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Derecho Penal. Parte Especial

2º Grado en Derecho

Facultad de Derecho
Universidad de Alicante

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
Laura Rodríguez

TEMA 5. TORTURAS Y OTROS DELITOS CONTRA LA

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INTEGRIDAD MORAL
1. LA INTEGRIDAD MORAL: CONCEPTO
El derecho a la integridad moral se proclama explícitamente en el art. 15 de la Constitución, que
establece que “todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en
ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o
degradantes”.
Sostiene el TC que el derecho a la integridad física y moral protege “la inviolabilidad de la
persona, no solo contra ataques dirigidos a lesionar su cuerpo o espíritu, sino también contra toda
clase de intervención en esos bienes que carezca del consentimiento de su titular”. Se añade que
son tratos inhumanos o degradantes susceptibles de vulnerar la integridad moral de otra persona
aquellos que “acarreen sufrimientos de una especial intensidad o provoquen una humillación o

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sensación de envilecimiento a quien los sufre”.
Por su parte, el TS afirma que “la integridad moral es un atributo de la persona, como ente dotado
de dignidad, por el solo hecho de serlo, esto es, como sujeto moral, fin en sí mismo, investido de
la capacidad para decidir responsablemente sobre el propio comportamiento. La garantía
constitucional de la dignidad, como valor de la alta calidad indicada, implica la proscripción de
cualquier uso instrumental de un sujeto y de la imposición al mismo de algún menoscabo que no
responda a un fin constitucionalmente legítimo y legalmente previsto”. Más recientemente se
afirma que “la integridad moral integra un espacio o ámbito propio que se traduce en el derecho a
ser tratado como una persona y no como una cosa o como un simple objeto”.
En todo caso, conviene tener en cuenta que, según el art. 177 CP, la apreciación de un ataque
penalmente relevante contra la integridad moral no obsta a la concurrencia y castigo de otros
delitos cuando con la conducta típica, además del atentado a la integridad moral, se produjere
lesión o daño a la vida, integridad física, salud, libertad sexual o bienes de la víctima o de un
tercero.

2. EL DELITO CONTRA LA INTEGRIDAD MORAL (ART. 173.1 CP)


2.1 MODALIDAD DELICTIVA BÁSICA
El artículo 173.1 CP contiene en su primer párrafo el tipo básico de los delitos contra la integridad
moral, que se define en estos términos:
“El que infligiera a otra persona un trato degradante, menoscabando gravemente su integridad
moral, será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años”.
Se trata de un tipo penal muy abierto, en el que en principio tienen cabida todas aquellas
conductas capaces de lesionar el bien jurídico, siempre que el medio comisivo empleado pueda
reputarse como “trato degradante” y el menoscabo de la integridad moral merezca ser
considerado como grave. A la vez, esta figura actúa como un tipo de recogida de todas aquellas
afectaciones importantes a la integridad moral que no pueden subsumirse en otras conductas más
graves (como las torturas).

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Las vejaciones injustas de carácter leve que no tienen entidad suficiente para integrar este delito
solamente son punibles en el caso de que la víctima sea el cónyuge y relaciones análogas o un
familiar y demás personas mencionadas en el art. 173.2 CP.
Cuando el atentado contra la integridad moral de la víctima es consecuencia de una agresión
sexual, entiende la jurisprudencia que solo debe apreciarse este último delito con la
correspondiente agravación, en todo caso, del art. 180.1.1. CP. Sin embargo, en la STS 28/2015
se entiende que el menoscabo a la integridad moral sí debe dar lugar a un delito distinto en el
caso de un agresor sexual que recordó a su antigua víctima los atentados sufridos años atrás,
aumentando la humillación y agravando el daño psíquico; o en el caso de obligar a otro a

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presenciar la agresión sexual de su pareja.
Finalmente, la jurisprudencia considera que el atentado contra la integridad moral no queda
absorbido por el correspondiente delito contra la libertad cuando se somete a una persona
secuestrada a condiciones degradantes.

2.2 EL ACOSO LABORAL Y EL ACOSO INMOBILIARIO


El art. 173.1 CP contiene dos párrafos adicionales específicamente pensados para combatir el
fenómeno de los denominados acoso laboral y acoso inmobiliario, a los que a menudo se hace
referencia con la expresión inglesa mobbing. El propósito común que explica ambas previsiones
es extender el alcance del delito contra la integridad moral a determinados casos en los que no
existe trato degradante, pero sí una reiteración de actos humillantes u hostiles.

