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Ensayos Arte Cátedra

Patricia Mayayo

Historias de mujeres,
historias del arte
Patricia Mayayo

Historias de mujeres,
historias del arte

NOVENA EDICIÓN

D
ENSAYOS ARTE CÁTEDRA
l.a edición, 2003
9.a edición, 2019

ilustración de cubierta: Artemisia Gentileschi, Susaruz y los viejos (1610)


(detalle). Pommersfelden, Colección Schonbron

Para Daniel, a quien le entrego la herencia de las madres


Diseño de cubierta: aderal

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o científica, o su transformación, interpretación o ejecución
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© Patricia Mayayo
© Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 2003, 2019
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
Depósito legal: M. 32.211-2011
I.S.B .N.: 978-84-376-2064-0
Printed in Spain
o
Índice

INTRODUCCIÓN ............................................................................ 11

CAPITULO l. En busca de la mujer artista................................ 21


Mujeres ausentes ...................................................................... 21
¿Por qué no habido grandes mujeres artistas?................. 21
Mujeres artistas en la Edad Media .................................... 25
El otro Renacimiento .......................................................... 27
De la fundación de las Academias a la Revolución Fran-
cesa..................................................................................... 34
El largo siglo XIX ... ......•..•.. ............. .. .. .. ..... ....... .•..•••.. .... ....... 40
Hacia un nuevo paradigma .................................................... 44
Problemas metodológicos ................................................... 44
¿Es suficiente añadir el nombre de las mujeres a la his-
toria del arte para hacer una historia del arte feminista?. 50
Negociar las diferencias ...................................................... 56
Genio y masculinidad .. ............ .. ............. .. ..... ......... .. ........... .... 62
La persistencia de un mito .. .. .... ........... ....... ......... ........... .. .. 62
Breve historia del genio ...... .. .. .. ......... .. .. ... .. ....... .. ......... .. .. .. 66
Genealogías femeninas ................ ............... ... .. ....... .. ........... .... 72
La herencia de las madres .. .......... ................ .......... ...... .. .... 72
Una pluralidad de experiencias ......................................... 76

CAPíTULO 2. Visiones de la diferencia....................................... 89


La experiencia del ser mujer .................................................. 90
La iconología vaginal ................ ........ .... .. .. .. .. ...... ............ .... 90
Los programas de educación artística feminista de Fres-
no y de CalArts .. .. ................ .... ...... .. ...... .. ........... ............. 92
El problema del separatismo ............................................. 1O1
La ginocrítica ........ .............. ................. ....... ......... .... ....... ...... 105
290 [) INOICF: ÍNDICE O 291

La construcción de la subjetividad femenina ...................... . 107 El fetichismo: los casos de Allenjones y Dante Gabriel
Los peligros del esencialismo ............................................. 107 Rossetti .............................................................................. 191
La producción social del sujeto ......................................... 110 El voyeurismo y el desnudo femenino: los casos de Ed-
Judith Butler: género y mascarada ................................... . 116 gar Degas y Pablo Picasso .............................................. 200
Más allá de la polémica entre el esencialismo y el construc- Mujeres que miran: de cómo quitarse o ponerse las ga-
cionismo ............................................................................... . 12·~ fas ....................................................................................... 208
Una relectura de los setenta .............................................. . 124 ¿y el placer de las mujeres? .................................................... 213
Política sexual ...................................................................... . 128 Estrategias de distanciamiento ........................................... 213
De la diferencia a las diferencias ....................................... 131 El placer... de Ella ................................................................ 218

CAPITuLO 3. Imágenes de mujeres .......................................... . 137 CAPiTULO 5. Mujeres, arte y nuevas tecnologías .................... 225
Definir o no definir el ciberferninismo: he ahí la cuestión .... 227
Vicios y virtudes de las mujeres: modelos femeninos en el
Cien antítesis ......................................................................... 227
imaginario artístico ............................................................. . 138
Feminismo «al viejo estilo» ................................................ 229
La regulación de las conductas ......................................... . 138
Actuar en la sociedad red ...... ...... ...... .... .. ........ .... .. ........ ...... ... 233
Una mirada ateniense ........................................................ . 139
Redes de mujeres .... ...... ...... .... .. ...... .. .. .. .. .... ...... .. ............ ... .. 233
Matronas veladas ................................................................ . 142
La resistencia digital ............................................................ 239
Eva y María .......................................................................... 143
Retratos de perfil ................................................................. . 144
Pensar la sociedad red .... .................. ...... .... .. .... .... .... .. ............. 247
148 ¿Una nueva alianza entre mujeres y máquinas? ............. 247
Los placeres de la violencia sexual ................................. ..
Madres felices y ciudadanos virtuosos .............................. 150
Las nuevas tecnologías y el trabajo femenino ................. 255
Ángeles del hogar ................................................................ 153 Cuerpos reinventados .............................................................. 261
Manifiesto para cyborgs ...................................................... 261
La prostituta ......................................................................... . 156
Nuevas fabulaciones ............................................................ 266
La sufragista y la mujer «natural» ...................................... 158
La retórica del poder y el desnudo femenino ................ . 161
¿Qué problema hay con la expresión «imágenes de la mu-
BmuocRAFiA ............................................................................... 271
ÍNDICE ONOMÁS11CO .................................................................. 283
jer»? ······························································································ 164
El final de la inocencia ...................................................... .. 164
La ambigüedad de las imágenes ........................................ 165
La trivialización del análisis de las imágenes de la mujer. 170
Imágenes «positivas» y «negativas» ................................... 173
Arte y pornografía ................................................................... . 175
El feminismo antipomografia y la tentación de la censura. 175
Límites inestables ................................................................ . 179

CAPITULO 4. El poder de la mirada .......................................... 183

L'lura Mulvey: placer visual y cine narrativo ..................... . 185


Escopofilia y narcisismo .................................................... . 185
Espectáculo y nanación ..................................................... . 186
La amenaza de la castración .............................................. 187
Hacia una «des-estética>> .................................................... . 189
Cómo mirar un cuadro ........................................................... 190
La subjetividad de la espectadora ................................... .. 190

j
o
Introducción

Cuando inicié mis estudios universitarios de historia del


arte, hacia mediados de la década de 1980, hubo un par de
«detalles» que enseguida llamaron mi atención. Iban pasando
los meses (y según pude comprobar posteriormente, los años)
y ni un solo nombre de mujer artista aparecía mencionado en
el transcurso de las clases o en los manuales más consultados
(tan sólo al llegar a la historia de las vanguardias históricas
empezaron a asomar tímidamente la cabeza algunas creado-
ras). Tampoco eran muchos los nombres de historiadoras del
arte consignados en las bibliografías de curso. ¿Acaso no ha-
bía existido ni una sola mujer artista hasta principios del si-
glo xx? ¿De verdad eran tan pocas las estudiosas de la histo-
ria del arte que habían hecho contribuciones valiosas a la dis-
ciplina? ¿Cómo justificar entonces mi propia presencia en
aquellas aulas? ¿Me esperaba también a mí la invisibilidad
profesional? ¿Por qué la mayor parte de mis compañeras
de clase eran mujeres y la mayor parte de mis profesores
(sobre todo a medida que aumentaba su rango académico)
hombres?
Había, no obstante, otro problema que, dentro de mi inge-
nuidad, me intrigaba casi aún más. ¿Cómo explicar la viru-
lencia y la rotundidad con la que algunos profesores se apli-
caban a defender ciertas tesis sobre -pongamos por caso-
la procedencia del arco de herradura en la arquitectura hispá-
nica o la fecha de un posible viaje de El Bosco a Italia? ¿Real-
mente les importaba tanto determinar el origen exacto de un
tipo de arco o dilucidar si El Bosco visitó territorio italiano?
Por más esfuerzos que yo hacía, no conseguía interesarme
12 a HISTORIAS DE MUJERES, illSTORJAS DEL ARTE INTRODUCCIÓN a ]3
por tan espinosos enigmas ni entender siquiera cómo alguien concurrencia meritocrática libre {por ejemplo, en un sistema
era capaz de apasionarse por asuntos tan alejados de su vida limpio de exámenes u oposiciones), las mujeres se ven siste-
y de su experiencia personal como aquellos. Desde luego, máticamente excluidas o marginadas en los estamentos pro-
con el paso del tiempo, se disipó en gran parte mi perplejidad fesionales que funcionan mediante sistemas de cooptación (es
porque me di cuenta de que lo que estaba en juego para mu- decir, sistemas en los que son los que ya pertenecen al gmpo
chos historiadores del arte en la defensa de dichas tesis era, en los que eligen, «cooptan», a aquellos que pueden entrar en
contra de las apariencias, algo muy personal, extremadamen- él). Como señala Amelía Valcárcel:
te personal: era una forma de demostrar su supremacía inte-
lectual, es decir, su poder sobre aquellos contrincantes que Es como si realmente existiera una barrera invisible sobre
defendían tesis contrarias; era una forma de salvaguardar su las cabezas femeninas en una pirámide jerárquica, barrera
estatus, de acotar su terreno, ocultando al mismo tiempo sus que no puede traspasarse mediante esfuerzos individuales.
afanes bajo el manto de un presunto distanciamiento científi- Los tramos bajos están ferninizados y los superiores son mas-
culinos, así sea en el sistema de enseñanza, de administración,
co. Al fin y a cabo, si lo que se estaba intentando desentrañar
de justicia, bancario, colegios profesionales, etc. La coopta-
era un tema tan remoto como el origen del arco de herradu- ción funciona en bastantes tramos de cualquier sistema meri-
ra, parecía claro que se trataba de una discusión pw·amenle tocrático. Y es el único mecanismo que funciona fuera de los
«e11.1dita», esto es, desinteresada y en ningtm caso contamina- sistemas meritocráticos. No es preciso recordar que, por su-
da por la subjetividad del estudioso. puesto, no hay oposiciones a sabio, líder político, experto fi-
Fue el descubrimiento de la teoría feminista el que me per- nanciero, cabeza de bufete prestigioso y un largo etcétera que
mitió empezar a dar respuesta a algunas de estas preguntas. dejo para que lo complete quien sigue esta lectura 1•
En primer lugar, descubrí con fascinación que existía., desde
el Medievo, una larga lista de mujeres artistas de notable in- A las dificultades objetivas (el llamado «techo de cristal» y
terés, cuya historia {como lo ha sido, en general, hasta hace otros mecanismos de discriminación), se añaden las que po-
muy pocos años, la lústoria de las mujeres) había sido siste- dríamos llamar «subjetivas»: la inseguridad, la incomodidad
máticamente ignorada en el discurso oficial. Empezar a tirar y la falta de motivación que experimentan muchas mujeres
del hilo de esa historia olvidada no era sólo reparar una omi- cuando se adentran en esferas de poder que han sido defini-
sión intolerable (lo que hubiera constituido por sí solo un mo- das en términos exclusivamente masculinos. En ese sentido,
tivo de suficiente peso), sino que suponía, como veremos a lo el mundo del arte no es muy diferente del de la política o las
largo de este libro, cuestionar muchas de las categorías (cate- grandes finanzas y son muchas las mujeres artistas que han
gorías como las de «genio artístico», «calidad» o «influencia>>) sentido la tentación de inhibirse o retirarse a un segundo pla-
sobre las que asentaba la disciplina de la historia del arte en no frente a un universo {el del mercado artístico y las grandes
su conjunto. Por otra parte, la sospechosa ausencia de «gran- exposiciones y museos) cuyas reglas no acaban de acatar ni
des» historiadoras del arte que se considerasen dignas de ser comprender. Un ejemplo llamativo es el de la escultora Loui-
citadas y la escasísima presencia de mujeres en los niveles se Bourgeois, que hasta una edad muy avanzada (su consa-
más altos de la carrera académica dejó de extrañarme cuan- gración internacional no tuvo lugar hasta 1981, con ocasión
do tomé conciencia de la existencia de lo que el pensamiento de tma muestra retrospectiva organizada en su honor por el
feminista ha denominado «el techo de cristal»: a pesar de que Museum of Modero Art de Nueva York, cuando la artista
las mujeres occidentales han alcanzado en los últimos años contaba setenta años) se mostró reacia a exponer pública-
un nivel de formación más elevado que el de sus contempo-
ráneos varones y a pesar de que suelen triunfar más fácilmen-
te en todos aquellos procesos de selección en los que prima la 1
A. Valcárcel, La política rk las mujeres, Madrid, Cátedra, 1997, pág. 99.
14 0 HTSTORJAS DE M4JERES, I·OSTORIAS DEL ARTE INTRODUCCIÓN 0 15

mente sus obras: «He sentido siempre un complejo de culpa ner de manifiesto la propia parcialidad: como subraya la his-
a la hora de promocionar mi arte, tanto es así que cada vez toriadora británica Griselda Pollock\ no hay una única «teo-
que iba a hacer una exposición me daba una especie de ata- ría feminista>> o una única «historia del arte feminista>> que
que», declara Bourgeois. «Entonces decidí que era mejor no funcionen como una suerte de bloque doctrinal compacto,
intentarlo simplemente. Tenía la impresión de que la escena sino múltiples lecturas feministas encamadas en diversas sub-
artística pertenecía a los hombres y de que de algún modo es- jetividades. En ese sentido, este libro es un llamamiento a fa-
taba invadiendo su terreno. Así, hacía el trabajo y luego lo es- vor de un conocimiento subjetivo, apasionado y enraizado en
condía. Me sentía más cómoda escondiéndolo. Por otra par- la experiencia.
te, nunca destruí nada He guardado hasta el último fragmen- La historia del movimiento feminista tiene ya {aunque mu-
to. Hoy en día, no obstante, estoy haciendo un esfuerzo por chas veces se pretenda ignorarlo) bastantes siglos de antigiie-
cambiar»2• dad. Ana de Miguel señala la existencia de lo que podríamos
La literatura feminista no sólo me ayudó a entender las di- llamar un feminismo <<premoderno», que arranca con el sur-
ficultades de las mujeres artistas (y en términos más genera- gimiento de las primeras «polémicas feministas»5 : La ciudad
les, de las mujeres) para negociar su relación con el poder, de las Damas (1405) de Christine de Pizan, un libro en el que
sino que también me permitió empezar a considerar como le- se ataca el discurso de la inferioridad femenina, los intentos
gítima esa implicación personal en el estudio de la historia del de conferir mayor dignidad a las mujeres que tienen lugar en
arte que yo sentía, desde muy pronto, como una necesidad algunas sectas heréticas del Renacimiento o el movimiento li-
propia y de la que aquellos insignes historiadores de mis años terario impulsado por las <<preciosas» (les précieuses) en los sa-
universitarios decían carecer. En efecto, si hay algo en lo que lones parisinos del siglo XVII son algunos ejemplos de esas
el feminismo contemporáneo ha insistido machaconamente primeras manifestaciones polémicas. Pero es con la publica-
es en la idea de que no existen discursos ideológicamente ción de La igualdad de los sexos del filósofo cartesiano Poulain
neutros: siempre se habla desde una determinada posición de la Barre en 1673 y con el surgimiento de varios movimien-
condicionada por factores culturales, sociales, políticos y per- tos organizados de mujeres durante la Revolución Francesa
sonales. Como apunta Toril Moi en su libro Teoría literaria fe- cuando se sientan las bases del feminismo moderno. Tanto
minista, «es autoritario y manipulador presentar esta perspec- Olympe de Gouges en su Declaraci6n de dereclws de la mujer y de
tiva limitada como "universal" y el único modo de proceder la ciudadana {1791) como la inglesa Mary Wollstonecraft en su
democráticamente es suministrar al lector, desde un princi- Vindicación de los derechos de la mujer (1792) exigirán que las de-
pio, la información necesaria sobre las limitaciones del punto mandas de igualdad «universal» que habían defendido revo-
de vista en el que uno se sitúa. La importancia de este princi- lucionarios y filósofos ilustrados se hagan extensivas a las mu-
pio no puede ser minusvalorada: es el supuesto elemental de jeres.
cualquier crítica feminisl:a>>3. Desenmascarar los ptmtos de
vista parciales que se esconden tras la pretensión de universa- 4
G. Pollock, «Preface», en Gmerations and Geographies in t/¡e Visual Arts. Fe-
lidad de los discursos histórico-artísticos dominantes es, pues, minist Readings, Londres y Nueva York, Routledge, 1996, pág. xv.
uno de los puntos de partida de toda intervención feminista 5 Véase A. De Miguel, «Feminismos», en C. Amorós (dir.), 70 palilbras cla-

en el campo de la historia del arte; pero también lo es el po- ve sobre MT.[JER, Navarra, Verbo Divino, 1995, págs. 217 y ss. Como apunta
De Miguel, el feminismo entendido en un sentido muy amplio ha existido
siempre: las mujeres se han quejado desde tiempos inmemoriales, colectiva o
2 M.-L. Bemadac y H.-U. Obrist (eds.), Louise Bourgeois. Destruction of tf¡¿ individualmente, de su amargo destino y han soñado con una vida mejor.
Father, Reconstruction ofthe Father. Writings and Interviews, 1923-1997, Londres, Pero en sentido estricto, sólo puede hablarse de feminismo en aquellos mo-
Violette Editions, 1998, pág. 112. mentos históricos en los que las mujeres han llegado a articular un conjunto
3 T. Moi, Teoría literaria feminista, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 55. coherente de reivindicaciones y se han organizado para conseguú·las.
16 0 HISTORIAS DE Ml!JERES, HISTORIAS DEL ARTE INTRODUCCIÓN 0 17

En el siglo XIX, el siglo de los grandes movimientos socia- nes feministas en la historia del arte como una historia lineal y
les emancipatorios, el feminismo se muestra, por primera claramente estructurada, en la que se habrian sucedido, una tras
vez, como un movimiento social de carácter internacional. otra, varias generaciones de artistas y teóricas feministas: una
En Estados Unidos e Inglaterra se desarTolla un poderoso primera generación, en la década de los setenta, orientada sobre
movimiento sufragista, que defenderá con ardor el derecho todo hacia la consecución de derechos políticos y empeñada en
de las mujeres a ejercer el voto; al mismo tiempo, en las filas sostener la idea de la existencia de una «esencia>> común a todas
de las distintas facciones socialistas, algunas mujeres como las mujeres; una segunda generación, en los años ochenta, que
Flora Tristán o Alejandra Kollontai pondrán los cimientos de desde posiciones teóricas más sofisticadas habria defendido la
un socialismo feminista. La consecución del derecho al sufra- necesidad de concebir la <<feminidad» como una construcción
gio en la mayor parte de los países occidentales a lo largo de cultural y no tanto como una categoria biológica; y una tercera
la primera mitad del siglo xx supuso, no obstante, una cierta generación, en los años noventa, partidaria de desterrar una vi-
paralización del movimiento feminista. Habrá que esperar a sión monolitica de la diferencia sexual en favor de la imagen de
finales de los años sesenta para que en el contexto de los mo- un entrecruzamiento de múltiples diferencias {diferencias de gé-
vimientos de Nueva Izquierda que florecen en Europa y en nero, de clase, de raza, de edad, de orientación sexual...).
Estados Unidos a raíz del «Mayo del68», de las protestas en Como veremos en las páginas que siguen, este tipo de narra-
contra de la guerra de Vietnam, de la lucha a favor de los de- ción «generacional» tiende a simplificar la realidad histórica: no
rechos civiles, etc., sUija con fuerzas renovadas el llamado sólo resulta imposible delimitar claramente las fronteras de esas
Movimiento de Liberación de la Mujer. Será en este momen- supuestas generaciones o escuelas de pensadoras y artistas femi-
to también cuando algunas artistas e historiadoras empiecen nistas, sino que muchas de las posiciones sobre el problema de
a señalar la necesidad de «intervenir», desde un punto de vis- la diferencia se:l\.'Ual que se presentan como sucesivas en el tiem-
ta feminista, en el campo de la práctica y la teoria artísticas. po, en realidad han coexistido (y siguen coexistiendo) desde los
El término «intervenir» ha sido utilizado repetidas veces años sesenta hasta nuestros días. De ahí que este libro no esté es-
por Griselda Pollock: en efecto, es importante desechar la tructurado cronológica sino temáticamente: mi objetivo es ana-
idea -dice Pollock- de que en los años sesenta surgió una lizar y evaluar criticamente los grandes temas de discusión que
especie de historia del arte feminista unificada, destinada a han presidido las relaciones entre el pensamiento feminista y la
sustituir a la historia (o historias) del arte hegemónicas; en historia del rute en las tres últimas décadas. Así, el primer capí-
realidad, más que de una historia del arte feminista, habria tulo («En busca de la mujer artista>>) traza una breve historia de
que hablar de una serie de «intervenciones» feministas en el las mujeres artistas y estudia, entre otras cuestiones, la influencia
ámbito de la historia del arte. Una serie de intervenciones de los condicionantes de clase y de género en la valoración de
que, dentro de su diversidad, han supuesto una auténtica re- los géneros rutísticos, la necesidad de crear· nuevos paradigmas
novación epistemológica, en la medida en que han logrado interpretativos o las implicaciones ideológicas del concepto de
introducir en la reflexión histó1ico-artística un p arámetro que «genio». En el segundo capítulo («Visiones de la diferencia>>), se
hasta entonces se hallaba totalmente reprimido: el de la dife- plantean algunas de las preguntas que suscita el problema de la
rencia sexual. definición de la diferencia sexual en el ámbito de la creación ar-
Con frecuencia (incluso dentro de la propia literatura femi- tística: ¿Existe una sensibilidad artística «femenina>>? ¿Qué be-
nista)6, se ha querido presentar la historia de estas intervencio-
págs. 326-357. Véase la crítica que hace Pollock a este articulo en «The Poli-
6 Un ejemplo muy claro de las limitaciones de este enfoque generacional líes of Theory: generations and geographies in feminist theory and the histo-
es el artículo de Thalia Gowna·Peterson y Patricia Matthews, «The Feminist ries of art histories», en Generations and Geographies in the Visual Arts, op. cit.,
Critique of Art History», 1he ArtBulktin, vol. LXIX, núm. 3, septiembre de 1987, págs. 12 y SS.
18 HISTORIAS DE Ml.!JF.RES, HJSTORIAS DEL ARTE INTRODUCCIÓN .J 19

neficios políticos se pueden extraer de una enseñanza y una


critica artísticas de corte separatista? ¿Cómo se ha ido articu-
lando la polémica entre posiciones «esencialistas» y «cons-
truccionistas»? El tercer capítulo («Imágenes de mujeres»)
analiza la construcción visual de la imagen de la mujer a lo
largo de la historia y el papel que cumple el arte en la produc-
ción de la subjetividad de género, mientras que el cuarto («El
poder de la mirada») resume los grandes debates que han ido
surgiendo en torno al problema de la mirada: el papel del gé-
nero en la recepción de la obra de arte; el voyeurismo y el pla-
cer visual; la relación entre el feminismo, el psicoanálisis y la
apreciación artística, etc. Finalmente, en el último capítulo
(«Mujeres, arte y nuevas tecnologías») se estudia el impacto
que están teniendo la irrupción de las nuevas tecnologías y la
eclosión del llamado ciberfeminismo en la práctica y la criti-
ca artísticas.
A lo largo de todo el libro, lo que subyace es la voluntad de
encontrar otras maneras de narrar historias del arte y de la
práctica artística de las mujeres diferentes de las que ofrecen
los discursos académicos trd.Clicionales y la cñtica de arte ins-
titucional. Tanto aquéllos como ésta convergen, según subra-
ya Pollock, «en una serie de 'ismos' definidos por los concep-
tos de estilo, tendencia, momento y coronados por una figura
· representativa y, a ser posible, genial. Llevar a cabo interven-
ciones feministas en los terrenos acotados por la historia del
arte, la cñtica de arte, el museo y la industria editorial supone
borrar muchas de las fronteras que separan estos ámbitos así
como establecer otros paradigmas para analizar las prácticas
l. Jo Spence (en
que esos cuatro discursos definen y regulan» 7. La importancia colaboración con
de articular otras narraciones aparece reflejada con crudeza David Roberts),
en una fotografia de la artista británicaj o Spence (fig. 1), rea- Wriu orBe Writltn
lizada en 1988 en colaboración con David Roberts, en la que Off(«Escribe o sé
borrado/a), 1988.
puede verse un cuerpo tumbado sobre una camilla y cubier-
Fotografia en
to por una sábana sobre el que se halla colgado un cartel que b lanco y negro.
reza: «Write or Be Written Off» («Escribe o sé borrado/a»).
Escribir -parece sugerirnos Spence- es tomar el poder; es

