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ISBN 978-84-15031-37-6
Cervantes Saavedra, Miguel de–Crítica e interpretación
MARÍN PINA, M.ª Carmen
821.134.2Cervantes Saavedra, Miguel de1.07
© Los autores
© De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza
1.ª edición, 2010
Impreso en España
Imprime: INO Reproducciones, S. A.
D. L.: Z-2792-2010
ÍNDICE
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Garcilaso y el verso travestido de Altisidora. Anaxárete, Dido, Ave-
llaneda y la escritura meliorativa del Quijote de 1615
Antonio Armisén . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Don Diego de Miranda y su hijo don Lorenzo, discretos caballeros
de la Mancha
Alfredo Baras Escolá . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Nouvelles exemplaires, nouvelles initiatiques : exemplarité et
cohérence anthropologiques des Novelas ejemplares
Pierre Darnis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
La búsqueda del lector competente: Sobre la voz narrativa y el autor
ficticio en el Quijote de 1615
Jesús Duce García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
El Quijote en el teatro español del siglo XVII. Algunas notas sobre su
producción escénica y representación
Lola González . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
Involuntario peregrino: La primera salida de Don Quijote hacia las
Indias y de cómo arribó en ellas por el estío de 1605
Víctor Infantes y Pedro Rueda Ramírez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
De Cervantes y Gracián: El ingenioso licenciado Vidriera
José Enrique Laplana Gil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209
Índice
que los consabidos ensayos de identificación de los poetas mencionados; por su parte, José
Manuel Trabado Cabado apenas dedica 5 de las 611 páginas de su abarcador Poética y prag-
mática del discurso lírico. El cancionero pastoril de «La Galatea» (Madrid, CSIC, 2000) a la
composición, centrando su comentario en el valor de las octavas y en la comparación con
el Viaje del Parnaso. Más abarcadores, los estudios de López Estrada, desde su inicial Estu-
dio crítico sobre «La Galatea» de Miguel de Cervantes (Universidad de La Laguna, 1948), y
su reciente edición (con M.ª Teresa López García-Bordoy, Madrid, Cátedra, 1995), sí ofre-
cen una lectura específica del pasaje y lo insertan en su contexto, en una aproximación que
adelanta la que intento en estas páginas. Entre los estudios más particulares la perspectiva
dominante engarza un aspecto concreto del texto con una dimensión que trasciende los
límites de este, como en Dominick L. Finello, «Cervantes y su concepto de la fama del
poeta», La Torre, 1 (1987), pp. 399-409; y David M. Gitlitz, «Cervantes y la poesía enco-
miástica», Annali (Istituto Orientale, Sezione Romanza), 14 (1972), pp. 191-218. Trato la
falta de un enfoque adecuado en «Contexto crítico de la poesía cervantina», ahora en Pedro
Ruiz Pérez, La distinción cervantina. Poética e historia, Alcalá de Henares, Centro de Estu-
dios Cervantinos, 2006, pp. 15-35.
3 Mientras satisface su ego descubriendo sentidos ocultos, el crítico olvida en
muchas ocasiones que para cumplir sus designios (ya sean artísticos, ya sean de otra índo-
le) el autor debe hacerlos perceptibles para sus destinatarios, por lo que su latencia ha de
ser muy relativa.
«Canto de Calíope»: Entre la Arcadia, el Parnaso… 395
muy en relación con el asunto que nos ocupa en estas páginas, se convier-
te en un elemento casi imprescindible de la forma eglógica el componen-
te encomiástico, al que se reservan distintos espacios o vertientes de lectu-
ra en el género, ya sea en los márgenes de las formas líricas (cuando no en
la elección de esta forma para encauzar un elogio),8 ya sea en los apartados
digresivos que, siguiendo el modelo de la épica, llevan desde el inicial
«Canto de Orfeo» en La Diana de Montemayor a la constitución de un
auténtico topos genérico, al que responde el cervantino «Canto de Calío-
pe», con todo lo que en ello hay de convención social en sus más distintas
formulaciones.