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En relación con el acoso laboral se establece el castigo con la misma pena prevista para la
modalidad básica de quienes en el ámbito de cualquier relación laboral o funcionarial y
prevaliéndose de su relación de superioridad, realicen contra otro de forma reiterada actos hostiles
o humillantes que, sin llegar a constituir trato degradante, supongan grave acoso contra la víctima.
Conviene señalar que en el contexto de las relaciones citadas la reiteración de los actos hostiles o
humillantes, aun cuando no alcancen la gravedad vedad del trato degradante, puede resultar
delictiva si se crea una situación para la víctima que pueda calificarse de acoso, un estado que
cabría definir como el resultado de un hostigamiento psicológico u hostil que humilla al que lo
sufre y supone la imposición de una grave ofensa a la dignidad.
Según el TS, requiere este tipo penal que la conducta constituya un trato degradante, pues se
constituye como una modalidad especifica de atentado contra la integridad moral, siendo
característica de su realización el carácter sistemático y prolongado en el tiempo que determina un
clima de hostilidad y humillación hacia el trabajador por quien ocupa una posición de superioridad
de la que abusa. También podemos señalar que se trata de generar en la victima un estado de
desasosiego mediante el hostigamiento psicológico que humilla a la misma constituyendo una
ofensa a la dignidad. En tal sentido, se apreció este delito en el caso de un alcalde que, sin motivo
legítimo, incoo expediente disciplinario a una interventora, le retiró el móvil y las llaves del
consistorio, la cambió de despacho apartándola de los funcionarios y emprendió contra ella una
campaña de desprestigio en los medios.
El legislador ha optado claramente por castigar solo estos hechos cuando exista relación de
subordinación entre la víctima y el autor, por lo que los actos de acoso entre iguales no pueden
subsumirse en este precepto. Cabrá en todo caso plantear la responsabilidad del superior en
comisión por omisión cuando conozca que un trabajador es hostigado por sus compañeros y no
haga nada por impedirlo.

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En la práctica, el principal problema interpretativo que puede plantear este precepto es la


delimitación del auténtico acoso de conductas adecuadas socialmente y, por tanto, penalmente
irrelevantes, como pueden ser la adopción de determinadas medidas o ciertas reacciones de los
superiores jerárquicos ante lo que consideran una deficiente prestación laboral por parte de un
concreto trabajador.
En lo que respecta al castigo del llamado acoso inmobiliario, el Código prevé la imposición de la
misma pena prevista en el tipo básico al sujeto que de forma reiterada lleve a cabo actos hostiles
o humillantes que, sin llegar a constituir trato degradante, tengan por objeto impedir el legítimo
disfrute de la vivienda. Este precepto plantea evidentes problemas de solapamiento con la

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modalidad de coacciones prevista para el caso en que la conducta coactiva tenga por objeto
impedir el legítimo disfrute de la vivienda. Parece en todo caso que el art. 173.1 CP deberá
aplicarse en aquellos supuestos en los que, para lograr que una persona abandone la vivienda de
la que es legítimo poseedor (en casos de arrendamiento, usufructo o copropiedad) es sometida
reiteradamente a vejaciones.

3. EL DELITO DE VIOLENCIA HABITUAL (ART. 173.2 Y 3 CP)


La violencia de género, así como la doméstica y familiar, a menudo superpuestas a la anterior,
eran problemas que hasta tiempos recientes discurrían socialmente de forma soterrada y solo
afloraban en sus más extremas, normalmente en forma de muerte de las víctimas. Sin embargo,
un mayor conocimiento de la magnitud y gravedad del fenómeno ha provocado una clara