7 Pollock, «Preface», en Generalúms and Geographies in the Visual Arts, op. ciL,

pág. xvi.
20 o HISTO RIAS OE ML!JERES, HISTORIAS DEL ARTE

contar tus propias historias en lugar de asumir las historias


que sobre ti' han fabricado otros. Tengo la esperanza de que
esas intervenciones feministas en los discursos histórico-ar-
tísticos de las que habla este libro nos permitan empezar a
narrar nuestras propias historias: nuestras propias historias
de mujeres y, por supuesto, nuestras propias historias del
arte.
o
CAPÍTULO 1

En busca de la mujer artista

«¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el


Metropolitan?», preguntaba en grandes letras negras el cartel
(fig. 2) con el que el gmpo de activistas feministas Guerrilla
Girls empapeló en 1989 las calles de Nueva York. «Menos
del 5 por 100 de los artistas de la sección de arte moderno
- añadía- son mujeres, pero el 85 por 100 de los desnudos
son femeninos.» Lo que este cartel ponía de manifiesto, con
la inmediatez y la concisión características del lenguaje publi-
citario, es una de las paradojas más inquietantes que ha presi-
dido la relación entre las mujeres y la creación artística en la
cultura occidental: la hipervisibilidad de la mujer como objeto
de la representación y su invisibilidad persistente como sujeto
creador.

MUJERES AUSENTES

¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?

A fin de intentar desvelar las causas históricas de esta invi-


sibilidad de la mujer artista, en 1971 la historiadora norteame-
Iicana Linda Nochlin publicaba en la revista Art News un
artículo (que ha venido a ser considerado, posteriormente,
como el texto fundacional de la crítica artística feminista), (j.
tulado significativamente: «¿Por qué no habido grandes m11
22 O HISTORIAS Df. MUJERES, IIISTORIAS DEL ARTE EN llUSC A 0 1·: 1 MIHI.It i\ l tTISTA o 23
IKul largas horas a copiar no sólo vaciados en yeso de famo-
Do women have lo be naked lo ~as
II C
estatuas de la Antigüedad, sino también modelos de caJ·-
y hueso. Mientras que en los talleres y academias privados
gel into lhe Met. Museum? los artistas (varones) utilizaban con frecuencia modelos feme-
ninos, en la mayor parte de las escuelas públicas el dibujo del
desnudo femenino estuvo prohibido hasta al menos 1850.
Less than 5% of the artists in the Modem Más complicada aún era la situación para las mujeres artistas,
Art Sections are women, but 85o/r a quienes estuvo vedado hasta finales del XIX el acceso a cual-
of the nudes are female. quier tipo de modelo desnudo, desde luego masculino, pero
lambién generalmente femenino {tan sólo en algunas acade-
mias de pago, como veremos más adelante, se empieza ato-
lerar a mediados del XlX que las mujeres artistas dispongan
de la posibilidad de trabajar con modelos desnudos}. En la
'2. Guerrilla G irls, jeres artistas?» 1• Si bien la respuesta que daba Nochlin a esta Royal Academy de Londres, por citar tan sólo uno de los
Do womeu luwc lo be pregunta puede resultamos hoy en día un tanto obvia, en su ejemplos más conocidos, hubo que esperar a 1893 para que
uaked lo gct i11to tlu
momento constituyó un auténtico revulsivo: si no han existido las «damas» pudiesen asistir a las clases de dibujo del desnu-
Mct. Musemn?
(«¿Tienen que estar equivalentes femeninos de Miguel Ángel, de Rembrandl o de do e incluso después de estc1. fecha sólo se les franqueaba la
desnudas las Picasso - afirmaba- no es porque las mujeres carezcan natu- cnlrada si el modelo estaba «parcialmente vestido»2 . En tér-
mujeres para ralmente de talento artístico, sino porque a lo largo de la histo- minos prácticos, esto significaba que las mujeres artistas {sal-
entrar en el ria todo un conjunto de factores institucionales y sociales han vo contadas excepciones) no podían consagrarse a géneros
Metropolitan?»),
1989. Póster.
impedido que ese talento se desarrolle libremente. ¿Qué ha- como la pintura de historia o la pintura mitológica {que impli-
bría pasado -inquiría Nochlin- si Picasso hubiese sido una caban un conocimiento pormenorizado del cuerpo humano),
mujer? ¿se habría molestado su padre, el señor Ruiz, en esti- sino que se veían abocadas a cultivar otros géneros conside-
mular y apoyar a una pequeña «Pablita»? Es necesario acabar rados «menores» en la época como el retrato, el paisaje o la
-añadía- con el mito romántico del artista como una suer- naturaleza muerta. En definitiva, las restricciones impuestas a
te de genio autosuficiente que da übre curso a su singulari- las mujeres en el estudio del desnudo abrian la puerta no sólo
dad: la creación artística se inscribe dentro de un marco insti- a la discriminación en el terreno de la práctica profesional,
tucional que preexiste al sujeto que crea, un marco definido sino a la sexualización {a la que las estudiosas anglosajonas se
por los sistemas de enseñanza, la estructura del mecenazgo, han referido, con frecuencia, con el juego de palabras intra-
los discursos críticos dominantes, etc. ducible «the gendering of the genres») de los propios géneros
Para ilustrar este punto, Nochlin analizaba en detalle el artísticos.
problema del acceso de las mujeres artistas al estudio del des- Las limitaciones institucionales a las que han tenido que
nudo. Desde el Renacimiento hasta el siglo XJX, el dibujo del enfrentarse, históricamente, las mujeres artistas aparecen cla-
cuerpo humano desnudo constituía un estadio fundamental ramente plasmadas en un cuadro del pintor inglés j ohann
en la formación de cualquier artista: los estudiantes dedica- Zoffany (fig. 3), The Academicians of tite Royal Academy {«Los
Académicos de la Royal Academy»}, realizado en 1771-72.
Esta obra describe una de las sesiones de dibujo del natural
1
L. Nochlin, «Why Have There Been No Great Women Artists?•, Art
Ncws, enero de 197 1, págs. 22-39; reimpresión en Women, Art and Power and
Other Essays, Londres, Thames and Hudson, 1989, pá¡:,>S. 145- 177. 2 lbíd., pág. 159.
24 Q HISTORIAS DF. MUJERES, HISTORIAS DEI. ARTF. F.N BUSCA 01': 1 1111 Jl ll A ll iiS I A l :tfi

ideales neoclásicos de Winckelmann en Inglaterra; Moscr,


prcsli&riosa pintora de flores apadrinada por la reina Chadol
lt•, era una de los dos únicos pintores de ese género acept..'ldos
por la Royal Academy. Sin embargo, excluidas de la clase de
dibujo del desnudo por su condición de mujeres, Kauffmann
3. Johann Zoffany, )' Moser aparecen representadas tan sólo indirectamente en
Tñt Acatkmicians of
d lienzo de Zoffany, a través de dos retratos colgados en la
the Royal Academy
(«Los académicos pared derecha de la sala. De este modo, The Academiciaus ~f
de la Royal lhe Royal Academy confirma lo que, según vimos al principio
Academy..), de este capítulo, apuntaban las Guerrilla Girls en su cartel
177 1·72. Óleo de 1989: Kauffmann y Moser dejan de ser productoras de
sobre lienzo,
obras de arte para convertirse ellas mismas en objetos artísti-
100,7 x 1 '~7,3 cm,
·n1c Royal cos; su destino termina siendo similar al de los bustos y relie-
Collccüon, ves de escayola que abarrotan la sala de la Academia, el de
Londres. transformarse en fuentes de placer e inspiración para la mira-
da del artista (varón).
que tenían lugar regularmente en la escuela de la Academia:
los académicos, rodeados de copias de esculturas antiguas, se
agrupan en tomo a dos modelos masculinos desnudos; en el Mujeres artistas en la Edad Media
centro de la estancia, el primer presidente de la institución,
SirJoshua Reynolds, contempla con mirada de avezado con-
naisseur a uno de los modelos que se prepara para posar. Se- Con su artículo «Why There Ha ve no Been Great Women
gún señala Gill Perry, la Royal Academy, fundada tan sólo J\rtists?», Nochlin abrió una nueva línea de investigación en
unos años antes, pretendía (al menos en teoría) convertir la el campo de la historia del arte: el siguiente paso consistía en
práctica y la enseñanza artísticas en actividades profesionales demostrar, en contra de lo que sostenía la historia del arte tra-
sometidas a estrictas reglas y jerarquías institucionales3. En d icional, que sí habían existido mujeres artistas eminentes,
ese sentido, puede decirse que I7u Academicians o[ the Royal pero que su presencia se había visto sistemáticamente silen-
Academy contribuía a reforzar la importancia del dibujo del ciada en la literatura histórico-artística y en los grandes mu-
desnudo como eje fundamental del aprendizaje académico. ~eos y exposiciones. Así, a lo largo de la década de los setenta,
Así, resulta llamativo que a pesar de aspirar tan claramente a empezaron a florecer toda una serie de estudios (monogra-
la legitimación de la institución, el cuadro de Zoffany no in- fías, diccionarios de artistas, catálogos razonados...), destina-
cluya a dos de los miembros fundadores de la Academia: las dos a rescatar del olvido y a sacar a la luz la obra de las mu-
pintoras Angelica Kauffman y Mary Moser. Kauffman, acla- jeres artistas del pasado. En 1976, por ejemplo, Karen Peter-
mada a su llegada a Londres en 1776 como sucesora de Van sen y J. J. Wilson publicaron un libro titulado JiVtlmen Artists.
Dyck, fue una de las principales artífices de la difusión de los Recognition and Reappraisal from the Early Middle Ages to the
1wentieth Century («Mujeres Artistas. Reconocimiento y rei-
vindicación desde la Edad Media temprana hasta el siglo x;oo>)
3 C. Perry, «Womcn artists, "masculine" art and the Royal Academy of con el objetivo de b·azar «un panorama histórico general de
Aro>, en C. Pcrry (1.-d.), Gmdtr and Art, New Ha ven y Londres, Yale Univer· la obra de las mujeres artistas en la tradición occidental que
sity Press y The Open Universiry, 1999, pág. 90. permitiese cubrir algunos de los huecos [de los libros de bis
26 O HISTORIAS DE Ml!JERES, HTSTORIAS D EL ARTE EN BUSCA DE I.A M I! JI•: I{ i\ 1\'I'IST/\ 0 27

toria tradicional]»4; ese mismo año, la propia Linda Nochlin profesionales de bordadores formados por operarios mascu-
y Ann Sutherland Harris organizaron en Los Ángeles una lillosli).
ambiciosa exposición denominada Women Artists: 7550-7950 Por otra parte, ya en la época altomedieval hay indicios de
(«Mujeres artistas: 1550-1950»), en la que se proponían, se- In existencia de monasterios dobles en los que tanto frailes
gún rezaba el prefacio del catálogo de la muestra, «dar mayor t'omo monjas se dedicaban a copiar e iluminar manuscritos.
difusión a los logros de algunas excelentes mujeres artistas Por ejemplo, el llamado Beato del Apocalipsis de Gerona, del si-
cuya obra ha sido ignorada debido a su sexo [...]»5 . Poco a glo v m, aparece firmado por el monje Emetrio y por una
poco, empezó a desvelarse así lo que hasta entonces había pa- mujer llamada Ende, que se identifica a sí misma como «de-
recido ser, simplemente, la historia de una ausencia. pintrix» (pintora) y <<dei aiutrix» (ayudante de Dios), siguien-
Aunque Plinio el Viejo (23-79 d.C.) menciona a seis muje- do la costumbre de las damas nobles de su tiempo. Aunque
res artistas de la Antigüedad en su célebre Historia Naturalis, d hecho de que gran parte de las hijas de la nobleza se edu-
poseemos muy pocos datos fiables acerca de la situación de la casen, en su infancia y primera juventud, en los conventos Oo
creatividad femenina antes de la Edad Media. La participa- que implicaba, con frecuencia, aprender a copiar y decorar
ción de mujeres, tanto religiosas como seglares, durante el manuscritos) pudo contribuir a difundir la idea de que pintar
Medievo, en el bordado y la fabricación de tapices parece in- y dibujar eran ocupaciones adecuadas para jóvenes de noble
negable: aunque la mayor parte de las mujeres que contribu- cuna, es improbable, como señala Sutherland Harris7, que las
yeron a producir los ricos frontales de altar que adornaban las iluminadoras medievales representasen un modelo de refe-
iglesias o los elaborados tapices que colgaban en los muros rencia para las mujeres artistas del Renacimiento. La mayor
de las grandes residencias medievales permanecen en el p:ute de los ciclos de miniaturas elaborados por manos feme-
anonimato, hasta nosotros ha llegado el nombre, entre otras, ninas son anónimos y las únicas mujeres artistas del pasado
de la reina Matilde, a quien se atxibuye (quizá de forma un célebres en el Renacimiento eran las artistas legendarias de la
tanto legendaria) un papel pxincipal en la elaboración en el Antigüedad citadas por Plinio e incluidas por Boccaccio en su
siglo XI del célebre Tapiz de Bayeux o de Margaret (fallecida compilación de biografias de mujeres eminentes, De Claris
a finales del mismo siglo), esposa de Malcolm III de Escocia Mulieribus, publicada a mediados del siglo XIV. Así, parece
y famosa por su destreza en las labores de bordado (si bien necesario recurrir a otros factores explicativos para justificar
hay que señalar que, contrariamente a lo que se ha sostenido el (relativo) florecímiento de mujeres artistas en los siglos XVI
a veces, el bordado no era en la Edad Media una ocupación y XVII.
exclusivamente femenina, ya que existían conventos de
monjes que se consagraban a las labores de aguja y talleres
El otro Renacimiento

Como es bien sabido, la Italia del siglo xv fue testigo de


·• K Petersen, yJ. J. Wílson (1976}, WomenArtists. Recognition and Reapprai-
sal from the Early Middle Ages to tlu Twmtieth Century, Londres, Ha!l)er & Row,
una transformación radical en la valoración social de la figu-
1978, pág. 5. ra del artista: considerados hasta entonces como fieles artesa-
5
L. Nochlin y A. Sutherland Harris, Women Artists: 7550-7950, Los nos al servicio de las normas e ideales de su taller, los artistas
Ángeles, Los Angeles County Museum, diciembre de 1976-marzo de 1977,
pág. 11 . Habría que citar asimismo, entre otros, los trabajos de E. H. Fine,
Women and Art. A Histo·ry of Women Painters and Sculptors from the Rmaissance ,; !'ara un análisis ponnenorizado de la participación de las mujeres en la
to the 20" Century, Londres, Allanheld & Schram/Prior, 1978 y E. Tufts, Our producción textil, véase el texto clásico de R. Parkcr, 1he Subversive Stitch. Em-
Hidden Heritage: Fi've Centuries of Women Artists, Nueva York, Paddington broidery and tite Making of tite Feminine, Londres, The Women's Press, 198'1·.
Press, 1974. 7
Nochlin y Sutherland Harris, op. cit., págs. 18-20.
21! 0 IIISTOitiAS OF. Mt[fl':RF$, HISTO RIAS DEL ARTE EN BUSCA OE I.A M I! JEI{ i\ nT ISTA O 29

empiezan a reivindicar a partir del Qyattrocento que la pintu-


ra, la escultura y la arquitectura dejen de ser vistas como ofi-
cios mecánicos para adquirir el estatuto de artes liberales,
esto es, de actividades intelectuales dignas de un caballero.
Así, al mismo tiempo que los artistas se liberan progresiva-
mente de la tutela de los gremios, se va configurando la ima-
gen del creador tal y como la entendemos en sentido moder-
no: es en el siglo XVI, como se refleja en el célebre compen-
dio de biografías de artistas de Giorgio Vasari (Las vidas de los
más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cima-
bue a nuestros tiempos, publicado por primera vez en 1550),
cuando surgen toda una serie de nociones {genialidad, creati-
vidad, excentricidad, etc.) que aún hoy en día aparecen aso-
ciadas a la visión tópica de la creación.
Este proceso de consolidación de la posición social del ar-
tista se vio acompañado de un cambio de actitud {al menos
en las clases más privilegiadas) hacia la educación de las mu-
jeres. En 1528 Baldassare Castiglione publica El Cortesano, un
tratado en el que traza un retrato del cortesano ideal. Uno de
los capítulos del libro se hallaba dedicado por entero a glosar
las virtudes de la perlecta aristócrata, que no diferian sensi-
blemente, según Castiglione, de las del cortesano varón: una 4. Sofonisba
Anguissola,
refinada educación, habilidades para la pintura y el dibujo, la Autorretrato, 1563.
música y la poesía e ingenio en la conversación. No es de ex- Óleo sobre lienzo,
trañar, así, que entre las mujeres artistas del Renacimiento se 88,9 x 81,3 cm,
encuentren algunas de noble extracción: la pintora Caterina Colección de Earl
dei Vigri {1413-1463), por ejemplo, que procedía de la noble- Spencer, Althorp,
Northampton.
za ferraresa o la escultora Properzia de' Rossi (ca. 1490-1530)
que era hija, asimismo, de un noble boloñés. Pero quizá sea la
pintora Sofonisba Anguissola {1532/35-1625} la que repre-
sente con mayor exactitud el ideal de aristócrata ilustrada impedía vender su obra y sus lienzos circulaban por las cor-
descrito por Castiglione. Hija de un noble empobrecido fas- tes y casas nobiliarias europeas, donde se ofrecían como rega-
cinado por el ideario humanista, Anguissola, como sus her- los. De hecho, resulta llamativo observar cómo la propia An-
manas, aprendió desde muy pronto latín, música y, por su- guissola, en muchos de sus autorretratos, no se representa a. sí
puesto, dibujo y pintura. No obstante, su posición como pin- misma como pintora profesional, sino como una dama de no-
tora fue siempre peculiar: al carecer de la formación técnica ble cuna, versada en las artes de la música (en otras palabras,
que proporcionaban los talleres, tuvo que dejar de lado la no hace hincapié en sus habilidades artísticas, sino en otras fa-
pintura histórica o relit,>iosa., para centrarse en el género del cetas de su formación cultural que indican claramente su po·
retrato; por otra parte, aunque fue la primera mujer pintora sición social}. En su Autorretrato {fig. 4) de 1563, por ejemplo,
que alcanzó una celebridad considerable, su posición social le la pintora aparece retratada como una joven seria, de atuen·
30 0 NIST O RIAS DE Mf..lJERES, HISTORIAS DEL ARTE EN BUSCA m~ I.A M lj¡Eit ART ISTA 0 3J