Entre el entretenimiento cortesano, el juego literario y el posiciona-
miento ideológico, el discurso de la bucólica da forma a la contraposición
entre el mundo y la huida del mismo, entre la aspiración ideal y la insos-
layable presencia de la realidad, si no es que sirve directamente (ya desde
los inicios virgilianos) para dar forma poética a las circunstancias históri-
cas y encauzar la incidencia del poeta en ellas, como muy bien supo apro-
vechar Juan del Encina en su traslación lingüística y política de las Bucóli-
cas del Mantuano.9 Así, desde los albores del siglo xVI, el bucolismo se
presenta, con su innegado carácter de disfraz, como un discurso, más que
en las fronteras entre la realidad histórica y la ficción ideal, como un espa-
cio para la dialéctica entre ambas, ya prime la aspiración escapista, ya lo
haga la voluntad de intervención pragmática. De manera particular, a par-
tir de la condición del poeta como pastor, la bucólica se erige en escenario
privilegiado para la reflexión sobre la propia condición y, con el cauce del
canto amebeo, para el debate sobre las distintas posiciones en torno, no
solo del amor, sino también de la lírica que le da forma y, más allá, acerca
de la propia carta de naturaleza del género y su lugar en el mundo habita-
do por el poeta.
Si esta condición se pone ya de manifiesto (en el proceso secuencial
de sus tres piezas) en la formulación más estrictamente poética del mode-
lo garcilasiano, se ve acentuada a partir del ecuador del siglo con sus deri-
8 Recuérdese el uso de esta forma genérica en los preliminares de las Anotaciones para
celebrar al poeta difunto, en una modalidad bien analizada por Inmaculada Osuna, «La
égloga como género de circunstancias», en La égloga, ed. cit., pp. 357-386.
9 Me acerco a este punto en «Poética, política y traducción en Juan del Encina»,
Alfinge, 14 (2002), pp. 159-165.
398 Pedro Ruiz Pérez
14 Su retrato más descarnado es el de la fingida Arcadia del Quijote (II, 58), al que se
suman los proyectos pastoriles de los dos protagonistas, con su evidencia de lo que en ellos
hay de convencional y de codificación idealizadora de una realidad que irrumpía como en
la «cerdosa aventura».
402 Pedro Ruiz Pérez
15 Ver para este punto Bruno Damiani y B. Mújica, Et in Arcadia ego. Essays on Death
in Pastoral Novel, Nueva York, University Press of America, 1990.
16 El período se extiende entre la victoria de Lepanto y el desastre de la Invencible,
con el trasfondo de la construcción de El Escorial, emblema y motor de un cambio entre
el modelo del Emperador y el cierre de los Austrias menores. Todo ello va ligado a pro-
fundas y negativas repercusiones económicas, entre las que el propio Cervantes se vería
aprisionado (ver infra).
«Canto de Calíope»: Entre la Arcadia, el Parnaso… 403
19 Aborda este cambio Romolo Runcini, Il sigillo del poeta. La missione del letterato
moderno dalle corte alla città nella Spagna del Siglo de Oro, Roma, Solfanello, 1991.
406 Pedro Ruiz Pérez
sólo quiero responder a los que […] se mueven a no admitir las differencias de
la poesía vulgar, creyendo que los que en esta edad tratan della se mueven a
publicar sus escriptos con ligera consideración, llevados de la fuerça que la pas-
sión de las composiciones proprias suele tener en los autores dellas, para lo
qual puedo alegar de mi parte la inclinación que a la poesía siempre he teni-
do, y la edad que, aviendo apenas salido de los límites de la juventud, parece
que da licencia a semejantes ocupaciones.
29 El Cancionero del primero saldría en 1586, mientras que El pastor corría desde
1582. El tercer firmante de elogios es don Luis de Vargas Manrique, conocido romancista
del momento, pero que incorpora sobre todo en este contexto la dignidad de su apellido y
su tratamiento de «don», como en contrapunto a la profesionalización de los otros dos
autores.
412 Pedro Ruiz Pérez
personajes en lugar del «yo» unificador del cancionero las variaciones argu-
mentales esenciales del modelo petrarquista, con sus rime in vita y rime in
morte.
