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La revolución industrial y científica del siglo XVIII condujeron a cambios fundamentales en la arquitectura. La Ilustración cuestionó las bases del clasicismo y llevó al racionalismo y al neoclasicismo. Los arquitectos exploraron formas puras basadas en la geometría y propusieron ciudades ideales. Además, la tipología y la metodología científicas se aplicaron a la arquitectura, dando lugar a teorías como la composición elemental de Durand.
La revolución industrial y científica del siglo XVIII condujeron a cambios fundamentales en la arquitectura. La Ilustración cuestionó las bases del clasicismo y llevó al racionalismo y al neoclasicismo. Los arquitectos exploraron formas puras basadas en la geometría y propusieron ciudades ideales. Además, la tipología y la metodología científicas se aplicaron a la arquitectura, dando lugar a teorías como la composición elemental de Durand.
La revolución industrial y científica del siglo XVIII condujeron a cambios fundamentales en la arquitectura. La Ilustración cuestionó las bases del clasicismo y llevó al racionalismo y al neoclasicismo. Los arquitectos exploraron formas puras basadas en la geometría y propusieron ciudades ideales. Además, la tipología y la metodología científicas se aplicaron a la arquitectura, dando lugar a teorías como la composición elemental de Durand.
. Análisis e Interpretación de las Teorías de la Arquitectura
Esperanza Elizabeth Aguilar Morett 2ºB 17/ Octubre /2022
Revolución social y revolución científica El comienzo de la Revolución Francesa en 1789 separa habitualmente la Edad del Humanismo de la Edad Contemporánea. Sus ansias renovadoras tuvieron el marco ideal con la revolución industrial surgida en la segunda mitad del siglo xviii cuando, al decaer las transacciones con las colonias base del enriquecimiento burgués desde el siglo xvi, los empresarios se sintieron impelidos a invertir en nuevas actividades industriales y capitalistas. una misma revolución social que supone el fin de los antiguos regímenes y pone de manifiesto una aceleración social que se incrementará a lo largo del siglo xix. La impulsora y beneficiaria de todo este proceso va a ser una burguesía liberal progresista y emprendedora al principio conservadora y financiera más tarde que logra destruir los reductos del orden estamental y feudal sin ver amenazada todavía su preponderancia por el ritmo ascendente de la clase obrera, que se manifestará claramente enseguida, esta revolución científica supone una serie de profundos cambios relativos a los presupuestos, métodos y contenidos de los conocimientos. El conocimiento científico en el siglo xviii lleva a replantear los fundamentos de todas y cada una de las ciencias, cuestionando todo lo que se daba por supuesto. En arquitectura, este espíritu científico supone una interrupción en la tradición clásica, una revisión conceptual de la arquitectura del barroco y una búsqueda de la naturaleza propia de la obra de arquitectura. La Ilustración esclarece el alcance y el valor del clasicismo, analizando los componentes del lenguaje clásico y explorando sus orígenes históricos, es decir, las arquitecturas antiguas. La consideración de las reglas clásicas como modelos contingentes conlleva una revisión y quiebra del clasicismo. Sin embargo, y paradójicamente, esta pérdida de valor absoluto da lugar al fenómeno del neoclasicismo a través de una triple manifestación neoclásica: revolucionaria, académica y romántica. Así, en apariencia no cambia nada, porque se siguen usando las mismas formas, pero sustancialmente se produce un cambio radical: una crisis en los fundamentos del lenguaje como expresión biunívoca de la arquitectura de un lugar y de un tiempo. El lenguaje deja de ser un valor absoluto y pasa a ser un mero instrumento de comunicación. El carácter instrumental del lenguaje y su disociación del resto del cuerpo arquitectónico dificulta el estudio de la arquitectura del siglo xix desde este parámetro, pero a la vez, fijando la atención en él, permite trabajar más libremente en el resto de los componentes de la arquitectura, al modo de un prestidigitador que dirige la atención del público a un objeto marginal para obrar con mayor libertad. En los orígenes del pensamiento racionalista se halla la búsqueda de la naturaleza propia de la obra de arquitectura. Enlazando con Jean Jacques Rousseau y su idea del hombre primitivo, se considera la naturaleza como punto de partida de la arquitectura, generándose aquí los estudios de Laugier sobre la cabaña analizados en el capítulo del mito de la cabaña se pasa en las décadas siguientes al culto por la geometría como esencia de