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No hay duda que la figura del dolo eventual tiene matices difusos que impiden más que una
descripción exacta de su contenido, una aplicación correcta de esa figura, que respete las
características sustanciales del dolo, de las que participa, que en definitiva es también un
dolo, aunque de menor intensidad pero dolo al fin y que el operador debe encontrar en la
representación por parte del imputado del hecho lesivo y su voluntad de llevarlo a cabo,
plasmado en la aceptación de su producción.
Es sustancial que se acredite de la manera que es necesario en materia penal, que el acusado
tuvo clara conciencia de que la conducta que estaba desplegando era positivamente
peligrosa, que el hecho dañoso aparecía como muy posible y no obstante ello, sin razón
lógica que lo justificara, continúa en la misma conducta. “Tengo casi la certeza de que voy
a producir un accidente pero seguiré igual”. El “casi” es el espacio que a nuestro juicio
tiene el dolo eventual.
La realidad nos dice que es de gran dificultad bucear en el ánimo del imputado. Determinar
qué pensaba, qué sentía y también cuál era el grado de conciencia que tenía respecto a la
producción del evento.
Como muestra de las dificultades para describir los elementos subjetivos del dolo eventual
podemos citar a Feijóo Sánchez que menciona las distintas expresiones que se usan para
fundamentar una decisión a favor del dolo eventual. Nos dice que “son incontables y
menciona “espera”, “consciente o aprueba internamente”, “asume”, “acepta”, “ratifica”,
“toma en serio o en consideración”, “está de acuerdo con”, “se resigna a”, “se conforma
con”, “cuenta con” el resultado y este autor agrega que “el problema de la delimitación
entre dolo e imprudencia se ha entendido en muchas ocasiones más como un juego de
palabras que como un problema de imputación de hechos”[1].
Terragni, dando su punto de vista sobre el contenido del dolo eventual, luego de referirse a
las distintas soluciones o distintos enfoques que sobre esto se da, termina diciendo “para
mi este es el problema: A veces se enfoca el asunto al revés, primero se dice que los casos
son de dolo eventual y luego se hacen formulaciones acerca del elemento volitivo para
avalar argumentalmente porqué son de dolo eventual”.
Lo cierto es que en esta materia mucho es aleatorio: “depende de la suerte (la mala suerte
para el justiciable) que se mencione o no en el proceso la locución dolo eventual. Y debe
eliminarse el azar. Es preciso encontrar las razones últimas, los fundamentos teóricos
firmes. La dogmática, como Ciencia del Derecho Penal, tiene como principal finalidad
hacer predecible las decisiones judiciales. Por eso este tema del dolo eventual es uno de
los que necesitan de más aportes científicos, ya que la resolución de algunos procesos no
es predecible, por lo general, cuando sobrevuele la idea de que en el hecho puede haber
habido dolo eventual”[2].
A esos datos debe llegar el intérprete a través de las pruebas existentes en las causas y de
una mirada detenida en la personalidad del imputado, ya que es a éste a quien se le van a
atribuir esos contenidos intelectuales.
Respecto a este específico punto, se tiene dicho que “Entre las dos formas (dolo y culpa)
hay una tierra de nadie, de muy difícil delimitación teórica y práctica, que es la del dolo
eventual. Con cierta dosis de escepticismo Muñoz Conde apunta que esta categoría surgió
para tratar de incluir en el ámbito del dolo una serie de casos que no se ajustan fácilmente
a los elementos conceptualesde esta forma típica, pero que el sentimiento de justicia
considera que deben ser tratados con semejante severidad”[3].
Este es el problema fundamental del dolo eventual. La solución que se está dando en
muchos casos de accidentes graves parte de dar al exceso de velocidad el carácter de
elemento suficiente para tener por acreditado que el autor tenía clara conciencia del peligro
que generaba y en el mantenimiento de esa conducta la voluntaria asunción del riesgo, que
justificaba calificar el hecho como dolo eventual.
Las características propias de este dolo que aparece como un dolo más tenue y menos
definido ha sido factor importante para su utilización cuando el hecho investigado habría
generado un daño importante que mostraba la necesidad de una sanción más severa.
La jurisprudencia brindó antecedentes de esa aplicación así fundada y ello apareció como
una útil solución para dar a la sociedad la respuesta que estaba buscando, el mayor castigo
al autor.
Esta llamativa facilidad de hacer aplicación del dolo no puede entenderse como correcta, no
obstante los reiterados casos en que se la ha utilizado. El dolo eventual es dolo y no
podemos considerar que están dados los elementos esenciales que lo constituyen, el
conocimiento y la voluntad, en la sola circunstancia de circular a una velocidad imprudente.
