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3/9/22, 12:29 AM Horarios Bíblicos

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Esc. Heb.
Esc. Gri.
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ÍNDICE BÍBLICO
ÍNDICE
„ ¿QUÉ HORA ES? “

VIGILIAS GRIEGAS Y ROMANAS: Hora DEFINICIÓN BÍBLICA:

3ª vigilia griega y romana. 24 (décima) 8ª    


El canto del gallo
Mr 13:35;
Mr 14:30, 72 1   VIGILIAS HEBREAS: Periodo
nocturno
2   3ª vigilia hebrea, Vigilia matutina, Éx 10:13
4ª Vigilia romana última vigilia. 3 (novena de la noche) (de las 2 a las 6 ± de la mañana)
(muy de mañana) Éx 14:24;
1Sa 11:11
Mt 14:25;
Mr 1:35;
6:48 4  
Crepúsculo 5  
Matutino
Comienzo del día. 6 (Salida del sol, el alba)   12 horas de
luz del día. AM
7 (primera) Pos. del Sol 100º (período
diurno)
8 (segúnda)  
9 (tercera del
día)  
10 (cuarta)  
11 (quinta)  
(al mediodía) Gé 43:16; Hch 10:9 12 (sexta) Pos. del Sol 180º
13 (séptima)  
Al calor del día.
Gé 18:1 14 (octava)  
hora de Oración.
Hch. 3:1; 10:3; 10:30 15 (novena del día) -nona- Hora en que murio Jesús. Mt. 27:45
Jn 11:9

16 (décima) Pos. del Sol 220º


Hacia la   17 (undécima)   Anochecer
parte airosa 1ª Vigilia romana 18 (duodécima) 1ª vigilia hebrea, Vig. de la noche, PM
del día. (Entre 2 tardes) Ex. 12:6; 16:12 (desde las 18.00 hasta las 22.00 h). Periodo
19  
Gé 3:8 (Tarde en el día) Mr 11:19 Sl 63:6 nocturno
20   Éx 10:13

2ª Vigilia romana (medianoche) 21 (tercera)


Lu 12:38;
Hch. 23:23 22   2ª vigilia hebrea, Vigilia intermedia
  de la noche, (± 22.00 h. hasta las
23  
2.00 de la madrugada).
24   Jue 7:19
1  

Sistema sexagesimal (de a 60)


Egipto-babilonio  h:00  m:00´   
s:00"

Los hebreos dividían la noche en 3 vigilias de 4 horas cada una según Éx 14:24 y Jue 7:19,
pero posteriormente adoptaron el sistema romano de cuatro vigilias nocturnas. Véanse Mr 13:35, nn.
Los romanos y griegos dividían la noche en 4
vigilias de 3 horas cada una.

El día es
la unidad de tiempo en que la tierra da una rotación sobre su propio eje.
Los horarios son aproximadamente, debido al
cambio de las estaciones.
La
diferencia de una hora en cada huso de los 24 existentes a partir del
meridiano origen representa 15º de longitud desde Greenwich
(eng)
Fuentes: ((1-8-1991-Pg.20); g95 8/3 17-20; Si
279; Ayuda 437,750,1201; it-2-Pg.494)

am pm 24 horas

Si son las horas min. en


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Día 

★Heb.: _____; Gr.: _____; Eng.: day.


★Sinónimos: _____.
★Definición: Para los hebreos, el día se extendía desde una puesta del Sol hasta la siguiente.

“Día”, como se usa en la Biblia tiene varios y diversos significados, tal como se aplica con diferentes sentidos en nuestros tiempos. Una rotación completa de la Tierra
sobre su eje mide un día de 24 horas. En este sentido, un día se compone del tiempo diurno y el tiempo nocturno, un total de 24 horas. (Juan 20:19.) Con todo, al período
diurno mismo, que por lo general tiene un promedio de 12 horas, también se le llama día. “Y Dios empezó a llamar a la luz Día, pero a la oscuridad llamó Noche.” (Gén.
1:5.) Esto hace surgir el vocablo de tiempo “noche”, el período que generalmente tiene un promedio de 12 horas de oscuridad. (Éxo. 10:13.)

Puede incluir verano e invierno, el paso de las estaciones (Zacarías 14:8).


Por ejemplo, “El día de la siega” envuelve muchos días. (Compárese Proverbios 25:13 con Génesis 30:14).
Cuando Moisés resume la historia de la creación, se refiere a los seis días creativos como si fueran uno solo (Génesis 2:4). Por otra parte, en el primero de esos días, “Dios
empezo a llamar a la luz Día, pero a la oscuridad llamó Noche” (Génesis 1:5).
En este caso, el término “día” solo alude a parte de un período de veinticuatro horas.

Mil años son comparados con un día (Salmo 90:4; 2 Pedro 3:8, 10). El “Día de Juicio” abarca muchos años (Mateo 10:15; Mateo 11:22-24). Parecería razonable que los
“días” de Génesis también pudieran haber abarcado extensos espacios de tiempo... milenios.

En términos proféticos, un día a veces puede representar un año, como en Ezequiel 4:6, donde dice: “Y tienes que acostarte sobre tu lado derecho en el segundo caso, y
tienes que llevar el error de la casa de Judá cuarenta días. Un día por un año, un día por un año, es lo que te he dado”. (Véase también Nú 14:34.)

Hay ciertas cantidades específicas de días relacionadas con las profecías. Por ejemplo: 3 1/2 días (Apo 11:9), 10 días (Apo 2:10), 40 días (Eze 4:6), 390 días (Eze 4:5),
1.260 días (Apo 11:3; Apo 12:6), 1.290 días (Da 12:11), 1.335 días (Da 12:12) y 2.300 días (Da 8:14).

El término “día(s)” también se usa con referencia al período de tiempo en el que vivió una persona en particular, como, por ejemplo, los “días de Noé” y los “días de Lot”.
(Lu 17:26-30; Isa 1:1.)

Jehová Dios introdujo esta división fundamental del tiempo en el primer “día” del período preparatorio de la Tierra para la ocupación del hombre, cuando la luz difusa
penetró la capa de gases que envolvía la Tierra y alcanzó la superficie acuosa, con lo que el planeta, al girar sobre su propio eje, tuvo su primer día y su primera noche.
“Efectuó Dios una división entre la luz y la oscuridad. Y Dios empezó a llamar a la luz Día, pero a la oscuridad llamó Noche.” (Gé 1:4, 5.) En este caso, la palabra “Día”
se refiere a las horas de luz solar, a diferencia de la noche. Sin embargo, a continuación el registro usa la palabra “día” (heb. yohm; gr. hë·mé·ra) para designar otras
unidades de tiempo. Tanto en las Escrituras Hebreas como en las Griegas la palabra “día” se usa en sentido literal y figurado o incluso simbólico.

El día solar, la unidad fundamental de tiempo, viene determinada por la rotación completa de la Tierra sobre su eje, es decir, desde el momento en que el Sol pasa por un
meridiano, alcanzando el punto más alto al mediodía, hasta que regresa a él. El día solar se divide en dos períodos de doce horas. El primero se designa en algunos países
por la expresión latina ante meridiem (a.m.) y el segundo, por la expresión post meridiem (p.m.). Sin embargo, en tiempos bíblicos se emplearon otros métodos para
dividir el día.

Los hebreos empezaban su día al anochecer, después de la puesta del Sol, y lo terminaban con la puesta del Sol del día siguiente. El día, por lo tanto, iba de anochecer a
anochecer —“desde la tarde hasta la tarde deben observar su sábado” (Le 23:32)—, lo que seguía el modelo de los días creativos de Jehová: “Y llegó a haber tarde y llegó
a haber mañana, un día primero”. (Gé 1:5; compárese con Da 8:14.)

Los hebreos no fueron los únicos en contar el día desde el anochecer hasta el anochecer, también lo hicieron así los fenicios, los númidas y los atenienses. No obstante, los
babilonios contaban el día desde la salida del Sol hasta la salida del Sol, mientras que los egipcios y los romanos lo hacían de medianoche a medianoche, como se suele
hacer hoy.

Aunque los hebreos empezaban oficialmente su día al anochecer, a veces se referían a él como si empezara por la mañana. Por ejemplo, Levítico 7:15 dice: “La carne del
sacrificio de acción de gracias de sus sacrificios de comunión ha de ser comida en el día de su ofrenda. Él no debe guardar nada de ella hasta la mañana”. Este uso era solo
un asunto de conveniencia al expresarse, para indicar que no debería guardarse nada de la noche hasta la mañana siguiente.

En el relato de la creación también se llama día al período de luz diurna. (Gé 1:5; 8:22.) En la Biblia, el día se divide en períodos naturales: el crepúsculo de la mañana u
oscuridad matutina, justo antes de que comience el día (Sl 119:147; 1Sa 30:17), la salida del Sol (Job 3:9), después viene la mañana (Gé 24:54), el mediodía (Dt 28:29;
1Re 18:27; Isa 16:3; Hch 22:6) y la puesta del Sol, que marcaba el final del día (Gé 15:12; Jos 8:29) y precedía al crepúsculo de la noche u oscuridad vespertina. (2Re
7:5, 7.) Las ocasiones en que los sacerdotes presentaban ciertas ofrendas o quemaban el incienso también eran períodos de tiempo conocidos para la gente. (1Re
18:29, 36; Lu 1:10.)

Los días Bíblicos... ¿cuánto duraron?

El yohm hebreo: ‘Un día; un largo tiempo; el tiempo que abarca un suceso extraordinario’. (Old Testament Word Studies, página 109.)

La luz del día: “Luz brillante que va haciéndose más y más clara hasta que el día queda firmemente establecido”. (Proverbios 4:18.)

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Día de 24 horas: “Siguió el diluvio sobre la tierra por cuarenta días”. (Génesis 7:17.)

Día puede incluir estaciones: “Tiene que ocurrir en aquel día [...] En verano y en invierno ocurrirá”. (Zacarías 14:8.)

Día puede significar muchos días: “El día de la siega”. “En los días de la siega del trigo.” (Proverbios 25:13 y Génesis 30:14.)

Día como 1.000 años y como una vigilia de la noche: “Porque mil años son a tus ojos solo como el día de ayer [...] y como una vigilia durante la noche”. (Salmo 90:4;
también 2 Pedro 3:8-10.)

“Día de salvación”, muchos años. (Isaías 49:8.)

“Día de Juicio”, muchos años. (Mateo 10:15; 11:22-24.)

La vida del hombre como días: “Los días de Noé”, “los días de Lot”. (Lucas 17:26, 28, Biblia de Jerusalén.)

Días creativos del capítulo 1 de Génesis: “un día primero”, “un día segundo”, y así sucesivamente, de 7.000 años cada uno.
Se hace referencia a los seis días creativos
como un día: “En el día que hizo Jehová Dios tierra y cielo”. (Génesis 2:4.)

¿A qué se refiere la expresión “entre las dos tardes”?

Al parecer, entre la puesta del sol y el comienzo de la noche. Las Escrituras emplean la expresión “entre las dos tardes” con respecto al sacrificio del cordero pascual que
se hacía el 14 de Nisán. (Éx 12:6.) Aunque la tradición judía explica que este período transcurre desde que el Sol comienza a declinar hasta su puesta, parece que la
explicación correcta es que la primera tarde corresponde al comienzo de la puesta del Sol y la segunda, al momento en que la última claridad crepuscular desaparece y cae
la noche. (Dt 16:6; Sl 104:19, 20.) Esta explicación concuerda con la del rabino español Aben Ezra (1092-1167), los samaritanos y los judíos caraítas. También es el punto
de vista que sostienen eruditos como Michaelis, Rosenmueller, Gesenius, Maurer, Kalisch, Knobel y Keil.

No existen indicios de que los hebreos hayan dividido el día en horas con anterioridad al exilio babilonio. La palabra aramea scha·`áh, que la Versión Valera de 1960
traduce por “hora” en Daniel 3:15; 4:19, 33; y 5:5, significa literalmente “vistazo”, por lo que se traduce con más exactitud “momento”. No obstante, después del
cautiverio el pueblo judío empezó a usar la hora como medida del tiempo. La expresión “la sombra de las gradas”, empleada en Isaías 38:8 y 2 Reyes 20:8-11, puede que
se refiera a algún tipo de reloj solar, en el que la sombra proyectada por el Sol recorría una serie de escalones. (Véase SOL - [La sombra que retrocedió diez gradas].)

Los antiguos babilonios usaron el sistema sexagesimal, escala matemática que tiene por base el número sesenta. De este sistema heredamos nuestra división del tiempo: el
día en veinticuatro horas (o en dos períodos de doce horas cada uno), la hora en sesenta minutos y el minuto en sesenta segundos.

En los días del ministerio terrestre de Jesús era común dividir en horas el período de luz del día. Así, en Juan 11:9 Jesús dijo: “Hay doce horas de luz del día, ¿no es
verdad?”. Estas horas se contaban por lo general desde la salida hasta la puesta del Sol, o aproximadamente desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Por lo
tanto, la “hora tercera” correspondería más o menos a las nueve de la mañana, y fue a esta hora cuando se derramó el espíritu santo en el Pentecostés. (Mt 20:3; Hch 2:15.)
Cuando Jesús, cansado del viaje, se sentó en la fuente de Jacob, “la hora era a eso de la sexta” o el mediodía. A esta hora también fue cuando a Pedro, estando en Jope, le
dio mucha hambre. (Jn 4:6; Hch 10:9, 10.) Así mismo, fue al mediodía cuando cayó oscuridad sobre la Tierra, hasta la “hora novena”, es decir, hasta las tres de la tarde, la
hora a la que Jesús expiró en el madero de tormento. (Mt 27:45, 46; Lu 23:44, 46.) La hora novena también era conocida como “la hora de oración”. (Hch 3:1; 10:3,
4, 30.) En consecuencia, la “hora séptima” sería sobre la una de la tarde y la “hora undécima”, alrededor de las cinco de la tarde. (Jn 4:52; Mt 20:6-12.) En aquel tiempo la
noche también se dividía en horas. (Hch 23:23; véase NOCHE.)

En algunas ocasiones los hebreos usaban la expresión ‘día y noche’ para referirse solo a una parte de un día solar de veinticuatro horas. Por ejemplo, en 1 Reyes 12:5, 12
se dice que Rehoboam pidió a Jeroboán y a los israelitas que se “[fueran] por tres días” y después volviesen a él. Prueba de que no se refería a tres días completos de
veinticuatro horas, sino a tres días incompletos, está en el hecho de que la gente volvió a él “al tercer día”. En Mateo 12:40 se da el mismo significado a los “tres días y
tres noches” que Jesús estuvo en el Seol. Como muestra el registro, fue levantado a la vida al “tercer día”. Los sacerdotes judíos entendieron claramente que este era el
significado de las palabras de Jesús, ya que cuando quisieron impedir su resurrección, citaron sus palabras: “Después de tres días he de ser levantado”, y luego solicitaron
a Pilato que emitiera una orden para que “se [asegurara] el sepulcro hasta el día tercero”. (Mt 27:62-66; 28:1-6; nótense otros ejemplos en Gé 42:17, 18; Est 4:16; 5:1.)

Los hebreos no tenían nombres para los días de la semana, a excepción del séptimo: el sábado. (Véase SÁBADO.) Por lo general, se aludía a ellos por su orden numérico.
En los días de Jesús y los apóstoles, la víspera del sábado llegó a ser conocida como el día de la Preparación. (Mt 28:1; Hch 20:7; Mr 15:42; Jn 19:31; véase SEMANA.)
La costumbre de designar los días con nombres de planetas y de otros cuerpos celestes tuvo su origen en el paganismo. Los nombres latinos correspondían —de lunes a
domingo— a los siguientes cuerpos celestes: Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno y Sol, pero, en español se sustituyeron los dos últimos por el sábado judío y
el dies dominicus (domingo), que significa literalmente “día del Señor”.

A veces el término “día” se emplea como medida de distancia en expresiones como “el camino de un día” o “el camino de un sábado”. (Nú 11:31; Hch 1:12; véase
PESOS Y MEDIDAS.)

En términos proféticos, un día a veces puede representar un año, como en Ezequiel 4:6, donde dice: “Y tienes que acostarte sobre tu lado derecho en el segundo caso, y
tienes que llevar el error de la casa de Judá cuarenta días. Un día por un año, un día por un año, es lo que te he dado”. (Véase también Nú 14:34.)

Hay ciertas cantidades específicas de días relacionadas con las profecías. Por ejemplo: 3 1/2 días (Apo 11:9), 10 días (Apo 2:10), 40 días (Eze 4:6), 390 días (Eze 4:5),
1.260 días (Apo 11:3; 12:6), 1.290 días (Da 12:11), 1.335 días (Da 12:12) y 2.300 días (Da 8:14).

El término “día(s)” también se usa con referencia al período de tiempo en el que vivió una persona en particular, como, por ejemplo, los “días de Noé” y los “días de Lot”.
(Lu 17:26-30; Isa 1:1.)

Otros casos en los que la palabra “día” se usa en un sentido figurado son: el “día que Dios creó a Adán” (Gé 5:1), el “día de Jehová” (Sof 1:7), el “día de furor” (Sof 1:15),
el “día de salvación” (2Co 6:2), el “día del juicio” (2Pe 3:7), el “gran día de Dios el Todopoderoso” (Apo 16:14) y otros.