do recatado, tocando el clavicordio junto a su dama de com-


pañía, conforme a la imagen de aristócrata refinada descrita
en El Cortesano.
A pesar del éxito que cosechó el tratado de Castiglione,
este modelo de pintora exquisita y diletante no dejaba de ser
una excepción en la Europa de la época: la mayor parte de
las mujeres artistas en los siglos XVI y XVII provenían de fa-
milias de pintores, en cuyo seno podían acceder a una forma-
ción gratuita y disponer de lienzos, pigmentos y otros mate-
riales que les hubiera resultado muy dificil conseguir por
otros medios. La lista de mt~ eres artistas vinculadas a talleres
familiares es amplísima: por citar tan sólo a algunas, habría
que mencionar a Fede Galizia (1578-1630), hija del miniatu-
rista Nunzio Galizia; Lavinia Fontana (1552-1614), nacida en
la familia del pintor boloñés Prospero Fontana, Levina Teer-
linc (c. 1510120-1576), educada por su padre, el miniaturista
flamenco Simon Bining, o Marietta Robusti (1560-1590), hija
del célebre pintor veneciano Tintoretto.
Uno de los casos más conocidos es, sin duda, el de Artemi-
sia Gentileschi (1593-1652/53), que se formó en el taller de su
padre, Orazio Gentileschi, seguidor de Caravaggio, y contri-
buyó notablemente a difundir el naturalismo caravaggesco
en Florencia, Génova y Nápoles, ciudades en las que residió
alternativamente. Dos rasgos principales diferencian, no obs-
tante, a Artemisia Gentileschi de la mayor parte de las muje- 5. Artemisia
res artistas de su tiempo: en primer lugar, su predilección por Gentileschi,
Susanna e i vecclti
composiciones de gran escala, basadas con frecuencia en te- («Susana y los
mas bíblicos o mitológicos protagonizados por heroínas o viejos»), 1610.
«mujeres fuertes» como Judith, Susana, Lucrecia, Betsabé o Óleo sobre lienzo,
Esther; en segundo lugar, el tratamiento poco convencional 170 x 121 cm,
que recibe, en sus lienzos, la iconografía del heroísmo feme- Col. Schonbom,
Pommersfelden.
nino. Deténgamonos en una de sus primeras obras, Susanna e
i vecch.i («Susana y los viejos», fig. 5), fechada a principios de
la década de 1610. Susana, una joven y hermosa judía, era de-
seada en secreto por dos ancianos jueces que frecuentaban la
casa de su marido. Aprovechando un día caluroso en el que
Susana decidió tomar un baño en su jardín, los dos viejos se
escondieron tras unos árboles para espiarla y al ver que sus
doncellas la dejaban sola, le instaron a que se plegase a sus
deseos. Ante la negativa de la joven, la acusaron de adulterio
32 o HISTORIAS DF. MUJERES, IIISTORJAS DEL ARTE F.N BUSCA DE I J\ 1\ ltllfo:l\ ARTISTA O 33

y la llevaron a juicio, donde fue condenada a muerte. Cami- rante meses y aunque Tassi fue declarado culpable, el episo-
no del suplicio, Susana invocó la ayuda de Dios, que envió a dio debió dejar una huella indeleble en la vida de la pintora:
un muchacho de doc_e años que consiguió demostrar el peiju- «El hecho de que Artemisia eligiese el tema de Susana y el
rio de los ancianos. Estos fueron ejecutados y Susana recibió tratamiento poco común que le confirió -escribe Garra.rd-
desde entonces el apelativo de <<la casta». cxpresan claramente el punto de vista de una víctima de la
Como señala Mary D. Garrard8 , es curioso que una histo- violencia sexual, aunque es posible que la identificación per-
ria bíblica destinada a ensalzar la castidad femenina se haya sonal de la pintora con la historia de Susana se produjese Lan
transformado, en la tradición iconográfica occidental, en una sólo de forma inconsciente» 12•
escena de franca sensualidad e incluso en una oportunidad Estemos o no de acuerdo con la interpretación propuesta
para legitimar el placer escópico: la mayor parte de los pinto- por Garrard 13 , es sorprendente observar cómo la crítica tradi-
res renacentistas y barrocos se recrean en el episodio del cional se ha enfrentado a la violación de la pintora y a las pe-
baño, haciendo hincapié en el disfmte salaz de los viejos y en culiaridades de su universo iconográfico: las figuras femeni-
la exuberancia del cuerpo de Susana, que se ofrece, desnu- nas de Gentileschi han sido descritas, con frecuencia, como
do y accesible, a la mirada del espectador. El lienzo de Gen- «masculinas», <<monstruosas» o <<animalísticas»; su propen-
tileschi destaca, por el contrario, según Garrard, «el sufri- sión a pintar mujeres heroicas ha sido tachada de <<irreveren-
miento de la víctima y no el placer anticipado de los villa- te» y atribuida a su vida disoluta y frecuentes amoríos 14 • A
nos»9. Susana ya no aparece representada como una mujer partir del siglo XVIII, de hecho, se gestó toda una leyenda en
disponible e incluso complaciente, sino como una joven an- Lomo a la promiscuidad sexual de la pintora (w1a leyenda
gustiada, cuya vulnerabilidad se halla reforzada por la extra- que había sido alimentada por el propio Tassi durante el jui-
ña contorsión de su figura La intensidad expresiva de su ros- cio), <<famosa en toda Europa -según un crítico inglés de la
tro y el gesto de horror con el que rechaza las proposiciones época- tanto por sus romances como por su pintura>> 15• Po-
de los ancianos transmiten la sensación de <<ansiedad, terror y derosas o angustiadas, violentas o expresivas, las heroínas de
vergüenza experimentadas por una víctima obligada a elegir Gentileschi no se corresponden con ninguno de los estereoti-
entre la violación o el escarnio público» 10• La clave de esta pos asociados tradicionalmente al «arte femenino»: delicade-
complicidad entre Gentileschi y su protagonista habña que za, elegancia, blandura, debilidad ... Incapaz de encorsetarla
buscarla -afirma Garrard- en la biografia de la propia pin- en las categorías establecidas de «lo femenino», el discurso
tora: en la primavera de 1611, la artista fue violada por Agosti- dominante ha recurrido a dos estrategias narrativas aparente-
no Tassi, un pintor al que su padre había contratado para im- mente contrapuestas pero, en realidad, complementarias (en
partirle clases de perspectiva 11 • Para tranquilizar a la víctima, tanto en cuanto destacan la identidad sexual de Gentileschi,
Tassi le prometió matrimonio, pero cuando éste incumplió su su condición de mujer, por encima de la de artista): la de-
promesa, Gentileschi le reveló el incidente a su padre, que sexualización (Artemisia es una mujer <<masculina>>) y la hi-
denunció al agresor ante la justicia. El juicio se prolongó du-
1
~Garrard, <<Arlemisia and Susanna», op. cit., pág. 165.
~ M. D. Garrard, «Arlemisia and Susanna», en N. Broude y M. D. Garrard 13
Para una refutación, desde un punto ele vista feminista, de las tesis de
(eds.), Femini.m1 and Art History. QJustioning tfle Lit.any, Nueva York, Hru·per & Garrard, véase G. Pollock, «The female hero and the making of a feminisl ca·
Row, 19!!2, pág. 1•1·9. non. Attemisia Gentileschi's representations of Suanna and Juditll», en Dif}e·
fl lbfd., pág. 149. rcnci.11g the Canon. Feminist Desire and the Writi11g of Art:r Hist~ries, Roulledgc,
1() Jb(d., pág. 15!!. Londres y Nueva York, 1999, pá¡,'s. 97· 127.
11 14 Sobre este punto véase R. Parker y G . Pollock, Old Mi.!tresses. Womcn, Art,
Los ponne nores de la agTcsión y del ju.icio subsiguiente aparecen d escri·
tos en la monogml'i« d e Mary D. Garrard, Artemisia Gentiúschí: tl!e lmage ofLI~e tuul ldeology, Londres, HarperCollins, 1981, pág. 21.
Femaú Hero in/14/itm lloroque Art, Princeton, l'rinceton University Press, 1989. 15 Cit. en G<trrard, «Artemisia and Susanna», pág. 164.
34 0 l·llSTORIAS DE Ml!JF.RF.S, l·llSTORIAS DEL ARTE EN BUSCA DE I.A M (!IEil ARTI STA 0 :~!í

persexualización (Artemisia es una mujer «lasciva>>). Su obra, ( 1755-1842) y Adela.Ide Labille-Guiard (1749-1803), que b·a-
como la de tantas otras mujeres artistas, ha tendido a ser ana- bajaron durante las décadas de 1770 y 1780 bajo patrocinio re-
lizada, exclusivamente, a través del prisma del sexo, atrapada gio. En cualquier caso, la presencia de mujeres artistas en el
sin remisión en la jaula de «la feminidad». {unbito académico debía de ser percibida como una amena-
za, porque en 1770, después de un encendido debate, UAca-
clémie Royale decidió limitar a cuatro el número de mujeres
De la fundación de las Academias a la Revolución Francesa que podían formar parte de la institución.
La carrera de Vigée-Lebrun es un claro ejemplo de la posi-
Hacia fmes del siglo XVII y principios del xvu1 empezó a ción ambigua a la que se vieron abocadas las mujeres acadé-
producirse otro cambio importante en la imagen y el estatus micas del siglo XVIII. Aunque hizo algunas primeras incursio-
del artista. La fundación de las academias oficiales de arte, nes en el campo de la pintura de historia, excluida, como to-
destinadas a convertirse tanto en centros de formación artísti- das sus contemporáneas, de la clase de dibujo del desnudo,
ca (práctica y teórica) como en espacios de exhibición públi- Vigée-Lebrun se consagró al género del retrato, convirtiéndo-
ca, supuso una ruptura con el sistema de enseñanza artesanal se en una de las retratistas más apreciadas por la realeza y la
que se ofrecía todavía en los talleres y una consolidación <u·istocracia. Como apunta SutherléUld Harris 16, la recepción
(consolidación que ya se había iniciado, según vimos, en el crítica de la producción de las mujeres artistas ha oscilado,
Renacimiento) de la posición social e intelectual del artista. desde el Renacimiento al siglo xx, entre la tendencia a consi-
La actitud de las academias hacia las mujeres fue, desde el derar a la autora como una prodigiosa excepción dentro de
principio, contradictoria. Por una parte, a lo largo de los si- su género (dicho de otro modo, a asombrarse de que una
glos XVII y XVIII algunas mujeres artistas fueron aceptadas en obra tan «buena>> pueda haber sido concebida por una mu-
estas instituciones; por otra, sin embargo, no gozaron nunca jer}, la propensión a intentar rastrear en su trabajo las huellas
de los mismos privilegios que sus colegas varones: aunque en de una «sensibilidad femenina>> (delicadeza de trazo, suavi-
algunos casos se les autorizaba a participar en las reuniones, dad de colorido, blandura de las formas, etc.) o la costumbre de
en ninguna de las academias europeas se les permitió asistir a ensalzar las virtudes de"la mujer (su belleza, su distinción, su
las sesiones de dibujo del desnudo, dar clase o competir por modestia...) por encima de las de la artista.
la consecución de premios, como el famoso Premio de El caso de Vigée-Lebrun no es una excepción: si bien la
Roma. En definitiva, la condición de académicas era, para las mayor parte de sus contemporáneos apreciaban su destreza,
mujeres, sobre todo honolifica. solían atribuir su éxito a su juventud y a su belleza, así como
UAcadémie Royale de París, por ejemplo, tuvo en sus ini- a su encéUltO personal y a su capacidad para atraer a su salón
cios una política relativamente abierta hacia las mujeres. El a los miembros más destacados de la corte. Comentando uno
propio Luis XIV declaró que la institución debía albergar a de sus autorretratos, un critico de la época escribe: «El cuadro
todos los artistas de talento, con independencia de su sexo, y tiene miles de defectos, pero nada puede destruir el encanto de
hacia 1682 siete mujeres habían sido ya aceptadas entre sus fi- esta obra deliciosa [...] sólo una mujer, y una mujer bella, po-
las. En 1706, no obstante, la Academia se pronunció tota.l- dría haber alumbrado una idea tan encantadora>> 17• Como ob-
mente en contra de la admisión de mujeres, aunque en la serva Emma Barker, al cifrar el mérito del autorretrato en el
práctica algunas mujeres artistas consiguíeron acceder al ran-
go de académicas a lo largo del siglo xvm: entre otras, la ita-
"' Nochlin y Sutherland H arris, op. cit., pág. 30.
liana Rosalba Carriera (1675-1757}, que obtuvo enormes éxitos 17
Cit. en M. D. Sheriff, The Exceptional Woman: Eli<Pbeth Vigéc-Lebnm (lnd
en el manejo del pastel, la pintora de flores Anne Vallayer-Cos- lhe Cultural Polilics ofAr~ Chicago, University of Chicago Press, 199ú, pági-
ter (1744-1818) o las retratistas Elizabeth-Louise Vigée-Lebrun na 202.
36 0 HISTORIAS DE Mt[JERES, HISTORIAS DEL ARTE EN BUSCA OF. I.A MI HI'.II AIIT ISTA o 37
con las tres diosas, Venus, Diana y Juno, que instaron al pa')·
tor París a que entregase una manzana a la más bella de las
tres, y transformando, en definitiva, la rivalidad profesional
entre Vigée-Lebrun y otras mujeres artistas de la época en lm
mero concurso de belleza.
La propia Vigée-Lebrun se vio atrapada, sin duda, en las
redes de esta imagen de mujer exquisita y seductora. Obser·
vemos, por ejemplo, el Autoportrait au chapeau de paille (<<Auto·
rretrato con sombrero de paja>>}, de 1782 (fig. 6}, realizado
como un homenaje al famoso retrato femenino de Rubens, El
sombrero de paja (ca. 1622-25), que la autora había tenido oca-
sión de contemplar en el transcurso de un viaje a Amberes. Si
bien es cierto que Vigée-Lebrun se representa a sí misma con
los atributos de su oficio, la paleta y los pinceles, y que la obra
se concibe, sin duda, como un ejercicio de virtuosismo, desti-
nado a emular los extraordinarios efectos atmosféricos del
lienzo de Rubens, el retrato hace hincapié, sobre todo, en la
belleza distinguida de la artista: el cuadro describe, con deta-
G. Elizabeth·Louise lle, los pliegues sedosos de su elegante vestimenta, el encaje
Vigée-Lebrun,
Autoportrait au delicado de su chal, la blancura sonrosada de su rostro, en
chapeau de paille tomo al cual ondea, con estudiada informalidad, la suave tex-
(«Autorreb·ato con tura de sus cabellos. Esbozando una sonrisa, Vigée-Lebrun
sombrero de sostiene con elegancia la paleta, en la que aparecen restos de
paja»), ca. 1782.
pigmentos dispuestos cuidadosamente para armonizar con
Óleo sobre lienzo,
97,8 x 70, 5 cm, los colores de las flores que adornan su sombrero.
National Gallery, La situación de Vigée-Lebrun y de sus contemporáneas no
Londres. mejoró con la Revolución Francesa que tuvo, en contra de lo
que cabría esperar, consecuencias adversas para las mujeres
artistas. Buena prueba de ello es que la Société Populaire et
atractivo físico de la retratada, el escritor ignora a la Vigée-Le- Républicaine des Arts, fundada en 1793, decidiese categórica-
brun autora, transformándola en objeto de consumo erótico 18. mente cerrar sus puertas a las mujeres con el argumento de
Lo mismo podría decirse de muchos otros de los tópicos que que éstas eran «diferentes de los hombres en todos los aspec-
circulaban sobre la pintora en la literatura de la época: algu- tos»19. Sin embargo, debido quizá, según sugiere Nochlin20, a
nos críticos alababan a Vigée-Lebrun como una nueva Ve- la importancia creciente que empezaron a adquirir, en detri-
nus, la diosa romana del amor y la belleza; otros describían a mento de la pintura de historia, el retrato y los cuadros de gé-
la artista «disputándose la manzana>> con sus «rivales» en el nero, el número de mujeres artistas que exponían pública-
Salón, comparando así a la artista y a sus contemporáneas

IK E. Barker, «Women artists and the French Academy: Vigée-Lebrun in l!l Cit. en Nochlin y Sutherland Harris, op. cit., pág. 45.
the 1780s», en G. Perry (ed.), Gmder andAr~ op. cit., pág. 117. 20 lbíd., pág. 46.
38 0 HISTORIAS OF: Mt.!JF.RES, HISTORIAS OF:L ARTE EN BUSCA DF. I.A Ml!JER ARTISTA 0 39

m. 1801), atribuido, por aquel entonces, a David (fig. 7) . El


lienzo recibió la alabanza unánime de la crítica: André Mau-
rois lo describió como <<Ull cuadro perfecto, inolvidable» y el
propio museo ensalzó la obra corno un ejemplo del <<austero
gusto de la época»21• Sin embargo, cuando el cuadro fue rea-
lribuido a Charpentier después de la publicación por George
Wildenstein de una lista de todos los retratos expuestos en
el Salón de París entre 1800 y 1826, la opinión de los críticos
varió sensiblemente: James Lever, por ejemplo, afirmaba
en 1964 que «aunque el cuadro es muy atractivo como testi-
monio del periodo, tiene ciertos defectos en los que un pintor
del calibre de David nunca hubiera incurrido»22 • De hecho,
cuando Charles Sterling publicó en 1951 un articulo en el Me-
tropolitan Museum of Art Bulletin defendiendo la autoría de
C harpentier, uno de los argumentos que utilizó fue el del ca-
rácter «femenino» {y, por ende, menor), del lienzo: <<El trata-
7. Constan ce miento de la piel y los tejidos es muy suave y la articulación
Marie Charpentier, carece de corrección [...).Su poesía, literaria más que plástica,
Portrait de
Maikmoiselle
sus muy evidentes encantos y sus debilidades sabiamente ve-
du Val d'Og11es ladas, así corno su conjunto hecho de mil sutiles artificios,
(<<Autorretrato de lodo parece revelar el espíritu femenino»23•
Mademoiselle du La historia del Portrait de Mademoiselle Charlotte du Wll
Val d'Ognes»),
d'Ognes refleja claramente cómo la percepción del valor histó-
co.. 1801. Óleo
sobre lienzo, rico-artístico de una obra (que pasa, inmediatamente, a ser til-
161,3 x 128,6 cm, dada de <<femenina>> o «menor»} y, por supuesto, su valor cre-
The Metropolitan malístico se ven seriamente mermados cuando el cuadro es
Museum of Art, rcatribuido a una mujer. Bien es cierto que esto no ocurre tan
Nueva York.
sólo con las mujeres artistas, sino con todos aquellos pintores
considerados como <<discípulos» o <<set,ruidores de» y que el
mente en los Salones se incrementó considerablemente en la problema de las reatribuciones no es sino parte de un asunto
última década del siglo XVIII y principios del XIX. Entre éstas más amplio: la construcción de la historia del arte en torno a
habría que destacar al grupo de seguidoras o discípulas reuni- un núcleo privilegiado de <<grandes maestros» y una infinita
das en tomo al pintor oficial de la Revolución y la era napo- caterva de <<segundones». No obstante, si en el caso de Jos va-
leónica,Jacques-Louis David: Césarine Davin-Mirvault, An-
gélique Mongez o Constance Marie Charpentier, entre otras.
El caso de Charpentier es un buen ejemplo de cómo la ~ 1 Sobre este punto, véase \V. Chadwick, «Women artists and the politics
of rcpresentation», en A. Raven, C. Langer yJ. Frueh (eds.), Feminist Art Cri-
evaluación cualitativa de una obra se ve sesgada, con frecuen-
licism. An A11thology, Nueva York, Icon Editions, 1991, pá¡,rs. 177-180.
cia, por prejuicios de género. En 1922 el Metropolitan Mu- ~2 Cit en Parker y Pollock, op. cit., pág. 106.
seurn adquirió el Portrait de Mademoise!le Charlotte du Wll d'Ogn.es 2
" Cit. en Chadwick, «Women artists and the politics of representalion»,
(«Retrato de Mademoiselle Charlotte du Val d'Ognes», 0/J. cit., pág. 180.
40 0 l HSTORIAS DE MUJERI::S, HTSTOIUAS DEL ARTE EN BUSCA I)E t.A Ml!l l·:l( A RTISTA 0 41

rones un artista es considerado menor en función de la posi-


ción que ocupa, en un momento dado, dentro de un linaje de
grandes escuelas y «padres fundadores», en el caso de las mu-
jeres la equivalencia entre feminidad y baja calidad se esta-
blece automática e inmediatamente o, en otras palabras, pa-
rece ser siempre anterior a cualquier tipo de evaluación del
valor estético de su obra