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concienciación ciudadana y la consiguiente demanda de reacciones a los poderes públicos.
La respuesta jurídica a esta clase de violencia ha sido gradual y dispersa generándose un cúmulo
de reformas legislativas de todo tipo, destacando la LO 1/2004, de Medidas de Protección Integral
contra la Violencia de Género y la LO 8/2021, de Protección Integral a la Infancia y la
Adolescencia frente a la Violencia.
Entre todos estos instrumentos cabe destacar el delito de violencia habitual del art. 173.2.1 CP,
cuyo tenor literal es el siguiente:
“El que habitualmente ejerza violencia física o psíquica sobre quien sea o haya sido su cónyuge o
sobre persona que esté o haya estado ligada a él por una análoga relación de afectividad aun sin
convivencia, o sobre los descendientes, ascendientes o hermanos por naturaleza, adopción o
afinidad, propios o del cónyuge o conviviente, o sobre los menores o personas con discapacidad
necesitadas de especial protección que con él convivan o que se hallen sujetos a la potestad,
tutela, curatela, acogimiento o guarda de hecho del cónyuge o conviviente, o sobre persona
amparada en cualquier otra relación por la que se encuentre integrada en el núcleo de su
convivencia familiar, así como sobre las personas que por su especial vulnerabilidad se
encuentran sometidas a custodia o guarda en centros públicos o privados, será castigado con la
pena de prisión de seis meses a tres años, privación del derecho a la tenencia y porte de armas
de tres a cinco años y, en su caso, cuando el juez o tribunal lo estime adecuado al interés del
menor o persona con discapacidad necesitada de especial protección, inhabilitación especial para
el ejercicio de la patria potestad, tutela, curatela, guarda o acogimiento por tiempo de uno a cinco
años, sin perjuicio de las penas que pudieran corresponder a los delitos en que se hubieran
concretado los actos de violencia física o psíquica”.

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Este delito es una respuesta específica al fenómeno de la violencia de género, doméstica y otras
situaciones análogas, en la medida que no supone la simple agravación de un

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comportamiento delictivo común por el hecho de producirse en un determinado contexto,
sino que instituye una figura legal especial para combatir esta clase de violencia. En efecto,
en este precepto se tipifica y se castiga el ejercicio de violencia física o psíquica habitual contra
personas del entorno de convivencia del sujeto con independencia del castigo que corresponda
por los actos de violencia individualmente contemplados.
En el art. 173.2 CP no se protege, pues, la salud, libertad o seguridad de las víctimas, cuya
afectación ya se contempla en otros preceptos del Código, sino su integridad moral o, según la
jurisprudencia, un “concreto marco interpersonal y relacional marcado por vínculos
familiares, personales y afectivos”, por lo que se aprecia un único delito a pesar de que sean
diversos los sujetos afectados. Por tanto, los homicidios, asesinatos, lesiones, amenazas, injurias,
agresiones o abusos sexuales, etc. que pueden cometerse en este contexto serán también
castigados autónomamente (posibilidad expresamente prevista en el art. 177 CP) y se
presentarán en concurso real, según la jurisprudencia con el delito de violencia habitual.

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Ejemplo: un individuo, desde el inicio de su matrimonio, somete a su pareja a vejaciones y
malos tratos que se intensifican en el tiempo hasta que, tras la separación, la aborda en la calle
y la insulta gravemente y, días después, irrumpe en el domicilio de la víctima, golpeándola y
arrastrándola cogida por los pelos; el sujeto debe responder por un delito de violencia habitual
del art. 173.2 CP y por los delitos de injurias lesiones, allanamiento de morada, etc. que
eventualmente se hayan cometido tanto recientemente como a lo largo de todo el periodo de
convivencia.
La conducta típica consiste en la realización habitual de actos de violencia física o
psíquica. Mientras que los primeros pueden abarcar desde un delito de lesiones leves o maltrato
hasta un asesinato, los actos de violencia psíquica son más difíciles de aprehender. No se
restringen a la causación de lesiones psíquicas sino que, a grandes rasgos, se está pensando en
cuadros de vejaciones, insultos, amenazas, hostigamiento, privación de la autonomía y conductas
similares que, por su gravedad intrínseca y su prolongación temporal, puedan ser equiparables a
la violencia física.
Se ha entendido que no integra este tipo delictivo la conducta del padre que, pese a convivir con
su hija, la sometió desde su nacimiento a un absoluto abandono emocional, ignorándola y
desentendiéndose de ella por completo, causándole secuelas psíquicas; o la de un menor que
durante un año ejerció respecto de su novia una posición dominante con insultos y trato agresivo y
despectivo, generando en ella dependencia emocional, sumisión sexual y aislamiento de
amistades; en cambio, en otras decisiones se ha considerado que era un supuesto de violencia
psíquica habitual un acoso telefónico, postal y personal durante varios meses o un prolongado
episodio de denuncias falsas contra la ex esposa ante todo tipo de organismos administrativos y
judiciales, provocando una depresión necesitada de tratamiento médico.
A menudo se plantea la cuestión de la responsabilidad de quien, sin ejercer actos de violencia, no
impide que estos se produzcan. Este es el caso, por ejemplo, de quien no evita los malos tratos
dispensados reiteradamente a sus hijos por parte de su pareja. En principio no parece que existan
obstáculos legales ni dogmáticos para considera que se trata de coautoría o participación en
comisión por omisión en un delito de violencia habitual.