Este uso figurado de la palabra “día” para designar diferentes períodos de tiempo se ve también en el relato de la creación de Génesis, donde se hace referencia a una
semana de seis días creativos seguidos de un séptimo día de descanso. La semana que Dios prescribió a los judíos en el pacto de la Ley seguía el modelo de esa semana
creativa. (Éx 20:8-11.) En el registro bíblico, cada uno de los seis días creativos finaliza con las palabras: “Y llegó a haber tarde y llegó a haber mañana”, el día primero,
segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto. (Gé 1:5, 8, 13, 19, 23, 31.) Sin embargo, en el caso del séptimo día no se emplea la misma coletilla, lo que parece indicar que este
último período, durante el cual Dios descansa de su actividad creadora respecto a la Tierra, no había concluido. En Hebreos 4:1-10, el apóstol Pablo explicó que el día de
descanso de Dios aún estaba en progreso, lo que significa que entonces habían transcurrido más de cuatro mil años desde su comienzo. De esta referencia se deduce que
cada uno de los períodos creativos tuvo una duración de, al menos, miles de años. Como dice A Religious Encyclopædia, “los días de la creación fueron días creativos,
etapas de un proceso, pero no días de veinticuatro horas cada uno” (edición de P. Schaff, 1894, vol. 1, pág. 613).

A la suma de las seis unidades o “días” creativos dedicados a la preparación del planeta Tierra también se le llama “día” en Génesis 2:4: “Esta es una historia de los cielos
y la tierra en el tiempo en que fueron creados, en el día que Jehová Dios hizo tierra y cielo”.

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Como el Creador no se halla dentro de los límites de nuestro sistema solar y no está condicionado a sus ciclos de traslación y rotación, su situación no puede compararse a
la del hombre. El salmista dijo de Dios, quien es de tiempo indefinido a tiempo indefinido: “Porque mil años son a tus ojos solo como el día de ayer cuando ha pasado, y
como una vigilia durante la noche”. (Sl 90:2, 4.) A tenor de estas palabras, el apóstol Pedro escribió que “un día es para con Jehová como mil años, y mil años como un
día”. (2Pe 3:8.) Un período de mil años representa para el hombre unos 365.242 días de veinticuatro horas, pero para el Creador puede ser un único e indivisible período
en el que Él comienza y lleva a buen término un determinado propósito. Es, en cierto modo, parecido a una jornada de trabajo que da comienzo por la mañana y termina
hacia el final del día.

Jehová es quien ha dado origen a nuestro universo, un universo en el que, por lo que se ha podido demostrar, el tiempo, el espacio, el movimiento, la materia y la energía
se hallan inevitablemente interrelacionados. Controla todos estos elementos de tal modo que satisfagan su propósito, y al tratar a sus criaturas terrestres, se fija límites
definidos de tiempo para su actuación que llegan hasta el “día y hora”, y los cumple con rigurosa puntualidad. (Mt 24:36; Gál 4:4.)

Enlaces Relacionados      
★Crepúsculo vespertino y matutino - (19670615-Pg.381/382)

★¿Cuándo debía degollarse el cordero pascual? - (15-12-2013-Pg.18-§9-Recuadro)

★“Pascua” - [¿Qué significa la expresión “entre las dos tardes”?]

¿Cuánto dura un “día” de Génesis?

Para muchos, la palabra “día” usada en el capítulo 1 de Génesis significa 24 horas. Sin embargo, en Génesis 1:5 se dice que Dios mismo divide el día en un período más
corto, y sólo llama día a la porción que tiene luz. En Génesis 2:4 a todos los períodos de creación juntos se llama un “día”: “Ésta es una historia de los cielos y la tierra en
el tiempo de ser creados, en el día [los seis períodos de creación] que hizo Jehová Dios tierra y cielo”.

La palabra hebrea yohm, traducida “día”, puede significar espacios de tiempo de diferente duración. Entre los significados posibles, el libro Old Testament Word Studies
(Estudios sobre palabras del Antiguo Testamento), de William Wilson, incluye los siguientes: “Un día; frecuentemente se pone por tiempo en general, o por un tiempo
largo; todo un período que se esté considerando [...] También se pone día para una sazón o tiempo particular en que sucede cualquier acontecimiento extraordinario”. Esta
última oración parece aplicar bien a los “días” de la creación, porque ciertamente estos fueron períodos en que, según se describe, sucedieron acontecimientos
extraordinarios. Esto también permite concebir períodos mucho más extensos que espacios de 24 horas.

El capítulo 1 de Génesis usa las expresiones “tarde” y “mañana” con relación a los períodos de creación. ¿No indica esto que estos períodos duraron 24 horas cada uno?
No necesariamente. En algunos lugares la gente suele hacer referencia a la duración de la vida de un hombre como su “día”. Se habla del “día de mi padre” o de lo que
pasó “en el día de Shakespeare”. Quizás hasta dividan ese “día” de la duración de la vida y digan: “en la alborada [o mañana] de su vida” o “en el ocaso [o tarde] de su
vida”. Por eso, ‘la tarde y la mañana’, en el capítulo 1 de Génesis, no limita el significado a un período literal de 24 horas.

“Día”, como se usa en la Biblia, puede incluir verano e invierno, el paso de las estaciones (Zacarías 14:8). “El día de la siega” envuelve muchos días. (Compárese
Proverbios 25:13 con Génesis 30:14.) Mil años son comparados con un día (Salmo 90:4; 2 Pedro 3:8, 10). El “Día de Juicio” abarca muchos años (Mateo 10:15; 11:22-
24). Parecería razonable que los “días” de Génesis también pudieran haber abarcado extensos espacios de tiempo... milenios.

Puede llegarse a esa conclusión por lo que la Biblia dice sobre el séptimo “día”. El relato de cada uno de los primeros seis “días” termina con las palabras “y llegó a haber
tarde y llegó a haber mañana”. Pero no concluye así el séptimo “día”. Es más, en el siglo primero de la era común, después de unos cuatro mil años de historia, la Biblia
habla del séptimo “día” de descanso como todavía en curso (Hebreos 4:4-6). De modo que el séptimo “día” es un período que se extiende por miles de años, y
lógicamente podemos concluir lo mismo acerca de los primeros seis “días”.

Curiosidades sobre el Día      


★Cada día puede no ser bueno, pero hay algo bueno en todos los días.

★No conviertas un mal momento en un mal día.


★No dejes que un mal día te haga sentir que tienes una mala vida.

★Un día de Venus son 243 días en la Tierra.

Enlaces Relacionados      
★Día - (Bibliatodo Diccionario)

★Día - (Biblia Work Diccionario)

★Adquiera la costumbre de ser puntual - (5-2014-Pg.2/25)

★¿Cómo medían el tiempo? - (2-9-2018-Pg.22-Foto)


★¿Cómo se dividían el día y la noche en tiempos bíblicos? - (1-5-2011-Pg.15)

★¿Debe guardarse un día sagrado en la semana? - (9-2011-Pg.10)


★¿Dónde se quedo ese día? - (Curiosa Noticia de la Nasa)


★El reloj más famoso del mundo - (10-2010-Pg.17)


★“Mil años como un día” - (2 Pedro 2:8) - (Cómo ve


el tiempo Jehová.)

★¿Se ha verificado el “día que falta”? - (22-2-1971-Pg.4)

División de la noche 

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3/9/22, 12:29 AM Horarios Bíblicos

★Heb.: _____; Gr.: _____; Eng.: _____.


★Sinónimos: _____.
★Definición: _____.

Período de oscuridad transcurrido desde la puesta del Sol hasta el amanecer, designado por Jehová Dios como “Noche”. (Gé 1:5, 14.) Entre la puesta del Sol y la
oscuridad de la noche hay un corto período crepuscular, después del cual empiezan a verse las estrellas. Los hebreos llamaron a ese tiempo né·schef, y parece que es al
que se refiere la expresión “entre las dos tardes”, registrada en Éxodo 12:6. (Pr 7:9.) De manera similar, el crepúsculo matutino aparece al final de la oscuridad de la noche
hasta la aurora; a este fenómeno se le denomina con la misma palabra hebrea. Por lo tanto, el escritor dice en el Salmo 119:147: “Me he levantado temprano en el
crepúsculo matutino”.

División hebrea.

Los hebreos dividían la noche en vigilias. “Cuando me he acordado de ti sobre mi canapé, durante las vigilias de la noche medito en ti.” (Sl 63:6.) Puesto que en Jueces
7:19 se habla de una “vigilia intermedia de la noche”, parece evidente que en tiempos antiguos había tres vigilias. Al parecer, cada una de ellas abarcaba una tercera parte
del tiempo entre la puesta del Sol y el amanecer, es decir, unas cuatro horas, dependiendo de la época del año. Por lo tanto, la primera vigilia iba desde las 18.00 hasta las
22.00 h. La “vigilia intermedia de la noche” empezaba aproximadamente a las 22.00 h. y duraba hasta las 2.00 de la madrugada, más o menos. Este fue un tiempo
estratégico para que Gedeón efectuase el ataque por sorpresa sobre el campamento madianita. A la tercera vigilia se le llamó la “vigilia matutina”, e iba aproximadamente
desde las 2.00 de la madrugada hasta la salida del Sol. Durante esta vigilia matutina Jehová hizo que los ejércitos egipcios que perseguían a Israel experimentasen graves
dificultades cuando querían cruzar el mar Rojo. (Éx 14:24-28; véase también 1Sa 11:11.)

División romana.

Los judíos, al menos para el tiempo de la dominación romana, habían adoptado la práctica, tanto griega como romana, de tener cuatro vigilias nocturnas. Jesús debió
referirse a esas cuatro divisiones cuando dijo: “Por lo tanto, manténganse alerta, porque no saben cuándo viene el amo de la casa, si tarde en el día o a medianoche o al
canto del gallo o muy de mañana”. (Mr 13:35.) La vigilia “tarde en el día” iba desde la puesta del Sol hasta la hora tercera, más o menos las 21.00 h. La segunda vigilia,
llamada la “medianoche”, empezaba a las 21.00 h. y finalizaba a medianoche. (Lu 12:38.) El “canto del gallo” abarcaba desde la medianoche hasta aproximadamente las
3.00 de la madrugada; debió ser durante este tiempo cuando ocurrieron los cantos del gallo mencionados en Marcos 14:30. Finalmente, la cuarta vigilia iba desde las
3.00 de la madrugada hasta el amanecer, período al que también se llamaba “muy de mañana” según dividían la noche los griegos y los romanos. (Mt 14:25; Mr 6:48.) De
los turnos de guardia de la noche era la más difícil, pues al soldado le costaba mucho trabajo mantenerse despierto. De hecho, los estrategas militares consideran que ese
es el momento ideal para atacar, pues ofrece mayores posibilidades de sorprender al enemigo durmiendo.

Los judíos tenían tres divisiones, o vigilias, según Éx 14:24 y Jue 7:19, pero posteriormente adoptaron el sistema romano de cuatro vigilias nocturnas. Véanse Mr 13:35.

En una ocasión se hace mención de una hora específica de las doce que componen la noche: Hechos 23:23 dice que fue a la “hora tercera”, aproximadamente las 21.00 h.,
cuando el comandante militar ordenó a las tropas que llevasen a Pablo desde Jerusalén hasta Cesarea.

Mientras que para los judíos el nuevo día empezaba con la puesta del Sol, para los romanos la medianoche era el punto fijado para la finalización y comienzo del día. De
este modo se evitaba el problema resultante de alargar y acortar las horas de luz diurna debido a las estaciones (como ocurría cuando empezaba el día con la puesta del
Sol), y permitía una división del día en dos períodos iguales de doce horas en cualquier época del año. Esta es la práctica extendida en la mayoría de las naciones hoy en
día.

Uso figurado.

A veces se usa la palabra “noche” en la Biblia con un sentido figurado o simbólico. En Juan 9:4 Jesús habló de la “noche [...] cuando nadie puede trabajar”. Jesús aquí se
refirió al tiempo de su juicio, de ser fijado en un madero y de su muerte, cuando no podría participar en las obras de su Padre. (Véanse Ec 9:10; Job 10:21, 22.)

En Romanos 13:11, 12, la “noche” se refiere manifiestamente a un período de oscuridad causado por el adversario de Dios, período que tiene que finalizar por medio de
Cristo Jesús y su reinado. (Véanse Ef 6:12, 13; Col 1:13, 14.) En 1 Tesalonicenses 5:1-11 se contrasta a los siervos de Dios, que han sido iluminados con su verdad, con
las personas mundanas, que no lo han sido. Su forma de vivir manifiesta que son ‘hijos de la luz e hijos del día; no pertenecen ni a la noche ni a la oscuridad’. (Véanse Jn
8:12; 12:36, 46; 1Pe 2:9; 2Co 6:14.) Se halla un uso similar en Miqueas 3:6, donde el profeta dice a aquellos que rechazan la verdadera guía divina: “Por lo tanto ustedes
tendrán noche, de modo que no habrá visión; y oscuridad tendrán, de modo que no practiquen la adivinación. Y el sol ciertamente se pondrá sobre los profetas, y el día
tendrá que oscurecerse sobre ellos”. (Compárese con Jn 3:19-21.)

También se usa la noche para representar un tiempo de adversidad, puesto que debido a su penumbra y oscuridad, es el tiempo en el que las bestias salvajes vagan, los
ejércitos lanzan ataques por sorpresa, los ladrones entran sigilosamente y se cometen otros actos de maldad. (Sl 91:5, 6; 104:20, 21; Isa 21:4, 8, 9; Da 5:25-31; Abd 5.) Es
en estos sentidos figurados como tenemos que entender los textos de Apocalipsis 21:2, 25 y 22:5, donde se nos asegura que en la “Nueva Jerusalén” “ya no habrá noche”.

Curiosidades sobre la Noche      


★Nunca una noche ha vencido al amanecer y jamás un problema venció a la esperanza.

Enlaces Relacionados      
★Noche - (Bibliatodo Diccionario)

★Noche - (Biblia Work Diccionario)

★¿Cómo medían el tiempo por la noche


los judíos del siglo primero - (1-8-2011-Pg.23)

★¿Cómo se dividían el día y la noche en tiempos bíblicos? - (1-5-2011-Pg.15)


https://xoomer.virgilio.it/biblia/hora.htm 5/19
3/9/22, 12:29 AM Horarios Bíblicos
★“Familia” - [Noche de adoración en familia.]

★Nicodemo va a ver a Jesús de noche - (jy-Cap.17-Pg.44-Foto)

Hora 

★ (Heb.: _____; Gr.: ὥρα; Eng.: Hour.


★Sinónimos: _____.
★Definición: _____.

La palabra griega hó·ra se usa en las Escrituras Griegas Cristianas para indicar un período de tiempo corto, un tiempo fijo, definido, o una división del día. En las
Escrituras Hebreas no aparece ningún término para hora. Los antiguos israelitas tal vez hayan dividido el día en cuatro partes. (Ne 9:3.) En vez de hablar de horas, las
Escrituras Hebreas usan las expresiones “mañana”, “mediodía” y “atardecer” como indicadores de tiempo. (Gé 24:11; 43:16; Dt 28:29; 1Re 18:26.) Otras designaciones
más precisas eran: “en cuanto brille el sol” (Jue 9:33), “la parte airosa del día” (Gé 3:8), “al calor del día” (Gé 18:1; 1Sa 11:11) y “al tiempo de ponerse el sol” (Jos 10:27;
Le 22:7). El sacrificio pascual tenía que degollarse “entre las dos tardes”, expresión con la que al parecer se indica el tiempo posterior a la puesta del Sol y anterior al
comienzo de la noche. (Éx 12:6.) Este es el punto de vista de algunos doctos, así como de los judíos caraítas y los samaritanos, aunque los fariseos y los rabinistas
opinaban que era el tiempo que transcurría desde que empezaba a descender el Sol hasta que se ponía.

Dios mandó que las ofrendas quemadas se hicieran sobre el altar “por la mañana” y “entre las dos tardes”. Junto con estas, también se presentaba una ofrenda de grano.
(Éx 29:38-42.) De modo que expresiones como “ascender la ofrenda de grano” (el contexto indicaba si era por la mañana o por la tarde; 1Re 18:29, 36) y el “tiempo de la
ofrenda de la dádiva de la tarde” (Da 9:21) obtuvieron con el tiempo una connotación cronológica.

La noche se dividía en tres períodos llamados “vigilias”. En este sentido se hace mención de: las “vigilias de la noche” (Sl 63:6), la “vigilia intermedia de la noche” (Jue
7:19) y la “vigilia matutina” (Éx 14:24; 1Sa 11:11).

El día de veinticuatro horas.

Se le ha atribuido a Egipto la división del día en veinticuatro horas: doce para el día y doce para la noche. Estas horas no durarían siempre lo mismo, debido al cambio de
las estaciones, haciendo que en verano las horas del día fuesen más largas y las de la noche, más cortas (excepto en el ecuador). Nuestra división actual del día en
veinticuatro horas de sesenta minutos es el resultado de la combinación del cálculo egipcio y las matemáticas babilonias: un sistema sexagesimal (basado en el
número 60). El cómputo del día desde medianoche hasta medianoche —eliminando, por lo tanto, la variación en la duración de las horas según las estaciones— fue un
método posterior, quizás romano.

En el siglo I.

En el siglo I E.C. los judíos dividían el período diurno en doce horas, empezando al amanecer. Jesús dijo: “Hay doce horas de luz del día, ¿no es verdad?”. (Jn 11:9.) Esto
hacía que la duración de las horas variase de un día a otro, según las estaciones. Solo durante el tiempo de los equinoccios duraban lo mismo que hoy día. Esta ligera
variación, que no sería tan grande en Palestina, no supondría ninguna inconveniencia importante. El comienzo del día correspondería más o menos con las seis de la
mañana de nuestro horario. En la ilustración de los obreros de la viña, Jesús hizo mención de la hora tercera, la sexta, la novena, la undécima y el “anochecer” (que sería
la duodécima). Estas horas corresponderían con nuestras ocho a nueve y once a doce de la mañana, y dos a tres, cuatro a cinco y cinco a seis de la tarde, respectivamente.
(Mt 20:3, 5, 6, 8, 12; Hch 3:1; 10:9.) La medianoche y el “canto del gallo” son designaciones de tiempo que también se usan en las Escrituras Griegas Cristianas. (Mr
13:35; Lu 11:5; Hch 20:7; 27:27; véase CANTO DEL GALLO.) Parece ser que bajo la dominación romana los judíos adoptaron la división romana de la noche en cuatro
vigilias, en lugar de tres. (Lu 12:38; Mt 14:25; Mr 6:48.)

