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Conflictos Familiares

Cómo Proceder

Timothy S. Lane

Conflictos Familiares fue publicado originalmente en inglés bajo el título Family Feuds.

Author: Timothy S. Lane


Publisher: New Growth Press
© 2008,
Christian Counseling & Educational Foundation

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-
Valera 1960 ® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas
Unidas, 1988. Reina-Valera 1960 ® usadas con permiso.

© 2019
Timothy S. Lane, Conflictos Familiares: Cómo Proceder (Sebring, FL: Editorial Bautista
Independiente, 2019).
Página 1. Exportado de Software Bíblico Logos, 11:32 p. m. marzo 18, 2022.
EB-522
ISBN 978-1-944839-62-8

Editorial Bautista Independiente


3417 Kenilworth Blvd
Sebring, FL 33870
www.ebi-bmm.org
(863) 382-6350

Conflictos Familiares
Cómo Proceder

¿Te aterran las reuniones o las vacaciones en familia? ¿Lamentas la manera en que
muchas veces hablas o actúas con tus parientes? ¿Los evitas? Quizá te identifiques con
algunas de estas palabras:
“Soy una mujer adulta, pero cuando estoy con mi familia, actúo como una malcriada y
discuto con todos”.
“Sé que no debería molestarme, pero mis padres siempre prefieren a mi hermano”.
“Mis padres aún me dicen lo que debo hacer, ¡aunque ya tengo 40 años!”.
“Mi hermana no me habla, pero seguramente, habla de mí”.
“Mi niñez fue tan dolorosa que no imagino una relación con mis padres ahora”.
“Mi familia está fuera de control. Su comportamiento es tan destructivo que no quiero
que mis hijos estén cerca de ellos”.
Si tienes dificultad en relacionarte con tus parientes, no eres el único. Para muchas
personas, es difícil lidiar con la familia en la que creció. ¿Por qué es tan complicado llevarnos
bien con ellos? Las heridas profundas de la infancia, las expectativas poco realistas, y los
viejos hábitos que resurgen son algunas de las razones por las que puedes encontrarte en
conflicto con tu familia. ¿Es posible amar en medio de estos desafíos? Sí; con Dios, todo es
posible (Mateo 19:26). Los cambios comenzarán cuando te mires a ti mismo y a los tuyos
con sinceridad, oyendo lo que Dios dice sobre tus luchas, y después, confiando en que Jesús
te ayudará a amar en medio de una situación difícil.

Todas las Familias Son Imperfectas


¿Cómo eran tus padres mientras crecías? ¿Cálidos? ¿Amables? ¿Te animaban?
¿Distantes? ¿Pasivos? ¿Abusivos? ¿En qué tipo de familia creciste? ¿Segura? ¿Estable?

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¿Edificante? ¿Violenta? ¿Rota? ¿Malvada? Hay tantos tipos diferentes de familias como de
personas.
Pero hay una cosa que es verdad respecto a cada una: todas son imperfectas. Ninguno
de nosotros creció con padres o hermanos perfectos, y tampoco nosotros fuimos hijos
perfectos. Tus padres y hermanos pecaron contra ti, y tú pecaste contra ellos. Esta verdad
no tiene el propósito de disculpar o minimizar la maldad y el abuso que ocurre en algunas
familias; al contrario, es un recordatorio de que todos necesitamos que Dios obre en
nuestras relaciones familiares. Él es el único que puede restaurar los vínculos que se
quebraron por el pecado, y darte la gracia para responder a tus padres y hermanos con
sabiduría y amor.

Las Familias Imperfectas Necesitan la Gracia de Dios


Al leer casi toda historia bíblica, te darás cuenta de que Dios conoce bien la dinámica de
la familia imperfecta. El rey David, uno de los mayores héroes de la Biblia, también fue padre
de una familia disfuncional. Su hijo Absalón conspiró para asesinarlo y usurpar el trono, y
David tuvo que luchar por su vida contra su propio hijo. A pesar de su traición, David quiso
proteger a Absalón, y cuando lo mataron, sufrió profundamente.
Pero el pecado del hombre no se compara con la gracia de Dios; y Dios, aun así, utilizó
a David y a su familia en su reino. Los salmos que David escribió en su sufrimiento han sido
utilizados por Dios para consolar a su pueblo durante siglos. Además, del linaje de David,
vino Jesús, el Salvador del mundo entero y el único que puede ayudarnos a amar a nuestros
parientes. Tu familia, al igual que la de David, necesita la gracia de Dios. Solo el Señor puede
traer redención a personas y a familias imperfectas.