El largo siglo XIX


8. Emily Mary
A lo largo del siglo xrx, algunas mujeres artistas se fueron Osbom, Nameless
and Friendless
adentrando en géneros pictóricos considerados hasta enton-
(«Sin fama ni amis·
ces como masculinos: es el caso de la británica Elizabeth tades»), 1857.
Thompson (1846-1933), conocida por sus enormes cuadros Óleo sobre lienzo,
de batallas, o de la francesa Rosa Bonheur (1822-1899), que 88 x 103 cm,
obtuvo una enorme popularidad por sus lienzos, dibujos y es- colección privada.
culturas de animales. A pesar del éxito que cosechó, Bonheur
se vio constreñida por las nociones dominantes en su tiempo yor prute de las veces amateur, limitado al reducto de lo do-
acerca del decoro femenino y del confinamiento de las muje- méstico, frente al ejercicio público del «Arte» con mayúscu-
res a la esfera de lo privado y lo doméstico. A fin de realizar las, reservado al sexo masculino. No es de exlrañar que las
los estudios preliminares para muchos de sus cuadros, la artis- mujeres artistas de la época encontraran dificultades a la hora
ta tuvo que visitar ferias de ganado, mataderos o mercados de ele labrarse una identidad profesional: ninguna de las dos
caballos, espacios, por aquel entonces, exclusivamente mas- imágenes prevalentes del artista (el gentleman profesional y el
culinos. Para poder moverse libremente y evitar el acoso de outsider bohemio) parecían ser compatibles con las definicio-
los visitantes, decidió disfrazarse de hombre, un atuendo que nes victorianas de la mujer <<respetable», esto es, domestica-
adoptaría con frecuencia a partir de ese momento. da, decorativa y maternal.
En efecto, es en esa época, y en particular en la Inglaterra La incómoda p osición de la mujer artista queda reflejada
victoriana, cuando se consolida el ideal burgués de la femini- en un cuadro de Emily Mary Osbom, Nameless and Friendless
dad: el de la mujer modesta y recatada, recluida en la atmós- (<<Sin fama ni amistades>>, fig. 8), fechado en 1857. El lienzo
fera apacible de su entorno familiar, convertida en un «ángel muestra, con el sentimentalismo algo dulzón propio de la pin-
del hogar». Es en ese periodo también cuando se afianza, en tura de género del momento, a una mujer joven, vestida de
materia artística, la llamada doctrina de las esferas separadas: lnto, que acaba de entrar, acompañada de un muchacho, en
si bien es dmante el reinado de la reina Victoria cuando, de- la tienda de un marchante con un cuadro y una carpeta de
bido a la presencia creciente de mujeres en el mundo artísti- pinturas o dibujos. Mientras el dueño del local examina el
co, empiezan a publicarse los primeros textos específicos so- lienzo con condescencia manifiesta, dos clientes (varones) si-
bre mujeres artistas, éstas aparecen siempre caracterizadas tuados a la izquierda de la imagen vuelven la mirada hacia la
como un grupo homogéneo en virtud de su sexo y radical- mujer (que fija, a su vez, tímidamente, los ojos en el suelo),
mente separado del universo de los creadores varones. Surge, desviando su atención de un grabado en el que se perciben
así, la noción de un «arte femenino», grácil, delicado y lama- las piernas desnudas de una bailarina. El mensaje que se des-
42 0 HISTORIAS O!; MUJF.RES, HISTORIAS DEL ARTE I;:N fiUSCA m: I.A ~llnEH ART ISTA O 43

prende de este juego entrecruzado de miradas resulta eviden- damente una vez al mes, con modelos femeninos, su rendi-
te: la mujer no tiene cabida en el mercado del arte como crea- miento disminuía sensiblemente). Algunos dudaban de que
dora sino como creación, como objeto de consumo y delecta- el modelo masculino pudiese mantener su sangre fría frente a
ción visual. El cuadro presenta algunas ambigüedades (¿Quién <<los rostros, los rubios cabellos y los ojos chispeantes de las
es el autor de los cuadros y dibujos? ¿La mujer o el mucha- jóvenes mujeres artistas»25. ¿Qué pasaría con la pureza del
cho? ¿Se trata de una madre acompañada de su hijo?), pero «gran arte>> si el modelo se viese, de repente, embargado por
la vestimenta y apariencia de la protagonista definen clara- la excitación?
mente su identidad moral y social. Su vestido limpio y reca- Quizá lo que se escondía detrás de todas estas discusiones,
tado, sus manos blancas y delicadas, su expresión entristecida como sugiere Garb, era el temor de que el arte en su conjun-
y modesta la convierten en la imagen arquetípica de la «dama to perdiera parte de su sacrosanto prestigio. Si éste no era ya
en apuros», esto es, de la mujer de clase media con dificulta- el reducto de los seres más evolucionados, ¿cómo podría se-
des monetarias (debidas, probablemente, a su reciente viude- guir siendo considerado como la encarnación de las más no-
dad), obligada a asegurarse su independencia económica sin bles aspiraciones humanas? «Lo que se ponía en entredicho
perder por ello su respetabilidad. con la entrada de las mujeres [en !1Ecole] -escribe Garb-
A lo largo del siglo XIX las mujeres fueron sistemáticamen- era la capacidad del grand ar~ que ya estaba siendo atacado
te excluidas de las escuelas públicas y organizaciones profe- desde varios flancos, para preservar el mito de su propia im-
sionales, viéndose impelidas a formar sus propias asociacio- portancia y su estatus como baluarte de los valores b·adicio-
nes como la Society of Female Artists, en Londres, o :VUnion •mles, en un momento en el que se veía amenazado por el
des Femmes Peintres et Sculpteurs, en París. La historiadora surgimiento de las nacientes vanguardias. Las mujeres no
Tamar Garb ha documentado la larga lucha de la presidenta sólo podían alterar la infraestructura organizativa [de la es-
y fundadora de :VUnion, Mme. Léon Bertaux, para conseguir cuela] y el bienestar de los estudiantes, sino poner de mani-
la admisión de mujeres en la más prestigiosa de las institucio- fi esto que la tradición académica no era más elevada que
nes públicas francesas, :VEcole des Beaux-Arts24. La mayor cualquier otro tipo de formación o práctica profesional. Si las
parte de los debates acerca de la conveniencia de la entrada mujeres eran capaces de "dominarlo", el legado académico,
de las mujeres en :VEcole se centraron en torno a la cuestión ya en sus últimos estertores, se vería completamente destro-
del estudio del desnudo. Si bien algunos de los opositores de nado y con él la esperanza de regeneración de la cultura fran-
Mme. Bertaux aducían razones prácticas (la escuela era de- resa>>26_
masiado pequeña para albergar a los estudiantes que ya te- Mientras luchaban por ser aceptadas en la enseñanza pú-
nía), los argumentos esgrimidos eran, sobre todo, de orden blica, las mujeres artistas tuvieron que buscar centros de for-
moral: se temía por el <<carácter» de las mujeres, que corrían mación alternativos. Muchas de ellas recurrieron a las Uamadas
el riesgo de corromperse o, peor aún, de masculinizarse, y «académies payanteS>> (academias de pago), que empezaron a
por la concentración de los estudiantes varones, que se vería proliferar, en número creciente, en el París decimonónico. Diri-
sin duda mermada por la presencia de mujeres en el aula Oa gidos por artistas célebres, estos estudios ofrecían el asesora-
prueba de ello -sostenía, por ejemplo, el pintor J ean-Léon miento de un «maitre» (maestro) reconocido, que era con fre-
Géróme- es que cuando los alumnos b·abajaban, aproxima- cuencia también profesor en !1Ecole des Beaux-Arts y lapo-
sibilidad de disponer de espacio y de modelos para practicar
~·1 T. Garb, Si.rters oflhe Bmrh. Women:r Artirtic Culture in Laie Nineteenth Cen-
tury Paris, Ncw ! laven y Londres, Yale University Press, 1 99~· {véase especial·
mente el capílulo 4, «Reason a.nd resista.nce: women's entry into thc Eco/e des :;,; Cit. en Garb, op. dt., pág. 9 J.
Beaux·ArlP>, pá¡,rs. 70- 104·). .,,, lbíd., pág. lo J.
44 HISTORIAS DE Ml!JERES, HI ~'TORIAS DF.L ARTE EN BUSCA O E I.A MIIJ I-.1~ ARTISTA 0 45

el dibujo del desnudo. Gran parte de estas academias acepta- estudios pioneros como el de Nochlin y Sutherland Harris
ban a estudiantes de sexo femenino, pero los precios de la sigue claramente presente. La propia Heller describe, en
matricula para las mujeres eran mucho más elevados que los tono elegíaco, el impacto que ejerció en el público de la
de los varones, de tal forma que sólo las artistas más adinera- época la exposición U0rnen Artists:
das, la mayoría extranjeras, podían costearse este tipo de en-
señanza. Por otro lado, en la mayor parte de estos estudios El21 de diciembre de 1976, Los Angeles County Museum
privados tan sólo se permitía dibujar partes aisladas de la ana- of Art inauguró una exposición de importancia capital, Wo-
tomía, pero rara vez el cuerpo entero. La famosa Académie men Arlists: 7550-7950, comisariada por Ann Sutherland Ha-
J ulian, en la que se formaron muchos artistas de vanguardia, nis y Linda Nochlin. Dos meses después, la visité junto a mi
padre, un grabador, funcionario de universidad y escritor que
era uno de los pocos centros en los que se ofrecía la posibili-
había publicado su propio libro sobre mujeres artistas unos
dad de trabajar con modelos (masculinos y femeninos) par-
años antes. Todavía recuerdo vívidamente lo emocionante
cial o totalmente desnudos. En la primavera de 1897, después que resultó ver reunidas por primera vez más de ciento cin-
de casi diez años de lucha, las mujeres fueron por fin admitidas cuenta obras de ochenta y seis artistas de diferentes épocas y
en las aulas de I.!Ecole des Beaux-Arts. Lo irónico es que justo nacionalidades, todas ellas pintoras profesionales. La exposi-
en el momento en que las estudiantes logrcll'on acceder sin tra- ción cosechó un gran éxito y recibió mucha publicidad al
bas a la enseñanza oficial, la hegemonía de la doctrina acadé- trasladarse de Los Ángeles a Brooklyn, Pittsburgh y Austin.
mica se había visto desbancada por el avance imparable de las Los visitantes se sintieron sorprendidos por la impresionante
vanguardias. Las mujeres habían conseguido conquistar el bas- cantidad y la gran calidad de los cuadros expuestos y por las
tión de la Academia, pero el foco de la creación artística se ha- carreras de las artistas laboriosamente documentadas en el ca-
bía desplazado ya, definitivamente, hacia otro sitio. tálogo de la muestra.

El texto de Nochlin y Sutherland Harris planteaba (y este


HACIA UN NUEVO PARADIGMA t·s un aspecto que no ha sido, en mi opinión, suficientemente
reconocido) una sede de aportaciones que han resultado de
Problemas metodológicos c•norme interés para posteriores investigaciones sobre muje-
res rutistas: la posibilidad de esbozar una historia de las con-
El proceso de recuperación de la obra de las mujeres ar- diciones sociales de producción artística de las mujeres (no
tistas del pasado que se inició en la década de los setenta su- Ita y que olvidar que Nochlin y Sutherland Harris organizaron
puso, sin duda, un fecundo punto de partida: a lo largo de I'Sla exposición en un momento en el que el feminismo se ha-
los años ochenta y noventa nuestro conocimiento de la crea- llaba todavía muy próximo a movimientos de filiación mar-
tividad femenina se ha ido enriqueciendo con la publica- xista), la existencia de arraigados prejuicios de género en la
ción de incontables estudios y monografias27• Resulta curio- 'eccpción crítica de la obra de mujeres artistas o la división
so descubrir cómo en un libro tan tardío como el de Nancy sexual de los géneros artísticos (articulada, como hemos seña-
G. Heller, U0rnen Artists. An Illustrated History («Mujeres ar- lado recurrentemente, en tomo a la cuestión del estudio del
tistas. Una historia ilustrada»), editado en 1987, la huella de desnudo). Sin embargo, casi un cuarto de siglo después de la
celebración de esta exposición, resulta le!:,'ítimo preguntarse
hasta qué punto el proyecto de «hacerle un hueco» a las mu-
~7 Es imposible citar aquí la amplísima lista de libros sobre mujeres artistas
publicados en las últimas décadas. Uno de los mejores textos introductorios jeres en el discurso histórico-artístico dominante ha dado los
sobre esta materia traducidos al castellano es el de W. Chadwick (1990), Mu- frutos esperados. Cierto es que se han incluido algunos nom-
jer, arú y socitdod, llarcclona, Destino, 1999. bres de mujeres en las historias del arte generales más influ-
46 a IIISTORIAS OF. MllJF.RES, HI STORJAS DEL ARTE EN BUSCA DE 1.;\ MLHER ARTISTA a 47

yentes, como la de H . WJanson 28 ; cierto es que varios de los nocidos (y, por supuesto, más cotizados en el mercado); por
grandes museos han desempolvado entre sus fondos algunos otra parte, debido a sus carencias técnicas, muchos de los
cuadros hechos por mujeres, llegando incluso, como en el lienzos de mujeres pintoras se han deteriorado o perdido
caso de la refundada Tate Britain de Londres, a desechar el dis- para siempre. Así, cuando la historiadora Fredrikaj acobs de-
curso cronólogico en favor de una organización temática de cidió escribir un libro sobre las mujeres artistas del Renaci-
sus fondos, que tiene en cuenta factores como el género o la miento31, se encontró con el problema de que, a pesar de que
raza; cierto es que en las universidades (sobre todo en las del casi todas ellas eran sobradamente conocidas por sus contem-
mundo anglosajón) se han introducido algunos cursos sobre poráneos {y aparecían citadas repetidamente en los tratados
mujeres artistas y que algunas creadoras, como Artemisia del momento), muy pocas de sus obras habían sobrevivido
Gentileschi, parecen haberse infiltrado en el panteón de gran- hasta nuestros días.Jacobs tuvo, por lo tanto, que cambiar la
des artistas e incluso en el imaginario popular (prueba de ello orientación inicial de su proyecto: en vez de dedicarse a exa-
es el éxito del best-seller de Alexandra Lapierre, Artemisia: A No- minar la producción pictórica de estas mujeres, decidió cen-
vel («Artemisia: una novela>>), al que no han sido ajenos, sin trarse en el análisis de lo que se había escrito sobre ellas, es de-
duda, los detalles escabrosos de la biografía de la artista29). cir, en el estudio de cómo la crítica de la época había construi-
No obstante, hay que reconocer que, en su conjunto, el canon do la figura de la virtuosa renacentista. Éste no es sino un
(masculino) tradicional sigue gozando de una extraordi naria ejemplo de hasta qué punto, como escribe Chadwick, <<la au-
vitalidad. sencia de obra, la base en la que se asienta cualquier discurso
Y es que el proyecto de recuperación de la obra de gran- histórico-artístico tradicional, hace pensar que no seremos
des mujeres artistas (al menos, tal y como se concibió inicial- quizá nunca capaces de intehrrar completamente el arte de las
mente) presenta dos grandes tipos de problemas. En primer mujeres en el contexto del de sus colegas y contemporáneos
lugar, problemas, como apunta Whitney Chadwick~ 0, de or- varones a pesar de todas las buenas palabras acerca de que el
den puramente documental. Muchas de las obras hechas por género es irrelevante cuando se habla de "gran" arte»32.
mujeres permanecen relegadas en los sótanos de almacenaje Por otra parte, como pusieron de manifiesto Roszika Par-
de los museos, lo que dificulta su estudio y evaluación; dado ker y Griselda Pollock en un libro enormemente influyente
que las mujeres trabajaron con frecuencia en el marco de ta- para la critica feminista, Old Mistresses. Women, Art, and Ideology
lleres familiares, su obra se vende muchas veces en las salas («Viejas amantes. Mujeres, arte e ideología»)33, publicado
de subastas bajo el nombre de sus maestros, mucho más co- en 1981, las primeras aproximaciones a la historia de las mu-
jeres artistas suscitaban también problemas de orden meto-
dológico. En efecto, mientras que Petersen y Wilson se cen-
28 La Ilisloria del arlt de Janson, traducida al español en la editorial Al.ian· traban casi exclusivamente en las biografias de las artistas, de-
za, es el libro de referencia en casi todas las universidades anglosajonas (y aun· jando de lado el análisis de sus obras, Nochlin y Sutherland
que no es tan conocido como allí, en nuestro país también se maneja con fre- 1Janís acometían el estudio de la obra, pero con todas las he-
cuencia). Cuando se le reprochó la ausencia absoluta de mujeres en su ma-
tHI.mientas habituales del atribucionismo tradicional. Las ar-
nuai,.Janson replicó que nunca había sabido de ninguna mujer artista que hu-
biese cambiado el curso de la historia del arte y que, por lo tanto, ninguna me- tistas aparecían ordenadas cronológicamente y precedidas de
recía ser incluida en su obra (cit. en Pollock, Differencing the Canon. Feminist
Desire ami tite Writing ofArt Histories, op. cit., pág. 20, nota 12). Sin embargo,
en la edición de 1986 se incluyeron por primera vez algunos nombres de 'll F. J acobs, Defining the Renflissarue Virtuosa. Womm Artifts and the Languagc
mujeres. ofArt History and Criticism, Cambtidge, Can1bridge University Press, 1!)!)7.
~~ A. Lapierre, Artemisia: A Nove4 Nueva York, Grovc Press, 2000. ' l Chadwick, «Women artists and the politics of reprcscnt.ation», ojJ. cit.,
30 C hadwick, «Womcn arlists a nd the politics of represcntation•, op. cit., p:ig. 170.
págs. 167- 171. " Véase la nota 14.
48 0 HISTORIAS DE MUJERES, 1-llSTORIAS DEL ARTE EN BUSCA DE LA ML! IER ARTIS l'A O 49

una entrada en las que se indicaba su nombre, su nacionali- es sin duda ajeno a la mente de las mujeres, y estas hazañas
dad y las fechas de su nacimiento y muerte. Los datos que se no podrían haberse realizado sin una gran dosis de talenlo,
proporcionaban sobre cada una de ellas eran de carácter bá- que en las mujeres es normalmente muy escaso»35 .
sicamente documental: los principales datos biográficos co- La historia de las mujeres artistas - parecían sugerir, en el
nocidos, las etapas más importantes de su trayectoria profe- fondo, Nochlin y Sutherland Harris-- podría resumirse sim-
sional, un breve comentario acerca de las obras expuestas (re- plemente como un proceso de lucha constante contra la dis-
ferente, sobre todo, a problemas de estilo y atribución) y criminación, como una superación continua de prejuicios y
alguna indicación acerca de la influencia que ejercieron en fu- barreras, que las artistas habrían conseguido ir eliminando
turas generaciones de pintoras. En otras palabras, la exposi- poco a poco a lo largo de los siglos para llegar, a fines de
ción Uf¡men Artists se basaba en los mismos parámetros de nuestra centuria, al horizonte esperanzador de una plena in-
evaluación (parámetros de autoría, de calidad o de influencia) tegración. A este respecto, Nochlin afirmaba:
que el discurso histórico-artístico establecido.
Además, Nochlin y Sutherland Harris adoptaban, en oca- Lo importante es que las mujeres se enfrenten a la realidad
siones, un tono que podría calificarse de hagiográfico, presen- de su historia y de su situación actual, sin alegar excusas o
tando a las mujeres artistas de éxito como valientes pioneras exaltar la mediocridad. La marginación puede ser una excu-
sa, pero no una posición intelectual. Por el contrario, utilizan-
o audaces heroínas, luchadoras incansables en su combate
do su situación corno perdedoras en el reino de la genialidad
contra un medio hostil. «Lo que distingue a Kauffman de la
y de outsiders en el terreno de la ideología como un ptmto de
mayor parte de las mujeres artistas de su tiempo -escribía, vista privj)egiado, las mujeres pueden contribuir a desvelar
por ejemplo, Sutherland Harris- es que se negó a cultivar el las trampas institucionales e intelectuales del discurso domi-
retrato, la naturaleza muerta o alguno de los otros géneros nante en general y, al mismo tiempo que destruyen la falsa
menores. Por el contrario, decidió dedicarse a la pintura de conciencia, participar en la creación de instituciones en las
historia. Este ámbito, que en el siglo XVIII era el que confería que el pensamiento riguroso (y la verdadera grandeza} sean
mayor prestigio a un pintor, se hallaba tradicionalmente ce- retos abiertos a cualquiera, hombre o mujer, que sea lo sufi-
rrado a las mujeres. [...] Kauffman, con una valentía que por cientemente valiente como para coner eli;esgo necesario de
aquel entonces debió de ser considerada como una increíble saltar al abismo de lo desconocido31;.
audacia, se negó a poner coto a sus ambiciones»34. Así conce-
bida, la historia de las grandes mujeres artistas no deja de ser Esta imagen de la historia de las mujeres artistas como una
una historia de las «excepciones»: Nochlin y Sutherland Ha- continua carrera de obstáculos aparece claramente reflejada
rris estaban reproduciendo, en cierto modo, la paradoja en la en un libro de 1979 de la escritora Germaine Greer, titulado
que ya habían incurrido, siglos atrás, esclitores como Plinio o precisamente The Obstacle Race. The Fortunes of Uf¡men Painters
Boccaccio, que se deshacían en loas hacia determinadas mu- and Their Uf¡rk («La carrera de obstáculos. Los avatares de las
jeres artistas, pero tan sólo para demostrar hasta qué punto mujeres artistas y de su trabajo»)37• En la primera parte de la
resultaban atípicas dentro del conjunto de su sexo o, dicho de obra, Greer enumera las trabas a las que, en su opinión, han
otro modo, para reforzar la idea de que las mujeres y la genia-
lidad artística eran, en realidad, incompatibles. «He conside-
rado los logros de estas mujeres dignos de alabanza -puede JS Cit. en G. Pollock {!988), VisionandDifference. Femininity,feminúmand the

leerse, por ejemplo, en De Claris Mulieribus- porque el arte histories ofart, Londres y Nueva York, Routleclge, 1994, pág. 42.
"" Nochli.n, <<Why Have There Been No Great Women Artists?», op. cit.,
pág. 176.
:o G. Greer, The Obstacle Race. 17w Fortunes of Womm Painlers and Tñeir Worh;
34 Nochlin y Sulherland Harris, op. cit., pág. 1i5. Nueva York, Fana.r Straus Giroux, J9i9.
50 0 HI ST O RIAS DE Mt.[)ERES, HlSTORIAS DEL ARTE EN BUSCA DE LJ\ M q ¡EI\ ART IST A 0 51