Una aparente discrepancia.

Algunas personas han señalado la existencia de una aparente discrepancia entre Marcos 15:25, que dice que se colgó en un madero a Jesús para “la hora tercera”, y Juan
19:14, que indica que era “como la hora sexta” cuando terminó el juicio final de Jesús ante Pilato. Juan tenía acceso al relato de Marcos y sin duda pudo haber repetido la
misma hora que este había registrado. Por consiguiente, debe haber tenido una razón para dar una hora diferente a la que dio Marcos.

¿Por qué esta aparente discrepancia? Se han dado varias explicaciones, pero ninguna es del todo satisfactoria. Sencillamente, no tenemos suficiente información para
saber con seguridad la razón de la diferencia entre los dos relatos. Tal vez las referencias a la hora hechas tanto por Marcos como por Juan fueran parentéticas,
no cronológicas. En cualquier caso, una cosa es cierta: ambos escribieron inspirados por espíritu santo.

Hay algunos factores que debemos tomar en cuenta. Por lo general, los cuatro Evangelios coinciden al mencionar las horas en las que ocurrieron otros sucesos del último
día de vida de Jesús. Por ejemplo, los cuatro dicen que ya había amanecido cuando los sacerdotes y los ancianos se reunieron y entregaron a Jesús al gobernador romano
Poncio Pilato (Mt 27:1, 2; Mr 15:1; Lu 22:66–23:1; Jn 18:28). Y Mateo, Marcos y Lucas dicen que cayó una oscuridad desde “la hora sexta [...] hasta la hora novena”,
mientras Jesús estaba en el madero (Mt 27:45, 46; Mr 15:33, 34; Lu 23:44). Otro factor a tomar en cuenta es que algunos consideraban que los latigazos eran parte de la
ejecución. De hecho, en ocasiones, este castigo era tan cruel que la persona moría. Los latigazos que recibió Jesús fueron tan fuertes que otro hombre tuvo que cargar con
el madero durante parte del trayecto (Lu 23:26; Jn 19:17). Si se considera que la ejecución empezó con los latigazos, es obvio que entre esos azotes y el momento en que
Jesús fue clavado en el madero tuvo que pasar algún tiempo. Esto concuerda con el hecho de que Mateo 27:26 y Marcos 15:15 mencionen juntas las dos acciones: los
latigazos y la ejecución. Por eso, es comprensible que los evangelistas dijeran horas distintas dependiendo de cuándo consideraran que empezaba la ejecución. Esto quizás
explica por qué a Pilato le costó creer que Jesús hubiera muerto poco después de que lo colgaran en el madero (Mr 15:44).

Además, los escritores de la Biblia con frecuencia seguían la costumbre de dividir el día en cuatro períodos de tres horas, igual que hacían con la noche. Por esa razón, hay
tantas referencias a la hora tercera, sexta y novena, contando desde la salida del Sol, alrededor de las seis de la mañana (Mt 20:1-5; Jn 4:6; Hch 2:15; 3:1; 10:3, 9, 30).
También hay que tener en cuenta que la gente no tenía forma de saber exactamente qué hora era, por eso decían horas aproximadas, como sucede en Juan 19:14 (Mt

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3/9/22, 12:29 AM Horarios Bíblicos
27:46; Lu 23:44; Jn 4:6; Hch 10:3, 9). En resumen: al hablar de la ejecución de Jesús, Marcos incluyó los latigazos, mientras que Juan solo hizo referencia al momento en
que fue colgado en el madero. Por otro lado, es posible que Marcos y Juan se hayan referido al período de tres horas en el que ocurrieron los hechos, y no a una hora en
concreto. Además, Juan no dio una hora exacta, sino que dijo “como a la hora sexta”. Estos detalles pueden explicar la diferencia entre las horas que aparecen en los
relatos. Por último, el hecho de que Juan, quien escribió su libro muchos años después, mencionara una hora distinta prueba que su Evangelio no es una copia del de
Marcos.

Los evangelios sinópticos indican con claridad que para la hora sexta, o mediodía, Jesús llevaba suficiente tiempo colgado en el madero como para que los soldados
hubieran echado suertes sobre sus prendas de vestir y los principales sacerdotes, los escribas, los soldados y otros transeúntes le injuriaran. También muestran que Jesús
murió para las tres de la tarde. (Mt 27:38-45; Mr 15:24-33; Lu 23:32-44.) Lo verdaderamente importante que debe recordarse es que Jesús murió por nuestros pecados el
día 14 de Nisán del año 33 E.C. (Mt 27:46-50; Mr 15:34-37; Lu 23:44-46.)

“Parte airosa del día”.

Lit.: “espíritu o viento”, “relativo a la brisa de”. Heb.: lerú·aj (Génesis 3:8), la misma palabra básica traducida “fuerza activa” [el espíritu o viento] en Gé 1:2. Se entiende
que eso fue en el espacio de tiempo que precede a la puesta del Sol, cuando subían brisas frescas y traían alivio del calor del día en la región donde se cree que estuvo
ubicado el Jardín de Edén. El sitio tradicional está en Turquía oriental, a unos 225 kilómetros al sudoeste del monte Ararat y a unos kilómetros al sur del lago Van. Por lo
general el ocaso del día es tiempo de desocuparse y descansar. Sin embargo, Jehová no dejó que una cuestión judicial grave quedara para el día siguiente cuando todavía
había tiempo para encargarse de ella. Así, Jehová pronunció juicio contra los desobedientes Adán y Eva en Edén. (w77 751; w91 1/8 21)

Otros usos.

En las Escrituras Griegas Cristianas la palabra hó·ra se utiliza con frecuencia para dar a entender “inmediatamente” o en un espacio de tiempo muy corto. Por ejemplo:
una mujer que tocó el fleco de la prenda exterior de vestir de Jesús sanó “desde aquella hora”. (Mt 9:22.) El término “hora” también podía referirse a un momento especial
o trascendental de duración indeterminada, o al comienzo de un período de tiempo. Jesús dijo: “Respecto a aquel día y hora nadie sabe” (Mt 24:36), “viene la hora en que
todo el que los mate se imaginará que ha rendido servicio sagrado a Dios” (Jn 16:2) y “viene la hora en que ya no les hablaré en comparaciones”. (Jn 16:25.)

Por otra parte, la palabra “hora” podía designar cualquier tiempo del día, como cuando los discípulos le dijeron a Jesús en cuanto a la multitud de personas que le habían
seguido a un lugar solitario: “El lugar es solitario y la hora es ya muy avanzada; despide a las muchedumbres”. (Mt 14:15; Mr 6:35.)

Uso figurado o simbólico.

Cuando el término “hora” se usa de manera simbólica o figurada, significa un período de tiempo relativamente corto. Jesús dijo a la muchedumbre que fue contra él: “Esta
es su hora y la autoridad de la oscuridad”. (Lu 22:53.) Se dice que los diez cuernos de la bestia salvaje de color escarlata representan diez reyes que reciben autoridad
como tales con la bestia salvaje durante “una hora”. (Apo 17:12.) Se exclama sobre Babilonia la Grande: “¡[...] En una sola hora ha llegado tu juicio!”. (Apo 18:10.)
Además, en armonía con las palabras de Jesús referentes al trigo y la mala hierba (Mt 13:25, 38), las advertencias de Pablo en cuanto a la apostasía venidera (Hch 20:29 y
2Te 2:3, 7) y la declaración de Pedro en 2 Pedro 2:1-3, el apóstol Juan —el que sobrevivió a los demás apóstoles— muy bien pudo decir: “Niñitos, es la última hora, y, así
como han oído que el anticristo viene, aun ahora ha llegado a haber muchos anticristos; del cual hecho adquirimos el conocimiento de que es la última hora”. Era un
tiempo muy breve, de hecho, la “última hora”, la parte final del período apostólico, después del cual la apostasía brotaría en toda su plenitud. (1Jn 2:18.)

Según Apocalipsis 8:1-4, el apóstol Juan vio durante un silencio celestial “como por media hora” a un ángel que ofrecía incienso junto con las oraciones de todos los
santos. Esta visión recuerda lo que se hacía en el templo de Jerusalén “a la hora en que se ofrecía el incienso”. (Lu 1:10.) Alfred Edersheim, en El Templo: Su ministerio y
servicios en tiempo de Cristo (traducción de Santiago Escuain, CLIE, 1990, pág. 184), presenta el relato judío tradicional de esta “hora”: “Lentamente, el sacerdote del
incienso y sus ayudantes ascendían los peldaños hasta el lugar santo [...]. A continuación, uno de los asistentes extendía reverentemente los carbones sobre el altar de oro;
el otro preparaba el incienso; y entonces el principal sacerdote oficiante se quedaba a solas en el lugar santo, esperando la señal del presidente antes de quemar el
incienso [...]. Al dar el presidente la orden, que señalaba que ‘había llegado el momento del incienso’, ‘toda la multitud del pueblo [que estaba] fuera’ se retiraba del atrio
interior, y se postraba delante del Señor, extendiendo sus manos en silenciosa oración. [...] [Era] este momento de [...] gran solemnidad, cuando por todos los inmensos
edificios del Templo caía un profundo silencio sobre la multitud adorante, mientras que dentro del santuario mismo el sacerdote ponía el incienso sobre el altar de oro, y la
nube de ‘perfumes’ se levantaba delante del Señor”.

Curiosidades sobre la Hora      


★El que piensa en las horas no llega a la gente, el que piensa en la gente le sobran las horas.

Enlaces Relacionados      
★Hora - (Bibliatodo Diccionario)

★Hora - (Biblia Work Diccionario)


- (5-2014-Pg.2/25)

★Adquiera la costumbre de ser puntual


★¿Cómo medían el tiempo? - (2-9-2018-Pg.22-Foto)

★El reloj más famoso del mundo - (10-2010-Pg.17)


★¿Es posible determinar con exactitud la hora en que


Jesucristo fue fijado en el madero? - (15-11-2011-Pg.21)

★Horarios para el precursorado regular - (7-2016-Pg.8/58)


★La puntualidad y usted - (15-6-1990-Pg.26)


★La hora de comer: más que sencillamente comer a una hora - (1-1-2005-Pg.32)

★La puntualidad... una muestra de consideración - (4-1984-Pg.1/18)


★¿Llega usted siempre tarde? - (19890608-Pg.21)


★¿Por qué debemos ser puntuales? - (15-8-2010-Pg.25)

★¡Sea puntual! - (20040408-Pg.23)

Cronología 

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3/9/22, 12:29 AM Horarios Bíblicos

★Heb.: _____; Gr.: kjro·no·lo·guí·a "de kjró·nos, tiempo, y lé·gö, decir o contar".
★Sinónimos: _____.
★Definición: Cómputo de tiempo.

La palabra española “cronología” es una transcripción del griego kjro·no·lo·guí·a (de kjró·nos, tiempo, y lé·gö, decir o contar), que significa “cómputo de tiempo”. La
cronología permite relacionar los acontecimientos, colocarlos en su orden sucesivo y fecharlos.

Jehová es el “Anciano de Días” y el Dios de la eternidad. (Da 7:9; Sl 90:2; 93:2.) La magnífica precisión que se observa en los movimientos de los cuerpos estelares y
también el registro que Dios ha hecho de sus actos demuestran que es un preciso medidor del tiempo. En cumplimiento de sus promesas o profecías, ha hecho que los
acontecimientos ocurran al tiempo exacto predicho, sea que el tiempo transcurrido haya sido un día (Éx 9:5, 6), un año (Gé 17:21; 18:14; 21:1, 2; 2Re 4:16, 17), décadas
(Nú 14:34; 2Cr 36:20-23; Da 9:2), siglos (Gé 12:4, 7; 15:13-16; Éx 12:40, 41; Gál 3:17) o milenios. (Lu 21:24; véase TIEMPOS SEÑALADOS DE LAS NACIONES.)
Se nos garantiza que su propósito para el futuro se efectuará invariablemente al tiempo predeterminado, en el mismísimo día y hora designados. (Hab 2:3; Mt 24:36.)

Dios se propuso que el hombre, hecho a su imagen y semejanza (Gé 1:26), midiera el paso del tiempo. Desde un principio la Biblia especifica que las “lumbreras en la
expansión de los cielos” servirían para hacer ‘una división entre el día y la noche, y de señales para estaciones, días y años’. (Gé 1:14, 15; Sl 104:19.) (Si se desea
considerar cómo se emplearon estas divisiones desde el comienzo de la historia humana, véanse los artículos AÑO; CALENDARIO; DÍA; LUNA; SEMANA.) Desde los
días de Adán, el hombre ha continuado computando y registrando el tiempo hasta el momento presente. (Gé 5:1, 3-5.)

Eras.

Para que la cronología sea exacta, es necesario fijar un punto en la corriente del tiempo desde el cual contar hacia adelante o hacia atrás en unidades de tiempo (horas,
días, meses, años). Ese punto de partida podría ser, sencillamente, la salida del Sol (para medir las horas del día), una luna nueva (para calcular los días de un mes) o el
comienzo de la primavera (para calcular la duración de un año). A fin de computar períodos más extensos, el hombre ha fijado determinadas “eras”, valiéndose de un
acontecimiento sobresaliente como punto de partida desde el que contar los años. De ese modo, cuando una persona de una de las naciones de la cristiandad dice que “hoy

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3/9/22, 12:29 AM Horarios Bíblicos
es el 1 de octubre de 1990 E.C. (era común)”, lo que quiere decir es que “hoy es el primer día del décimo mes del año mil novecientos noventa contando desde la supuesta
fecha del nacimiento de Jesús”.

El uso del concepto ‘era’ en la historia es más bien de origen tardío. La era griega, supuestamente el caso más antiguo de este tipo de cómputo cronológico, parece ser que
no entró en vigor sino hasta el siglo IV a. E.C. (antes de la era común). Los griegos contaban el tiempo por cuatrienios llamados olimpiadas, empezando con la primera,
que se calcula que dio comienzo en 776 a. E.C. Asimismo, solían contar los años con relación al mandato de algún gobernante en particular. Con el tiempo, los romanos
fijaron una edad o era computando los años a partir de la fecha tradicional de la fundación de la ciudad de Roma (753 a. E.C.). También designaron años específicos
mencionando los nombres de dos cónsules que estuvieran en el ejercicio de su cargo durante ese año. No fue sino hasta el siglo VI E.C. cuando un monje llamado
Dionisio el Exiguo computó la era conocida hoy popularmente como era cristiana o, más exactamente, era común. Entre los pueblos islámicos los años se fechan a partir
de la Hégira (huida de Mahoma desde La Meca en 622 E.C.). Sin embargo, no hay indicios de que los antiguos egipcios, asirios y babilonios usaran sistemas de eras o
edades durante largos períodos de tiempo.

En el registro bíblico no se establece expresamente ninguna era en la que datar todos los acontecimientos. Esto en sí no significa que no haya un marco cronológico en el
que puedan ubicarse de manera precisa y exacta en la corriente del tiempo los acontecimientos pasados. El que los escritores bíblicos pudieran citar cifras exactas al
referirse a determinados acontecimientos que abarcaban períodos de varios siglos demuestra que el pueblo de Israel y sus antepasados se interesaban en la cronología. Por
esa razón Moisés pudo escribir: “Y aconteció al cabo de los cuatrocientos treinta años [contando a partir del momento en que Abrahán cruzó el Éufrates camino de la
tierra de Canaán, tiempo en el que Dios debió dar validez a su pacto con él], sí, aconteció en este mismo día, que todos los ejércitos de Jehová salieron de la tierra de
Egipto”. (Éx 12:41; véase ÉXODO; compárese con Gál 3:16, 17.) También, en 1 Reyes 6:1 el registro bíblico dice que fue “en el año cuatrocientos ochenta después que
los hijos de Israel hubieron salido de la tierra de Egipto” cuando el rey Salomón comenzó la construcción del templo de Jerusalén. Sin embargo, ni el momento en que se
dio validez al pacto abrahámico ni el éxodo se convirtieron en el inicio de una era.

Por lo tanto, no debe esperarse que la cronología bíblica se acomode a los sistemas modernos, en los que los acontecimientos se fechan matemáticamente en relación con
un punto fijo del pasado, tal como el principio de la era común. Los hechos solían fijarse en la corriente del tiempo de modo parecido a como la gente lo hace por instinto
en la vida cotidiana. Igual que hoy se pudiera señalar un suceso diciendo que tuvo lugar “el año después de la sequía” o “cinco años después de la II Guerra Mundial”, así
los escritores bíblicos relacionaron los sucesos que registraron con otros que eran de relativa actualidad y que sirvieron de punto de referencia.

Puesto que no siempre se sabe con certeza cuál es el punto de partida o de referencia que el escritor bíblico empleó, no se puede llegar a conclusiones definitivas sobre
algunos aspectos cronológicos. Además, el escritor pudo usar más de un punto de partida para fechar acontecimientos al considerar cierto período histórico. Esta variación
en el punto de partida no implica imprecisión o confusión por su parte, ya que no podemos evaluar debidamente sus métodos solo sobre la base de nuestra propia opinión,
condicionada por los procedimientos modernos. Si bien es posible que algunos de los puntos de más difícil solución pudieran deberse a errores de los copistas, no sería
prudente llegar a esta conclusión, a menos que se encontrasen variaciones en el texto de las antiguas copias manuscritas de las Escrituras. La documentación disponible
pone de relieve la extraordinaria exactitud y cuidado que distinguió la labor de los copistas de la Biblia, lo que ha mantenido su integridad interna. (Véanse ESCRIBA,
ESCRIBANO; MANUSCRITOS DE LA BIBLIA.)