Tu Familia de Origen No Determina Tu Identidad


La gracia de Dios no solo redime los pecados de la familia, sino también su trasfondo.
Muchas veces, suponemos que quienes crecen en una “buena” familia saldrán “buenos”, y
en una “mala”, “malos”. Es verdad que nuestra familia de origen nos moldea, y podemos
ver sus marcas buenas y malas en nosotros. Pero tu identidad y tu futuro no se determinan
por tu origen. Muchas personas que crecieron en buenas familias donde recibieron mucho
ánimo y cuidados terminaron muy diferentes a ellos; y muchas personas que crecieron en
familias horrorosas llegaron a ser siervos amables y humildes que son una bendición para
quienes los rodean.
Muchas veces, cuando tenemos una mala experiencia (como la de crecer en un hogar
abusivo), permitimos que esta nos defina y se vuelva nuestra identidad. Pero cuando vas a
Jesús por la fe, él te da su vida y una nueva identidad como hijo de Dios. Por supuesto, tu
experiencia aún te moldea, pero no te define. Tu identidad ya no se determina por tu familia
de origen, sino por quién eres en Cristo. A medida que dependas de Dios para que él te dé
tu identidad, él hará posible que cambies tu manera de relacionarte con tus parientes.

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El Llamado de Dios a Amar Incluye a Tu Familia
Si creciste en un ambiente muy difícil, donde tus padres y tus hermanos te lastimaban
intencionalmente y donde los comportamientos perjudiciales eran la norma, no
desesperes. Dios no está sorprendido; él conoce bien a las familias disfuncionales y el dolor
y la tristeza que sientes. El Señor no está distante, silencioso o pasivo. Quiere restaurar tus
relaciones familiares conflictivas, y te llama a ser parte de esa restauración al amar a tus
parientes. Jesús te llama a amar a tu prójimo como a ti mismo, y esto incluye a aquellos que
actúan como enemigos (Mateo 5:43–48; Lucas 10:25–37).
¿Cómo puede ayudarte Jesús a amar a aquellos que están tan cerca de ti y que muchas
veces son hirientes? El Señor comienza con unas palabras sorprendentes sobre cómo
debemos relacionarnos con nuestra familia. Observa estas frases inesperadas:
Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y
no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun
también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene
en pos de mí, no puede ser mi discípulo (Lucas 14:25–27).
Tal vez estés pensando: ¿Cómo puede este pasaje ayudarme a amar a mi familia?
Parece que Jesús me está animando a odiarla. Pero Jesús no está diciendo de forma literal
que debes odiar a tus padres. Decirte que aborrezcas a tu familia desmentiría otras partes
de la Biblia donde él nos llama a amar a los demás; incluso a nuestros enemigos. También
sería una infracción del quinto mandamiento, el cual nos llama a honrar a nuestros padres
y a proveer para los nuestros (1 Timoteo 5:8). Por lo tanto, ¿qué nos quiere decir?
Comparar este pasaje con lo que Jesús dice sobre el mismo tema en Mateo nos ayudará:
El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo
o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de
mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por
causa de mí, la hallará (Mateo 10:37–39, énfasis añadido).
Observa que Jesús usa el lenguaje comparativo (más que) para contrastar nuestro amor
por él y por nuestra familia. No dice que debemos aborrecer a nuestra familia. Al contrario,
dice algo bastante radical: no puedes ser su discípulo a menos que valores al Señor por
sobre todas las cosas. Nuestro amor por él debe superar con creces nuestro amor por
cualquier cosa o cualquier persona, inclusive la familia. Nuestra devoción a él debe ser tan
única que cualquier otro amor, en comparación, parecerá odio.
Todos crecimos en familias en las que padres y hermanos pecaron contra nosotros y nos
desilusionaron. Cuando nuestra necesidad de recibir su aprobación es más importante para
nosotros que nuestro amor a Dios, es fácil guardar rencor, enojarse y amargarse cuando
nos maltratan. Pero cuando Dios es preeminente en nuestro corazón, podemos colocar sus
fallas y pecados en el contexto mayor de nuestra relación prioritaria con Dios. De esta
manera, no seremos consumidos por la amargura y la desilusión. C. S. Lewis lo explica así:

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Cuando haya aprendido a amar a Dios más que a los más queridos de la tierra,
amaré a los más queridos de la tierra más que ahora. Si aprendo a amar a los más
queridos de la tierra a expensas de Dios y en lugar de Dios, no amaré a los más
queridos de la tierra en absoluto. Cuando lo que es primero se coloca en el primer
lugar, aquello que es segundo no es reprimido sino potenciado.
¿Ves qué sucede cuando amas a Dios más que a cualquier otra cosa? Tienes la libertad
de amar de verdad a las personas. No pensarás menos de ellas, sino más. Como su amor y
su aceptación no es tu objetivo final, no serás esclavo de tus falsas expectativas y
desilusiones que, sin lugar a dudas, vendrán.
Jesús te pide que abandones el amor a ti mismo para darle tu amor a él. Piensa cuánto
te amó Jesús: vivió la vida perfecta que tú tendrías que haber vivido y sufrió la muerte que
tú merecías. Cuando te levantes todas las mañanas e interactúes personalmente con aquel
que ha hecho todo esto por ti, el desprecio y los insultos de tu familia no te molestarán de
la misma manera.
Esto no será automático ni fácil. Jesús dijo que cada uno de nosotros debe tomar su cruz
cada día (Lucas 9:23). Todos los días, debes morir a tu egoísmo al encontrar tu identidad en
lo que Jesús hizo por ti en su vida, muerte y resurrección. Si haces esto diariamente, dejarás
de darle más importancia a las cosas creadas que al Dios que te rescató de tu egoísmo.
Crecer como discípulos es gradual, de la misma manera que la crucifixión fue lenta y
agonizante. A medida que morimos al yo y aceptamos nuestra nueva identidad en Cristo —
lenta y pacientemente—, Dios nos lleva a vaciarnos de nosotros mismos, con el propósito
de llenarnos con la vida de Cristo.

Transformado por la Cruz de Cristo


Si la gracia y el amor de Cristo y quién eres en él te define, esto te dará gradualmente la
libertad para amar bien a tu familia. Tu habilidad para dejar de lado las expectativas que
tienes para tu familia crecerá. La humildad reemplazará el clamor de tu corazón que
demanda que te traten de alguna manera en particular. A medida que reconozcas que
también eres un pecador que les ha fallado a otros, la humildad reemplazará tu actitud
farisaica. La tentación de menospreciar a tus padres y hermanos disminuirá, y la disposición
para ver tu propio pecado y fallas reemplazará tu complejo de superioridad. Ya no serás
controlado por la presión de vivir según las expectativas de tus padres o familiares, porque
tu identidad y tu fundamento para vivir se encuentran en Cristo, no en tu familia.

Estrategias Prácticas para el Cambio

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Hablemos más específicamente sobre la manera en que la gracia de Cristo que perdona
y capacita te ayudará a amar a tu familia. ¿Cómo sería amar a tu familia en medio de un
conflicto? ¿Cómo nos cambia la gracia de Cristo y cómo se ve ese cambio?