tenido que enfrentarse las mujeres artistas a lo largo de los si- la historia del arte para hacer una hist01ia del arte feminista.
glos: la tiranía de la familia, que castraba su creatividad, hacien- Subrayar las aportaciones de las mujeres artistas para incluir-
do que se limitasen a imitar el estilo y métodos de trabajo del ta- las, sin más, en el canon dominante no contribuye a poner en
ller familiar, dominado por la figura omnipotente del padre o entredicho la jerarquía de valores en la que se basa el discur-
del hermano; la devoción amorosa, que les incitaba a supeditar- so histórico-artístico tradicional: lo que se impone es una de-
se a sus maridos o amantes, sacrificando su carrera en aras del construcción radical de las bases teóricas y metodológicas so-
triunfo del «maestro»; el falso discurso de la excelencia practica- bre las que se asienta la disciplina o, por decirlo en los térmi-
do por muchos tratadistas masculinos, que se deshacían en ala- nos acuñados por Thomas S. Kuhn en su conocido ensayo La
banzas hacia la belleza, gracia o virtud de las pintoras sin entrar estructura de las revoluciones científica?9 , un cambio absoluto de
nunca a considerar la posible calidad o belleza de sus obras; o, paradigma. Esto no implica, por supuesto, invalidar la labor
por el contrario, la humillación a la que se veían sometidas de recuperación del legado femenino: «El estudio histórico
aquellas artistas que no respondían al patrón de la gracilidad fe- de las mujeres artistas es una necesidad de primer orden
menina, despreciadas una y otra vez por la crítica como -afirma Pollock- ya que su actividad ha sido constante- ·
monstruos, fenómenos antinaturales o mujeres «masculinas». Si mente ignorada en lo que denominamos historia del arte. Te-
Nochlin y Sutherland Harris hacían hincapié en las trabas insti- nemos que refutar la mentira de que no habido mujeres artis-
tucionales, el problema, para Greer, no residía tanto en la exis- tas o de que las mujeres artistas conocidas son siempre de se-
tencia de obstáculos externos, cuanto en la internalización por gundo orden porque su obra se halla marcada por la huella
parte de las mujeres de todos aquellos prejuicios que una socie- indeleble de su feminidad>>. No obstante, la recuperación his-
dad sexista esgrimía constantemente contra ellas. 1he Obstacle tórica por sí sola es insuficiente si no va acompañada, al mis-
Race no era, en realidad, sino una prolongación de la tesis freu- mo tiempo, de una desarticulación «de los discursos y prácti-
dianizante que Greer ya había expuesto en el libro que la lanzó cas de la propia historia del arte>>4o.
a la fama en 1971, 1he Female Eunuch («El eunuco femenino»)38 : En realidad, para Parker y Pollock, la ausencia de las muje-
la opresión patriarcal lleva a las mujeres a asumir, en el plano res en los anales de la «vieja» historia del arte no es una mera
inconsciente, la creencia en su propia inferioridad; la mujer omisión o un simple olvido, sino la condición misma en la
vive, desde la infancia, la experiencia de su castración, es un eu- que se asienta la disciplina como tal. Todo lo que las mujeres
nuco con un ego debilitado y dolorido que acepta, sin rebelarse, producen como artistas se mide en función de su pertenencia
la necesidad de su sumisión. Greer invierte la argumentación de al sexo femenino, se evalúa a la luz de ese difuso pero persis-
Nochlin (si ésta ponía el acento en las limitaciones externas, tente concepto que es la «feminidad>>. A su vez, el carácter
aquélla destaca las restricciones internas}, pero el problema bá- «femenino>> de una obra sirve invariablemente para demos-
sico, para ambas, sigue siendo el de superar la discriminación. trar el estatus secundario de su autora. ¿Pero qué significan
realmente esa equivalencia entre el arte hecho por mujeres y
la feminidad y esa correspondencia entre feminidad y arte
¿Es suficiente añadir el nombre de las mujeres a la historia menor? ¿Por qué es necesario insistir tan machaconamente
del arte para hacer una historia del arte feminista? sobre ese punto? Quizá, como sugieren Parker y Pollock, por-
que el estereotipo de la feminidad o, en otras palabras, el con-
Es esta insistencia en la búsqueda de la integración lo que cepto «mujer artista», funciona como el «otro>> o la categoría
criticaban Parker y Pollock en Old Mistresses. En efecto, no es
suficiente --escribían- «añadir» el nombre de las mujeres a :o.J T . S. Kuhn (1962), La estructura de las revolucirmes científicas, México, Fon-
do de Cultura Económica, 1984.
38 G. C reer, Thc l'tmmle Emwch, Nueva York, McGraw·Hill, 1071. '" Pollock, Vision and Difference, op. cit., pág. 55.
52 0 HISTORIAS DE Ml[JERES, HISTORIAS OEI. ARTE EN BUSC A m: I.A Ml!JEH ARTISTA 0 53

negativa sobre la que se sustenta el privilegio masculino. pués de cursar sus estudios en la Pennsylvania Academy,
«Nunca hablamos de hombres artistas o del arte de los hom- Cassatt, hija de un rico negociante de Filadelfia, se instaló en
bres; hablamos simplemente de arte o de artistas>>, observa Pañs, entrando en contacto con el grupo de pintores que por
Pollock. «Esta oculta prerrogativa sexual se basa en la crea- aquel entonces encamaba la modernidad, los impresionistas.
ción de un contrapunto negativo, de un "otro", lo femenino, Berthe Morisot, por su parte, mantuvo estrechas relaciones
que funciona como el término necesario de comparación. El con los miembros más destacados del movimiento, Manet,
arte hecho por mujeres tiene que ser mencionado, y despre- Renoir, Degas, Pisarro o Monet. En un artículo titulado «Mo-
ciado acto seguido, precisamente para poder seguir garanti- demity and the spaces of femininity» («La modernidad y los
zando la pervivencia de esta jerarquía>>41 • En ese sentido, lo espacios de la feminidad»), Pollock reivindica la necesidad de
importante no es tanto (o no sólo) rescatar la obra de una se- tener en cuenta, cuando se aborda la obra de Cassatt y de
rie de mujeres olvidadas, sino preguntarse por qué han sido Morisot, un aspecto ignorado por la mayor parte de los tex-
discriminadas, examinar en qué medida la historia del arte ha tos sobre el impresionismo: la relación entre la sexualidad y
contribuido a fmjar una determinada construcción de la dife- la naciente modemidad42. ¿Cómo influyeron los discursos
rencia sexual y analizar, sobre todo, cómo han vivido las mu- dominantes sobre la diferencia sexual en la vida de estas pin-
jeres esa construcción a lo largo de los siglos. toras? ¿y en qué medida condicionaron las imágenes que
En efecto, la historia de las mujeres artistas no es simple- produjeron?
mente, como proponían Nochlin y Sutherland Harris, la cró- La mayoría de los cuadros de Cassatt y de Morisot se desa-
nica de una lucha heroica contra la exclusión: las mujeres no rrollan en espacios interiores o domésticos: comedores, dor-
han creado sus obras desde un afuera de la historia, es decir, mitorios, balcones, jardines particulares... Cierto es que las
desde un espacio situado fuera de la cultura, un espacio de re- protagonistas de algunos de sus lienzos se aventuran en espa-
clusión y de silencio, sino que se han visto abocadas a traba- cios públicos; pero se trata siempre de esos escasos espacios
jar dentro de esa misma cultura pero ocupando una posición abiertos a las mujeres «respetables» de la burguesía, como los
distinta a la de los artistas varones. La labor de una historia- parques o los palcos de los teatros. En efecto, es quizá en el
dora del arte feminista consiste, precisamente, según Pollock, Patís del último tercio del siglo XIX donde se consolida con
en evaluar en qué reside esa diferencia (siempre teniendo en más fuerza la ideología burguesa de la separación entre lo pú-
cuenta que se trata de una diferencia históricamente constitui- blico y lo privado (una separación basada en condicionantes
da y no biológicamente determinada, según parecían sugerir de clase pero también de género): mientras que los hombres
los escritores victorianos), en estudiar las condiciones históri- descubren, con placer, toda una serie de nuevos territorios
cas concretas en las que se ha enmarcado la creatividad feme- públicos de ocio (el teatro de variedades, el burdel, el caft-con-
nina y en dilucidar cómo las mujeres artistas han ido nego- cerL. .}, todos esos territorios que evocan con brillantez los
ciando sus posiciones dentro del mundo del arte, esto es, cuadros de los pintores impresionistas varones, las mujeres se
cómo han conseguido conciliar la contradicción que supone, atrincheran en el ámbito de la domesticidad. Ello no quiere
en el marco de la historia del arte institucional, ser mujer y ser decir, por supuesto, que el entorno público no se halle tam-
artista. bién poblado de mujeres, pero se trata de prostitutas, cantan-
Examinemos, por ejemplo, el caso de dos pintoras asocia- les, cortesanas o trabajadoras, es decir, de mujeres que no res-
das al impresionismo, la norteamericana Mary Cassatt (1844- ponden al ideal burgués de la feminidad. Por otra parte, es
1926) y la francesa Berthe Morisot (1841-1895). En 1866, des- verdad que las mujeres de la burguesía salen de sus casas para

·•~ Pollock, «Modemity and the spaces of femininity», en Vision mui Differen·
41
lbíd., pág. 20. rr, op. cit., págs. 50-fJO.
54 0 HISTORIAS nr·: MUJF.RF.S, HlSTORIAS DEL ARTE EN BUSCA I'H: I J\ M lfJI•.I\ 1\1\TI STA O 55

pasear {casi siempre acompañadas por su marido o por sus


hijos), ir de compras, visitar a sus amistades o simplemen·
te exhibirse en los palcos de los teatros. No obstante, aden·
trarse en el espacio público entraña siempre un cierto riesgo
para la mujer «respetable». Como escribe Jules Michelet en
lA Femme {«La Mujer», 1858-1860):

iCuántos inconvenientes acechan a la mujer soltera! No


puede salir casi nunca por la tarde; la confundirían de inme·
diato con una prostituta. Hay miles de sitios reservados a los
hombres y si por casualidad tiene que entrar en alguno de
ellos por cuestiones de negocios, los hombres la miran con
asombro y se ríen de ella a pierna suelta. Imaginemos, por
ejemplo, que un día se le ha hecho tarde en el otro extremo
de París y tiene hambre: no se atreverá siquiera a entrar en un
restaurante. Se convertiría en un acontecimiento, en un es-
pectáculo.Todas las miradas se fijarían en ella y se vería obli-
gada a escuchar conjeturas hirientes y de dudoso gusto sobre
su presencia4:1.

Es este espacio amenazante de la masculinidad el que pa·


rece no tener cabida en los lienzos de Cassatt y de Morisot. <'•las se sitúan en un ángulo oblicuo al plano del cuadro, lo 9. Mary Cassatt,
¿Debemos concluir, por tanto, que las pintoras se plegaron, que refuerza aún más la sensación de tensión e incomodidad. La loge («El palco»},
1882. Óleo sobre
sin más, a las definiciones imperantes de lo femenino? ¿Que l·:n La loge de Renoir, por el contrario, la protagonista apare- lienzo, 80 x 64 cm,
sus cuadros se limitan a reflejar la vida de la mujer burguesa n· claramente enmarcada en los bordes del lienzo, convertí· National Gallery of
del momento? Comparemos dos escenas características de la da ella misma en obra de arte, en un bello objeto digno de Art, Washington
iconografía impresionista: La loge («El palco») de Cassatt 1 ontcmplación. En la parte trasera de la imagen, su acompa- D.C.
(1883, fig. 9) y un cuadro de Renoir de idéntico título fecha- 1\unte dirige el binóculo hacia lo alto, intentando avistar, pre-
do en 1876 (fig. 10). Como revelan los estudios preparatorios Ntllniblemente, a otra bella mujer situada en los palcos supe· 10. Pierre-Auguste
del lienzo de Cassatt, la impresión de rigidez y formalidad 1 iores del teatro. El cuadro de Renoir deja muy claro dónde Renoir, La /Qge («El
palco»}, 1874.
que se desprende de la pose de las dos protagonistas fue pro- •eside el poder: a quién le corresponde observar y a quién le Óleo sobre lienzo,
ducto de una elección consciente por parte de la artista. Una ¡·orresponde ser observada. Esto no si¡,rnifica que, frente a la 80 x 64 cm,
de las muchachas sostiene con desgana un ramo de flores en- mirada masculina de Renoir, Cassatt haya conseguido captar Courtauld Institute
tre sus manos, mientras que la otra se protege detrás de un in· t•n su cuadro la «auténtica» o «verdadera» vivencia de la fe- Galleries, Londres.
menso abanico. El espectador percibe con claridad el males- minidad. Ambas imágenes {la de Renoir y la de Cassatt) son
lar de las «debutantes», perdidas en el espacio desconocido 1H'oducto de una determinada construcción de la diferencia
de lo público, acicaladas con cuidado para gustar, expuestas 11cxual, pero en el caso de Cassatt esa construcción refl eja. al-
a la mirada apreciativa de un presunto admirador. Las joven- ¡.¡unas de las estrategias que desarrollaron las mujeres artistas
<Id París del xrx para sustraerse o resistirse, pactar o negoci~u·
1:1 Cit. en Pollock, ocModcmity and the spaces of femininity», op. cit., ron las concepciones prevalentes de lo femenino en la bur-
pág. 6!J. guesía de su tiempo.
56 r HIST O RIAS DE ML!JERES, HIST O RIAS OE.L ARTE EN BUSC\ OF. 1.11 ~H IJER A RTISTA : ) 57

mos, por ejemplo, al caso de Sofonisba Anguissola. Las cir-


cunstancias especiales que marcaron la educación artística de
Anguissola no sólo tuvieron efectos negativos en su obra {esto
es, no fueron tan sólo -como parecían sugerir Nochlin y
Sutherland Harris- una serie de obstáculos al libre desarro-
llo de su creatividad), sino que constituyeron también un es-
límulo que le incitó a explorar nuevas vias. Bien es cierto que
al no haberse formado en el ámbito de un taller, no gozó de
la posibilidad de cultivar la pinlura histórica o religiosa. De
ahí que tuviese que volverse, en busca de temas, hacia su en-
torno más inmediato, centrándose en los escenarios y mo-
delos que se hallaban a su disposición. En un cuadro de 1555
{llg. 11), por ejemplo, retrata a sus tres hermanas jugando al
~~edrez junto a su dama de compañía, en el jardín de la casa
l~uniliar. Frente al tipo de retrato formal o institucional impe-
rante en el Renacimiento italiano, el cuadro de Anguissola
desprende un aire de frescw·a desenfadada, de espóntanea in-
liJrmalidad; las modelos parecen haber abandonado los arti-
fi cios de la pose y se sonríen y hablan entre sí, con una viva-
r ielad que prefigura el género de las llamadas conversalion
¡Jieces; toda la escena transcurre en un entorno cotidiano, en el
<'spacio íntimo de la domesticidad. Así, puede decirse que
fu eron precisamente los condicionamientos {sexuales, pero
11. Sofonisba Negociar las diferencias lambién sociales) que rodearon la carrera de Anguissola {la
Anguissola, Tre.r singularidad de su posición como mujer artista de extracción
ltenrumas juga11do al El término «negociar» es importante porque contrarresta la 11oble que no provenía, en contra de lo habitual en la época,
ajedre;;. 1555.
O leo sobre lienzo,
visión simplista de las mujeres artistas como víctimas pasivas ele una familia de pintores) los que le impulsaron a empren-
72 x 97 cm, o audaces luchadoras contra la opresión patriarcal. La ima- der otros caminos creativos, abriendo una nueva brecha en el
Muzeum gen de la historia de las mujeres creadoras como la de una 14{•nero del retrato.
Narodowc, Poznan. evolución lineal y progresiva desde la marginación hacia la Parece necesario, por lo tanto, considerar las condiciones
igualdad enmascara, según apuntan Parker y Pollock, «las re- hisló1icas concretas {que no han sido siempre tan adversas
laciones dialécticas que han establecido las mujeres artistas romo se ha querido hacer creer) en las que se ha desarrollado
con las definiciones dominantes de la artisticidad. Esas defini- la labor de las mujeres si no queremos caer en una especie de
ciones han ido cambiando. En algunas ocasiones, han jugado visión transhistórica y monolítica de la categoría «mujer artis-
a favor de las mujeres; en otras, les han provocado conflictos la>>; es importante, asimismo, subrayar su especificidad como
imposibles de resolver. Con lo que nos enfrentamos es con Nt 1jclos, su unicidad individual. No se trata, evidentemente, de
una historia. compleja y, desde luego, no unitaria.»44. Valva- ll<·gar que las mujeres artistas hayan compartido, en virtud de
~~ 1sexo, una experiencia histórica común {si así fuera, la propia
dl'IIOminación <<mujer artista» carecería de sentido), sino de re-
.... Parkcr y PoliO< k, ufJ. rit.. pág. !!4. ' onocer el abanico heterogéneo de reacciones o posiciones
58 0 HISTORIAS Df. MUJERES, HISTORIAS DEL ARTE F.N 1\USC A l)h 1 ~11 1 1' 11 A ll'l IS 1'1\ O !iiJ

(anuencia, resistencia, complicidad, rebelión ...) que ha podido Efectivamente, si bien es verdad que todas las mujeres co n
adoptar dentro de ese marco compartido cada mujer, en fun- sideradas en el libro de Elliotl y Wallace tuvieron que eufn.:n
ción de variables como su clase social, su educación, su orien- larse a prejuicios sexuales (prejuicios que provenían tanto d ·
tación sexual o su personalidad individual. De ahi la relevan- los círculos tradicionales como vanguardistas), no puede d
cia, cuando se habla de mujeres artistas, de la <<microhistoria», cirse que hubiese una respuesta de grupo unificada o cohc
del análisis detallado de lo particular. rente frente a la presión del entorno: la producción y recep
Es precisamente esa atención a lo concreto lo que persi- ción de sus obras se vio indudablemente marcada por su
guen, siguiendo el ejemplo de Parker y Pollock, Bridget sexo, pero lo fue de muy distintas maneras. Com o la mayor
Elliott y Jo-Ann Wallace en su libro Women Artists and Writers. parte de las creadoras asociadas a las vanguardias, estas arüs-
Modemist (im)positionings [«Mujeres artistas y escritoras. (Im)- las y escritoras se vieron atraídas inicialmente hacia el discur-
posiciones modemas»] 45 , publicado en 1994. Este ensayo so antiburgués de los movimientos vanguardistas, pero ta n
analiza la obra de ocho mujeres artistas y escritoras asociadas sólo para descubrir, con desencanto, que dichos movimientos
a las vanguardias de la primera mitad del siglo xx: Nathalie no eran menos sexistas ni más tolerantes con las mujeres que
Bamey, Romaine Brooks, Gerbude Stein, Nina H ammett, las ríh>idas familias de las que habían escapado. En algunos
Virginia Woolf, Vanessa Bell, Marie Laurencin y Djuna Bar- casos, como el de Vanessa Bell, Romaine Brooks o Djuna
nes. A lo largo de su estudio, Elliott y Wallace insisten una y Barnes, que se encastillaron en un aislamiento progresivo a lo
otra vez en la pluralidad de estrategias que desplegaron cada l<u·go de sus carreras, este descubrimiento las sumió en la de-
una de estas mujeres para situarse dentro del discurso van- cepción y el desaliento. Otras mujeres, sin embargo, respon-
guardista: d ieron de forma diferente: mientras que NathaJie Bamey y
Marie Laurencin fundaron círculos de mujeres que funciona-
La conclusión general que intentamos extraer del estudio
han como redes de apoyo alternativas a los cenáculos de va-
de cada uno de estos casos no es la de que las mujeres fueron
rones, Gertrude Stein y Nina Hammett intentaron labrarse
constantemente victimizadas, sino más bien la de que desa-
rrollaron estrategias diversas para negociar su posición de de- un nicho en el corazón mismo de la vanguardia adoptando
sigualdad y la dificil relación que mantenían con sus colegas posiciones tradicionalmente m asculinas: la de la escritora
masculinos (e incluso, a veces, entre ellas). Dada la precarie- •¡;c1úal>> en el caso de la primera (no hay más que recordar el
dad de su posición cultural (excluidas de la cultura burguesa 1osario de desmedidos elogios que se dedica a sí misma en La
dominante, pero no totalmente integradas en el campo alter- autobiografía de Atice B. Toklas) y la de artista bohemia en el
nativo de la vanguardia), necesitaban hacerse visibles, Uamar raso de la segunda.
la atención sobre su presencia En otras palabras, necesitaban La posición de estas mujeres dentro del enlomo vanguar-
imponerse a un público que, en su mayor parte, ni apreciaba d ista se vio mediatizada, sin duda, por su d istinta situación fi-
el tipo de obras que producían ni esperaba que una obra así llanciera. Nathalie Barney y Romaine Brooks, que provenían
pudiera salir de las manos de una mujer artista o escritora
el(' familias de grandes industriales del siglo x rx, heredaron
Así, el término (im)posición [(im)positionings} que hemos deci-
una fortuna considerable a la muerte de sus padres. Barney
dido incluir en nuestro título no se refiere tan sólo a las posi-
ciones a las que las mujeres artistas y escritoras se vieron abo- empleó la mayor parte de sus recursos en organizar una co-
cadas, sino también a la testarudez con la que negociaron y a i11unidad de mujeres escritoras a las que apoyó económica y
veces recharazon esas mismas posiciones 4;¡. moralmente. En 1909 creó un famoso salón lésbico en su
rusa de la rue Jacob de París; en 1927 fund ó :VAcadémie des
4;. B. Ellioll y J. Wnllacc, Women Artists arui Writers. Modernist (im)positi!m- 1:c mmes, una especie de institución alte rnativa a la conserva-
it¡gs, Londres y Nucvn York, Ro utledge, 1994. dora Academia francesa (en la que no fu e admitida ninguna
<G Elliou y Wa1kocc, op. cit., pág. 17. nllljer hasta 1980}. Aunque partian de una situación económi-
60 0 HISTORIAS OF. Ml..[)l:RES, HISTO RIAS DEL ARTE F.N BUSCA OE LA M UJ I·:R A RTI5TA 0 61