Cronología bíblica e historia seglar.

Muchos han considerado necesario “armonizar” o “conciliar” el relato bíblico con la cronología hallada en documentos seglares antiguos. Siendo que la verdad es aquello
que se ajusta a hechos y realidades, esa armonía sería fundamental, pero solo si pudiera demostrarse que los documentos seglares antiguos son inequívocamente exactos y
consecuentes, una norma precisa por la cual juzgar. Ya que los críticos suelen dar menos crédito a la cronología bíblica que a la de las naciones paganas, conviene
examinar algunos de los documentos antiguos de naciones y pueblos que de algún modo estuvieron relacionados con la gente y los acontecimientos registrados en la
Biblia.

Entre los escritos antiguos, la Biblia se destaca como el libro histórico por excelencia. Los demás registros históricos, como los de los antiguos egipcios, asirios,
babilonios, medos, persas y otros pueblos, son, en su mayor parte, incompletos, y sus albores son oscuros o míticos a todas luces. En este sentido, el documento antiguo
conocido como La Lista Sumeria de Reyes comienza diciendo: “Cuando la monarquía fue bajada del cielo, la monarquía estuvo (primero) en Eridu. (En) Eridu, Alulim
(llegó a ser) rey y rigió por 28.800 años. Alalgar rigió por 36.000 años. Dos reyes (así) la rigieron por 64.800 años [...]. (En) Badtibira, En-men-lu-Anna rigió por 43.200
años; En-men-gal-Anna rigió por 28.800 años; el dios Dumu-zi, pastor, rigió por 36.000 años. Tres reyes (así) la rigieron por 108.000 años”. (Ancient Near Eastern Texts,
edición de J. B. Pritchard, 1974, pág. 265.)

La información extrabíblica sobre estas naciones antiguas se ha conseguido ensamblando laboriosamente datos hallados en monumentos y tablillas o en los escritos
posteriores de los llamados historiógrafos clásicos del período griego y romano. Aunque los arqueólogos han recuperado decenas de miles de tablillas de arcilla con
inscripciones cuneiformes asirobabilonias, así como un gran número de rollos de papiro de Egipto, en su gran mayoría se trata de textos religiosos o documentos
comerciales que contienen contratos, facturas de ventas, títulos de propiedad y asuntos similares. Los escritos históricos de las naciones paganas que se han conservado en
forma de tablillas, cilindros, estelas o inscripciones, además de ser comparativamente pocos, consisten en su mayor parte en relatos que glorifican a sus emperadores y
narran sus campañas militares en términos grandilocuentes.

Por otra parte, el contenido histórico de la Biblia, que abarca unos cuatro mil años, es detallado y de una coherencia extraordinaria. No solo registra acontecimientos con
una sorprendente continuidad desde el comienzo del hombre hasta el tiempo de la gobernación de Nehemías, en el siglo V a. E.C., sino que, además, puede considerarse
que mediante el capítulo 11 de la profecía de Daniel —historia escrita por anticipado—, abarca el período comprendido entre Nehemías y el tiempo de Jesús y sus
apóstoles. La Biblia presenta un relato gráfico y objetivo acerca de la nación de Israel desde su nacimiento en adelante, hablando con honradez de su fortaleza y debilidad,
sus éxitos y fracasos, su adoración fiel y su caída en adoración falsa, sus bendiciones y su juicio adverso con sus calamidades. Aunque esta honradez por sí sola no es
garantía de exactitud cronológica, sí ofrece base sólida para confiar en la integridad e interés sincero de los escritores de la Biblia por producir un registro verídico.

Es un hecho manifiesto que los cronistas bíblicos dispusieron de registros pormenorizados, como en el caso de los escritores del primer y segundo libro de los Reyes y de
los dos libros de las Crónicas. Lo demuestran las extensas genealogías compuestas de centenares de nombres que pudieron compilar, así como la presentación objetiva y
bien enlazada de los reinados de cada uno de los reyes de Judá e Israel, y la relación de estos reinados entre sí y con los de otras naciones. Los historiadores modernos aún
tienen dudas en cuanto a la sucesión de ciertos reyes asirios y babilonios, incluso hasta de algunos que pertenecen a las últimas dinastías. No obstante, no existe tal
incertidumbre con respecto a los reyes de Judá e Israel.

La Biblia contiene varias referencias a libros, como el “libro de las Guerras de Jehová” (Nú 21:14, 15), el “libro de los asuntos de los días de los reyes de Israel” (1Re
14:19; 2Re 15:31), el “libro de los asuntos de los días de los reyes de Judá” (1Re 15:23; 2Re 24:5), el “libro de los asuntos de Salomón” (1Re 11:41), así como numerosas
referencias a otras crónicas o registros oficiales que citaron Esdras y Nehemías. Este hecho muestra que la información presentada no estaba basada en la memoria ni en la
tradición oral, sino que fue fruto de una cuidadosa investigación y completa documentación. Los historiadores bíblicos también citan de documentos de estado de otras
naciones, dado que algunas porciones de la Biblia se escribieron fuera de Palestina, como, por ejemplo, en Egipto, Babilonia y Persia. (Véanse ESDRAS, LIBRO DE;
ESTER, LIBRO DE; LIBRO.)

Un factor que sin duda contribuyó a que se mantuviera un registro exacto del transcurso de los años —al menos mientras los israelitas guardaron fielmente la ley mosaica
— fue la observancia de años sabáticos y de Jubileo, por los que podían dividir el tiempo en períodos de siete y cincuenta años. (Le 25:2-5, 8-16, 25-31.)

Lo que en particular distingue a todo el registro bíblico de los escritos contemporáneos procedentes de las naciones paganas es el sentido del tiempo, no solo del pasado y
del presente, sino también del futuro. (Da 2:28; 7:22; 8:18, 19; Mr 1:15; Apo 22:10.) El elemento profético, como rasgo singular, hizo de la exactitud cronológica una
cuestión de mucha más importancia para los israelitas que para otras naciones paganas, debido a que las profecías a menudo implicaban períodos de tiempo específicos.

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Por ser el libro de Dios, la Biblia resalta Su puntualidad en llevar a cabo Su palabra (Eze 12:27, 28; Gál 4:4) y muestra que la exactitud de Sus profecías prueba Su
divinidad. (Isa 41:21-26; 48:3-7.)

Es cierto que hay algunos documentos extrabíblicos que son centenares de años anteriores a las copias manuscritas más antiguas de la Biblia que se han descubierto hasta
la fecha. Al estar grabados en piedra o inscritos en arcilla, estos antiguos documentos paganos pueden parecer muy impresionantes; sin embargo, esto en sí no es garantía
de su exactitud ni de que estén libres de error. Más que los materiales empleados, en cronología, como en otros campos, los factores importantes para poder confiar en su
exactitud son: el escritor, su propósito, su respeto a la verdad y su devoción a los principios rectos. La gran antigüedad de esos documentos se ve desmerecida por ser su
contenido de una calidad muy inferior a la de la Biblia. Los manuscritos originales de la Biblia no han sobrevivido hasta la actualidad debido a que eran de materiales
perecederos, como el papiro y la vitela, por causa del continuo uso que se les dio y como consecuencia del deterioro que sufrieron por el clima de Palestina (muy diferente
del seco clima de Egipto). Sin embargo, como la Biblia es el libro inspirado de Jehová, ha sido copiado cuidadosamente y conservado en su totalidad hasta nuestro día.
(1Pe 1:24, 25.) La inspiración divina, por medio de la cual los historiadores bíblicos pudieron registrar sus escritos, garantiza la confiabilidad de la cronología bíblica.
(2Pe 1:19-21.)

El comentario del escritor de temas arqueológicos C. W. Ceram acerca de la ciencia de las fechas históricas muestra bien por qué no se debe supeditar la cronología
bíblica a la seglar. Escribió: “El joven que por primera vez se sumerge y entusiasma en el estudio de la historia antigua, se siente sobrecogido ante la seguridad con que los
historiadores modernos sitúan los acontecimientos que se desarrollaron en el mundo hace miles de años. El respeto se transforma pronto en asombro a medida que se
profundiza más en el estudio, cuando uno se familiariza con las fuentes históricas y ve cuán endebles, confusas o erróneas ya eran éstas en la época en que quedaron
fijadas para la historia. Y eso no es todo, sino que también esos comprobantes históricos solamente han llegado hasta nosotros en forma muy fragmentaria, medio
borrados por el tiempo o aun destruidos por la mano del hombre”. Luego, Ceram llama a la historia cronológica “estructura puramente hipotética” y la compara a un
‘esqueleto cronológico con bien poca cosa alrededor’. (El misterio de los hititas, Destino, 1981, págs. 128, 129.)

Esta estimación pudiera parecer extremada, pero en lo que respecta a los registros seglares, no carece de fundamento. La información que sigue muestra con claridad por
qué no hay razón para dudar de la exactitud de la cronología bíblica tan solo porque ciertos registros seglares difieran de ella. Por el contrario, la cronología seglar merece
una medida de confianza solo cuando está de acuerdo con el registro bíblico. Cuando se examinan los registros de las naciones paganas que se relacionaron con Israel,
debería recordarse que algunas de las aparentes discrepancias de sus registros pueden deberse solo a la incapacidad de los historiadores modernos para interpretar
correctamente los métodos usados en la antigüedad, tanto por los historiadores extrabíblicos como por los bíblicos. Hay que decir, no obstante, que existen muchas
pruebas de descuido, inexactitud e incluso falsificación deliberada por parte de los historiadores y cronólogos paganos.

Cronología egipcia.

La historia egipcia se entrecruza en ciertos momentos con la israelita. En esta publicación se da la fecha de 1728 a. E.C. para la entrada de Israel en Egipto, y 1513 a. E.C.,
doscientos quince años más tarde, para el éxodo. El faraón Sisaq atacó Jerusalén durante el quinto año de Rehoboam, en 993 a. E.C.; el rey So de Egipto fue
contemporáneo del rey Oseas (c. 758-740 a. E.C.), y la batalla contra el faraón Nekó, en la que murió Josías, probablemente se produjo en 629 a. E.C. (1Re 14:25; 2Re
17:4; 2Cr 35:20-24.) Las diferencias entre las fechas supracitadas y las que suelen dar los historiadores modernos alcanzan el siglo o más en el caso del éxodo y se
reducen a unos veinte años para el tiempo del faraón Nekó. La siguiente información muestra por qué preferimos la cronología basada en la cuenta bíblica.

Los historiadores modernos se basan principalmente en las listas o anales de reyes egipcios. Entre estos se cuentan: la Piedra de Palermo (incompleta), que presenta lo que
se considera como las cinco primeras dinastías de la historia egipcia; el Papiro de Turín (en muchos fragmentos), que da una lista de reyes y sus reinados desde el
“Antiguo Reino” hasta el “Nuevo Reino”, y otras inscripciones en piedra, también incompletas. Estas listas y otras inscripciones independientes se han coordinado
cronológicamente por medio de los escritos de Manetón, un sacerdote egipcio del siglo III a. E.C. Sus obras tratan de la historia y la religión egipcias y distribuyen los
reinados de los monarcas egipcios en 30 dinastías, distribución que aún utilizan los egiptólogos modernos. Se han empleado estas fuentes, junto con cálculos astronómicos
basados en textos egipcios sobre las fases lunares y la salida de la estrella Perro (Sotis), para hacer una tabla cronológica.

Problemas de la cronología egipcia.

Las dudas son múltiples. Las obras de Manetón, usadas para ordenar las listas fragmentarias y otras inscripciones, se conservan solo en los escritos de historiadores
posteriores, como Josefo (siglo I E.C.), Sexto Julio Africano (siglo III E.C., quinientos años después de Manetón) y Sincelo (finales del siglo VIII o principios del
IX E.C.). Como dice W. G. Waddell, las citas que hacen estos historiadores de los escritos de Manetón son incompletas y a menudo distorsionadas, por lo que “es
extremadamente difícil saber con seguridad lo que es auténtico Manetón y lo que es espurio o corrupto”. Después de mostrar que Manetón se basó en parte en algunas
tradiciones no históricas y leyendas que “presentaron a los reyes como sus héroes, sin consideración al orden cronológico”, dice: “Hay muchos errores en la obra de
Manetón desde el mismo principio: no todos se deben a la desnaturalización de los hechos por parte de los escribas y refundidores. Se ha comprobado que muchas de las
duraciones de los reinados son imposibles: en algunos casos los nombres y la secuencia de los reyes que da Manetón son insostenibles a la luz de las inscripciones”.
(Manetho, introducción, págs. VII, XVII, XX, XXI, XXV.)

El libro Studies in Egyptian Chronology (de T. Nicklin, Blackburn, Inglaterra, 1928, pág. 39) muestra que muchos de los períodos excesivamente largos de Manetón
quizás se deban a reinados concurrentes en vez de sucesivos: “Las Dinastías de Manetón [...] no son listas de gobernantes de todo Egipto, sino listas en parte de príncipes
más o menos independientes y en parte [...] de líneas de príncipes de las que posteriormente salieron gobernantes de todo Egipto”. El profesor Waddell (págs. 1-9) observa
que “quizás varios reyes egipcios gobernaron al mismo tiempo; [...] de modo que no fue una sucesión de reyes que ocuparon el trono uno después del otro, sino varios
reyes que reinaron al mismo tiempo en diferentes regiones, de ahí el gran número total de años”.

Como la fecha que la cronología bíblica da para el diluvio universal es 2370 a. E.C., la historia egipcia tuvo que empezar después de ese año. Los problemas de la
cronología egipcia supracitados deben ser la causa de que los historiadores modernos hayan remontado la historia egipcia hasta el año 3000 a. E.C.

Los egiptólogos han depositado más confianza en las inscripciones antiguas. Sin embargo, el esmero, veracidad e integridad moral de los escribas egipcios no es de
ningún modo incuestionable. Como dice el profesor J. A. Wilson, “debe hacerse una advertencia sobre el valor histórico preciso de las inscripciones egipcias. Aquel era un
mundo de [...] mitos y milagros divinos”. Más adelante da a entender que los escribas hasta manipularon la cronología para alabar al monarca del momento, y dice: “El
historiador aceptará su información sin cuestionarla, a menos que haya una razón clara para desconfiar; pero debe estar preparado para modificar su aceptación tan pronto
como otros hallazgos arrojen nueva luz sobre la interpretación previa”. (The World History of the Jewish People, 1964, vol. 1, págs. 280, 281.)

Falta información sobre Israel.

Esto no debe sorprendernos, pues los egipcios no solo evitaban registrar lo que no les favorecía, sino que hasta borraban los registros de monarcas anteriores si la
información de tales registros le resultaba desagradable al faraón de turno. Por ejemplo, después de la muerte de la reina Hasepsut, Tutmosis III hizo que borraran su
nombre y representaciones de los relieves de los monumentos. Seguramente esta costumbre explica por qué no hay ningún registro conocido de los doscientos quince años
de la residencia israelita en Egipto o del éxodo.

La Biblia no menciona el nombre del faraón del tiempo del éxodo, de modo que su identificación solo puede basarse en la conjetura. Esto explica en parte por qué los
cálculos de la fecha del éxodo hechos por los historiadores modernos varían de 1441 a. E.C. a 1225 a. E.C., una diferencia de más de doscientos años.

Cronología asiria.

Las inscripciones asirias mencionan contactos con los israelitas desde el tiempo de Salmanasar III (principios del I milenio a. E.C.), y a veces nombran a ciertos reyes de
Judá e Israel. Entre estas inscripciones asirias se cuentan inscripciones de ostentación, como las de las paredes de los palacios; anales reales; listas de reyes, como la de

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Jorsabad, y las listas de epónimos o limmu.

Anales e inscripciones de ostentación asirios.

En su Assyrian Historiography (1916, pág. 5, 6), Albert Olmstead dice lo siguiente sobre las inscripciones de ostentación asirias: “Podemos [...] usar la inscripción de
ostentación para salvar lagunas de los Anales [crónicas reales de acontecimientos dispuestos por años], pero no tiene la más mínima autoridad cuando no está de acuerdo
con su original”. Después de mostrar que el propósito principal de las inscripciones de ostentación no era suministrar una historia coherente del reinado, añade:
“Igualmente serio es que rara vez siguen un orden cronológico [...]. Es obvio que hay que utilizarlas con cautela”.

De los anales dice: “Tenemos aquí una cronología regular, y aunque a veces pueden hallarse errores, deliberados o no, la cronología relativa al menos suele ser
correcta [...]. No obstante, sería un grave error creer que los anales siempre son fidedignos. Con demasiada frecuencia los historiadores antiguos han aceptado sus
declaraciones a menos que tuvieran prueba definida de su inexactitud. En los últimos años se ha descubierto una gran cantidad de material nuevo que podemos utilizar en
la crítica de los documentos de Sargón [...]. Añádase a esto las referencias de fuentes extranjeras, como las hebreas o las babilonias, y casi no necesitamos un estudio
interno para convencernos de que los anales distan mucho de ser confiables”.

A lo antedicho puede añadirse el testimonio de D. Luckenbill: “Pronto se descubre que la exposición exacta de los acontecimientos como tuvieron lugar año tras año
durante el reinado de un monarca no era la principal preocupación de los escribas reales. A veces parece que se permutaron las diferentes campañas sin ninguna razón
aparente, aunque con más frecuencia se ve que la vanidad real demandaba no tomarse demasiado en serio la exactitud histórica”. (Ancient Records of Assyria and
Babylonia, 1926, vol. 1, pág. 7.)