Responde con Gracia a Tu Familia


Vivir con un entendimiento consciente de quién eres en Cristo puede impactar de forma
práctica la manera en que amas a tu familia. Piénsalo de este modo: Si eres muy pobre y
alguien te roba una moneda, te enojarías mucho e intentarías que esa persona te la
devolviera. Pero si el dinero te sobrara y alguien te quita el billete de mayor valor en
circulación, la ofensa, aunque real, no te dolería como si fueras muy pobre. De la misma
manera, cuando te conviertes en creyente en Cristo, ¡eres millones de veces más en sentido
espiritual!
Por lo que Jesús hizo por ti a través de su vida, muerte y resurrección, Dios ha derramado
gracia, perdón, amor, compromiso y seguridad ilimitados en tu vida. Tu riqueza espiritual
coloca todos los desprecios, las expectativas insatisfechas y las heridas de los padres y los
hermanos bajo una nueva perspectiva. No significa que debes ignorar o dejar de sentir las
heridas, pero estas se desvanecen en comparación con lo que has recibido en Cristo. Por lo
que eres en el Señor, no tienes por qué sentirte abrumado o dominado por el pecado y los
fracasos de tu familia. Al contrario, tendrás libertad para compartir con ellos la misma gracia
y misericordia que Dios te ha dado a ti.
Si creciste en una familia muy abusiva, necesitarás sabiduría para saber cómo compartir
la gracia de Dios con ellos. Si te preocupa tu seguridad física, puedes ofrecerles gracia, pero
en ese caso, acercarte a ellos podría significar que solo los perdonarás por lo que han hecho
y orarás para que la gracia de Dios abunde en sus vidas.
Si tu seguridad no es un problema, pero tus padres y hermanos continúan siendo
manipuladores y controladores, aun así, debes tratar de acercarte a ellos. Pero sé sabio
sobre cómo iniciar la comunicación. Por favor, pide la opinión y el consejo de hermanos en
Cristo sabios para que te ayuden a decidir cuál será la mejor manera de amar a tu familia.
Sobre todo, sé paciente y constante; debes saber que tu empeño por amar a otros nunca
es en vano. Dios honrará y bendecirá esos esfuerzos.

Asume la Responsabilidad por Tu Pecado, No por el de Tu


Familia
A menudo, en medio de un conflicto familiar, es difícil saber por cuáles pecados debes
asumir la responsabilidad. Esto es especialmente cierto en una familia abusiva porque las
víctimas suelen culparse a sí mismas por el abuso. Ten cuidado de no sentirte culpable por
el abuso, pero sí por tu respuesta hacia el abusador. ¿Es posible que estés tan ocupado
llevando la carga del pecado de tu abusador que no veas la tuya? ¿Luchas con arrogancia,
amargura, enojo y miedo paralizador? Pídele a Dios que te ayude a no llevar más la carga

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del pecado de tu abusador, y después, pídele que te muestre en qué debes arrepentirte.
Descansa en la sabiduría de otros creyentes. Pídele a un amigo sabio o al pastor que te
ayude a decidir en qué áreas necesitas pedir perdón por actitudes y acciones que son
pecaminosas. También precisarás guía y ánimo de parte de otros para que te ayuden a lidiar
de forma piadosa con los pecados que cometieron contra ti.

Vuélvete un Instrumento de Gracia


A medida que Jesús cree en ti una nueva identidad que dependa de él y no de tu familia,
verás que el Espíritu Santo hará cosas maravillosas a través de ti. Serás capaz de abandonar
la amargura y la desilusión, y las podrás reemplazar con actos de amor y bondad que serán
simples y tangibles. Quizá Dios te esté llamando a hacer algunas de las cosas de la siguiente
lista:
1. Ora por tu familia. Comienza orando a menudo por tu familia y por tu relación con
ellos. Ora para que la misma gracia que te cambió a ti llene sus vidas. A medida que
ores fielmente por ellos, descubrirás que Dios te hará el canal de su gracia,
ayudándote a acercarte a ellos de maneras nuevas y sorprendentes.
2. Abre las líneas de la comunicación. Llama a casa, escribe cartas, recuerda los
cumpleaños y los aniversarios. Si el abuso ha sido un problema, pídele a un amigo
sabio que te ayude a decidir cómo protegerte mientras te acercas a ellos con amor.
3. Pide perdón. Toda relación humana incluye a dos pecadores; por lo tanto, eso
significa que tal vez tengas que pedirle perdón a, al menos, un miembro de la familia.
¿Has sido antagónico? ¿Te enojaste con facilidad? ¿Eres arrogante? Dirígete al
miembro de la familia que heriste y pídele perdón.
4. No tomes partido ni permitas que nuevos conflictos te atraigan. Resiste la tentación
de caer en antiguos patrones y maneras de relacionarte. Déjales en claro que no
estás interesado en tomar partido ni en murmurar sobre otros miembros de la
familia. Al contrario, que tus palabras y acciones les demuestren que te importan y
quieres que tu relación con ellos sea cercana, pero libre de las políticas familiares.
Puede que también quieras decirles que oras por cada uno de ellos.
5. No asumas el rol de consejero de tus padres sobre cómo educar a tus hermanos. Es
tentador asumir el rol de aquel que les dice a sus padres cómo educar a los otros
hermanos; en especial, cuando los padres toman decisiones poco sabias o muestran
favoritismo hacia un hermano o hermana. Recuerda que Dios te ha dado
responsabilidades claras en tu relación con tus padres: debes orar por ellos y
honrarlos (Deuteronomio 5:16). Pero no eres responsable de tomar decisiones por
ellos sobre la paternidad. Saber que Dios está obrando —aunque la relación familiar
sea muy complicada— y que en el proceso, te está enseñando te ayudará a ser
responsable pero no controlador. Es posible que en algunas oportunidades, sea
apropiado y amoroso ofrecer algunas sugerencias útiles, pero ten cuidado de no
hacerlo en forma autoritaria o arrogante.
6. Sé sabio en cómo comparten su tiempo. No te conformes solamente con la
distensión relacional cuando se visiten en sus respectivas casas. Organicen
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actividades en las que se requiera que trabajen juntos, planeen juntos y tengan
conversaciones constructivas. ¿Pueden visitar lugares de interés común? ¿Pueden
cooperar juntos en un proyecto? ¿Y pueden trabajar juntos en la casa o en el jardín?
Cuando estén juntos, sean activos, no pasivos.