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Por lo que a la habitualidad se refiere, lo decisivo no es el número de agresiones probadas


individualmente consideradas, sino la existencia de un estado o clima de violencia permanente.
Por tanto, la generación de brotes agudos de violencia actúa simplemente como indicio de la
conducta propiamente típica del art. 173.2 CP, esto es, la imposición de un estado crónico de
hostilidad, hostigamiento y humillación, sin perjuicio de que tales agresiones sean asimismo objeto
de castigo autónomo.
En tal sentido debe tenerse en cuenta lo dispuesto en el art. 173.3 CP, según el cual, para
apreciar habitualidad “se atenderá al número de actos de violencia que resulten acreditados, así
como a la proximidad temporal de los mismos, con independencia de que dicha violencia se haya

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ejercido sobre la misma o diferentes víctimas de las comprendidas en este artículo, y de que los
actos violentos hayan sido o no objeto de enjuicia miento en procesos anteriores. Tales actos de
violencia previamente enjuiciados podrán ser tenidos en cuenta a los efectos del delito de
violencia habitual, aunque, en tanto que agresiones singulares, hayan prescrito los
correspondientes delitos o, incluso, aunque sobre ellos haya recaído sentencia absolutoria,
siempre que de tales decisiones se desprenda la existencia de actos de sojuzgamiento o
humillación”.
Por otra parte, este delito exige una especial relación entre sujeto activo y víctima. Concretamente
se protege a:
− Toda persona que, con independencia de su concreta vinculación personal con el agresor,
se encuentre integrada en el núcleo de convivencia familiar del autor: pareja e hijos, pero

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también padres, nietos, abuelos, suegros, hermanos, cuñados, primos e incluso extraños.
El único requisito es que se conviva estrechamente.
− Quienes sean o hayan sido cónyuges o personas ligadas al autor por una análoga relación
de afectividad, aunque no exista convivencia. Asimismo, se protege a los descendientes,
ascendientes y hermanos, tanto propios como de la pareja. Queda incluido en el tipo, por
tanto, la violencia de género o familiar ejercida tras la separación, así como la practicada
en el marco de relaciones sentimentales de cierta estabilidad.
Si bien con algunas vacilaciones, la jurisprudencia entiende que son aptas para la
aplicación de los diversos delitos de violencia de género relaciones sentimentales bastante
breves, si son estables o con vocación de permanencia. Ciertamente. no es fácil trazar una
frontera nítida; así, por ejemplo, se rechaza tal consideración en el caso de una relación
inestable de noviazgo que apenas duró seis meses, sin convivencia y con constantes
rupturas y reconciliaciones; tampoco se aprecia en una relación entre dos personas de
distintas ciudades a través de una red social en la que se producen, a lo largo de tres
semanas y antes de la ruptura, cinco encuentros, uno de ellos con relaciones sexuales.
− Personas especialmente vulnerables sometidas a custodia o guarda en centros públicos o
privados. Con ello se hace frente al problema del maltrato habitual en centros geriátricos,
psiquiátricos, de menores, de discapacitados, etc.
Por otra parte, debe tenerse presente que al responsable de un delito de violencia habitual, en
cualquiera de sus modalidades, se le podrá imponer la medida de libertad vigilada. Asimismo, la
pena se verá agravada (art. 173.2.2 CP) si los hechos se cometen en presencia de menores
(aunque no es necesario que los vean directamente), en el domicilio común o de la víctima,
utilizando armas o quebrantando una pena o medida cautelar de alejamiento.
Finalmente, debe señalarse que las humillaciones e insultos leves, conductas que generalmente
no son delictivas, en el caso de las personas especialmente protegidas que acabamos de ver
constituyen un delito injurias y vejaciones injustas de carácter leve previsto en el art. 173.4 CP.