Los anales reales solían pasar por una serie de ediciones durante el reinado del monarca. Las ediciones posteriores presentaban nuevos sucesos, pero al parecer también
cambiaban los hechos y datos de los años anteriores para que se acomodaran al capricho del rey. El profesor Olmstead dice que Asurbanipal “con toda desfachatez fue
haciéndose gradualmente con las dos últimas campañas egipcias de su padre hasta que en la edición final no hay nada que no se haya atribuido a sí mismo”. (Assyrian
Historiography, pág. 7.)

Se podrían presentar muchos ejemplos de lo poco confiables que son estos textos, por acción deliberada o por otras razones. A veces algunas listas de tributos decían que
cierto rey vasallo pagaba tributo, mientras que otros registros mostraban que para ese tiempo ya estaba muerto. Después de citar un caso en el que la misma lista de
tributos de Esar-hadón se acredita trece años más tarde a su hijo Asurbanipal, George Smith dice que esta lista posterior es “muy probablemente una copia literal del
documento anterior, sin que se haya hecho intento alguno por asegurarse de si esos reyes aún reinaban, ni de si en realidad pagaban tributo”. (The Assyrian Eponym
Canon, Londres, 1875, pág. 179.)

Listas de epónimos (“limmu”).

A pesar de lo supracitado, los cronólogos modernos por lo general sostienen que las listas de epónimos o limmu de algún modo escaparon de tal corrupción y consideran
que están casi libres de errores. Estas listas de epónimos son simples listas de nombres y rangos de ciertos oficiales o listas de tales nombres acompañados de alguna breve
mención de una campaña militar u otro suceso notable. Por ejemplo, una parte de una lista de epónimos lee:

Bel-harran-bel-usur (gobernador) de Guzana contra Damasco


  Salmanasar se sentó en el trono
Marduk-bel-usur (gobernador) de Amedi en la tierra
Mahde (gobernador) de Nínive contra [Samaria]
Asur-ismeani (gobernador) de [Kakzi] contra [Samaria]
Salmanasar rey de Asiria contra [Samaria]

Puede verse que no se da ninguna fecha, sino que se considera que cada nombre representa un año, lo que al parecer permite una cuenta año por año. Los historiadores
modernos intentan sincronizar la historia asiria con la bíblica mediante estas listas de epónimos, en particular el período de 911 a 649 a. E.C., al que asignan los nombres o
epónimos de las listas. Para fijar un punto absoluto, se basan en la referencia a un eclipse del Sol que se relaciona con el nombre de un cierto Bur-Sagale, gobernador de
Guzana. El eclipse ocurrió en el mes de Siván (mayo-junio), y los historiadores suelen fijarlo el 15 de junio de 763 a. E.C. Más adelante, en el encabezamiento “Cálculos
astronómicos” se analiza la confiabilidad de esta fecha y la sincronización de la historia asiria con la de Judá e Israel basada en ella.

Debido a la poquísima información que proveen las listas de epónimos (comparadas con los anales y otras inscripciones), es obvio que es mucho más difícil descubrir un
error en ellas. Cuando se encuentran aparentes contradicciones entre las listas de epónimos y los anales, como la ubicación de cierta campaña en un año diferente del
reinado de un monarca o durante una eponimia diferente, los historiadores modernos por lo general atribuyen el error a los anales en vez de a las listas de epónimos. Sin
embargo, ni siquiera a la llamada historia asiria sincrónica —tablilla famosa que contiene un relato conciso de las relaciones entre Asiria y Babilonia durante un período
de siglos— se le atribuye el mismo grado de exactitud. Después de demostrar que este documento es solo una copia de una inscripción de ostentación anterior,
A. T. Olmstead dice: “De modo que podemos considerar que nuestro documento ni siquiera es historia en el pleno sentido del término, sino solo una inscripción erigida
para la gloria de Asur [el principal dios asirio] y de su pueblo [...]. Viéndolo así, ya no nos preocupan los numerosos errores, incluso en el orden de los reyes, que tanto
menguan el valor del documento donde más se necesita su testimonio”. (Assyrian Historiography, pág. 32.)

Es obvio, pues, que esta falta de consecuencia que aparece en las listas de epónimos dificulta de manera importante a los eruditos modernos llegar a una cronología
exacta, en especial cuando la compilación de datos que abarcan varios siglos fue hecha por escribas a quienes al parecer importaba poco la exactitud histórica. También se
entiende que los historiadores modernos se sientan justificados para ajustar o rechazar la cuenta de las listas asirias de epónimos cuando otros factores o pruebas lo
aconsejan.

La información anterior lleva a la conclusión de que, o los historiadores modernos no entienden bien la historiografía asiria, o esta es de muy bajo calibre. En cualquier
caso, no nos sentimos obligados a tratar de coordinar la cronología bíblica con la historia que presentan los registros asirios. De modo que solo exponemos los
sincronismos más seguros entre Asiria, e Israel y Judá, según se señalan en el relato bíblico.

Cronología babilonia.

Babilonia aparece en el relato bíblico sobre todo a partir del tiempo de Nabucodonosor II. El reinado del padre de Nabucodonosor, Nabopolasar, marcó el principio de lo
que se ha llamado el Imperio neobabilonio; terminó con los reinados de Nabonido y su hijo Belsasar, y la conquista de Babilonia por Ciro el persa. Este período es de gran
interés para los eruditos de la Biblia, ya que abarca la destrucción de Jerusalén por los babilonios y la mayor parte de los setenta años del exilio judío.

Jeremías 52:28 dice que al primer grupo de exiliados judíos se le llevó a Babilonia en el séptimo año de Nabucodonosor (o Nabucodorosor). En armonía con este hecho,
una inscripción cuneiforme de la Crónica Babilonia (Museo Británico 21946) declara: “El séptimo año: en el mes de Kislev el rey de Akkad reunió a su ejército y marchó
a Hattu. Acampó contra la ciudad de Judá y al segundo día del mes de Adar tomó la ciudad (y) capturó a (su) rey [Joaquín]. Nombró en la ciudad a un rey de su propia
elección [Sedequías] (y) tomando el vasto tributo, lo llevó a Babilonia”. (Assyrian and Babylonian Chronicles, de A. K. Grayson, 1975, pág. 102; compárese con 2Re
24:1-17; 2Cr 36:5-10.) (GRABADO, vol. 2, pág. 326.) No hay ningún registro histórico a modo de crónica de los últimos treinta y dos años del reinado de
Nabucodonosor, excepto una inscripción fragmentaria de una campaña contra Egipto del año trigésimo séptimo de Nabucodonosor.

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Con respecto a Awel-Marduk (Evil-merodac, 2Re 25:27, 28), se han hallado tablillas fechadas hasta su segundo año de gobierno. Con relación a Neriglisar, considerado el
sucesor de Awel-Marduk, se conocen tablillas de contratos fechadas hasta su cuarto año.

Una tablilla de arcilla babilonia ha sido útil para relacionar la cronología babilonia con la bíblica. Esa tablilla contiene la siguiente información astronómica
correspondiente al año séptimo de Cambises II, hijo de Ciro II: “Año 7, Tammuz, noche del 14, 1 2/3 horas dobles [tres horas y veinte minutos] después que vino la
noche, un eclipse lunar; visible en todo su curso; llegó a la mitad norte del disco [de la luna]. Tebet, noche del 14, dos horas dobles y media [cinco horas] en la noche
antes de la mañana [en la última parte de la noche], el disco de la luna se eclipsó; todo el curso visible; el eclipse llegó a las partes norte y sur”. (Inschriften von Cambyses,
König von Babylon, de J. N. Strassmaier, Leipzig, 1890, núm. 400, líneas 45-48; Sternkunde und Sterndienst in Babel, de F. X. Kugler, Münster, 1907, vol. 1, págs. 70,
71.) Estos dos eclipses lunares podrían identificarse con los que fueron visibles en Babilonia el 16 de julio de 523 a. E.C. y el 10 de enero de 522 a. E.C. (Canon of
Eclipses, de Oppolzer, traducción al inglés de O. Gingerich, 1962, pág. 335.) Por tanto, esta tablilla parece indicar que el séptimo año de Cambises II empezó en la
primavera de 523 a. E.C.

Como el séptimo año de Cambises II empezó en la primavera de 523 a. E.C., su primer año de reinado fue el 529 a. E.C., y su año de ascenso y último año de Ciro II
como rey de Babilonia fue el 530 a. E.C. La última tablilla fechada del reinado de Ciro II es del día vigésimo tercero del mes quinto de su noveno año. (Babylonian
Chronology, 626 B.C.–A.D. 75, de R. Parker y W. Dubberstein, 1971, pág. 14.) Si el noveno año de Ciro II como rey de Babilonia fue el 530 a. E.C., según esta cuenta su
primer año fue el 538 a. E.C., y su año de ascenso, el 539 a. E.C.

Beroso.

En el siglo III a. E.C., Beroso, un sacerdote babilonio, escribió una historia de Babilonia en griego, seguramente basada en registros cuneiformes. El profesor Olmstead
dijo de sus escritos, “Solo han llegado hasta nosotros simples fragmentos, extractos o rastros. Y los más importantes de estos fragmentos nos han llegado mediante una
tradición casi sin paralelo. Hoy tenemos que consultar una traducción latina moderna de una traducción armenia del griego original perdido de la Crónica de Eusebio, que
en parte citó de Alejandro Polistor, que citó directamente de Beroso, y en parte de Abideno, quien al parecer citó de Juba, que citó de Alejandro Polistor y por lo tanto de
Beroso. Para confundirlo más, en algunos casos Eusebio no ha reconocido el hecho de que Abideno es solo un débil eco de Polistor, ¡y ha citado los relatos de cada uno de
ellos lado a lado! Y esto no es lo peor. Aunque por lo general debe preferirse su relato de Polistor, parece ser que Eusebio utilizó un manuscrito de poca calidad de ese
autor”. (Assyrian Historiography, págs. 62, 63.) Josefo, historiador judío del siglo I E.C. también afirma que cita de Beroso. No obstante, es obvio que no puede
considerarse concluyente la información cronológica que supuestamente procede de Beroso.

Otros factores a los que se deben las diferencias.

Algunos estudiantes de Historia Antigua a menudo trabajan con la idea equivocada de que las tablillas cuneiformes (como las que pudo utilizar Beroso) siempre se
escribieron al mismo tiempo o poco después de los acontecimientos que relatan. Pero, aparte de los muchos documentos cuneiformes de negocios que en realidad fueron
contemporáneos, con frecuencia se ve que los textos históricos babilonios, e incluso muchos textos astronómicos, son de un período muy posterior. Por ello el asiriólogo
D. J. Wiseman afirma que una parte de la llamada Crónica de Babilonia, que abarca el período que va desde el reinado de Nabu-nasir hasta Shamash-shum-u-kin (según
los historiadores, 747-648 a. E.C.), es “una copia hecha en el año vigésimo segundo de Darío [la nota dice: “I. e.: 500 ó 499 a. C. si era Darío I”] de un texto más antiguo
y estropeado”. (Chronicles of Chaldaean Kings, Londres, 1956, pág. 1.) De modo que no solo mediaban de ciento cincuenta a doscientos cincuenta años entre estos
escritos y los acontecimientos que relatan, sino que además eran una copia de un documento defectuoso anterior, quizás el original, quizás no. Sobre los textos de la
Crónica Neobabilonia, que abarca el período que va de Nabopolasar a Nabonido, el mismo autor dice: “Para escribir los textos de la Crónica Neobabilonia, se empleó una
escritura pequeña de un tipo que no es posible fechar con precisión, pero que puede corresponder al período comprendido entre los años contemporáneos a los
acontecimientos y el fin de la gobernación aqueménida”. De modo que es posible que se escribieran tan tarde como hacia el final del Imperio persa (331 a. E.C.), unos
doscientos años después de la caída de Babilonia. Ya hemos visto que los escribas paganos pueden haber distorsionado tanto la información como las cifras en el
transcurso de unos cuantos siglos. En vista de todos estos factores, no es prudente insistir en que deban darse como definitivas las cifras tradicionales de los reinados de
los reyes neobabilonios.

Tanto la falta de registros históricos contemporáneos como la facilidad con la que la información pudo alterarse hace posible que uno o más de los gobernantes
neobabilonios reinaran por más tiempo del que muestran las cifras tradicionales. El hecho de que no se hayan descubierto tablillas que abarquen los últimos años de un
determinado reinado no puede utilizarse como prueba sólida contra tal posibilidad. Hay casos de reyes cuyos reinados no pueden confirmarse por las tablillas. Por
ejemplo, no hay ninguna prueba cuneiforme contemporánea que ayude a fijar la duración de los reinados de Artajerjes III (Oco) (quien según los historiadores gobernó
veintiún años [358 a 338 a. E.C.]) y Arses (a quien se le atribuye un reinado de dos años [337 a 336 a. E.C.]).

En realidad, los historiadores no saben dónde ubicar a ciertos reyes babilonios que sí se nombran en los registros. El profesor A. W. Ahl dice: “En las tablillas de contratos
halladas en Borsippa hay nombres de reyes babilonios que no aparecen en ningún otro lugar. Es muy probable que pertenezcan a los últimos días de Darío I y los primeros
de Jerjes I, según conjetura Ungnad”. (Outline of Persian History, 1922, pág. 84.) Lo cierto es que no puede asegurarse nada al respecto.

Cronología persa.

Durante la época persa tuvieron lugar varios acontecimientos bíblicos importantes: la caída de Babilonia, seguida de la liberación de los judíos por Ciro y el fin de los
setenta años de desolación de Judá; la reedificación del templo de Jerusalén, terminada “en el sexto año del reinado de Darío [I el persa]”, y la reconstrucción de los muros
de Jerusalén por Nehemías, según el decreto dado en el año vigésimo de Artajerjes Longimano. (2Cr 36:20-23; Esd 3:8-10; 4:23, 24; 6:14, 15; Ne 2:1, 7, 8.)

Se puede llegar a la fecha de 539 a. E.C. para la caída de Babilonia, no solo por el canon de Tolomeo, sino también por otros medios. El historiador Diodoro, así como
Africano y Eusebio, muestra que el primer año de Ciro como rey de Persia correspondió a la LV Olimpiada, año 1 (560/559 a. E.C.), mientras que el último año de Ciro se
coloca en la LXII Olimpiada, año 2 (531/530 a. E.C.). Las tablillas cuneiformes dan a Ciro un reinado sobre Babilonia de nueve años, lo que apoya el año 539 como la
fecha de la conquista de Babilonia. (Handbook of Biblical Chronology, de Jack Finegan, 1964, págs. 112, 168-170; Babylonian Chronology, 626 B.C.–A.D. 75, pág. 14:
véanse comentarios anteriores bajo “Cronología babilonia”, también PERSIA, PERSAS.)
Nos han llegado varias inscripciones de reyes persas, aunque no son útiles para establecer la duración de los reinados de los monarcas de Persia. Por ejemplo, en
Persépolis se encontraron varias tablillas fechadas, pero no incluyen los nombres de los reyes

Cálculos astronómicos.

Se ha dicho que la “cronología relativa [que solo establece la secuencia de los acontecimientos] puede convertirse en absoluta, es decir, en un sistema de fechas en
conexión con nuestro calendario, mediante confirmaciones astronómicas”. (El mundo del Antiguo Testamento, de Martin Noth, 1976, pág. 282.) Aunque los cuerpos
celestes son los medios que ha dispuesto el Creador del hombre para la medición del tiempo, la correlación de la información astronómica con los acontecimientos
humanos del pasado depende de varios factores inseguros y de la interpretación humana sujeta al error.

Muchas de las llamadas sincronizaciones de los datos astronómicos con acontecimientos o fechas de la historia antigua se basan en eclipses solares o lunares. No obstante,
se dice que cualquier “ciudad o pueblo en particular experimenta como promedio unos 40 eclipses lunares y 20 eclipses parciales del Sol cada cincuenta años, [aunque]
solo un eclipse solar total cada 400 años”. (Encyclopædia Britannica, 1971, vol. 7, pág. 907.) De modo que para que las fechas determinadas por medio de un eclipse
fueran confiables, este tendría que haber sido un eclipse solar total definido visto en una zona específica. En muchos casos los antiguos textos cuneiformes (u otras
fuentes) concernientes a eclipses no proveen esta información específica.

Un ejemplo es el eclipse solar en el que se basan los historiadores para relacionar la cronología asiria con la babilonia. Según la lista de epónimos asiria, ocurrió en el
tercer mes (contando desde la primavera) durante la eponimia de Bur-Sagale. Los cronólogos modernos creen que este es el eclipse ocurrido el 15 de junio de 763 a. E.C.

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Contando noventa años hacia atrás (o 90 nombres en las listas de epónimos) desde esta fecha, llegan a 853 a. E.C. como la fecha de la batalla de Qarqar, en el año sexto de
Salmanasar. Declaran que Salmanasar incluye al rey Acab de Israel en la coalición enemiga que peleó contra Asiria, y que doce años más tarde (año dieciocho de
Salmanasar) dice que recibía tributo del rey Jehú de Israel. De este modo deducen que el año 853 a. E.C. fue el último año de Acab y que Jehú empezó a reinar en 841
a. E.C. ¿Qué confianza merecen estos cálculos?