Toma Decisiones Sabias por Tus Hijos


La relación de tus hijos con tus padres y hermanos requiere la misma sabiduría que
necesitas tú, pero como ellos son más jóvenes y vulnerables, te corresponde a ti tomar
decisiones sabias por ellos. Si te preocupa su bienestar cuando están alrededor de tus
padres, debes ser su protector y defensor. Si ha habido un historial de abuso, debes estar
con tus hijos cuando vean a tu familia.
Después de cerciorarte de que estén seguros, puedes usar la situación para ayudarlos a
aprender a amar a las personas difíciles. A lo largo de su vida, enfrentarán a muchas
personas complicadas, y el presente es un excelente momento para enseñarles a amar a los
demás como Cristo los amó a ellos. Si luchas con la manera en que tus hijos deben
relacionarse con tu familia, pídele a un amigo de confianza o a un consejero que te ayude a
elaborar un plan que proteja a tus hijos y también les enseñe el valor de amar a los demás
a través de la dificultad.

Persevera en Amor
La Biblia dice que una de las marcas clave del crecimiento en la gracia es perseverar en
hacer lo correcto cuando no se reciben recompensas. Por lo tanto, aun si tus familiares no
responden a tus intentos, debes seguir tratando de amarlos bien.
La forma en que manejas la falta de respuesta de tu familia te mostrará si estás
acercándote a ellos por amor genuino o por egoísmo. En Efesios 4:1–3, somos llamados a
mostrar cualidades del carácter como la humildad, la mansedumbre, el amor paciente.
¡Soportar con paciencia y en amor significa que estarás dispuesto a ser humilde y amable
durante mucho tiempo!
Las situaciones en las que la otra persona no cambia de la manera que te gustaría o tan
rápido como quisieras prueban la sinceridad de tu amor. Las dos preguntas que debes hacer
en tales situaciones son: “Dios, ¿qué quieres hacer en mí?” y “¿Qué intenta hacer Dios en
mí a través de esta dificultad?”. Aunque la relación con tu familia nunca sane, Dios siempre
está obrando. El Señor quiere que dependas de él con todo tu corazón, y desea hacerte más
semejante a él. Mientras perseveras en amar a tus familiares, estás permitiendo que Dios
haga esta obra en ti.
Amar a tu familia de esta manera significará morir al egoísmo y crecer en una vida cuyo
centro es Cristo. A medida que oras y le pides al Espíritu de Dios que te cambie, las antiguas
barreras que has levantado entre tus parientes y tú caerán. Esto animará a los miembros de
tu familia a derribar las barreras que ellos han levantado.
A medida que tu amor a Dios crezca, te acercarás a tus padres y hermanos con sabiduría.
En vez de buscar su reconocimiento o aprobación, los amarás de manera sacrificial, como
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Cristo te amó a ti. Serás capaz de acercarte a ellos porque Dios, en Cristo, se acercó a ti, y
su amor se ha derramado en tu corazón (Romanos 5:5). El amor de Dios fluirá de ti hacia tu
relación con tus parientes. Puedes depender del amor de Dios que nunca falla para que te
cambie a ti y a tu familia.

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