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03 de abril de 2021
Dos musas rusas
Maiacovski salía una noche de El Refugio de los Comediantes, del brazo de la hermosa Lili Brik, cuando
volvió a su mesa a recoger la carterita que ella había olvidado. Larisa Reisner, que estaba en la mesa de al
lado, le dijo: “Te pasarás la vida volviendo a buscar esa carterita”. Maiacovskile contestó: “Puedo llevar esta
carterita hasta con los dientes, Larisa Mijailovna. En el amor no hay ofensas”.
Maiacovski apareció en escena en la poesía rusa como un rompehielos partiendo témpanos (la imagen es del
gran Viktor Shklovski). Decía cosas salvajes, antipoéticas, pero con un sentido del ritmo tan asombroso que
sus versos quedaban grabados en la memoria aunque uno no se lo propusiera. El vozarrón con que recitaba
esos poemas era doblemente estremecedor porque salía de una boca negra como una caverna: Maiacovski
tenía los dientes podridos. Lili Brik lo llevó al dentista, así como le sacó la túnica amarilla y la melena de
futurista, le afeitó la cabeza, lo vistió de traje y botines y se lo llevó a vivir con ella y su marido, Osip Brik. Los
poemas de Maiacovski pagaban las cuentas, Lili dormía con su tormentoso amante y Osip se convirtió en el
confidente y mejor divulgador de la obra del poeta, porque Osip Brik era uno de los cerebros de lo que hoy se
Lili tenía pareja abierta con Maiacovskiy no le importaba que él tuviera amoríos, siempre y cuando ella
siguiera siendo su musa y Osip su intérprete. Maiacovski era huérfano, había pasado por la cárcel a los
quince, había dormido en la calle y después en los galpones del Instituto de Escultura. Los Brik no sólo le
dieron un hogar sino un salón donde brillar. Porque en aquel departamentode la calle Zhukosvkaya 7 ocurrió
en vivo y en directo la literatura rusa, entre los años 1922 y 1929. “El salón de los Brik no tenía puerta sino
tapa: abrirla era como abrir un libro”, dijo Pasternak una vez.
Entonces el Soviet Supremo mandó a Maiacovski de embajador por el mundo y el poeta dejó embarazada a
una joven en América, que lo siguió a París. Para evitar que el asunto pasara a mayores, Lili Brik le pidió a su
hermana Elsa Triolet (que vivía con el poeta Aragon en París) que le presentara urgente una muchacha a
Maiacovski, “para distraerlo”. Así conoció el poeta a Tatiana Yakovleva, que había sido criada para casarse
con príncipes, en la Rusia prerrevolucionaria y tenía dos dotes descollantes además de su porte: una memoria
asombrosa para la poesía rusa y una habilidad endiablada con los dedos de sus pies.
Cuando vino la Revolución, la quinceañera Tatiana recitaba poemas en las esquinas para los soldados rojos,
a cambio de pan para su madre y su hermana. Así sobrevivieron la hambruna hasta que Tatiana fue enviada a
París con su abuela, a curarse la tuberculosis. Dos años después brillaba en los salones parisinos
desanudando la corbata y desprendiendo los botones de la camisa de un caballero con sus piecitos desnudos
Maiacovski quedó fulminado cuando la conoció. La visitó todos los días de su estadía, le propuso matrimonio,
le prometió que volvería para llevársela con él a Moscú, pero ella no le creyó hasta que él le escribió dos
poemas que publicó en cuanto volvióa la URSS: uno se llamaba “Carta al camarada Kostrov sobre la esencia
del amor” y el otro “Carta a Tatiana Yakovleva”. Eran los dos mejores poemas de amor que había escrito en
su vida. Todo Moscú se preguntaba quién era esa Yakovleva, Lili Brik estaba intratable, pero pasaban cosas
peores en Moscú, y Maiacovski aprovechó esa última oportunidad que le quedaba de ir a París como poeta
itinerante.
Pasó todas las horas que pudo con Tatiana y dejó todos los honorarios de sus recitales en una florería con el
encargo de enviarle una rosa por día. En el año siguiente, la correspondencia entre los dos fue volcánica. Y
entonces, para estupor general, Tatiana se casó con un vizconde francés. A los dos meses quedó
embarazada y dos meses más tarde se enteró por los diarios que Maiacovski se había suicidado de un tiro en
Moscú, defenestrado por sus pares. “Las rosas siguen llegando a casa, una por día. Estoy destrozada, pero
no creo que haya sido yo el motivo”, le escribe Tatiana a su madre, que sigue viviendo en la URSS, en la
última carta que logra hacerle llegar, en 1938, junto con unas fotos de ella y la bebé. La abuela nunca
Tatiana huyó de París cuando llegaron los nazis. El marido vizconde murió en un combate aéreo; ella logró
llegar a Nueva York con su hija y su nueva pareja, Alexander Lieberman. Él consiguió trabajo en Vogue, ella
en Saks diseñando sombreros. Un año después ella era la reina de los sombreros de Nueva York y él dirigía
la revista como si fuera un feudo que ponía a los pies de ella. Durante treinta años desfilaron por sus famosos
salones Marlene Dietrich, Salvador Dalí, Leonard Bernstein, Susan Sontag y por supuesto cuanto ruso ilustre
viviera o pasara por Nueva York, de Barishnikov y Brodsky a Plisestkaya y Evtuchenko. Tatiana escuchaba
confidencias y daba consejos, en francés o en ruso. Nunca quiso hablar de Maiacovski con ninguno de sus
íntimos; sólo muy de tanto en tanto aceptaba contar algo mínimo a alguno de los maiacovskianos soviéticos
que lograban llamarla por teléfono desde Moscú, porque Tatiana no escribía cartas, ni contestaba ninguna.
En cambio, una carta de extraordinario coraje y elocuencia que le escribió Lili Brik al propio Stalin logró que en
1935 se rehabilitara a Maiacovski y se lo volviera a leer en la URSS. El salón de los Brik nunca volvió a ser lo
que era, pero siguió funcionando hasta la muerte de Osip, en 1945. Lili se volvió a casar con un jerarca de la
Cheka que cayó en las últimas purgas de 1952. Cuando le preguntaron a Stalin qué hacer con ella, él
contestó: “Déjenla tranquila, es la viuda de Maiacovski”. Vivió hasta los 86 años. Christian Dior e Ives Saint-
Laurent iban a visitarla, cuando estaban en Moscú. Era un ícono viviente: la musa viuda del poeta de la
revolución. Reinaba en solitario hasta que, en 1963, el Museo Maiacovski recibió en donación un paquete de
cartas y fotos de Tatiana que su mamá legó al morir, sin saber que su hija seguía viva en Nueva York. Todas
las cartas hablaban de Maiacovski: al fin se sabía quién era la Tatiana Yakovleva del poema, hasta fotos
había.
Desde entonces, hasta que murieron más de veinte años después, una en Moscú y la otra en Nueva York, Lili
Brik y Tatiana Yakovleva vivieron pendientes pero ajenas la una de la otra, soportando con altanería
preguntas impertinentes de amigos y extraños (“¿A quién quiso más?”, “¿Era bueno en la cama?”). Cada vez
que algún maiacovskiano obsequioso le preguntaba a una si quería mandarle algo a la otra, decían que sí y
se mandaban un pañuelito bordado blanco. Nunca se vieron las caras, ni se escribieron unas líneas, ni
hablaron por teléfono siquiera. Pero las dos tuvieron hasta el último día una foto de Maiacovski en su mesa de