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En una sociedad como la nuestra son bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más
evidente, y el más familiar también, es lo prohibido. Se sabe que no se tiene derecho a decirlo todo, que
no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin no puede hablar de
cualquier cosa. Tabú del objeto, ritual de la circunstancia, derecho exclusivo o privilegiado del sujeto que
habla: he ahí el juego de 3 tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan ose compensan, formando
una compleja malla que no cesa de modificarse.
Resaltaré únicamente que, en nuestros días, las regiones en las que la malla está más apretada, en
la que se multiplican los compartimentos negros, son las regiones de la sexualidad y las de la política:
como si el discurso, lejos de ser ese elemento transparente o neutro en el que la sexualidad se desarma y
la política se pacifica fuese más bien uno de esos lugares en que se ejercen, de manera privilegiada,
algunosde sus más temibles poderes.
El discurso, por más que en apariencia sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él,
revelan muypronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y con el poder. Y estono tiene nada de
extraño: ya que el discurso —el psicoanálisis nos lo hamostrado— no es simplemente lo que manifiesta (o
encubre) el deseo;es también lo que es el objeto del deseo; y ya que —esto la historia no cesa de
enseñárnoslo— el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de
dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno
adueñarse. Existe en nuestra sociedad otro principio de exclusión: no se trata yade una prohibición sino
de una separación y un rechazo. Pienso enla oposición razón y locura.
Finalmente, creo que esta voluntad de verdad basada en un soporte y una distribución
institucional, tiende a ejercer sobre los otros discursos —hablo siempre de nuestra sociedad— una
especie de presión y como un poder de coacción.