Se le atribuye al conductor que tenía pleno conocimiento del riesgo y por ello la
representación del daño que podía causar y se encuentra en el mantenimiento de esa
velocidad peligrosa la voluntad de llevar a cabo el hecho lesivo.
Esos son los elementos que constituyen el dolo pero al ser extraídos de un hecho, la
velocidad o una imprudencia grave, no sabemos si están realmente dados en el caso que se
examina. Es posible que el autor no se haya representado la posibilidad de un accidente y
menos entonces que haya tenido la voluntad o la aceptación de cometerlo.
No hay duda de que se está haciendo presunción de la existencia de los elementos del dolo
y en definitiva presumiéndolo a partir de hechos que no son indicadores certeros de su
existencia. Se lo presume pero no podemos tener la certeza de que existe. Los fallos que
han seguido ese criterio obligan a recordar otros que dejaron sentado con suficiente fuerza
que el dolo no se presume.
Más adelante el autor citado “va a explicar que su origen coincide con el periodo que
abrieron las XII tablas, cuando se fue abandonando la forma de responsabilidad objetiva,
adoptando en su lugar el principio según el cual si el autor no exhibe mala intención no se
le debe castigar. La relación de la persona con su hecho debía ser querida y deliberada
(affectum et concilium). Es la idea sintetizada en la palabra dolus, unida –por regla- a una
valoración negativa”. Y en cuanto al origen del concepto dolo eventual “su incorporación
obedeció a las mismas dificultades que persisten: como los prácticos no podían operar más
que con dos términos consagrados por el Derecho Romano, dolus et culpa, en la ausencia
de un tercero se dirigieron al dolo y lo dividieron y sub dividieron en formas múltiples,
entre las cuales se encontró el dolo eventual”.
Es muy claro Terragni al referirse a la forma en que surge la teoría del dolo eventual ya que
nos dice que se empezó a usar “para tratar de incluir en el ámbito del dolo una serie de
casos que no se adaptan fácilmente a los elementos estructurales del mismo, pero que de
todas maneras los tribunales asimilan al dolo, porque un sentimiento de justicia lleva a que
sean tratados con la misma severidad que la que se emplea para los que no son –
indiscutiblemente dolosos”-.
Considera luego que es preocupante que se haga esa interpretación contra legem, porque en
buena medida “esa equiparación se realiza sin parar mientes en que pueda tratarse en
casos de culpa que, por pura intuición de que merecen una retribución considerablemente
grande, se castigan con una pena mayor que la que la ley asigna a los hechos culposos”.
Es sabido que, en nuestro Derecho Penal, por imperio del art. 18 de la Constitución
Nacional, toda condena debe ser justificada y sostenida por una norma penal específica y en
consecuencia no se puede admitir una zona gris en la que se pueda ubicar a un imputado
cuando no sea posible determinar si llevó a cabo el hecho abarcando “con su conocimiento
y con su voluntad todos los elementos objetivos del tipo o si produjo el resultado por
descuido. El suceso será adecuado a la tipicidad culposa o a la dolosa, según concurran
los requisitos de una de ellas; no hay una tercera opción”[5].
Del análisis efectuado y de las referencias obtenidas, tenemos que concluir en que el dolo
eventual, por sus propias características, es una figura que ha motivado aplicaciones a
situaciones que no aparecían abarcadas claramente por el concepto de dolo pero que el
resultado dañoso generaba en la sociedad o en el ánimo del interprete la necesidad de
“encontrar” el dolo partiendo de los acontecimientos cuando el resultado haya sido de
importante gravedad.
La necesidad “de hacer justicia” para quienes resultaron perjudicados por el evento y para
dar a la sociedad la satisfacción de ver castigado severamente al autor del mismo, fue
suficiente justificativo para realizar un análisis del hecho partiendo de lo objetivo, la
velocidad en accidentes de tránsito, y encontrar en ella el dato subjetivo necesario para la
tipificación del dolo. Era consciente de la velocidad a la que conducía, debía naturalmente
tener representación del riesgo y al continuar manteniéndola se evidenciaba su aceptación
del resultado.
Los motivos buenos de esa teoría enmascaran la ilegalidad que subyace en ella ya que no es
posible ni legal, atribuir al autor esas connotaciones subjetivas que se necesitan para
condenar sin tener ninguna referencia seria ni válida, que permita acceder al pensamiento y
la voluntad del imputado.