En el caso de las églogas en prosa o libros de pastores la acumulación
de incidencias, los cambios de fortuna, la volubilidad de los sentimientos
y la omnímoda e inesquivable tiranía del amor nos resultan hoy menos
aceptables como imagen de una realidad histórica que en la época de
Montemayor o Cervantes pudiera ser para la preceptiva el desarrollo de un
argumento lleno de peripecias sin una relación de «imitación» de lo real.
Es más; sobre ser inverosímiles, el cúmulo de anécdotas en una recurren-
te casuística amorosa no aumenta su interés por creerlas reflejo de hechos
reales y obra de personajes históricos. Si estos nos interesan no es por sus
peripecias sentimentales, sino por sus obras (hechos o textos), a las que
nada aporta lo narrado en la ficción pastoril (si es que procediera verda-
deramente de la realidad anecdótica) más allá de confirmar lo que se sabe
por otras fuentes, acerca del círculo de relaciones del autor, si es que él se
proyecta también en uno de los personajes (¿en cuál?). Pero, lo que me
parece más significativo aún, es que este desinterés, si cabe, sería aún
mucho mayor para los lectores contemporáneos, aquellos a quienes iba
expresa y esencialmente dirigida la obra, pues olvidamos que una novela
puede funcionar en clave cuando esta está al alcance de sus destinatarios,
como podría ocurrir en entornos académicos o cortesanos,30 pero todo lo
contrario ocurre en general en el caso de los libros de pastores. ¿Qué noti-
cia de ellos o qué interés podrían tener en las personas y hechos del entor-
no inmediato de Montemayor los lectores que adquirían su volumen a
Posible cosa será que mientras yo canto las amorosas églogas que sobre
las aguas del Tajo resonaron algún curioso me pregunte: entre estos amores y
desdenes, lágrimas y canciones, ¿cómo por montes y prados tan poco balan
cabras, ladran perros, ahullan lobos? ¿Dónde pacen las ovejas? ¿A qué hora se
ordeñan? ¿Quién les unta la roña? ¿Cómo se regalan las paridas? Y finalmente
todas las demás importancias del ganado. A eso digo que, aunque todos se
414 Pedro Ruiz Pérez
31 Para lo relativo a este motivo, ver Frederick A. de Armas, «De pinturas, fuentes y
sepulcros en La Galatea VI: el maravilloso jardín de Meliso», en E. y K. Reichenberger
(eds.), Cervantes y su mundo, Cassel, Reichenberger, 2004, pp. 21-34. En su contextuali-
zación es fundamental el artículo de Aurora Egido «La Galatea: espacio y tiempo», en Cer-
vantes y las puertas del sueño. Estudios sobre «La Galatea», «El Quijote» y «El Persiles», Bar-
celona, PPU, 1994, pp. 33-90.
32 Varios manuscritos recogen estos textos, firmados por Juan de Almeida y el Bro-
cense o atribuidos a fray Luis de León; ver Antonio Blanco Sánchez, Entre fray Luis y Que-
vedo. En busca de Francisco de la Torre, Salamanca / Madrid, Atlas, 1982, pp. 102-106.
418 Pedro Ruiz Pérez
33 En este punto hay que señalar una diferencia de matiz, aunque significativa, con
relación al «Canto de Turia», que abre su serie de alabanzas de figuras regionales con la refe-
rencia a capitanes, religiosos y humanistas de distinta condición, antes de pasar a los poe-
tas, entre quienes no hay una diferencia clara entre los difuntos y los vivos. Ya se señaló el
pasaje de crítica literaria en El pastor de Fílida, pero en él se tratan autores ya fallecidos y
con un indiscutido reconocimiento.
«Canto de Calíope»: Entre la Arcadia, el Parnaso… 419
minar la serie con el propio Meliso (don Diego había fallecido en 1575).
Con tan precisas referencias, directamente heredadas de la noción de la
translatio studii y siguiendo el modelo historiográfico de Santillana y Bos-
cán, se produce la plena nacionalización de la materia tratada: la Arcadia se
traslada a España, pero también el parnaso poético merecedor de la fama.
