­
tóteles acaba por encontrar en los sueños cosas que tienen relación con la
realidad, por aquello de que quien lanza muchas flechas ai aire acaba por
alcanzar algo.103 El «viaje» no sólo le procura espacios inusitados, sino el

101. Aristóteles, obras, ed. cit., p. 161, teorúa en su Trinado de los ensueños
sobre las imágenes engañosas que pueden parecer verdaderas y sobre la progies ón de
los ensueños con la edad.
102. Ibid'., pp. 167 y ss. Tratado de la adivinación durante el sueño. Aristóteles
insiste en la magnificación de las sensaciones durante el sueño, en que éstas se forjan
de lo que se ha deseado o pensado antes y en la inutilidad de sus augurios.
103. Ibid., p. 172. Recordemos a este propósito que para Ortega, el Quijote repre-

177
gozo dei tiempo eterao» san disintió del común, cujas horas reencuentra
a ia salida dcl prafoidb..1®*
Do». Quijote rao iccnprra. Ia razón al despertar de su sueño o en­
sueño en la cueva,, siegue adelante y vive sin ella, hasta cl penúltimo
sueño, aquel que le devuelve su juicio libre y claro, sin ias sombras
caliginosas de la ignorancia.1"9 A lo largo de la obra permanece,
como los durmientes, sin las ataduras de la razón. El recuperarla
significa para él» corno se sabe, la muerte.-- y el final de una novela
en la que la discusión sobre la verdaú o falsedad de los sueños corre
al a par que la debatida cuestión de la vertkiti literaria.

Cervantes avanzó comkientWeincníe respecto a sus predecesores en


la utilización del sueño y del viaje ultramundano, sometiéndolos a un
proceso de interiorización que va mocho más aM de los indudables lo­
gros alcanzados por Quevedo» pues es en e! mundo interior de don Qui­
jote donde no sólo el sueñe, m ío el infierno y k» habitantes de ia cueva
de Montesinos íieisezs ssüiRcnlfldcni icsidiciJciaL50*

xo m m. cjesizpfo «fe la. pcimac&. qac lo |»kx3k^jtcc: durante cf Renacimtcmo, des­


cubrida def vasto reuad» snittkír áA narp&a. Cba fi cara «racHkia «penetro para sícto
pet la épica cea m «jwaciÍB a smmusr a s <abe « fo t» Kadraio con d «fe los fenómenos
m¡rtra«t~t. p a o de él deMitito» (Jos? Onega y Gtasct, tk í Q tijofe, p. 215).
I S l Vid. » en r «especio ias acertad» observ*ek*w* de Fügrein Valvade. np. c¿r,
P- *26 y k , satas t» rrficiáfi psjsMfc entnt fe» «cnpcfal y lo eterna ca San Agostía y en
Platino»qp»ene* crc£m en fe pcwt&üiiJadde «capar «id tiempo y gozarde fe eternidad.
ICS. Quijote, ti. 1133, vid. Harry Sieber. an. í «.» sobre ei o tiempo orde­
nador de te novela, factor fundsmenísi para h aberración témpora) ea i* coeva de
Montesinos y en todo el Qmjpte.
106. E. C. RSfcy. ttetum vrzhnsü. b ftA amd Efretsm...-. p., 119. apunes tjnc «Ccnwues
síjBfíy esnspesed ¡oy* and! pon «t badt w txrt it «ame t e ; {he tom an nrind and psychc.
The fn*rvdJio«a ewents. aridibesags o í Rfantesíntst anr* wc«e sfiwe and real. B e tn o tm tb e
antL. Tbc? wene aiíve and tca£ «Mhiin da» Qñattn. B» dsfestw a. te coeva de Montemos
Ik ffin^wdeafiQuceBsa ñiñen» y sa psnóo. SácBunda Lid* apaetft en Quevedo un pío-
ceso sauejaale: «Ea el «leñ ar dtó tsxnbic ex. donde se «n aeíá a simar e? ck«© y cl infier­
an,, dfespojados de todo pú5í»resqsisns». O bro «toe no sei4 Q uetsdo tSosaáe ei más aliá se
:ws pare;*** «MBiraeait ccnwdbi. identificado cor et aquí Ger.tro. Peto con Quevedo deberá
co o ar spt*s» KMS. e s la th e n ta n «hmbií espafiofe. tai Jásoris de i* interiorización y di-
damos, tiepamáida dfcJi infierne». ñ s xueñot de Qmnmáity e* ptoioga. en «Actas jH Se­
gundo tim sm á m á de HfepMBns»,, Niaaefa. W6S. p. 195 C íes <gae fes C t r a n e s quien
easc¡¡»iié en la cae»» de W-anzeún» coa ia p f e » íaneri od sscsíSa psKjmc» det proceso infer-
na¡„ aixkndto eansssxw smevm pu» esa expkMadéo i&*emsr que sería e! gtaa desafio de la
Hw
•••• >
A-4ÍW-

..
*«■ -
- ;;
. i.*’
' .
:>V.-
•r*----' •
í*
'■•. ••• • :¡
v*;V

. • •
-

. ■
i •

También podría gustarte