les de los años veinte dejó de exponer sus cuadros y, pasado


el tiempo, se negó incluso a regalarlos o venderlos. Su inde-
pendencia ecónomica fue lo que le condujo, paradójicamente,
u la marginalidad: «Su trabajo -escribe Meryle Secrest~
nunca llegó a cotizarse. Como no necesitaba vivir de sus cua-
dros, nunca accedió a venderlos, nunca tuvo un marchante y
nunca se enfrentó a la presión implacable del mercado»47 •
El caso de Vanessa Bell y Virginia Woolf es distinto: si bien
procedían de una familia de clase media que les legó una ren-
ta suficiente para garantizar sus necesidades básicas, siempre
persiguieron con ahínco la venta de sus obras. Conseguir una
retribución económica por su trabajo era, para Woolf y Bell,
una forma de afirmarse profesionalmente, de trascender la
condición de diletantes o amateurs. Así como Bamey, que dis-
frutaba de una inmensa fortuna, se lírnitó a sufragar ediciones
privadas de sus obras y de las de sus protegidas, Virginia y
Leonard Woolf, que disponían de unos recursos mucho más
reducidos, decidieron fundar en 1917 una editorial, la Ho-
brarth Press, que dio a conocer a algunos de los autores más
reputados del momento (T. S Eliot, Katherine Mansfield,
E. M. Forster o Gertrude Stein). A diferencia de Bamey o de
13rooks, Vírginia Woolf era plenamente consciente de los en-
tJ·esijos económicos de la producción cultural. Más aún, como
12. Romaine
Brooks, SelfPortrait
escribía en su diario en 1925, sabía que la Hogarth Press le ha-
(«Autorretrato»), bía permitido liberarse de la tiranía de una industria editorial
1923. Óleo sobre claramente dominada por los hombres: «Soy la única mujer de
lienw, 117,5 x 68,5 1nglaterra que puede escribir lo que quiere. Las demás tienen
cm, National
que estar siempre pendientes de los editores»48.
Gallery of Art,
Washington D.C.
Si me he detenido con tanto detalle en el análisis de los ca-
sos propuestos por Elliott y Wallace, es porque demuestran
claramente la pluralidad de experiencias que se oculta detrás
ca similar, Bamey y Brooks recurrieron a estrategias de au- ele la etiqueta «mujer artista». Si bien es necesario en términos
torrepresentación muy distintas: mientras que la primera se estratégicos, desde tma óptica feminista, insistir en las relacio-
dedicó a fomentar en sus salones y círculos de mujeres lo que nes de género y la diferencia sexual como variables históricas
concebía como valores femeninos, la segunda asumió una fundamentales, también es importante estudiar la interdepen-
imagen claramente masculina, como se refleja en su conoci- dencia que se establece entre el género, la raza, la orientación
do Autorretrato (fig. 12) de 1923, en un intento de defenderse,
quizá, frente a lo que percibía como un mundo hostil. En efec-
to, Brooks nunca dejó de verse a sí misma como una outcast, 17 Cit. en Elliott y Wallace, ap. cit., pág. 2.5.
recluyéndose cad a vez más en la esfera de la intimidad: a fina- •s Cit. en Elliott y Wallace, op. cit., pág. 26.
62 0 HISTORIAS DF. ML[J"RF.S, HISTORIAS OE:L AR.TE F.N BUSC A 1)¡.: I.A Mllii-:R ARTISTA 0 63

sexual o la clase social en la producción y recepción artísticas. crítica feminista -escribía Nochlin- tiene la capacidad de
Probablemente, ha llegado el momento de dejar atrás el mo- «desvelar prejuicios y errores no sólo referentes a las mujeres,
delo de una historia meramente compensatoria, centrada en 'tino también a los términos mismos en los que se formulan
la discriminación y en el intento de reparar omisiones e injus- los problemas centrales de la disciplina en su conjunto. Así, la
ticias. Lo que está en juego en las criticas feministas a la histo- llamada "cuestión femenina", lejos de ser un asunto menor,
ria del arte institucional (y así parece acreditarlo la virulencia peliférico y desdeñable injertado en el tronco de una discipli-
con la que el discurso feminista sigue siendo recibido en el na seria y establecida, puede convertirse en un catalizador, en
mundo académico) es algo más que la reivindicación de inte- un instrumento intelectual que ponga a prueba las presuncio-
grar a las mujeres. La relectura feminista de la historia del arte nes más básicas y "naturales" y que proporcione un paradig-
implica, como escribe Pollock, «reconocer las jerarquías de ma capaz de suscitar otros tipos de cuestionamiento interno y
poder que rigen las relaciones entre los sexos, hacer visibles de estrechar lazos, a su vez, con los nuevos paradigmas que se
los mecanismos sobre los que se asienta la hegemonía mascu- hayan ido construyendo, desde posturas radicales, en otras
lina, desentrañar el proceso de construcción social de la dife- disciplinas»50.
rencia sexual y examinar el papel que cumple la representa- No obstante, pese a estas observaciones, la propia Nochlin
ción en esta articulación de la diferencia>>49. y sus contemporáneas se aferraron con obstinación, en la dé-
cnda de los setenta, a la idea del «genio». Todo el proyecto de
Nochlin y Sutherland Harris en la exposición UfJmen Artists,
GENIO Y MASCULINIDAD por ejemplo, poseía un trasfondo claramente reivindicativo,
esto es, aspiraba a probar ante todo que la contribución de las
La persistencia de un mito lllttjeres a la historia del arte había sido igual de relevante que
la de sus colegas masculinos:
Quizá el aspecto más radical de esta deconstrucción femi-
nista del discurso histórico-artístico establecido sea la critica a
En todas aquellas especialidades en las que la formación
la noción tradicional de «genio>>. El mito del artista genial (y, académica es menos decisiva, las mujeres artistas cosecharon
junto a él, el de la «obra maestra») es un concepto central en éxitos considerables. Igualaron a sus contemporáneos como
la historia del arte: central para fotjar una narración evolucio- retratistas en todo tipo de medios y a cualquier escala desde el
nista que concibe la historia como una sucesión de grandes gran retrato oficial hasta la miniatura. En el ámbito de la na-
nombres, regida por la lógica de la innovación y del progre- turaleza muerta, también hubo mujeres artistas importantes
so; central, como veíamos antes, para crear un canon basado cuya contribución a la evolución del género fue muy si¡,rnifi-
en la jerarquía de grandes maestros y «segundones»; central cativa [...). Aunque en menor medida, las mujeres crearon
para definir los géneros literarios que configuran la propia también pinturas de género de gran belleza y originalidad.
disciplina (como el catálogo razonado o la monografia de ar- Esta exposición ayudará a probar, si esto resulta todavía nece-
sario, que las mujeres hao tenido siempre un enorme poten-
tista, que sigue siendo el género histórico-artístico más popu-
cial artístico y que su contribución ha ido aumentando a me-
lar); y central, sobre todo, para determinar el valor mercantil dida que han ido desapareciendo las ban·eras que obstaculiza-
de las obras. Cuestionar la noción de «genio» supone, como ban su formación y el desarrollo de sus carreras"'·
ya percibió con a!,'1ldeza Nochlin en su artículo de 1971, hacer
que peligre el edificio de la historia del arte en su conjunto: la
'"' Nochlin, «Why There Havc Bcen No Greal Womcn Arlisls?•, op. cit.,
púg. 146.
411 Pollock, Visio11 nllli Difjérence, op. cit., pág. !J. "' Nochlin y Sutherland Harris, op. cit., pág. 43.
64 0 HlSTORIAS OF. Ml.!JF.RES, HlSTORIAS OF.L ARTE EN BUSCA OP. I J\ 1\111111'•1\ AI\'I'IS'I'A o ().'i
Del mismo modo, Eleanor Munro, en su libro Originals. alguna vez por el resto de la sociedad (o incluso por sus p•·o·
American J#men Artists («Originales. Mujeres artistas nortea- pios compañeros y compañeras), no ha sido por su condición
mericanas»), publicado en 1979, examinaba la trayectoria de ele mujeres, sino porque todo gran artista es, en el fond o, un
unas cuarenta mujeres artistas de éxito en el siglo xx, con el marginado, un ser especial. El «gran» arte no tiene género;
objetivo declarado de demostrar su genialidad: empeñarse en seguir considerando a las mujeres creadoras
como parte de una categoría genérica, la de la «mujer artista»,
Una de mis metas es probar lo que no necesita ser proba- supone desdeñar la cualidad más esencial que puede hallarse
do: que las mujeres artistas se hacen un sitio en la cultura do- en la obra de un gran artista: la originalidad.
minante. Sin duda, existen <<una verdad femenina» y un <<arte Las objeciones que se le pueden hacer al razonamiento de
femenino» -que derivan tanto de la endocrinología de las Munro son obvias: si el sexo del/la autor/a es irrelevante des-
mujeres como de la necesidad que éstas tuvieron de dedicar-
de el punto de vista crítico, ¿qué sentido tiene, entonces, de-
se a labores artesanales antes de que los molinos apareciesen
en lomo a las riberas de Nueva Inglaterra. Pero éstas no son dicar un volumen a analizar la obra de mujeres artistas del si-
más que verdades intermedias. L:'ls mujeres incluidas en este glo xx? Más aún, como ya señalara Caro! Duncan en uno de
libro han compartido con los hombres el largo, y a veces los primeros textos acerca de los peligros que entraña el con-
cruel, camino hacia el éxito. Tanto hombres como mujeres cepto de <<genio» para el discurso feminista, «When greatness
sufren de la desigualdad con la que está repartido el talento y is a box of wheaties» («Cuando la genialidad es una caja de
de las injusticias que se cometen. Más aún, podría decirse que wheaties»), publicado en la revista Artforum en 1975, empeci-
todos los artistas son, por su propia naturaleza, miembros de narse en defender que la obra de las mujeres artistas es igual
una minolia y que ninguna comunidad es capaz de aceptar al de meritoria, estéticamente, que la de los artistas varones su-
artista genuinamente original. Las últimas exposiciones de pone seguir considerando lo masculino como norma de lo
Jackson Pollock fueron despreciadas por sus compru1eros. Las
universal: para preservar esta idea -observaba Duncan-
primeras de Barnet Newman ignoradas por los suyos [...]. En
realidad, una de las razones por las cuales el arte de las muje-
hay que rechazar de plano «la posibilidad de que el arte de las
res no ha sido lo suficientemente apreciado es precisamente mujeres pueda surgir de una conciencia y de un tipo de expe-
porque ha sido considerado como tal -arte de mujeres- , en riencia específicamente femeninas. Esta posibilidad pone en
vez de ser juzgado a la luz de las revelaciones del Zeitgeist. En peligro la aceptación del arte hecho por mujeres como arte
ese sentido, el femüúsmo puede haber servido para hacerle "normal", indistinguible de los "grandes logros" de la cultura
un favor al enemigo [...).Privar a las mujeres del marco que pattiarcal. Lo que se esconde detrás de todo ello es que la
comparten con los hombres no es convertirlas en más sino en "grandeza" es masculina>>5:~. Si asumimos, sin más, los crite-
menos originales52_ rios de evaluación estética establecidos en la historia del arte
institucional, pasamos por alto el hecho de que son precisa-
Si bien partía del mismo punto de vista que Nochlin y Su- mente esos criterios los que han propiciado que se relegue a
therland Hartis (la obra de las mujeres artistas es equiparable aquellos grupos de personas (en este caso, las mujeres) que
a la de sus contemporáneos masculinos), Munro iba mucho responden a otros modelos de creatividad a un lugar secun-
más lejos que éstas en su argumentación. Las mujeres - ve- dario en la literatura histórico-artística. ¿Quién dictamina
nía a decir- han sido marginadas en el pasado, es cierto, - cabría preguntarse- la calidad de una obra? ¿En qué va-
pero ésa es una realidad ya olvidada en nuestro siglo. Es más, lores se basa el juicio estético dominante? ¿De dónde provie-
si las mujeres artistas contemporáneas se han visto excluidas nen estos valores y en qué experiencias vitales se sustentan?

12
· E. Mumo (1979), Origilmls. Ammcan Wcmun Artists [Nueva York}, Da r.:J C. Duncan, «When greatness is a box of wheaties», Artforum, núm. 1<1.,
Capo Press, 2000, págs. 19-20. <><'Ltlbre de 1975, págs. 60-64.
66 O HISTORIAS DF. MUJERES, HISTORIAS DEL ARTE EN llUSCA 01~ 1.¡\ M L¡JER ARTISTA 0 67

¿Son éstos los únicos valores y experiencias en los que puede no forniques demasiado, porque si no fornicas mucho tus
enmarcarse la creación artística? cuadros serán mucho más espermáticos>>55. Estas citas son,
guizá, ejemplos caricaturescos de la analogía entre creativi-
dad y vigor sexual, pero no es difícil reconocer la huella vela-
Breve historia del genio da de esta exaltación de la virilidad en el entusiasmo con el
que la crítica artística moderna ensalza el vigor, la energía, la
En efecto, basta examinar, desde una perspectiva histórica, fuerza y, por encima de todo, la «maestría>> (Parker y Pollock
el concepto de «genio>> para darse cuenta de que se trata de recurren aquí otra vez a un juego de palabras intraducible, ya
una categoría cargada de contenidos de género o, dicho de que «mastery>> significa en inglés tanto «maestría>> o «virtuo-
otro modo, que en la cultura occidental la genialidad se ha sismo>> como «poder>> o «control>>).
visto tradicionalmente asociada a la masculinidad. Esto es lo En un libro de 1989 titulado Gender and Genius. Towards a
que sugerían, irónicamente, Parker y Pollock en Old Mistresses: Feminist Aesthetics («Género y genio. Hacia una estética femi-
el propio lenguaje asume, implícitamente, que el arte es una nista>>), Christine Battersby desarrolla en profundidad la críti-
esfera reservada a los hombres; así, un término tan sacraliza- ca a la noción de «genio>> esbozada en Old Mistresses. Batters-
do como «old masters» («maestros antiguos») adquiere con- by coincide en identificar el Romanticismo como el periodo
notaciones completamente diferentes cuando se utiliza su en el que se consolida una definición de la genialidad artísti-
equivalente femenirto «old mistresses» (que podría traducirse ca basada en la retórica de la exclusión: en la literatura ro-
en castellano por algo así como <<amantes viejas»). Estaco- mántica, la sexualidad masculina se sublima; la procreación
rrespondencia entre la creación artística y lo masculino se se diluye en aras de la creación. Las mujeres, por su parte, ca-
afianza sobre todo, según Parker y Pollock, en el Romanticis- recen de instinto sexual o bien se muestran incapaces, por el
mo. Es en ese momento cuando se consolida la imagen del contrario, de resistirse al impulso irrefrenable de su sexuali-
artista satumiano: excéntrico, meláncolico, exótico, diferente, dad. La mujer creadora es simplemente una anomalía incó-
origirtal y margirtado; es en ese momento, también, cuando moda en la trama narrativa de la exclusión. Así, una mujer ar-
empiezan a conferirse, con más fuerza, atributos masculinos a tista no tiene más que dos alternativas: renunciar a su sexua-
la figura del artista. En su ensayo sobre la imagen decimonó- lidad (convirtiéndose en «hombre>>) o seguir siendo <<mujer>>
nica del artista, lcarus. Image ofthe Artist in French Romanticism y, por lo tanto, abandonar el sueño de ser considerada un ge-
(«Ícaro. La imagen del artista en el Romanticismo francés»), nio. Ése es el razonamiento que se oculta detrás del famoso
publicado en 1961, Maurice Schroder observa cómo en el XIX epigrama de Goncourt: «no hay mujeres geniales; las mujeres
se impone, de forma creciente, la analogía entre creatividad geniales son hombres» 56. Esto no quiere decir, obviamente,
artística y sexualidad masculina: el propio Flaubert, por ejem- que la devaluación de las mujeres sea privativa del siglo XIX:
plo, describe al artista como «un fornicador preparado para el Romanticismo no hizo sirio reformular un discurso misógi-
emitir su esperma>>54 • Esta imagen hunde sus raíces en el Re- no que hunde sus raíces en el Renacimiento y, a través de
nacimiento (era frecuente que los tratadistas de la época éste, en la cultura grecoiTomana. La diferencia (y es aquí don-
aconsejasen al artista continencia y castidad a fm de conser- ele la argumentación de Battersby se aleja de la de Parker y
var intacta su «virilidad>> para consagrarla al arte) y se prolon- Pollock) es que la misoginia romántica se vio acompañada de
ga hasta las vanguardias. Recordemos lo que le recomendaba
Vincent Van Gogh a un amigo: «Come bien, haz ejercicio y
"' Cit. en Parker y Pollock, Old Misu·esses, op. cit., pág. 83.
"" Véase C. Battersby ( 1989), Gender and Genius. Towards a Feminist Aesllze-
5·• Cit. en Parkcr y Po llock, Old Mistresses, ()/J. cit., pág. 83. lirs, Londres, The Woman's Press, 1994, pág. 5.
68 0 HISTORIAS DE Ml!JERES, HISTORIAS DEL ARTE EN BUSCA DE IJ\ Mt iJ II I ¡\11'1111 11\ tJ (lf l

un cambio de paradigma estético: el genio pasa a ser una fi- critos como nuevos héroes, creadores sublimes, divinos :trL10·
gura dotada de toda una serie de características atribuidas tra- ces; pero el término genius sigue refiriéndose a la fertilidad
dicionalmente a lo <<femenino» (intuición, emoción, imagina- masculina concebida en el marco de la familia patrilineal . L fl.' l
ción, espontaneidad, etc.). Así, al mismo tiempo que se exal- mujeres del Renacimiento carecían, por lo tanto de genius. Sin
tan las cualidades «femeninas» del artista varón, se proclama embargo, la presunta inferioridad artística de las mujeres no
con rotundidad que las mujeres no pueden (o no deben) de- se debía, en principio, a la ausencia de genius, sino a su defi-
dicarse a la creación artistica. ciente ingenium, a su falta de talento, juicio y habilidad. En su
En la antigua Roma, los genii eran los espíritus masculinos Examen de ingenios (1575}, Juan Huarte declara haber descu-
protectores que garantizaban la supervivencia de las propie- bierto que la diferencia de ingenio entre hombres y mujeres
dades del gens o del clan familiar, asegurando la fertilidad de puede explicarse en función de tres variables: lo cálido, lo hú-
la tierra y del propio paterfamilias. La familia romana era pa- medo y lo seco. Huarte apelaba de esta forma a la autoridad
trilineal: el poder se transmitía de padres a hijos. En ese sen- de Aristóteles que, siguiendo la tradición de la medicina hi-
tido, el término genius designaba tanto «la fuerza viril del pocrática, sostenía que los hombres eran calientes y secos y
hombre que permitia la pervivencia del linaje familiar» como las mujeres frías y húmedas. La superioridad de los hom-
«el espíritu protector que presidía la entrada a la casa farni- bres se manifestaba, según Aristóteles, en su mayor tamaño
liar»57. Siguiendo la acepción latina, en la Iconología de Cesare y en el hecho de que sus órganos reproductores hubiesen
Ripa, el diccionario de súnbolos más importante del siglo xvn, crecido hacia fuera, en vez de permanecer atrofiados en el
el «Genio» {Genio) aparece representado como un niño des- interior del cuerpo. El calor -afirmaba Aristóteles- es ne-
nudo con una corona de amapolas en la cabeza y un racimo cesario para el crecimiento. Así, la mujer no es más que un
de uvas y una horca de maíz entre las manos. Los símbolos hombre infradesarrollado, una especie de monstruo o fenó-
de la fertilidad de la cosecha (las amapolas, la vid y el maíz) meno anormal que, al no haber recibido suficiente calor du-
son, a su vez, metáforas de la simiente paterna. Es por el con- rante la concepción, no consigue desarrollar plenamente sus
trario el «Ingenio» {lngegno) el que aparece caracterizado con potenciales. En condiciones perfectas, sólo habría niños de
los atributos que hoy en día asociaríamos al genio: se trata de sexo varón. Más áun, se~:,>Ún Aristóteles, el sexo femenino es
un joven alado de aspecto audaz y vigoroso con un casco en incapaz de procrear: la mujer es un mero continente o re-
forma de águila y un arco y unas flechas en tma de las manos. ceptáculo pasivo destinado a albergar al feto; tan sólo la si-
No es fácil detenninar el momento en que los vocablos genius miente masculina contiene el plincipio formativo activo que
e ingenium empiezan a confundirse: desde luego, a principios permite la reproducción. A diferencia de Aristóteles, Huar-
del siglo XVIII, ya no se establece una clara distinción entre tc afirma que existe una simiente femenina, pero de calidad
los dos términos latinos y sus equivalentes ingleses; lo mismo inferior a la de los hombres: «El hombre que se forma a par-
ocurre en otras lenguas europeas como el francés, el español, lir de la simiente de la mujer no puede ser ingenioso ni he-
el alemán o el italiano. Habrá que esperar a fines del xvm redar habilidad alguna de un sexo tan frío y húmedo»5ll. Si
para que las dos palabras se fundan totalmente y surja, de este bien la teoría estética renacentista no establecía, en origen,
modo, el concepto moderno de genio. relación alguna entre creación y procreación, resulta llama-
En el Renacimiento, un artista no era célebre por su gran tivo observar cómo, en último término, la falta de ingenium
genius, sino por su ingenium superior. Por supuesto, el vocabu- de las mujeres se atribuye a su carencia de genius. Se entien-
lario que emplea Vasari en sus Vidas prefigura la noción mo- de así que los conceptos de genius e ingenium terminasen por
derna de la genialidad: Rafael o Miguel Ángel aparecen des-