la arquitectura y configuradora de sus formas. Al igual que Le Corbusier en el siglo xx, los arquitectos iluministas franceses, como Étienne-Louis Boullée o Claude-Nicolas Ledoux, defienden y proponen diversas propuestas de ciudades ideales y de formas ideales. Las formas puras y los volúmenes puros (el cubo, la esfera, el cono o el cilindro) vienen a ser bases y esencia de la arquitectura, como ponen de manifiesto los proyectos ideales de Boullée. Esta arquitectura de las luces y las sombras señala el tránsito entre la Academia y la Revolución, propia la primera del ansíen régimen y la segunda del nuevo orden revolucionario que persigue la nueva categorización de la arquitectura: el neoclasicismo revolucionario. La disolución de los vínculos clásicos potencia la descentralización cultural y la aparición de figuras periféricas que pudieran ejercer la función académica de control. Este sistema clásico reelaborado del que es buen ejemplo la propuesta de templo de Silvestre Pérez para Mugardos, en La Coruña se basa preferentemente en la estructuración plástica de formas analíticas claras y racionalmente constructivas. Es, por consiguiente, un clasicismo robusto, contundente y poco delicado; estructurado, más que en volúmenes, en planos netos y recortados; con paramentos simples al exterior que encubren unos espacios arquitectónicos más complejos. A su vez, la simplicidad seriada y rigurosa, y la caja mural independiente de los espacios interiores son elementos que se adaptan muy bien al tipo de edificación tanto burguesa como popular que se requiere en la primera mitad del siglo xix. Y si se ha llamado al románico el primer estilo de Occidente, análogamente se ha denominado a este neoclasicismo como el último estilo unitario de Occidente. Recuperación y revisión del concepto de tipo En paralelo con estos planteamientos intrahistóricos se desarrollan en los centros culturales europeos unos importantes planteamientos científicos que tienen su origen en disciplinas diversas, pero que afectan muy directamente a la arquitectura. La revolución científica supone una revolución en los sistemas de pensamiento y conocimiento en todos los ámbitos y también en la arquitectura que, en analogía con otras ciencias, elabora diversos modelos teóricos, catalogando la realidad o descomponiéndola. El primero de ellos da lugar a la tipología, el último genera la metodología. En las ciencias biológicas, Linneo logra una clasificación y descripción del reino vegetal, que divide en clases, órdenes, géneros y especies, si bien este último admite la posibilidad de variabilidad de las especies, abriendo la puerta al concepto de evolución en el sentido moderno de la palabra. Por el contrario, la química al dejar de ser alquimia medieval y constituirse como ciencia busca por encima de las moléculas unos pocos elementos que estén en todos los cuerpos. Se demuestra que ninguno de los cuatro elementos clásicos (tierra, aire, agua y fuego) son verdaderos elementos y, en cambio, se descubren el oxígeno, el nitrógeno y el hidrógeno, que auténticamente lo son. Asimismo, con Lavoisier se establecen las leyes de la combinación química, se logra cuantificar las relaciones entre pesos y equivalencias y se fija la nomenclatura química. Durand hace de la composición una teoría combinatoria que asocia entre sí los elementos de arquitectura dados: primero en abstracto; luego según los distintos temas. El método es un proceso dual: para el aprendizaje y para la práctica. La composición elemental defiende una manera de componer por adición mecánica, por medio de una retícula con jerarquía en la que los ejes son responsables de la organización del proyecto, fijando las relaciones entre las partes, la posición de las diversas áreas, el trazado de los muros y las columnas, y estableciendo jerarquías organizativas y espaciales que permiten el trabado de las partes y del edificio con formas elementales y cotas discretas que limiten el arbitrio del proyectista. Fiel a la tradición revolucionaria, Durand fundamenta la forma en la geometría y basa ésta en las figuras simples (el círculo y el cuadrado, la esfera y el paralelepípedo o el cubo), justificándolas desde la economía y la simplicidad. Se produce un desplazamiento desde la totalidad implícita en el concepto de tipo hacia la versatilidad y la flexibilidad de las partes o recintos, con lo que esto supone de combinatoria abierta y abstracta de composición. Asimismo, la técnica de definición de las partes sustituye la mímesis propia del tipo por una idea más abstracta y productiva. De este modo, los principales conceptos en los manuales de composición se reducen a los de eje, masa, parte y proyecto.