El movimiento es geográfico, pero sobre todo histórico, ya con la cer-
canía establecida por las últimas referencias del discurso en prosa de la
ninfa. Pero como coronación de la serie manifiesta en el mismo no han de
quedar los nombres de quienes han abandonado este mundo, y así, en sus
palabras, pasa a dar «noticia agora de algunos señalados varones que en
esta vuestra España viven, y algunos en las apartadas Indias a ellas subje-
tas». La última mención podría conectarse con las recientes pretensiones
del autor por pasar a las colonias, pero, más allá del biografismo, funcio-
na en el texto como elemento de plena historización, al tiempo que actua-
liza la dimensión imperial que, además de sustentar el orgullo patrio, fun-
cionaba como elemento habitual (desde el prólogo nebricense) en la
defensa de la dignidad de la lengua y la poesía vernáculas. Hundiendo sus
raíces en el Imperio romano y su legado cultural, la España de finales del
xVI ha ocupado su lugar, también en la poesía, como muestra el canto de
la musa al ofrecer tras el esquemático listado inicial una extensa nómina
de autores vivos («Pienso cantar de aquellos solamente / a quien la Parca
el hilo aún no ha cortado», dice para concluir la primera octava de su
canto), que muestran con su número y dignidad un presente de esplendor,
si no más brillante que la historia pasada y reciente. Como a sus predece-
sores, la fama ensalzará a los nuevos poetas, pero, si en los primeros se tra-
duce en memoria en el presente, para los que aún están vivos aparece
como una promesa de eternidad proyectada en el futuro, pero plenamen-
te viva en el presente, un presente que, como la literatura, resulta eterno o
intemporal, por su posesión del pasado y su perspectiva de continuidad.
Por esta vía el parnaso clásico (o antiguo) se ve continuado y supera-
do por el moderno, al que se dedica el canto de la musa34 y se despliega en
34 Calíope, cuya etimología destaca la belleza de su voz, es la musa del canto más ele-
vado, el épico, de donde pasa a tutelar la oratoria y la elocuencia, para convertirse en la
musa de la poesía por antonomasia. De ahí su elección y el sentido de su canto, en la tra-
dición señalada, de la que mantiene el carácter y la exaltación de las epopeyas, pero en una
dimensión integrada de la poesía en verso.
420 Pedro Ruiz Pérez
40 Pasqual Mas (ob. cit.) enumera la Questión de amor (1513), La Diana (¿1559?) de
Montemayor y la de Gil Polo (1564), junto a El prado de Valencia y La constante Amarilis
(1606) de Suárez de Figueroa.
«Canto de Calíope»: Entre la Arcadia, el Parnaso… 425
Lo que esta passada noche en este mesmo lugar y por vuestros mesmos
ojos havéis visto […] os habrá dado a entender quán acepta es al cielo la loa-
ble costumbre que tenemos de hazer estos anales sacrificios y honrosas obse-
quias por las felices almas de los cuerpos que por decreto vuestro en este famo-
so valle tener sepultura merescieron […]. Y no penséis que es pequeño el gusto
que he rescibido en saber por tan verdadera relación quán grande es el núme-
ro de los divinos ingenios que en nuestra España oy viven, porque siempre ha
estado y está en opinión de todas las naciones estrangeras que no son muchos,
sino pocos, los espíritus que en la sciencia de la poesía en ella muestran que le
tienen levantado, siendo tan al revés como se parece, pues cada uno de los que
la nimpha ha nombrado al más agudo estrangero se aventaja, y darían claras
muestras dello, si en esta nuestra España se estimasse en tanto la poesía como
«Canto de Calíope»: Entre la Arcadia, el Parnaso… 427
en otras provincias se estima. Y assí, por esta causa, los insignes y claros inge-
nios que en ella se aventajan, con la poca estimación que dellos los príncipes y
el vulgo hazen, con solos sus entendimientos comunican sus altos y estraños
conceptos, sin osar publicarlos al mundo […].
41 El sentido gana en complejidad al relacionarlo con el «mi gusto solo» del prólogo
«Curiosos lectores»; ver supra.
428 Pedro Ruiz Pérez