En primer lugar, aunque se supone que el eclipse solar fue total, la lista de epónimos no lo dice. Y aunque la mayoría de los historiadores modernos lo identifican con el
eclipse del año 763 a. E.C., no todos los eruditos están de acuerdo, pues algunos favorecen el año 809 a. E.C., cuando se produjo un eclipse que fue visible, al menos en
parte, en Asiria (como sucedió también en los años 857 y 817 a. E.C., y en otros). (Canon of Eclipses, de Oppolzer, tablas 17, 19, 21.) Si bien los historiadores modernos
se resisten a rechazar el eclipse de 763 a. E.C. porque ‘introduciría confusión en la historia asiria’, hemos visto que los mismos asirios ya introdujeron considerable
confusión en su propia historia.

Es más, la presencia del rey Acab en la batalla de Qarqar es muy improbable. Aunque se redujeran a doce años los reinados de Ocozías y Jehoram (compárese con 1Re
22:40, 51; 2Re 1:2, 17; 3:1), los indicios están en contra de cualquier sincronización exacta de la batalla de Qarqar con Acab. Por lo tanto, es muy posible que la mención
que hace Salmanasar de Jehú no se refiera al primer año del reinado de este. La acusación de que los asirios jugaron con los años de sus campañas y dijeron que algunos
reyes recibieron tributo de personas que ya no vivían puede reducir aún más el supuesto valor de esa sincronización. La tabla “Fechas sobresalientes durante el período de
los reyes de Judá e Israel”, que acompaña a este artículo, muestra que Acab murió sobre el año 920 a. E.C. y que el reinado de Jehú empezó a contar aproximadamente en
904 a. E.C.

El canon de Tolomeo.

Claudio Tolomeo era un astrónomo griego que vivió en el siglo II E.C., o unos seiscientos años después de acabar el período neobabilonio. Su canon, o lista de reyes, está
relacionado con una obra de astronomía que hizo. La mayoría de los historiadores modernos aceptan la información de Tolomeo sobre los reyes neobabilonios y la
duración de sus reinados.

Tolomeo debió basar su información histórica en fuentes del período seléucida, que empezó más de doscientos cincuenta años después de la conquista de Babilonia por
Ciro. Por lo tanto, no sorprende que los datos de Tolomeo concuerden con los de Beroso, sacerdote babilonio de la época seléucida.

★El Canon de Tolomeo - (1-10-2011-Pg.30-Foto)

Eclipses lunares.

Se han usado estos para intentar fundamentar ciertas fechas de los reyes neobabilonios basadas en el canon de Tolomeo y los registros cuneiformes. Pero aunque es
posible que Tolomeo calculara o registrara con exactitud las fechas de ciertos eclipses del pasado (un astrónomo moderno halló tres quintas partes de las fechas de
Tolomeo correctas), esto no prueba que su transmisión de datos históricos sea correcta, es decir, que su correlación de los eclipses con los reinados de ciertos reyes se base
consecuentemente en verdaderos hechos históricos.

La fecha de la muerte de Herodes el Grande ilustra los problemas de fechar un suceso basándose en eclipses lunares. Los escritos de Josefo (Antigüedades Judías,
libro XVII, cap. VI, sec. 4; libro XVII, cap. VIII, sec. 3) muestran que Herodes murió poco después de un eclipse lunar y no mucho antes del comienzo de la Pascua.
Muchos eruditos fechan la muerte de Herodes en el año 4 a. E.C., y se basan en que en ese año hubo un eclipse lunar el 11 de marzo (13 de marzo en el calendario
juliano). De este modo muchos cronólogos modernos sitúan el nacimiento de Jesús en el año 5 a. E.C.

Sin embargo, el eclipse del año 4 a. E.C. tuvo una magnitud de solo el 36% y atraería la atención de muy poca gente a la temprana hora de la mañana en que se produjo.
Hubo otros dos eclipses lunares el año 1 a. E.C., y ambos se produjeron no mucho antes de la Pascua. El eclipse lunar parcial del 27 de diciembre (29 de diciembre en el
calendario juliano) de aquel año tal vez pudo observarse desde Jerusalén, aunque quizás no de manera clara. Según cálculos basados en el Canon of Eclipses (de Oppolzer,
pág. 343), la Luna estaba saliendo de la sombra de la Tierra cuando el crepúsculo caía sobre Jerusalén, y cuando se hizo de noche, ya brillaba por completo. Por otra parte,
no se incluye en la lista extensa de Manfred Kudlek y Erich Mickler.

De modo que en la actualidad no puede saberse hasta qué grado se vio este eclipse en Jerusalén o si en realidad llegó a verse. Más llamativo que los anteriores fue el
eclipse lunar que ocurrió a primeras horas del 8 de enero del año 1 a. E.C. (10 de enero en el calendario juliano). Este fue un eclipse total que oscureció la Luna durante
una hora y cuarenta y un minutos. Cualquiera que estuviera despierto lo vería, aun si estaba nublado. De modo que durante los años aquí considerados se produjo más de
un eclipse antes de la Pascua. Por lo que ahora sabemos, parece ser que el que más se notó fue el del día 8 de enero del año 1 a. E.C. (Solar and Lunar Eclipses of the
Ancient Near East From 3000 B.C. to 0 With Maps, de M. Kudlek y E. H. Mickler, Neukirchen-Vluyn, Alemania, 1971, vol. 1, pág. 156.)

No obstante, no todos los textos que utilizan los historiadores para fechar acontecimientos y períodos de la historia antigua se basan en eclipses. Se han hallado diarios
astronómicos que dan la posición de la Luna (en relación con ciertas estrellas o constelaciones) la primera y última vez que se vio en Babilonia en un día específico (por
ejemplo, “la luna estaba un codo enfrente de la pata trasera del león”), y la que tenían ciertos planetas en ese mismo momento. Los cronólogos modernos dicen que una
combinación similar de las posiciones astronómicas no se vuelve a repetir en miles de años. Las referencias de los diarios astronómicos a los reinados de ciertos reyes al
parecer coinciden con los datos del canon de Tolomeo. Aunque para algunos esto pueda parecer una prueba incontrovertible, hay factores que reducen su fuerza de manera
importante.

El primero es que las observaciones hechas en Babilonia pueden haber sido erróneas. Los astrónomos babilonios mostraron un gran interés en los fenómenos celestes que
ocurrían cerca del horizonte, cuando salía o se ponía el Sol o la Luna. Sin embargo, el horizonte que se ve desde Babilonia suele estar oscurecido por tormentas de arena.
Comentando sobre estos factores, el profesor O. Neugebauer dice que Tolomeo se quejó de “la falta de observaciones planetarias confiables [de la antigua Babilonia].
[Tolomeo] dice que las antiguas observaciones se hicieron con poco rigor, porque se preocupaban de las apariciones y desapariciones y de puntos estacionarios,
fenómenos que, por su naturaleza, son muy difíciles de observar”. (The Exact Sciences in Antiquity, 1957, pág. 98.)

En segundo lugar está el hecho de que la gran mayoría de los diarios astronómicos hallados no fueron escritos en el tiempo del Imperio neobabilonio ni del persa, sino en
la época seléucida (312-65 a. E.C.), aunque contienen información sobre esas épocas anteriores. Los historiadores suponen que son copias de documentos más antiguos.
No existen textos astronómicos contemporáneos mediante los cuales se pueda establecer la cronología completa de la época neobabilonia y de la persa (finales del
siglo VII al IV).

Por último, como en el caso de Tolomeo, aunque la información astronómica de los textos descubiertos (como ahora se interpreta y entiende) sea básicamente exacta, esto
no prueba que también lo sea la información histórica que la acompaña. Tal como Tolomeo utilizó los reinados de reyes antiguos (según los entendió) tan solo como
esquema donde colocar su información astronómica, así también los escritores (o copistas) de los textos astronómicos del período seléucida pudieron sencillamente haber
insertado en sus textos astronómicos lo que entonces se aceptaba o “estaba en boga”, la cronología de aquel tiempo. Esa cronología aceptada o “en boga” bien pudo tener
errores en los puntos más comprometidos tratados antes en este artículo. Para ilustrarlo: un astrónomo antiguo (o un escriba) pudo decir que un fenómeno celeste se
produjo en el año 465 a. E.C., según nuestro calendario, y su información puede verificarse por varios cómputos exactos. Pero también puede decir que el año en el que
tuvo lugar el fenómeno celeste (465 a. E.C.) era el vigésimo primer año del rey Jerjes y estar completamente equivocado. Dicho de forma sencilla, la exactitud
astronómica no prueba la exactitud histórica.

Fechas arqueológicas.

Í
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Los problemas que implica fijar fechas tomando como base objetos hallados en excavaciones se consideran en el artículo ARQUEOLOGÍA. Brevemente se puede decir
que, en la ausencia de inscripciones fechadas, datar por medio de objetos, como, por ejemplo, cascos de alfarería, solo puede ser comparativo, es decir, el arqueólogo solo
puede afirmar que ‘este estrato particular y su contenido de este montículo deben pertenecer al mismo período general (o ser anterior o posterior) que aquel estrato de
aquel montículo’. De este modo se forma una secuencia cronológica general, pero siempre sujeta a corrección y cambio, cambios que a veces suponen cientos de años.
Por ejemplo, en 1937 el arqueólogo Barton dijo que cierta alfarería de principios de la Edad del Bronce pertenecía al período 2500-2000 a. E.C., mientras que al año
siguiente W. F. Albright dio las fechas de 3200-2200 a. E.C. para el mismo período.

Así que, como dijo G. Ernest Wright, “en este campo es raro que podamos trabajar con seguridad. Hay que construir hipótesis, que siempre poseen grados mayores o
menores de probabilidad. Su certeza depende de la capacidad [de los arqueólogos] para interpretar y reunir una variedad de datos independientes, pero en cualquier
momento nueva información puede hacer necesario cambiar una hipótesis dada o hacer que el erudito la exprese de modo algo diferente”. (Shechem, The Biography of a
Biblical City, 1965, prólogo, pág. XVI.)

Otro ejemplo es lo que dice la obra Chronologies in Old World Archaeology, edición de Robert Ehrich, impresa en 1965 para reemplazar la obra anterior de 1954, y que
contiene un compendio de opiniones sobre “la red flotante de cronologías relativas” expresadas por arqueólogos prominentes. El prólogo (pág. VII) dice: “El propósito de
este libro es presentar en serie las cronologías de varias zonas contiguas como las veían los especialistas en 1964. A pesar de la nueva información, la situación general
aún es fluida, y datos venideros harán obsoletas algunas conclusiones, quizás antes de que se imprima este volumen”. Pueden tenerse presentes estas palabras a la hora de
evaluar las fechas que los arqueólogos dan para ciertas ciudades, como Jericó, o la época en la que ubican la conquista de Palestina por Israel.

Historiadores del período clásico.

El término “clásico” aquí aplica a la época y cultura de los antiguos griegos y romanos. Además de ser una fuente de historia griega y romana, los escritos de ciertos
historiadores clásicos les sirven a los historiadores modernos para complementar o confirmar los registros históricos de Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Siria y Palestina.
Entre los historiadores antiguos griegos están Heródoto (c. 484-425 a. E.C.), Tucídides (c. 471-401 a. E.C.), Jenofonte (c. 431-352 E.C.), Ctesias (siglos V-IV a. E.C.) y,
más tarde, Estrabón, Diodoro Sículo y Alejandro Polistor, del siglo I a. E.C., y Plutarco, de los siglos I y II E.C. Entre los historiadores romanos se cuentan Tito Livio (59
a. E.C.–17 E.C.); Gnaeo Pompeyo Trogo, contemporáneo de Livio; Plinio el Viejo (23-79 E.C.), y Sexto Julio Africano (siglo III E.C.), probablemente nacido en Libia.
Aparte de estos, las fuentes de información más importantes son Manetón y Beroso (ya considerados); Josefo, historiador judío cuyos escritos (aunque a veces
contradictorios en su forma presente) son bastante útiles para entender el siglo I E.C., y Eusebio, historiador eclesiástico y obispo de Cesarea (c. 260-340 a. E.C.).

Todos estos escritores vivieron después de las épocas asiria y neobabilonia, y solo los cuatro primeros vivieron durante la época del Imperio persa. Por eso ninguno
presenta información basada en conocimiento personal de las épocas asiria y neobabilonia, sino que registran los puntos de vista tradicionales que oyeron o, en algunos
casos, que leyeron y copiaron. Es obvio que la exactitud de su información depende de lo exactas que sean las fuentes empleadas.
Además, lo que tenemos hoy son copias de copias de sus escritos, la más antigua de las cuales data de mediados de la Edad Media. Ya hemos visto que los copistas
mutilaron las cronologías de Manetón y de Beroso. En cuanto a las credenciales y confiabilidad de otros historiadores antiguos del período clásico, lo siguiente es digno
de mención:

El enfoque de la historia de Heródoto está bien considerado. Primero formula una pregunta, busca información relevante y luego saca una conclusión. Pero también se ha
dicho que a veces “su información era insatisfactoria”, que “ofrece una explicación racional junto con una irracional” y que pertenece “claramente a la escuela romántica”,
de modo que era a la vez historiador y cuentista. (The New Encyclopædia Britannica, 1985, vol. 5, págs. 881, 882; 1910, vol. 13, pág. 383.) De Jenofonte se ha dicho que
“la objetividad, solidez e investigación no eran para él”, y que adornaba sus relatos con “discursos de ficción”. (The New Encyclopædia Britannica, 1987, vol. 12,
pág. 796.) George Rawlinson acusa a Ctesias de extender deliberadamente el período de la monarquía meda “por el uso consciente de un sistema de duplicación”. Luego
dice: “Cada rey o período de Heródoto aparece dos veces en la lista de Ctesias: una transparente estratagema, torpemente disimulada por el pobre recurso de una libre
invención de nombres”. (The Seven Great Monarchies of the Ancient Eastern World, 1885, vol. 2, pág. 85.)

Sobre la historia romana del período monárquico (anterior a la República), leemos que “se adentra en las regiones de la pura mitología. Es poco más que una colección de
fábulas sin casi ningún intento crítico, y sin más consideración a la secuencia cronológica que la necesaria para la narración y para cerrar, por ejemplo, la brecha entre la
huida de Eneas de Troya y el supuesto año de la fundación de Roma”. Incluso después de fundarse la República (c. 509 a. E.C.), los historiadores aún estaban dispuestos a
mezclar la tradición popular con el hecho histórico sin diferenciarlos de manera particular. “Se inventaron genealogías, se insertaron consulados imaginarios [los romanos
solían fechar por consulados] y triunfos legendarios, y se incorporaron formalmente [...] tradiciones familiares en la historia del Estado”. De los analistas romanos se nos
dice: “Copiaron lo que hallaron escrito; cuando no podían basarse en la experiencia personal, llenaban las lagunas con la imaginación”. (The Encyclopædia Britannica,
1911, vol. 16, págs. 820, 821.)

Tucídides.

Por lo general se exime a Tucídides de las acusaciones de inexactitud y descuido que se dirigen contra los historiadores clásicos. Tucídides se destacó por su meticulosa
investigación. The New Encyclopædia Britannica (1987, vol. 11, pág. 741) dice: “Es difícil que otro historiador iguale su autoridad. Se atuvo a un esquema cronológico
estricto, y cuando es verificable por los eclipses que menciona, resulta exacto”.

A veces hay que recurrir a los historiadores clásicos para conseguir información necesaria, en particular referente a la época persa (libros de Esdras, Nehemías y Ester) y
hasta los tiempos apostólicos. Sus escritos también ayudan a determinar el tiempo y los sucesos relacionados con el cumplimiento de algunas partes de las visiones
proféticas de Daniel (caps. 7–9, 11), cumplimiento que se extiende incluso más allá de la época apostólica. Sin embargo, la información presentada con anterioridad
muestra que no hay razón para colocar su historia y cronología a la misma altura que la Biblia. Cuando aparecen diferencias, se puede confiar en el registro bíblico, que
pusieron por escrito testigos presenciales o aquellos que, como Lucas, investigaron “todas las cosas desde el comienzo con exactitud”. (Lu 1:1-4.) La exacta información
cronológica de los relatos de Lucas y otros escritores bíblicos hace posible fechar los sucesos principales de la vida de Jesús y del período apostólico. (Mt 2:1, 19-22; Lu
3:1-3, 21-23; y muchos otros.)

La cuenta bíblica del tiempo.

Es obvio que los antiguos registros extrabíblicos deben usarse con cautela. Se sabe que son inexactos en muchos asuntos, y es muy improbable que sus cronologías no se
hayan visto afectadas por esas inexactitudes. Por otro lado, la Biblia ha demostrado ser verdadera en todos los campos del saber que trata, ofreciendo, con diferencia, el
cuadro más exacto de los tiempos antiguos que abarca. Su cronología también es confiable. (Véase BIBLIA - [Autenticidad].)

Cuando se calculan períodos bíblicos de acuerdo con los métodos de fechar modernos, se debe tener presente que la numeración cardinal y ordinal difieren. Los números
cardinales —tales como 1, 2, 3, 10, 100, etc.— expresan un valor entero, mientras que los ordinales —tales como tercero, quinto, vigésimo segundo, etc.— son los que
expresan el lugar que algo ocupa en una serie. Por lo tanto, cuando se emplean números ordinales, es necesario restar uno para obtener el número completo. Así, al
referirnos al “año decimoctavo de Nabucodonosor”, el término “decimoctavo” es un número ordinal y representa diecisiete años completos más algunos días, semanas o
meses (el tiempo que haya transcurrido desde el final del año 17). (Jer 52:29.)