57 Battersby, o¡1. cit., pág. 75. 5


" Cit. en Battersby, op. cit., pág. 4 1.
70 0 HISTORIAS OF. Ml-!JERES, I-OSTORIAS DEL ARTF. EN BUSCA DE JJ\ 1\IJ..!JI-.lt AR'nSTA 71

confundirse para configurar la noción moderna del genio tcrsby, en su libro Old Mistresses. Si la ideología del Romanti-
{masculino). cismo ha sido tan dañina, no es porque desdeñase la fem ini-
El nacimiento de esta nueva visión del genio va unida al dad, sino porque despreciaba a las mujeres. El artista román-
descubrimiento de la subjetividad: «He decidido iniciar una tico se apropia de los valores «femeninos» (intuición, senti-
empresa que no tiene precedentes y que no tendrá, una vez miento, pasión...), al mismo tiempo que atribuye a las
acabada, imitadores», escribe Jean:Jacques Rousseau en sus mujeres una serie de características otrora asociadas a la mascu-
Confesiones {1781). «Mi objetivo es el de proporcionar a mis linidad y que ahora se cargan de connotaciones negativas (ra-
conciudadanos un retrato fiel en todo punto a la naturaleza y zón, juicio, contención ...}. Parker y Pollock pasan por alto
el hombre al que pienso retratar soy yo mismo. Simplemen- - dice Battersby- la diferencia existente en inglés entre los
te yo mismo. Conozco mi propio corazón y entiendo el de adjetivos «female» (lo femenino entendido en sentido biológi-
mis semejantes. Pero no me parezco a nadie que haya cono- co, esto es, como un conjunto de rasgos relativos al sexo feme-
cido anteriormente; me atrevería incluso a decir que no hay nino) y «ferninine>> {lo femenino entendido en sentido cultu-
nadie como yo en el mundo entero. Puede que no sea mejor, ral, es decir, como una serie de cualidades referentes al género
pero al menos soy diferente»59. Estas palabras de Rousseau f'c meníno). Así, lo femenino (<<feminine») sólo adquiere un
reflejan un cambio de actitud hacia el Yo: lo que empieza a scnlido peyorativo cuando se aplica a las mujeres {«females>>);
ser valorado, por encima de todo, es la individualidad; un au- c·n el caso de los genios varones («male geniuses»), la femini-
tor es digno de alabanza si demuestra ser original. Rousseau dad (que no el afeminamiento) se transforma en una virtud.
se describe a sí mismo como un personaje ingenuo, algo va- Construir una estética feminista no supone, por lo tanto, se-
nidoso, impetuoso, obsesivo, caprichoso, imprevisible, más gún Battersby, reivindicar el genio femenino («feminine ge-
atento al lenguaje de los sentimientos que al de la razón. En nius»), sino el genio de las mujeres («female genius»). Se trata
el Renacimiento, eran los hombres los que poseían juicio e ele demostrar que hay otros parámetros de evaluación histó-
ingenium; las mujeres, por el contrario, se dejaban llevar de- ric.: n, otras categorías de juicio estético que nos permiten reco-
masiado por las emociones como para convertirse en grandes noc.:er a las grandes mujeres artistas del pasado. Es necesario
artistas. Para Rousseau, los términos de lo masculino y de lo •t'ruperar la obra de estas mujeres, desvelar sus trayectorias
femenino se invierten: las mujeres tienen un exceso de juicio Individuales y situarlas en el marco general de las tradiciones
y muy poco sentimiento. «Las mujeres, en general, carecen dt• creatividad femeninas. Estas tradiciones son diferentes de
de sensibilidad artística [...] y de genio», afirma en su Carta a l u~ ele los varones, porque estos últimos no se han visto obli-
Mr d'Alembert (1758). «Pueden adquirir cualquier tipo de cono- j.llldos a enfrentarse a la retórica de la exclusión cada vez que
cimiento trabajando con tesón. Pero el fuego celestial que d1'riclían embarcarse en la aventura de la creación. Al aplicar
hace arder el alma, la inspiración que consume y que devora 1•ll érmino «genio» a las mujeres, la crítica feminista reesclibe
(...], todos esos éxtasis sublimes que se esconden en el fondo lu hisloria desde su propio esquema de valores:
del corazón brillan por su ausencia en los escritos de las mu-
jeres. Sus creaciones son tan frías y hermosas como ellas; tie- Hasta que los críticos (de ambos sexos) no dejen de ver a
nen demasiado ingenio pero les falta alma; son cien veces las mujeres como «otros» (...) y empiecen a considerarlas
como individuos en el pleno sentido del término, la estética
más razonables que apasionadas»1i0 .
feminista tendrá que emplear todos los recursos a su alcance
Es precisamente esa inversión de lo masculino y lo femeni- para contrarrestar esta imagen [de las mujeres artistas]. Y ello
no lo que Parker y Pollock no aciertan a percibir, según Bat- implica reutilizar lodo el vocabulario de la genialidad des-
de un punto de vista feminista Puesto que no podemos impe-
59 Cit. en Ballcrsby. op. dt., püg. <19. dir que periodistas e historiadores sigan usando la palabra
oo Cit. en Uallc rsby, op. di., pág. 50. «genio» -o reciclando el concepto del genio a través de
72 1 HISTORIAS DE Ml!JERFS, HISTORIAS DFJ. ARTE
EN BUSCA 01-: I.A 1\l ll)i' l\ ARTISTA o 73
expresiones como «creatividad», «originalidad» o simple-
mente «grandeza artistica»- , tendremos que unimos a ellos y
elaborru· nuestro propio sistema de valores, designando a
nuestros «genios» de sexo femenino»1il.

Así, Battersby y Parker y Pollock coinciden en el diagnós-


tico (la equivalencia histórica entre genialidad y masculini-
dad), pero difieren en la solución: mient.J:as que éstas propo-
nen desarticular (si no elimillar) el concepto mismo de genio
(o por lo menos, intentar construir narraciones rustórico-artt:-
ticas que no se basen en la evaluación estética de la «cali- 13. Judy Chicago,
171~ Dinner Party
dad»), aquélla pretende reapropiárselo desde una óptica fe-
(el .a cena»).
minista, a fin de crear un linaje matrilineal, una genealogía de Instalación,
grandes mujeres artistas. técnica núxta,
J440 X 1290
x 90cm,
Colección de
GENEALOGÍAS FEMENINAS
la artista.

La herencia de las madres


Fue precisamente la voluntad de paliar este vacío la que
La necesidad de elaborar una tradición específicamente fe- unpulsó a la artista norteamericanajudy Chicago a empren-
menina ya había sido planteada por Virginia Woolf en su fa- df'r, en 1973, un ambicioso proyecto titulado The Dinner Party
moso ensayo de 1929, Una habitación propia. El problema (« La cena>>, fig. 13). Instalada en el interior de una gran habi-
principal al que se enfrenta la mujer escritora -afirmaba tación, la obra consistía en una mesa en forma de triángulo
Woolf- es el de la inexistencia de modelos, la ausencia de t·c¡uilátero preparada para treinta y nueve cubiertos {trece a
una genealogía a la que remitirse, «porque, si somos mujeres, cada lado del triángulo). Cada uno de estos cubiertos estaba
nuestro contacto con el pasado se hace a través de nuestras dedicado a una mujer {bien fuese una figura histórica, como
madres». «Es inútil que acudamos a los grandes escritores va- la reina egipcia Hatshepsut, la emperatriz bizantina Teodora
rones en busca de ayuda, por más que acudamos a ellos en o la escritora del siglo xv Christine de Pizan, o mitológica,
busca de deleite», añadía. «Lamb, Browne, Thackeray, New- romo las diosas Ishtar, lsis o Artemis), cuyo nombre aparecía
man, Steme, Dickens, De Quincey -cualquiera- nunca han bordado en La parte frontal de la mesa. Frente a cada uno de
ayudado hasta ahora a una mujer, aunque es posible que le ha- los nombres, había un plato de porcelana decorado con imá-
yan enseñado algunos trucos [...]. El peso, el paso, la zancada genes de claras reminiscencias vaginales. La mesa se alzaba
de la mente masculina son demasiado distintos de los de la ~ob re una amplia superficie de azulejos pulidos {a la que Chi-
suya para que pueda recoger nada sólido de sus enseñanzas r;rgo denominó «the Heritage Floor» [<<el suelo de la heren-
[...). Quizá lo primero que aprendió la mujer al coger la pl~­ !'i;v>J), en la que aparecían inscritos, en letras doradas, otros
ma es que no existía ninguna frase común lista para su uso»h2• 11ovecientos noventa y nueve nombres de mujeres. La obra
poseía una carga simbólica evidente: el triángulo equilátero
t•::. un símbolo de igualdad, así como una representación ar-
6t Battcrsby. op. cit.. pág. 225.
w V. Woolr( 1!12!l), Uun lwbitación propia, Barcelona, Seix Barra!, 1995. caica de la vulva; el número trece, por su parte, aludía tanto
74 f HISTORIAS DE lVI'U"ERES, III STORIAS DF.I. ARTE F.N BUSCA J)" I.A 1\ III)Eil i\ RT ISl'A 0 75

al número de hombres presentes, según los Evangelios, en la cago suscitó una serie de críticas virulentas en el propio cnlor·
Última Cena, como al número de mujeres que integraban las no feminista. En primer lugar, al reivindícar una tradición es-
comunidades de brujas medievales. En términos generales, pecíficamente femenina, The Dinner Party promovía, a decir
podría decirse que el proyecto de Chicago respondía a un do- de sus detractoras, una visión separatista de la historia de las
ble objetivo. Se trataba, por un lado, de reescribir la historia mujeres, que no sólo ignoraba la relación dialéctica que és-
desde un punto de vista femenino, alejándose de «la historia tas han mantenido con la cultura masculina, sino que termi-
de él» (history) para adentrarse en la de «ella>> (herstory), de re- naba, además, por reforzar el aislamiento al que se han vis-
cuperar toda una parcela del pasado que había sido sistemá- lo tradicionalmente sometidas. ¿Qué beneficios políticos
ticamente silenciada por la cultura patriarcal: 17u: Dinner Party reales cabía extraer de una obra que seguía relegando a las
-señalaba Chicago a este respecto- «es un intento de rein- mujeres al ghetto de «lo femenino»? En segundo lugar, el
terpretar la Última Cena desde el punto de vista de las perso- proyecto de elaboración de una tradición matrilineal (al me-
nas que han preparado siempre la comida»1i3. La obra aspira- nos, tal y como lo planteaba Chicago} reproducía, según al-
ba asimismo, siguiendo las exhortaciones de Virginia Woolf, gunas voces criticas, los mismos patrones de exclusión que
a rescatar del olvido la herencia de las «madres», a edificar el modelo de filiación patriarcal: en efecto, la obra estable-
una genealogía de mujeres eminentes de la historia occiden- cía una estructura jerárquica que favorecía a algunas muje-
tal: «Tomando como punto de partida las sociedades prepa- res (las treinta y nueve que se sentaban a la mesa) a expen-
triarcales, The Dinner Party hace referencia al desarrollo del sas de otras (las novecientas noventa y nueve relegadas al
culto a la Diosa Madre, reflejo de una época en la que las mu- suelo de cerámica, por no hablar de los millones de mujeres
jeres disfrutaban de poder político y social [...].La obra descri- <<anónimas» que ni siquiera aparecían mencionadas}. La es-
be a continuación la destrucción paulatina a la que se ven so- rala de la obra, la complejidad de su realización (que se pro-
metidas estas sociedades ginecocráticas y el establecimiento longó durante seis años y requirió la colaboración de más
definitivo de la hegemonía de los hombres sobre las mujeres» de veinte ayudantes} y las ambiciones de Chicago (que rei-
y termina con «(Virginia] Woolf y (Georgia] O' Keeffe y los lcró valias veces su deseo de crear una <<obra maestra»1i 1i) le
primeros intentos de restablecer una imaginería femenina>>64• otorgaban a Tite Dinner Party la solemnidad de un monu-
Expuesta por primera vez en el San Francisco Museum of mento conmemorativo. ¿No era posible escapar - se pre-
Art en 1979, The Dinner Party obtuvo un inmenso éxito de pú- f.\" Untaban algunas feministas- de la historia idealizada de
blico, viajando sucesivamente de Houston a Brooklyn, Sos- los «grandes hombres» sin caer en la exaltación de un lina-
ton, Cleveland, Chicago y a cinco países extranjeros (entre jl' de mujeres heroínas? Si bien intentaba subvertir la narra-
ellos, Australia y Gran Bretaña). Desde entonces, se ha con- ción histórica tradicional reivindicando el papel de las
vertido en una de las piezas más emblemáticas (pero también •grandes» mujeres del pasado, Chicago no hacía, en último
más polémicas} del feminismo contemporáneofi.S_ En efecto, termino, sino reafirmar un concepto tan irnportanle para
desde el mismo momento de su realización, la obra de Chi- t•sa misma narración como es, según vimos en el epígrafe
11nterior, el de la «genialidad» o la <<grandeza>>.
'" Cit. en 1.. Wohlfcrl, «Sassy.Judy Chicago throws a dinner party, but the
art world mostly scnd rcgrcL~», People, diciembre de 1980, pág. 156.
t;.o J. Chic<tgo, 17tc Dimwr Pnrty. A Symhol of Our Heritoge, Nueva York, An-
chor Prcss, 1f>7!J, p:ig. 5a. uol os setenta; a este respecto, véase A ..Jones (ed.}, Sexual Politic.r.judy Chicago's
1;;, La obra permaneció recl uida en un almacén desde 1988, hasta que /Jmner Pnrty in Femilzist Art History, Berkeley, Los Ángeles, Londres, Unjver-
en 1996 el Armnnd Jlammcr Museum of Art y el Cultural Ccnter de la Uni- Mi y of Califomia Press, 1996.
versidad de Califo111iu e n Los Ángeles decidieron org;mizar una exposición ''' Véase L. Meyer, • From Finish Fetish lo feminism:.Judy Chicago's The
que situase el proyecto dentro del contexto de la práctica artística feminista de los /Jumer Pnrty in Califomia An History», en J ones, op. ciL, pág. 71.
76 0 HISTORIAS l)f'. ML!JF.RF.<;, III STORIAS DEL ARTE F.N BUSCA DE I.A MlHEI~ ARTISTA O 77

••as sociológicas) en el transcurso de la historia, pero llamaba


la alención al mismo tiempo (como harían también algunas
Una pluralidad de experiencias urtistas de raza negra) hacia la indiferencia de la cultura femi-
nista dominante con respecto a las cuestiones raciales. Una
Finalmente, como subrayaban muchas analistas de la épo- mdiferencia que parecía extenderse, asimismo, al problema
ca, The Dinner Party alentaba una visión mo nolítica de «lo fe- de la orientación sexual: por una parte, entre los n ovecientos
menino» que privilegiaba la experiencia común de las muje- noventa y nueve nombres registrados en el «Heritage Floor»,
res por encima de sus diferencias (sociales, raciales, sexuales, I>C encontraban los de algunas artistas o escritoras lesbianas
etc.). En efecto, si bien incluia a algunas mujeres lesbianas (Romaine Brooks, Radclyffe Hall o Gertrude Stein); por otra,
(Safo, Nathalie Barney, Virginia Woolf) o de razas diferentes ele las tres mujeres lesbianas sentadas a la mesa principal de
a la blanca (H atshepsut, Sacagawea, Sojoumer Truth), la obra 'fl1e Dinner Party (Safo, Virginia Woolf y Nathalie Bamey), tan
presuponía, en su conjunto, la existencia de un sujeto femeni- sólo Barney aparecía claramente identificada como tal. Las
no universal (e implícitamente blanco, occidenta.l, heterose- vacilaciones de Chicago (su voluntad de nombrar y de ocul-
xual y de clase media). En 1978 un grupo de mujeres hispa- tur a la vez el lesbianismo) reflejaban, por un lado, como
nas visitó el estudio en el que se estaba realizando The Dinner npunta Ameliajones68 , las dificultades que entraña definir, en
Party. Poco tiempo después, una de las visitantes, Estelle Cha- !(•,minos absolutos, una identidad lésbica (¿Qué es, en defini-
con, publicó un articulo en el que alababa la obra de Chica- tiva, una lesbiana? ¿Cualquier mujer que mantiene relaciones
go como un magnífico ejemplo de recuperación de «la histo- sexuales con otra mujer? ¿Q sólo aquellas que se identifican
ria de las mujeres», expresando sin embargo su decepción políticamente con el lesbianismo? ¿Son las mujeres bisexua-
ante la ausencia de «heroínas de la América precolo mbina» les lesbianas?); no obstante, estas vacilaciones también han
en la mesa de invitadas: de entenderse, como veremos en el próximo capítulo, dentro
de l contexto político de la lucha feminista de los setenta, una
Las hispanas no disponen de un modelo en este proyecto lucha marcada por la necesidad estratégica de fomentar las
[...]. Me entristece que del mismo modo que los historiadores r1lianzas entre mujeres, subrayando la importancia del género
masculinos han ignorado sistemáticamente los logros de ·• expensas de otros factores constitutivos de la subjetividad.
nuestros chicantJS [...], Chicago, que declara sentirse dolida por l.a propia Chicago reconocería, años después, las limitacio-
la omisión de las mujeres de la historia, termine ignorando a
nes de este enfoque: «Entablamos el diálogo de forma inco-
millones de mujeres hispanas y considerando que ni siquiera
una de nosotras merece sentarse como invitada de honor en
•recta en los setenta. Nos centrarnos en el género y éramos
su Dinner Party. Como la mayor parte de los anglos, Chicago muy simplistas acerca de la naturaleza de la identidad. La
piensa que el mundo acaba en el río Grande [...] y [considera! identidad es múltiple»69.
que las hispanas no son lo suficientemente importantes para En cualquier caso, la crítica a la universalización de la cate-
figurar en la historia o en el arte67 • goría <<mujer» en la obra de Chicago podría extenderse al
proyecto de recuperación de la figura de la mujer artista en su
Chacon reproducía, es cierto, gran parte de los tópicos ím- ronjunlo. Como escribe Jones:
plicitos en el proyecto de Chicago acerca de la «grandeza>> y
la importancia de los «logros» de las mujeres {u otras mino-
''" lbíd., pág. 103.
H7 CiL en A. J oncs, «Thc "Sexual Politics" of the Dinncr Party: A C ritica! ''" N. Broude y M. D. Ca1Tard, «Convcrsnl ions wilh Judy Chicago and
Conlex~Jo, en Sv:ual Politics. judy Chicago's Dinner Party in Femitzisl Arl History, Miriam Schapiro», en T7u Powcr of Femiuüt Art. The America11 Movemmt of
op. cit., páb'S· 100· 10 l. lltr 1970's, History, and lmpact, Nueva York, lla.rry N. Abrams, 1994, pág. 72.
78 O HISTORIAS DE Ml[IERES, HISTORIAS DEL ARTE EN BUSCA DE LJ\ Ml!JEH i\HT ISTA O 79
Aquellas de entre nosotras que hemos nacido con el privi- presumible o declaradamente heterosexuales, a un número
legio de ser blancas - como Chicago o yo misma- tende- creciente de hombres que se reconocen homosexuales y, de
mos a i¡:,>norar la raza como un componente de nuestra femi- vez en cuando, a la lesbiana por excelencia, Gertrude Stein. Si
nidad [...]. De la misma forma en que los galeristas y conser- escarbamos en fuentes un poco menos canónicas, nos encontra-
vadores de museos han justificado durante años la ausencia
remos, eventualmente, a Rosa Bonheur y Romaine Brooks»72•
de exposiciones de mujeres alegando que el género no les im-
No obstante, incluso en el caso de lesbianas relativamente in-
portaba y que sólo les interesaba el arte de «calidad» (e impli-
cando, así, que el arte hecho por mujeres no era tan «bueno>> troducidas en el canon como Stein, Bonheur o Brooks, la cues-
como el de los artistas varones), el mundo artístico feminista tión de su homosexualidad se reduce, con frecuencia, a una
(esto es, el mundo dominado por artistas, críticas e hlstoriado- mención marginal o a alguna nota biográfica a pie de página:
ras blancas) ha tendido a naturalizar la raza, ignorando el pa- de esta forma, no sólo se invisibiliza su orientación sexual, sino
pel que cumple en la constitución de la identidad (sexual)1°. que se ignora hasta qué punto esa misma invisibilidad puede
haber influido en las obras que produjeron.
As~ cabe preguntarse si el proyecto de construcción de una Consideremos, por ejemplo, el caso de Rosa Bonheur. Se-
genealogía artística femenina no ha desembocado, salvo conta- ¡,'lln vimos más arriba, el travestismo de Bonheur ha sido in-
das excepciones, en un intento de sustituir el canon masculino terpretado habitualmente como un reflejo de las limitaciones
dominante por un canon alternativo de mujeres blancas (y he- que hallaban las mujeres artistas para adenb·arse en espacios
terosexuales), que termina convirtiéndose, a la postre, en igual- masculinos, como los mercados de caballos o las ferias de ga-
mente hegemónico. En ese sentido, parece ineludible conside- nado. Sin embargo, esto no explica, según afirmajames M.
rar, como ya sugería Griselda Pollock, la especificidad de cada Saslow, las razones por las cuales Bonheur decidió adoptar
grupo de mujeres. Como han subrayado recurrentemente al- un atuendo masculino incluso en la intimidad de su vida pri-
gunas teóricas del lesbianismo, las mujeres lesbianas se han en- vada: a partir de sus primeras incursiones en mataderos y fin-
frentado, de forma mucho más acusada que las heterosexuales, cas ganaderas, la pintora «empezó a vestirse y a peinarse al
al problema de la invisibilidad, no sólo dentro de la cultura do- estilo masculino, lo que dio lugar a muchos comentarios pú-
minante, sino también dentro de la propia subcultura homose- blicos. Se cortó el pelo en forma de corta melena y siempre
xual, donde la homosexualidad se identifica, convencional- llevaba unos pantalones y un sombrero fedora salvo en los
mente, con la homosexualidad masculina y donde rara vez se actos públicos formales, en los que se vestía con un severo
abordan las diferencias entre mujeres lesbianas y hombres traje de chaqueta negro. Aunque siempre insistió en que esa
gays 71 • «El papel de las lesbianas como agentes culturales (artis- atípica vestimenta. sólo servía para facilitarle su trabajo, el he-
tas, críticas, mecenas) sigue siendo virtualmente invisible en la cho de que la llevase para muchas otras actividades en las que
comunidad artística dominante», escribe E1ica Rand. «El gru- no era necesaria hace pensar que tenía para ella un significa-
po habitual de actores que protagonizan el mundo del arte do que b·ascendía lo meramente utilitario»7.i.
confirma la predominancia teórica de las relaciones hom- La vida privada de Bonheur, según comenta Saslow, fue
bre/mujer y hombre/hombre: incluye a muchos individuos tan poco ortodoxa como su atuendo: convivió durante cua-
renta años con una mujer, Nathalie Micas, a la que se refeiia

