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LA INFORMACIÓN COMO AMENAZA

Documentación Técnica 1.

EL EXCESO DE INFORMACIÓN INTOXICA


Francesc Miralles

Estamos expuestos a tal cantidad de información que puede ser una fuente de ansiedad,
confusión y aislamiento.

Limitar la infoxicación es una forma de devolver la calma a nuestras vidas.

Todas las especies recogen y asimilan aquella información esencial para su


supervivencia. El águila cuenta con una poderosa visión de lejos para detectar a sus
presas desde las alturas. A su vez, en las cuevas de Postojna, Eslovenia, vive una singular
salamandra de piel blanca que carece de ojos. Conocida como el pez humano, no los
necesita puesto que habita en las profundidades subterráneas sin luz.

Sólo si descartamos la información que no necesitamos, lograremos centrar nuestra


atención en aquello que nos es vital. En cambio, si nuestro cerebro recibe una lluvia
constante de estímulos, corremos el riesgo de ahogarnos en un mar de información que
seremos incapaces de gestionar. Cuando eso sucede, la información se convierte en
infoxicación.

Más es menos

La infoxicación es un neologismo acuñado por el físico y experto en comunicación Alfons


Cornella para definir el exceso de información. Este término describe el estado de estrés
que sufre el ser humano ante la actual sobrecarga intelectual. En Estados Unidos incluso
se ha tipificado un nuevo trastorno psicológico, el IFS, Information Fatigue Syndrome,
que se puede traducir cómo síndrome de fatiga por la información. La persona que la
sufre experimenta confusión mental, angustia y miedo a colapsarse.

La información que existe en todo el planeta se duplica actualmente cada cuatro años

En el origen de este trastorno está el volumen creciente de estímulos que nos asalta
diariamente. La información que generamos y recibimos se multiplica cada vez más y
nos sentimos angustiados ante la imposibilidad real de estar al día. Entre correos
electrónicos, SMS, mensajes al buzón de voz y llamadas telefónicas, el globo de
información al que tenemos que dar respuesta se va hinchando exponencialmente.

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A estos estímulos personales tenemos que sumar la radio, la televisión, la publicidad en
los medios escritos y audiovisuales, los mensajes que nos llegan cuando salimos a la
calle, en el trabajo, dentro de casa con la familia... Todos estos inputs sumados producen
un agotamiento intelectual creciente que puede derivar en diferentes grados de
ansiedad. La sensación de que no podemos con todo acaba generando depresión y
aislamiento, ya que la persona infoxicada no pierde la esperanza de ponerse al día y se
zambulle cada vez más en su estrés comunicacional.

Cada día vemos a ejecutivos que prácticamente chocan con los peatones mientras
avanzan por la calle contestando mensajes con su BlackBerry, o personas incapaces de
atender medio minuto seguido en una reunión o entrevista porque su artilugio no para
de vibrar con la entrada de cada mensaje. Sobre esto, el novelista J.B. Priestly afirmaba
que “cuanto más avanzan los medios de comunicación, más nos cuesta comunicarnos”.

Un mar de estímulos

Cronológicamente hablando, no es tan lejano el tiempo en el que mandábamos una


carta y aguardábamos dos o más semanas para obtener respuesta. Hace sólo un par de
décadas, si no estábamos en casa, nadie nos podía localizar por teléfono ni recibíamos
mensajes personales de ninguna clase fuera de la oficina o el hogar. En su libro Data
Smog, el periodista David Shenk dice que el gran problema de la infoxicación es que
tiene sólo 50 años y la especie humana no se ha podido adaptar psicológicamente a la
nueva situación. Asegura que “a medida que multiplicamos la información, de ser buena
pasa a ser contaminante”.

En un estudio realizado en Estados Unidos, este experto señala que el número diario de
mensajes publicitarios que recibía un ciudadano en la década de los años 70 era de unos
500, que no son pocos, pero hoy le llegan más de 3.000. Encontramos un crecimiento
parecido en otras clases de información, y las personas con un cargo ejecutivo están
expuestas a diez o veinte veces este volumen. Se ha calculado que un gerente típico,
entre mensajes e informes, tiene que leer un millón de palabras por semana. Es decir:
el equivalente a tragarse tres veces el Quijote entero.

El compositor norteamericano Steven Halpern evoca la época en la que Mozart


componía sus obras, a finales del siglo XVIII. Señala que la ciudad de Viena era entonces
tan tranquila que las alarmas de incendio se podían dar verbalmente. Bastaba con que
un vigilante gritara desde lo alto de una torre.

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En contraste con eso, Halpern señala que “en la sociedad de nuestro tiempo, en cambio,
el nivel de ruido es tan grande que sacude nuestros cuerpos y nos aparta de los ritmos
naturales. Este asalto del ruido y otros estímulos a través de nuestros oídos, mentes y
cuerpos añade una carga extra de estrés a todos los que intentamos sobrevivir en un
entorno que, de hecho, ya es altamente complejo”. Ante esta multiplicación del ruido
informativo vale la pena que nos preguntemos si es un error en nuestra evolución o bien
desempeña alguna función en la supervivencia de nuestra especie.

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