Intentamos con el proyecto de ley, una aplicación práctica de la ley penal, ajustada a la
realidad y alejada de la discrecionalidad judicial, manteniendo la tradición jurídica
argentina, con su división en dolo y culpa, evitando la elección por los jueces entre la culpa
y una construcción ficticia como el llamado dolo eventual, opción ésta inexistente en el
derecho penal argentino”.
El artículo 84 bis, incorporado por la ley citada trata concretamente el caso del exceso de
velocidad vinculándolo como agravantede una conducción imprudente, negligente o
antirreglamentaria. Se dice : “La pena será de prisión de tres a seis años si se diere alguna
de las circunstancias previstas en el párrafo anterior y el conductor…estuviese conduciendo
en exceso de velocidad de más de treinta (30) kilómetros por encima de la máxima
permitida en el lugar del hecho…”
De su lectura –como de todo el texto de la ley- no se puede extraer otra conclusión que no
sea que se está describiendo formalmente una figura culposa que únicamente puede perder
su condición de tal, si se trata de un acto de terrorismo con utilización de un automotor.
En esa causa la defensa del inculpado planteó formalmente la aplicación del art. 84 bis
incorporado al Código Penal por la ley 27.347. Respecto a ese tema la sala segunda de la
Suprema Corte de Justicia de Mendoza, resolviendo el recurso de casación, expuso: “El
tribunal de juicio no realiza un tratamiento en profundidad del sentido de esta ley, pero la
descarta con base en una sencilla razón que estimo contundente. En el presente caso no
nos encontramos frente a un proceder culposo, sino a uno doloso -el que como advertí ha
sido suficientemente motivado en los hechos y el derecho-, por lo que no corresponde
aplicar las figuras establecidas en los art. 84 bis y 94 bis del CP reforma ley 27.347, las
cuales entran en consideración cuando se trata de un comportamiento previamente
encuadrado en el ámbito de la culpa”.
Este enfoque nos deja en claro que se ha producido la circunstancia apuntada previamente
en este trabajo, cuando nos referimos a una doctrina formada por la sociedad con ayuda de
juristas que determina que la existencia de un perjuicio grave es la que hace aparecer la
necesidad de la aplicación de una figura dolosa para castigar con mayor severidad el hecho.
Como se está ante un hecho de gran gravedad, 19 personas fallecidas, esa sola
circunstancia, importante por cierto, ha sido la determinante, a priori, para que se le dé al
siniestro vial que nos ocupa el carácter de hecho doloso. El haber conducido el imputado
con exceso de velocidad es el factor que sumado a las víctimas lleva a la decisión de la
existencia del dolo, como una especie de pre opinión que será ratificada a lo largo de la
causa.
No hay dudaque la sentencia dictada hace un prolijo relato de los hechos en su objetividad
y un amplio análisis del derecho aplicable. Vamos a discrepar con el resultado y la
aplicación de la figura del dolo eventual.
Decíamos que se hace un amplio análisis del derecho y, debemos decir también del
siniestro, con indicación clara del lugar, de la velocidad del vehículo y de las características
de la zona donde se produce, pero no hay estudio del imputado, que debió ser centro de la
investigación.
El derecho penal castiga conductas y la mejor forma de analizar esas conductas es poner el
foco en su autor.
En el caso que se analiza el autor del hecho, el imputado, es un chofer profesional que
conducía un ómnibus de pasajeros en zona de montaña de noche y que, debido a la
velocidad, alrededor, de 100 km por hora, sufre un vuelco que produce graves
consecuencias.
Es por esa circunstancia acreditada en autos que se afirma en la causa que están dados los
elementos constituyentes de la figura. Que el chofer debió prever, previó que iba a tener un
vuelco y acepto que se produjese. Tuvo conciencia del hecho y aceptación de su
producción.-
Esta tarea de conducir un automotor requiere una técnica y un aprendizaje que debe generar
un completo dominio del vehículo que se conduce. En el caso de un chofer profesional la
existencia del cumplimiento de ese requisito es indudable.
Debemos partir entonces de tener como elemento importante para el análisis de su conducta
que el imputado conducía teniendo un pleno dominio del ómnibus. Tenía también
conocimiento de la ruta por la que se transitaba por haber hecho muchas veces el trayecto
hasta Mendoza.
Entonces, previo al accidente, debemos considerar que manejaba con dominio pleno del
rodado en una ruta conocida y que la velocidad que desarrollaba no “le daba miedo”, se
sentía seguro. Sabía que manejaba bien. Por ello no podía tener pensamientos negativos
respeto a su andar. No se le pasaba por su cabeza la idea de que podía tener un accidente.