70 72
Jones, «The "Sexual Politics" of Tlw Düzner Party. A Critical Context», E. Rand, «Wornen and Other Wornen. One Fernirust Focus for Ait His-
op. cit., págs. 101 -102. tory», Artjounut~ vol. 50, núm. 2, verano 199 1, pág. 29.
71
Esta idea apart::ce d es<uTollacla en C. Langer, «Trart.5gressing le Droit du 7'¡ J. M. Saslow (1989), «"Disagreeably hidden". Construction and constric-

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80 Q IIISTORIAS DF. Mt{IERES, IIISTORIAS DF.I. ARTE
EN llUSCA DE LA M4fER ARTISTA 0 81

como «mi esposa>> y tras la muerte de ésta, compartió sus úl-


timos años con la que sería su heredera, la joven artista nor-
teamericana Anna Klumpke. La mayor parte de los historia-
dores han considerado que no existe relación alguna entre la
biograffa (y la orientación sexual) de Bonheur y el contenido
de sus obras: Emmanuel Cooper, por ejemplo, afirma que
«pocas de esas ideas [lésbicas] se reflejan en sus cuadros, que
no son sino poderosas y competentes pinturas de animales»74;
Whitney Chadwick, por su parte, sostiene que Bonheur «fue
radical en su vida privada pero artística y políticamente con-
servadora»75. No obstante, según Saslow, si examinamos con
detenimiento uno de los cuadros más famosos de la artista, La
feria de co.ballos de 1855 (fig. 14), un mural de largas dimensio-
nes que describe, en clave costumbrista, el ambiente de la fe-
ria de caballos de París, nos daremos cuenta de que la pintu-
ra de Bonheur tiene una carga política más acusada de lo que
a primera vista pudiera parecer. Los comentaristas de la épo-
ca coincidieron en destacar la fuerza de la composición: los
caballos se agrupan en primer plano, salvajes y encabritados,
formando una curva de vitalidad barroca que evoca el estilo La presencia oculta de este autorretrato plantea varios inte- 14. Rosa Bonheur,
de Géricault, uno de los predecesores favoritos de Bonheur. rrogantes: ¿Por qué la artista se representa a sí misma como La ftna de cabaU.os,
un personaje ambiguo sexualmente? Y, sobre todo, ¿por qué 1855. Óleo
Sin embargo, lo que nadie acertó a apreciar fue que la figura sobre lienzo,
que se sitúa en el eje central del lienzo es un autorretrato de dedide incluir, de forma velada, un autorretrato suyo en un 244,.5 x 506 7 cm
la propia pintora, vestida con la ttmica y la gorra que solía lle- cuadro de temática costumbrista? Quizá, como su¡,riere Sas- The Metro~olita~
var en sus incursiones por los mataderos de París. Si bien se low, porque el atuendo «masculino» de Bonheur no obedecía Muscum of A11,
km sólo a necesidades prácticas, sino también a un intento de Nueva York.
aleja claramente de las representaciones convencionales de la
feminidad en el siglo XIX, el autorretrato «en clave» de Bon- <<construirse una identidad andrógina y protolésbica»iG; quizá
heur tampoco responde exactamente a la imagen imperante también porque la invisibilidad constituía un componente
de la masculinidad: se trata de la única figura de la composi- ineludible, a mediados del siglo XIX, en la configuración de
ción que no lleva barba y sus cabellos, aunque más cortos de una naciente conciencia lésbica_ En efecto, el travestismo era
lo habitual para una mujer de aquella época, son notoriamen- ilegal en época de Bonheur: para evitar ser perseguida, la ar-
te más largos que los de los demás protagonistas masculinos tista tenía que procurarse cada seis meses un «permiso oficial
del cuadro. de travestismo», expedido por la policía de París y firmado
por un médico. Cualquier desviación individual con respecto
a las normas codificadas de comportamiento sexual se defi-
n,ía, así, como una «anomalia» que debía ser regulada por el
74
E. Coopcr, '/]¡e Sr.:mal f 1mpedivc: Homosexuality and Art i11 /he Last 100 Years ~.stado y sometida a control médico; por otra parte, la exis-
i11 the Wl:ft, Londres, Routlcdg~: and Kegan Paul, 1986, pág. 49; cit en Saslow, tencia misma del «permiso de travestismo» implicaba que
op. cit., pág. 188.
75
W. Chadwick, Womm, l lrt, a1l(l Sotiety, Londres, Thames and Hudson,
1990, pág. 11!0; cit. en Saslow, ofJ. cit., pág. 181!. ;,; Saslow, op. tit., p:ig. 190.
82 0 HISTORIAS DE MUJERES, I IISTQR IAS DEI. ARTE
F.N BUSCA DE I.A Ml{!ER ARTISTA O ll3

existían suficientes individuos fuera de la norma como para xismo les permite comportarse como explotadores y opreso-
res de las mujeres. Las mujeres blancas sufren las consecuen-
que fuese necesario crear un formulario específico para esos
cias del sexismo, pero el racismo les atribuye el poder de
casos. explotar y oprimir a los negros. Ambos colectivos han crea-
En ese contexto, Bonheur no podía sino ser perfectamente do grupos de liberación que favorecen sus intereses particu-
consciente de la necesidad, por utilizar la expresión de Parker lares al mismo tiempo que refuerzan la opresión de otros
y Pollock, de <<negociar» su posición sexual, esto es, de hallar colectivos77 •
un equilibrio entre el deseo de construirse una autorrepres~~­
tación alternativa y la voluntad de soslayar la desaprobac10n El feminismo angloamericano - afirma hooks- se ha
pública. Siempre que la invitaban a una rece~ció~~ tomaba la mostrado especialmente insensible a los problemas raciales:
precaución de solicitar por escrito una autonzac10~ para no «La lucha feminista en Estados Unidos no ha partido nunca
llevar el decolleté que prescribía la etiqueta femenma de la de aquellas mujeres que padecen con mayor cmdeza la opre-
época. Más aún, un día en que la emperatriz Eugenia, su me- sión sexista; las mujeres que se ven agredidas cada día men-
cenas más importante, se presentó en su casa sin avisar, Bon- tal, física y espiritualmente; las mujeres que carecen de poder
heur no dudó en hacerle esperar unos minutos para ponerse para cambiar su condición vital. Forman una mayoria silen-
a toda prisa un vestido por encima de los pantalones. No es ciosa. La pmeba de su victimización es que aceptan su suerte
de extrañar que, en sus memOiias, la artista utilizase la expre- :;in protestar, sin organizarse, sin mostrar ningún signo apa-
sión francesa «dissírnuler mes vétements masculins» («ocultar rente de rencor o rabia colectivas»78• No hay más que pensar
-y no «cambiar» o «quitarme- mi atuendo masculino») -dice hooks- en un libro tan influyente como La mística de
para describir este episodio; no es de extrañar, ~imi~m?, que la feminidad de Betty Friedan para darse cuenta de que la teo-
sus intentos de elaborar una autorrepresentac10n lesbtca al- ría feminista ha abordado, con frecuencia, el problema de la
ternativa permaneciesen semi-ocultos o velados en sus cua- identidad femenina como si esas mujeres no existiesen. Publi-
dros, tan ocultos que durante años han resultado invisibles a cado en 1963, el libro de Friedan abogaba por una revitaliza-
los ojos del público y Jos historiadores. ción del movimiento femini sta: tras el auge del sufragismo a
La invisibilidad ha sido también (aunque desde otro punto principios de siglo, el feminismo estadounidense había sufri-
de vista) una dimensión fundamental de la experiencia de las do, según Friedan, un proceso de declive que se inició en los
mujeres que no son de raza blanca. Como escribe bell hooks, ai1os veinte y llegó a su culminación en la posguerra Movili-
una de las portavoces más destacadas del feminismo afroa- zadas durante la Segunda Guerra Mundial en fábricas, perió-
mericano en Estados Unidos: dicos y hospitales, las mujeres se vieron abocadas, una vez
terminada la contienda, a replegarse a la esfera del hogar:
Como grupo, las mujeres negras ocupamos una posición como consecuencia del «baby-boom», del bienestar creciente
inusual en esta sociedad, ya que no sólo nos situamos en el ele las clases medias suburbanas y del auge de la publicidad
peldaño más bajo del mercado laboral, sino que nuestro s~­
ele bienes de consumo doméstico que proyectaba la imagen
tus social, en términos generales, es inferior al de cualqUJer
estereotipada de una nueva «esposa feliz», la identidad de las
otro colectivo. Desde esa posición, experimentamos el lastre
de la opresión sexista, racista y clasista. Al mismo tiempo, so- mujeres se redujo al papel de amas de casa, de esposas y ma-
mos el único ¡,rrupo que no ha sido socializado para asumir el dres; se consolidó así «la mística de la feminidad», la creencia
papel de explotador/opresor en tanto en cuanto no dispone-
mos de un «otro• institucionali1.ado al que podamos explotar
u oprimir ¡... j Las mujeres blancas y los hombres negros(...] n bcll hooks, Feminist 1ñ~ory: From Margin to Center, Boston, South End
pueden actuar como opresores u optimidos. Los hombres de t'ress, 1984, págs. 14- 15.
7K Ibúl., pág. l.
raza ne¡,, ·a padecen las consecuencias del racismo, pero el se-
!YI O IIISTOR!AS DE M4JERES, 1 IISTOfllAS l)f:L ARTE
f.N BUSCA DF. I J\ ~I L!JER ARTISTA J 85
de que las mujeres, por su propia naturaleza, sólo podían de-
sarrollarse plenamente «en la pasividad sexual, el sometí-
miento al varón y el cuidado amoroso de los híjos» 79•
Alabado con frecuencia como una aguda descripción de la
condición femenina en la Amé1ica de los cincuenta, el libro
de Friedan no era en realidad, según hooks, sino un análisis
de la situación de un grupo muy concreto de mujeres: las mu-
jeres casadas blancas de clase media-alta, las amas de casa
acomodadas e insatisfechas por el horizonte monótono de las
labores domésticas. Pero, ¿qué ocurría con todas aquellas mu-
!S. Faith
jeres que no tenían esposo, ni casa, ni hijos? ¿Qué pasaba con Ringgold, 1l1e Hllg
las mujeres de color y las de clase trabajadora? ¿Con las em- is Bletding («La
pleadas de hogar, las babysitters, las secretarias, las obreras o bandera está
las prostitutas? Una vez más, la experiencia de las mujeres sangrando»), l!)li7.
Oleo sobre lie nzo,
blancas de clase media se erigía en patrón universal de la si- 216 x 288 cm ,
tuación de todo el sexo femenino: «Como Friedan, las muje- Colección de
res blancas que dominan el discurso feminista hoy en día rara la artista.
vez se preguntan sí su visión de la situación femenina coinci-
de con las vivencias reales de las mujeres como colectivo», es-
cribe hooks. «Asimismo, rara vez son conscientes de hasta 1.ucy Lippard- vivió inmersa en los años sesenta en una red
qué punto sus opiniones se hallan sesgadas por prejuicios ra- de contradicciones, obligada a enfrentarse a la exclusión de
ciales y sociales»80. Sin embargo, han sido precisamente los los negros del mundo del arte y a la posición precaria del fe-
privilegios que les otorga su raza y posición social los que les tninismo en las filas del Black Movemenb>82 . En 1964la artista
han permitido convertir sus intereses particulares en el obje- inicia una serie de seis obras sobre la sociedad estadouniden-
tivo central del movimiento feminista: «¿Acaso existe algún s<' de la época titulada American People («El pueblo america-
otro grupo que pueda exigir un cambio de perspectiva?», no»), entre las que destaca el lienzo Tite Flag is Bleeding («La
inquiere hooks. «¿Qué otro colectivo de mujeres en los Esta- bandera está sangrando») fechado en 1967 (fig. 15). Se trata
dos Unidos puede acceder tan fácilmente a las universidades, de la reproducción de una bandera estadounidense surcada
a las editoriales, a los medios de masas y al dinero ?»H 1• de rastros de sangre, sobre la que se perfilan tres figuras
La invisibilidad de las mujeres negras en la sociedad nor- de cuerpo entero: a la izquierda de la imagen, un hombre de
teamericana (tanto en la cultura dominante como en los mo- raza negra trata de protegerse el hombro ensangrentado con
vimientos de liberación surgidos en los años sesenta} ha sido una mano, mientras sostiene un cuchillo en la otra; a la dere-
una de las preocupaciones centrales de la. artista afroameri- cha, un hombre blanco contempla, impasible, al espectador,
cana Faíth Ringgold. «Por su condición de mujer negra en ron los brazos posados enérgicamente sobre las caderas; en
un entorno predominantemente blanco, Ringgold -escribe el centro, una mujer blanca agarra a ambos personajes por el

?!l B. friedan ( 19<ia), Lr1 mística de la ftminidad, Madrid, Júcar, 1974, 1


" L. Lippard, «Dreams, Demands and Desires: The Black, Antiwar, and
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110 hooks, op. rit., p:íg. :J.
lmflgts of a Turbulnú Decatú, 7963· 1973, Nueva York, New York Studio M u·
81 lbíd., pág. 6.
"'11m in Harlem, 1985, pág. 79.
86 IIISTO RJAS DE MllJF.RF$, IIIST O RIAS DEL ARTE EN BUSCA 01·: I.A 1\ll !fl'.l \ J\ 1\TISTA 87

brazo. El traje y la corbata del hombre blanco, el vestido «a miento feminista y del Black Power. Es su presencia silenciosa
la última» de la mujer )' el jersey de cuello vuelto del afroa- (' ignorada, como afirmaba bell hooks, la que permite que
mericano funcionan como significantes de su posición so- mujeres blancas y hombres negros actúen como opresores y
cial: no es díficil reconocer al representante de la hegemo- no sólo como oprimidos. «Las manchas y gotas de sangre que
nía blanca, a la pacifista o feminista de extracción burguesa slu·can la bandera pueden ser leídas como la marca de un ma-
y al revolucionario de color vinculado a los movimientos de r abro ritual en el que el símbolo de la nación americana se
lucha por los derechos civiles. De hecho, esla obra ha sido funde con el cuerpo [ausente] de la mujer negra>>, escribe
interpretada con frecuencia como un reflejo del papel me- 1lill. «En sentido metafórico, cabria decir que la bandera
diador de las mujeres en las luchas raciales de los sesenta: americana es el cuerpo de la mujer negra, sacrificada por los
«En este lienzo (...] la mujer cumple una función pacificado- otros tres poderes que aparecen representados en el cua-
ra en la batalla racial entre hombres blancos y negros. Ve- dro»115.
mos a una mujer rubia de aspecto frágil que intenta unir a Los casos de Rosa Bonheur y de Faith Ringgold no son
los dos hombres enfrentados»ll3 . sino dos ejemplos de la importancia que tienen la orientación
Sin embargo, como apunta Patrick Hill114 , la obra presenta sexual o la raza en la definición de la posición de la mujer ar-
algunas particularidades iconográficas que sugieren una lec- Lisla. Sin embargo, del mismo modo que, según veíamos an-
tura más compleja: en efecto, si se trata de un alegato a favor lcs, no parece suficiente introducir algunos nombres de muje-
de la cooperación interracial, ¿cómo explicar que la bandera r<"s en las historias del arte u-adicionales para cambiar los pa-
aparezca manchada de sangre? ¿Quién ha agredido al hom- radigmas dominantes de la disciplina, tampoco basta con
bre negro? ¿Por qué lleva un cuchillo en la mano? Si, por otra aplicar una política de «cuotas», incluyendo a mujeres lesbia-
parte, interpretamos el lienzo como una crítica a los enfrenta- nas, asiáticas o negras, para transformar una visión de la crea-
mientos raciales en la sociedad norteamericana del momen- tividad femenina excesivamente basada en la experiencia
to, ¿a qué se debe la aparente complicidad entre los persona- concreta de las mujeres blancas, occidentales y de clase me-
jes? ¿Por qué se cogen tan amigablemente del brazo? Puede dia. De lo que se trata, como proponía Griselda Pollock, es de
que los protagonistas de The Flag is Bleeding reprensenten, (•xaminar la interdependencia que se produce entre el géne-
como proponíamos antes, a tipos sociales de la época, pero ro, la raza, la edad, la orientación sexual, etc., en la configura-
entonces no tendremos más remedio que reconocer que en el ción de la identidad o, en otras palabras, de redefinir, en toda
cuadro de Ringgold hay una ausencia notable: la de la mujer su complejidad, el fenómeno de la diferencia.
de raza negra. Y es que quizá sea precisamente esta ausencia,
como sugiere Hill, la que explica la extraña complicidad en-
tre los personajes. Dicho de otro modo, la mujer negra, en el
lienzo de Ringgold, funciona como el «otro» o la categoria
negativa sobre la que se asientan no sólo la hegemonía del
hombre blanco, sino también el poder naciente del moví-

83 M. Roth, «Kceping the feminist Faith», en Faillt Ringgold: Twenly Years of


Painling, Sculplrm ami Perfomwncc, 7963-83, Nueva York, New York Studio
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270 Q HlSTORIAS DE MtlJERES, IDSTORIAS DEL ARTE

En pocas palabras, el mito ciberfeminista consiste en ima


ginar a una mujer cyborg cibeméticamente codificada y técni
camente preparada La subversión que ésta ejerce proviene
más del placer que experimenta en ser htbrida y de su impac-
to desterritorializador que de un programa político articulado.
La mujer cyborg no es sólo el síntoma de la era de la informa
ción. Es también el lugar en el que el síntoma se ha transfor-
mado en un cuerpo marcado por el género, el lugar en el que
el cuerpo se encarna. Este cuerpo planta cara, consciente o in·
o
conscientemente, a las «informáticas de la dominación» (Ha- Bibliografía
raway}. Representa una mujer en los límites [de la feminidad),
una mujer en el proceso de transformarse en una entidad
posthurnana, múltiple y flexible, que lucha por su superviven· BIBLIOGRAFÍA GENERAL
cia en un mundo que ya no es humano. Es flexible, desarrai·
gada, nómada. Encarna varias fantasías tecnoló&>icas: es al BARZMAN, K, «Questioning the Canon: Feminists, Postrnodemism,
mismo tiempo un síntoma «genéticamente determinado» de and the History of Art>>,joumaL ofAestltetics and Artt Criticism, vol. 52,
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dres y Nueva York, Routledge, 1993. de 1991, págs. 39-47.
Ensayos Arte Cátedra

La historia de las mujeres artistas ha sido, hasta


hace pocos años, sistemáúcamente ignorada por el
discurso oficial. Tirar del hilo de esa historia olvi-
dada no supone tan sólo reparar una omisión into-
lerable, sino también cuesúonar muchas de las
categorías fundamentales (como las de «genio
arústico», «calidad» o «influencia») sobre las que se
asienta la disciplina de la historia del arte en su
conjunto. Los orígenes del movimiento feminista
se remontan al menos al siglo XVIII, pero habrá que
esperar a que surja el llamado Movimiento de Libe-
ración de la Mujer, a finales de la década de 1960,
para que algunas artistas e historiadoras señalen la
necesidad de intervenir, desde un punto de vista
feminista, en el campo de la práctica y la teoría
arústicas. Este libro es la historia de esas interven-
ciones, con frecuencia polémicas, no sólo en el
ámbito académico e insútucional sino en el del
propio pensamiento feminista. El resultado de la
relación entre el feminismo y la historia del arte es,
sin duda, una de las.renovaciones más profundas
que ha conocido la disciplina histórico-artísúca en
el siglo xx. Al tiempo que se reescribe la vieja his-
toria, se crean otras nuevas: nuevas historias de
mujeres y, por supuesto, nuevas historias del arte.

0162039

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