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De latifundistas y huasipungueros

Pablo Escandón Montenegro

Todo espacio es de poder. Y en la memoria ha quedado la herencia de los terratenientes de


latifundios, minifundios e incluso de los huasipungos.

Bajo esta concepción de posesión terrenal, de espacio de poder y toma de decisión, nuestros
funcionarios públicos, regentes, administradores, constructores, docentes, investigadores, en fin,
todos los que han sido nombrados jefes y autoridades, cabezas de un número de personas a su
cargo, se sienten omnipotentes dioses, dueños de cuerpos y almas de los trabajadores.

Y así son quienes, con espíritus bajos, que requieren de un título administrativo para demostrar su
poder, blanden un acial tácito e inoculan todo el terreno con su simiente de autoridad: porque el
espacio no le fue encargado, le fue dado por el poder mayor.

Cual reyes y reinas del medioevo, estas fugaces y perennes autoridades, pues se enquistan en una
silla y son más eternas que la tachuela decorativa que sujeta el forro, deciden sobre lo que es
mejor para ellos, y por ende para la institución-espacio, y para sus empleados-vasallos.

El pensamiento latifundista está enquistado en todas las autoridades de paso, y mucho más en
aquellas que llevan ya más de dos o tres administraciones, a quienes ofrecen los productos de sus
haciendas como tributo al nuevo dios, para que dé su beneplácito y le permita continuar con su
labor altruista y de construcción de un nuevo mundo.

Así como en la pasada consulta, nos pronunciamos en contra de la elección indefinida, de la misma
manera se debería establecer que ningún funcionario público pueda repetir su administración
como director, directora, coordinador, coordinadora, o lo que fuera.

La corrupción también está entre estos huasipungueros que se creen latifundistas, que miran sus
pequeños cuartos como si fueran palacetes y en donde hacen que sus subordinados cumplan a
rajatabla con sus caprichos, enmascarados de ideas institucionales, y usan los bienes públicos
como propios y nos miran sobre el hombro.

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