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Cuando se calculan los años que han pasado desde una fecha “a. E.C.” a
una de la “E.C.”, se debe tener presente que desde el 1 de octubre del año 1 a. E.C. al 1 de octubre del año 1 E.C. hay solo un año, y no dos, como puede verse en el
siguiente diagrama:

Esto se debe a que los años de las fechas tienen un valor ordinal. Por consiguiente, desde el 1 de octubre del año 2 a. E.C. (la fecha aproximada del nacimiento de Jesús)
hasta el 1 de octubre de 29 E.C. (la fecha aproximada del bautismo de Jesús) hay un total de treinta años, es decir: un año y tres meses, tiempo que corresponde al período
anterior a la era común, más veintiocho años y nueve meses, espacio de tiempo que pertenece al período de la era común. (Lu 3:21-23.)

Desde la creación del hombre hasta el presente.

Los historiadores modernos son incapaces de determinar una fecha fija para el comienzo del “período histórico” de la humanidad. Sea que investiguen en la historia de
Asiria, Babilonia o Egipto, a medida que se adentran en el II milenio a. E.C., la cronología se hace cada vez más incierta e inestable, y ya en el III milenio se encuentran
con un panorama confuso y oscuro. Por otro lado, la Biblia suministra una historia coherente que permite contar metódicamente el tiempo hacia atrás hasta llegar al
comienzo de la historia humana. Este cómputo puede realizarse gracias a las referencias bíblicas a determinados períodos de tiempo extensos, como los cuatrocientos
setenta y nueve años completos que transcurren desde el éxodo hasta el comienzo de la construcción del templo durante el reinado de Salomón. (1Re 6:1.)

Para ello debemos emplear un punto fijo o fecha absoluta como punto de partida, es decir, una fecha en la historia que sea aceptada por su firme respaldo y que
corresponda con un acontecimiento específico registrado en la Biblia. Partiendo de esta fecha absoluta podemos calcular hacia atrás o hacia adelante y fechar según el
calendario actual los muchos acontecimientos referidos en la Biblia.
Una de estas fechas de convergencia entre la Biblia y la historia seglar es el año 29 E.C., cuyos primeros meses coincidieron con el decimoquinto año de Tiberio César,
nombrado emperador por el senado romano el 15 de septiembre de 14 E.C. (calendario gregoriano). En el año 29, Juan el Bautista comenzó su predicación y posiblemente
seis meses más tarde bautizó a Jesús. (Lu 3:1-3, 21, 23; 1:36.)

Otra fecha que puede considerarse como absoluta es el año 539 a. E.C., apoyado por varias fuentes históricas como el año de la caída de Babilonia ante Ciro el persa.
(Entre estas fuentes históricas sobre el reinado de Ciro están Diodoro, Africano, Eusebio y Tolomeo, así como también las tablillas babilonias.) El decreto para la
liberación de los judíos se dio durante el primer año del reinado de Ciro. Y, como se expuso en el artículo sobre Ciro, es muy probable que este decreto se expidiera en el
invierno de 538 o hacia la primavera de 537 a. E.C., lo que permitiría que los judíos hicieran los preparativos necesarios, efectuaran el viaje de cuatro meses de regreso a
Jerusalén y tuvieran tiempo de llegar para el séptimo mes (Tisri, aproximadamente el 1 de octubre) de 537 a. E.C. (Esd 1:1-11; 2:64-70; 3:1.)

Usando estas fechas absolutas podemos relacionar una gran cantidad de acontecimientos bíblicos con fechas específicas del calendario. A continuación se ofrece el
esquema de fechas principales que sirve de base para dicha cronología:

Período entre
Sucesos Fecha
sucesos
4026
Desde la creación de Adán  
a. E.C.
2370
Hasta el comienzo del Diluvio 1.656 años
a. E.C.
1943
Hasta la validación del pacto abrahámico 427 años
a. E.C.
1513
Hasta el éxodo de Egipto 430 años
a. E.C.
1034
Hasta el comienzo de la construcción del templo 479 años
a. E.C.
Hasta la división del reino 997 a. E.C. 37 años
Hasta la desolación de Judá 607 a. E.C. 390 años
Hasta el regreso de los judíos del cautiverio 537 a. E.C. 70 años
Hasta la reconstrucción de los muros de Jerusalén 455 a. E.C. 82 años
Hasta el bautismo de Jesús 29 E.C. 483 años
Hasta la actualidad 2014 E.C. 1.985 años
Total de años transcurridos desde la creación de Adán hasta 2014
Total: 6.039 años
E.C.

¿Cómo se ha elaborado esta cronología partiendo de los datos bíblicos y, en algunos casos, de la historia extrabíblica? A continuación explicamos cómo se ha calculado
cada uno de los períodos de tiempo indicados.

Desde la creación de Adán hasta el Diluvio.

Los 1.656 años de este período se basan en el registro de Génesis 5:1-29 y 7:6. Pueden desglosarse como se ve en el siguiente recuadro.

Cronologóa desde Adán hasta el Diluvio    


Desde la creación de Adán 4026 a.E.C  
hasta el nacimiento de Set 3896 a.E.C 130 años
Luego, hasta el nacimiento de Enós 3791 a.E.C 105 años
Hasta el nacimiento de Quenán 3701 a.E.C 90 años
Hasta el nacimiento de Mahalalel 3631 a.E.C 70 años
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Hasta el nacimiento de Jared 3566 a.E.C 65 años
Hasta el nacimiento de Enoc 3404 a.E.C 162 años
Hasta el nacimiento de Matusalén 3339 a.E.C 65 años
Hasta el nacimiento de Lamec 3152 a.E.C 187 años
Hasta el nacimiento de Noé 2970 a.E.C 182 años
Hasta el Diluvio 2370 a.E.C 600 años
  Total: 1.656 años

Las cantidades que se han indicado para el período antediluviano se encuentran en el texto masorético, texto en el que se basan las traducciones modernas de las Escrituras
Hebreas. Estas cantidades difieren de las que se hallan en la Septuaginta griega, pero el texto masorético ha demostrado ser más confiable.
La obra Commentary on the Holy Scriptures (de Lange, 1976, “Genesis”, pág. 272, nota) dice: “No hay duda de que las pruebas internas favorecen al texto hebreo por su
consecuencia proporcional. Se ve que las cifras de la LXX siguen un plan al que han sido conformadas. Esto no se aprecia en el texto hebreo, lo que hace que se le pueda
considerar un auténtico registro genealógico [...]. Sobre la base fisiológica, también ha de preferirse el hebreo; como la duración de la vida no requiere de ningún modo
una madurez tan tardía como esas cifras [de la Septuaginta] parecerían indicar [...], los cien años que la Septuaginta añade en cada caso demuestran un intento deliberado
de conformarlas a unas proporciones más normales, basadas en alguna supuesta noción fisiológica [...]. A todo esto debe añadirse que el hebreo tiene mejores credenciales
para ser considerado el texto original debido al escrupuloso y, a veces, supersticioso, cuidado con el que se ha conservado textualmente”.

Aunque los historiadores modernos suelen extender la existencia humana sobre la tierra mucho más allá de 4026 a. E.C., los hechos no concuerdan en absoluto con tal
postura. Los miles de años de “prehistoria” cuya existencia defienden se basan en la especulación, como puede verse por la siguiente declaración que hizo el eminente
científico Dr. P. E. Klopsteg, quien dijo: “Acompáñeme, si lo desea, a una excursión especulativa por la prehistoria. Supóngase la era en la que la especie ‘sapiens’ surgió
del género ‘homo’ [...], salte varios milenios desde el tiempo en que la información de que disponemos depende en su mayor parte de la conjetura y la interpretación hasta
la era de las primeras inscripciones, de las que se pueden extraer algunos datos” (cursivas nuestras). (Science, 30 de diciembre de 1960, pág. 1914.)

El período postdiluviano comienza en el año 2369 a. E.C. Aunque algunos piensan que ciertos escritos pictográficos pertenecen al período que va de 3300 a 2800 a. E.C.
(New Discoveries in Babylonia About Genesis, P. J. Wiseman, 1949, pág. 36), en realidad estos documentos no están fechados; la edad que se les atribuye se basa tan solo
en conjeturas arqueológicas.
Aunque en ocasiones se ha recurrido a la técnica de fechar con radiocarbono (C14), este método tiene claras limitaciones. La revista Science del 11 de diciembre de 1959
dijo al respecto: “El caso que parece que llegará a convertirse en un ejemplo clásico de ‘irresponsabilidad del C14’ es el de la aldea prehistórica de Jarmo, en el nordeste
de Irak. Se han atribuido once diferentes fechas a esta aldea con una diferencia máxima entre ellas de seis mil años, mientras que, sobre la base de todos los indicios
arqueológicos, no fue ocupada por más de quinientos años consecutivos”. En realidad, no existe prueba sólida que favorezca una fecha anterior a 2369 a. E.C. para el
comienzo de la sociedad humana postdiluviana.

Desde 2370 a. E.C. hasta el pacto abrahámico.

El esquema cronológico para este período puede resumirse así:

Desde-Hasta Tiempo
Desde el comienzo del Diluvio hasta el nacimiento de Arpaksad 2 años
Luego, hasta el nacimiento de Selah 35 años
Hasta el nacimiento de Éber 30 años
Hasta el nacimiento de Péleg 34 años
Hasta el nacimiento de Reú 30 años
Hasta el nacimiento de Serug 32 años
Hasta el nacimiento de Nacor 30 años
Hasta el nacimiento de Taré 29 años
Hasta la muerte de Taré, cuando Abrahán tenía setenta y cinco años de edad 205 años
TOTAL 427 años

Estos datos se hallan en Génesis 11:10 a 12:4. La expresión “después del diluvio” (Gé 11:10), que se emplea con relación al nacimiento de Arpaksad, lógicamente se
refiere a la caída de las aguas, suceso que marcó el comienzo del Diluvio (2370 a. E.C.), y no simplemente al período posterior durante el que las aguas permanecieron
sobre la superficie de la tierra por algún tiempo. La palabra hebrea para “diluvio” también transmite esta idea. (Compárese con Gé 6:17; 7:4-6, 10-12, 17; 9:11.)

En el registro bíblico no se da la fecha en la que se intentó construir la Torre de Babel. Génesis 10:25 señala que la división que resultó de la confusión de lenguas ocurrió
durante ‘los días de Péleg’. De esto no se infiere necesariamente que este acontecimiento ocurriera al tiempo del nacimiento de Péleg. La expresión “en sus días” indica en
realidad que la división tuvo lugar, no al tiempo del nacimiento de Péleg o justo después, sino durante el transcurso de su vida, desde 2269 a 2030 a. E.C. Si cada varón
postdiluviano hubiera empezado a tener hijos a los treinta años de edad a un promedio de uno cada tres años (lo que daría un hijo varón cada seis años) hasta la edad de
noventa años, la población pudiera haber crecido hasta un total de 4.000 varones adultos en un período de ciento ochenta años desde el fin del Diluvio (es decir, en 2189
a. E.C.). Un cálculo moderado como el que acabamos de mencionar sería suficiente para explicar la construcción de la torre y la dispersión de la gente.

Jehová debió dar validez a lo que ha llegado a conocerse como el pacto abrahámico cuando Abrahán cruzó el Éufrates camino de la tierra de Canaán. Como partió de
Harán y entró en Canaán después de la muerte de Taré, la fecha de la validación de ese pacto se fija en 1943 a. E.C. (Gé 11:32; 12:1-5.)

Desde 1943 a. E.C. hasta el éxodo.

En Éxodo 12:40, 41 se registra lo siguiente: “La morada de los hijos de Israel, que habían morado en Egipto, fue de cuatrocientos treinta años. Y aconteció al cabo de los
cuatrocientos treinta años, sí, aconteció en este mismo día, que todos los ejércitos de Jehová salieron de la tierra de Egipto”. Mientras que la mayoría de las versiones
traducen el versículo 40 de modo que diga que estuvieron cuatrocientos treinta años en Egipto, el hebreo original da lugar a la traducción aquí transcrita. Además, en
Gálatas 3:16, 17 Pablo relaciona ese período de cuatrocientos treinta años con el tiempo que medió entre el momento de dar validez al pacto abrahámico y la instauración
del pacto de la Ley. Se debió dar validez al pacto abrahámico cuando Abrahán, en atención a la promesa de Dios, cruzó el Éufrates camino de Canaán y entró en el “país”
que Dios le mandó. (Gé 12:1; 15:18-21.) Justo cuatrocientos treinta años después de este acontecimiento, en 1513 a. E.C., sus descendientes fueron liberados de Egipto, y
en ese mismo año fueron introducidos en el pacto de la Ley. Una prueba de que así se ha entendido desde tiempos antiguos es la traducción que se halla en la Versión de
los Setenta griega, a saber: “Pero la morada de los hijos de Israel que ellos moraron en la tierra de Egipto y en la tierra de Canaán [fue de] cuatrocientos treinta años de
duración”.

El período comprendido desde la entrada de Abrahán en la tierra de Canaán hasta que Jacob se trasladó a Egipto fue de doscientos quince años. Este cálculo se deriva de
los siguientes hechos: desde la salida de Abrahán de Harán hasta el nacimiento de Isaac transcurrieron veinticinco años (Gé 12:4; 21:5); sesenta años desde el nacimiento
de Isaac al nacimiento de Jacob (Gé 25:26), y Jacob tenía ciento treinta años cuando entró en Egipto (Gé 47:9). Esto da un total de doscientos quince años (desde 1943
hasta 1728 a. E.C.), lo que significa que, desde la llegada de Jacob, los israelitas estuvieron en Egipto otros doscientos quince años (de 1728 a 1513 a. E.C.). En el artículo
É
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ÉXODO se demuestra que los israelitas pudieron multiplicarse lo suficiente en doscientos quince años como para que su población incluyera un total de 600.000
“hombres físicamente capacitados”. (Éx 12:37.)

Jehová le dijo a Abrán (Abrahán): “Puedes saber con seguridad que tu descendencia llegará a ser residente forastera en tierra ajena, y tendrá que servirles, y estos
ciertamente la afligirán por cuatrocientos años”. (Gé 15:13; véase, además, Hch 7:6, 7.) Esta declaración se hizo con anterioridad al nacimiento de la “descendencia”
prometida, Isaac. Para el año 1932 a. E.C. a Abrán le nació su hijo Ismael —por medio de su esclava egipcia Agar—, y en 1918 a. E.C. nació Isaac. (Gé 16:16; 21:5.)
Contando cuatrocientos años hacia atrás desde el éxodo —acontecimiento que señaló el fin de los años de ‘aflicción’ (Gé 15:14)—, llegaríamos a 1913 a. E.C., cuando
Isaac tendría unos cinco años y fue destetado. En ese momento, siendo ‘residente forastero’ en una tierra que no era suya, experimentó el inicio de la aflicción predicha
cuando Ismael, que entonces contaba diecinueve años de edad, comenzó a ‘burlarse’ de él. (Gé 21:8, 9.) Aunque hoy pudiera parecer intrascendente el que Ismael se
burlara del heredero de Abrahán, en la época patriarcal no se veía así, como queda demostrado por la reacción de Sara y por el hecho de que Dios aprobó su súplica de que
se despidiera a Agar y a su hijo Ismael. (Gé 21:10-13.) El que este incidente haya sido recogido en detalle en el registro divino también es un indicio de que debe marcar
el comienzo del predicho período de cuatrocientos años de aflicción que terminaría con el éxodo. (Gál 4:29.)

Desde 1513 a. E.C. hasta la división del reino.

Fue en “el año cuatrocientos ochenta después que los hijos de Israel hubieron salido de la tierra de Egipto”, durante el cuarto año del reinado de Salomón, cuando dio
comienzo la construcción del templo de Jerusalén. (1Re 6:1.) El número “480” tiene valor ordinal: representa cuatrocientos setenta y nueve años completos y, en este caso
concreto, un mes más. Si contamos cuatrocientos setenta y nueve años desde el éxodo (en Nisán de 1513 a. E.C.), nos lleva a 1034 a. E.C., cuando empezó la construcción
del templo, en el segundo mes, es decir, Ziv (este mes corresponde a parte de abril y de mayo). Siendo que este hecho aconteció en el cuarto año (otro número ordinal) del
gobierno de Salomón, su reinado comenzó tres años completos antes, es decir, en 1037 a. E.C. Sus cuarenta años de reinado transcurrieron desde 1037 a. E.C.,
probablemente en el mes de Nisán, hasta el mismo mes de 997 a. E.C., fecha en la que se produjo la división del reino. Por lo tanto, el esquema cronológico para este
período sería como se muestra en la parte inferior derecha.

Estos cálculos se fundamentan en textos como Deuteronomio 2:7; 29:5; Hechos 13:21; 2 Samuel 5:4; 1 Reyes 11:42, 43; 12:1-20. Algunos críticos dicen que los cuatro
períodos de esta época que duran cuarenta años cada uno son muestra de una ‘búsqueda de simetría’ de los escritores de la Biblia más bien que de cronología exacta. Todo
lo contrario, aunque antes de entrar en Canaán los israelitas vagaron casi cuarenta años justos en cumplimiento del juicio divino registrado en Números 14:33, 34
(compárese con Éx 12:2, 3, 6, 17; Dt 1:31; 8:2-4; Jos 4:19), los otros tres períodos pueden haber incluido fracciones. Por ejemplo, según 2 Samuel 5:5, el reinado de
David duró en realidad 40 1/2 años. Si los años reinantes de estos reyes se contaban de Nisán a Nisán, como parece que era la costumbre, esto puede significar que el
reinado de Saúl duró solo 39 1/2, pero que se le contaron los meses que faltaban hasta el próximo Nisán, por lo que no se incluyeron oficialmente en los cuarenta años
reinantes de David. Esta, por lo menos, era la costumbre conocida de los gobernantes semíticos de Mesopotamia, quienes denominaban “período de ascenso” a los meses
que transcurrían desde la muerte de un rey hasta el siguiente Nisán, de modo que el primer año oficial de gobierno no empezaba a contar sino hasta la llegada del mes de
Nisán.