Eso es natural a todo conductor. No se maneja con miedo y con la idea de chocar. El
conductor tiene siempre una actitud optimista de su manejo. Y es por esa actitud que se
producen a veces los accidentes. La imprudencia es hija de la confianza y es una hija
traviesa que se cruza sorpresivamente en su vida.
Entendemos así, que el accidente tiene que haber sorprendido al imputado que no había
esperado que se produjera. Desde nuestro punto de vista no resulta lógico atribuirle a quien
va conduciendo, un estado de miedo. Ya hemos visto arriba que ello no es natural en la
conducción.
En autos, como elemento fundante de la responsabilidad que se le va a endilgar, tenemos la
ya referida velocidad, a la que se sumaría el hecho de que un pasajero y el acompañante se
arrimaran a pedirle que la disminuyera.
Respecto a este último, el acompañante, que también le habría dicho al chofer que fuera
más despacio, es de hacer notar que ello debe haber sucedido con bastante anticipación al
momento del accidente ya que cuando se produce, estaba durmiendo. Esta circunstancia, el
estar durmiendo, es bastante elocuente para seguir hablando de un viaje sin novedades.
Por lo dicho no podemos imaginar esa noche al chofer de una manera distinta a ir
conduciendo el ómnibus con pleno dominio, aún a la velocidad que se ha mencionado y que
el accidente se produce de manera imprevista. Pasó porque “no vio la curva” y por ello
volcó.No hay duda que existe una grave imprudencia, pero no existe espacio ante lo
sorpresivo que debe haber sido para el chofer la aparición de esa curva para representarse
que podía suceder un accidente y aceptar esa producción, como se le atribuye en la
sentencia. Todos sus reflejos y pensamientos tienen que haber estado destinados a tratar de
evitar el vuelco que se estaba produciendo.
Es claro que los únicos elementos de cargo existente contra Sanhueza son la velocidad y la
distracción al momento de llegar a la curva, que hizo que no la tuviera en cuenta.
Esto es lo “visible” de la causa, la imprudencia materializada en el exceso de velocidad y
en la momentánea distracción que impidió que se adoptaran las precauciones
correspondientes al llegar a la curva.
Esta conducta, o mejor dicho esta inconducta, enmarca claramente en la figura del art. 84
bis del CP y la sanción correspondiente sería una pena de prisión de seis años e
inhabilitación especial por diez años para conducir vehículos de transporte.
Pero la realidad de lo que debe haber sido el andar del ómnibus nos indica necesariamente
que ha sido con pleno dominio de la unidad y que el viaje tenía los matices o la connotación
de tranquilo. El hecho de que el acompañante del conductor viajaba durmiendo importa una
certificación elocuente de esa tranquilidad del viaje. Mal puede entonces inferirse que se
manejaba con el convencimiento de que podía sufrir un accidente.
Respecto a este punto ya nos hemos referido arriba dejando sentado –creemos con la debida
racionalidad- que no existe entre choferes otra conducción que no sea la que se hace con el
pleno dominio del vehículo. Siendo así no hay manera de extraer de la psiquis del imputado
una idea de riesgo que no eranatural a su modo de actuar.
El otro extremo que necesita la figura atribuida es la voluntad -de alguna manera expresada
en la conducta anterior al accidente-, de aceptar la producción del evento dañoso.
Si el vehículo se desplazaba de manera tranquila, sin sobresaltos (de la forma que lo hemos
expresado arriba), debemos encontrar la causa del accidente en una circunstancia
totalmente imprevista que se generó en forma súbita, quizá fruto de alguna imprudencia,
que se puede haber producido por exceso de confianza. A partir de esa situación sorpresiva
tenemos solo el hecho dañoso desarrollándose sin que podamos vislumbrar en el conductor
otro pensamiento que no sea el de tratar de evitarlo.
La imprudencia, que pudo ser causa del accidente, se deriva siempre de un exceso de
confianza. Se comete la imprudencia en el convencimiento interno de que “no pasará
nada”. Tenemos que reconocer entonces que en instantes previos al suceso no pudo existir
voluntad de realizarlo o aceptar que se realice. Y en los instantes inmediatos no debió
alcanzar a representárselo porque el accidente inundó su presente.
Es también un impedimento para enmarcar este tipo de hechos como producidos con dolo
eventual, lo que expresa el art. 84 bis del Código Penal (según la ley 27.347).
Además del texto que con sus referencias abarca los accidentes de tránsito que hayan sido
productores de víctimas fatales tenemos la exposición de motivos de la ley citada que
indica que la finalidad de la misma es aumentar las penas en estos sucesos para evitar la
aplicación de la doctrina que encuentra el dolo en el exceso de velocidad.