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4. EL DELITO DE TORTURA (ART. 174-177 CP)


El Derecho español vigente define la tortura en los siguientes términos (art. 174.1 CP):
“Comete tortura la autoridad o funcionario público que, abusando de su cargo, y con el fin de
obtener una confesión o información de cualquier persona o de castigarla por cualquier hecho que
haya cometido o se sospeche que ha cometido, o por cualquier razón basada en algún tipo de
discriminación, la sometiere a condiciones o procedimientos que por su naturaleza, duración u
otras circunstancias, le supongan sufrimientos físicos o mentales, la supresión o disminución de
sus facultades de conocimiento, discernimiento o decisión o que, de cualquier otro modo, atenten

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contra su integridad moral”.
Sujeto activo del delito solo puede serlo una autoridad o funcionario público, conceptos que
cuentan con su definición legal en el art. 24 CP. En la práctica, la gran mayoría de procedimientos
penales incoados por posibles torturas se dirigen contra agentes de policía por actuaciones
relativas a personas detenidas o bien contra funcionarios penitenciarios por el trato dispensado a
internos. Este último caso se contempla específicamente en el art. 174.2 que establece que
también comete tortura la autoridad o funcionario de instituciones penitenciarias o de centros de
protección o corrección de menores que cometiere, respecto de detenidos, internos o presos, los
actos constitutivos de este delito.
El delito de torturas exige que el sujeto actúe “abusando de su cargo”, lo que implica que el tipo
solo pueda realizarse cuando dicho sujeto obra en el ejercicio de sus funciones o bien aprovecha

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las facilidades que su condición le proporciona. La conducta típica consiste en atentar por
cualquier medio contra la integridad moral de otra persona, citando específicamente el legislador
algunos comportamientos que pueden revestir tal capacidad atentatoria, como ocasionar a la
víctima sufrimientos físicos o mentales y disminuir sus faculta des de conocimiento, discernimiento
o decisión.
Asimismo, para que pueda hablarse de torturas es necesario que el sujeto activo obre con alguna
de las tres finalidades siguientes (elemento subjetivo del tipo):
− Con la voluntad de obtener de la víctima una determinada confesión o información (por
ejemplo, un policía golpea repetidamente a un detenido para que confiese dónde ha
ocultado el botín).
− Con el objetivo de castigar a la víctima por un hecho que haya cometido o que se
sospeche que ha podido cometer (por ejemplo, unos funcionarios penitenciarios golpean
repetidamente a un interno durante varios días por haber agredido a uno de ellos).
− Por razones “basadas en algún tipo de discriminación” (por ejemplo, un policía deja sin
comer a un detenido durante varios días por ser de una determinada raza).
En su art. 176, el CP considera merecedor de las penas previstas para este delito a la autoridad o
funcionario que, faltando a los deberes de su cargo y sin infligir directamente los tratos
degradantes a la víctima, permita que sean otras personas quienes lo hagan. El TS entiende que
la aplicación de este tipo exige una relación de superioridad entre quien tolera las torturas y
quienes las ejecutan, afirmando que se trata de un supuesto de comisión por omisión
específicamente tipificado.
La pena prevista para el presente delito es de prisión de dos a seis años en los casos en que el
atentado a la integridad moral sea grave y de uno a tres años si no lo es. Además, debe
imponerse la pena de inhabilitación absoluta.

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Según la Sala Segunda el artículo 174 diferencia entre tortura grave cuando el atentado a su
integridad fuera igualmente grave o tortura no grave en otro caso, lo que determina una distinta

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duración de la pena de prisión a imponer. No debe atenderse exclusivamente al resultado lesivo,
que por otra parte se sanciona separadamente, sino a las circunstancias de mayor o menor
intensidad del atentado a la integridad moral que puede presentarse extremo aunque no deje
huella o no produzca lesión, para lo que habrá que estar a las circunstancias concurrentes en
cada caso.
Los atentados contra la integridad moral cometidos por autoridad o funcionario público que no
sean susceptibles de integrar el delito de torturas se castigarán, de conformidad con el art. 175
CP, con una pena de prisión de dos a cuatro años si el atentado es grave y de seis meses a dos
años si no lo es, así como inhabilitación especial para empleo o cargo público.

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Protección: art. 15 CE

Delito contra la integridad moral Art. 173.1

Torturas y delitos
contra la integridad
moral Delito de violencia habitual Art. 173.2 y 3

Arts. 174-177
Delito de tortura
Funcionarios o autoridades
públicas

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