No se especifica la duración del período abarcado desde la entrada en Canaán hasta el fin de la época de los jueces, de modo que ha de calcularse por deducción. Si a los
cuatrocientos setenta y nueve años que median entre el éxodo y el cuarto año de Salomón se le restan los cuarenta años de vagar por el desierto, los cuarenta del reinado
de Saúl, los cuarenta del reinado de David y los tres primeros de Salomón (ciento veintitrés años en total), quedan trescientos cincuenta y seis años para el período en
cuestión.

Las Escrituras no indican cómo debe dividirse esta época de trescientos cincuenta y seis años (desde la entrada de Israel en Canaán hasta el principio del reinado de Saúl,
en 1117 a. E.C.). No obstante, es obvio que muchos de estos períodos se traslapan. ¿Por qué? Contados sucesivamente, los diversos períodos de opresión, de judicaturas y
de paz de los que informa el libro de Jueces totalizarían cuatrocientos diez años. Para que estos períodos encajen en los trescientos cincuenta y seis años mencionados
antes, algunos de ellos tienen que haber sido concurrentes en vez de sucesivos, como opina la mayoría de los comentaristas. Las circunstancias narradas en los relatos
bíblicos también conducen a esta conclusión. La opresión afectó a diferentes zonas del país y a diferentes tribus. (MAPA, vol. 1, pág. 743.) Así, la expresión “la tierra
no tuvo más disturbio”, usada después de relatar las victorias israelitas sobre sus opresores, tal vez no se refiriese en todo caso a la tierra ocupada por las doce tribus, sino
solo a la zona particular afectada principalmente por la opresión. (Jue 3:11, 30; 5:31; 8:28; compárese con Jos 14:13-15.)

Sucesos Fecha Período entre sucesos


Desde el éxodo 1513 a. E.C.
Hasta la entrada de Israel en Canaán 1473 a. E.C. 40 años
Hasta el fin del período de los jueces y el comienzo del reinado de Saúl 1117 a. E.C. 356 años
Hasta el comienzo del reinado de David 1077 a. E.C. 40 años
Hasta el comienzo del reinado de Salomón 1037 a. E.C. 40 años
Hasta la división del reino 997 a. E.C. 40 años
Total de años desde el éxodo hasta la división del reino (1513 a 997 a. E.C.) 516 años

En el capítulo 13 de Hechos el apóstol Pablo repasa los tratos de Dios con Israel desde que ‘escoge a los antepasados’ —pasando por su estancia en Egipto, el éxodo, el
vagar por el desierto, la conquista de Canaán y la distribución de la tierra— hasta llegar al versículo 20, donde dice: “Todo eso durante unos cuatrocientos cincuenta años.
Y después de estas cosas les dio jueces hasta Samuel el profeta”. (Hch 13:20.) Algunas traducciones (Besson; ENP; PNT; TNV; Val, 1960) han ocasionado bastante
confusión al traducir este versículo de forma semejante a la siguiente: “Después, como por cuatrocientos cincuenta años, les dio jueces hasta el profeta Samuel”. Sin
embargo, los manuscritos más antiguos (incluido el Sinaítico, el Vaticano 1209 y el Alejandrino), así como la mayoría de las traducciones modernas de la Biblia (BAS,
BJ, CI, NC, VP y otras), concuerdan con la primera traducción citada, la cual muestra que el período de los jueces llegó después de los cuatrocientos cincuenta años.
Siendo que el período de “unos cuatrocientos cincuenta años” comenzó cuando Dios ‘escogió a los antepasados’ de Israel, debió haber comenzado en el año 1918 a. E.C.
con el nacimiento de Isaac, la “descendencia” original que le fue prometida a Abrahán, y, por lo tanto, debió terminar hacia 1467 a. E.C., cuando llegó a su fin la primera
conquista que se hizo de Canaán y se procedió a la distribución de la tierra. Puesto que el período de cuatrocientos cincuenta años es aproximado, una diferencia de uno o
dos años no tendría importancia.

Desde 997 a. E.C. hasta la desolación de Jerusalén.

Una guía útil para conocer la extensión del período de los reyes se encuentra en Ezequiel 4:1-7, donde el profeta hace por instrucción divina una representación mímica
del asedio de Jerusalén. Ezequiel tuvo que echarse sobre su costado izquierdo por trescientos noventa días para “llevar el error de la casa de Israel”, y luego sobre el
derecho por cuarenta días para “llevar el error de la casa de Judá”. Según se le mostró, por cada día se habría de contar un año. Representados así, los dos períodos
(trescientos noventa años y cuarenta años) debieron corresponder a la duración de la paciencia de Jehová para con ambos reinos a pesar de su curso idolátrico. Según se
expone en Soncino Books of the Bible (>edición de A. Cohen, Londres, 1950, comentario sobre Ezequiel, págs. 20 y 21), los judíos entienden esta profecía de la siguiente
manera: “La culpa del reino septentrional se extendió por un período de trescientos noventa años ([según] Seder Olam [la crónica postexílica más antigua en lengua
hebrea], [y los rabinos] Rashi e Ibn Ezra). Abarbanel, según una cita de Malbim, calcula el período de culpa de Samaria a partir del cisma que se produjo bajo
Rehoboam [...] hasta la caída de Jerusalén. [...] El [costado] derecho [sobre el que Ezequiel se echó] indica el sur, es decir, el reino de Judá, ubicado al sur o a la
derecha [...]. Comenzando poco después de la caída de Samaria, la corrupción de Judá se extendió por cuarenta años. Según Malbim, el tiempo se computa a partir del año
decimotercero del reinado de Josías [...], cuando Jeremías dio comienzo a su ministerio (Jer. I. 2)”.

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Desde la división del reino en 997 a. E.C. hasta la caída de Jerusalén en 607 a. E.C. transcurrieron trescientos noventa años. Si bien es cierto que en 740 a. E.C. —durante
el sexto año del reinado de Ezequías (2Re 18:9, 10)— Samaria, la capital del reino septentrional, ya había caído a manos de Asiria, también es probable que parte de la
población huyera al reino meridional antes del avance asirio. (Véase, además, la situación que existía en Judá después de la división del reino, según se explica en 2Cr
10:16, 17.) Pero aún más importante es el que Jehová continuara teniendo presente a los israelitas del reino septentrional exiliado y los incluyera en los mensajes de sus
profetas mucho tiempo después de la caída de Samaria, pues muestra que los intereses de esos israelitas todavía estaban representados en la ciudad capital de Jerusalén y
que la caída de esta, en 607 a. E.C., no solo fue una expresión del juicio de Jehová contra Judá, sino contra la entera nación de Israel. (Jer 3:11-22; 11:10-12, 17; Eze
9:9, 10.) Cuando la ciudad cayó, se desvanecieron las esperanzas de toda la nación, a excepción de los pocos que mantuvieron la fe verdadera. (Eze 37:11-14, 21, 22.)

La tabla que sigue toma este período de trescientos noventa años como guía cronológica confiable. Los reinados de todos los reyes de Judá desde Rehoboam hasta
Sedequías suman trescientos noventa y tres años en total. Aunque algunos cronólogos bíblicos intentan sincronizar los reinados mediante numerosas corregencias e
“interregnos” en Judá, al parecer solo se requiere una corregencia. Es el caso de Jehoram, de quien se dice (al menos en el texto masorético y en algunos de los
manuscritos más antiguos de la Biblia) que llegó a ser rey “mientras Jehosafat era rey de Judá”, lo que permite suponer una corregencia. (2Re 8:16.) De este modo el
período completo queda dentro del límite de los trescientos noventa años.

No se pretende que se considere esta tabla como una cronología absoluta, sino más bien como un posible esquema de los reinados de Israel y Judá. Los antiguos escritores
inspirados escribían sobre hechos y datos que tanto ellos como el pueblo judío de la época conocían bien, y las diferentes perspectivas cronológicas que adoptaron los
escritores en ciertos puntos no presentaron ningún problema. Este no es el caso hoy en día, de modo que podemos contentarnos con conseguir un esquema que armonice
razonablemente con el registro bíblico.

Desde 607 a. E.C. hasta el regreso de los judíos del exilio.

La duración de este período viene fijada por el propio decreto divino con relación a Judá, que dice: “Toda esta tierra tiene que llegar a ser un lugar devastado, un objeto de
pasmo, y estas naciones tendrán que servir al rey de Babilonia setenta años”. (Jer 25:8-11.)

La profecía bíblica no permite otra aplicación de estos setenta años que no sea al período comprendido entre la desolación de Judá, que llegó con la destrucción de
Jerusalén, y el regreso de los judíos exiliados a su tierra como resultado del decreto de Ciro. La profecía especifica con toda claridad que los setenta años serían años de
devastación de la tierra de Judá. Daniel el profeta entendió de esta manera la profecía, pues dijo: “Yo mismo, Daniel, discerní por los libros el número de los años acerca
de los cuales la palabra de Jehová había ocurrido a Jeremías el profeta, para cumplir las devastaciones de Jerusalén, a saber, setenta años”. (Da 9:2.) Después de describir
la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor, en 2 Crónicas 36:20, 21 se dice: “Además, a los que quedaron de la espada se los llevó cautivos a Babilonia, y llegaron a ser
siervos para él y sus hijos hasta que la realeza de Persia empezó a reinar; para cumplir la palabra de Jehová por boca de Jeremías, hasta que la tierra hubo pagado sus
sábados. Todos los días de yacer desolada guardó sábado, para cumplir setenta años”.

Jerusalén fue sitiada definitivamente en el noveno año de Sedequías (609 a. E.C.) y cayó en su undécimo año (607 a. E.C.), que corresponde con el decimonoveno año del
reinado de Nabucodonosor (si contamos desde 625 a. E.C., su año de ascenso al trono; 2Re 25:1-8). En el quinto mes de 607 (el mes de Ab, que correspondía a parte de
julio y agosto) la ciudad fue incendiada, los muros demolidos y la mayor parte de sus habitantes llevados al destierro. Sin embargo, se permitió que quedaran “algunos de
condición humilde de la gente”, quienes al final huyeron a Egipto cuando Guedalías, el gobernador nombrado por Nabucodonosor, fue asesinado, dejando de ese modo la
tierra de Judá desolada por completo. (2Re 25:9-12, 22-26.) Esto ocurrió en el séptimo mes, Etanim (o Tisri, que correspondía a parte de septiembre y octubre). Por
consiguiente, la cuenta de los setenta años de desolación debió haber comenzado hacia el 1 de octubre de 607 a. E.C., para finalizar en 537 a. E.C. Fue en el séptimo mes
de este último año cuando los primeros judíos repatriados llegaron a Judá, justo setenta años después del comienzo de la desolación completa de la tierra. (2Cr 36:21-23;
Esd 3:1.)

Desde 537 a. E.C. hasta la conversión de Cornelio.

Al segundo año del regreso de los judíos del exilio (536 a. E.C.) se colocó el fundamento del templo de Jerusalén para su reconstrucción, pero dicha reconstrucción no se
concluyó sino hasta el sexto año del reinado de Darío I (el persa). (Esd 3:8-10; 6:14, 15.) El año 522 a. E.C. puede ser considerado el año de ascenso al trono de Darío I,
ya que no se estableció en Babilonia antes del mes de diciembre de 522 a. E.C., cuando derrotó al rebelde Nabucodonosor III, a quien capturó y dio muerte en Babilonia
poco después. De modo que su primer año reinante comenzó en la primavera de 521 a. E.C. (Babylonian Chronology, 626 B.C.–A.D. 75, pág. 30.) Por consiguiente, su
sexto año comenzó el 12 de abril de 516 a. E.C. y continuó hasta finales de marzo de 515 a. E.C. De acuerdo con todo esto, puede afirmarse que Zorobabel terminó la
reconstrucción del templo el 6 de marzo de 515 a. E.C.

La siguiente fecha de importancia fundamental es el vigésimo año de Artajerjes Longimano, el año en que Nehemías recibió permiso para reedificar Jerusalén. (Ne 2:1, 5-
8.) Las razones por las que se favorece la fecha de 455 a. E.C. para este acontecimiento, con preferencia a la de 445 a. E.C. —que es más aceptada—, se analizan en el
artículo PERSIA, PERSAS. Los sucesos de este año relacionados con la reconstrucción de Jerusalén y sus muros constituyen el punto de partida para la profecía de las
“setenta semanas” de Daniel 9:24-27. Las semanas son, a todas luces, “semanas de años”, que totalizan cuatrocientos noventa años. (Da 9:24, BR; TA.) Como se
demuestra en el artículo SETENTA SEMANAS, la profecía indicó la llegada del Mesías en el año 29 E.C., su muerte a “la mitad de la semana” —o mitad de la última
semana de años, es decir, en 33 E.C.— y el fin —en 36 E.C.— del período de favor especial que Dios concedió a los judíos. Por consiguiente, las setenta semanas de años
terminaron con la conversión de Cornelio, habiendo transcurrido cuatrocientos noventa años desde 455 a. E.C. (Hch 10:30-33, 44-48; 11:1.)

Jesús apareció como Mesías precisamente en el año que se había predicho: quizás unos seis meses después de comenzar Juan el Bautista su predicación en “el año
decimoquinto del reinado de Tiberio César”. (Lu 1:36; 3:1, 2, 21-23.) Como el senado romano nombró emperador a Tiberio el 15 de septiembre de 14 E.C., su año
decimoquinto transcurrió desde la última parte de 28 E.C. hasta la última de 29 E.C. (Véase TIBERIO.) Por lo tanto, los hechos indican que el bautismo y el ungimiento
de Jesús acontecieron en el otoño del año 29 E.C.

Puesto que Jesús “era como de treinta años” cuando se bautizó en 29 E.C. (Lu 3:23), debería haber nacido hacia el otoño del año 2 a. E.C., treinta años antes. Su
nacimiento se produjo durante el reinado de César Augusto, mientras Quirinio era gobernador de Siria. (Lu 2:1, 2.) El gobierno de Augusto se extendió desde 27 a. E.C.
hasta 14 E.C. Publio Sulpicio Quirinio, senador romano, fue gobernador de Siria dos veces, la primera de ellas seguramente después de Publio Quintilio Varo, cuyo
mandato como legado de Siria terminó en el año 4 a. E.C. Algunos eruditos ubican el primer mandato de Quirinio entre los años 3 y 2 a. E.C. (Véase INSCRIPCIÓN.)
Herodes el Grande era a la sazón rey de Judea, y, como ya se explicó, debió morir el año 1 a. E.C. De modo que todos los indicios disponibles, y en particular las
referencias bíblicas, apuntan a que el nacimiento humano del Hijo de Dios se produjo en el otoño del año 2 a. E.C.

FECHAS SOBRESALIENTES: período de los reyes de Judá e Israel - [it-1-Pgs.601-603]

El período apostólico posterior.

Se pueden fijar fechas aproximadas para algunos de los acontecimientos de este período de tiempo. La profecía del profeta cristiano Ágabo sobre una gran hambre, así
como la persecución posterior instigada por Herodes Agripa I, que resultó en la muerte de Santiago y el encarcelamiento de Pedro, debieron ocurrir en 44 E.C. (Hch
11:27-30; 12:1-4.) Ese año murió Herodes Agripa, y la predicha gran hambre se produjo sobre el año 46 E.C. Es probable que esta última fecha también corresponda a la
“ministración de socorro” que llevaron Pablo y Bernabé. (Hch 12:25.)

El primer viaje de Pablo a Corinto puede calcularse por el proconsulado de Galión. (Hch 18:1, 11-18.) Como se explica en el artículo GALIÓN, su proconsulado al
parecer se extendió del verano de 51 E.C. al verano de 52 E.C., aunque algunos eruditos favorecen los años 52 y 53 E.C. Por consiguiente, los dieciocho meses que Pablo
permaneció en Corinto tal vez empezaron en el otoño de 50 E.C. y terminaron en la primavera de 52 E.C. Esto lo confirma, además, el hecho de que dos de los
Á
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compañeros de Pablo en Corinto, Áquila y Priscila, habían llegado hacía poco de Italia debido al edicto del emperador Claudio, que ordenaba que todos los judíos se
fueran de Roma. (Hch 18:2.) Paulo Orosio, historiador del siglo V, afirma que este edicto se dio en el noveno año de Claudio, es decir, en el año 49 o a principios de
50 E.C.

Pablo estuvo encarcelado en Cesarea los últimos dos años de la gobernación de Félix, y después fue enviado a Roma por el sucesor de Félix, Porcio Festo. (Hch 21:33;
23:23-35; 24:27.) La fecha de ascenso de Festo es algo incierta, pues los datos históricos no concuerdan completamente, si bien la fecha más probable parece ser el año
58 E.C. La posterior llegada de Pablo a Roma puede situarse entre los años 59 y 61 E.C.

El gran incendio que asoló la ciudad de Roma ocurrió en el mes de julio de 64 E.C., y a continuación se desató una feroz persecución contra los cristianos instigada por
Nerón. Es probable que el segundo encarcelamiento de Pablo y su posterior ejecución tuvieran lugar poco después de estos hechos. (2Ti 1:16; 4:6, 7.) Por lo general se
cree que la deportación de Juan a la isla de Patmos ocurrió durante el gobierno del emperador Domiciano. (Apo 1:9.) La persecución de los cristianos llegó a un punto
culminante durante su gobernación (81-96 E.C.), en particular durante los últimos tres años. La opinión tradicional es que Juan fue liberado de su exilio después de la
muerte de Domiciano y murió en Éfeso hacia el fin del siglo I E.C. Las epístolas que Juan escribió sobre ese tiempo completaron el canon bíblico y el período apostólico
llegó a su fin.

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★¿Cuándo fue destruida Jerusalén? - 2ª Parte - (1-11-2011-Pg.22)


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