Analizando los hechos que se han descripto en la causa debemos concluir primeroen que es
un hecho grave dado la forma en que se comete el ilícito y que muestra la existencia de una
total desatención por parte del conductor. No hay duda de que esta fue la causa del hecho,
pero no encontramos elementos que permitan una racional afirmación de que el chofer vio
cruzar a la víctima y que no obstante ello y ser evidente que la iba a atropellar no frenó,
continuó su marcha.
La conducción de vehículos genera en los que la llevan a cabo reflejos que colaboran en la
tarea de transitar evitando inconvenientes. El frenar al ver que se le cruza una persona es
uno de los reflejos que naturalmente posee todo conductor. Si esto no se produjo en el caso
de autos apunta también a indicar que no había visto a la víctima.
El considerar al hecho como doloso implica atribuir al imputado, una persona que se gana
la vida como chofer, la capacidad de llevar a cabo porque sí y tranquilamente el homicidio
de esa persona que cruzaba delante de su ómnibus a la que necesariamente iba a embestir y
que aceptó hacerlo sin ningún tipo de problemas. Ese obrar es propio de una personalidad
que no podemos pensar que sea común y que seguramente no presenta el imputado.
Genera sorpresa que un cuerpo jurídico de prestigio como es una Cámara Federal de
Apelaciones, cuya tarea natural es analizar, desde su instancia superior, imputaciones de
hechos presuntamente delictivos y determinar las responsabilidades que hubiere, realice la
imputación de que da cuenta esta causa.
Uno de los actos principales de un tribunal de justicia es, además de estudiar desde lo
técnico al suceso, el percibir, a los efectos de analizar su gravedad, su verdadera esencia. Su
mayor o menor maliciosidad. En el caso que nos ocupa en el que intervienen el conductor
de un vehículo de transporte y una persona que circunstancialmente cruzaba la calle, no se
pueden encontrar elementos que indiquen que la muerte de esa persona atropellada por el
colectivo no es nada más que un lamentable accidente de tránsito. No hay motivo para
interpretar que el chofer tenía intenciones de matar, era un asesino despiadado que vio que
iba a arrollar a la persona que estaba delante de él (que no conocía), y no dudó en continuar
su camino produciendo su muerte por aplastamiento. Tampoco hay elementos en la víctima
que puedan justificar ser objeto de un ataque tan violento, era solo un transeúnte
desconocido para el chofer.
Vemos desde los intervinientes en el suceso que ninguno permite que racionalmente se
entienda que el hecho fue un homicidio doloso llevado a cabo impiadosamente.
Se han buscado argumentos técnicos para encontrar el dolo, pero no se han analizado las
características de las personas intervinientes. El chofer no luce ni puede lucir como un
asesino y la víctima no presenta los rasgos de alguien que pueda ser objeto de una agresión
tan importante.
De estas falencias es responsable la teoría que hace aparecer (como si estuviera) en los
accidentes de tránsito con víctimas fatales, el dolo eventual, y por su formal mayor
gravedad se le da prioridad a ese enfoque.
Debemos recordar que ya estaba vigente la ley 27.347 que claramente da el marco de hecho
culposo al suceso que da origen a esta causa.
Entendemos después del análisis de estos fallos que es imperioso que nuestros tribunales
tomen conciencia de los inconvenientes que genera la doctrina que abre la puerta al dolo
eventual cuando en los accidentes de tránsito se han producido situaciones luctuosas.
Nuestra seria tradición jurídica necesita que se haga un replanteo del tema para mantener la
seriedad y seguridad en la resolución de esas causas.
(*) 13- 04319783-9/1 - “F. y quer. part. c/ Sanhueza Francisco p/ homicidio simple c/ dolo
eventual” - SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE MENDOZA - SALA SEGUNDA –
09/11/2018 (elDial.com - AAB780)
(**) Ex integrante del Tribunal Oral Federal N°1 de Mendoza. Miembro Honorario de la
Asociación Argentina de Profesores de Derecho Procesal Penal.
[1](Feijóo Sanchez Bernardo, el dolo eventual, centro de investigaciones Filosofía y
derecho, Bogotá 2004, pag. 35, citado por Marco Antonio Terragni, en el Dolo eventual y
culpa consciente, Rubinzal Culzoni, pag. 16).
[2](Ob. cit. Terragni pág. 16)
[3](Ob. cit. Terragni pág. 20)
[4] (Ob. cit. Terragni pág. 81)
[5] (Ob. Cit. Terragni Pag. 84).
Citar: elDial DC28DD
Publicado el: 29/10/2019
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