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Última sed

El día en que finalmente se agotó el agua en el mundo, Ceferino Raimondez recordó su


infancia en Cádiz.

Miró la botella de brandy de Jerez que todavía devolvía colores y matices brillantes y su aroma
le recordó aquella vez que su padre le invitó su primera copa. Pensó en su sabor cálido,
profundo y lleno de extrañas sensaciones y recordó que por ese entonces no tendría más de
once años.

Tomó la característica “copa balón”, de cáliz cerrado y forma abombada y vertió su contenido.

Miró entonces al mismo rincón de siempre. El único rincón que no le producía nada. El único
rincón de su vida del que no sospechaba. “Tonta cucaracha que vives ahí, haz algo”, pensó
para sí mismo.

Brindó entonces por su padre, por Cádiz y por el árabe que destiló por primera vez y consideró
que, finalmente, podría comenzar a olvidarles.

Marcos Madman

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