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N ombramos para recocer, para crear, para resistir, nombramos el mundo que construimos, en el que se es, un

mundo que nos incluye. Por eso esta obra tiene algo de mágica, algo de resistencia, cuando re-nombrando
vuelve evidente a los excluidos, en un acto casi ritual, recuerda, es decir vuelve a vivir el mito primigenio,
ancestral de un pueblo que fue esclavizado y que ha luchado por su libertad durante siglos.

Lúcumi y carabaLí son apellidos muy comunes en el Valle del Cauca y el Pacífico colombiano, que se ha
mantenido de generación en generación, desde los primeros africanos que llegaron a América como es-
clavos. Los Lúcumi y Carabalí, eran reinos fronterizos, llegaron, en sus derrotas hechos esclavos a la nueva
España, ahora son familias vecinas en un barrio de cualquier municipio del sur occidente colombiano. Se dice
que los lucumi o lukumi, son los yoruba de América, debido a su saludo “oluku mi”, “mi amigo”. Los carabalí
guerreros temidos, por sus rostros incididos.

Estas dos raíces ancestrales de los afrodecendientes en Colombia, lucharon juntos en las guerras de inde-
pendencia, se declararon libres antes que el resto de los pueblos y han mantenido su religión camuflada en
el catolicismo, la santería, y sus practicas sociales, durante siglos. La cultura mestiza de América, se ha alimen-
tado y tejido de los sonidos del África remota, el colorido del territorio perdido, su visión libertaria, la manera
en las relaciones familiares que se extienden más que la familia nuclear, la inserción de sus representaciones
religiosas y míticas, entre otras. Todos estos elementos hacen parte de una de las diferentes herencias que
tenemos incluyendo los pueblos indígenas y europeos.

Es sobre todo esto que Ricaurte se pregunta y nos muestra cuerpos desnudos, primigenios, en movimiento.
Las imágenes emergen de la textura (papel, madera), como una selva, como un camuflaje, o un adorno de
adoración divina tatuado en la piel, de estos cuerpos looKumi y Karabali, un instante de creación, una danza
de diosas al ritmo de los “tambores que hablan” del yoruba. Un fuera de cuadro, que no se oye pero está, en
el acto mágico de re-nombrar. Ricaurte encuentra en el corte del papel, en los transfer, una forma de adorno
que nos remite a una estética negra, a la manera en que decoran sus cuerpos. Los coloridos y estampados
modelos se perciben y que también remiten al papel picado ceremonial de día de muertos.

Un genético cuyo nombre no recuerdo dijo que todos somos negros bajo la piel. La piel, la capa que dialoga
con el exterior, parece una excusa perfecta para la exclusión y la ignominia. Desmembrados en colores y
fronteras, en capitales y religiones, perdimos la memoria y olvidamos el origen. Hijos de una misma tierra, muros
infranqueables, infatigables se elevan a los ojos del sujeto racial.

Es la piel del mismo autor que incluye en sus grabados el rostro de su mujer, su cuerpo insinuado entra a
jugar en la danza cósmica que se está sucediendo en ese instante eterno que es la obra. Pero lo que aquí
se remarca es la manera como desde la seducción, la herencia de los pueblos africanos se ha sumergido
en el tejido de la cultura mestiza. Un homenaje y una manera de recordarnos, de apelar a nuestra memoria
ancestral y hacernos espejo de lo humanos que somos todos.
Obra: Luis Eduardo Ricaurte
Texto: Maria Calle
Diseño: Víctor Figueroa
coordinación de Proyecto:
Annel Aranda
Todos los derechos reservados Luis Ricaurte México 2010 ®
www.luisricaurte.com
www.teg.com.mx

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