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revista de literatura
Año 2, n.o 9, diciembre 2018
Resumen
Abstract
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Graciela Maturo asegura que “tal afirmación fue repetida con alcance ame-
ricano por Mabille, Desnos y Péret” (2015: 42); también considera una fuente
de esta idea el hecho de que “Alejo Carpentier llamó ‘baratillo’ al Surrealismo
francés, afirmando que América era el lugar de lo real-maravilloso, y que para
percibirlo era necesaria una fe” (2015: 13). Baciu, como otros críticos, da
por cierta esta idea de la naturaleza surrealista de América Latina: “Cada país
latinoamericano en sí es un ‘lugar surrealista por excelencia’. […] los hechos se
pueden seguir enumerando, dando ejemplos de surrealismo en cada país, sin
hacer mención del relieve y la flora que tanto impresionaron al europeo Breton
durante su viaje al continente Latinoamericano” (1981: 20-21).
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En 1995, Ana Pizarro afirmaba de forma general que “esta variedad de
áreas culturales, situaciones históricas, diseños sociales [en América Latina]
hacen que los lenguajes de las vanguardias sean variados, pero que los articule
una misma tensión hacia la modernización” (1995: 23). En el mismo libro,
Noé Jitrik apuntaba el problema sobre la originalidad o el epigonismo de
nuestros movimientos: “existe una tendencia bastante generalizada a consi-
derar que el vanguardismo latinoamericano es sólo epigonismo, tradicional
sumisión a los modelos europeos o, peor todavía, a las ‘modas’ […]. Se podría
intentar otro camino. Por un lado, se trataría de discernir en determinadas
manifestaciones lo que podrían tener de procesos estrictamente latinoame-
ricanos. […] se trataría de ver en cada manifestación o grupo de manifesta-
ciones lo que tendrían de propio” (1995: 68-69). En esta línea, Beatriz Sar-
lo (1997, 1996) encontraba la voluntad de confluir una identidad propia y
moderna en los martinfierristas argentinos. Pero la intención de distinguir la
particularidad de los movimientos no hace otra cosa que resaltar la depen-
dencia. Unos años más tarde Adrián Gorelik señalaba sobre esta cuestión que
“la última estación del largo debate sobre el carácter original o derivativo de
nuestras producciones culturales […], en los años noventa entró en un estado
de aplacamiento sin resolución […]: eliminadas las visiones simplistas de una
vía de mano única entre un modelo central y sus aplicaciones periféricas,
lo que se ha generalizado como nuevo sentido común ha sido una especie
de suspensión del juicio que a través de la adjetivación realiza un esfuerzo
de precisión, pero también evita la discusión sobre los sustantivos y sobre el
sistema de valores que los produjo. Porque las vanguardias argentinas y lati-
noamericanas tuvieron un papel activo en ese sistema, en la dialéctica global
de la vanguardia” (AAVV 2003: 138). Este problema se ha suscitado en parte
por la aplicación que se ha hecho de las restrictivas tesis de Bürger (2000) a las
vanguardias latinoamericanas. Posiblemente por su atinadísimo análisis histó-
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rico del proceso de autonomización del arte europeo, que llega a su clímax en
el momento del auge de la burguesía con ideas como las del arte por el arte o
la religión del arte, por el cual la autonomía se erige así como estatuto del arte
burgués, esta teoría captó amplia adhesión entre los críticos latinoamericanos.
“Después de Bürger, […] fue difícil pensar otra forma de vanguardia cuyo eje
no se centrase en el antiinstitucionalismo” (Andrea Giunta en AAVV 2003:
9). La aplicación de esta teoría al contexto latinoamericano, que unificaba
nuestros movimientos en gestos de ruptura antiinstitucionales en pos de la
consabida modernización, desoía la primera premisa que el teórico postulaba
desde su perspectiva materialista: historizar los procesos. Así, no solo se ha
desatendido el contexto de producción de su teoría –la experiencia de un an-
tiinstitucionalismo radical alrededor de los acontecimientos de mayo del 68
(Giunta en AAVV 2003) y los albores del debate sobre la posmodernidad–,
sino que frecuentemente se ha obviado la historicidad de nuestros movimien-
tos, que surgían en contextos donde las instituciones no existían todavía y la
contribución para fundarlas (Giunta en AAVV 2003), o incluso la pugna por
lograr prácticas artísticas autónomas, acciones contrarias a las de los ismos
europeos, eran propias de una avanzada vanguardista. La pregunta por las
condiciones y los motivos por los que se arraiga un movimiento específico
procura ir en la línea del cuestionamiento de los sustantivos, como proponía
Gorelik (AAVV 2003), de desentrañar qué implica “vanguardia” y qué siste-
ma de valores la produjo en cada caso.
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Esta y todas las citas a este artículo son de traducción propia.
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Esta y todas las citas a este artículo son de traducción propia.
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“Una parte de mi paisaje mental —y por extensión, yo creo, del paisaje
mental del surrealismo— ha nacido claramente en México” (Breton 1939: 41).
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No me refiero al nivel de las conciencias de los escritores, sino en la
percepción colectiva de la comunidad del país. Está claro que un poeta e
intelectual como Aimé Césaire ejerce un surrealismo bastante independiente
(“En la poesía de Aimé Césaire, Breton encuentra la voz nativa que hablará en
el marco de la tradición surrealista común, pero dado que lo hace de forma
autónoma y sobre la base de su propia experiencia como hombre colonizado,
extiende y profundiza esa tradición”, (Winks 2003: 95)). En el plano político,
aunque Breton se haya manifestado sobre la necesidad de la autodetermina-
ción de los colonizados, también es evidente que “el surrealismo fue recom-
pensado con la participación del grupo de estudiantes martinicos de la revista
Légitime Défense en París, que ayudaron a hacer más preciso el contenido
anti-colonial de la agitación surrealista” (2003: 87). Pero el surrealismo fue
determinante para la definición de la negritud porque vehiculizó una valori-
zación de la cultura propia y un cuestionamiento de la europeo-occidental,
que había sido considerada más elevada en la conciencia de los colonizados.
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Traducción propia.
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Graciela Maturo (2015), por su parte, cita el relato del propio Pelle-
grini, quien le manifestó por carta el episodio casi casual por el que
se informó del surrealismo:
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Algo así señala Susan Buck-Morss sobre la vanguardia rusa antes de la
Revolución de Octubre: “Cuando la vanguardia (avant-garde) proclamó «El
futuro es nuestro único objetivo», expresaba un deseo de romper radicalmen-
te con el arte del pasado en sus formas tradicionales, aunque lo que tenía
que venir quedaba como una categoría abierta. De hecho, las obras de arte
eran ellas mismas comienzos tanto en el sentido temporal como en el sentido
espacial” (2004: 66). Para una explicación pormenorizada del concepto de
vanguardia como estética de umbral, véase Del Gizzo, Luciana (2017): Volver
a la vanguardia. El invencionismo y su deriva en el movimiento poesía buenos
aires (1944-1963).
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“Informes Educar”
Un amigo me decía que le parecían estúpidas las moscas que
se dejan coger; que le interesaban más las otras; que, por eso
el surrealismo evanescente 63
“Derrota”
Suele desertar la paz
empurpurada, ebria;
devanan los deseos el huso
prendido con garfios al alma.
Arrodillada, la pena
ríe sus rezos vencida.
entre senos húmedos asoma el beso
y galopa frenética la risa en la garganta (Dalid [pseud. Elías Pi-
terbarg] 1928: 3).
“Decorados sentimentales”
Cristales empañados
Que murmuran su canción triste y avinada.
La taza de café, en un silencio de la orquesta,
se vuelca infructuosamente
sobre el eucalipto de la plaza.
Llueve.
Los caballos humean la fatiga del mundo (Lauretta [pseud. Ma-
rino Cassano] 1928: 11; fragmento).
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Podría argumentarse que esta proliferación de manifiestos firmados de
manera individual marca una tendencia que sería frecuente en los movimien-
tos argentinos de vanguardia posteriores, fundamentalmente, de mediados de
siglo. En la revista poesía buenos aires (1950-1960), por ejemplo, esta era una
práctica frecuente, pero en esta época posterior, cuando los dogmatismos es-
taban siendo puestos en duda, la práctica adquiría otro significado, el de abrir
el sentido que reunía al grupo.
68 luciana del gizzo
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